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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL TEMARIO Segundo parcial Javier Díez Llamazares HISTORIA MODERNA UNIVERSAL TEMARIO – SEGUNDO PARCIAL Temario – Segundo parcial IV. El siglo de “Hierro” 19. Las relaciones internacionales. De la generación pacifista a la guerra de los Treinta Años [19.0. Introducción a las relaciones internacionales en el siglo XVII. La Europa del año 1600] 19.1. La paz por agotamiento. El pacifismo tenso de comienzos del siglo XVII 19.2. La guerra de los Treinta Años: causas y participantes 19.3. La guerra de los Treinta Años: fases y desarrollo 19.4. Las transformaciones militares 19.5. Las consecuencias de la guerra 19.6. La paz de Westfalia 20. La crisis de la Monarquía Hispánica y el siglo de Luis XIV 20.1. Las revueltas de 1640 en la monarquía de Felipe IV 20.2. El enfrentamiento hispano – francés y la pérdida de Portugal 20.3. La hegemonía de Luis XIV 20.4. Suecia y el Báltico 20.5. El retroceso de Turquía 20.6. La guerra de Sucesión española 21. El auge del absolutismo. La Francia del siglo XVII 21.1. Concepto y realidad del absolutismo 21.2. El pensamiento político absolutista 21.3. Las teorías antiabsolutistas. Los orígenes del derecho internacional 21.4. Enrique IV y Luis XIII. La obra de Richelieu 21.5. Mazarino y la Fronda (1648 – 1652) 21.6. El gobierno personal de Luis XIV 22. Las revoluciones inglesas 22.1. El acceso al trono de Jacobo I 22.2. Las tendencias absolutistas de los primeros Estuardo y sus conflictos con el Parlamento 22.3. La revolución de 1640 y la guerra civil. El fin de la Monarquía 22.4. La República y el protectorado de Cromwell (1649 – 1658) 22.5. La Restauración de los Estuardo (1660 – 1688) 22.6. La Revolución Gloriosa de 1688 23. Otros países europeos 23.1. El Portugal restaurado y los estados italianos 23.2. Las Provincias Unidas 23.3. El mundo Báltico y la hegemonía de Suecia 23.4. Polonia 23.5. La Rusia de los primeros Romanov 23.6. Austria y el Brande[m]burgo de los Hohenzollern 24. Los estados de Asia 24.1. La decadencia del imperio turco y de la Persia safávida 24.2. La continuación de la India del Gran Mogol 24.3. La China de los Manchúes y los Qing 24.4. El Japón de los Tokugawa 24.5. La presencia europea en Asia 24.6. África en los siglos XVI y XVII V. El siglo XVIII. Los indicios de una nueva Era 25. Hacia una nueva demografía Javier Díez Llamazares i HISTORIA MODERNA UNIVERSAL TEMARIO – SEGUNDO PARCIAL 25.1. ¿El comienzo de un nuevo régimen demográfico? Matizaciones regionales 25.2. Cifras de una población en aumento 25.3. El mundo urbano 25.4. Factores demográficos y causas del crecimiento 25.5. Consecuencias del incremento de la población 25.6. Las migraciones 26. Las transformaciones económicas en una fase de expansión 26.1. Las nuevas doctrinas económicas 26.2. Las nuevas leyes y la construcción de infraestructuras 26.3. Agricultura y ganadería 26.4. Las manufacturas continentales 26.5. El comercio europeo y los metales preciosos 26.6. Las finanzas 27. Los comienzos de la revolución industrial inglesa 27.1. Las bases materiales, sociales y políticas 27.2. El papel de los inventos 27.3. La industria textil 27.4. La metalurgia 27.5. Las consecuencias de la industrialización 27.6. Otros modelos europeos de crecimiento industrial 28. La sociedad. Consolidación de nuevas figuras [28.0. Introducción a la sociedad del siglo XVIII] 28.1. Los privilegiados: nobleza y clero 28.2. Burguesía y tipos de burgueses 28.3. El campesinado 28.4. Los trabajadores de las ciudades 28.5. Pobreza y marginación 28.6. Tensiones y conflictos sociales 29. La cultura de la Ilustración 29.1. La Ilustración: concepto y características 29.2. Límites geográficos y cronológicos 29.3. Alcance social y difusión de la ideología ilustrada 29.4. La Ilustración en Inglaterra y Francia 29.5. Alemania y otros países 29.6. Ciencia y cultura en el siglo XVIII 30. Los problemas religiosos del siglo XVIII [30.0. La religiosidad popular en el Setecientos] 30.1. El deísmo y la crítica de la religión revelada 30.2. Ilustración e Iglesia Católica 30.3. La Ilustración y el mundo protestante. El metodismo 30.4. La Masonería 30.5. Tensiones regalistas; expulsiones y supresión de la Compañía de Jesús 30.6. Los comienzos de la descristianización. Ateísmo e irreligión VI. El siglo XVIII. Hacia la crisis del Antiguo Régimen 31. Las relaciones internacionales. Colonialismo y conflictos dinásticos 31.1. El sistema de Utrecht y la aplicación de la teoría del “equilibrio” 31.2. Las transformaciones militares y navales[. El nuevo papel de la diplomacia] 31.3. Las guerras de Sucesión de Polonia y Austria Javier Díez Llamazares ii HISTORIA MODERNA UNIVERSAL TEMARIO – SEGUNDO PARCIAL 31.4. Las guerras de los Siete Años (1756 – 1763) y de la independencia de los Estados Unidos (1775 – 1783) 31.5. Conflictos en Oriente. Guerras ruso – turcas, conflictos en el Báltico y Repartos de Polonia 31.6. La situación internacional a comienzos de la Revolución Francesa 32. El parlamentarismo inglés. La independencia de los Estados Unidos 32.1. La consolidación de la revolución política (1688 – 1714) 32.2. El auge de la opinión pública 32.3. La dinastía Hannover y el desarrollo del parlamentarismo 32.4. La época de Walpole (1721 – 1742) 32.5. Los gobiernos de los Pitt 32.6. La independencia de los Estados Unidos 33. La Francia del siglo XVIII, del clasicismo a la crisis 33.1. Bases sociales y económicas 33.2. La Regencia (1715 – 1723) 33.3. El reinado personal de Luis XV (1723 – 1774) 33.4. Problemas religiosos y parlamentarios 33.5. El planteamiento de la crisis del Antiguo Régimen 33.6. El reinado de Luis XVI 34. Otros estados europeos 34.1. La decadencia de las Provincias Unidas 34.2. El retroceso de Suecia. De la monarquía tutelada (1720 – 1771) al absolutismo de Gustavo III 34.3. Dinamarca y Polonia 34.4. El Imperio. La emergencia de Prusia 34.5. Austria antes de María Teresa 34.6. Pedro I (1682 – 1725) y el imperio ruso en la primera mitad del siglo XVIII 35. La Europa del Despotismo, o Absolutismo ilustrado 35.1. Concepto y características 35.2. Federico II de Prusia (174[0] – 1786) 35.3. María Teresa y José II de Austria 35.4. Catalina II de Rusia (1762 – 1796) 35.5. El caso español 35.6. Otras realidades del Despotismo Ilustrado. Portugal e Italia 36. El mundo extraeuropeo 36.1. Expediciones científicas y descubrimientos 36.2. Los europeos fuera de Europa 36.3. Las Indias españolas y el Brasil portugués. Conflictos de límites hispano – lusos 36.4. Turquía, Persia y la India tras el fin de los safávidas y la desintegración del poder mogol 36.5. China y Japón. Otros poderes asiáticos 36.6. África Javier Díez Llamazares iii HISTORIA MODERNA UNIVERSAL TEMA 19 Tema 19: Las relaciones internacionales. De la generación pacifista a la guerra de los Treinta Años 0.0. Sumario [19.0. Introducción a las relaciones internacionales en el siglo XVII. La Europa del año 1600] 19.1. La paz por agotamiento. El pacifismo tenso de comienzos del siglo XVII 19.2. La guerra de los Treinta Años: causas y participantes 19.3. La guerra de los Treinta Años: fases y desarrollo 19.4. Las transformaciones militares 19.5. Las consecuencias de la guerra 19.6. La paz de Westfalia 0.1. Bibliografía BENNASSAR: Historia Moderna, Tres Cantos, Ediciones Akal, 2005, p. 395 – 404 (Lebrun), 447 – 450 (Lebrun) y 471 – 473 (Lebrun). FLORISTÁN: Historia Moderna Universal, Barcelona, Editorial Ariel, 2002, p. 373 – 389 (B. García) y 390 – 397 (B. García). RIBOT: Historia del Mundo Moderno, Madrid, Editorial ACTAS, 2006, p. 411 – 420 (Canet). 0.2. Lecturas recomendadas BENNASSAR: Historia Moderna, Tres Cantos, Ediciones Akal, 2005, p. 445 – 447 (Lebrun) y 451 – 467 (Lebrun). FLORISTÁN: Historia Moderna Universal, Barcelona, Editorial Ariel, 2002, capítulo 16 (B. García); p. 389 – 390 (B. García). RIBOT: Historia del Mundo Moderno, Madrid, Editorial ACTAS, 2006, p. 420 – 432 (Canet). 19.0. Introducción a las relaciones internacionales en el siglo XVII. La Europa del año 1600 (RIBOT, 411 – 415) [LAS RELACIONES INTERNACIONALES EN EL S. XVII] 1. Hacia una nueva definición del sistema internacional Durante el s. XVII el sistema internacional experimentó importantes transformaciones que afectaron, básicamente, a tres aspectos: las posiciones en el liderazgo hegemónico, el número de entidades políticas implicadas en las contiendas internacionales y los principios condicionantes de las relaciones entre los estados. Todos estos cambios fueron asentándose mediante procesos no exentos de tensiones que acentuaron, en su momento, la belicosidad de la centuria y dificultan, hoy, la definición del carácter del sistema internacional vigente en el Seiscientos. En este sentido, frente al s. XVI, marcado por el despliegue de unas potencias hegemónicas, y frente al s. XVIII, caracterizado por la consolidación de un sistema de equilibrio entre las grandes potencias, el XVII aparece como una etapa de “transición” en la que entran en colisión las dos tendencias señaladas. Ambas fórmulas (preponderancia hegemónica – equilibrio entre potencias) estuvieron vigentes en el período 1598 – 1700, aunque la mayor parte de la centuria discurrió bajo el sistema de una Europa jerarquizada y sometida a liderazgos hegemónicos. A mediados de siglo el Congreso de Westfalia (1648) permitió la implantación de un equilibrio que, aunque efímero, resultó una experiencia decisiva en la configuración de la política internacional del XVIII. Sin ninguna duda, la búsqueda de un sistema de relación más equilibrado, más en pie de igualdad, entre los estados europeos parece ser la tónica dominante en las relaciones Javier Díez Llamazares 1 HISTORIA MODERNA UNIVERSAL TEMA 19 internacionales del XVII. Objetivo nada fácil no sólo porque implicaba el derrumbamiento de la hegemonía española, aún vigorosa, sino también porque –como demostró la evolución de Francia bajo Luis XIV— al vencedor de tal empresa le resultaría difícil vencer la tentación de sustentar un nuevo liderazgo. En cualquier caso, en el XVII toma carta de naturaleza la idea de equilibrio como principio rector del sistema internacional. La primera mitad de siglo, por la multiplicación e intensificación de las crisis internacionales, propició una profunda renovación de Europa. La ruptura, creada por la ambición política de los estados y acentuada por la Reforma de las Iglesias, arraigó de tal manera que hizo surgir un sistema auténticamente “europeo” en el que coexistían estados católicos y protestantes. Al mismo tiempo, las pretensiones de los Habsburgo a una monarquía universal quedaban arruinadas. Muy lentamente, a lo largo de la centuria la guerra fue perdiendo su carácter de “juego de príncipes” y, junto a la política egoísta de cada estado, empezó a esbozarse un sistema general y europeo. En él el derecho de intervención –hasta entonces más o menos legitimado en nombre de la solidaridad religiosa— fue sustituido por el dogma de la “garantía” que toma forma en los tratados de Westfalia. La pulsación de los resortes que debían hacer efectivo el equilibrio interestatal en la Europa del XVII correspondió al monarca francés Enrique IV. Su meta de reconstrucción interna de Francia a fines del XVI pasaba por la necesidad de obtener una pacificación internacional basada en el equilibrio entre potencias. En ese objetivo resultaba esencial frenar el progreso de España, máxime cuando ésta se sacudió el fermento de inestabilidad interna que representaba la minoría morisca con su expulsión en 1609; la cuestión de los Países Bajos pasó entonces a primer plano y Enrique IV supo no sólo neutralizarla, sino también hacer entrar a las “provincias rebeldes” al rey de España en el cuadro de estados soberanos, suscribiendo con la república una alianza defensiva. Las restantes líneas maestras de la estrategia francesa pasaban por el mantenimiento de la alianza con los príncipes protestantes del Sacro Imperio para contener a la Casa de Austria y garantizar el equilibrio entre los príncipes y el Emperador; por la alianza con los cantones helvéticos, las ligas grisonas y Saboya para mantener a raya el poder español en Italia; y por los tratados suscritos con Inglaterra, quien –junto con las Provincias Unidas— debía facilitar a Francia el freno de la hegemonía hispánica en los mares. La muerte de Enrique IV en 1610 representó un duro golpe para el triunfo del principio de equilibrio entre los estados. No obstante, la Guerra de los Treinta Años (1618 – 1648) resucitó la oportunidad de consolidar el sistema. Los tratados de Westfalia se convirtieron en piedra angular para la construcción europea durante un siglo y medio. Por primera vez se estableció una auténtica organización de naciones, aunque en ella estuvo ausente Inglaterra, ocupada en problemas internos. Más aún, el desenlace de la Guerra de los Treinta Años situó a las Provincias Unidas como fiel de la balanza en el sistema de equilibrio entre los estados europeos y los resultados del Congreso de Westfalia auspiciaron una auténtica “revolución diplomática” que convirtió a los antiguos enemigos (España – Provincias Unidas) en nuevos y eficaces aliados. El objetivo en la nueva situación era contener el poder de Francia para garantizar no sólo el principio de equilibrio sino también la propia seguridad. El sistema volvió a derrumbarse en la segunda mitad de la centuria. Luis XIV fue el artífice del impulso transformador que, finalmente, produjo resultados no deseados por el “Rey Sol”. En 1661 Europa disfrutaba de un feliz reposo tras medio siglo de agitación política, religiosa y militar; resultó ser una simple tregua para la génesis de antagonismos motivados por ambiciones fundamentalmente territoriales. En el curso de los mismos la hegemonía francesa se instalará en Europa; su despliegue fue paralelo al de Suecia, que pugnaba en el norte por la hegemonía báltica, y al de Turquía que en el este rivalizaba con los Habsburgo de Viena en el ámbito balcánico – danubiano. Pero por un azar singular esta misma época coincide con una fase de grandes mutaciones en el centro del continente; se trata del período en el que los Habsburgo austríacos encontraron hacia el este la vocación frustrada en 1526. Al simultanear la resistencia a Luis XIV y la expansión oriental a costa del Imperio Otomano, Austria adquirió un singular prestigio que le permitirá desempeñar un papel fundamental en política internacional hasta la entrada en escena del reino de Prusia. Mientras tanto, la revolución que excluyó a Jacobo II del trono inglés y entronizó a Guillermo [III] de Orange produjo, también, resultados fecundos en Europa y el mundo. El Estatúder – rey, al dinamizar las coaliciones Javier Díez Llamazares 2 HISTORIA MODERNA UNIVERSAL TEMA 19 contra el imperialismo francés, otorgó a Inglaterra un papel decisivo como árbitro del sistema internacional a fines de la centuria. La oposición a los hegemonismos habsburgués y borbónico durante la primera y segunda mitad del siglo, respectivamente, produjo –además de los ya mencionados cambios en el liderazgo político y de las modificaciones en los principios rectores de las relaciones exteriores (“equilibrio”, “europeo” y “laico”)— un incremento del espacio geográfico del sistema internacional y del número de entidades políticas implicadas en los conflictos. La connivencia de la Polonia de los Vasa con el eje Madrid – Viena y la política exterior hostil a Suecia, Rusia y Turquía desarrollada por Segismundo III (1587 – 1632) implicaron, en diferente medida, a esos espacios en el curso de la Guerra de los Treinta Años y episodios posteriores. La rivalidad sueco – polaca trataba de dirimir el predominio báltico y la restauración de los Vasa católicos en Suecia; la oposición polaco – rusa nació con el intento Vasa de intervenir en los asuntos internos moscovitas durante el período de las “turbaciones”, a comienzos del XVII; finalmente, la oposición a Turquía, materializada en las actuaciones polacas sobre los principados de Transilvania, Moldavia y Valaquia –vasallos del sultán— otorgó a Hungría un puesto en el mapa de la gran historia. Asimismo, el imperialismo sueco en el ámbito báltico contribuyó, con sus reiteradas devastaciones y requisiciones sobre Brande[m]burgo – Prusia, al surgimiento de un estado fuerte llamado a desempeñar un importante papel en el juego internacional. En suma, al finalizar la centuria la política exterior no se dirime únicamente entre las potencias occidentales; se ha abierto un frente oriental con un peso específico en la balanza de equilibrio. Estados nuevos (Provincias Unidas, Prusia) o hasta entonces ausentes (Rusia) participan en el concierto internacional; toda Europa articular sistemas de alianzas en los que el factor religioso no constituye, ya, un obstáculo: las relaciones internacionales se han secularizado de manera definitiva. También han crecido en complejidad y por ello la fórmula de la coalición se ha instaurado de forma definitiva en los esquemas de las alianzas. Con un precedente claro en la coalición de Greenwich (1596), suscrita por Francia, Inglaterra y Provincias Unidas contra Felipe II, el sistema se dinamizó de nuevo durante la Guerra de los Treinta Años y ratificó su permanencia como aglutinador de las oposiciones contra el imperialismo de Luis XIV. Esta tendencia, junto con el recurso a congresos, reuniones y conversaciones, evitando el choque armado y primando la vía diplomática en la resolución de los conflictos, están en la base de la toma de conciencia de la “realidad europea” que cobra un notable empuje en el s. XVII. Descendiendo al nivel concreto de los acontecimientos, el s. XVII presenta dos grandes etapas, separadas por una breve fase intermedia. La primera mitad de la centuria está marcada por la pervivencia de la hegemonía española; apoyada por el Imperio y Polonia conforma la que se ha dado en llamar “diagonal de la Contrarreforma”. La segunda etapa corresponde a la hegemonía francesa durante el reinado de Luis XIV; al coincidir con el predominio sueco en el Báltico y el otomano en el ámbito balcánico – danubiano configura un “triángulo hegemónico”. El período intermedio entre estas dos etapas corresponde al efímero intento de equilibrio europeo propugnado en Westfalia. La centuria se inaugura con la denominada “primera generación pacifista del Barroco”, calificativo otorgado por la serie de conflictos a que pone término. El estallido de la Guerra de los Treinta Años en 1618 enterró este espíritu iniciando una generación decididamente belicista. Las paces de Westfalia (1648) y Oliva (1659) ratificaron el retroceso de la hegemonía española que fue heredada por Francia, en el continente, y por Provincias Unidas e Inglaterra en el mar. En el norte, los acuerdos de Copenhague – Oliva situaron a Suecia como estado dominante. La segunda mitad del Seiscientos, y más concretamente desde los años sesenta, es testigo del ascenso de Francia bajo la dirección de Luis XIV (1661 – 1715). Los primeros 25 años de su reinado se saldaron con un balance favorable para Francia (Guerra de Devolución, Guerra de Holanda y política de las “reuniones”), aunque los aliados franceses comenzaron a perder posiciones ya en el último cuarto del s. XVII: derrota sueca en Fehrbellin frente a Prusia y derrota otomana en Kahlenberg frente a la Polonia de Juan [III] Sobieski. El retroceso general del “triángulo hegemónico” se consumará a partir de 1689 con la formación de una gran coalición: la Liga de Augsburgo, que asestó un duro golpe al imperialismo francés. La paz de Ryswick (1697) y la de Karlowitz (1699) –consecuente a la derrota turca en Zentha frente a Javier Díez Llamazares 3 HISTORIA MODERNA UNIVERSAL TEMA 19 Eugenio de Saboya— ratifica la tendencia descendente que hallará su desenlace definitivo en acuerdos de paz firmados en las primeras décadas del XVIII. (BENNASSAR, 395 – 404) [LA EUROPA DEL AÑO 1600] 1. Europa: la fragmentación política […] Las dos grandes potencias a) Francia, salida apenas de la larga crisis de las guerras de religión, se recupera rápidamente gracias a la política hábil y activa de Enrique IV. Es el país más poblado de Europa y uno de los más ricos. Paralelamente a la reconstrucción material, Enrique IV se esfuerza, no sin dificultad, en restablecer la paz religiosa concediendo a los protestantes un estatuto de tolerancia (edicto de Nantes, 1598) y en restaurar la autoridad real frente al clero, a los grandes y a los parlamentarios […] [.] […] En el exterior, el rey fuerza a los españoles a firmar la paz (Tratado de Vervins, 1598) y fortalece las fronteras del Este, haciendo que el duque de Saboya le ceda Bresse, Bugey y el país de Gex (Tratado de Lyon, 1601). Una diplomacia vigilante y un núcleo de ejército permanente le permiten desempeñar un papel destacado en Europa. Sin embargo, algunos de estos resultados están demasiado vinculados al prestigio personal de Enrique IV. Además, a pesar de sus esfuerzos subsisten las amenazas, tanto en el interior del reino como en sus fronteras. La hereditariedad de los oficios, consagrada por le edicto de 1604, que instituía la “Paulette”, aumenta la independencia de los funcionarios […]. Los miembros de la alta nobleza […] sólo se someten en apariencia y bajo coacción; fieles a determinadas tradiciones feudales y apoyándose en amplias clientelas de gentilhombres y plebeyos, están dispuestos a aprovechar las menores debilidades de la autoridad real. Los protestantes siguen a la defensiva y pretenden sacar partido de todas las ventajas políticas y militares que les otorga el edicto de Nantes, para organizarse de forma cada vez más fuerte e independiente. Finalmente, lo gravoso de los impuestos y los ataques lanzados contra algunas franquicias provinciales o municipales suscitan el descontento e incluso provocan esporádicos levantamientos populares. La prematura desaparición de Enrique IV amenaza con dar libre curso a todas estas fuerzas centrífugas. A las amenazas internas se añade el problema de la inseguridad de las fronteras. En el Norte y en el Nordeste, el reino se ve especialmente amenazado frente a los Países Bajos y el Franco Condado español; ningún obstáculo natural protege al país de una eventual invasión […]. A pesar de la ocupación de hecho de los Tres Obispados (Metz, Toul y Verdún), por la Lorena, tierra del Imperio, la seguridad está en función, sobre todo, del humor del duque lorenés, demasiado dispuesto a aliarse con los enemigos de Francia, tanto en el interior como en el exterior. Al sudeste, a partir de 1601, Lyon está mejor protegida que antes; sin embargo, la caprichosa política del duque de Saboya, que domina los pasos alpinos desde el lago de Ginebra a Niza, constituye una preocupación constante. Finalmente, en el Sur, la llanura del Rosellón, en la vertiente francesa de los Pirineos, es tierra española y, por tanto, la frontera es particularmente vulnerable por ese lado. Esta inseguridad relativa es tanto más grave si se considera que todavía subsiste la amenaza que la Casa de Austria hace pesar sobre el reino, a pesar de su división en dos ramas distintas[: la de Madrid, rama mayor; y la de Viena, rama menor] […]. b) A la muerte de Felipe II, a quien sucede su hijo Felipe III (1598), el poder territorial de los Habsburgo de Madrid sigue siendo considerable. El rey de España, dueño de toda la península Ibérica desde la anexión de Portugal en 1580, domina al mismo tiempo la cuenca occidental del Mediterráneo gracias a sus posesiones insulares […] e italianas […], sin contar con algunas plazas en la costa de África […]. De la herencia borgoñona conserva el Franco Condado y la parte meridional de los Países Bajos […]. Finalmente, Javier Díez Llamazares 4 HISTORIA MODERNA UNIVERSAL TEMA 19 posee fuera de Europa un inmenso imperio colonial de origen al mismo tiempo español […] y portugués […]. Para defender estas enormes posesiones, España dispone de una importante potencia militar: el ejército, con la famosa infantería de los “tercios”, y la flota, reconstruida tras el desastre de la Armada [“Invencible”], están considerados como los primeros de Europa, a pesar de algunos fracasos, principalmente en las Provincias Unidas. Por lo demás, Felipe II dotó a la monarquía de una sólida estructura administrativa; Madrid se convirtió en la capital política y muy pronto en la residencia habitual de la corte. La civilización española […] conoce su “Siglo de Oro” y sirve de modelo a una parte de Europa. Tal poder y tal esplendor se ponen al servicio de la fe católica allí donde ésta se ve amenazada. Sin embargo, tras esa brillante fachada, la monarquía española se ve aquejada de graves flaquezas: ausencia de unidad y de cohesión, que se traduce en sentimientos separatistas no sólo en las posesiones exteriores […], sino también en el interior de la península […]; insuficiencia demográfica, que la emigración a las colonias agrava todavía más; dificultades monetarias y financieras, a pesar de la plata del Nuevo Mundo; decadencia de la actividad económica. La revuelta de los Países Bajos y el implícito reconocimiento de la independencia de las Provincias Unidas (tregua de los Doce Años) dan prueba de las dificultades que se presentan al rey de España Los Habsburgo de Viena obtienen su poder de sus dominios personales, de los reinos electivos de Bohemia y de Hungría [–de la cual sólo ocupan la llamada Hungría real, mientras que el resto está en poder de los turcos (esto supone que se conviertan en los centinelas de la Europa cristiana frente al peligro musulmán)—] y de la dignidad imperial [–desde 1437, el emperador es elegido entre miembros de esta Casa; aunque es una dignidad que les proporciona más prestigio que poder real—] […]. Así, la situación en Europa de los Habsburgo de Viena es muy especial. Evidentemente, sus Estados patrimoniales y sus dos reinos constituyen aproximadamente un conjunto de un solo poseedor, casi tan grande y poblado como el reino de Francia, pero sin su riqueza y cohesión […]. Como emperador goza de un gran prestigio, pero la decadencia de las instituciones imperiales, la creciente importancia de algunos Estados alemanes (Brandenburgo, Sajonia, Baviera) y las dificultades del estatuto religioso tienden a reducir su poder real en el Imperio. Las querellas de sucesión que marcan el fin del reinado del emperador Rodolfo II (1576 – 1612) y que enfrentan a éste con sus hermanos (principalmente Matías) y con su primo Fernando, duque de Estiria, complican aún más el problema. A pesar de las dificultades austríacas y de los primeros signos de decadencia de la potencia española, la estrecha unión que existe entre Viena y Madrid (a pesar de cierta relajación a comienzos del reinado de Felipe III) continúa haciendo temible a la Casa de Austria: frecuentes matrimonios unen a las dos ramas de la familia y los contactos permiten una política europea común, principalmente para la defensa del catolicismo. Además, algunos dominios españoles y austríacos son limítrofes en ciertos puntos […] o vecinos […], y las rutas militares españolas atraviesan, más allá del Milanesado y de los Alpes, las tierras austríacas o alemanas. Los Estados secundarios […] a) Suiza e Italia sólo son expresiones geográficas que designan países todavía muy fragmentados políticamente. El conjunto suizo comprende esencialmente una confederación de trece cantones, de los cuales unos son católicos (Lucerna, Friburgo) y los otros protestantes (Zurich, Basilea, Berna). Aunque teóricamente siguen formando parte del Sacro Imperio (hasta 1648), los Cantones son de hecho Estados independientes: cada uno tiene sus leyes, sus magistrados y su moneda, quedando reducida la organización federal a una Dieta sin permanencia ni periodicidad. El obispado de Basilea, las repúblicas de Ginebra, de Mulhouse y de Valais y las Ligas grises o grisonas (de las que depende la Valtelina, o alto valle del Adda) mantienen estrechas relaciones con los Cantones suizos, de quienes son aliados. Para los Cantones, Javier Díez Llamazares 5 HISTORIA MODERNA UNIVERSAL b) TEMA 19 la situación geográfica de Suiza, que domina los principales pasos alpinos entre el Milanesado español y el Imperio, es fuente de ventajas y, a la vez, de inconvenientes; tratan de escapar a estos invocando una neutralidad de hecho: en 1602 renuevan con Francia la “paz perpetua” de 1515 y en 1611 concluyen una “unión perpetua” con la Casa de Austria. Por lo demás, continúan proporcionando a toda Europa mercenarios aguerridos y apreciados. Aunque el emperador tenga todavía algunos derechos, completamente teóricos, en el Norte de la península, lo que predomina en Italia es la influencia del rey de España. No sólo es dueño de Sicilia, de Nápoles y de Milán, sino que impone su tutela, más o menos abiertamente, a la mayor parte de los demás Estados italianos […]. Solamente dos Estados consiguen mantener más o menos su independencia: Venecia y Saboya. La república de Venecia, cuyas posesiones territoriales siguen siendo considerables […], mira principalmente al Adriático y al Mediterráneo oriental. El duque de Saboya, cuyas tierras están a caballo entre las dos vertientes de los Alpes […], trata de aprovechar esa importante situación estratégica: orientándose unas veces hacia París y otras hacia Madrid, está dispuesto a vender ventajosamente su alianza. Italia, fragmentada políticamente, posible presa de una eventual lucha entre las grandes potencias y despojada de su antigua supremacía económica por los Estados atlánticos, sigue siendo, a pesar de todo, “la madre de las letras y las artes” y conserva en toda Europa un enorme prestigio, que aumenta en los países católicos por el hecho de que Roma sea sede del papado. En el Norte del continente, Inglaterra, las Provincias Unidas, Dinamarca y Suecia forman un grupo aparte dentro de los Estados secundarios: cada uno de ellos sólo cuenta con unos millones de habitantes, son protestantes y sus actividades se orientan hacia el mar. En Inglaterra, la muerte de Isabel I pone fin a la dinastía de los Tudor. Lo mismo que su padre, Enrique VIII, Isabel reinó como soberana absoluta, aunque respetando en apariencia las libertades inglesas y los derechos del Parlamento. Además, consolidó la fundación del anglicanismo y fomentó la expansión económica y marítima de Inglaterra, que, a pesar de su escasa población, se encuentra en pleno auge a comienzos del s. XVII. Finalmente, bajo su reinado se enriquece la literatura inglesa por la prestigiosa obra de Shakespeare […]. Sin embargo, la agitación de Irlanda, tanto más deseosa de independencia en cuanto que ha permanecido fiel al catolicismo, es una amenaza para el futuro. Al no tener la reina heredero directo se convierte en rey de Inglaterra Jacobo VI Estuardo, rey de Escocia, hijo de María [I] Estuardo y descendiente de Enrique VII Tudor, en 1603, con el nombre de Jacobo I. Sin embargo, los dos reinos no se unen: cada uno de ellos conserva su gobierno y su Parlamento, bajo la autoridad de un soberano único. La república de las Provincias Unidas agrupa las siete provincias del norte de los Países Bajos que constituyeron en 1579 la Unión de Utrecht para luchar contra la dominación española. En 1609 obliga a España a firmar una tregua de doce años que, de hecho, consagra su independencia […] [.] […] Sin embargo, la organización política del nuevo Estado sigue siendo precaria. Frente a las siete provincias, cada una de las cuales conserva su soberanía y sus instituciones particulares, el poder central es débil: lo representan los Estados Generales y el Consejo de Estado, en el que se reúnen los diputados de las provincias y cuyas decisiones más importantes deben tomarse por unanimidad. Además, el impulso económico y el gran comercio marítimo benefician esencialmente a dos provincias, Zelanda y, sobre todo, Holanda, donde el poder es detentado por una rica oligarquía burguesa, mientras que en las otras provincias, de predominio rural, la nobleza necesita el apoyo de la clase campesina y soporta mal la preponderancia de la burguesía holandesa. A pesar de estos graves problemas, al explotar al máximo el cierre del puerto de Amberes y su victoria sobre España, las Provincias Unidas se encuentran hacia 1609 en situación de convertirse en la primera potencia comercial y financiera de Europa. Javier Díez Llamazares 6 HISTORIA MODERNA UNIVERSAL c) TEMA 19 Los países escandinavos se dividen entre los dos reinos luteranos de Dinamarca y Suecia. Dinamarca comprende no sólo la península (Jutland y Slesvig) y las islas danesas, sino también Islandia, Noruega, Escania (extremo meridional de Suecia), las islas Bornholm y Gotland y, en el Imperio, el ducado de Holstein. De este modo, el rey de Dinamarca, Cristián IV (1588 – 1648), domina los estrechos entre el mar del Norte y el Báltico, y, gracias a los derechos percibidos sobre el Sund […] y en la entrada del Elba, obtiene sus principales ingresos. Pero esa situación privilegiada, que hace de Copenhague uno de los grandes puertos del norte de Europa, suscita muchas envidias, especialmente por parte de los holandeses y de las ciudades de la Hansa. Además, en tanto duque de Holstein, el rey de Dinamarca es príncipe del Imperio y se interesa muy de cerca por todo lo que ocurre en el norte de Alemania. Suecia, que comprende también Finlandia y Estonia, se liberó de la dominación danesa, en 1523, con Gustavo [I] Vasa. País pobre, pero poseedor de importantes minas de hierro y de cobre, muy bien explotadas, se vuelve, al otro lado del Báltico, hacia el continente. Pero tiene que contar con Dinamarca (que no ha abandonado toda esperanza de revancha), con Polonia (cuyo rey Segismundo III es un Vasa, desposeído de la corona sueca por el partido luterano en beneficio de su tío) y, finalmente, con Rusia. En una ocasión, el rey Carlos IX (1604 – 1611) se encuentra en guerra con sus tres vecinos a la vez. A su muerte deja la corona a su hijo Gustavo [II] Adolfo [(1611 – 1632)], joven de 17 años. Polonia experimentó el período más glorioso de su historia en el s. XVI y también a principios del XVII. Es un Estado inmenso, con fronteras indeterminadas por el Sur y por el Este. El Estado polaco comprende, además de la Gran y Pequeña Polonia, el gran ducado de Lituania (después de la Unión de Lublin de 1569), Livonia, Curlandia y la mayor parte de Ucrania (con Kiev). Ampliamente abierta a Europa occidental, penetrada por las grandes corrientes del Humanismo, del Renacimiento y de la Reforma, exportando por el Vístula y por Dantzig sus maderas y sus granos, Polonia conoce una indiscutible prosperidad. Pero su debilidad procede de las instituciones políticas, que mezclan monarquía y república […]. En efecto, si bien Polonia tiene un rey […], tal rey es elegido por la nobleza, en la que una minoría de grandes señores terratenientes, los palatinos o magnates, domina a una pequeña nobleza rural, numerosa y turbulenta: la szlachta. Antes de ser coronado, el nuevo rey debe reconocer, y a veces aumentar, los privilegios de esta nobleza, contribuyendo a reducir su propia autoridad. La realidad del poder pertenece a la Dieta y a las asambleas de cada provincia, las dietinas[,] […] formadas por representantes de la nobleza, que intentan sustituir la norma de la mayoría por la de la unanimidad (el liberum veto), aunque dicha práctica corre el riesgo de condenar a las asambleas a la anarquía y a la impotencia. De este modo, la nobleza polaca no sólo hace ilusorio el poder del rey, sino que se muestra incapaz de organizar sólidamente un gobierno aristocrático. Rusia, o Moscovia, se extiende sobre toda la llanura rusa, desde el mar Blanco hasta el mar Caspio, y desde las fronteras de Polonia hasta los comienzos de Siberia […]. Es un Estado esencialmente continental, sin salida al mar Báltico ni al mar Negro, y que se comunica muy difícilmente con el resto de Europa por el puerto de Arkangelsk. En 1584, con la muerte de Iván IV el Terrible […], empieza para Rusia la “época de los disturbios”, largo período de desgracias y anarquía (1584 – 1613). El poder supremo pasa de mano en mano. En 1598, Boris Godunov, regente con el hijo de Iván IV, es proclamado zar por el pueblo; establece en Moscú un patriarcado independiente del de Constantinopla y llama a artistas y técnicos de Occidente. Pero en 1601 una espantosa hambruna acompañada de epidemias se extiende sobre Rusia; la miseria provoca múltiples levantamientos. Suecia y Polonia aprovechan esta trágica situación para invadir el país inmediatamente después de la muerte de Boris (1605). En 1610 una guarnición polaca llega a instalarse en el Kremlin, de donde no es arrojada hasta 1612 […]. Unas semanas más tarde, en enero de 1613, una gran asamblea de representantes de toda Rusia proclama zar a un joven noble de quince años, Miguel [I o III] Romanoff. Javier Díez Llamazares 7 HISTORIA MODERNA UNIVERSAL TEMA 19 El Imperio otomano y la amenaza turca a) Al sudeste del continente, el Imperio otomano penetra como una punta de lanza en la Europa cristiana y la amenaza directamente […]. En efecto, además de sus posesiones asiáticas […] y africanas […], los turcos ocupan en Europa toda la península de los Balcanes, la mayor parte de Hungría, las provincias vasallas de Transilvania, de Moldavia y de Valaquia, así como Crimea y el litoral del mar Negro hasta Kouban. Por lo demás, se muestran muy liberales respecto a los pueblos cristianos (en su mayoría ortodoxos), a los que permiten conservar su lengua, su religión y, a veces, incluso la mayor parte de su organización interna; se contentan con ocupar militarmente los puntos importantes y, sobre todo, con obtener capitaciones y otros impuestos. Pero, tras ese enorme poder territorial, aparecen ya síntomas evidentes de decadencia. El ejército, que en los dos siglos anteriores constituyó la base de la grandeza otomana, pierde valor poco a poco; la flota se recupera difícilmente de las pérdidas sufridas en Lepanto (1571). La organización interna del Imperio se deteriora. Los sultanes, con frecuencia muy jóvenes, viven encerrados en su palacio de Constantinopla (Estambul), dejando el ejercicio del poder en manos de los grandes visires; pero estos tienen que contar con las intrigas del serrallo y los caprichos de los sultanes. Los gobernadores de provincias (beys, bajás) sólo procuran enriquecerse o hacerse cada vez más independientes. En todos los planos de la administración, la malversación y la anarquía se convierten en norma. b) Aunque debilitado, el poderío otomano sigue siendo temible. En el continente, el emperador es el más directamente amenazado y en consecuencia aparece como el jefe natural contra “el infiel” (si bien es verdad que los turcos se ven apartados con frecuencia de sus esfuerzos en Europa central por la guerra, casi continua, contra sus vecinos persas). En el Mediterráneo occidental, a pesar de la vigilancia de los caballeros de Malta, los piratas berberiscos hacen reinar una constante inseguridad a través de incursiones, raptos y saqueos […] [.] […] Así pues, el peligro musulmán, en sus diversas formas, sigue siendo una realidad para la Europa cristiana de comienzos del s. XVII. 19.1. La paz por agotamiento. El pacifismo tenso de comienzos del siglo XVII (RIBOT, 415 – 420) 2. La generación pacifista: de la neutralidad armada al conflicto generalizado Las décadas iniciales del s. XVII, calificadas historiográficamente como “primera generación pacifista del Barroco”, fueron en realidad una etapa de neutralidad armada para Occidente y tiempos de agitación en el este y norte de Europa. Desde el punto de vista cronológico, el XVII comenzó inmerso en una serie de problemas planteados a finales de la centuria anterior. Por lo que atañe a Europa occidental, la alta política gira en torno a la formación de la Coalición de Greenwich (1596) contra el poderío hispánico. Su ruptura mediante paces concertadas por cada uno de los coaligados y España marcó el inicio del período sin guerras abiertas, que ha dado nombre a esta etapa. Felipe II firmó la paz de Vervins con Francia (1598); con la renuncia española al trono galo, Enrique IV abandonó la coalición. Inglaterra siguió el mismo camino en 1604, al firmarse el tratado de Londres entre Jacobo I Estuardo y Felipe III. El último coaligado, las Provincias Unidas, suscribió una tregua de doce años con España en 1609. Tal situación, y sobre todo la desaparición de Enrique IV –impulsor de la ofensiva antiespañola a fines del XVI— dio nuevas fuerzas a la Monarquía Hispánica, garantizando la supervivencia de su hegemonía durante una generación. Así, en la década posterior a 1610 se impuso una “Pax Hispanica” pero de carácter relativo, puesto que sólo tiene sentido si se la compara con la situación de los años noventa del XVI o con los posteriores a 1620. La calma en Javier Díez Llamazares 8 HISTORIA MODERNA UNIVERSAL TEMA 19 el norte hizo gravitar el interés político hacia el Mediterráneo e Italia. Efectivamente, España conoce un “interludio mediterráneo” al orientar hacia el sur su política exterior, retomando una dirección abandonada por Felipe II en 1570 – 1580. En conexión con la expulsión de los moriscos (1609 – 1614) se encuentran las expediciones para suprimir la influencia otomana en el norte de África e islas del Mediterráneo central; las operaciones anfibias contra las costas berberiscas y Malta (1611), Túnez (1612) y Marruecos (1614) se saldaron con notable éxito. Al aprovechar las dificultades del Imperio Otomano, ocupado en una guerra contra los persas en su frontera oriental y perturbado por graves crisis internas, la Monarquía Hispánica fortificó los nexos comerciales y de comunicación en la cuenca del Mediterráneo occidental. Este hecho adquirió una singular importancia de cara a los futuros acontecimientos. Por su parte, las potencias vecinas de España o relacionadas de alguna manera con ella se mantenían en una actitud vigilante. Enrique IV, incluso después de Vervins, no podía olvidar que España mantenía ejércitos en la península italiana y en los Países Bajos del sur, unidos mediante una red de pasillos militares (el “camino español”) por los que podían desplazarse hombres, munición y dinero desde Milán a Bruselas y viceversa. En caso de estallar una guerra con los Habsburgo, la seguridad de Francia dependía de la ruptura de esa red de comunicaciones a su paso por territorios aliados de España: Saboya y Lorena. Ese interés estratégico motivó la intervención francesa en la sucesión al marquesado de Saluzzo (1600 – 1601), enclave alpino rodeado por las tierras del duque de Saboya. Por la paz de Lyon (1601) Francia se anexionó los territorios de Bresse, Bugey y Gex, pertenecientes a Saboya, mientras que ésta conservó una estrecha franja, el valle de Chezery, que permitía el paso de tropas y dinero español de Lombardía al Franco Condado. En esta ocasión la movilización francesa quedó frustrada por el asesinato de Enrique IV; la etapa de la regencia (1610 – 1614) propició un acercamiento a España, ratificado con el doble matrimonio del futuro Felipe IV con Isabel de Borbón, hermana de Luis XIII, y de la infanta Ana de Austria con el monarca francés (tratado secreto de Madrid, 1612). La política exterior holandesa se mantuvo extraordinariamente activa en el período que nos ocupa. Por un lado desarrolló una continua obstrucción del tráfico ultramarino hispano – portugués. Por otro, su diplomacia trabó alianzas con todos los enemigos potenciales de España. Mediante tratados con el jerife de Marruecos (1608), con el sultán otomano (1611) y con Argel se convirtieron en los más importantes aliados de los gobernantes islámicos en oposición a las potencias ibéricas. Sus acuerdos con el Palatinado (1604), Brande[m]burgo (1605), la Unión Protestante alemana (1613), Suecia (1614) y las ciudades hanseáticas (1616), y el intercambio de embajadores con Francia e Inglaterra (1609) y con Venecia (1615) prolongaban el enfrentamiento hispano – holandés, tras cesar la guerra abierta, allí donde se produjera una crisis internacional. En la lógica de tales alineamientos se inscribe la participación de las Provincias Unidas en la segunda crisis por la sucesión de Cleveris – Jülich (1614) y la intervención en asuntos italianos: sucesión de Mantua – Monferrato (1612) y guerra de los uskoks (1615). En este último caso, los conflictos mencionados ponían en riesgo un importante enclave español, el ducado de Milán, que se convirtió en el punto de mayor peligro en el período 1614 – 1618. Milán estaba situado entre dos potencias de importancia secundaria (Venecia y Saboya), tras las que se perfilaban las Provincias Unidas, Francia y los estados protestantes de Renania. La postura antiespañola adoptada por Saboya tras la firma del tratado de Buzzolo con Francia en 1610, se manifestó al estallar el problema de la sucesión mantuana. Reclamada por Saboya en contra de la opinión de España –que defendía la reversión del feudo imperial a los Habsburgo— la sucesión de Mantua dio lugar a una breve guerra que finalizó con la paz de Asti (1615). Aunque se restauró el status quo ante bellum, Saboya había desafiado el poder español y había sobrevivido. Simultáneamente estallaron las hostilidades entre Venecia y el archiduque Fernando de Estiria a causa de los daños infligidos al comercio veneciano por los uskoks, refugiados cristianos de origen balcánico bajo la protección de los Habsburgo. El alineamiento de Saboya, Holanda e Inglaterra en favor de Venecia y contra Fernando de Estiria, apoyado por España tras la invasión veneciana de la Austria Interior, a punto estuvo de hacer estallar un conflicto general. La paz de Wiener Neustad (1618) lo evitó; pero a raíz de estos acontecimientos, en el Javier Díez Llamazares 9 HISTORIA MODERNA UNIVERSAL TEMA 19 Adriático y en la frontera alpina se había consolidado una línea de cooperación entre las dos ramas de la Casa de Austria, de profundas consecuencias en el futuro. Ese logro, fraguado en las cancillerías de Praga y Viena, así como los alcanzados en Londres, París o Venecia, fueron la obra de políticos como Oñate, Zúñiga, Gondomar, Cárdenas y Bedmar. Las negociaciones en que intervinieron desde sus respectivas embajadas cambiaron sustancialmente el equilibrio político europeo a favor de España. La confrontación últimamente señalada marcó también la emergencia de tensiones en el este de Europa, donde estalló la guerra austro – turca en 1593. En principio ni el emperador Rodolfo II ni el sultán otomano deseaban reanudar las hostilidades, y el tratado de 1547 fue renovado en 1590 para preservar la paz en Hungría. La frontera austro – turca, que oscilaba en torno a ciudades fortificadas, era fácil de violar; suministraba un medio de vida a los uskoks [o uscoques] y fue el desencadenante del conflicto en los Balcanes. La ofensiva antiturca lanzada por Rodolfo II con apoyo del Papado y los principados semiautónomos de Moldavia, Valaquia y Transilvania fue contestada por Mehmet III (1595 – 1603), con un avance sobre Hungría que se saldó con la victoria otomana en Mezo (1596). Tres años después, la ruptura de la alianza entre los principados balcánicos provocó una reacción en cadena en la Europa sudoriental que implicó a Polonia en las veleidades de estas demarcaciones. El resultado final fue un nuevo sometimiento de los principados al poder otomano y la instalación en ellos de gobernantes favorables a Estambul desde comienzos del XVII. Esta confrontación debilitó, no obstante, las posiciones de Turquía frente a Persia que logró reconquistar la región del Cáucaso (1603 – 1605) y hacer retroceder la frontera otomana hasta Anatolia. Mientras tanto en el Imperio la guerra turca abrió la crisis entre Rodolfo II y sus súbditos. Los protestantes instrumentalizaron las necesidades económicas del Emperador en la coyuntura bélica para consolidar sus posiciones políticas y religiosas. El fracaso calvinista en este intento fue paralelo al incremento de la fuerza de los príncipes católicos. Estos pasaron a controlar las instituciones imperiales, pudieron defender constitucionalmente sus intereses y provocaron, de rechazo, la emergencia de un extraconstitucionalismo protestante de notables consecuencias. La primera manifestación de estas tensiones fue la formación de dos alianzas confesionales dentro del Imperio. Integraban la Unión Evangélica (1608) 9 príncipes y 17 ciudades imperiales, dirigidos por el elector palatino, Federico V, y comandados militarmente por Cristián de Anhalt. La Liga Católica se constituyó en 1609, auspiciada por Maximiliano [I] de Baviera y bajo el mando militar del barón de Tilly. Felipe III se erigió en su protector, en tanto que Inglaterra sellaba su alianza con la Unión en 1612 y Holanda lo hacía en 1613. En estos dos últimos casos los pactos se reforzaban con lazos familiares, dado que Federico V del Palatinado, sobrino de Mauricio de Nassau, pasó a ser yerno de Jacobo I en 1613. En el norte de Europa los problemas internos de la casa Vasa y la geopolítica de su imperio se erigieron en factores de inestabilidad internacional. Cuando Segismundo [III] Vasa, elegido rey de Polonia en 1587, accedió al trono sueco (1592) quedó constituido un formidable imperio que se extendía desde el Ártico hasta el mar Negro. La deposición de Segismundo III y el acceso de su tío Carlos IX convirtió a los dos estados en rivales en la lucha por las tierras bálticas de la orden teutónica, disputadas desde hacía más de medio siglo entre Polonia, Rusia y Suecia. A comienzos del XVII la guerra de Livonia se resolvió a favor de Polonia; resucitada en los años veinte, la cuestión se zanjaría de manera positiva para Suecia. Antes de llegar a ello, Suecia tuvo que dirimir sus diferencias con Dinamarca. El constante bloqueo de Riga, en el Báltico, a consecuencia de las campañas suecas en Livonia, y la competencia entablada por los suecos con los colonos y funcionarios daneses en la margen ártica de Escandinavia, motivaron la declaración de guerra de Cristián IV a Suecia en 1611. Al coincidir con la muerte de Carlos IX, correspondió a Axel Oxenstierna afrontar la coyuntura durante la minoría del heredero sueco, Gustavo [II] Adolfo. La paz de Knared (1613) obligó a Suecia a abandonar, de momento, sus pretensiones en el Báltico y Laponia, mientras que la amenaza persistente de Segismundo [III] Vasa –que pretendía recuperar el trono sueco desde Polonia— propició su acercamiento a las Provincias Unidas (1614), la Unión Evangélica (1615) y Dinamarca (1619). El vacío de poder creado en Moscovia por la extinción de la dinastía Rurik y hasta el ascenso de los Romanov añadió un nuevo motivo en las tensiones sueco – polacas. Javier Díez Llamazares 10 HISTORIA MODERNA UNIVERSAL TEMA 19 A medida que la centuria cumplía su segunda década el escenario se iba completando para la inauguración del conflicto generalizado. En especial, la crecida tensión política podía desembocar en guerra abierta en cuatro zonas: Países Bajos, donde la tregua hispano – holandesa expiraba en 1621; el Imperio, por la presencia de dos ligas confesionales y el enfrentamiento entre los estados protestantes y el Emperador católico; en el Báltico la división religiosa, reforzada por rivalidades dinásticas, enfrentaba a Suecia y Polonia; finalmente, la rivalidad entre Francia y los Habsburgo convertía zonas estratégicas (Lorena, Saboya, cantones suizos y ducados independientes del norte de Italia) en focos potenciales de conflicto. (FLORISTÁN, 373 – 379) 1. La “Pax Hispanica”, 1598 – 1618 1.1. La Europa de los pacificadores: la balanza de las potencias Las guerras libradas durante los últimos veinte años del reinado de Felipe II habían generado un importante desgaste militar, humano y financiero. Sus consecuencias no sólo afectaban a la Monarquía Hispánica, sino también a las demás potencias beligerantes, que deseaban abrir un período de restauración y estabilidad, bien alcanzando acuerdos de paz satisfactorios y duraderos o firmando treguas largas que permitiesen aliviar el esfuerzo bélico continuado sin necesidad de hacer importantes concesiones para reemprender después las hostilidades en una situación más ventajosa. Estas guerras septentrionales simultáneas con Francia, Inglaterra y las Provincias Rebeldes de los Países Bajos propiciaron una corriente de opinión contraria cada vez más influyente en España a raíz de la crisis de subsistencia y epidemias que afectó a la península Ibérica a fines del s. XVI, pues parecían conflictos alejados de sus prioridades defensivas que eran costeados, en gran parte, con los recursos fiscales castellanos. El propósito fundamental que debía guiar la política exterior del joven Felipe III era la conservación y defensa de la Monarquía procurando retrasar con una activa política de pacificación y quietud el vertiginoso envejecimiento (entiéndase decadencia) al que ésta se hallaba abocada. […] La complejidad de la situación internacional y el estado de las finanzas reales imponían la selección de un orden de prioridades, pese a la simultaneidad y urgencia de los conflictos heredados. Por ello, se trató de diseñar una política exterior que actuase en todos ellos, aunque procurando emplear los medios más convenientes para alcanzar una pronta solución mediante una pragmática política de efectos […]. Esta balanza de las potencias, a la que se refieren los contemporáneos, era el principal objetivo de la diplomacia vaticana[, que había contribuido decisivamente a los acuerdos hispano – franceses de la Paz de Vervins (1598)]. La corona española concentró su iniciativa en empresas concretas y sucesivas. Fomentó formas de hostigamiento más rentables y menos costosas sobre la estructura económica de sus enemigos […]. Cuando no se lograba acometer una empresa militar en un determinado frente se procuraba emplear estos efectivos en otras acciones de prestigio alternativas, el coste que implicaba su mantenimiento era demasiado elevado para desperdiciarlo en tareas meramente defensivas […]. […] 1.2. Desafíos a la quietud de Italia y crisis de la política de paz (1601 – 1617) […] Entre 1605 y 1607, la hegemonía española en Italia tuvo que hacer frente al conflicto jurisdiccional declarado entre el papa Paulo V y la república de Venecia. La alianza recién acordada por ésta con Francia y los cantones protestantes suizos de grisones podía representar una de las más serias amenazas para este “orden español” de la Península