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HISTORIA MODERNA
UNIVERSAL
TEMARIO
Primer parcial
Javier Díez Llamazares
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMARIO – PRIMER PARCIAL
Temario – Primer parcial
I. Las bases de la Modernidad
1. Los descubrimientos geográficos
1.1. Motivaciones, conocimientos geográficos y capacidades técnicas
1.2. Las primeras expediciones europeas. El protagonismo de Portugal
1.3. Castilla, Colón y el descubrimiento de América
1.4. Vasco de Gama y la llegada a la India
1.5. Otros viajes de españoles y europeos
1.6. Consecuencias materiales y culturales de los descubrimientos
2. La expansión demográfica, el auge del mundo urbano. La sociedad
2.1. Características de la demografía “antigua”. Los factores demográficos
2.2. Las fuentes y el problema de las cifras
2.3. Reparto de la población europea
2.4. Las ciudades
2.5. La sociedad estamental y los grupos emergentes
2.6. Los conflictos sociales
3. Las transformaciones económicas de un mundo “ampliado”
3.1. La economía de subsistencia y la incidencia del primitivo capitalismo
3.2. El régimen señorial
3.3. La expansión agrícola y ganadera
3.4. Las manufacturas y su incremento
3.5. Comercio, moneda, crédito y finanzas. ¿Hubo una revolución de los precios?
3.6. Fases y coyunturas económicas
4. El Estado Moderno
4.1. Los debates sobre el Estado y el concepto de Estado Moderno
4.2. La crisis de los poderes “universales”
4.3. Bases, características e instrumentos de las nuevas monarquías
4.4. Resistencias y límites del poder real; los poderes inmediatos
4.5. Éxitos y fracasos. Tipos de estados
4.6. El pensamiento político de la primera Edad Moderna
5. La civilización del Renacimiento
5.1. Cultura de elites y cultura popular. El peso del analfabetismo
5.2. La enseñanza y las universidades. La fuerza de la escolástica
5.3. Los conceptos de Renacimiento y Humanismo. Características y factores de difusión
5.4. Italia y otras realidades europeas
5.5. Límites y disgregación del Renacimiento
5.6. Ciencia y técnica en los siglos XV y XVI
6. La ruptura de la Cristiandad
6.1. La vida en un mundo sacralizado
6.2. Crisis de la religiosidad medieval y primeras tentativas reformistas
6.3. Lutero y otros reformadores protestantes
6.4. La segunda generación de reformadores. Calvino
6.5. La reforma católica. El concilio de Trento
6.6. La nueva geografía religiosa. La Europa confesional
II. Poderes y conflictos (segunda mitad del siglo XV y siglo XVI)
7. Los orígenes de la política internacional en la Edad Moderna: expansión turca y primera
fase de las guerras de Italia (1494 – 1515)
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMARIO – PRIMER PARCIAL
7.1. La situación internacional a mediados del siglo XV
7.2. Italia a comienzos de los tiempos modernos
7.3. El imperio turco. Orígenes y fases de su expansión
7.4. Factores determinantes de las guerras de Italia
7.5. Protagonistas y fases de la pugna por Italia
7.6. Las transformaciones militares en los comienzos de la modernidad
8. La hegemonía de España y el orden europeo (1492 – 1598)
8.1. Los Reyes Católicos y el comienzo de la hegemonía hispana. Reconquista peninsular y
expansión mediterránea
8.2. El imperio de Carlos V. Herencias y componentes territoriales
8.3. Enemigos y guerras: Francia, turcos y protestantes
8.4. La época de Felipe II. Nuevos enemigos y conflictos
8.5. La rebelión de los Países Bajos
8.6. El mundo báltico: el fin de la unión de Kalmar y la lucha por la hegemonía
9. La monarquía francesa. Las guerras de Religión
9.1. La Francia de mediados del siglo XV
9.2. Las primeras reformas: Luis XI, Carlos VIII y Luis XII
9.3. La consolidación del poder real en la primera mitad del siglo XVI: Francisco I y Enrique II
9.4. Las guerras de Religión: causas
9.5. Las guerras de Religión: fases y desarrollo
9.6. El fin de la guerra y el edicto de Nantes (1598)
10. Inglaterra. Centralización política y Reforma
10.1. La guerra de las dos Rosas (1455 – 1485)
10.2. Las reformas de Enrique VII (1485 – 1509)
10.3. Enrique VIII y la ruptura con Roma
10.4. Eduardo VI y María Tudor
10.5. El reinado de Isabel I (1558 – 1603)
10.6. Economía y sociedad en la Inglaterra de la primera Edad Moderna
11. Otros estados europeos
[11.0. Introducción]
11.1. El Portugal de los Avís
11.2. Los estados de Italia
11.3. El Imperio, Austria, Hungría y Bohemia
11.4. El Báltico: Dinamarca y Suecia
11.5. El engrandecimiento de Polonia con los Jagellón (1444 – 1572)
11.6. La formación de Rusia
12. Los grandes estados de Asia
12.1. El imperio turco. Organización y características
12.2. La Persia safávida del siglo XVI
12.3. El imperio del Gran Mogol en India
12.4. La China Ming. Auge y decadencia
12.5. El Japón Sengoku (1467 – 1568) y los primeros unificadores (Oda Nobunaga y Toyotomi
Hideyoshi)
12.6. La presencia de los europeos en Asia
III. El siglo XVII. Recesión y contrastes
13. La crisis y sus manifestaciones. El auge de las economías del Norte
13.1. El concepto de crisis del siglo XVII y los debates sobre ella
13.2. Las diferencias en la evolución demográfica. Las grandes epidemias
13.3. La sociedad. La reacción de los privilegiados
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TEMARIO – PRIMER PARCIAL
13.4. Crisis y conflictos sociales
13.5. Economías en recesión y matizaciones regionales
13.6. El auge económico de Holanda e Inglaterra
14. El mercantilismo
14.1. Concepto y características
14.2. Teorías mercantilistas
14.3. Tipos de mercantilismo
14.4. Las guerras mercantiles
14.5. Comercio y circuitos de intercambio en el siglo XVII
14.6. Crédito, finanzas e instrumentos del capitalismo comercial
15. Las colonizaciones europeas (siglos XVI y XVII)
15.1. El mundo hispano
15.2. El imperio portugués
15.3. Contrabando y corso
15.4. Las colonizaciones de Francia e Inglaterra
15.5. La expansión holandesa. Las compañías comerciales
15.6. Comercio triangular y auge de la trata de esclavos
16. La cultura del Barroco
16.1. Los conceptos de Barroco y Clasicismo
16.2. Características de la cultura barroca
16.3. Diversos modelos europeos. Manifestaciones artísticas y literarias
16.4. El racionalismo
16.5. El clasicismo de la época de Luis XIV
16.6. La crisis de la conciencia europea
17. La revolución científica
[17.0. El concepto de Ciencia]
17.1. Los conocimientos heredados en astronomía, física y medicina
17.2. El anquilosamiento universitario y los centros de la renovación científica
17.3. La nueva física: Kepler y Galileo
17.4. El método científico. La experimentación, la matematización de la naturaleza
17.5. Avances en distintos campos del saber
17.6. La consolidación de la Revolución científica: Newton
18. La expansión de las Reformas
[18.0. La religiosidad en la Europa del siglo XVII]
18.1. La lenta aplicación de las decisiones tridentinas
18.2. Tensiones Iglesia – Estado
18.3. Enfrentamientos doctrinales en el mundo católico y querellas sobre la gracia. El misticismo
18.4. El impulso misionero de la Contrarreforma. La evangelización del mundo extraeuropeo
18.5. La división del protestantismo. El pietismo
18.6. Las querellas religiosas en el seno del calvinismo
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 1
Tema 1: Los descubrimientos geográficos
0.0. Sumario
1.1. Motivaciones, conocimientos geográficos y capacidades técnicas
1.2. Las primeras expediciones europeas. El protagonismo de Portugal
1.3. Castilla, Colón y el descubrimiento de América
1.4. Vasco de Gama y la llegada a la India
1.5. Otros viajes de españoles y europeos
1.6. Consecuencias materiales y culturales de los descubrimientos
0.1. Bibliografía
BENNASSAR: Historia Moderna, Tres Cantos, Ediciones Akal, 2005, p. 22 – 27 (Bennassar –
Jacquart) y 40 – 41 (Bennassar – Jacquart).
FLORISTÁN: Historia Moderna Universal, Barcelona, Editorial Ariel, 2002, p. 29 – 49
(Armillas) y 53 (Armillas).
0.2. Lecturas recomendadas
FLORISTÁN: Historia Moderna Universal, Barcelona, Editorial Ariel, 2002, capítulo 1
(Armillas).
RIBOT: Historia del Mundo Moderno, Madrid, Editorial ACTAS, 2006, p. 183 – 186 (Franch).
1.1. Motivaciones, conocimientos geográficos y capacidades técnicas
(FLORISTÁN, 29 – 30)
1. Introducción
La apertura del mundo con la quiebra de los viejos horizontes que limitaban el espacio de la
vieja Europa representaría una de las manifestaciones más sintomáticas de la superación de la
llamada “crisis bajomedieval”. La sucesión de movimientos expansivos que caracterizarían al s.
XV y que, por razones de diversa índole, sólo fructificarían en las monarquías ibéricas sentarían
las bases de lo que conocemos como “economía – mundo”, fenómeno esencialmente capitalista,
categorizado como uno de los elementos que acelerarían en la llamada Edad Moderna el ritmo
del proceso histórico. Que la expansión atlántica sólo podían protagonizarla los países
marítimos del suroeste de Europa, es una evidencia avalada por la acumulación de
conocimientos cosmográficos, el desarrollo de las artes cartográficas y la notable evolución de
conocimientos técnicos en el arte de marear, entre los que el descubrimiento de la carabela
representaría un avance sustancial en el dominio de la navegación a vela que llevaría a los
nautas de su tiempo a abrir nuevas rutas oceánicas.
Es claro que cuando hablamos de navegación oceánica excluimos las ya antiguas relaciones
mercantiles entre los mediterráneos europeos –el latino, el Mar del Norte y el Báltico— para
referirnos a la expansión atlántica propiamente dicha, a la búsqueda de otras rutas y nuevos
horizontes que ampliarían a dimensiones mundiales los marcos tradicionales y que tendrían en
los reinos de Portugal y Castilla sus principales agentes talasocráticos. Ya desde fines del s.
XIII, el reto de afrontar rutas meridionales hacia África había suscitado no pocos esfuerzos e
intereses, siendo agentes genoveses los primeros en asumirlos. Tal es el caso de los hermanos
Vivaldi, de quienes no queda más testimonio que su destino siguiendo la costa africana antes de
desaparecer en la empresa. En la segunda década de la centuria siguiente, otro navegante
genovés, Lacelloto o Lanzarotto Maloccello, descubría para los intereses de la Corona
portuguesa, el archipiélago canario, tan minuciosamente descrito en las fuentes clásicas. La
presencia de una importante colonia genovesa en Portugal explica las exploraciones marítimas
protagonizadas por navegantes genoveses al servicio de la Corona lusitana, hasta el punto de
que M. Pessagno, investido por el monarca portugués don Dionis [I] (1278 – 1325) con el
título de almirante, sería el primer eslabón de una dilatada dinastía de almirantes al servicio de
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los monarcas portugueses que aportaron una nutrida relación de pilotos y tripulantes italianos a
viajes atlánticos que alcanzaron los archipiélagos de las islas de la Madera y las de los Azores.
La expansión atlántica iniciaba el cambio de ritmo del progreso histórico.
(BENNASSAR, 22 – 25)
Las motivaciones
Es muy clásico el hecho de plantear el problema de las “causas” de los grandes
descubrimientos. Lo importante es encontrar las motivaciones del pequeño grupo de hombres –
algunos príncipes clarividentes o idealistas, un puñado de negociantes y armadores italianos,
sevillanos y portugueses, y de osados marinos y aventureros— que tomaron las iniciativas
decisivas y tuvieron la perseverancia necesaria para conseguir el éxito.
a)
Las motivaciones económicas son primordiales. En la atmósfera de dinamismo que
impregna todo este período, se buscan naturalmente nuevos campos de acción y
nuevas fuentes de beneficios: aumenta el deseo de llegar directamente a los orígenes
del oro africano y de las especias orientales. El problema del oro, necesario para los
intercambios, es, sin duda, el más importante. Desde la Antigüedad, el mundo
occidental, en su comercio con Oriente, cercano o lejano, tenía un balance deficitario,
pues el continente era pobre en metales preciosos, especialmente en oro. La
aceleración de la explotación de las minas de plata de Europa central no era suficiente.
Sin duda, el tráfico de las ciudades italianas y catalanas con el norte de África
musulmán les permitía acceder a una parte del oro traído del Sudán por las caravanas.
Pero las cantidades eran limitadas, y surgió, naturalmente, la idea de ir a buscar el
metal precioso a sus lugares de origen.
La misma idea y el mismo deseo se produjo en lo referente a los productos preciosos y
variados que los marinos europeos, especialmente los venecianos, iban a buscar a los
puertos de Levante (Alejandría, Antioquía, Esmirna), a donde aquellos llegaban a
través de una de las grandes rutas asiáticas (ruta caravanera del Turkestán o de la
llanura de Irán, rutas meridionales del Golfo Pérsico o del Mar Rojo). La instauración
en el s. XV de un poderoso imperio turco, conquistador y agresivo, impulsó a
encontrar un contacto más fácil con las Indias para obtener las telas preciosas, los
perfumes, el azúcar y, sobre todo, las célebres especias. A todo esto se añadía, por
parte de muchos mercaderes europeos, el deseo de desbaratar el casi – monopolio de la
Serenísima República para aprovecharse de los beneficios.
Sin duda hay que hacer también referencia a la necesidad de esclavos de las penínsulas
italiana e ibérica, ya que en estos países subsistía la servidumbre de los prisioneros
infieles.
b)
Las motivaciones políticas pueden dar razón del excepcional papel desempeñado por
el pequeño reino de Portugal y por la España de los Reyes Católicos. En ambos casos,
se trata de Estados que se habían constituido en lucha contra los reinos islámicos y que
conocían la amenaza que podrían representar para su existencia los grandes Estados
musulmanes de África y, más allá, el imperio turco en expansión. En ambos casos, las
poblaciones y los medios dirigentes respondían a la vocación mitad religiosa, mitad
militar, de la Cruzada. En ambos casos también, el fin de la Reconquista proporcionó
al país ambiciones y medios nuevos, mientras que los soberanos, al reforzar su
autoridad en el estado, podían desear la gloria victoriosa. Aquí el papel de los hombres
es determinante:
ƒ En Portugal, más que los soberanos de la casa de Avís, hay que subrayar la
influencia excepcional del príncipe Enrique el Navegante (1394 – 1460).
Príncipe del Algarve, la parte más adelantada de la península, reunió a su
alrededor, en el cabo San Vicente, a navegantes, astrónomos y matemáticos, con
vistas a la gran empresa nacional. Con continuidad, pero pasando también poco
a poco de la simple cruzada marroquí al proyecto africano, dio impulso a
sucesivos viajes y arrastró al reticente soberano.
ƒ En el vecino reino de Castilla, la entrada en escena del Estado es más tardía. Hay
que esperar la toma de Granada, último bastión musulmán en Iberia, y la
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c)
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intervención de Colón, que supo ganarse a la reina Isabel [I (1474 – 1504)]. Los
primeros éxitos harán el resto.
A través de estas tomas de posición se pone de manifiesto el deseo de alejar a la
potencia musulmana, e incluso rodearla, para entrar en contacto con los países que se
podrían ver también amenazados por ella. Las tradiciones medievales sobre el reino
del Preste Juan, sobre los Estados de Asia oriental y sobre Persia autorizaban el
grandioso sueño de una ofensiva común tomando como blanco el mundo islámico.
Así se presentan, tan vinculados a la política como lo está la Iglesia a la vida de esta
época, las motivaciones religiosas. Al deseo de hacer retroceder al Islam, sensible en
toda la cristiandad y especialmente en los países de Reconquista, se ha añadido al de
ganar nuevas tierras para la verdadera fe y el de alcanzar los hogares del cristianismo
en la India y en África oriental, cuyo recuerdo había conservado la tradición y los
relatos de los viajeros.
Por último, las motivaciones psicológicas, las de los sabios y los humanistas,
deseosos de verificar la veracidad de los textos antiguos sacados a la luz por esta
época, de experimentar los métodos de la joven ciencia matemática y astronómica
cultivada en Sagres y Nuremberg. Las de los hombres de acción, aventureros tentados
por la novedad, el peligro, la esperanza de fortuna.
Los medios técnicos
Los instrumentos del descubrimiento, a pesar de los perfeccionamientos nacidos de la
experiencia, seguían siendo rudimentarios y suponían, por parte de quienes se servían de ellos,
una osadía y un valor rayanos en la inconsciencia. Pero los resultados obtenidos en los últimos
años del s. XV les dan la razón.
a) El navío. Desde las primeras salidas de los marineros italianos al Atlántico, a finales del
s. XIII, las galeras, demasiado bajas en el agua, habían mostrado sus inconvenientes
frente al oleaje oceánico, aunque se las proveyera de velamen. En el Atlántico, el
instrumento de tráfico era el navío, tal y como lo habían puesto a punto los marinos de
Vizcaya y Bretaña, con su alta borda, sus formas redondeadas, su velamen complejo
(dos o tres mástiles) y su gobernalle de codaste (adoptado desde el s. XIII). Pero el
navío era pesado y lento. La exploración es tarea de la carabela, cuyos primeros
ejemplares, derivados de un modelo portugués, aparecieron hacia 1440. Navío alargado
[…], cuya proa afilada hendía las olas, dotado de un velamen importante que unía la
vela latina, maniobrera, con las velas cuadradas motrices; de pequeño tamaño (de 130 a
150 toneladas, generalmente), pero suficiente para llevar una tripulación, algunos
soldados y víveres para un largo período en alta mar. Concebida de este modo, la
carabela alcanzaba, con vientos de popa, velocidades muy notables. En el caso de
algunas expediciones lejanas, era escoltada por navíos abastecedores que quedaban
atrás.
b) La navegación planteó otros problemas. Desde hacía mucho tiempo los navegantes
podían dirigir la nave mediante el manejo de las velas y el uso del gobernalle de
codaste. Pero tenían que saber en qué dirección iban y si se mantenía el rumbo, sobre
todo cuando se alejaban de las costas.
La brújula fija, derivada de la simple aguja imantada, apareció en el s. XIII. Con su
rosa de los vientos, permitía orientarse convenientemente. Pero había que tener en
cuenta la declinación, variable según los lugares. Las correcciones fueron facilitadas por
tablas, perfeccionadas poco a poco gracias al trabajo de los astrónomos y a las
observaciones de los marinos. La derrota, para los circuitos tradicionales, era dada por
las cartas de marear, mapas ya muy precisos, en los que una red de líneas que unían los
puertos indicaban los rumbos a observar para ir de un punto a otro. Los sabios
agrupados alrededor del príncipe Enrique añadieron rápidamente los resultados de los
descubrimientos portugueses a los documentos elaborados por los cartógrafos
genoveses y catalanes.
La determinación de la posición de la nave en el océano no era menos importante. Se
navegaba por estima, en función de la velocidad, calculada empíricamente, y de los
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rumbos seguidos. Pero había que trasladar estos elementos a un mapa, teniendo en
cuenta la redondez de la tierra. La cómoda proyección de Mercator no sería inventada
hasta 1570. De ahí los errores, a veces considerables, y a veces fatales, para las
tripulaciones. La navegación astronómica estaba en la infancia, a falta de una
apreciación segura de la longitud y la latitud. En el caso de la primera, habría que
esperar hasta finales del s. XVIII. La segunda se podía obtener convenientemente por el
uso del astrolabio. En el caso de una navegación casi meridiana, como la de los
portugueses a lo largo de las costas africanas, los resultados fueron notables. Por el
contrario, Colón y sus sucesores tuvieron que fiarse más de su intuición y de sus
experiencias.
1.2. Las primeras expediciones europeas. El protagonismo de Portugal
(FLORISTÁN, 30 – 32)
2. El horizonte africano
Las empresas africanas de Portugal vendrían exigidas por la carencia de oro que afectaba a
los negocios de los mercaderes y determinaba devaluaciones monetarias que desvalorizaban las
rentas fijas sobre la tierra, única fuente económica de la nobleza. A su vez, la insuficiencia
monetaria y el aumento demográfico obligaban a incrementar las tierras cultivables con las que
satisfacer la demanda cerealista en el inmediato continente africano, en el que se podía obtener,
además, la mano de obra esclava que necesitaban las explotaciones azucareras en Portugal y en
sus islas atlánticas. El incremento de los recursos pesqueros y la obtención de cueros,
colorantes, laca y productos más o menos exóticos entre los que –al menos en principio— no
figuraban las especias, eran motivos más que razonables para explicar tales empresas. Y en el
horizonte más remoto estaba la India, el presumible país especiero, según tantos informantes,
cuyo acceso exigía el conocimiento previo del litoral africano, continente que se interponía a
aquel destino.
Una manifestación elocuente de la importancia que la Corona y los mercaderes lusitanos
daban al destino africano de sus inversiones la encontramos en la figura del infante Enrique el
Navegante (1394 – 1460), verdadero organizador, y en buena parte inspirador de los grandes
descubrimientos lusitanos del s. XV, y en sus obras como creador en Sagres de un centro
náutico polivalente, esto es, arsenal, observatorio, taller cartográfico, escuela náutica, colegio de
mercaderes, etc.
El punto de partida de las empresas africanas de la Corona lusitana dirigidas desde Lagos,
puerto de salida de las primeras expediciones, puede fijarse en la conquista de Ceuta (1415),
victoria que aseguraba la presencia lusitana en el Magreb, incrementaba las tierras para uso
agrícola y permitía el acceso a los mercados áureos del norte de África, abastecedores del
preciado metal amarillo tras recorrer los circuitos caravaneros que atravesaban el desierto del
Sahara. Era obvio que el dominio de las plazas del septentrión occidental magrebí representaba
el mejor acceso al oro del Sudán (identificación genérica del África negra) para acometer con él
nuevas empresas expansivas.
Hasta alcanzar el Cabo Bojador en 1434 –punto en el que las corrientes contrarias impedían
seguir el litoral africano—, las expediciones lusitanas investidas con el espíritu de cruzada
recuperaban los viajes hacia los archipiélagos atlánticos. Tras instalarse con carácter definitivo
en Porto Santo, en la isla de la Madera, en 1420, no podrían evitar la competencia de los
castellanos que habían ganado posiciones en las Canarias durante los pasados conflictos con
Portugal, pero les permitió el redescubrimiento de las islas de los Azores en 1427.
El progreso por la costa africana exigía abandonar el litoral, adentrarse en el Océano, para
girar de nuevo hacia el Este, efectuando lo que los nautas de su tiempo identificaron como “la
Volta”, que les permitiría acceder a los confines del golfo de Guinea. El conocimiento de la
zona a la que llamaron Río de Oro (1436), seguida del descubrimiento del Cabo Blanco (1441),
Arguín (1443), la desembocadura del río Senegal o la Tierra de los Negros (1444) y Cabo Verde
(1444), culminaría la segunda etapa de la expansión africana, en la que el hito más notable sería
la instalación de la factoría de Arguín, al sur de Cabo Blanco, cerca de donde hoy se levanta la
ciudad mauritana de Nouadhibou. Tal enclave estratégico permitía a los portugueses entrar en
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contacto con los círculos caravaneros que los relacionarían con Tombuctú, en el curso del alto
Níger (centro islámico y núcleo mercantil al que confluían las caravanas que, atravesando el
desierto en todas direcciones, distribuían oro, esclavos, sal y otras mercaderías). El intercambio
de esclavos, polvo de oro y especias africanas con cereal, sal, caballos y tejidos exigiría una
comunicación permanente con Tombuctú y otras ciudades de la cuenca del Níger.
La tercera etapa llevaría la expansión africana desde Cabo Verde (1444) hasta el cabo de
Santa Catalina (1475), al sur del Cabo López, en el Gabón actual. A lo largo de más de treinta
años, en un proceso irregular y complejo, los nautas portugueses doblaron Cabo Verde y Cabo
Rojo hasta acceder, por el cauce del río Gambia, al mercado aurífero de Kantora, intermedio
entre su producción y el gran emporio mercantil de Tombuctú. En el mismo año se alcanzaría la
desembocadura del río Geba, que divide en dos mitades el territorio de Guinea – Bissau, y el
archipiélago costero de los Bijagos. Una nueva detención distanciaría el Geba de la costa de
Sierra Leona, descubierta por Pedro de Sintra en 1460, cuando agonizaba en el cabo San
Vicente el infante don Enrique el Navegante. Diez años después, tras una paralización de las
empresas lusitanas, los portugueses llegaron a la Costa de Oro (Ghana) donde, explorando el
río San João, efectuaron el primer rescate de oro. Allí se levantaría, algunos años más tarde, la
fortaleza de La Mina, emporio mercantil del oro que afluía de todo su entorno. La exploración
continuaría unos mil kilómetros hacia el este, hasta alcanzar el cabo Formoso, en el extremo
oeste de la desembocadura del río Níger, para cambiar de rumbo, hacia el sur, y descubrir las
islas de Santo Tomé (1471), Anno Bom (1472) y San Antonio o del Príncipe. Regresados al
delta del Níger, al año siguiente prosiguió la ruta costera, descubriéndose la isla de Fernando
Poo –nombre del nauta— y alcanzando de nuevo el ecuador en la costa gabonesa en la
expedición de los años 1473 – 1474, que culminaría al año siguiente cuando Rui Sequeiros
alcanzaba el cabo de Santa Catalina.
La culminación del horizonte africano habría de esperar la conclusión del enfrentamiento
bélico entre Castilla y Portugal a propósito de la Guerra de Sucesión a la Corona de Castilla,
que exigió la erección de la fortaleza de La Mina y la protección de la producción áurea del
corso castellano. Sólo tras la conclusión del Tratado de Alcaçobas (1479), su confirmación en
la bula Aeterni Regis y la muerte de Alfonso V de Portugal [(1438 – 1481)] (1481) se
reanudarían las expediciones que conducirían a los nautas lusitanos desde el cabo de Santa
Catalina (1482) al océano Índico (1499). Diogo Cao, tras la preceptiva escala en La Mina, entre
1482 y 1484, descendió hasta los 13º 25’ de latitud sur (aproximadamente Punta de Salinas). En
un segundo viaje, iniciado en 1485, Cao, siguiendo la misma ruta, encontró la desembocadura
del río Zaire y la importante entidad política del imperio congolés. Tras ir jalonando sus avances
hacia el extremo austral con “padraos” –cruces de piedra que atestiguaban la presencia
lusitana—, alcanzaría la Bahía de las Ballenas y llegó a la Punta de San Martín y lo que
andando el tiempo sería la Ciudad del Cabo, desde donde regresó a Lisboa, ignorando la
proximidad del finis terrae austral.
La expedición destinada a encontrar el paso hacia el oriente, saldría de Lisboa en 1487 al
mando de Bartolomé Dias. Cuatro meses después pasó hacia el este a la altura del que luego
llamaría Cabo Tormentoso. Y cuando en febrero del año siguiente pudo comprobar que la costa
iniciaba el ascenso hacia el noreste, regresó por la misma ruta, encontrando, al fin, el extremo
meridional de África. A fines de 1488, la noticia llegaba con Bartolomé Dias a la Corte lisboeta.
La ruta hacia la India parecía expedita, pero una nueva paralización de ocho años y medio
distanciaría el regreso de Bartolomé Dias de la expedición de Vasco de Gama, cuyo destino
sería ya la península indostánica. Lejos de toda improvisación, tan peligrosa en tan costosas
aventuras, se imponía ajustar cuantas informaciones habían aportado los nautas del periplo
africano, como las de los viajeros portugueses que habían ido hasta la India y regresado a Egipto
–tal es el caso de Alfonso de Paiva y Pero da Covilha—, cuyos informes sobre la navegación
por el océano Índico no llegaron a Lisboa hasta 1492.
3. Las Indias de Poniente
La competencia luso – castellana en el Magreb, el banco sahariano y las riquezas extraídas
por los portugueses de La Mina guineana determinarían la vocación atlántica de Castilla y el
dominio del archipiélago canario, al que aspiraban también los portugueses, y que desde
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comienzos del s. XV, distintas iniciativas privadas, mudanzas de propiedad y, en definitiva, la
decisión de los Reyes Católicos, acabarían incorporando las Islas Afortunadas a su Corona tras
un dilatado e irregular proceso de conquista y dominio de la islas menores y mayores, que se
consumaría con la sumisión de Tenerife (1495). En Canarias, los Reyes aplicaron el sistema de
capitulaciones de tanta tradición en Castilla y que continuaría utilizándose después en la
empresa de Indias. Los reinos de Gran Canaria y Tenerife y, con ellos, todo el archipiélago
canario, auténtico laboratorio institucional y administrativo de las Indias, fueron incorporados a
la Corona de Castilla.
[…]
(BENNASSAR, 25 – 26)
Las nuevas rutas oceánicas
Los genoveses y los catalanes fueron los primeros, hacia 1300, en lanzarse al océano más
allá de las Columnas de Hércules y de las rutas costeras. No fue mucho lo que obtuvieron de
ello, a no ser la introducción en el mundo europeo de las Canarias (1312, Malocello), las
Azores, redescubiertas después de 1420, y Madera (1341). Siguió el establecimiento de
castellanos y portugueses en estas islas, abandonadas a la colonización (banco de pruebas que
sería de valor extraordinario en el s. XVI) y al papel de escala en la ruta de Terranova y de las
pesquerías.
a)
El descubrimiento de las costas africanas fue, esencialmente, obra cuidadosa de los
portugueses (política del “secreto”, eliminación de eventuales rivales). Empezó en
1415 con la toma de Ceuta, donde se ilustró el príncipe Enrique el Navegante, que dio
el impulso necesario para la prosecución de la aventura.
De 1415 a 1437 el fin fue rodear el Marruecos infiel por el sur para conquistarlo.
Período de titubeos y de experiencias (es la época del establecimiento en Madera y en
las Azores). Cada año, los navíos hacían retroceder los límites de la exploración
costera. Se llegó a cabo Bojador en 1434. En 1437 el descalabro ante Tánger introdujo
un cambio de métodos y perspectivas.
De 1437 a 1444 se fue precisando el proyecto africano: se trataba de llegar al país del
oro. Los portugueses llegan a Río de Oro (1441), al islote de Arguín, que se convierte
en seguida en escala y factoría, y a Cabo Verde y sus islas. Mientras toma forma la
colonización de las Azores y la utilización de la carabela permite a los navegantes
alejarse de la costa al regreso, una bula del papa Nicolás V (1455) reserva a Portugal
las esperadas riquezas. Y la trata de negros se añade al tráfico del oro.
De 1455 a 1475 las cosas no van tan deprisa: el cambio hacia el este de la costa
africana, después de la exploración de Sierra Leona (1460), plantea nuevos problemas,
y la muerte del príncipe Enrique paraliza las empresas. Pero los portugueses llegan a
Costa de Oro en 1470, al delta del Níger en 1471 y al Gabón, más allá del ecuador, en
1475. Se precisan los relieves de la costa y se establecen las dimensiones del
continente. Por lo demás, se desarrolla el aspecto económico: tráfico de malagueta
(pimienta), del oro del Sudán, de marfil, de negros. La oficina de São Jorge de la
Mina, fundada en 1482, es el centro de este comercio.
Después de 1480, el proyecto indio gana prioridad: el fin, ahora, es encontrar la ruta
del este. Diego Cao alcanza y sobrepasa la desembocadura del Congo y costea Angola.
En 1486 se llega al trópico meridional. Finalmente, al mando de tres carabelas,
Bartolomé Díaz parte en el verano de 1487. Lleva a cabo una innovación, alejándose
de la costa más allá de Guinea (signo de los grandes progresos en el arte de navegación
y de la fiabilidad del material), pasa a lo largo del Cabo y toca en febrero las costas de
Natal, con la certidumbre de haber rodeado el continente.
b)
La unión con las Indias se preparaba cuidadosamente. Se aprovechan las
informaciones de Pedro de Covilha que llegó a Asia por la ruta terrestre y viajó de
Etiopía a Calcuta (1487 – 1490). Se vio retrasada por los resultados de la expedición
de Cristóbal Colón.
[…]
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 1
1.3. Castilla, Colón y el descubrimiento de América
(FLORISTÁN, 32 – 37, 38 – 39)
3.1. La gestación del proyecto colombino
Se acepta generalmente que Cristóbal Colón se estableció en Portugal hacia 1476, al calor
de la importante colonia genovesa, y que navegaba ya en barcos lusitanos y en viajes
comerciales hacia Inglaterra, Thule (Terranova o Islandia), Madera, Cádiz, Sevilla, Valencia y
Génova. Tres años después contrajo matrimonio con Felipa Moniz de Perestrello, de la colonia
genovesa, hija del capitán donatario de Porto Santo en la isla de la Madera, donde nacería su
hijo Diego. Y tras un nuevo viaje de negocios a Génova, regresó con un proyecto ya madurado
de hallar una ruta por Occidente que llevase hacia Oriente, que no ofrecía gran novedad para los
nautas de su tiempo, pero que sí contaba con el factor de la oportunidad ante las dilatadas etapas
de la expansión portuguesa por África.
Las fuentes en las que bebía Colón, al menos desde 1477, cuando llegó a su poder el mapa
de las costas orientales de Asia debido al famoso cosmógrafo italiano Paolo del Pozzo
Toscanelli, provenían de la geografía clásica: Marino de Tiro, Estrabón, Aristóteles, Séneca,
Plinio y Ptolomeo, entre otros; conocía bien Il Millione de Marco Polo, el Imago Mundi de
Pierre D’Ailly, la Historia rerum ubique gestarum de Silvio Eneas Piccolomini –Pío II—, en las
que las abundantes notas manuscritas en sus márgenes denotan los evidentes apoyos que
significaron para su proyecto. El error estaría en la distancia que separaba las costas europeas de
las de Asia, calculadas en tan sólo 3.000 millas por Toscanelli, reducidas a 2.400 por Colón,
basándose en Marino de Tiro, cuando en realidad son 10.600 millas las que separan el
archipiélago canario de las costas asiáticas. Tan notable diferencia se explica en la longitud de
30.000 kilómetros calculada al ecuador por Toscanelli y Colón, frente a los 40.076 km que mide
realmente. La errada proximidad y la presunta rentabilidad de la empresa de alcanzar el Asia y
la Especiería, compitiendo con genoveses, venecianos y portugueses, sustentaban el plan
acariciado por Colón.
El proyecto colombino fue presentado a Juan II de Portugal [(1481 – 1495)] –señor natural
del nauta— en fecha no precisada que puede oscilar entre 1482 y 1484. Pero contra la firme
creencia de Colón, el proyecto fue rechazado por la junta encargada de su examen,
probablemente por desconfianza acerca de las cifras estimadas a las distancias, por la prioridad
que la ruta africana venía ejerciendo en los planes de la Corona lusitana e, incluso, por el riesgo
que a la Corona portuguesa podría suponer transgredir los acuerdos de las Alcaçovas, suscritos
con los reyes de Castilla.
En consecuencia, tras un primer viaje secreto de Cristóbal Colón al monasterio de la Rábida
y a Palos de la Frontera en 1485 tendente a ampliar la información necesaria que hiciese viable
y atractivo el plan a los reyes de Castilla, estos recibirían al nauta luso – genovés en Alcalá de
Henares el 20 o 29 de enero de 1486. El estudio del proyecto colombino motivó la creación de
una Junta Científica, cuyos dictámenes, sin diferir de los precedentes lusitanos, promovieron el
acogimiento de Colón en la Corte itinerante de los Reyes Católicos, lo que le permitió
perfeccionarlo y aguardar pacientemente las decisiones reales demoradas por la Guerra de
Granada. A causa de una probable crisis de impaciencia, Colón regresó a Portugal para reiterar
el proyecto ante el monarca portugués. Pero a su llegada a Lisboa se encontró con las noticias
del hallazgo del finis terrae africano que abría la ruta de la India, lo que desmoronaba sus
sueños reverdecidos de alcanzar el patrocinio de Juan II para su empresa, no quedándole más
recurso que regresar a Castilla al año siguiente.
Entre 1489 y 1491 Colón adoptaría una doble táctica: mientras su hermano Bartolomé
iniciaba contactos infructuosos con otras monarquías europeas, el nauta insistía en procurarse
nuevos apoyos como los de los duques de Medinaceli y Medina Sidonia, que concluirían con
una nueva visita al monasterio de La Rábida en el otoño de 1491. Apoyado por fray Juan Pérez,
éste escribiría a la reina Isabel, en la confianza de haber sido su confesor en otro tiempo.
Respondería la Reina ordenando que Colón se presentase en la ciudad castrense de Santa Fe,
donde se preparaba el asalto definitivo al último bastión del reino nazarí, Granada, de cuya
conquista fue Colón testigo excepcional.
Javier Díez Llamazares
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TEMA 1
Unos días después del 2 de enero de 1492, una nueva Junta volvía a discutir las condiciones,
exigencias y ventajas que podría proporcionar la empresa. Y aunque las excesivas pretensiones
de Colón estuvieron a punto de dar al traste con la negociación, la intervención de algunos
áulicos aragoneses a favor del proyecto colombino recondujeron la situación, alcanzándose las
Capitulaciones de Santa Fe, que recogían el memorial de peticiones de Colón, el 17 de abril de
1492. En ellas se concedían a Cristóbal Colón, sin otra condición que el hecho descubridor en
sí, los títulos de almirante con carácter perpetuo y hereditario, virrey y gobernador de los
mares y tierras que descubriese; la percepción del diezmo de los beneficios y rentas a obtener;
derecho a participar con 1/8 parte en toda expedición comercial con destino a las tierras
descubiertas; y derecho jurisdiccional sobre los pleitos económicos que pudieran suscitarse.
La preparación de la expedición colombina determinó que fuese Palos de la Frontera el
puerto de salida, dado que abundaba en marinos que habían frecuentado las aguas atlánticas
hasta Guinea y el mar de los Sargazos, dotados de experiencia muy necesaria para el éxito de la
empresa; además, los palermos estaban obligados a poner a disposición de los Reyes dos
carabelas en concepto de composición o multa por no haber participado en su día en el bloqueo
de Málaga. Por último, con objeto de que la expedición saliese de puerto real, la Corona
adquirió de los Silva la mitad de la villa portuaria de Palos de la Frontera en 16.400.000
maravedíes. La financiación de la empresa se hizo posible por las prestaciones de Luis de
Santángel y Pinelo, del propio Colón y cantidades menores hasta alcanzar los 2.000.000 de
maravedíes, mediante aportaciones de los vecinos de Palos y amigos de Colón.
3.2. La invención de las Indias
Dos carabelas –la Pinta y la Niña— y la nao la Santa María (del santanderino Juan de la
Cosa, vecino del Puerto de Santa María, con tripulación cántabra) integrarían la flotilla que, con
un contingente humano de entre 90 y 120 hombres, se hizo a la mar el 3 de agosto de 1492 con
destino a las islas Canarias. Tras aprovisionarse en la Gomera, el 6 de septiembre pusieron
rumbo hacia el Oeste, a la altura del paralelo 28º. Treinta y seis días después, al amanecer del 12
de octubre, el vigía Juan Rodríguez Bermejo, de Lepe, dio la señal de que se había alcanzado
tierra. Se trataba de un islote del archipiélago de los Lucayos, al que pusieron por nombre San
Salvador.
La pretensión colombina de haber llegado al Asia –razón por la que llamó “indios” a los
aborígenes de la isla bautizada como Fernandina, el 17 de octubre— entró en franca colisión
con el estado sociocultural de aquellos indígenas, pacíficos y desnudos, que de forma alguna
podían ser súbditos del Gran Khan. No obstante, tras jalonar con nombres de la familia real las
islas que encontraría en su periplo, Colón acabaría convencido de haber llegado a Cipango
cuando el 23 de octubre alcanzó la costa nororiental de Juana (Cuba), donde su prejuicio
geográfico le llevará a entender a los indígenas que aquéllas eran tierras del Gran Khan y que
hacia el Este, en Babeque, había oro, información que hizo variar los planes colombinos y que
puede explicar la aparente deserción en tal dirección de Martín Alonso Pinzón con la Pinta el
día 21 de noviembre. Y aunque Colón no encontró la isla de Babeque, llegó a la que llamaría
“la Española”, donde fue informado por el cacique Guacanagarí del oro del Cibao, noticia
que muy probablemente tiene que ver con la pérdida de la nao Santa María la noche del 25 de
diciembre, con cuyos restos se levantó el Fuerte de la Navidad, primer establecimiento español
en el Nuevo Mundo.
Reunidas las dos carabelas, tras el regreso de Martín Alonso Pinzón el 6 de enero de 1493
cuando Colón iba en seguimiento de los Caribes y buscando infructuosamente la isla mítica de
Matininó, sólo habitada por mujeres, el 16 de enero iniciaron un regreso peligroso e incierto a
causa de las tormentas tropicales que las dispersarían[: la Pinta hacia el puerto gallego de
Bayona y la Niña, donde iba Colón, hacia las islas de la Madera y finalmente a Lisboa] […]. El
9 de marzo Colón salió de Lisboa[, tras ser recibido por Juan II de Portugal en su palacio de
Valparaíso (vivamente interesado en conocer el resultado del viaje)], llegando a Palos el día 15,
de donde pasaría a Sevilla, para dirigir a los Reyes una carta en la que les informaba del viaje,
los hallazgos y las pretensiones lusitanas que acababa de comprobar.
Simultáneamente, el Rey había diseñado una hábil política dirigida a varios frentes,
disuadiendo amenazadoramente a Juan II de Portugal de sus pretensiones sobre las “nuevas
Javier Díez Llamazares
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TEMA 1
Canarias” y dirigiendo todos sus esfuerzos a conseguir el reconocimiento internacional,
contando con la anuencia de la Santa Sede. En tal dirección se programaría la publicación de
una hipotética “Carta de Colón”, redactada con las informaciones aportadas por el nauta, pero
en la que se deslizaban errores que querían ubicar las tierras halladas fuera de la órbita
portuguesa acordada en las Alcaçobas (1479) […]. En consecuencia, una sucesión de cinco
documentos papales, conocidos como “Bulas Alejandrinas” se desgranarían de la Cancillería
vaticana. La Inter coetera, de 3 de mayo de 1493, establecía la donación papal de las tierras
descubiertas “a los señores Reyes de la Mar Océana”. Una segunda, también Inter coetera, de
la misma fecha, aunque debió expedirse en junio, restablecía el difícil equilibrio entre las
empresas de Castilla y Portugal, roto por la bula anterior. La división del océano en función de
un paralelo, que había distribuido las áreas de expansión luso – castellanas, pasaba a ser un
meridiano, fijado a cien leguas al oeste de las islas de Cabo Verde. La tercera, Eximiae
devotionis, extendía a Castilla las concesiones papales hechas a Portugal con anterioridad. En
junio, la bula Piis fidelium otorgaba al eclesiástico aragonés fray Bernal Boil funciones y
poderes de legado papal para el segundo viaje de Cristóbal Colón. Y en septiembre, el Papa
expediría la bula Dudum siguidem, de carácter aclaratorio.
3.3. La confirmación de la empresa colombina
Si el primer viaje de Colón en 1492 trajo como única cosecha esperanzadas informaciones de
las riquezas que atesoraban aquellas Indias –denominación adoptada por el prejuicio colombino
de acceder al Asia desde Occidente—, el segundo, decidido con urgencia por la necesidad de
asegurar aquel dominio contando con la bendición del Papado, trasladó al Nuevo Mundo 1.200
hombres en 17 navíos que salieron del puerto de Cádiz el 25 de septiembre de 1493. La ruta
seguida varió sustancialmente en relación con la primera, descendiendo al suroeste desde
Canarias para ponerse a la altura de Cabo Verde. El encuentro con las pequeñas Antillas el 3 de
noviembre puso fin a otra crisis de impaciencia. No empezaba con buenos presagios la estancia
de los expedicionarios en las Indias, pues sobre las evidencias de antropofagia de los Caribes
encontradas en las islas menores, su llegada al Fuerte de la Navidad deparó la desagradable
sorpresa de encontrarlo derruido y a sus defensores muertos. Colón decidió abandonar aquel
lugar y seguir la costa hacia el Cibao, estableciéndose en el camino en la desembocadura del río
Bajabonico que permitía el acceso al interior de la isla, fundando allí el 6 de enero de 1494 La
Isabela, primera capital colonial en Indias.
La riqueza soñada se mostraba esquiva, mientras el hambre deshacía ensoñaciones y se
incrementaban y agravaban las disensiones entre los españoles, reprimidas con mano dura por
Colón. El descrédito del almirante recibió un duro golpe cuando Pedro de Margarit y fray
Bernal Boil –los ojos y los oídos del Rey en aquella empresa—, aprovechando un viaje del
almirante en dirección sureste para confirmar las noticias proporcionadas por los indígenas de
que había tierra firme en aquella dirección –Guayana oriental—, abandonaron las islas
regresando a España e informando a la Corona de los desastres del gobierno colombino.
Las medidas de fuerza ordenadas por Colón, los repartimientos de indios, la esclavitud
decretada para los indios hostiles o “flecheros” y las dificultades puestas por la Corona para el
tráfico masivo de esclavos indios devengaron un sonado fracaso de Cristóbal Colón, quien,
quebrantada su salud y ante la inminente llegada de un Visitador real para hacer un informe, le
obligaron a regresar a España sin poder ejecutar su proyecto de hacerlo siguiendo hacia el oeste,
alcanzando la India y doblando el Cabo Tormentario. El 10 de marzo de 1496 estaba de nuevo
Colón en la Corte sin poder presentar el balance favorable que se presumía a la empresa.
Entretanto, la situación insostenible entre las dos coronas ibéricas, tras la invalidación
práctica del Tratado de las Alcaçovas por las disposiciones de la bula Inter coetera II, había
sustituido los clarines de guerra por la necesidad de concluir un nuevo tratado, firmado en
Tordesillas el 7 de junio de 1494. Además de establecer el reparto del Magreb occidental entre
Castilla y Portugal, se fijó la línea divisoria del océano Atlántico en el meridiano señalado a 370
leguas al oeste de Cabo Verde, quedando el hemisferio occidental para Castilla y el oriental para
Portugal. Castilla podía ejercer derecho de paso por aguas de dominio lusitano hasta alcanzar las
suyas propias, aunque comprometiéndose a no efectuar exploración alguna.
Javier Díez Llamazares
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TEMA 1
1.4. Vasco de Gama y la llegada a la India
(FLORISTÁN, 43 – 46)
5. El horizonte asiático
En el reinado de Manuel I el Afortunado (1495 – 1521) se alcanzarían las más importantes
empresas asiáticas de Portugal. El 8 de julio de 1497 salía de Lisboa una reducida flota de
cuatro unidades al mando de Vasco de Gama. El 8 de noviembre, tras seguir el periplo
marítimo, desde Sierra Leona y mediante la gran “volta” de 10.000 km, fondearían en la Bahía
de Santa Elena, junto a la Punta de San Martín, próximo ya al Cabo Tormentario, descubierto
por Bartolomé Días diez años atrás. El 25 de diciembre, superado el río Infante, extremo más
septentrional al que había llegado Bartolomé Días, Vasco de Gama, pasando ante la costa de
Natal (en la Sudáfrica actual), alcanzaba a fines de enero de 1498 la desembocadura del río
Zambeze, donde tuvo conocimiento de las fuentes orientales del oro africano: el desconocido
reino bantú de Monomotapa. El 22 de marzo, con la evidencia de haber entrado en las tupidas
redes de la navegación musulmana del océano Índico llegó a Mozambique y el 7 de abril a la
isla de Zanzíbar, siendo recibidos en ambos puertos con evidentes muestras de hostilidad. Por el
contrario, en Melinde, en la desembocadura del río Galana, Vasco de Gama halló una
receptividad positiva y la posibilidad de contar con ayuda técnica para afrontar la travesía del
océano Índico, lo que le permitiría llegar a Calicut el 20 de mayo de 1498, donde
permanecieron hasta el 29 de agosto en que iniciaron el regreso. El 10 de julio de 1499, la nave
de Nicolau Coelho –Vasco de Gama se había detenido en las islas de los Azores— entraba en el
estuario del Tajo.
La partida de nacimiento de la India portuguesa hay que situarla entre el 10 de julio de 1499
y el 13 de marzo de 1500 –fecha en que partió la armada de Pedro Álvarez Cabral, áulico del
Consejo Real— como consecuencia directa de las informaciones atesoradas en el viaje de Vasco
de Gama. Las disposiciones del monarca portugués a fin de formar urgentemente una flota
numerosa que consolidase los contactos comerciales iniciados y disuadiese las resistencias
hostiles, no estarían reñidas con la idea de ver en Sofala a la nueva Mina, que pronto superaría
con creces la rentabilidad del mercado áureo de la Costa de Oro, unos 410 kilogramos de media
anual entre 1500 y 1521.
Con el orto del s. XVI, Portugal consumó su periplo africano que le había llevado casi toda
la centuria anterior (1415 – 1499), afrontaba los retos asiáticos que tantas satisfacciones habrían
de proporcionar a su Corona, pasando el África occidental a ocupar un segundo lugar en la
apreciación cuantitativa de los intereses lusitanos. Con la fijación de vías comerciales que,
desde bases en el África oriental, incorporaban el mercado indostánico a las demandas europeas,
suprimiendo al intermediario musulmán, Portugal se colocaba a la cabeza de la expansión
talasocrática.
El 9 de marzo de 1500, una flota compuesta por 13 buques y unos 1.700 hombres, entre
cuyos pilotos estaba, precisamente Bartolomé Días, salía del estuario del Tajo. Tras algunos
incidentes, como el extravío de dos barcos a la altura de Cabo Verde, la flota aprovechó la
“volta” para desplazarse hacia el oeste y alcanzar una tierra el 22 de abril, a la que se dio el
nombre de la Vera Cruz. Se inspeccionó el litoral hacia el norte y se tomó posesión de aquella
tierra en nombre del rey don Manuel. Era el Brasil, cuyas costas septentrionales habían sido ya
reconocidas desde primeros de año por Vicente Yáñez Pinzón y Diego de Lepe, pero que la
línea de demarcación acordada en Tordesillas había colocado del lado lusitano. En
consecuencia, el 2 de mayo, Cabral envió a Gaspar de Lemos de regreso a Lisboa con objeto de
comunicar la buena nueva al monarca.
Desde la costa brasileña la expedición se dirigió hacia el Cabo Tormentario, desde donde
estaba previsto que dos navíos, comandados por Bartolomé Días y Diego Días, debían dirigirse
hacia Sofala, aunque no alcanzaron tal destino al perderse la expedición en una tempestad.
Reagrupado el resto de la flota en Quilúa, en el África oriental, desde donde pasaron a las islas
Laquedivas y a Calicut a fines de agosto. Álvarez Cabral no iba a caracterizarse por sus dotes
diplomáticas; y al ejercer la violencia frente a reticencias y dilaciones de los mercaderes, echó
por tierra los esfuerzos de Vasco de Gama. En Cochin (Ceylán) y Cananor las relaciones
fueron más cordiales y pudieron cargar especias y llevar embajadores con destino a Lisboa. Será
Javier Díez Llamazares
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TEMA 1
al regreso de la expedición cuando Sancho de Tovar entre en Sofala, iniciando las relaciones
comerciales. Entre junio y julio de 1501 fueron llegando a Lisboa los buques supervivientes de
aquella expedición.
Los resultados no se hicieron esperar; en febrero de 1502, una flota de 20 buques bien
artillados al mando de Vasco de Gama se hacía a la mar desde el puerto de Lisboa rumbo al
océano Índico. El destino indostánico para restaurar los daños causados por Cabral en las
relaciones con Calicut no impediría que, de paso, entrase en Sofala y quebrase la resistencia de
Quilúa, población que, sometida por la fuerza, debió pagar un tributo anual en oro. Ya en el
extremo meridional de la India, Vasco de Gama hubo de someter a Calicut, previo bombardeo
de la ciudad. La fidelidad de Cochin y Cananor exigía la permanencia de 5 navíos portugueses
en aquellas costas con el fin de asegurar el dominio lusitano. Así, en octubre de 1503, Vasco de
Gama iniciaba el regreso a Portugal, llegando a Lisboa con un cargamento de pimienta sin
precedentes.
Los años siguientes no fueron fáciles. La vigilancia del tráfico mercantil procedente de
Arabia y las ofensivas de Calicut contra Cochin exigieron la construcción de una fortaleza en el
puerto cingalés y la llegada de escuadras de ayuda como las de Duarte Pacheco y Lope Soares,
amparadas en el apoyo económico a la Corona portuguesa de banqueros alemanes e italianos,
dispuestos a quebrantar el monopolio mercantil de Venecia en el Mediterráneo oriental y el Mar
Rojo. Entre 1505 y 1509, los portugueses, bajo el Regimento de Francisco de Almeida,
diseñaron y levantaron todo un complejo sistema de defensa de su navegación y control del
territorio levantando fortalezas, construyendo factorías y estableciendo una armada permanente
en aquellas aguas. Ya en 1505 las principales ciudades portuarias de la costa oriental de África,
fundamentales como puntos de apoyo en la ruta de la India, habían sido sometidas, bien por la
fuerza de las armas –Quilúa, Mombasa, Sofala, Zanzíbar— bien por las relaciones comerciales
y diplomáticas establecidas –Melinde y Mozambique—. Con la superior tecnología bélica de los
portugueses, Soares batió a los navíos de Calicut en Pandarán y Paliport y saqueó la ciudad de
Granganor. Dominada la situación en la península indostánica, los portugueses pudieron
dedicarse a resolver la competencia egipcio – veneciana por el control del golfo Pérsico y el
dominio de Ormuz, candente desde 1507; y el combate naval de Diu (1509) distinguía al nuevo
poder marítimo en el océano Índico y el golfo Pérsico. La ruta naval de la pimienta era
incontestadamente competencia de Portugal. El Índico portugués se concibió como un mare
clausum, prolongación del comercio de Guinea, que distaría mucho de ser tan eficaz como se
pretendía, recuperando los venecianos, años después (a partir de 1516), buena parte de su tráfico
especiero anterior.
Pero la evidencia de que la India no era el centro productor de las especias, sino un gran
mercado y que la especiería fina había que buscarla en los archipiélagos orientales, más allá de
la India, exigió a Portugal un nuevo esfuerzo, seguir la retirada del comercio musulmán y entrar
en las redes orientales. Entre 1510 y 1512, tras la conquista de Malaca por Alfonso de
Alburquerque en 1511, Antonio Abreu, Francisco Serrao y Simón Alfonso Visagudo serían
quienes protagonizaran el salto desde la costa malabar –Goa, conquistada en 1510, capital
lógica de la India portuguesa, y Calicut, dominada definitivamente en 1512— hasta el Oriente
especiero: Sumatra, Malaca y el archipiélago del Maluco –paraíso especiero—, tras costear el
archipiélago de La Sonda. Después de efectuar varios contactos con las islas de las especias, la
expedición regresó a su base peninsular en Malaca; pero, naufragada la nave de Serrao, éste
logró regresar a la isla de Amboina, residiendo entre sus naturales y llegando a alcanzar notable
ascendiente entre los rajás islámicos de la isla. Establecido posteriormente en Ternate, Serrao
murió poco antes de la llegada de la expedición comandada por Juan Sebastián Elcano el 6 de
noviembre de 1521, aunque sus informes habían servido previamente a su amigo Magallanes
para fijar la ubicación del archipiélago maluqueño en la parte española de la línea de
demarcación, pese a las rectificaciones acordadas en el Tratado de Tordesillas sobre los límites
otorgados en las bulas alejandrinas y que fueron ratificadas por la bula Ea quae del papa Julio
II, expedida en 1506 a instancias del monarca lusitano.
Mientras tanto, en el límite occidental del océano Índico, el Mar Rojo quedaba bloqueado,
operación consumada con la captura de Ormuz en 1515 –alternativa ante el fracaso de la toma
de Adén—, aceptada por Persia, en conflicto permanente con la Puerta Otomana y que
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representaba, por tanto, la consolidación del golpe de 1509. La talasocracia portuguesa había
alcanzado su apogeo, pues a partir de aquellas latitudes, la experiencia negativa de João de
Andrade ante Cantón en 1519 supuso una seria advertencia, que no impediría su
establecimiento en Macao, iniciada ya la segunda mitad de la centuria (1555) por acuerdo
pactado con los chinos. Japón, a su vez, representaba el último objetivo terminal de la rápida
conquista talasocrática de Oriente. A partir de 1543, los primeros contactos en Kiu Siu
permitieron organizar una feria comercial al año, haciendo posible una penetración
exclusivamente pacífica que favoreció el sorprendente éxito misional de San Francisco Javier,
quien sembró la semilla de una iglesia que en 30 años había captado casi 2 millones de almas en
la mitad meridional del archipiélago japonés.
1.5. Otros viajes de españoles y europeos
(FLORISTÁN, 37, 39 – 43)
3.4. La competencia europea
Simultáneamente, otros poderes europeos tentaban la suerte en el ignoto poniente, de
acuerdo con el razonamiento puesto en boca del rey de Francia Luis XII de que desconocía en
qué cláusula del testamento de Adán podía encontrarse disposición alguna acerca del dominio
exclusivo de las Indias por los reyes de Castilla. En consecuencia, no podemos olvidar el viaje
de Joan Fernandes Lavrador a comienzos de 1493, promovido por Juan II de Portugal, del
que nada se sabe si exceptuamos los testimonios cartográficos que permitirían suponer la
búsqueda infructuosa de un paso hacia el Asia y que debió llevarle hasta las costas de
Groenlandia. Su presumible escala en Bristol a su regreso determinaría la decisión de Enrique
VII de Inglaterra [(1485 – 1509)] de apoyar el proyecto del veneciano Juan Caboto. Su
primer viaje, que duró unos tres meses, se inició en Bristol en el mes de mayo de 1497. A su
vuelta hizo creer que había hallado las tierras del Gran Khan, despertando el interés del monarca
y la curiosidad de algunos sectores económicos de Inglaterra, que financiaron un segundo viaje
de mayor envergadura que se inició en 1498 –tras una breve estancia de Caboto en Portugal— y
en cuyo transcurso debieron alcanzar Cabo Bretón, la isla de Terranova y las costas de Nueva
Inglaterra. Pero posteriormente la expedición se perdió.
Por su parte, el monarca portugués, yerno de los Reyes Católicos, al amparo del Tratado de
Tordesillas (1494), no renunció a contar con su propia parcela en el Atlántico septentrional.
Gaspar de Corte Real salió desde las islas de los Azores en julio de 1500 y llegó a Terranova,
regresando a fines de año. En octubre siguiente, junto con su hermano Miguel, emprendieron un
viaje que les llevó a Terranova, la península del Labrador y Groenlandia. A su regreso, los dos
hermanos se separaron y mientras Miguel se dirigía a Lisboa para dar cuenta de lo hallado,
Gaspar tomaba rumbo hacia el sur, presumiblemente a tierras brasileñas, perdiéndose en el
viaje. En mayo de 1502, su hermano Miguel, que salió en su búsqueda, también naufragó.
No menos trágico es el fin de la iniciativa francesa tomada en los primeros años del s. XVI,
por la que los marinos franceses cruzaron también el Atlántico en dirección suroeste. Tal es el
caso del viaje del capitán Paulmier de Gonneville, quien a fines de julio de 1503 salió de
Honfleur con destino a las Indias Occidentales. Empujado hacia el oeste por una tempestad,
alcanzó una tierra de la que tomó posesión solemne para Luis XII [(1498 – 1515)] y almacenó
abundantes testimonios de aquellas latitudes, que se perdieron con casi todos los
expedicionarios el 5 de mayo de 1504, a la vista ya de las costas francesas.
[…]
3.6. Los viajes andaluces
A partir del tercer viaje de Colón, descubrimientos y conquista progresaron conjuntamente.
Durante los veinte años que separan 1499 de 1519 –cuando empieza la empresa magallánica—
tuvieron lugar los llamados “Viajes menores” o “Viajes andaluces”, capitulados por la Corona
con otros nautas quebrando el discutido monopolio colombino. Parece obvio que, de acuerdo
con la política interna de recuperación del poder por parte de la Corona frente a la oligarquía
nobiliaria, las concesiones acordadas en Santa Fe acabarían siendo más limitadas como se vería
tras la muerte de Colón y en el complejo proceso que conocemos como “Pleitos Colombinos”.
Javier Díez Llamazares
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A su vez, la Corona tenía otros compromisos políticos y personales como los contraídos con
Vicente Yáñez Pinzón, quien desde 1495 aspiraba a una licencia para marchar a las Indias a
descubrir nuevas tierras. La Corona arbitró un sistema tendente a evitar los problemas derivados
de los primeros asentamientos colombinos en la Española. Se trataba de otorgar licencias para
descubrir, pero no para poblar. Viajes de ida y vuelta financiados mediante la práctica de
rescates y cierta permisividad fiscal.
Pese a la natural oposición colombina, en mayo de 1499 salía de Cádiz la primera expedición
al margen de la autoridad del Almirante. Bajo el mando de Alonso de Ojeda, con Juan de la
Cosa y Amerigo Vespucci, la expedición alcanzó las costas orientales de Guayana, ampliando
lo conocido por Colón. Costeando hacia el oeste pronto encontraron los paisajes descritos por el
Almirante, Paria, la Trinidad… y se encontraron con que la expedición de Guerra y Alonso
Niño se les había adelantado. Pero empeñados en el mismo rumbo alcanzarían la península de la
Guajira para asomarse después al golfo de Venezuela, donde pensaron que el Asia estaba ya a
su alcance. Aunque obtuvieron algunos rescates, la información que los indígenas les
proporcionaron sobre pesquerías de perlas, yacimientos de esmeraldas y las noticias de unas
lejanas minas de oro serán acicate suficiente para posteriores expediciones. De allí pasaron a la
Española donde tuvieron serias dificultades con el Almirante, regresando a España, a cuyo
puerto de Sevilla llegaron a primeros de diciembre.
Cristóbal Guerra y Pero Alonso Niño, aunque salieron poco después que Alonso de Ojeda,
llegaron antes a las Indias. Tras recorrer la Trinidad y el golfo de Paria, llegaron a la Margarita y
a las islas de las perlas, donde obtuvieron un importante cargamento, tras lo cual regresaron sin
más a España, cambiando el destino forzoso andaluz por el puerto gallego de Bayona, con
objeto de escamotear la carga y el pago del quinto real, lo que les hizo objeto de proceso y
encarcelamiento.
Vicente Yáñez Pinzón, el primero en aspirar a marchar a las Indias ya en 1495, conseguiría
la correspondiente licencia en 1499, tras solucionar el pleito que tenía en Sevilla sobre derechos
no pagados del almojarifazgo. A primeros de diciembre de 1499 salió la expedición que
requería con urgencia hallar la ruta posible hacia la Especiería, toda vez que los portugueses ya
estaban en Calicut. Así, tras sendas escalas en Canarias y Cabo Verde, en enero del año
siguiente pusieron rumbo al hemisferio sur, alcanzando el continente a la altura del Cabo de San
Roque el día 26, al que llamarían Cabo de la Consolación, en parangón con el afro – lusitano
de la Buena Esperanza. Avala esta concreción, en lugar de la Punta de Mucupuripe, donde se
alza en la actualidad la ciudad de Fortaleza, el hecho de que desde aquel punto la costa obliga a
dirigirse hacia el sur y sólo al sobrepasar Pernambuco, inicia la dirección suroeste. Pero las
corrientes les arrastraron en dirección contraria y, siguiendo la costa, descubrieron la
desembocadura del que sería, andando el tiempo, el Río de las Amazonas, y que dada su gran
extensión y la penetración del agua dulce sobre la salada, fue bautizado como Río Grande de
Santa María de la Mar Dulce. Siguiendo la dirección noroeste, por costas ya frecuentadas por
los marinos españoles, encontraron en el golfo de Paria la expedición de Diego de Lepe, que
había salido poco después que la de Pinzón siguiendo la misma ruta y alcanzando el continente
al sur del Cabo de la Consolación en un lugar llamado Bahía. Continuando el litoral en
dirección noroeste, dieron con la desembocadura del río Pará o Tocantins, al que dieron el
nombre de Marañón. Juntas las dos flotas desde Paria, recorrieron las Pequeñas Antillas.
Llegados a la Española se separaron nuevamente: Lepe volvió a España, llegando en noviembre;
y Pinzón, tras recorrer los Lucayos en busca de especias, regresó a Sevilla en septiembre de
1500.
Poco antes, en agosto, Alonso Vélez de Mendoza, asociado a los hermanos Cristóbal y Luis
Guerra, había salido hacia la costa de las esmeraldas que Alonso de Ojeda había visto en su
viaje, con la orden explícita de evitar las costas descubiertas con anterioridad por otros nautas.
Tras recorrer las costas septentrionales del subcontinente sudamericano en dirección inversa a la
ruta seguida por Pinzón y Lepe y comprobar que hacia el sur brasileño la costa volvía a entrar
en la parte española de la línea de demarcación, regresó a España con un cargamento de
esclavos del Brasil, entrando a Sevilla en junio de 1501.
Otro viaje abundante en testimonios y mucho más afortunado fue el que emprendió Rodrigo
de Bastidas, con la repetida obligación, según se acuerda en capitulación, de descubrir tierras
Javier Díez Llamazares
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TEMA 1
que no hubiesen sido visitadas por Colón o Cristóbal Guerra. La expedición, que partió en
septiembre de 1501, se dirigió a la península de la Guajira. Rebasado el Cabo Vela, extremo
occidental al que había llegado Alonso de Ojeda, prosiguieron hacia la futura Santa Marta, la
desembocadura del Magdalena, la costa de Cartagena y el gran golfo del Darién, con el golfo de
Urabá al fondo. Habiendo rescatado abundantes perlas, se retiraron a Jamaica, primero, para
reparar sus destrozados barcos, a la Española, después (donde el relato de las riquezas
encontradas provocaron grandes entusiasmos entre sus pobladores).
En la relación de viajes “menores” habría que incluir varios de Ojeda, otros tantos de Guerra
y algunos más previstos pero que, al fin, no se pusieron en ejecución. Coinciden todos ellos en
la limitación de sus objetivos, pero que aportaron, sobre todo, un rico caudal informativo, lo que
a la postre representaría su mayor riqueza.
4. La búsqueda del paso interoceánico
En la “Junta de Toro” (1505), la Corona decidió recuperar el proyecto original de alcanzar
el emporio especiero del Asia. Las tierras continentales que hasta el momento habían podido
comprobar las expediciones –especialmente el cuarto viaje colombino— presentaban una
barrera que era preciso colonizar, primero, y saltar, después. La búsqueda del paso hacia el Asia
se plantea como objetivo prioritario y fundamental. Una nutrida sucesión de proyectos
fracasados jalonan los años 1508 a 1519, pero que aportaron el preciso conocimiento del litoral
sudamericano hasta el Mar Dulce o Río de Solís (estuario del Río de la Plata) que llevaba el
nombre del último descubridor, muerto por los naturales en febrero de 1516.
Atesorando tan ricos informes y contando, además, con una valiosísima experiencia, el
súbdito portugués Fernano de Magalhaes, veterano en expediciones lusitanas a la Especiería,
afirmando conocer la existencia del paso, ofreció sus servicios a la Corona española. Concertada
la correspondiente capitulación, el 10 de agosto de 1519 saldría del puerto de Sevilla la flota
magallánica integrada por cinco naos (la Trinidad, la San Antonio, la Concepción, la Victoria
y la Santiago) en las que embarcaron unos 270 hombres. Tras la obligada detención en
Canarias, la expedición partió hacia Cabo Verde; de allí al Cabo de San Agustín; y de éste a la
Bahía de Santa Lucía. La costa brasileña se abría a los ojos de los nautas. El 27 de diciembre
marcharon definitivamente hacia el sur, penetraron en el Mar Dulce o Río de Solís […].
Comprobando el carácter fluvial del estuario del futuro Río de la Plata, prosiguieron su ruta
meridional, deteniéndose para invernar en abril de 1520, al amparo de un abrigo natural que
bautizaron como Puerto de San Julián. En uno de los frecuentes viajes cortos de exploración
del litoral y abastecimiento de leña hacia el sur se perdió la nao Santiago y sus tripulantes
fueron repartidos entre las otras cuatro.
Tras serios incidentes provocados por un motín y crueles represalias que exigieron
incrementar la tripulación con portugueses reclutados en las costas brasileñas, avanzada ya la
primavera austral, volvería a retomarse la ruta del sur en busca del paso y el 21 de octubre de
1520 las naves avistaron el Cabo de las Vírgenes. Ancladas las naos en la bahía de la Posesión,
desde allí partirían dos en corta misión exploradora (la Concepción y la San Antonio),
acercándose hacia el estrecho que llevaría a los expedicionarios a la ansiada mar del Sur. Tras
una violenta tempestad que estuvo a punto de echar a pique la expedición, la nao San Antonio,
con su piloto al frente, Esteban Gómez, desertó de la flota y puso rumbo a España. Mientras
tanto los otros tres buques se adentraban en el laberinto de canales interoceánicos que
Magallanes llamó “Estrecho de los Patagones”, en medio de un paisaje desolador, en el que no
se colegía la presencia humana salvo deducida de las numerosas hogueras nocturnas que llevó al
nauta a bautizar aquella tierra austral con el nombre de “Tierra de Fuego”.
La penetración por el estrecho se hizo en minuciosas etapas. Fondeadas las naos, se
adelantaba una en solitario para recorrer un trecho del trayecto, regresando sobre sus pasos y
sirviendo después de guía a las demás. Convencidos en más de una ocasión de encontrarse
perdidos irremisiblemente en aquel laberinto […], el 27 de noviembre de 1520 alcanzaron, por
fin, la mar del Sur. El gran objetivo del viaje se había conseguido. Por primera vez en toda la
travesía, Magallanes, reunido excepcionalmente con sus capitanes, decidieron continuar hasta
alcanzar el objetivo primigenio: la Especiería.
Javier Díez Llamazares
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TEMA 1
Siguiendo el relato de las crónicas y de los diarios de a bordo, no puede deducirse el punto
de partida de la expedición oceánica a partir del estrecho de Magallanes. Se presume que las
naves ascendieron por la costa chilena, puesto que deseaban situarse sobre los 32º de latitud sur,
con objeto de seguir luego en dirección hacia el oeste y alcanzar el objetivo soñado: El Maluco.
Teniendo en cuenta que tardaron 103 días desde el Estrecho hasta el archipiélago especiero,
para 13.000 millas de distancia, se supone que alcanzar el ecuador les costó alrededor de 22
días, prácticamente los mismos que emplearon en la travesía del Estrecho. En tal caso, desde el
ecuador hasta el Maluco les habrían quedado 81 días para 11.000 millas, lo que habría supuesto
doblar la velocidad inicial. En esta parte del trayecto sólo se encuentran las islas Infortunadas o
San Pablo y las de Tiburones (presumiblemente los archipiélagos actuales de Clipperton y
Clarion). Después, debieron pasar, sin suponerlas, entre las islas Malden y Christmas,
bordeando las Marshall a más de 500 millas.
Durante tres meses, pasando cerca de archipiélagos paradisíacos, sin suponerlo siquiera, los
expedicionarios sufrirían las más horrendas privaciones (agua dulce corrompida, sin alimentos
frescos, la galleta estropeada, consumiendo cueros reblandecidos, serrín de madera, y
llegándose a pagar medio ducado por cada rata encontrada). La aparición del escorbuto y la
desnutrición diezmaron las tripulaciones. Por fin, tras 20.000 kilómetros, las islas de los
Ladrones se ofrecían a la vista de los exhaustos navegantes el 6 de marzo de 1521. Una semana
después, Magallanes encontró una isla, afortunadamente desierta, idónea como lugar seguro
para descansar y reponerse los enfermos. Pronto acudirían de las islas vecinas gentes con todo
tipo de productos tropicales. En la isla de Samar pasaron ocho días de descanso; siguieron
después hacia Leyte y llegaron, por fin, a Cebú. Estaban en el archipiélago que la posteridad
conocería como las Filipinas.
Pero las estructuras de una sociedad fuertemente jerarquizada como la que encontraron en
Cebú obligaron a otras consideraciones y estrategias, entre las que la “conversión” al
cristianismo del rajá de Cebú, quien adoptaría el nombre de Carlos, y toda su familia, eran de
evidente impacto psicológico. Tras intensas negociaciones, los españoles instalaron un almacén
para los intercambios comerciales y Magallanes pensó en desarrollar una estructura jerárquica
de poder –a la europea—, con objeto de facilitar el dominio de los demás cacicazgos malayos,
que no tuvo éxito. En una acción de represalia dirigida contra Mactán, Magallanes y ocho de sus
hombres perecían en la playa el 27 de abril de 1521. Los españoles, presos de pánico, cerraron
el almacén y se dispusieron a abandonar aquellas islas. Pero no habían terminado sus
calamidades. La conspiración urdida por el intérprete mañayo Enrique, maltratado por los
nuevos caudillos de la expedición, Duarte de Barbosa y Juan Rodríguez Serrano, les
hicieron perder 72 hombres, entre los cuales figuraban cualificados pilotos y capitanes. Fue
preciso hundir la nao Concepción y proceder a un reagrupamiento de los efectivos humanos.
Juan Sebastián Elcano, maestre de la nao abandonada, pasó a la Victoria.
Durante más de medio año, los supervivientes se movieron por el archipiélago de la Sonda
sin rumbo determinado, practicando la piratería entre Mindanao y Borneo. En aquellos meses
fue afirmándose el prestigio y natural autoridad de Juan Sebastián Elcano. Recibidos con
cordialidad en Mindanao y Paragua, tras descansar y abastecerse de víveres, salieron para
Borneo, adonde llegaron el día 8 de julio de 1521. El Maluco era el objetivo inmediato. El 7 de
noviembre de 1521 alcanzaron el puerto de Tidore, donde también fueron objeto de un gran
recibimiento; y como en ocasiones precedentes, el rajá de la isla subiría a bordo. Tras el
correspondiente intercambio de regalos, se concedió a los españoles un almacén en la playa y,
desde el día siguiente, los cargamentos de clavo se iban amontonando en los vientres de las
naos.
El precedente de lo ocurrido en Cebú aligeraba la estancia de los españoles, que sólo veían el
momento de salir, toda vez que habían llegado noticias de las pretensiones hostiles de los
portugueses, dispuestos a apresarlos, tanto si volvían por el Cabo Tormentario, como por la ruta
imposible de la Tierra de Fuego. Los barcos del monarca lusitano recorrían Oceanía en busca de
la flotilla carolina. Elcano pactó con los naturales algunas alianzas y dejó en Tidore cuatro
hombres como garantes de los intereses del Rey en aquellas islas; y tras proveerse de lo
necesario para la travesía, las dos naos supervivientes se hicieron a la mar. Pronto hubieron de
regresar a puerto porque una vía de agua amenazaba con hundir a la Trinidad. Debiendo ser
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 1
reparada, se acordó que ésta volviese por la ruta de la mar del Sur con su capitán Gómez de
Espinosa; mientas que Elcano, con la Victoria, seguiría hacia el Cabo Tormentario. El 21 de
diciembre de 1521 salía sola la Victoria, descargada de 60 Qm de clavo para asegurar su
navegabilidad, cargada de especias y con una tripulación formada por 13 indígenas y 47
europeos.
Nuevas penalidades se sumarán a las sufridas en las pasadas travesías. Huyendo de los
portugueses, no pudieron detenerse en ninguna de las dependencias para no caer en sus manos.
Sin apenas provisiones, el agua estropeada y la mortal visita del escorbuto a bordo, los
tripulantes querían entregarse a los portugueses. Elcano se negó y mantuvo el rumbo; pero a la
altura de Cabo Verde se hizo imposible continuar. Con diversas tretas y no poca astucia, se
consiguió engañar a los portugueses, que permitieron, sin inspeccionarlo, algún
aprovisionamiento de la nao. Descubiertos por una indiscreción, Elcano salió del puerto
huyendo a toda vela y dejando abandonados a los hombres que habían bajado a tierra el 15 de
julio de 1522. Mes y medio después, el 6 de septiembre avistaba Sanlúcar de Barrameda. El día
8, ya en Sevilla, junto a la Torre del Oro, 18 supervivientes, más muertos que vivos, saltaban a
tierra y todos acudían a manifestar su gratitud, con cirios en las manos, ante la imagen de
Nuestra Señora de la Antigua. La vuelta al mundo había concluido.
1.6. Consecuencias materiales y culturales de los descubrimientos
(FLORISTÁN, 53)
8. Epílogo
A lo largo del s. XVI, la integración de América en todos los circuitos económicos
mundiales vendría condicionada por su aportación en oro y plata, cuyas fluctuaciones
determinarían varios ciclos productivos […]. Pero, a partir de 1560 el descenso de la producción
áurea de Buritica (en Tierra Firme) y el incremento vertiginoso de la de plata invertirán
completa y definitivamente la relación […]. Las capacidades que procuraron y las necesidades
que crearon los metales preciosos activaron el movimiento mercantil en crecimiento constante
[…].
Si la movilización de la riqueza americana repercutió en el progreso de la economía mundial,
las Leyes Nuevas de 1542 – 1543 representarían en el Nuevo Mundo el esfuerzo más revelador
para proceder a la aplicación de normas legales y a reformar la administración indiana. No sólo
regularon el funcionamiento del Consejo de Indias, crearon el Virreinato del Perú y las
Audiencias de Lima y los Confines (Guatemala), también reordenaron la Hacienda,
reglamentaron el modo de hacer nuevos descubrimientos, abolieron la esclavitud indígena,
intentaron erradicar la encomienda, etc. Si frecuentemente norma legislativa y práctica
administrativa estaban divorciadas y las resistencias de los encomenderos debilitaron la
voluntad de la Corona, no cabe duda que ésta señaló con las Leyes Nuevas un verdadero hito en
la historia social.
Al concluir el s. XVI, la plata americana inundaba los circuitos económicos del mundo
entero. Filipinas, la prolongación asiática de la Nueva España, ubicaba en su seno un intenso
mercado del que los chinos eran ya los clientes habituales. En Europa, las empresas de la
Universitas Christiana dependían de los caudales americanos. Con los portugueses señores del
océano Índico, del Maluco y de Macao y asiduos del mar de la China, la Corona española, en la
que se había integrado Portugal desde 1581, había cerrado, temporalmente, el circuito de la
economía – mundo.
(BENNASSAR, 40 – 41)
[…]
[…] A otra escala, la instauración progresiva de los imperios español y portugués tuvo
consecuencias importantísimas. Los productos tropicales fueron suministrados al mercado
europeo en cantidades impensables hasta entonces, ya se tratase de pimienta, la especia
principal; de azúcar, primero de Madera y después de América; de algodones indios, de
productos tintoreros (madera brasilina de Brasil y cochinilla de Méjico primero, índigo después
de 1560), sin hablar de los metales preciosos. A cambio, la colonización del Nuevo Mundo
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 1
exigió el envío, desde los puertos ibéricos, de productos alimenticios europeos, como trigo,
vino, aceite, productos textiles y metalúrgicos, y libros.
[…]
[…] La expansión que había empezado a finales del s. XV, fue frenada por la falta de
moneda en metálico. Esto provocó la puesta en explotación de viejas minas, la búsqueda de
yacimientos argentíferos en Europa central y el deseo de rodear el Islam africano para llegar
directamente al oro del Sudán (que se creía más abundante de lo que era en realidad). Hacia
1500, el stock monetario europeo es alimentado en plata por el Tirol, y en oro por el tráfico
portugués. Al ser más escaso, el metal amarillo se beneficia de una sobretasa que amplía la
relación de los dos metales monetarios.
Todo cambia con el descubrimiento, la conquista y la explotación de América. Colón no
obtuvo todo el oro que esperaba, pero los pillajes de Cortés y Pizarro permiten el envío a Cádiz
de cantidades importantes en 1521 y en 1544. Pero lo que trastorna principalmente el mercado
monetario es el descubrimiento y la explotación de los yacimientos de plata de Méjico […] y
Perú […]. Mientras la producción de oro (Buriticá) crece hasta 1560, se vierte un río de plata
sobre Sevilla por medio de los galeones de la Carrera de las Indias.
Desde Sevilla, estas masas de oro y plata se repartían por toda Europa, a consecuencia de la
política imperial y de los intercambios comerciales. Amberes se convirtió en el principal centro
de esta redistribución que afectaba a todos los países y procuraba a la economía enormes
posibilidades de tráfico e inversiones. La inflación, al menos en su primera fase, constituye un
importante factor de desarrollo.
No sólo la moneda es más abundante, sino las diversas formas del crédito, que multiplican
las utilizaciones y los utilizadores, y que aceleran la circulación de especias […].
[…]
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 2
Tema 2: La expansión demográfica, el auge del mundo
urbano. La sociedad
0.0. Sumario
2.1. Características de la demografía “antigua”. Los factores demográficos
2.2. Las fuentes y el problema de las cifras
2.3. Reparto de la población europea
2.4. Las ciudades
2.5. La sociedad estamental y los grupos emergentes
2.6. Los conflictos sociales
0.1. Bibliografía
BENNASSAR: Historia Moderna, Tres Cantos, Ediciones Akal, 2005, p. 37 – 38 (Bennassar –
Jacquart) y 410 – 411 (Lebrun).
FLORISTÁN: Historia Moderna Universal, Barcelona, Editorial Ariel, 2002, p. 243 – 244 (Plá)
y 269 – 278 (Molas).
RIBOT: Historia del Mundo Moderno, Madrid, Editorial ACTAS, 2006, p. 23 – 52 (Martín
Galán), 83 – 103 (Molas), 154 – 179 (Cabeza).
0.2. Lecturas recomendadas
BENNASSAR: Historia Moderna, Tres Cantos, Ediciones Akal, 2005, p. 36 – 37 (Bennassar –
Jacquart) y 38 – 39 (Bennassar – Jacquart).
FLORISTÁN: Historia Moderna Universal, Barcelona, Editorial Ariel, 2002, capítulos 10 (Plá)
y 11 (Molas).
RIBOT: Historia del Mundo Moderno, Madrid, Editorial ACTAS, 2006, capítulos 1 (Martín
Galán), 2 (Molas) y 6 (Cabeza).
2.1. Características de la demografía “antigua”. Los factores demográficos
(RIBOT, 23 – 52)
1. Introducción. La demografía histórica
El objeto de la demografía histórica es el estudio de las poblaciones del pasado, es decir, su
estado, estructuras, y movimiento, tanto natural (nacimientos, matrimonios, defunciones) como
geográfico (migraciones) y su evolución en el tiempo, utilizando fuentes no estrictamente
demográficas, si bien susceptibles de tratamiento estadístico. Su constitución como disciplina
con metodología propia y rigurosa es muy reciente, señalándose la puesta a punto, en 1956, del
“método de reconstrucción de familias” por los franceses L. Henry y M. Fleury […].
[…]
2. El régimen demográfico de tipo antiguo
[…]
[…] La fecundidad elevada y la constante presencia de la muerte destacan en él [(referido al
cuadro de condiciones de vida de un hombre medio francés de finales del s. XVII)] nítidamente.
En efecto, ambas características, y el corolario de un crecimiento vegetativo débil, eran, en
esencia, los rasgos más destacados del régimen demográfico antiguo o de tipo antiguo que
dominaba la Europa moderna […].
A. Mortalidad
La mortalidad llegaba, efectivamente, a cotas muy elevadas, aunque resulta difícil medirla,
por el normal desconocimiento de los volúmenes locales de población (problema común al
cálculo de todas las tasas) y el frecuente subregistro en los libros de defunciones (afecta
Javier Díez Llamazares
1
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 2
especialmente a niños, pobres y transeúntes), acentuado en tiempos de crisis, por la casi
imposibilidad de llevar un control puntual de los entierros.
Así, […], pueden darse como ordinarias (en ausencia de crisis) tasas brutas de mortalidad del
28 al 38 por mil […].
Las causas de esta elevada mortalidad son múltiples y están interrelacionadas. Hay que
buscarlas, en primer lugar, en la propia estructura económico – social de la época. Una
economía agraria de escaso desarrollo técnico, sujeta a las fluctuaciones climáticas y con una
infraestructura muy imperfecta, que no siempre era capaz de cubrir adecuadamente las
necesidades alimenticias globales. Y una sociedad con un reparto de la riqueza muy desigual, en
la que gran parte de la población estaba mal alimentada, con sectores permanentemente
subalimentados y más vulnerables, por tanto, a infecciones de todo tipo. La falta de higiene
generalizada, tanto pública como privada, tanto en el mundo rural […] como en el urbano […],
creaba, por su parte, unas condiciones altamente favorables para la transmisión de agentes
patógenos. Situemos en un lugar destacado la ineficacia de una medicina poco desarrollada, sin
conocimientos científicos ni medios técnicos suficientes para combatir la enfermedad. Y no hay
que olvidar la inercia y pasividad, cuando no el rechazo abierto, con que podía y aun solía
reaccionar parte de la población ante cualquier posible innovación, por pequeña que fuera, en
este terreno. La presencia continua de la muerte había llevado, y no sólo a las capas iletradas, a
la aceptación pasiva y fatal de la situación existente, de la aparente imposibilidad de luchar
contra ella. Es más, ni siquiera se concebía la posibilidad de que dicho combate pudiera llevarse
a cabo […].
La fortísima mortalidad infantil, en efecto, contribuía notablemente a elevar las tasas brutas
globales. […] Pues bien, en la Europa moderna eran frecuentes tasas de mortalidad infantil
próximas al 250 por mil e incluso algo superiores […].
Alimentación deficiente de las madres y nula atención sanitaria durante el embarazo, partos
producidos en precarias condiciones higiénicas y con la única asistencia de comadronas, cuando
existían, sin otra preparación que la práctica, hacían que la mortalidad endógena (la originada
por debilidades y malformaciones congénitas, taras hereditarias, accidentes del parto…) fuera
ya muy elevada. Y la mortalidad exógena (la provocada por agentes externos) no lo era menos
y, por supuesto, actuaba más allá del primer año de vida, por lo que el número de fallecidos en
la niñez se incrementaba considerablemente […].
Y aun siendo cierto que determinados factores actúan por encima de divisiones sociales –por
ejemplo, el agua, contaminada o no, que se digería en una comunidad era la misma para todos; e
idéntica era la indefensión frente a muchos contagios— también lo es que se observa ya el
esbozo, o algo más que el esbozo, de comportamientos diferenciales en la mortalidad de la
infancia. No suelen aparecer o son más bien débiles, generalmente, en el mundo rural, donde ni
las diferencias sociales eran muy acusadas ni variaban sustancialmente las condiciones de vida
de los distintos individuos […].
[…]
Superados los años de la infancia, la incidencia de la mortalidad desciende enormemente,
salvo en circunstancias muy concretas –las complicaciones del parto en las mujeres, por
ejemplo—, para volver a acentuarse en la vejez […]. Con todo, los niveles de mortalidad en las
edades intermedias eran siempre superiores a los que hoy conocemos y la vejez llegaba antes
que en nuestros días.
Pero el hecho más característico del Antiguo Régimen, desde el punto de vista demográfico,
es la periódica aparición de las denominadas crisis demográficas: durante un tiempo más bien
corto […] el número de defunciones aumenta bruscamente duplicando o triplicando las tasas
ordinarias […]. Su alcance geográfico es variable […]. Y sus efectos no se limitan a la pérdida
de una fracción de la población que puede ir desde el 10 – 15 % hasta la quinta o cuarta parte en
determinados casos, borrando así repentinamente el incremento demográfico acumulado a veces
durante bastantes años […]. Una vez recobrada la normalidad, los mecanismos de recuperación
se ponían en marcha, invirtiéndose los fenómenos aludidos […].
Las principales causas de las crisis demográficas, citadas por orden creciente de importancia
eran la guerra, el hambre y las enfermedades epidémicas, simbolizadas en la peste […].
Javier Díez Llamazares
2
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TEMA 2
El papel negativo de las guerras se debía no tanto a los muertos en combate y acciones
directas –pese a que las hubo terribles, como algunos asaltos a ciudades— cuanto a las
destrucciones, desorganización de la vida económica y múltiples consecuencias indirectas que
acarreaban […].
[…]
Los accidentes meteorológicos (sequías prolongadas, lluvias excesivas…) eran los habituales
causantes de las crisis de subsistencias en las economías cerealísticas de una Europa cuyo
alimento básico era el pan y en la que los cultivos alternativos –la patata, por ejemplo—
tardarían mucho en imponerse. Normalmente, las zonas costeras y de recursos más
diversificados solían ser menos afectadas. Las carencias estructurales de la economía
preindustrial se revelaban entonces de la forma más descarnada y los mecanismos de
compensación y redistribución de la renta (depósitos municipales o eclesiásticos de granos,
limosnas…), cuyo papel en la mitigación de estas difíciles situaciones era clave, podían llegar a
resultar ineficaces. Incluso era posible que crisis de alcance regional tuvieran efectos dramáticos
por la fragmentación del espacio económico y la deficiente infraestructura viaria existente. La
repetición de dos o tres años climatológicamente adversos agravaría enormemente la situación –
y era entonces cuando se daban las crisis verdaderamente graves—.
[…] Las diferencias socioeconómicas, en estas circunstancias [(referidas a las “crisis de
subsistencias”)], eran diferencias ante la enfermedad y la muerte.
Salvo en casos extremos y, casi con seguridad, minoritarios, no era el hambre la causante
directa de las muertes ocurridas en estos períodos. Pero el hambre impulsaba a ingerir alimentos
en mal estado y otros productos que pudieran considerarse alimenticios, aumentando las
enfermedades gastrointestinales […]. Debilitaba los organismos, en bastantes casos ya
habitualmente desnutridos, hasta convertirlos en fácil presa de cualquier infección oportunista.
Y –lo que para muchos autores fue clave en la multiplicación de las defunciones—
incrementaba el número de mendigos y vagabundos y su afluencia hacia las ciudades y atestaba
los centros hospitalarios y de caridad, facilitando la difusión de las enfermedades infecciosas
[…] que solían surgir en estos momentos. Una vez desatada la epidemia, las barreras
socioeconómicas podían perder el carácter diferencial frente a la muerte que tuvieron en un
primer momento.
[…]
[…] Eran muchas las enfermedades infectocontagiosas que flagelaban al hombre de la época
Moderna […]. Pero ninguna suscitaba tanto temor colectivo y dejó recuerdo tan amargo, desde
su primera aparición en Europa a mediados del s. XIV, como la peste. Por su recurrencia
periódica […]. Por los estragos que causaba en cada aparición […]. Y por las perturbaciones
económicas y de todo tipo que originaba.
[…]
Sin embargo, la peste fue la primera enfermedad vencida en el mundo occidental. Salvo
algunos contagios menores, las últimas grandes epidemias fueron las de Londres de 1665 y la de
Provenza de 1720 – 1722. Pudo haber causas en su erradicación que se nos escapan. Se habla de
mutaciones genéticas en el propio bacilo o en la pulga que le servía de huésped. De cierta
inmunidad adquirida por el hombre. O de que la rata negra fue desplazada por la rata gris. Nada
de esto se puede comprobar. Pero lo que sí tuvo consecuencias importantísimas en este sentido
fue la adopción empírica de medidas profilácticas y preventivas cada vez más eficaces […].
La mortalidad que acabamos de describir se traducía en una esperanza de vida al
nacimiento muy corta (no olvidemos que en su cálculo influye decisivamente la mortalidad
infantil) […].
B. Natalidad – fecundidad. Nupcialidad. Familia
La natalidad era también muy alta (se habla de hipernatalidad). La tasa bruta de natalidad
[…] suele oscilar entre el 35 y el 45 por mil, considerándose la de 40 por mil como la más
representativa […].
Estas tasas de natalidad tan altas se corresponden, lógicamente, con una fecundidad también
elevada, pero en modo alguno natural. Una serie de factores, biológicos y sociales, tendían a
limitarla eficazmente.
Javier Díez Llamazares
3
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 2
Por lo pronto, condenada moralmente (aunque no en idéntico grado) por las distintas iglesias
la sexualidad extraconyugal, la inmensa mayoría de los nacimientos se produce en el seno de
familias legítimamente constituidas mediante el matrimonio […].
Los nacimientos ilegítimos (extramatrimoniales) eran, en efecto, escasos –y más en el
mundo rural que en el urbano— y no solían suponer más del 1 al 5 % del total […].
Las cifras de concepciones prenupciales, sin embargo, varían enormemente de unos lugares a
otros, interviniendo en ello normas morales, costumbres quizás ancestrales y otros factores no
bien conocidos. No suelen abundar en el área católica, si bien aumentan en la segunda mitad del
XVIII […]. La transgresión de la norma en el mundo católico se saldaba frecuentemente con la
formación de una nueva familia, adelantando, probablemente, el momento del matrimonio. En
el caso inglés, sin embargo, la ceremonia religiosa del matrimonio no parece sino la
solemnización de una unión de hecho ya estabilizada.
Pero el matrimonio distaba mucho de ser universal. El modelo de matrimonio occidental
durante la época moderna, definido por J. Hajnal, supone la existencia de un celibato definitivo
relativamente elevado, también mayor en la ciudad que en el campo, y que, en el caso femenino
–el que interesa desde el punto de vista de la fecundidad—, aunque muy variable, sobrepasa con
frecuencia el 10 %, llegando incluso hasta el 20 %. […] Y las tasas de nupcialidad, muy
variables, se situaban entre el 8 y el 12 por mil, con no pocos casos en que se superaba el 15
por mil […].
El acceso al matrimonio era, por otra parte, más bien tardío […].
No parece que se hayan dado grandes modificaciones biológicas en el tiempo por lo que
respecta a la edad en que la mujer deja de ser fértil, aunque muy probablemente tienda a
adelantarse la edad de menopausia en relación con estados de subalimentación […].
El período de fecundidad efectiva, con la inhabilitación de una década, aproximadamente,
entre la pubertad y el matrimonio, y terminando de hecho hacia los 40 años, resultaba muy
inferior al de la fertilidad biológica y, por término medio, no duraba mucho más de quince años
[…].
[…]
Pero, aunque no existía el divorcio en los países católicos y era muy raro en los protestantes,
la muerte rompía muchos matrimonios en pleno período fértil […].
Era frecuente, no obstante, que los viudos contrajeran nuevas nupcias. Más los hombres que
las mujeres […]. En una sociedad con efectivos femeninos mayores que los masculinos, la edad,
la situación económica y el número de hijos del anterior matrimonio jugaban en contra de la
mujer desde este punto de vista […].
[…]
Pero, en conjunto, parece que influía mucho más, a la hora de regular la fecundidad, la edad
a la que la mujer contraía el primer matrimonio […]. Y la combinación de elevada edad al
contraer matrimonio y alta proporción de celibato concedía un amplio margen de maniobra para,
adelantando la una y reduciendo la otra, respectivamente, restablecer el equilibrio tras las crisis
demográficas.
[…]
4. Movimientos migratorios
La sociedad europea de la época Moderna era estructuralmente sedentaria. Sólo algunas
minorías –a veces, étnicas, como los gitanos— tenían en el nomadismo su forma permanente de
vida y era uno de los elementos, precisamente, que contribuía a aumentar la desconfianza hacia
ellas. Pero esto no quiere decir que se tratara de una población estática. La movilidad geográfica
era una característica destacada de aquella sociedad… que ha de compatibilizarse con la
inmovilidad incuestionable de muchas comunidades campesinas […].
Era, probablemente, en estas épocas de crisis cuando se producían los mayores
desplazamientos. En muchos casos el fin de la crisis suponía la vuelta de los huidos y el retorno
a la normalidad. Pero no siempre era así: las guerras podía provocar migraciones definitivas y,
en todo caso, originar a su término corrientes de signo contrario destinadas a repoblar los
territorios abandonados […].
Hubo también extrañamientos forzados de minorías socio – religiosas […].
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 2
Los movimientos de colonización propiciados, en parte, desde el poder también produjeron
migraciones […].
La movilidad geográfica, sin embargo, no era sólo cuestión de momentos o circunstancias
excepcionales.
Había, en primer lugar, infinidad de desplazamientos a muy corta distancia motivados por
intercambios matrimoniales o laborales entre parroquias vecinas […].
Otros desplazamientos geográficos obedecían a la propia estructura geoeconómica y, no
pocas veces, eran claramente estacionales, como los de los ganaderos trashumantes castellanos.
En circunstancias normales, las razones básicas de los emigrantes, entonces y ahora, son
siempre las mismas: asegurar el mantenimiento, mejorar económicamente, buscar la
promoción social […].
[…]
¿Tuvieron las migraciones consecuencias demográficas de importancia? […] La única
corriente migratoria de cierta cuantía cuyo destino trasciende los límites europeos fue la
emigración colonial. Su intensidad, sin embargo, no fue lo suficientemente fuerte como para
afectar sensiblemente al conjunto del viejo continente. La cuestión puede cambiar si adoptamos
la perspectiva de algunos de los países emisores en concreto […].
Son obvias, por otra parte, las consecuencias de las migraciones extraordinarias en las zonas
afectadas [(caso de la expulsión de los moriscos para el reino de Valencia)] […].
Las migraciones ordinarias, por su parte, redistribuyen los excedentes humanos, tendiendo a
equilibrar las relaciones entre población y recursos. En este sentido, son un factor de regulación
del sistema y retrasarían la aparición de los llamados controles positivos (mortalidad
catastrófica) […].
(RIBOT, 154 – 157)
A. Factores en la evolución del crecimiento demográfico
Hasta los años centrales del s. XV siguieron prolongándose los efectos de la terrible crisis de
mediados del XIV, perfectamente identificada con la Peste Negra. Fueron cien años de
repetidas crisis epidémicas, de desaparición de núcleos rurales, de general ralentización de la
actividad económica. Pero, pasada esta coyuntura las adversidades se hicieron menos intensas y
más espaciadas en el tiempo, sin llegar a desaparecer aunque sólo fuera para seguir recordando
su poder mortífero. Prueba de ello es la peste de 1505 y la que a partir de 1527 asola algunas
regiones de Europa por espacio de tres años.
A pesar de esta subordinación a las crisis cíclicas, inherente al régimen demográfico antiguo,
las nuevas circunstancias permitieron un crecimiento ininterrumpido que llegaría a extenderse
hasta la década de los años sesenta del s. XVI. Si es fácil deducir este progreso poblacional por
la multitud de testimonios que así lo avalan, no lo es tanto establecer con exactitud los
porcentajes que encierran las estructuras demográficas. En este sentido, resulta significativa la
parquedad con que el prestigioso demógrafo Roger Mols alude al dinamismo demográfico de la
centuria: “los datos disponibles son demasiado escasos para permitirnos generalizar. Parece
como si los matrimonios y nacimientos fueran un poco más frecuentes y las muertes un poco
menos”. Los ejemplos concretos verifican esta prudente apreciación. En Arezzo la tasa de
natalidad se sitúa en el año 1551 alrededor del 56 por mil, aunque éste puede resultar un caso
extremo. Lo más habitual es hallar niveles que oscilan en torno al 35 ó 45 por mil, como ocurre
en los pueblos que circundan a Valladolid.
Este nivel de natalidad, necesariamente algo más elevado al de las muertes para originar el
crecimiento referido, estuvo influido por una coyuntural reducción de la edad de acceso al
matrimonio, que a la postre permitiría incrementar en estos años el número medio de los
nacidos por pareja. A ello también contribuyó la leve prolongación del período de fecundidad
con motivo del incremento experimentado en la esperanza de vida que, tal como ha señalado
Massimo Livi – Bacci, se encuentra en fase de ascenso hasta el primer cuarto del s. XVII.
Intentar transferir dicha mejoría a una cifra media de años vividos, resulta enormemente
comprometido, sobre todo ante una mortalidad infantil que, por ejemplo, seguirá impidiendo el
que más de la mitad de las niñas nacidas lleguen al matrimonio.
Javier Díez Llamazares
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TEMA 2
Aún no está del todo concretado el por qué de esta tendencia generalizada de crecimiento,
cosa nada extraña ante fenómenos demográficos de los que tan sólo han quedado perfiles
difusos. La tesis tradicionalmente admitida alude a la mejora de las condiciones alimenticias,
explicación que vendría ratificada por la bondad del clima disfrutado al menos hasta esas fechas
de mediados de siglo. Esto último, sin embargo, siendo evidente en el norte y noroeste de
Europa, no lo es tanto en las penínsulas mediterráneas.
Asimismo, hay que valorar las consecuencias de cambios como los operados en los
territorios en los que cuajó la Reforma protestante. Allí se efectuó antes que en ningún otro
lugar la transferencia a la autoridad laica de la asistencia pública. También en el conjunto del
mundo católico se observa este creciente protagonismo por parte del poder civil, redundando en
una mayor capacidad a la hora de afrontar las periódicas coyunturas difíciles y al establecer
sistemas permanentes de asistencia.
Igualmente, las mencionadas transformaciones religiosas influyeron en los comportamientos
demográficos. Ello no sólo por lo que se refiere al incremento del potencial reproductor, tras
incorporarse a la vida activa el contingente de hombres y mujeres exclaustrados, sino también
por lo que afecta a los cambios mentales observados a través de las constantes referencias que
acompañan a muchos de los discursos reformadores: junto a los ataques al celibato, que deja de
ser el estado virtuoso de antes, se alienta fervientemente a los matrimonios a la procreación.
Tampoco conviene olvidar que todos estos factores coinciden en un contexto político
favorable, de ausencia de grandes conflictos bélicos. Ello ahorró a buena parte de Europa de las
complicaciones inherentes a la guerra: se evitaron así la destrucción de cosechas y los saqueos
indiscriminados por el paso de las tropas. Además, esto suponía la restricción de uno de los
medios, quizá el más rápido y eficaz, de propagación de enfermedades y epidemias. La
península italiana ofrece en este sentido una imagen plena de contrastes. Mientras las
poblaciones de los Estados del norte y centro se vieron afectadas por las constantes disputas
entre la dinastía francesa de los Valois y la familia Habsburgo, las regiones del sur
experimentaban un espectacular incremento demográfico. Éste es el caso del reino de Nápoles,
resguardado de posibles conflictos por la sólida presencia española, donde el número de hogares
anduvo próximo a duplicarse en los primeros cincuenta años de la centuria.
Estas ventajosas condiciones comenzaron a invertirse en el último cuarto de siglo, período
catalogado por la demografía histórica como fase de estancamiento y antesala al retroceso
demográfico de la centuria siguiente. Para E. Le Roy Ladurie sería el año 1570 el punto que
marca la inflexión, y el bloqueo de tipo malthusiano su principal causa. No faltan datos que
corroboren dicha interpretación: la subida de precios del cereal, desproporcionada respecto a la
de los salarios, fue un mal generalizado en la Europa de estos años.
Gran influencia hubo de tener en dichas fluctuaciones de precios la abundancia de medios
monetarios, así como lo crecido del volumen de la demanda. Pero su causa principal fueron,
sobre todo, las bruscas reducciones sufridas en la oferta alimentaria con motivo de repetidas
malas cosechas. Entra, por tanto, nuevamente en juego la explicación climática. La variación
hacia un progresivo enfriamiento atmosférico –lo que se ha venido en denominar “pequeña
edad glaciar”— está bien constatada: los inviernos extremadamente crudos, parecen
prolongarse en primaveras y veranos inhabitualmente fríos y húmedos.
Con la llegada de la década de los noventa, los efectos negativos acumulados de años
anteriores y la continuidad de las malas cosechas se confunden en una crisis general de
abastecimiento y carestía: el precio del cereal se hace prohibitivo para la mayor parte de la
población, provocando el hambre. Las protestas se multiplican a la par que masas de
vagabundos, que arrastran consigo miseria y suciedad, crecen en su peregrinar de una ciudad a
otra. No se puede dudar de la participación de tales movimientos en la propagación de
enfermedades, teniendo además en cuenta las deficientes condiciones de salubridad del
momento y el agravamiento añadido por unos niveles de nutrición necesariamente bajos. No es
de extrañar que las primeras víctimas de las epidemias se diesen normalmente entre las clases
más desfavorecidas, las que por algo acumulaban los mayores porcentajes de mortalidad.
Pero no sólo estas deterioradas circunstancias económicas propiciaron el contagio,
recordemos aquí, aunque sólo sea como referencia, el peso adquirido por las migraciones de
población civil a raíz de las contiendas que en estos momentos asolan Europa […].
Javier Díez Llamazares
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TEMA 2
La absorción por parte de las ciudades de estos excedentes jugó en detrimento de sus propias
posibilidades de supervivencia. No olvidemos que hasta el s. XVIII la enfermedad que más
muertes se cobra en el continente sigue siendo la conocida como peste bubónica, transmitida al
igual que en el s. XIV a través de la rata negra, huésped habitual de las ciudades. Pero ahora, a
diferencia de las epidemias de la primera mitad de siglo de efectos bastante localizados y
atenuados, los contagios, los que se inician ya con la peste de 1563, afectan a grandes áreas del
continente. Así, la que se propaga entre los años 1575 y 1578 azota toda la costa mediterránea.
Lo mismo ocurre con la terrible “peste atlántica” que maltrata desde 1597 y durante los tres
primeros años del siglo siguiente a todos los Estados de la vertiente atlántica sin excepción, con
unas pérdidas que pueden cifrarse en torno al millón de europeos. España fue quizá el territorio
que peor parte llevó en esta crisis demográfica, o al menos el que sufrió sus consecuencias de
manera más prolongada: Bartolomé Bennassar […] concluye que fue ésta una de las principales
causas que precipitaron el final del protagonismo de Castilla en el conjunto de la Monarquía
Hispánica, al perder lo que venía a ser su última baza, la riqueza en hombres.
Antes de concluir, conviene hacer referencia a las últimas correcciones efectuadas a esta
explicación malthusiana de la crisis demográfica. En tal sentido se inscriben las interesantes
reflexiones realizadas por el citado M. Livi – Bacci. Este demógrafo al tratar de demostrar en el
tiempo largo la autonomía entre los grandes ciclos epidémicos y el grado de nutrición de la
población, pone en entredicho, sin llegar a negar la vinculación entre escasez de alimentos y
mortalidad, la total interdependencia de ambas variables. Algo que ejemplifica con el examen
de los salarios reales y la frecuencia de las crisis de mortalidad en distintas localidades italianas
[…].
De ahí que un análisis en profundidad exija conjugar otros elementos que, aunque no tan
susceptibles de estimación cuantitativa, hubieron necesariamente de repercutir en las rígidas
estructuras de la población. De ahí la importancia de las conclusiones obtenidas por Robert
Brenner, tras largo y fructífero debate, considerando determinante en cualquier explicación de
los factores demográficos, los condicionamientos que supusieron en sí mismas las diferentes
estructuras de propiedad y, por tanto, de producción existente en la vieja Europa.
(BENNASSAR, 410 – 411)
[…]
b) La demografía de “tipo antiguo”, es decir, anterior a la mitad del s. XVIII, se
caracteriza por una natalidad y mortalidad elevadas y por la importancia de las crisis
demográficas. La natalidad está en función de la nupcialidad; ahora bien, la edad del
matrimonio es, entonces, relativamente elevada (los casos, frecuentemente citados, pero
muy especiales, de matrimonios reales o principescos no deben inducir a error). Por lo
general, la gente no se casa hasta los 25 ó 30 años, sobre todo entre las clases populares;
aparte del celibato, excepcional, la única forma, si no conocida, al menos permitida, de
prevenir los nacimientos es retrasar la edad del matrimonio. Por otro lado, estas uniones
se ven interrumpidas con frecuencia por la muerte de uno de los cónyuges,
principalmente la esposa. Además, el período de fecundidad de la mujer parecer ser
relativamente más corto que el actual. Finalmente, interviene la lactancia para bajar
todavía más el índice de fecundidad. Así, en veinte años de vida conyugal, de los 25 a
los 45 años, una mujer no puede dar a luz más de siete u ocho veces, y parece que puede
estimarse que en cada familia nace una media de cuatro a cinco niños, lo que es mucho,
ya que corresponde a un índice de natalidad del orden del 40 por mil. Frente a la fuerte
natalidad, la mortalidad, por su parte, es muy elevada. Un índice de mortalidad infantil
del 25 % y un índice de mortalidad juvenil del mismo orden son cifras medias muy
verosímiles, lo que significa que de cada 100 niños nacidos el mismo año: 25 no llegan
a la edad de un año, 25 mueren entre los uno y 19 años, y sólo 50 alcanzan la edad de
20 años. Una vez doblado ese cabo, la mortalidad es menor; pero, de todos modos, el
hombre o la mujer son ya viejos a los 45 ó 50 años. En total la esperanza de vida en el
nacimiento es de 20 ó 25 años, y el índice de mortalidad, próximo al 40 por mil. Los
principales factores de la mortalidad son: una higiene pública y privada, aún
rudimentaria; una alimentación con frecuencia insuficiente en calidad y cantidad (los
Javier Díez Llamazares
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TEMA 2
raros festines no compensan una subalimentación casi constante en las clases más
pobres y en las regiones más desheredadas); la impotencia de la medicina y de sus
diversos representantes frente a las enfermedades más benignas o ante las peores plagas.
Al ser los índices de natalidad y de mortalidad del mismo orden, el índice de reemplazo
se aproxima a la unidad: de cinco niños nacidos por término medio en una familia, dos
o tres alcanzan la edad del matrimonio, lo que asegura con exactitud el reemplazo de los
padres y los escasos solteros.
Pero este frágil equilibrio se ve brutalmente puesto en tela de juicio por las temibles
crisis demográficas. Estas “mortalidades” se deben a las epidemias (sobre todo la
peste, que hace estragos en estado endémico en toda Europa, con brutales explosiones
epidémicas), a las crisis cíclicas de subsistencias que acarrean carestías o hambrunas,
o, con mayor frecuencia, a la conjunción de esos dos factores. El aumento brutal del
número de fallecimientos (que se duplica o triplica) va acompañado de un descenso de
los matrimonios y de las concepciones, lo que contribuye a agravar las consecuencias de
tales crisis.
Evidentemente, habría que matizar el esquema así esbozado de las antiguas estructuras
demográficas, tanto en el plano social como en el plano geográfico. Natalidad y
mortalidad no presentan exactamente las mismas características en las clases
acomodadas y en el conjunto de la población (en general, los ricos tienen más hijos y
están relativamente menos indefensos ante la muerte que los pobres): Inglaterra, las
Provincias Unidas y algunas zonas francesas son regiones privilegiadas en relación con
la Europa central o mediterránea. Pero, en líneas generales, el modelo sigue siendo
válido.
Con semejantes estructuras, la población europea parece condenada al estancamiento,
con ligeras fluctuaciones negativas o positivas, según la frecuencia o la gravedad de la
crisis. Ahora bien, parece que el s. XVI se caracterizó por cierto crecimiento
demográfico, más o menos marcado, y en fechas diferentes según los países. Este
crecimiento se explicaría por una situación más favorable que en los siglos anteriores:
epidemias más localizadas, crisis de subsistencias menos frecuentes y más breves.
2.2. Las fuentes y el problema de las cifras
(RIBOT, 23 – 24)
[…]
El carácter indirecto de las fuentes empleadas (recuentos de población de finalidad siempre
fiscal o militar; registros sacramentales o parroquiales) impone una serie de limitaciones.
Espacio – temporales en primer lugar. Aunque existen recuentos de población en otros ámbitos
y épocas, sólo Europa y, en parte, sus colonias y a partir del s. XVI (aunque excepcionalmente
haya algunos anteriores) cuentan con una fuente como los imprescindibles registros
parroquiales. Las investigaciones se han de limitar, pues, a la Europa moderna. Por otra parte,
hay aspectos, incluso tan elementales y básicos como el volumen de población, de muy difícil
esclarecimiento, por las inevitables ocultaciones de las fuentes fiscales y el uso en ellas de
ciertas unidades colectivas –vecinos, fuegos o fogatges en España, por ejemplo—, que ni
siquiera tienen por qué coincidir con las familias, y que precisan de un coeficiente multiplicador
para transformarlas en habitantes. Finalmente, las mayoría de los estudios más detallados han de
centrarse en comunidades pequeñas (parroquiales) y, preferentemente, en su fracción de mayor
estabilidad geográfica.
Admitida la primera limitación, la segunda trata de mitigarse, por lo que respecta a
poblaciones grandes, con la aplicación de complejos métodos estadísticos. Las abundantes
monografías parroquiales realizadas en casi toda Europa occidental y la realización de
amplias encuestas han contribuido a paliar la tercera. Se cuenta así con resultados
razonablemente seguros que han mostrado la existencia de pautas de comportamiento
demográfico muy similares en buena parte de Europa.
(FLORISTÁN, 243 – 244)
Javier Díez Llamazares
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TEMA 2
[…]
Estimar la población del quinientos y sus características tiene sus evidentes dificultades por
los problemas que presentan las fuentes y, más aún, por la falta de fuentes adecuadas. Estamos
en lo que se ha dado en llamar la época protoestadística, pero en sus inicios; es decir,
contamos con fuentes susceptibles de una elaboración estadística para el análisis de la
población, aunque ésta no fuese su intención original, pero son insuficientes en número y
calidad para responder a las cuestiones que nos planteamos. Aparte de fuentes de índole
cualitativa, insustituibles para determinados tipos de análisis, dos son las que han merecido la
atención de los historiadores:
En primer lugar, los recuentos de población, normalmente vecindarios en sus distintos
tipos, que nos informan del volumen y la distribución de los efectivos en un momento
dado. La práctica de realizar vecindarios se generaliza progresivamente desde unas
primeras realizaciones en Italia –el anagrafe major de Venecia (1338), el catastro de
Florencia (1427 – 1430)— y en íntima relación con las nuevas formas de hacer política
de los nacientes estados modernos y el paralelo desarrollo de sus estructuras
administrativas. No en balde los tratadistas de la época insisten en que el conocer la
población y sus características con la mayor precisión posible es fundamental para la
acción de gobierno; lo hacen Maquiavelo, Guicciardini o Bodín, entre otros autores del
momento. Ahora bien, los vecindarios siempre son fuentes bajo sospecha porque se
elaboraron con intenciones fiscales, lo cual hace que a menudo no se registrasen los
exentos y que hubiese un intento constante de ocultar el número de vecinos para
disminuir la tributación que de él podía resultar.
En segundo lugar contamos con el recurso inestimable de los registros sacramentales
reunidos en los quinque libri, […] aunque no se generalizaron hasta las últimas décadas
del período que nos ocupa, pues la obligatoriedad de los mismos entre los católicos no
se establecerá hasta 1563, en el Concilio de Trento.
2.3. Reparto de la población europea
(FLORISTÁN, 244– 247)
[…]
La Tierra no tenía en esos momentos ni la décima parte de la población de hoy en día. Las
cifras barajadas nos hablan de una evolución positiva de la población mundial, con un
crecimiento anual acumulativo apreciable para la época, pero también de algunas diferencias
significativas. El continente más poblado era Asia, donde se concentraba más de la mitad de la
población mundial […] y, además, fue el que registró un mayor crecimiento. El segundo
continente era África, a la que seguía Europa; en los siglos inmediatos cambiarían de
posiciones relativas por el impacto del tráfico negrero […].
Dentro de los términos positivos ya mencionados, en Europa también documentamos
diferencias significativas. Sin detenernos en evoluciones a escala local y regional, cabe aludir a
las que observamos de carácter más general, recurriendo a las clásicas estimaciones realizadas
por McEvedy y Jones referidas a las circunscripciones políticas actuales […].
[…] Francia era, con notable diferencia, el país más poblado de Europa, y de ello fueron
conscientes sus propias autoridades a la hora de calibrar la posibilidad de movilizar recursos y
hombres, siempre que solucionasen sus problemas internos. En segundo lugar se encuentra la
lejana Rusia, pero las cifras ofrecidas inducen a más error que las de Francia por referirse a sus
fronteras actuales, por cuanto en esos momentos el principado de Moscú contaría con siete
millones de habitantes en 1500 y diez al finalizar el siglo, incremento atribuible más a su
expansión territorial que al crecimiento natural de la población. Otro tanto puede decirse de una
gran potencia con un peso decisivo en el escenario europeo, la Sublime Puerta, que se
expandió por los Balcanes hasta presentarse por primera vez ante las murallas de Viena en 1529.
El imperio turco pasó de 9 a 28 millones de habitantes a lo largo del s. XVI a resultas de su
rápida expansión territorial, pero, de ellos, 12 vivían en el Próximo Oriente, 8,5 en el norte de
África y sólo 7,5 en Europa.
Javier Díez Llamazares
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TEMA 2
Después se puede hablar de la población de Italia y Alemania, pero son espacios
políticamente invertebrados. En el terreno de las realidades socioestratégicas, lejos del potencial
de Francia queda España, aun cuando hablásemos de ese imperio de los Habsburgo tan
disperso, y todavía más Inglaterra. En el extremo sudoeste del continente, un país que apenas
representaba el 1,5 % de la población europea en el 1500, Portugal, fue el primero que se lanzó
a explorar los caminos del mar y abrió nuevos horizontes para la vieja Europa.
Son estimaciones de la población europea a principios y finales de un siglo, el Quinientos,
sin que estas cifras permitan entrar en mayores matices sobre la evolución a lo largo de esos
cien años, que como es de suponer no fue homogénea ni a lo largo del período ni entre las
distintas regiones. Estaba el impacto de la expansión turca en el este, el de las guerras de Italia
en la primera mitad del siglo, el de las guerras de religión en Francia y el centro de Europa,
aparte de sucesos con una incidencia más localizada como la Primera Germanía en Valencia. Un
rosario de catástrofes de distinta índole incidió en la evolución de diferentes regiones europeas,
de forma que se considera que Hungría o Rumanía bastante hicieron con mantener sus efectivos
durante la centuria. Pero, con carácter general, también documentamos la ralentización del
crecimiento a fines del siglo, sobre todo allí donde las bases económicas del mismo se vieron
comprometidas […].
1.2. Distribución de la población
Hay áreas densamente ocupadas en Europa, algunas incluso muy densamente pobladas para
la época por cuanto superan los 40 habitantes por km2. Es el caso de las cuencas de Londres y
París y otras zonas muy localizadas: valles del Rin y del Danubio, las tierras en torno a
Nápoles y Roma, y sobre todo los Países Bajos, donde a finales del s. XV Holanda tenía más
de 60 habitantes por km2 y Flandes superaba los 70. Pero tampoco era la tónica general, pues
existían otras regiones donde la ocupación del espacio era todavía insuficiente por distintas
razones: vacíos atribuibles a la crisis bajomedieval, a enfrentamientos armados más o menos
recientes, a los problemas para habitar zonas que planteaban especiales dificultades, caso de
algunas tierras pantanosas u otras marginales por su altitud o latitud.
En el s. XVI se ocuparon o reocuparon algunos de dichos vacíos. No podemos entrar en la
enumeración de las realizaciones en este terreno, algunas verdaderamente modestas, de alcance
muy limitado y que apenas han dejado rastro en las fuentes en su exacta dimensión. En algunos
casos se trata de volver a dar vida a pueblos antes abandonados, en una tarea alentada a menudo
por los mismos señores […]. En otros, son fundaciones que siguen los procesos de expansión de
la superficie cultivada a los que después nos referiremos.
También, y sobre todo a fines de siglo, encontramos nuevos despoblados y por razones
distintas. En Castilla se denuncia que algunos señores procuraban la despoblación de sus
señoríos para poderlos arrendar como pastizales a los ganaderos trashumantes sin ninguna
servidumbre comunal. Al empeoramiento del clima se atribuye el abandono de amplias zonas
del Macizo Central francés, por ejemplo, y el consiguiente avance de los glaciares alpinos hace
peligrar la existencia de algunas localidades suizas o de Escandinavia.
[…]
(RIBOT, 157 – 160)
[…]
[…] De las cifras hasta aquí expuestas, se deduce fácilmente que la densidad en la
ocupación del suelo ofreció grandes contrastes a nivel general del continente, algo que también
ocurre en el caso particular de cada país […]. De ahí que sea más apropiado[, por no reflejarlo
adecuadamente,] tomar como referencia no tanto los Estados como las regiones concretas. Así,
los núcleos de mayor densidad de poblamiento se localizan en la cuenca de Londres, en
Flandes, en Brabante, en el centro de la región parisina, en los valles del Rin y del Danubio,
en la Lombardía, en la campiña romana, en la llanura de Nápoles… todos ellos superan
ampliamente los 30 hab./km2, la mayoría llega hasta los 45 y no faltan casos, como es la citada
Lombardía, donde en momentos excepcionales puedan contabilizarse 100 y 120 hab./km2. El
contrapunto a estas cifras está en los terrenos montañosos y boscosos del interior europeo, y ya
de forma generalizada en los países escandinavos y del este de Europa […].
Javier Díez Llamazares
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TEMA 2
Como puede comprobarse las “aglomeraciones” coinciden allí donde el fenómeno urbano
fue importante, en íntima conexión sobre todo con actividades de carácter económico, aunque
tampoco faltaran motivos de tipo político y social. Ahí está el desmedido crecimiento de las
nuevas capitales que asumen la administración de las monarquías absolutas […].
[…]
2.4. Las ciudades
(FLORISTÁN, 247 – 248)
[…]
Ahora bien, en el análisis del poblamiento cobra una especial importancia el estudio de las
ciudades, por cuanto la población urbana tiene una peculiar significación en la evolución de la
civilización europea, mucho más de lo que la tiene en otras latitudes. Las ciudades registran un
comportamiento demográfico diferencial respecto a las áreas rurales: tendrían un saldo natural
negativo, con más defunciones que nacimientos, de forma que mantener sus efectivos, y más
aún incrementarlos, sólo sería posible por el aporte migratorio de las áreas rurales.
Pero las ciudades son mucho más que esas tumbas demográficas como algún autor las ha
denominado, pues constituyen un ámbito de innovación en el terreno económico, social y
político. Aunque en la Edad Moderna pudiesen ver mermado su protagonismo por los nacientes
estados, las ciudades tuvieron un significativo papel en la modernización económica de Europa,
como ha hecho ver J. de Vries, al articularse una red urbana que posibilitó la posterior
industrialización.
Era una red urbana de distinta implantación a lo largo y ancho del continente y con unos
logros que ahora nos pueden parecer modestos. A principios del Quinientos la ciudad más
importante de Europa era París con unos 225.000 habitantes, seguida de lejos por Nápoles con
125.000; cien años después seguían ocupando la cabeza de las urbes europeas, aunque se habían
estrechado las diferencias entre ellas. Inmediatamente después en 1500 estaban Milán, Venecia
y Granada, por este orden; en 1600 vemos aparecer en tercer lugar a Londres y en quinto a
Sevilla. Visión que no tiene en cuenta a esa ciudad a caballo entre dos continentes que es
Estambul, cuyo importante crecimiento la llevó de 200.000 habitantes en 1500 a 700.000 un
siglo después.
Cabe evaluar que entre un 8,6 y un 10,7 % de la población europea viviría en localidades de
5.000 y más habitantes, con un crecimiento nada desdeñable en el s. XVI: en ellas se
concentrarían 8,16 millones de personas a principios del siglo y 10,9 a fines del mismo. Su
distribución es muy irregular: poco importante en el este y norte de Europa, el grado de
urbanización es particularmente intenso en los Países Bajos e Italia, sobre todo en su mitad
septentrional.
En general, podemos ver que la importancia relativa de las ciudades italianas disminuye
mientras aumenta la de las del noroeste de Europa, lo que no deja de ser una manifestación más
del desplazamiento de los centros de riqueza. La mayoría de las ciudades vieron incrementar sus
efectivos, y algunas lo hicieron de forma espectacular; otras, en cambio, y por distintas razones,
registraron un decrecimiento: es el caso de algunas localidades de la actual Bélgica, de la danesa
Roskilde que perdió la capitalidad a favor de Copenhague […].
Entre las que más crecieron, muchas comparten alguna de estas características: ser puertos
atlánticos –pues los del Mediterráneo pierden importancia relativa— u ostentar la capitalidad
de un estado. En el primer apartado el ejemplo más significativo no podía ser otro que Sevilla
(de 45.000 a 135.000 habitantes), ciudad que pasó de ocupar el lugar vigesimoséptimo al quinto
en importancia de las ciudades europeas por tener el monopolio del comercio con el Nuevo
Mundo […].
En otros casos los crecimientos debemos explicarlos por razones políticas, por ser urbes
donde residían los órganos de gobierno de los nacientes estados modernos. El ejemplo de
Madrid es particularmente significativo, pues incrementa su población como ninguna otra
capital europea[: de 5.000 habitantes en 1500 a 83.000 – 90.000 en 1597, calculándose que
emigraron 50.000 – 60.000 personas durante el traslado de la capitalidad a Valladolid entre
1601 y 1606] […]. Estamos ante la evidencia de cuán importante era este aspecto, pues en las
Javier Díez Llamazares
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capitales de los estados renacentistas se acumulaban los miembros de una burocracia en rápido
aumento, los de la nobleza que abandonaba la residencia en sus señoríos para trasladarse a la
corte, los tantos sin oficio ni beneficio en busca de una sinecura y los muchos más que apenas
aspiraban a la sopa boba, el producto de las limosnas y cualquier otro rendimiento que pudiese
surgir en ese mundo descrito en la novela picaresca.
(RIBOT, 160 – 162)
[…]
En toda Europa las ciudades no dejaron de crecer durante este período: el número de
municipios con más de 10.000 habitantes (cifra límite para distinguir las ciudades que son algo
más que un pequeño centro urbano) llegó a finales del siglo a 200. […]
No obstante, los porcentajes de residencia en ciudades europeas siguieron siendo bajos, ya
que la media se mantuvo invariablemente rural en un 80 ó 90 % de la población total. De forma
puntual pueden hallarse proporciones más altas, como ese 31 % de la población de Sajonia que
en 1550 vivía en 143 ciudades.
[…]
Pero donde, sin duda, el impacto urbanizador tuvo mayores consecuencias, fue en el
noroeste europeo, es decir, allí donde antes se verificó la modernización de las estructuras
económicas. Se calcula que en Brabante un 35 % de la población total vivía en ciudades,
mientras en Flandes los ciudadanos se contaban en un 40 ó 45 %. Este óptimo equilibrio entre
las poblaciones urbana y rural se consiguió no tanto por el propio crecimiento vegetativo de las
primeras, como por el trasvase efectuado desde las gentes del campo en busca de oportunidades
de empleo –toda una constante en la interpretación de la demografía urbana—. Esto explica
también la formación a partir de los años setenta de una auténtica reunión de ciudades
industriales y comerciales en la provincia de Holanda, el denominado Randstad, que abrazaba
en una reducida extensión a Ámsterdam, Haarlem, Leiden, La Haya, Delft y Rotterdam.
(BENNASSAR, 37 – 38)
[…]
Esta población es, ante todo, rural. Las ciudades son pequeñas y no representan más que un
pequeño porcentaje del total, excepto en Flandes y en Brabante (30 ó 40 %) y en la Italia
septentrional […]. Todo el siglo vive un rápido crecimiento de la población urbana, sobre todo
en los sitios donde la política y la economía sirven de aguijón […]. Como la población rural
crecía al mismo tiempo, se puede pensar que la proporción general no resultó modificada por
este auge de la urbanización. Pero hay que subrayar el efecto estimulante que tuvo sobre la
economía, al ser la ciudad, en primer lugar, un centro de consumo.
[…]
2.5. La sociedad estamental y los grupos emergentes
(FLORISTÁN, 269 – 277)
[…]
La sociedad del s. XVI era todavía jerárquica y tradicional. Se centraba en un algún tipo de
grupo social: la familia, el linaje en sentido extenso, la corporación laboral o profesional, la
comunidad de vecinos, de barrio o de parroquia. Por esta razón se habla de sociedad
corporativa. Las interferencias exteriores a este grupo, sea de individuos aislados, sea de un
poder organizado, eran rechazadas con fuerza en nombre de una moral colectiva. Existía la
creencia de que la defensa de los derechos tradicionales podía ser realizada mediante actitudes
de rebelión, e incluso de que el pueblo (o una parte de él, como la nobleza) tenía no sólo el
derecho, sino incluso el deber de rebelarse, si las autoridades no eran diligentes en el
cumplimiento de sus obligaciones […].
1. La nobleza
La nobleza continuaba siendo el principal estamento privilegiado y el punto de referencia
para los otros grupos de la sociedad. En teoría se definía por su función militar, aunque sería
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más correcto definirla como una clase terrateniente hereditaria de origen militar. A nivel
europeo, representaba entre el uno y el dos por ciento de la población, aunque algunos países,
como Hungría y Polonia, y algunas regiones del norte de España se caracterizaban por
porcentajes de cerca del 10 % o más. Los teóricos de la nobleza también intentaban justificar la
condición privilegiada de los nobles haciéndolos descendientes de los antiguos conquistadores
germánicos […]. Este posible origen étnico tenía como consecuencia que la condición nobiliaria
fuera una sola y la misma para todos los integrantes del estamento. Pero la realidad era que
existían en el interior de la nobleza diferencias de nivel económico y de rango social. Se suele
hablar de alta y baja nobleza. La diferencia entre ambos grupos podía venir definida por la
posesión de señoríos jurisdiccionales, o bien por la posesión de un título de conde, duque,
marqués o similar. En el s. XVI prácticamente todos los nobles titulados era señores
jurisdiccionales, a diferencia de siglos posteriores. En cambio había muchos señores
jurisdiccionales que no poseían título, sino que pertenecían a la baja nobleza. Y por supuesto
existía un número de simples caballeros o gentileshombres […] que no poseían señoríos
jurisdiccionales, sino que eran propietarios rurales o urbanos.
Al contrario de lo que predicaban sus teóricos, la condición nobiliaria no era inmutable, sino
que obedecía a una evolución histórica. La mayor parte de los títulos nobiliarios existentes en
Europa no eran de origen medieval, sino que fueron concedidos por los reyes en momentos
diversos. […] El fenómeno del ennoblecimiento era posible porque existía una zona mixta de
personas que, sin ser jurídicamente nobles, vivían como los nobles (more nobilium), tanto en
cuanto al origen de sus ingresos, en forma de rentas, como en la forma ostentosa de gastarlos.
Se trataba de unas oligarquías urbanas que solemos conocer bajo la denominación de
“patriciado”, porque ellas mismas gustaban de presentarse como descendientes de los patricios
de la antigua Roma, distintos y superiores a los plebeyos.
La condición nobiliaria se transmitía por herencia a todos los hijos, pero el título no. En los
países de Derecho romano, o influidos por él, sólo el hijo mayor de un conde, por ejemplo,
heredaba el condado […]. Los demás hijos serían simplemente caballeros, que si eran
afortunados podían obtener un nuevo título. Por lo que hace a la herencia de los bienes, en el s.
XVI todavía no se había extendido mucho, a nivel europeo, el sistema de primogenitura
procedente del Derecho romano. En los países germánicos y eslavos, por ejemplo, estaba
vigente el sistema de reparto de los bienes entre los hijos varones por igual. Ésta es una de las
razones de la extrema fragmentación política en Alemania.
La base de la riqueza nobiliaria era la propiedad privilegiada de la tierra por medio del
régimen señorial. En sus señoríos, el noble no era únicamente el propietario, sino que ostentaba
la autoridad pública, incluso la judicial y el nombramiento de las autoridades locales. Desde el
punto de vista económico y como consecuencia de los últimos siglos medievales, los señores
solían ceder la explotación de la mayor parte de sus tierras a los campesinos, sea a cambio de
rentas fijas, sea a cambio de una parte de la cosecha. Quedaba una “reserva señorial” que solía
explotarse por medio de mano de obra campesina, muchas veces forzada. En una época de alza
de precios como fue el s. XVI, era más provechoso recibir una parte de la cosecha (renta en
especies) o incluso incrementar la producción de la reserva, forzando la obligación laboral de
los campesinos […].
Los señores disponían de muchos medios de coerción económica sobre los campesinos.
Tenían monopolios de medios técnicos como los molinos (de cereales y de aceite) y herrerías,
cobraban impuestos sobre vías de comunicación (puentes, caminos, barcas), gozaban de
derechos preferentes de venta de su propia producción en mejores condiciones y tiempo que
los campesinos, disfrutaban de derechos exclusivos de caza y pesca (lo que daba lugar a la
existencia de cazadores furtivos), cobraban derechos sobre las ventas o transmisiones
hereditarias de las propiedades de aquéllos, en suma disfrutaban de una posición privilegiada
que les permitía vivir del trabajo de sus súbditos y al mismo tiempo dictar las normas que
regulaban este trabajo.
Pero si los ingresos eran elevados, también lo eran los gastos. Un gran señor debía mantener
un elevado número de criados y llevar una vida suntuosa, sin reparar en gastos; a esto se
llamaba ser “liberal”. Debía dotar económicamente a las hijas y desarrollar una política
matrimonial adecuada, buscando nueras dotadas para sus hijos. Una consecuencia de la
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TEMA 2
“liberalidad” era la construcción y mantenimiento de distintos palacios y residencias, que eran
costosos. La administración de un gran patrimonio nobiliario no era fácil. En realidad, un
señorío funcionaba gracias al arrendamiento de derechos asegurado por comerciantes y
campesinos ricos. A finales del s. XVI muchas casas nobiliarias tenían serios problemas
económicos y se hallaban endeudadas.
Aquí intervenía nuevamente la condición privilegiada de la nobleza y su dependencia del
poder real. Uno de los privilegios de los nobles consistía en que no podían ser encarcelados por
deudas. Los monarcas concedían todo tipo de ventajas económicas para que los aristócratas no
se vieran obligados a pagar a sus acreedores. Además, les otorgaban todo tipo de mercedes en
forma de privatización de impuestos o concesión de cargos lucrativos de la administración civil
o eclesiástica para ellos y para sus hijos […].
2. La población urbana
En las ciudades encontramos tres grandes grupos sociales, numéricamente dispares. Existía
una minoría de burgueses, una mayoría de artesanos, y también un amplio número de criados
y de trabajadores no cualificados, por no hablar de los sectores marginados.
La definición del concepto de burguesía aplicado a la Europa del s. XVI, no es fácil. Las
ciudades solían estar gobernadas por familias de “ciudadanos” o “burgueses honrados”, una
condición seminobiliaria y hereditaria, que vivía de rentas de la propiedad o del capital
(préstamos de distinta naturaleza). Los “ciudadanos” solían dirigir de manera exclusiva o
preeminente los gobiernos municipales.
En general, se suele asimilar la burguesía del Antiguo Régimen con los comerciantes. Pero
también eran importantes, por su proyección social y cultural, los graduados universitarios que
vivían de su profesión: medicina y leyes. Unos y otros trataban de aproximarse a una condición
privilegiada y consideraban que su trabajo era “honorario” […]. Los médicos solían depender
más de su propio esfuerzo, mientras que los graduados en leyes podían encontrar salida en las
plazas de los numerosos tribunales de la administración civil y eclesiástica. La burocracia
también ofrecía colocación a personas que no tuvieran graduación nobiliaria: eran los “oficios
de pluma”, propios de secretarios y escribientes. En general, se consideraba que las profesiones
liberales no eran incompatibles con el ennoblecimiento, mientras que sí lo era el ejercicio del
comercio.
Precisamente los comerciantes se enorgullecían de su experiencia práctica. Solían enviar a
sus hijos a pasar un período de formación en otras ciudades, en los negocios de familiares o
corresponsales […]. En la época del Renacimiento y a lo largo del s. XVI, no existían banqueros
especializados. Los financieros eran grandes comerciantes al por mayor, que entre otros muchos
productos valiosos negociaban en dinero, por medio de la especulación y el giro de las letras
de cambio […]. Pero, por lo general, los grandes financieros del s. XVI fueron, en expresión de
los historiadores de la economía, “comerciantes banqueros”. El sistema había tenido un claro
precedente en las ciudades italianas del s. XV y especialmente en Florencia […].
[…] Pero la burguesía del s. XVI era básicamente comercial o incluso financiera y sus
inversiones industriales eran limitadas. Fuera de algunos sectores concretos, la mayor parte de la
producción industrial estaba en manos de artesanos especializados, que en las ciudades estaban
organizados en gremios.
Los gremios o corporaciones de artesanos recibían distintos nombres, variables según los
países, o incluso en el interior de los mismos […]. Una parte de estas denominaciones respondía
a los orígenes religiosos de las corporaciones o a sus funciones de culto o asistenciales […]. Los
gremios reglamentaban la formación profesional, por medio del sistema de aprendizaje, y
organizaban las condiciones de trabajo, fabricación y venta de los productos.
A lo largo del s. XVI aumentó el número de gremios y de artesanos en general. En las
grandes ciudades se produjo un incremento del número de gremios por medio de una
especialización, a veces excesiva […]. En las ciudades medias, donde el número de artesanos
era más reducido, las distintas especialidades se encontraban reunidas en “cofradías de
diversos oficios”, bajo la advocación de un santo patrón común. En Inglaterra, los historiadores
llaman gremios “amalgamados” a estas corporaciones de diversos oficios.
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TEMA 2
A partir del s. XV, el acceso a la condición de maestro agremiado se realizaba a través de
un examen de maestría. Este acto debía probar en primer lugar la capacitación técnica del
aspirante, mediante la realización de una “obra maestra”, pero en la práctica se había
convertido en un mecanismo de selección económica y social, puesto que los gastos que se
debían satisfacer eran elevados, incluido muchas veces un “refresco” para los examinadores y
otras autoridades gremiales. Los hijos y yernos de maestros solían ser eximidos en todo o en
parte de estos pagos, que también favorecían a los naturales de la ciudad.
Había discriminaciones de distinto tipo que restringían el ingreso en los gremios. En
general, no se admitía a los hijos ilegítimos. Había discriminación de índole religiosa o étnica
[…].
Los gremios estaban muy relacionados con los gobiernos municipales. En el mejor caso
participaban en ellos[, como ocurría en los casos de los gobiernos de Londres, a través de los
Guild, o de París, a través de los Six Corps des Marchands] […].
En general los artesanos participaban en los gobiernos municipales por detrás de ciudadanos
y comerciantes. La evolución no era siempre lineal. Los gremios habían ganado posiciones en
los gobiernos municipales en muchas ciudades alemanas durante los siglos XIV y XV (se habla
incluso de una “revolución de los gremios”), pero, en cambio, durante el XVI se produjo una
disminución del papel de los artesanos y una aristocratización de los consejos […].
Muchos jóvenes mancebos, oficiales o jornaleros de los gremios nunca conseguían aprobar
el examen de maestría, y quedaban siempre en una condición intermedia. A pesar de la
hostilidad de los maestros solían organizarse en “cofradías de mancebos”, especialmente en
los oficios más numerosos […]. Son especialmente conocidas las organizaciones
semiclandestinas de oficiales o compagnons existentes en Francia, los denominados
compagnonnages, que llegaron a tener una organización compleja.
Los miembros de los gremios eran trabajadores especializados. Pero en las ciudades existía
una amplia masa de trabajadores no cualificados que trabajaban normalmente por un sueldo
diario en trabajos eventuales. Se les denominaba, un poco despectivamente, como
“ganapanes”, en francés gagne – deniers, u otros similares, como “peones” e incluso
“bergantes”, y estaban menos considerados que los mancebos agremiados.
3. Los campesinos
Cerca del 80 % de la población europea estaba compuesta por campesinos […]. Las
diferencias dependían de las condiciones de explotación de la tierra: si eran o no propietarios, o
en qué condiciones, de qué capital disponían (animales de labor o aperos de labranza), a qué
pagos estaban obligados, etc. En principio se considera que los campesinos que vivían bajo un
régimen señorial estaban en peor condición, pero todo dependía del resto de factores. Como la
mayor parte no eran propietarios, también los campesinos no señoriales estaban obligados al
pago de una renta de la propiedad, y de ordinario trabajaban en precario, debiendo ya la cosecha
a comerciantes o campesinos más ricos. Además, todos los cultivadores directos, o titulares de
una explotación, estaban obligados a pagar una décima parte teórica de su producción (el
diezmo) para la manutención de los eclesiásticos. Incluso en los países protestantes se seguía
pagando el diezmo, sea a las iglesias reformadas, sea a la nobleza que se había apoderado de sus
bienes.
Si el campesino no era propietario libre o alodial (en Inglaterra, free – holder) los mejores
contratos eran los de larga duración, perpetuos y hereditarios, según el modelo romano de la
enfiteusis. Solían consistir en cesiones de tierras no cultivadas, que el campesino ponía en
explotación, mediante el pago de un canon moderado, el censo enfitéutico, y el reconocimiento
de la autoridad del “señor eminente” en caso de venta o herencia. El campesino gozaba del
“dominio útil” o usufructo de la propiedad […].
Un segundo tipo de contrato era el de arrendamiento, en el cual el campesino corría con
los gastos de explotación. Los propietarios tendían a los contratos de corta duración. Un tercer
tipo era el contrato de aparcería, en el cual el propietario corría con parte de los gastos y a
cambio percibía también una parte de la producción, la mitad, la tercera parte, u otro porcentaje,
según el tipo de cultivo […].
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En la sociedad rural estaban muy arraigadas las propiedades comunales y los derechos
colectivos. Las parroquias tenían la propiedad o el derecho de uso de montes y prados, para la
obtención de madera o la manutención del ganado. Aún más, las propiedades individuales
estaban sometidas a derechos de uso colectivo, una vez realizada la siega o la vendimia. Este
derecho al espigueo o al ramoneo de pámpanos permitía la alimentación del ganado de los
campesinos pobres. Para poder ejercer este derecho era esencial que los campos permanecieran
abiertos y que los campesinos observaran un ritmo uniforme de trabajo, regulado por la
comunidad.
A lo largo de la Edad Moderna las tierras colectivas estuvieron sometidas a un fuerte
proceso de erosión por parte de campesinos ricos, de los señores, que se consideraban
propietarios de montes y prados, o de burgueses de las ciudades que se habían convertido en
propietarios rurales […].
El nivel superior de la sociedad campesina estaba ocupado por una pequeña minoría de 5 %
de campesinos ricos, enfiteutas o grandes arrendatarios. Eran los llamados gros laboureurs,
“labradores honrados o villanos ricos”. Solían ser los intermediarios del régimen señorial,
poseían cabezas de ganado y empleaban mano de obra asalariada. Tras de estos “poderosos”, en
el s. XVI existía un sólido grupo de campesinos medios, independientes, pero no tan ricos como
los anteriores. Representaban hasta un 25 % del total, constituían la columna vertebral de la
sociedad campesina y evitaban una extrema polarización social.
La mayoría de la población rural europea, hasta un 60 o 70 %, estaba constituida por
campesinos dependientes, con pocas tierras o con tierras insuficientes. A menudo tenían que
realizar trabajos estacionales para sus vecinos más acomodados. Vivían a merced de las
carestías y las malas cosechas, que no les permitían hacer frente al pago de rentas e impuestos.
Podían perder sus tierras a la menor dificultad. A fines de siglo su proporción había aumentado
como consecuencia de la crisis económica.
Todavía la posesión de un trozo de tierra diferenciaba a los campesinos dependientes de los
jornaleros y mozos de labranza. Mientras los primeros solían ser casados y tener domicilio
propio, los segundos eran jóvenes solteros que se consideraban temporalmente parte de la
familia de su patrón en sentido amplio (como los aprendices de los gremios o los criados de las
ciudades). Estos servidores rurales (servants – in – husbandry) o criados agrícolas eran más
definitorios de la sociedad rural que los meros jornaleros.
4. Los sectores marginados
[…] En líneas generales se estima que un 10 % de la población vivía en condición de
pobreza […].
Las clases trabajadoras, urbanas y rurales, vivían en el umbral de la pobreza, al albur de una
coyuntura económica negativa […]. El incremento del número de pobres, que observaban los
testimonios de la época, coincidía con dificultades económicas conocidas. Éstas podían tener un
carácter transitorio, aunque grave para sus consecuencias inmediatas […]. Peor fue el deterioro
progresivo del nivel de vida que se produjo en la segunda mitad del siglo con el aumento del
precio de los productos alimenticios. El umbral de pobreza se desplazaba y englobaba entonces
buena parte del pueblo trabajador. Éste protestaba no tanto por los bajos salarios como por los
altos precios, es decir, manifestaba sus quejas preferentemente como consumidor. Los
asalariados puros no constituían la mayor parte de la población laboral. Por otra parte no era
extraño que una parte del salario se percibiera en especie y que por tanto los datos brutos
salariales no siempre sean totalmente fiables.
Puesto que el trabajo familiar se centraba en el cabeza de familia, el hecho de su muerte o
de su incapacidad para el trabajo podía provocar la caída en la pobreza. Por esta razón había
categorías concretas de la población que eran asimiladas prácticamente a los pobres: viudas,
enfermos, ancianos, se encontraban reducidos a la mendicidad por falta de recursos.
La pobreza constituía un rasgo permanente de aquella sociedad, a pesar de la multiplicidad
de instituciones de carácter religioso que tenían por finalidad solventarla o aliviarla. Pero en el
primer tercio del s. XVI se produjo un cambio importante en las actitudes oficiales hacia el
pauperismo. Seguramente el cambio no fue radical. Ya en la Edad Media se distinguía a los
Javier Díez Llamazares
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TEMA 2
“buenos” de los “malos pobres”. Pero la visión cristiana tradicional era la de una cierta
valoración del “pobre de Jesucristo”. La limosna indiscriminada se consideraba positiva […].
Frente a esta visión tradicional una serie de ciudades de los Países Bajos y de Alemania
establecieron una nueva práctica política para la pobreza. Era la llamada “policía de pobres”
(policía no en el sentido de vigilancia, sino de ordenamiento, según la palabra griega “polis”, es
decir ciudad). Esta nueva realidad asistencial fue expuesta, entre otros, por Juan Luis Vives,
[…] en su obra latina de 1523, titulada De subventione pauperum […].
Ésta proponía ejercer y reglamentar la asistencia social por medio de instituciones
municipales más que religiosas e impulsar el trabajo de los necesitados de forma más o menos
forzosa. El sistema se extendió por Francia [–a través de instituciones llamadas “Aumônes
(limosnas) generales” o “Bureaux (oficinas) de pauvres”—], Italia [–a través de los
“Albergues de pobres” o los “montes de piedad”—] y también España […]. Cada parroquia
se hacía responsable de “sus” pobres. Considerado como una solución de emergencia, el sistema
de las Leyes de Pobres[, consistente en impuestos establecidos por ley del Parlamento,]
permaneció en vigor, con modificaciones, hasta el primer tercio del s. XIX.
Los pobres que no estaban controlados por la parroquia eran considerados vagabundos.
Eran peligrosos porque no dependían de un amo […]. La mayor parte de los errantes eran
campesinos pobres que habían perdido sus tierras y no disponían de tantas instituciones
caritativas como en las ciudades. La doctrina oficial, durante toda la Edad Moderna, era que no
existía paro voluntario. El que no tenía trabajo debía ser compelido a él, de forma más o menos
obligatoria, para costear su manutención en instituciones organizadas y controladas por las
autoridades civiles y eclesiásticas […].
La prevención de las autoridades hacia los vagabundos no estaba desprovista de
fundamento. Era difícil diferenciar a los “miserables” de los “truhanes”, es decir, de los
delincuentes. La existencia de los “falsos pobres”, mendigos que fingían enfermedades
inexistentes y que practicaban el hurto, podía ser amplificada por las narraciones de los viajeros
o incluso por publicaciones especializadas [(p.ej. el Liber vagatorum)] […]. Como ha escrito un
historiador actual (Van Dulmen), las fronteras entre pobres y vagabundos y entre estos y los
bandoleros eran difusas […].
La legislación penal, que se aplicaba contra delincuentes y vagabundos, solía ser dura, con
frecuencia arbitraria, socialmente selectiva. Castigaba con frecuencia a los no integrados en
grupos que pudieran protegerles y en general a los extraños a la comunidad. Las condenas no
consistían por lo general en penas de prisión, sino en multas, azotes, mutilaciones, o bien en
trabajos forzados si convenía a los poderes públicos [(caso de la condena a galeras en países
mediterráneos)] […].
El bandolerismo presentaba unos perfiles distintivos. Respondía, por supuesto, a la miseria,
pero también a los hábitos de violencia que impregnaban toda la vida social, incluida la de los
privilegiados. En principio, para utilizar la terminología italiana, el bandito era la persona
expulsada de la comunidad por las autoridades […]. La palabra fuoriscito, como la castellana de
forajido, significaba en principio el que había salido fuera, por propia voluntad o por decisión
oficial.
Aunque el bandolerismo era general en toda la Europa moderna, a fines del s. XVI revistió
especial importancia en los países mediterráneos. Era también fruto de enfrentamientos
familiares, de verdaderas guerras privadas, que se mantenían con ayuda de criados (“lacayos”),
parientes y amigos […]. Los virreyes pensaban, y tenían su parte de razón, que los bandoleros
encontraban cobijo gracias a los grupos privilegiados, al asilo que brindaban los edificios
eclesiásticos o los castillos nobiliarios. Por esta razón una política represiva implicaba una
vulneración de tales privilegios […]. En los países balcánicos, el bandolerismo de los “haiduk”
era favorecido por la población, que veía en ellos una forma de resistencia popular frente a los
turcos.
[…]
(RIBOT, 83 – 99, 162 – 179)
1. La nobleza, principal estamento privilegiado
[…]
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 2
La ascensión social por el ejercicio de los cargos públicos, en especial de la administración
de justicia, fue relevante en Francia, donde en el s. XVII surge la expresión “nobleza de toga”,
para referirse a los magistrados propietarios de sus cargos. Los magistrados y altos funcionarios
tenían amplias oportunidades de ennoblecerse, sino disfrutaban ya previamente de la dignidad
llamada “militar”. La compra de jurisdicciones señoriales por parte de plebeyos ricos era un
paso previo importante hacia el ennoblecimiento. También se obtenía la declaración de nobleza
mediante la presentación de testigos favorables.
Los privilegios nobiliarios eran diversos. Algunos eran meramente honoríficos y se
expresaban en el orden de precedencia en todo tipo de ceremonias públicas […]. También se
suponía que la nobleza disponía de un derecho preferente para ejercer los cargos públicos,
sobre todo los que dimanaban de la autoridad del monarca. En principio los nobles estaban
exentos de todo tipo de impuesto, puesto que se estimaba que defendían a la sociedad con su
esfuerzo personal […]. Sin embargo, y a medida que se desarrolló la monarquía absoluta, los
nobles se vieron obligados a tributar de una u otra forma, aunque fuera de manera distinta que
los plebeyos […]. Los nobles disfrutaban también de privilegios en materia de justicia […].
[…]
El modelo social de la nobleza cambió a lo largo de la Edad Moderna, en primer lugar por la
influencia de la obra del italiano Baltasar de Castiglione, Il Cortegiano (1528). La corte
difundió un modelo de conducta que controlaba los impulsos de la persona. Un cierto grado de
cultura formaba parte de la educación nobiliaria. Los hijos de la nobleza no iban
mayoritariamente a las universidades, sino que estudiaban en sus casas, con preceptores
particulares, o en academias especiales, los llamados en España e Italia “seminarios de nobles”
[…]. La nobleza del norte y centro de Europa completaba su educación con un viaje de varios
años, llamado el Gran Tour […].
2. La población urbana
[…]
La mentalidad nobiliaria tendía a ver al comerciante, no únicamente como un tipo distinto e
inferior en la jerarquía social, sino también contrapuesto. Se le consideraba inspirado por el
lucro “vil y sórdido”, situado en las antípodas del honor nobiliario. En los países latinos se
desarrolló el concepto de la “derogeance”, según el cual los nobles no podían dedicarse al
comercio sin perder su condición. En realidad los nobles comercializaban los productos
agrícolas de sus dominios, y en los grandes puertos la relación entre comerciantes y nobles era
bastante fluida. Hubo muchos casos de ascenso a la nobleza por parte de comerciantes, pero casi
siempre por la vía intermedia de la compra de señoríos, del ejercicio de cargos de hacienda, o de
las relaciones con la administración real.
[…]
A diferencia de la sociedad actual, en las ciudades del Antiguo Régimen vivía un abundante
servicio doméstico. Esta situación no se daba sólo en las grandes mansiones nobiliarias, que
disponían de un número excesivo y ostentoso de criados, sino en los domicilios de la mediana y
pequeña burguesía, las cuales solían contar con uno o dos sirvientes. Los aprendices de los
maestros artesanos solían desempeñar funciones domésticas, bajo la dirección de la mujer del
maestro […]. Por su falta de vida familiar [acostumbraban a ser solteros] se les atribuían hábitos
de violencia (los “lacayos”) y de insubordinación social, y se consideraba que formaban parte
de los tumultos urbanos […].
Las clases populares urbanas vivían […] una “vida frágil”. El alojamiento era caro y
precario. La alimentación se llevaba el 50 % de los ingresos de un trabajador […].
[…]
3. El campesinado
[…]
En los países del este de Europa el campesinado estaba sometido a un régimen de
servidumbre, lo cual implicaba la obligación de realizar ciertos trabajos gratuitos en beneficio
del señor: las llamadas prestaciones, corvées o según su nombre checo el robot. Éste consistía
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 2
en el trabajo personal del campesino solo, o con sus animales de tiro, según cuál fuera su nivel
de riqueza.
Las prestaciones obligatorias eran sostenidas por la adscripción del campesino al dominio
señorial, sin posibilidad de emigración. La llamada “segunda servidumbre de la gleba” se
consolidó en la Europa oriental en la segunda mitad del s. XVII. El sistema contaba con
elementos complementarios, como la prohibición de casarse fuera del dominio señorial y la
obligación que tenían los hijos de los campesinos de realizar laborales domésticas al servicio de
los señores o de los intendentes de estos en sus castillos. El gran dominio de la Europa central y
oriental se constituía como una unidad cerrada, tanto desde el punto de vista económico como
social.
[…]
La situación relativa de los distintos grupos campesinos se modificaba a tenor de la
coyuntura económica. La crisis del s. XVII produjo el endeudamiento tanto de individuos como
de comunidades. Muchas tierras comunales pasaron a manos de la nobleza y de la burguesía
capitalista. El proceso de diferenciación social entre la minoría de los gros laboureurs y la
mayoría en dificultades económicas o en vías de proletarización, resquebrajó la comunidad
campesina.
En el s. XVIII el incremento de la población, sin cambios estructurales en el régimen de
propiedad, hizo aumentar el número de campesinos pobres y proletarios […]. El campesino
pobre dependía de la usura, del trabajo industrial a domicilio y muchas veces buscaba su futuro
en la emigración. Frecuentemente los jóvenes campesinos sin trabajo fijo se convertían en
vagabundos.
En la etapa final del Antiguo Régimen, en la segunda mitad del s. XVIII, los economistas y
políticos se interesaron por mejorar la condición del campesinado y por reformar las estructuras
del mundo rural. Fue el momento del desarrollo de una política agraria, que de ordinario fue
limitada e insuficiente. Con anterioridad el campesino había sido despreciado por las clases
nobiliarias y por los habitantes de las ciudades. También había sido objeto de una idealización
de la vida rural por parte de la literatura renacentista, por los poetas y los moralistas, que veían
en la vida de la aldea un conjunto de virtudes muy contrarias al bullicio de las capitales. El
teatro español del Siglo de Oro había destacado por dar papeles protagonistas a campesinos
independientes, defensores de su dignidad frente a los atropellos de la nobleza. Los tratados de
agronomía contribuyeron a fomentar la figura del propietario rural, como un padre de familia.
4. Pobres y delincuentes
[…]
Se ha escrito que la vida de las clases marginales se desarrollaba en torno a tres ejes: la
taberna, el burdel y la cárcel. La difusión de los criterios morales de ambas Reformas (la
protestante y la católica) acabó con los grandes burdeles organizados de las ciudades
mediterráneas, pero naturalmente no con la prostitución, que siguió nutriéndose de los niveles
de pobreza. Los sacerdotes tronaban contra la existencia de tabernas o “cabarets”, centros de
sociabilidad popular, que quitaban público a las ceremonias religiosas dominicales. Los
informes policiales también denunciaban a las tabernas como centros de reunión de delincuentes
y posibles hogares de actitudes de subversión.
[…]
[…]
3. La sociedad en la Europa central y oriental
Desde el s. XVI la parte este de Alemania, Polonia, Rusia y Hungría, con sus amplias
llanuras constantemente amenazadas por los turcos, experimentan el ensanchamiento de las
propiedades agrícolas detentadas por los grandes señores laicos y eclesiásticos. Entre las causas
que explican este fenómeno se halla la creciente demanda de cereal observada a partir del s. XV
desde el occidente europeo, al que hubo de dar respuesta con el grave inconveniente de una
escasa población. Esta circunstancia modeló las relaciones entre los distintos estratos sociales:
mientras en la mayor parte de Europa, como hemos visto, el sistema señorial ha quedado
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 2
liquidado, o está en vías de serlo, en las regiones al este del Elba la situación se deteriora hasta
conformar […] una “segunda servidumbre”.
Es evidente el progresivo empeoramiento del campesinado, que a la vez que pierde todo
dominio sobre la tierra ve limitada su propia libertad. Esto se aprecia ya en las primeras décadas
del siglo en territorios de Brandeburgo o Prusia, donde la gran nobleza consigue restringir, con
ayuda de las autoridades, la potestad del campesino a abandonar la tierra o a heredar
propiedades. Los derechos jurisdiccionales, allí donde habían sido centralizados en virtud de las
monarquías modernas, retornan a manos de los antiguos señores feudales o de otros nuevos,
como ocurre en Rusia. En este Estado se asiste en los inicios de la Modernidad a la sustitución
de la vieja nobleza terrateniente, representada en la figura de los boyardos, por una nueva clase
de propietarios burgueses (los denominados “nobles de servicio” por integrar el séquito del
príncipe), favorecidos por el soberano en el marco del fortalecimiento de la autoridad central. A
pesar de carecer del poder político que asistía a sus antecesores –al no poder invocar auténticos
derechos feudales—, consiguieron hacerse con eficaces instrumentos de control social tras
lograr sustituir los pagos de los arrendamientos, hasta entonces percibidos en dinero o en
especie, por trabajos en la tierra […].
Se consolida de esta forma una rígida estructura social basada en las relaciones personales,
con la tenencia de la tierra y la prestación de servicios como soporte […].
De poco sirvieron las protestas provocadas por el empeoramiento en las condiciones de vida
[…]. Pero en todos los lugares la dureza de la represión logró someter definitivamente al
campesinado. Los únicos restos de violencia quedan concentrados en facciones de bandoleros,
con especial virulencia en Rusia, donde actúan como tales siervos fugitivos y gentes
descontentas de las ciudades, sin que faltasen en sus filas los cosacos.
En este estado de cosas bien puede comprenderse el que la preponderancia del ámbito rural,
controlado por los intereses nobiliarios, se extendiera hasta neutralizar la actividad de las
ciudades. La red urbana, sin la infraestructura económica que la caracteriza, perdió
progresivamente su dinamismo […]. De ahí que en estos territorios sea nuevamente el papel de
centro administrativo que conservan las ciudades el elemento primordial de distinción de éstas
con respecto a su entorno.
En un marco tan adverso no debe extrañar, pues, la falta de protagonismo del estrato burgués
[…]. Tan sólo en ciudades con una tradición comercial consolidada, como es el caso de Lübeck
o Danzig […], se pudo conservar el papel y la figura del burgués dentro de los cánones en que
es conocida en el occidente europeo.
Las consecuencias políticas de dicha debilidad urbana pronto se manifestaron: los grupos
sociales no privilegiados de las ciudades perdieron su poder de decisión en los órganos
representativos de los diferentes Estados. Su puesto fue ocupado por una nueva clase media, ni
que decir tiene que de extracción nobiliar y con la tierra como base de poder. Son los junkers
de la Prusia oriental, la szlachta polaca y lituana, o los pomieschiki moscovitas […].
[…]
2.6. Los conflictos sociales
(FLORISTÁN, 277 – 278)
5. Las revueltas populares
Durante el primer tercio del s. XVI culminó un ciclo de revueltas que se había extendido a
lo largo de la Baja Edad Media. Estas rebeliones eran una respuesta a las crisis económicas,
pero se articulaban muy frecuentemente en torno a una ideología religiosa, basada en la idea del
fin del mundo (el Apocalipsis), que se creía muy cercano […], y de la segunda venida de
Cristo, que debía establecer una etapa de justicia que duraría mil años. Por esta razón se habla
de movimientos “milenaristas”. Los grupos religiosos más radicales negaban las jerarquías
sociales existentes y pretendían crear sociedades perfectas sin propiedad privada. Así sucedió en
torno a 1420 con los husitas checos radicales que dijeron fundar el Monte Tabor del Evangelio
(y por ello llamados “taboritas”) y en 1535 con los anabaptistas que quisieron crear en la
ciudad alemana de Munster una “Nueva Sión” o “Nueva Jerusalén”.
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 2
Las revueltas radicales se fundaban en la igualdad fundamental del género humano: en
tiempos de Adán y Eva no había nobles ni plebeyos. Los rebeldes se llaman unos a otros
“hermanos”, y se organizaban en hermandades (como en Castilla y Galicia) o en germanies,
como en Valencia y Mallorca. Estas últimas se definían socialmente como germanies de
menestrals, es decir, de artesanos. Paralelamente, los rebeldes castellanos eran definidos como
“comuneros”, es decir, plebeyos. En la actualidad se cree que el gran movimiento social de
1525 en Alemania debería caracterizarse como una revuelta del “hombre común”, más que
como guerra de los campesinos, ya que esta última denominación haría olvidar la importancia
de la participación urbana.
Pero, dada la mayoría de población rural, eran importantes las rebeliones campesinas. Se
trataba de un movimiento de larga duración que se había iniciado cuando menos a mediados del
s. XIV, con la revuelta llamada jacquerie, en las comarcas cercanas a París el 1358. Debía su
nombre al apelativo de “Jacques Bonhomme”, que se daba a los campesinos, de forma bastante
peyorativa. Los historiadores utilizan el término jacquerie para referirse a una revuelta
campesina.
Casi todas las guerras campesinas de la Edad Moderna terminaron con la victoria militar de
la nobleza y los reyes sobre las bandas campesinas organizadas. Pero es posible que la derrota
de los sectores más radicales fuese seguida por algún tipo de reforma de los abusos más
flagrantes. No hubo grandes revueltas en Alemania, después de la de 1525, pero sí conflictos
locales, a veces reconducidos por vía judicial. También es posible que la resistencia campesina
frenase los intentos señoriales de reintroducir la servidumbre, como sucedió en la Europa
oriental.
Después de la Reforma protestante, muchos movimientos campesinos se mezclaron con
reivindicaciones religiosas. En Inglaterra hubo movimientos, tanto de sentido católico como
protestante, en defensa de los derechos y costumbres locales, y contra el cierre de campos. En
Francia, los campesinos protestantes se negaban a pagar el diezmo para sostener el clero
católico. En el Delfinado se produjo una continuada oposición a la exención fiscal de que
gozaban las propiedades adquiridas por la nobleza, lo que repercutía en la presión fiscal
soportada por los plebeyos. El último decenio del siglo fue especialmente conflictivo a nivel
europeo.
(RIBOT, 99 – 103)
5. Rebeliones populares
A pesar de que había un amplio consenso sobre las jerarquías sociales, se produjeron
abundantes rebeliones que afectaban a aspectos concretos de las relaciones sociales y, en algún
caso, planteaban una subversión total. Sin embargo, para una correcta comprensión de la
violencia popular debe tenerse en cuenta que la sociedad del Antiguo Régimen producía
elevadas cotas de violencia, y que las clases privilegiadas eran las primeras en no dar ejemplo
de obediencia y subordinación a las autoridades […].
Las rebeliones más sencillas eran los tumultos de subsistencia, los motines del hambre o
de carestía, llamados por los británicos food – riots. Las masas populares no reclamaban
salarios altos sino precios asequibles en los productos de primera necesidad. La multitud creía
en la existencia de unos “precios justos”, de una “economía moral”. En este caso, como en
otros, la actitud violenta del pueblo obedecía a la idea de que las autoridades habían hecho
dejación de sus obligaciones, en defensa de la moral tradicional. Las reivindicaciones de un
motín de subsistencia eran la declaración de existencias, la prohibición de exportar granos y la
tasa popular de los precios. Los enemigos del pueblo, en este caso, eran los comerciantes
especuladores, los molineros y en último término las autoridades […].
[…]
Además de las revueltas violentas existía una acción sorda de los campesinos en contra los
diezmos y de los derechos señoriales; si las circunstancias jurídicas y políticas lo permitían las
comunidades campesinas iniciaban procesos contra determinados derechos señoriales ante los
tribunales reales.
En el s. XVII la conflictividad antiseñorial pasó a segundo plano. Los movimientos
campesinos se manifestaron contra los impuestos estatales y el alojamiento militar [(p.ej. la
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 2
sublevación de los segadores en Cataluña o las revueltas francesas de los Croquants y los Nu –
pieds)] […].
[…]
La ideología de los insurgentes respetaba la figura del rey y se orientaba contra el mal
gobierno y los impuestos, descalificados como injustos e ilegales […]. La hostilidad popular se
canalizaba contra el recaudador de impuestos, el cual era una persona extraña a la comunidad,
mientras el noble pertenecía a la jerarquía social y podía ejercer una función paternalista.
Las revueltas se basaban en la idea de un derecho consuetudinario, de los viejos buenos
tiempos, en los cuales el impuesto era tolerable y el pueblo vivía feliz, en el derecho a imponer
la justicia natural o popular por medios violentos, mancomunados y anónimos.
En las ciudades fueron frecuentes las luchas por la participación en el gobierno
municipal. En el s. XV se produjeron las tradicionales luchas de los plebeyos contra los
supuestos patricios […]. Aquellas posibles revoluciones fracasaron […]. También en la Europa
central se produjo una reacción patricia, una consolidación de las oligarquías urbanas y de las
profesiones liberales frente a comerciantes y artesanos […].
Sin embargo continuaron las tensiones sociales. En las ciudades alemanas del s. XVII fueron
continuos los movimientos de los ciudadanos contra la oligarquía del consejo municipal, aunque
la conflictividad se orientó hacia vías legales y abandonó los cauces violentos […].
En el s. XVIII hubo una creciente conflictividad laboral, a medida que se producía la
concentración de mano de obra en fábricas y factorías. Se formaron asociaciones obreras que las
autoridades intentaban desacreditar como “combinaciones” en Inglaterra, o como “cábalas” en
Francia. Las primitivas acciones obreras no descartaban la utilización de la violencia y la
destrucción de máquinas, sobre todo si éstas eran consideradas culpables del desempleo […].
La defensa de los intereses populares obedecía al rechazo de las novedades o innovaciones
que se consideraban nocivas; por el contrario se apelaba a los viejos derechos contra la opresión
reciente […]. Siempre se pensaba en el buen tiempo pasado, una edad de oro mitificada por el
recuerdo.
[…]
¿Quiénes eran los jefes de las rebeliones? Las narraciones procedentes de las clases
privilegiadas solían presentarlos como […] individuos marginales. Sin embargo las
investigaciones han demostrado que podían ser artesanos y campesinos acomodados, o incluso
pertenecer a la pequeña nobleza. Las elites locales tenían un papel importante en las revueltas
dirigidas contra el exterior [(p.ej. bajo clero, curas aldeanos, frailes, antiguos soldados,
caballeros o maestros artesanos)] […].
No era raro que los caudillos populares adoptaran personalidades ocultas [(p.ej. el
Encubierto de Játiva durante la Germanía)] […]. Los sublevados adoptaban símbolos religiosos,
sobre todo la Cruz, o las llagas de Cristo […]. A veces apelaban a reyes escondidos, el mito
del rey oculto o del héroe que vuelve a rescatar a su pueblo de la esclavitud [(p.ej. las grandes
revueltas rusas de los siglos XVII y XVIII)] […].
La mayor parte de los movimientos de revuelta social de la Edad Moderna terminaron con la
derrota y la represión. John Elliot opina que ningún movimiento de rebelión podía tener éxito, si
no contaba con la inhibición o la simpatía, o la división de una parte de la minoría dirigente. El
momento clave para el triunfo de una revuelta urbana era aquél en que la milicia burguesa se
negaba a actuar contra los insurgentes. En general el orden social se mantenía con muy pocas
tropas de policía interior. Era la aceptación de la jerarquía social establecida y los propios
medios de que disponían los privilegiados los que aseguraban la disciplina social […].
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 3
Tema 3: Las transformaciones económicas de un mundo
“ampliado”
0.0. Sumario
3.1. La economía de subsistencia y la incidencia del primitivo capitalismo
3.2. El régimen señorial
3.3. La expansión agrícola y ganadera
3.4. Las manufacturas y su incremento
3.5. Comercio, moneda, crédito y finanzas. ¿Hubo una revolución de los precios?
3.6. Fases y coyunturas económicas
0.1. Bibliografía
BENNASSAR: Historia Moderna, Tres Cantos, Ediciones Akal, 2005, p. 42 – 64 (Bennassar –
Jacquart) y 411 – 414 (Lebrun).
FLORISTÁN: Historia Moderna Universal, Barcelona, Editorial Ariel, 2002, p. 257 – 263
(Plá).
RIBOT: Historia del Mundo Moderno, Madrid, Editorial ACTAS, 2006, p. 55 – 82 (Alvar), 120
– 123 (Benítez), 181 – 183 (Franch) y 186 – 205 (Franch).
0.2. Lecturas recomendadas
BENNASSAR: Historia Moderna, Tres Cantos, Ediciones Akal, 2005, p. 282 – 291 (Bennassar
– Jacquart).
RIBOT: Historia del Mundo Moderno, Madrid, Editorial ACTAS, 2006, capítulos 2 (Alvar) y 7
(Franch).
3.1. La economía de subsistencia y la incidencia del primitivo capitalismo
(RIBOT, 55 – 82)
El mundo en el que se movieron nuestros predecesores a lo largo de la Edad Moderna es un
mundo dinámico y estático a un tiempo. Estático, por cuanto hay unas estructuras que apenas se
transforman, o mejor dicho, que para más de una generación no se notan; dinámico en cuanto
van produciéndose algunos cambios, imperceptibles a corto plazo a veces, muy localizados
geográficamente en ocasiones, algunos que fructifican, otros que se pierden, pero todos, a largo
plazo, provocarán el movimiento de esas estructuras y la llegada de una época relativamente
nueva, la Edad Contemporánea.
[…]
1. El sector primario
La mayor parte de la población vivía directa o indirectamente del sector primario.
Indirectamente, en tanto en cuanto la situación del campo repercutía a corto, medio y largo
plazo en las ciudades, a las que sería un error considerar como la antítesis del campo.
A. Expansión y regresión en el mundo rural
Podemos ver cómo afecta la situación del campo a la economía en general. Hay dos
variables que son esenciales: el volumen de población y el volumen de producción agraria […].
[De las mismas, se deduce una p]rimera conclusión: una caída general de población, implica la
caída de los precios del grano.
Con respecto a la cuestión de los precios, y en segundo lugar, añadamos a lo dicho antes que
el precio del grano, por su parte, tiende a ser estable en teoría. Sus variaciones son debidas a
agentes externos (clima, población) y por lo tanto, muy bruscas en cuanto se modifica el
equilibrio. Segunda conclusión: en el momento en el que uno de los platos de la balanza se
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 3
descargue, la alteración es muy grande y el equilibrio sólo se recompondrá a medio o largo
plazo.
Es muy arriesgado, prácticamente imposible, marcar unas tendencias compactas de la
evolución de los precios del grano en Europa en la Edad Moderna, porque las diferencias locales
y temporales hacen que las variaciones sean notables. Sin embargo, se pueden aventurar algunos
comportamientos socioeconómicos. La mencionada tendencia teórica a la estabilidad del
precio del grano (estabilidad que, si no se logra por vía natural, la intentarán por la fuerza los
gobiernos […]) sufre tantas alteraciones año tras año y estación tras estación, que queda
relegada sólo a la teoría. Se ha de tener presente que, en primer lugar, los precios varían a largo
plazo, según el volumen de la población; a medio plazo, según estén siendo las cosechas; a
corto plazo, según en qué mes del año estemos. Son tres pilares que se alteran, lógicamente,
entre sí, y por innumerables agentes externos a la propia economía rural.
Dentro del ámbito local o regional (marcadamente distinto del internacional) y a corto plazo
las alteraciones de precios son muy bruscas. Hay una correlación negativa que se da cuando
aumenta la producción [(cosechas buenas, período posterior a la siega)], pues bajan los precios;
o cuando cae la producción [(malas cosechas, épocas inciertas como la primavera)], pues se
disparan los precios […]. Cíclicamente, por lo tanto, los precios del cereal varían a lo largo del
año.
A medio plazo, y si hay estabilidad en todos los factores sociales, políticos y económicos, si
sube la producción, suben los precios porque se puede pagar, y porque el nivel y la calidad de
vida son altos. Por otra parte, y siempre a medio plazo, si estamos en una época inestable, o
ruinosa, si baja la producción, también lo harán los precios.
A medio plazo también, si suben los precios del trigo, se tenderá a consumir sustitutivos, es
decir, otros cereales, fundamentalmente cebada. A corto plazo si la escasez es notoria, o a medio
plazo si las circunstancias empujan a ello, se fabricará harina de centeno, mijo, o incluso de
leguminosas y, peor aún, la dieta se basará más que en cereales, en frutos silvestres […].
Partiendo de las dos premisas aludidas antes, podemos ver cómo responde a medio plazo la
economía en su conjunto, y con ella la sociedad, a una alteración en los precios del grano. A
grandes rasgos, la Edad Moderna se mueve entre tendencias expansivas y regresivas: las
primeras ocuparían casi todo el s. XVI y parte del XVII y casi todo el XVIII; las segundas, los
años finales del XV (en ciertas zonas son de expansión), finales del XVI y casi todo el XVII, y
finales del XVIII.
[…]
[Cuando disminuye la población, también lo hacen los precios y se encarece la mano de
obra. El campesino puede exigir un descenso de las rentas en el arrendamiento de la tierra, lo
cual se traduce a veces en el pago en moneda en lugar del pago en especie. De esta situación
sale un estancamiento en la producción y los más perjudicados son los propietarios de las
tierras, mientras que los consumidores resultan favorecidos. Se recurre en ocasiones al préstamo
y trabajar la tierra es poco rentable en estos momentos, por lo cual muchos pequeños
propietarios abandonan el campo. Parte de la población dispone de dinero y lo destina a
alimentos distintos del trigo y se incrementan manufacturas como la textil. El periodo regresivo
se va transformando poco a poco en expansivo y las mejores condiciones alimenticias permiten
el aumento de la población, que necesita más alimentos, por lo cual se incrementa también la
producción, y la tierra adquiere de nuevo valor.]
En fin, desde el punto de vista cultural, se sentirá el interés por la mejora de la situación
productiva del campo –habitualmente dentro de la tradición—; así se explica la publicación de
libros nuevos, incluso patrocinados por las autoridades […]. Son textos de carácter pedagógico
con títulos […] atractivos para su lectura, […] en su mayor parte en lenguas vernáculas y no en
latín. Muchos de ellos tienen vigencia en el XVIII. Durante este siglo, expansivo, la agricultura
pasa a ser el principal centro de interés de la fisiocracia, y en España, en concreto, las Reales
Sociedades Económicas convocan concursos –siguiendo la tradición del arbitrismo agrario y
técnico— para mejorar el utillaje técnico y la producción.
[…]
B. La producción agraria
Javier Díez Llamazares
2
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 3
Como hemos visto, la siembra por excelencia es la del cereal […]. Es la agricultura
tradicional dominante y difícil de cambiar, salvo impresionantes y contadas excepciones. En las
zonas en que se mantiene la agricultura cerealera, podremos hallarnos con cambios hacia el
viñedo tras épocas de malas cosechas […]. En cualquier caso, el gran período del cereal en
Europa será el s. XVI, y al son de las fluctuaciones de su precio, irán ligados los de los
arrendamientos de la tierra, o las formas de propiedad.
Ahora bien, tanto la cantidad de tierra disponible, como su capacidad para producir son
limitadas, y ello tendrá unos resultados negativos para la población.
Esta economía rural es fundamentalmente de autoconsumo y localmente autárquica […].
En la economía agraria tradicional no se usan innovaciones para aumentar los rendimientos,
sino fundamentalmente varios procedimientos: en primer lugar, sencillamente, se abonan los
campos con estiércol. Este estiércol proviene, primero, de la apertura de los campos tras la
cosecha a los ganados del lugar, la derrota de mieses, produciéndose un beneficio mutuo entre
campesino y ganadero […].
En segundo lugar, es habitual […] el dejar descansar la tierra. Por el sistema de año y vez
(que es el más frecuente), tras una cosecha se deja ese trozo de la finca en barbecho, sin plantar,
y se utiliza el que hubiera descansado el año anterior […].
En tercer lugar, se abren nuevos terrenos para ser labrados y obtener más cosecha. Este
procedimiento, productivo a corto plazo, es dañino a medio plazo. Para roturar más, se tendrán
que talar bosques, y así parte de la riqueza cinegética y forestal se pierde. Y no debemos de
olvidar que la caza es para estas economías de subsistencia un bien muy preciado. Pero en el
caso de que no hubiera bosque, y tan sólo monte bajo, lo que se ha hecho ha sido impedir al
ganado mayor y menor alimentarse en zonas asilvestradas […].
Desde la Edad Media (cuando menos) las comunidades se habían dotado de mecanismos de
defensa para su subsistencia. Parte de las tierras no tenían propietario individual, sino colectivo.
Eran los bienes comunales. Su aprovechamiento por los vecinos de los lugares podía ser
gratuito o levemente gravado; prohibido o a elevados precios para los forasteros. Los bienes de
“comunes” más frecuentes eran parcelas que se disfrutaban de muchas maneras distintas […], y
los de “propios” podían ser dehesas boyales en las que guardaban sus animales de labor, los
molinos de harina o aceite, los puentes, las barcas para cruzar los ríos, etc. En su origen, por
medio de las recaudaciones de propios, se intentaría que los vecinos no tuvieran que pechar,
esto es pagar servicios a la Corona. Sin embargo, conforme asciende la presión fiscal, la
recaudación […] se hace insuficiente y los campesinos han de ir entrando en el circuito
monetarista por necesidades obvias.
Es muy posible que al s. XVI llegaran grandes superficies de bienes comunales por todo el
continente. Son así una atractiva reserva económica que se altera en esta época de mayor
expansión demográfica. Pero no sólo se altera la propiedad de la tierra, o su uso, sino también
las costumbres comunitarias ancestrales [(caso de Inglaterra donde el fenómeno de los
cercamientos o enclosures sustituye al anterior de campos abiertos u open fields)].
Circunstancias similares se vivirán de nuevo en el XVIII, o se completará lo iniciado en el XVI.
Presión demográfica, por un lado, aumento de las necesidades fiscales de las monarquías,
por otro, favorecen este proceso de privatizaciones […].
A las inclemencias meteorológicas, […] o a las dificultades técnicas, o a los reparos para las
innovaciones, habría que añadir siempre la escasa productividad desde el momento de la
siembra […].
Conociéndola, no es de extrañar que se hicieran los esfuerzos que se hacían por preservar
bienes comunales, y que su uso estuviera tan reglamentado como estaba, pues formaba parte de
la supervivencia de la comunidad.
[…]
C. El año agrícola. El clima
Sin lugar a dudas, el trabajo del campo está ligado a las estaciones del año. Toda la economía
agraria repite monótonamente, año a año, las mismas actividades. Es tal la dependencia del
tiempo, que la vida social se ve estructurada también por él. Me refiero a las fiestas.
[…]
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 3
Una relativa tranquilidad regía las tareas agrícolas desde diciembre a mayo, tranquilidad que
se alteraba circunstancialmente por algún trabajo menor. Cuando empezaba de verdad el
agotamiento era desde junio, con el esquileo. Después, julio y agosto de cosecha, septiembre de
vendimia, octubre de siembra y noviembre de matanza. Esta simple rutina, tan aparentemente
sencilla, era durísima […].
[…] Tal era la indefensión contra esos males [(inclemencias meteorológicas, plagas,
enfermedades de animales)], que sólo podían salvar de ellos hábiles intercesores: los santos.
Pero como ellos fallaran también […] el campesino recurría al cambio de un santo por otro […].
La vida agraria era en todos sus aspectos un profundo mundo, inquietante, en el que tal vez se
supiera valorar desmesuradamente lo poco que se tenía, y se disfrutaba hasta la extenuación en
los períodos de festivos […].
Aunque los estudios sobre las fluctuaciones climáticas están aún por hacer, parece indudable
que el s. XVII fue una época peculiar […]. Más significativo parece […] ser que las décadas
iniciales del XVII fueron más frías que lo conocido hasta entonces. Ésta podría ser una
explicación más de las raíces de ese siglo.
D. Las innovaciones agrarias
[…]
[(HOLANDA)] Las circunstancias tan adversas de su territorio, pequeño para la alta
densidad de población que soportaba, también les impulsó a tantear novedades. Desde la Baja
Edad Media venían desecando tierras del mar, lo cual hacen con más intensidad en el XVI que
en el XVIII. Son también la vanguardia europea en el alto índice de fertilización del suelo
gracias a las elevadas tasas de ganado estabulado que tienen y, en tercer lugar, la alternancia de
cultivos les permitirá transformar la agricultura extensiva en intensiva.
El segundo país que solemos resaltar en la innovación agronómica es Inglaterra. A finales
del XVI, la tierra es un bien muy preciado cuya posesión, cerrada y no abierta, ha generado una
nueva clase social que se sitúa entre medias de los plebeyos (lo son, pero ricos) y la nobleza (no
lo son, pero en muchas ocasiones tienen más poder), los yeomen, que nacen gracias a un sentido
agrario innovador, fundamentado en la propiedad privada.
2. El sector secundario
Hasta bien entrado el s. XVIII, e incluso el XIX, parece difícil que podamos hablar de una
verdadera industria en Europa. Cuando lo hacemos, nos estamos refiriendo más a una
producción manufacturera que a una industrialización verdadera […].
A. El ambiente manufacturero
El rasgo definitorio del sector secundario en la Europa de la Alta [Edad] Moderna es la
continuidad con respecto a la Edad Media […]. Ahora bien, esa continuidad es evolutiva y casi
imperceptiblemente dinámica, hasta tal punto que es la que genera la Revolución Industrial.
Desde las últimas décadas del XVII se ha empezado a romper la tradición.
La continuidad queda demostrada en la tecnología industrial, que, sin estímulos, o por
incapacidad, sigue basándose en la habilidad manual […]. Esta habilidad o pericia serán las
que hagan trascendentalmente importantes los movimientos migratorios de artesanos avezados a
partes escasamente desarrolladas […].
La continuidad la vemos también en el proceso productivo, desarrollado aún en diminutas
unidades, normalmente en el calor familiar.
Por último, la continuidad viene determinada en buena medida por la carencia de una
demanda innovadora: se sigue consumiendo lo mismo; no hay que crear nada nuevo.
Pero podríamos seguir mencionando factores que refuerzan la continuidad[: bajos niveles de
ingresos, no se puede ofrecer más cantidad a precios más bajos, la distribución del excedente es
muy penosa y poco rentable] […].
[…]
La parte optimista del desarrollo industrial vendría marcada por unos cuantos factores.
Primero, frente a la producción agraria, la manufacturera es más elástica, más fácil de
reacomodarse a las circunstancias demográficas cambiantes. Cuando hay despoblación, los
precios agrarios caen, y quienes consumen pueden destinar una parte mayor de sus ganancias a
gastarlas en manufacturas.
Javier Díez Llamazares
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TEMA 3
En segundo lugar, el s. XVI (y no digamos el XVIII), por sus peculiaridades, rompe muchos
moldes de la época preindustrial: la apertura de nuevos mercados ultramarinos obligará a
un cierto aumento de la producción. Quienes lo consigan, se pondrán a la cabeza de la
economía europea: Holanda e Inglaterra […].
También tiene una importancia capital el crecimiento demográfico, pero para favorecer el
desarrollo industrial ha de tener dos condiciones: que aumente el número de consumidores
efectivos (mucha población pobre no estimula la industria) y que se desarrolle el consumo del
sector servicios, o en otras palabras, que crezcan las ciudades. Esta premisa es fundamental, y
nuevamente Inglaterra, sobre todo desde finales del XVII, sirve de modelo.
Se ha hablado de que el consumo suntuario fue un gran estimulante industrial.
Naturalmente no hay que echar las campanas al vuelo, porque la demanda de lujo sólo beneficia
a unos cuantos. Pero es trascendental que ese lujo “suntuario” se convierta en “necesario”, que
se eleve el nivel de vida. Así, serán más los que se benefician, como consumidores o como
productores, y además esa comunidad mirará al futuro con optimismo.
Por último, la guerra tiene su vertiente estimulante. Si la destrucción que genera puede
llegar a ser espantosa, también es verdad que, según campañas, sus males pueden ser más bien
indirectos que directos. Pues bien, conforme avanza el XVI, y a lo largo del XVII y el XVIII,
son cada vez más los individuos que se enriquecen avituallando a los ejércitos y desarrollando
industrias específicas para combatir; una vez llegada la paz, es probable que reinviertan sus
beneficios en otras actividades.
En cualquier caso, la prosperidad económica de muchas regiones se deberá al desarrollo de
bienes de consumo, más que de bienes de equipo. Y de entre aquéllos, el consumo de lana se
lleva la palma. Todo el mundo la usa, más o menos apretada, a lo largo del año. Por tanto, el
país que posea el ganado lanar, si no desaprovecha esa riqueza, tendrá la oportunidad de
controlar parte del comercio internacional. Y el caso es que Castilla lo tuvo, y sin embargo,
perdió esa oportunidad a favor de los flamencos: ellos se llevaban la lana y la reexportaban
manufacturada […].
B. La organización de la producción
Por toda Europa existían los gremios desde la Edad Media. Por medio de sus estrictas
ordenanzas, que en un principio buscaban la defensa mutua de los productores y, por medio de
ese bien hacer, la protección del consumidor, lo que lograron a la larga (en la Edad Media
tardía) fue ahogar la producción. En el momento en el que aumenta la demanda, y como las
ordenanzas impiden empeorar un producto para producir más, se produce un desajuste que
conduce inevitablemente al colapso. Éste, sin embargo, es soslayado por individuos
emprendedores que entregan la mercancía que se ha de tratar, e incluso las herramientas, a
zonas difíciles de controlar por los gremios, preferentemente el campo. Se establece así un
Sistema de Trabajo a Domicilio que, burlados los gremios, será capaz de aumentar la
producción. Se trata de un sistema intermedio entre la manufactura y la fábrica, nacido en plena
Edad Media, fortalecido en el XVI, y robustecido, pues es su época áurea, en los siglos XVII y
XVIII […]. Con el trabajo a domicilio se aumenta la producción, y a más bajo precio que en la
ciudad, ya que es posible que los costes fueran algo menores.
Los gremios se desarrollaron durante la Edad Media, pero también continuaron activos en
los siglos XVI y XVII, llegándose a fundar algunos en el XVIII. Originariamente, su papel
social era el de proteger al consumidor frente al productor, manteniendo altas cotas de calidad
en la elaboración de los bienes. Con el tiempo, sin embargo, ese importante fundamento se
desnaturaliza y acaban siendo organizaciones sólo preocupadas por defender sus intereses. Al
margen de los gremios, sobrevivían algunos trabajadores libres, pero nunca de ramos
agremiados, sino de actividades en las que, en esa ciudad concreta, no se había llegado a
constituir un gremio.
Los gremios se sometían a unas Ordenanzas aprobadas por la Corona […], aunque éstas
regían sólo en el territorio jurisdiccional de la ciudad en que estuvieran asentados. Por su parte,
al frente de cada gremio, una Junta de Gobierno asesoraba a los Veedores, Mayordomos, o
demás nombres que recibían sus dirigentes.
El gremio estaba constituido por los maestros, los oficiales y los aprendices.
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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La base del sistema descansaba sobre las espaldas de los aprendices[, entregados, de jóvenes,
por sus familias para que un maestro les enseñara el oficio y les diera de comer y vestir, pero sin
percepción de jornal alguno] […]. Pasados unos años de aprendizaje […] se sometía a una
prueba para lograr el puesto de oficial.
Superada ésta, podía abandonar la casa del maestro y empezaba a percibir un salario. Su
meta ahora estaba en realizar la obra maestra, que era sometida a un examen por los maestros
del gremio. El que los oficiales pasasen a maestros implicaba que abrieran talleres propios y,
por lo tanto, la producción y los beneficios había que distribuirlos entre más. Por ello, en
muchas ocasiones la formación era intencionadamente insuficiente para que no pasasen la obra
maestra […], o se les encomendaban largos encargos, que era preciso concluir para acceder al
examen.
[…]
El maestro era el dueño del taller y de las materias primas; él controla la formación de sus
subordinados, y en él recae la reproducción de los vicios y virtudes del sistema.
Como asociaciones laborales, los gremios contribuyen a frenar el desarrollo económico de
muchas regiones o países. Las causas podríamos verlas en varios factores. Por un lado, al
defender intereses de grupo, se genera dentro de los propios gremios un enfrentamiento, a
veces tácito a veces violento, entre aprendices, oficiales y maestros, sobre todo entre los dos
últimos grupos […]. En segundo lugar, al tratar de eliminar la competencia entre los maestros,
se fomenta el anquilosamiento. En tercer lugar, al estar regulado absolutamente todo, el
maestro fabricaba lo mismo durante años, sin poderse plantear cambios para modernizar el
producto o para abaratar costes rebajando la calidad. En cuarto lugar, el control contra sus
convecinos era mínimo si lo comparamos con el existente contra maestros extranjeros, o
simplemente forasteros, a los que a ser posible, se les impedía ejercer. [A todo esto hay que
añadir: una limitación en el número de aprendices por taller y en la existencia de un número
muy bajo de aspirantes a maestro] […].
C. La producción
Hasta la Revolución Industrial, la producción y manufactura de la lana es la pieza angular
de muchas economías nacionales. Su transporte lo es de otras. La lana es, pues, el pilar de la
economía preindustrial. Castilla e Inglaterra son los grandes productores de lana; Inglaterra y los
Países Bajos […] son los países manufactureros […].
En el mundo lanero a lo largo de la Edad Moderna asistimos a una guerra industrial –
comercial entre las llamadas viejas pañerías y nuevas pañerías (old y new drapperies). Las
primeras son de alta calidad, costosas y con un volumen de producción difícil de aumentar; son,
en cierto modo, las resultantes del trabajo gremial. Las otras son más baratas, porque su
producción tiene menos pasos, aunque la materia prima es igual de buena. El momento de
eclosión de las pañerías nuevas son los años centrales del s. XVI, y la invasión de Europa
procede, fundamentalmente, de las ciudades inglesas y de los Países Bajos, que se amoldan a las
necesidades de una población en aumento.
3. El sector terciario
De los tres sectores económicos, el terciario fue el más dinámico en la Edad Moderna. Se
mantuvieron intactas algunas estructuras [(p.ej. las desastrosas redes de comunicación terrestre,
los instrumentos de préstamos entre particulares –censos—, etc.)] […].
[…] Sin el desarrollo financiero que se fortalece tras el Descubrimiento de América y se va
perfeccionando como nunca antes, y que es la base real del capitalismo, no habría habido
Revolución Industrial […]. Los cambios que se operan se dan, sobre todo, en el mundo urbano,
y si llegan directamente al campo, no son ni con la consciencia ni con el estímulo agrícola, sino
con el arrastre de los hombres de las ciudades, que mandarán al campo las materias primas
cuando el crecimiento de la demanda necesite más producción, o que son los que gastan en
tierras parte de los beneficios de sus exportaciones, o los que prestarán el dinero a los
campesinos para que hagan frente a sus necesidades […].
A lo largo del XVI las reservas monetarias de Europa se nutrían de metales procedentes
del propio continente, de África, pero sobre todo, de América. Durante los siglos siguientes el
esquema se mantiene, con tres variaciones: desde fines del XVII, por varias causas, Cádiz va
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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ganando el puesto a Sevilla, hasta que finalmente, tras la Guerra de Sucesión, el desembarque
se hace en esta plaza; en segundo lugar, el hallazgo de minas de oro en Brasil en el XVIII
reactiva las mortecinas importaciones de metales preciosos de América, y finalmente,
mucho más importante desde un punto de vista estructural, la proliferación de dinero
fiduciario, y de instrumentos de cambio y préstamo, hacen que –aunque importante— los
metales preciosos no jueguen ese papel tan extraordinario que tuvieron en el s. XVI.
[…]
No iba a haber problema de liquidez en tanto en cuanto no fallasen las importaciones de
plata. Y éstas empezaron a descender entrado el XVII […].
La causa podría estar en la imposibilidad de reducir los costes de extracción, la incapacidad
de satisfacer toda la demanda de plata, y como conclusión y causa también el fin del metal
moneda, ya definitivamente barrido. La constitución de Bolsas, Bancos, Compañías, etc. que no
necesitaran de inmediato para sus transacciones o sus créditos, el dinero contante y sonante,
serían prueba de ello.
[…]
Por lo que se refiere a la banca, a partir del XVI, a pesar de haber cierta continuidad con el
mundo anterior, se operan unos cambios transcendentales: el crédito se concentra en grandes
cantidades, en unas pocas firmas; se multiplican y perfeccionan los sistemas crediticios
multilaterales e internacionales; todos sus procesos y mecanismos acaban siendo
acaparados por especialistas.
Muchos de los bancos oficiales de Europa nacieron por necesidades bélicas [(p.ej. el Banco
de San Carlos en España)]. Hay particulares que dan dinero al gobierno a cambio de privilegios
o de elevados intereses, y constituyen una sociedad […]. Semejante concentración de capital y
funciones [(caso, por ejemplo, de la Sociedad Gobernador y Compañía del Banco de Inglaterra,
que tenía la posibilidad de emitir billetes o negociar con oro)] conlleva el desplazamiento de los
pequeños prestamistas, y, a su vez, el que mientras no se hagan arriesgadas operaciones, se
consiga aumentar progresivamente los depósitos, porque crece la confianza psicológica de los
inversores […].
Para el desarrollo económico europeo fueron igual de importantes los préstamos entre
particulares (censos y obligaciones) cuanto los préstamos al Estado (juros). En cualquier caso,
el hecho de que de los primeros participara una parte importante del mundo rural, nos permite
sospechar que desde el XVI la monetarización del campo es un hecho evidente. Los préstamos
estatales fueron utilizados por todos los grupos sociales […].
También para la Monarquía Hispana funcionaron los asientos, u operaciones financieras a
gran escala entre el rey y uno o más banqueros, que eran operaciones de crédito y giro al
extranjero, pues solían firmarse para socorrer en breve plazo necesidades económicas en algún
lugar del Imperio […].
Aunque las letras de cambio venían circulando desde la Baja Edad Media, las necesidades
pecuniarias de la Monarquía Hispana las agilizan por toda Europa. Con ellas, un receptor de una
mercancía se comprometía a pagar al dador una cantidad de dinero en tal otro sitio y en tal otra
fecha. Este instrumento podía ir pasando de mano en mano, a cambio de más y más mercancías,
hasta que se hacía efectivo su importe.
Ni que decir tiene que para que este sistema funcionara, era imprescindible que existiera el
respaldo de otro sistema, el internacional de ferias […]. Si una fallaba, el edificio podía
tambalearse […].
Con respecto al comercio, salta a la vista que los intercambios locales por tierra eran muy
dificultosos. Las regiones de amplias redes fluviales tendrán ganada la partida a las que no
tengan ríos navegables.
Pero donde verdaderamente se deja notar el rumbo hacia un nuevo mundo, es en el comercio
marítimo. Estaba organizado, o de manera monopolista, o de forma libre. En el primer caso,
respondería a los dictados del mercantilismo, y su mejor exponente era el comercio castellano
con América, por medio de la Carrera de Indias, centralizado primero en Sevilla, después en
Cádiz.
Una fórmula mixta sería la empleada por algunas compañías con participación de capital
privado, pero atendiendo a unas estrictas normas: los Merchants Adventurers ingleses.
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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Finalmente, las sociedades por acciones. En ellas, el capital era fijo, considerable y
esencial. Podían participar en estas compañías quienes quisieran, y el número de asalariados de
cada una de ellas, incluidos los técnicos en las artes de la mar, es importante. Serían los modelos
de las grandes Compañías de las Indias, tanto de ingleses, como de holandeses.
Sin embargo, no se puede decir que a lo largo de los tres siglos todo permanezca inmutable.
Desde los años 20 del XVII vemos como las políticas económicas de las monarquías europeas,
y más tarde de la república holandesa, van encaminadas hacia el proteccionismo nacional con
esas prácticas económicas […] denominadas mercantilismo. Por tratarse de prácticas y no
teoría, es muy difícil de definir qué entendemos por mercantilismo. Además, las circunstancias
particulares de cada país incitan a unos usos distintos. Por ello que se pueda hablar de
mercantilismos más que de mercantilismo. En cualquier caso, lo que es evidente es que uno de
los pilares de esas prácticas era el mantener una balanza de pagos favorable, cerrando las
importaciones, aumentando las exportaciones.
En líneas generales, no cabe duda que el comercio mediterráneo declinó en el XVII, y lo que
sobrevivió a gran escala, quedó controlado por los holandeses […]. El del Báltico continuó
siendo un comercio de subsistencias para el sur de Europa […]. Probablemente los peores
momentos para ambos mares interiores corrieron de 1620 a 1660; tras esta fecha, el
Mediterráneo se dedicó a intercambios locales, hasta el punto de que probablemente las especias
no le llegaban desde el este, sino desde el norte, redistribuidas por Inglaterra u Holanda.
[…]
Pero tanto ingleses como franceses sabían que en el éxito del dominio del Atlántico estaba el
de la política europea. La única salida era, evidentemente, la guerra.
Los aumentos y el crecimiento que hemos visto muestran cómo por medio del dominio de
los mares, la acumulación de capitales es un hecho evidente, las dificultades técnicas han de ser
salvadas, y, a fin de cuentas, se están abriendo las puertas a un nuevo mundo. Su culminación
será la Revolución Industrial. Prácticamente nada es nuevo en el XVIII […]. Pero lo que sí que
es cierto es que el eco popular que se encuentra en Inglaterra no lo hubo en la España del XVI –
XVII, ni en la aplicación práctica. Ésta puede ser la gran diferencia entre un momento y otro:
los condicionantes para cambiar las estructuras se aúnan y aplican, en un país y a un tiempo,
dando los resultados por todos conocidos, sin que se rompa ya ni su tradición ni su introducción
en todas las formas de vivir. Inventar deja de ser cosa de locos o entretenimiento, para pasar a
ser una necesidad estatal y social; deja de ser un mundo conocido por unos pocos, para pasar a
serlo de todos los que lo necesitan.
[…] A pesar de la oposición de muchos jornaleros o de asalariados a las innovaciones
técnicas, gracias a las burdas máquinas se iba a conseguir iniciar y concluir el producto casi en
el mismo sitio, o cuando menos, en el mismo país. Hasta tal punto que Europa podía incluso
imitar la calidad y el diseño de los productos que se habían puesto de moda: los orientales […].
(BENNASSAR, 411 – 414)
Rasgos permanentes de la economía de tipo antiguo
a) La economía de tipo antiguo se caracteriza, en primer lugar, por el predominio
absoluto de la economía agraria. Según los países, del 80 al 90 por 100 de la
población vive del campo, y más de l[a]s cuatro quintas partes rurales están constituidas
por verdaderos campesinos que tienen la pesada carga de alimentar al conjunto de la
población. Por encima de la variedad que en los cultivos secundarios presenta la
diversidad de relieve, de suelo y de clima […], la agricultura europea sigue siendo
esencialmente cerealista. El hecho de que la mayor parte de las tierras cultivables,
rodeadas de bosques y landas, se dedique a la producción de cereales […], es una
absoluta necesidad, habida cuenta de la pobreza de los rendimientos. Esto se debe
principalmente a la insuficiencia de los abonos, constituidos casi exclusivamente por el
estiércol, que adquiere por ello un valor considerable […] [.]
[…]
Pero el estiércol se encuentra en cantidad lo bastante limitada como para hacer
obligatoria la práctica del barbecho, que permite descansar a la tierra. Sólo unas pocas
regiones escapan a esa servidumbre: es el caso de Flandes, Holanda, la llanura inglesa y
Javier Díez Llamazares
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algunas llanuras aluviales. La mala calidad de las simientes, el carácter rudimentario de
las herramientas […] y la insuficiencia de yuntas en número y en calidad contribuyen
igualmente a la pobreza de los rendimientos […]. En muchos aspectos, la escasez de
ganadería se presenta como el problema central vinculado a todos los demás […]. Las
praderas y los pastizales son muy raros, y no se puede extenderlos sin peligro. Así se
desemboca en lo que puede llamarse con toda justicia el “círculo vicioso” de la
agricultura del Antiguo Régimen.
La importancia del bosque (que proporciona maderas y pastos) y la existencia,
ampliamente extendida, de prácticas comunitarias […] completan el cuadro, en líneas
muy generales, de una economía que no había evolucionado prácticamente desde el s.
XII.
b) El trabajo industrial es una actividad esencialmente urbana. Es cierto que el
artesanado rural está muy extendido por todas partes, pero depende estrechamente de la
ciudad. Dos características pueden ayudar a definir esta industria del Antiguo Régimen:
el aspecto artesanal y el predominio de lo que en el s. XIX se llamaría industrias del
consumo sobre industrias de acondicionamiento. El carácter artesanal se manifiesta
primeramente en la mediocridad de las herramientas y de las técnicas. Lo esencial sigue
siendo la mano y el brazo del obrero; en sentido estricto, la “industria” es
“manufactura”, cualquiera que sea la importancia de las fuerzas animal, hidráulica y
eólica como energías auxiliares. También es típicamente artesanal la dispersión en
pequeños talleres. Las grandes empresas concentradas […] todavía son absolutamente
excepcionales. Pero esa estructura artesanal no excluye los progresos del capitalismo
incluso en el plano de la producción […].
La textil se sitúa en la primera línea de las industrias de consumo: telas de lino o de
cáñamo, paños de lana y de algodón […]. Junto al textil, el otro sector importante es la
construcción, al que es conveniente asimilar las industrias de lujo que gravitan en torno
a él […]. En cuanto a la industria minera y metalúrgica, viene muy atrás de la textil y de
la construcción, por el valor de los productos creados. Sin embargo, la relativa
concentración y el perfeccionamiento progresivo de algunas técnicas (primeros altos
hornos) a lo largo del s. XVI dan a este sector su matiz particular. El carbón de leña
sigue siendo el combustible indispensable, pero los liejeses y los ingleses empiezan a
utilizar la hulla, o carbón de piedra, en ciertas operaciones […].
c) Las dificultades y la lentitud de las relaciones comerciales son otro rasgo específico de
la economía del Antiguo Régimen. En primer lugar, dificultades en el transporte
terrestre [(caminos mal cuidados, bandidaje, etc.)] […]. Siempre que es posible, se
prefiere la vía fluvial […]. La forma de locomoción privilegiada es la vía marítima, de
cabotaje o de altura […].
Las relaciones comerciales chocan con otros obstáculos. En muchos aspectos, los
métodos de la mayoría de los mercaderes siguen siendo rutinarios[: transferencias de
especies monetarias, trueque, etc.] […].
d) Finalmente, la economía del Antiguo Régimen debe su fragilidad al predominio de la
agricultura. Basta una mala cosecha […] para que se desate una crisis de subsistencias.
Ésta (cuyas incidencias demográficas ya hemos visto) repercute inevitablemente en toda
la economía […]. Así, la crisis cíclica, simple accidente meteorológico en su origen,
afecta en seguida a toda la economía de una pequeña “región” e incluso, en los casos
más graves, de una provincia o de un Estado entero. Por su frecuencia, más o menos
decenal, y la importancia de sus defectos, pertenece a la propia estructura de la
economía de Antiguo Régimen.
3.2. El régimen señorial
(RIBOT, 120 – 123, 181 – 183)
4. El señorío
El poder de los señores deriva de dos fuentes: el que poseen como dueños de la tierra –
señores territoriales— y el que proviene de su capacidad de mando, tanto militar como
Javier Díez Llamazares
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judicial. Su capacidad de disposición sobre la tierra les otorga un enorme poder de presión sobre
una población que precisa de ella para su trabajo y sustento. Debe tenerse presente, sin embargo,
que existen grandes diferencias en el grado de dominio que tiene el señor sobre las tierras del
señorío y en la forma de cesión de éstas a los campesinos.
La capacidad de mando del señor provenía de su papel de defensor del territorio y de su
función militar. Durante la Edad Moderna, la importancia militar de los señores irá
disminuyendo ante el ascenso de la de los reyes, y el recurso a la fuerza frente a los vasallos
quedará en manos del aparato militar de las monarquías. Los señores mantendrán, no obstante,
una importante, aunque variada jurisdicción. También sobre ésta pretendieron, y consiguieron,
los monarcas poner la justicia real. La posibilidad de recurrir a instancias superiores a la corte
del señor no privará a éste completamente de su capacidad de mando inmediato, ya que no todos
los campesinos o comunidades estaban en condiciones de seguir costosos pleitos ante tribunales
superiores donde, además, el señor contaba con valedores importantes.
Es ésta una de las últimas razones del poder señorial durante la Edad Moderna: aunque su
poderío militar está muy disminuido y su jurisdicción ha quedado subordinada a la real, su peso,
su influjo social sigue siendo muy grande. Su imbricación en los círculos de poder cortesanos le
permite tener acceso a los centros del renovado poder monárquico y, a través de ellos, conseguir
el apoyo necesario en un pleito o ante una sublevación de estos.
Podemos distinguir varios tipos principales de señorío en Europa, en función de su dominio
sobre la tierra, la forma de cesión de ésta, y su poder de coerción sobre los vasallos. En la
Europa al este del río Elba, se desarrolla durante la Edad Moderna el fenómeno conocido como
la Segunda Servidumbre. En sus rasgos básicos implica tres aspectos: 1) una enorme
extensión de las reservas señoriales, es decir, de la tierra que el señor se reserva para
explotarla directamente; 2) el recurso a la corvea: como contrapartida de las parcelas
familiares que el señor les otorga, los campesinos se ven obligados a trabajar, normalmente
gratis, en ocasiones a precios tasados por el señor, las tierras de éste una serie de días a la
semana, cuyo número va aumentando. Gracias a estas prestaciones en trabajo el señor puede
explotar su reserva, que se destina en muchas partes de la Europa del este, particularmente en
Polonia, al cultivo del cereal para su exportación a occidente. 3) El último paso en la
implantación de la Segunda Servidumbre será, justamente, el sometimiento del campesino a
ésta: su adscripción a la tierra impidiendo su posibilidad de emigración; el control de los
matrimonios, buscando que se realicen dentro del señorío y a edad temprana para que la mano
de obra aumente; y las limitaciones al aprendizaje de oficios. El sistema se basa en el enorme
poderío nobiliario ante monarquías débiles, como la polaca, u otras que aunque se refuerzan a lo
largo de la Edad Moderna […] deben conceder a la nobleza el control de sus siervos, a cambio
de su apoyo.
En la Europa occidental, había desaparecido prácticamente la servidumbre en la Edad
Moderna; las diferencias de unos modelos de señorío a otros dependen del grado de control del
señor sobre la tierra, de la forma en que cede ésta, y del margen de jurisdicción que le queda. En
gran parte de Francia, en los territorios de la Corona de Aragón, en el norte de Italia, los señores
habían repartido la práctica totalidad de sus tierras a censo entre los campesinos. Esta forma de
cesión supone una división del dominio sobre la tierra, en directo, que quedaba en manos del
señor, útil, que correspondía al campesino. Éste tenía un amplio grado de disposición sobre el
dominio útil: podía –bajo ciertas condiciones— transmitirlo por herencia o dote, venderlo,
hipotecarlo. A cambio, tenía que pagar unos censos anuales al señor, normalmente fijados en
dinero o en una parte de la cosecha, y reconocer su dominio directo o eminente sobre la
tierra. En este reconocimiento se ha querido ver una reminiscencia feudal, pero la realidad es
que, al margen del mayor o menor peso del censo, y del laudemio o luismo que hay que pagar
por la transmisión de la tierra, el campesino, propietario del dominio útil, dispone casi
plenamente de ella. Por otra parte, el poder jurisdiccional del señor, sin desaparecer, ha ido
quedando limitado ante la superposición de la justicia real, a la cual pueden acudir sus vasallos;
su poder militar, importante a principios de la Edad Moderna, ha ido también disminuyendo. En
la práctica muchos señores, aun manteniendo cierto prestigio e influjo en sus vasallos, se
comportan, a fines de la Edad Moderna, como simples rentistas, procurando recuperar el
dominio útil para poder ceder la tierra en arrendamiento a corto plazo y beneficiarse del alza de
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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precios del s. XVIII. Procuran, también, mantener y aumentar su control sobre la transformación
y comercialización de productos agrarios.
En el norte de Francia, y el sur de España e Italia, los señores mantienen bajo su control
grandes extensiones de tierra que ceden en forma de extensas fincas, en arrendamiento a corto
plazo o aparcería. En muchos casos, los grandes arrendatarios se reservan una parte de la finca,
que explotan con asalariados, y subarriendan en parcelas el resto, con la consiguiente ganancia.
Aunque mantenga un limitado poder jurisdiccional, que ejercerá a través de delegados
señoriales, ya que es un señor absentista que vive en la ciudad o en la corte, su influjo se limita
casi a su condición de gran propietario. Buena parte de su poder ha pasado a manos de la elite
local de grandes arrendatarios, que suelen actuar además como administradores y delegados del
señor, cobrando las rentas, y que son los que pueden ceder una parcela para el sustento de la
familia o contratar como jornaleros a varios de sus miembros.
El caso inglés presenta algunas diferencias. Lo típico –aunque existen zonas que escapan al
proceso— es que el señor vaya aumentando su reserva a costa de los campesinos
[(aprovechando la desaparición de los tenentes para consolidar su propiedad y orientarla hacia la
explotación ganadera, al amparo de la mayor rentabilidad de los precios de la lana)], bien
comprándoles sus tierras, bien expulsándolos del dominio útil, al aumentarles los derechos de
transmisión de la tierra de una generación a otra, o bien expropiándoles pura y simplemente, o
usurpando los comunales. Las fincas así constituidas se arrendaban a empresarios capitalistas
que emplean asalariados y producen para el mercado. En esta transformación, el señor pierde
gran parte de su influjo social; pérdida que se ve acentuada por la disminución de su poderío
militar. Pero, por el contrario, el señor inglés, aunque viva temporadas en Londres, mantiene su
gran casa señorial en el campo y, dada la precariedad de la administración real inglesa, se
encarga de gobernar el territorio, del que depende además su prestigio político en la corte, a
través de las elites locales que administran justicia, aplican las leyes de pobres y, en general,
controlan la comunidad aldeana.
[…] La pérdida de su poderío militar, la ruptura del contacto directo con la población al
convertirse en absentistas, y su gestión de las tierras, más como propietarios capitalistas que
como señores paternales, determinaron una disminución de su poder, si bien éste no desapareció
totalmente.
[…]
1. La superación de la crisis bajomedieval y la apertura del mundo
A. Los diferentes resultados de la crisis en el ámbito rural: la configuración de los modelos
occidental y oriental
[…] Como consecuencia de esta evolución divergente, la Europa oriental tendió a
convertirse en un área suministradora de las materias primas y los productos alimenticios
que necesitaba una Europa occidental más dinámica y emprendedora […].
En la Europa occidental, la crisis del s. XIV aceleró la evolución que ya venía
experimentando el sistema feudal desde principios de la Baja Edad Media. Sus consecuencias
más importantes fueron la desaparición definitiva de la servidumbre y de las exacciones de
carácter denigrante, el abandono de la explotación directa de la reserva señorial, y la
conversión de la nobleza en una clase social que percibía unos ingresos de naturaleza
básicamente rentista […].
En contraposición a esta evolución, en la Europa situada al este del Elba la crisis
bajomedieval condujo al afianzamiento del poder de la nobleza, la cual fue incrementando
progresivamente sus dominios a expensas de las tenencias campesinas y utilizando cada vez
más en su explotación la mano de obra forzosa proporcionada por sus vasallos. Este proceso de
sujeción del campesinado se ha denominado como “segunda servidumbre”, término con el que
se pretende indicar que Europa conoció dos oleadas diferentes de servidumbre: una en la Europa
occidental entre los siglos IX y XIV; y otra en la Europa oriental entre los siglos XV y XVIII.
Ahora bien, cabe tener presente que la servidumbre oriental fue muy distinta de la conocida en
el oeste. En principio, porque tuvo un carácter mucho más intenso. En efecto, los señores
solían concentrar las tres posibles formas de dependencia del campesinado (agraria, personal y
jurídica), por lo que pudieron comportarse como dueños absolutos de sus vasallos. Por lo
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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demás, la servidumbre oriental se distinguió también de la occidental por el destino del
excedente detraído al campesinado, ya que éste se orientó en mayor medida hacia el mercado
internacional […]. Las causas fundamentales que […] lo provocaron fueron el mayor poder
social de que gozaba la nobleza, que no podía ser moderado por un mundo urbano muy
precariamente desarrollado y que se enfrentaba a una comunidad campesina muy poco
articulada. Lo cierto es que las primeras medidas legales que conformaban el sistema se
adoptaron en la segunda mitad del s. XV en la mayoría de los países de la Europa oriental,
teniendo como objetivo fundamental la inmovilización del campesinado en su aldea […].
3.3. La expansión agrícola y ganadera
(RIBOT, 186 – 190)
2. La expansión económica del siglo XVI
A. La expansión agrícola
El crecimiento experimentado por la agricultura europea durante el s. XVI tuvo
fundamentalmente un carácter extensivo. De ahí que algunos historiadores lo hayan considerado
simplemente como una etapa de restauración o de renacimiento agrario, en la que se volverán a
alcanzar unos niveles de ocupación del suelo y de producción agraria similares a los existentes
en los años anteriores al desencadenamiento de la crisis del s. XIV. Lo cierto es que las
innovaciones que se realizaron en el mundo agrícola fueron muy escasas, reduciéndose su
incidencia, además, a algunas zonas muy concretas.
En efecto, la agricultura europea más innovadora era la practicada en los Países Bajos, en la
que ya desde finales de la Baja Edad Media se había conseguido reducir el barbecho mediante la
adopción de rotaciones de cultivos más complejas o, sobre todo, la introducción de la
denominada “labranza convertible”. Se trataba de sistemas que se habían adoptado
empíricamente como fruto de la necesidad de reemplazar los cultivos por la ganadería en una
época en que los precios de los cereales tendían a la baja. Sin embargo, la solución supuso la
ruptura de la tradicional oposición entre agricultura y ganadería, permitiendo su asociación y
favoreciendo, además, la mejora de la productividad de la tierra. De ahí que el sistema resultase
ideal para una época de expansión agraria como era el s. XVI […]. Aparte de los Países Bajos,
sólo en Inglaterra se consiguió también una mejora evidente. El descenso de los precios de los
cereales durante la Baja Edad Media impulsó igualmente aquí la reconversión hacia la
ganadería, aunque sin dar lugar a una asociación con el cultivo agrícola. Ésta se producirá
progresivamente con posterioridad, tanto por la imitación de las técnicas de los Países Bajos
como por la incidencia del incremento mayor de los precios de los cereales que los de los
productos derivados de la ganadería, a partir de mediados del s. XVI. Salvo en ambos países, las
innovaciones agrarias fueron muy escasas, predominando la existencia de una agricultura
cerealista de carácter extensivo, con la presencia del barbecho en rotaciones bienales o
trienales y con una productividad media del 4 o el 5 por 1 [frente al 7 por 1 de media en los
Países Bajos].
Al no realizarse una sustancial mejora de la productividad, el crecimiento del s. XVI se
derivó fundamentalmente de la ampliación de la superficie cultivada. En líneas generales, ésta
experimentó dos fases claramente diferenciadas. La primera de ellas abarcó la segunda mitad
del s. XV, y supuso la puesta en explotación de las mejores tierras abandonadas durante la
crisis bajomedieval. La segunda se produjo a lo largo de todo el s. XVI, implicando la
roturación de tierras de carácter más marginal y dando lugar al desencadenamiento de las
tensiones malthusianas. En todo caso, resulta evidente que a partir de las primeras décadas del s.
XVI el crecimiento productivo comenzó a ralentizarse, teniendo desde luego un ritmo menor
que el alcanzado por el incremento demográfico. La consecuencia de este desequilibrio fue el
alza experimentada por los precios, que iniciaron su ascenso ya desde principios de la centuria.
La responsabilidad de la presión de la población sobre los recursos en el origen del alza de
precios resulta más evidente si se tiene en cuenta que fueron los cereales y los productos de
subsistencia los que experimentaron un incremento más elevado, mientras que los artículos
derivados de la ganadería y, sobre todo, las manufacturas, tuvieron un alza más moderada. En
todo caso, el vigor alcista de los precios se convirtió en un estímulo adicional para la realización
Javier Díez Llamazares
12
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 3
de fuertes inversiones destinadas a la ampliación de la superficie cultivada. Quizás los esfuerzos
más importantes en este sentido se realizaron en los Países Bajos y en las costas alemanas del
mar del Norte por medio de la construcción de polders con los que se ganaba terreno al mar
[…]. En fin, operaciones de dicha índole o de drenaje de tierras pantanosas tuvieron lugar por
todas partes, aunque sin alcanzar la entidad de las mencionadas. Sin embargo, como estas
ampliaciones de la superficie cultivada eran insuficientes para satisfacer la creciente demanda
de la población, la presión roturadora acabó orientándose también en detrimento de los bosques
y de los prados […].
De todas formas, a pesar de la expansión de la cerealicultura, la incipiente tendencia hacia
la diversificación de la producción agraria que se había experimentado durante la crisis
bajomedieval continuó desarrollándose [(p.ej. dentro de España, la vid y el olivo en Andalucía y
Castilla o las moreras en Granada, Murcia y Valencia)] […]. Por tanto, existían algunas zonas
en las que se produjo una cierta diversificación de los cultivos, e incluso aparecieron tímidos
esbozos de especialización regional. Desde luego, ésta nunca fue completa, puesto que los
cereales solían constituir el cultivo dominante en todas partes. Pero la tendencia se vio
favorecida por el comercio de importación de cereales desde la Europa oriental […].
El estímulo constituido por la demanda internacional de cereales impulsó a los señores
feudales de la Europa oriental a intensificar la tendencia hacia el sometimiento del campesinado
que ya habían iniciado a fines del s. XV […]. [(POLONIA)] Al mismo tiempo, los dominios
señoriales se fueron engrandeciendo, mientas que, por el contrario, la superficie explotada por el
campesinado se reducía. De esta forma, los señores feudales comenzaron a obtener la mayor
parte de sus ingresos de la explotación de sus propios dominios, y no de los censos y rentas
abonadas por el campesinado. Su interés por la exportación de los excedentes los impulsó a
obtener la libertad de peaje del Vístula para los productos agrarios y forestales procedentes de
sus heredades. En la misma línea, lograron que se anulara la intermediación que podían ejercer
los comerciantes polacos, con el fin de poder establecer un contacto directo con los mercaderes
extranjeros. En fin, todo ello, combinado con su importación de productos manufacturados
occidentales, erosionó las bases de la economía urbana. Al mismo tiempo, al sojuzgar al
campesinado y reducir sus ingresos, se limitó la posibilidad de expansión del mercado interno.
De esta forma, la economía polaca veía limitadas considerablemente sus posibilidades de
expansión, vinculándose cada vez más a la Europa occidental en una relación que adquiría
muchos de los rasgos de una dependencia colonial.
Por el contrario, en la Europa occidental […] sus ingresos, que procedían fundamentalmente
de los derechos y rentas que abonaban los vasallos, conocieron una clara tendencia hacia el
estancamiento o el retroceso a lo largo de la centuria […]. De ahí que los señores tratasen de
combatir esta tendencia mediante la consolidación de su propiedad y el recurso a otras fórmulas
de explotación, entre las que destacaba el arrendamiento de corta duración[, también adoptado
por la burguesía urbana] […]. De esta forma, ante la doble ofensiva señorial y burguesa, el
campesinado experimentó una progresiva reducción de la superficie que poseía.
(FLORISTÁN, 257 – 261)
2.1. El sector agrario
Al hablar del sector agrario lo primero que hay que decir es que es el más importante de la
época, con diferencia. Salvo áreas muy puntuales, de la producción agraria dependía la bonanza
o la penuria del s. XVI […].
El evidente incremento de la producción tuvo sus antecedentes en la segunda mitad del s.
XV […]. Es un aumento impulsado por el de la demanda de una población creciente, con
sectores sociales con un mayor nivel de renta, de las manufacturas en auge y de los propios
estados.
Desde luego, la producción agraria tenía como objetivo fundamental proporcionar los
alimentos que asegurasen la subsistencia de la población, y no siempre lo consigue. Con ese fin
el cultivo de cereales tuvo un especial protagonismo hasta convertirse en determinadas áreas en
monocultivo. No sólo era el trigo, también la cebada, el centeno y otros cereales menores, con
la aparición a fines de siglo del maíz, cuyo cultivo será fundamental con posterioridad. Pero
también hubo regiones cuya producción estuvo más diversificada, quedando por ello un tanto
Javier Díez Llamazares
13
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 3
protegidas de las incidencias que pudiesen originar las catástrofes meteorológicas, y en otras se
desarrollaron cultivos especializados dirigidos a satisfacer demandas más concretas.
2.1.1. El incremento de la superficie cultivada
Este incremento de la producción se explica en buena parte por la extensión del área
cultivada […].
Hay una importante tarea de recolonización interior intentando ocupar los vacíos
generados por la historia, enfrentándose al reto que suponían las áreas donde el asentamiento
humano planteaba mayores dificultades; una tarea estimulada por el incremento de la demanda
y de los precios agrícolas y en la que se invirtieron considerables capitales tanto de origen
público como privado […].
2.1.2. Intensificación y diversificación de cultivos
La respuesta a la creciente demanda no se hizo exclusivamente por un incremento de la
superficie cultivada sino también por un aumento de la productividad del campo. En este terreno
documentamos tareas importantes de desecación a las que ya hemos aludido y otras de regadío
no menos importantes, cambios en las rotaciones y en el utillaje […], potenciación de cultivos
con una orientación claramente comercial e introducción de otros de procedencia exótica.
[…] Entre las novedades, el aspecto que más ha llamado la atención es la intensificación de
los sistemas de cultivo, pasando a rotaciones más largas donde se eliminaba el barbecho y
evitaba el agotamiento del suelo con la plantación sucesiva de especies con distintas exigencias
de nutrientes, con una especial importancia de las plantas forrajeras. Es la “nueva agricultura”
que permitía asimismo el desarrollo de una ganadería intensiva que aportaba el beneficio
añadido de una mayor cantidad de abono para el campo. Fue un modelo tomado como
referencia con posterioridad, significativamente por la agricultura de un país, Inglaterra, donde
tendrá su origen la revolución industrial y que en el s. XVI conoció una intensificación del
movimiento de los cercamientos de tierras (enclosures) que permite orientar la producción
agraria con mayor libertad […].
Más allá de estas cuestiones, nos llegan por doquier noticias de progresos de distinta entidad.
Valga citar las mejoras que supusieron los regadíos […].
Asimismo podemos documentar otros importantes cambios en el sector agrario por la
introducción de nuevos cultivos que, con su paulatina implantación, llegaron a modificar los
hábitos de consumo de las sociedades europeas y alimentaron al número creciente de sus
habitantes.
Aunque las relaciones entre los extremos del Viejo Mundo no fuesen fáciles, tampoco cabe
hablar de una total incomunicación: hacía siglos que habían llegado a Europa cultivos como los
cítricos o el arroz cuyo origen es asiático, aunque habrá que esperar hasta el s. XVI para que en
Europa se conocieran el café y el plátano. No es una novedad en sí, pero debemos destacar la
expansión del cultivo de la caña de azúcar en las islas del Atlántico y en América, la cual
supuso un aumento de la producción, el abaratamiento del azúcar y la consiguiente
generalización de su consumo.
Pero la novedad que en estos momentos se planteaba es la relación con un Nuevo Mundo –
América— donde se habían domesticado un número poco importante de especies animales, pero
una gran variedad de especies vegetales […]. El primer cultivo de origen americano que se
consumió en Europa parece que fue el tabaco, quizás también pronto el chocolate. Pero nos
interesa ir más allá, a la producción de las especies americanas en Europa […].
[…]
2.1.3. Propiedad de la tierra y regímenes de tenencia
[…]
Dentro de la diversidad de situaciones que podemos documentar, hay algunos elementos que
son bastante comunes. En primer lugar, la importancia de la propiedad de la Iglesia; en
conjunto, a principios de la Edad Moderna era el mayor propietario y más si le añadimos las
posesiones de las órdenes militares […].
Ahora bien, la evolución de la propiedad de la Iglesia registró diferencias muy significativas.
Si en los países católicos, en general, observamos un incremento alimentado por la asistencia
que prestaba en el contexto de una piedad barroca […]; en los reformados asistimos a una
expropiación generalizada de sus bienes […].
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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[…]
Un caso diferente es el de la Italia meridional y los señoríos del sur de Castilla, sobre todo
los de la Andalucía occidental, donde el señor tenía la total disposición de la tierra; pues en
Castilla se entendía que el mayorazgo prohibía la enajenación de los bienes vinculados, y como
una enajenación se entendía la cesión de la tierra a censo de forma indefinida[, lo que daba lugar
al arrendamiento de los dominios a otros] […].
(BENNASSAR, 42 – 46)
La producción agrícola
[…]
a) El marco es la explotación agrícola, expresión que abarca realidades múltiples, tanto
jurídica como económicamente. El campesino puede ser propietario libre de la tierra
que trabaja, caso frecuente en los países mediterráneos; o bien tenente “perpetuo” en el
marco del régimen señorial (en el noroeste de Europa hasta el Elba), o tenente
“precario” a corto o largo plazo en el marco del dominio inglés o del gran dominio de la
Europa oriental. Puede también explotar la tierra de los demás como siervo (grandes
dominios nobles del sur de Italia, Polonia o Rusia), como colono, cediendo una parte de
la cosecha (la Europa atlántica, Italia central, etc.); como arrendatario, con un alquiler
fijo (región de París, Países Bajos, cuenca de Londres). A menudo la explotación reúne
elementos de estatuto jurídico diverso.
[…]
c) Así pues, las demás producciones y la ganadería tienen que organizarse en función de
la cerealicultura y sus exigencias. Diversos cultivos intervienen en el ciclo agrícola en
función del clima, de los suelos y de sus posibilidades de salida. Evidentemente, hay que
otorgar un lugar especial a la vid, cuyo hábitat estaba mucho más extendido que en
nuestros días, a causa de las dificultades del transporte […]. El s. XVI conoce ya la
diferencia entre los buenos vinos, destinados al consumo de los nobles o a la exportación
a los países del Norte, y los vinos corrientes, de conservación mediocre y consumo
popular. Como cultivo especializado, la vid requiere los cuidados de personal
cualificado. A cambio, asegura una renta proporcionalmente importante, ya que se puede
comercializar la totalidad de la cosecha. Más claramente circunscritos al espacio
mediterráneo, el olivo y la morera ocupan un lugar también en este conjunto. La
agricultura es la encargada de proporcionar materias primas a la industria textil [(p.ej.
seda cruda, lino, cáñamo o algodón)] […]. Las plantas tintoreras tienen también su
sitio en función del mercado artesanal, especialmente el pastel de Toulouse. Quedan las
legumbres y las frutas, que se encuentran en los alrededores de las ciudades […].
La ganadería, en sus diferentes formas, plantea problemas que los sistemas agrícolas del
s. XVI no pueden resolver. Consumidora de espacio, se encuentra naturalmente limitada
en su desarrollo cuando se da en una región fértil abocada a sembrados y pobre en
praderas naturales. En estos casos, es raro el ganado bovino. Por el contrario, el ovino
se adapta al apacentamiento de rastrojos y barbechos, y los caballos pueden consumir
paja y avena. Pero el invierno es siempre ocasión para sacrificar una parte del rebaño,
falto de alimento. Por el contrario, en los lugares donde las condiciones climáticas
favorecen el crecimiento natural de la pradera […], puede desarrollarse la ganadería,
especialmente la de bóvidos, que ocasiona un importante comercio […]. Finalmente, la
ganadería se extiende ampliamente por tierras incultas y pobres, de las que es la única
utilización rentable […]. En estos casos predomina el ganado ovino, desplazándose en
busca de alimento […].
[…]
3.4. Las manufacturas y su incremento
(RIBOT, 190– 194)
B. El avance del capitalismo en el ámbito industrial
Javier Díez Llamazares
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La producción industrial tuvo también un indudable crecimiento en el s. XVI, aunque no
existió ninguna alteración sustancial de sus estructuras básicas. En efecto, no se introdujo
ninguna innovación tecnológica espectacular que acelerase el ritmo de la producción o
favoreciese la transformación del sistema productivo. Ciertamente, tampoco el mercado
estimulaba estas innovaciones, puesto que la demanda de productos industriales era muy
elástica, dependiendo de los excedentes de ingresos que existiesen tras la satisfacción de las
necesidades alimenticias […]. De todas formas, a pesar de la continuidad de las estructuras
productivas bajomedievales, durante el s. XVI se produjeron algunos cambios que favorecieron
el afianzamiento del control del capital sobre la actividad industrial. Los factores fundamentales
que impulsaron este proceso fueron la aplicación de procedimientos técnicos ya conocidos,
que requerían fuertes inversiones, y la adopción de modelos organizativos controlados por
los intermediarios, entre las diversas fases de producción.
El desarrollo de relaciones de producción de tipo capitalista fue evidente en el caso de la
minería y la metalurgia. En la minería, fueron los alemanes los pioneros en la aplicación de
métodos ya conocidos en la excavación, el drenaje y el tratamiento de metales que requerían la
inversión de fuertes capitales. El estímulo para su utilización lo constituyó la explotación de las
minas de plata ubicadas en Bohemia, Hungría y el sudeste de los territorios del imperio alemán.
Estas minas habían entrado en decadencia a mediados del s. XIV debido al agotamiento de sus
mejores filones. Sin embargo, la revalorización que experimentaron los metales preciosos como
consecuencia de su escasez impulsó su reexplotación a partir de mediados del s. XV. Aparte de
obligar a excavar galerías más profundas con el fin de explotar nuevas vetas, ello requirió la
introducción del procedimiento de la amalgama para obtener un rendimiento mayor de los
minerales. La elevación de los costes que esto suponía es lo que explica el control que las
grandes casas comerciales del sur de Alemania [(p.ej. los Fugger)] […] ejercieron sobre estas
explotaciones […]. Una evolución similar experimentó la producción de cobre, que, al hallarse
asociado al mineral de plata, se obtenía en las mismas zonas […]. Por su parte, la explotación
del mercurio fue impulsada por la utilización del procedimiento de la amalgama […]. De todas
formas, uno de los minerales más importantes de la época era el alumbre, al resultar
imprescindible en la industria textil […]. Era precisamente en estas zonas [(Lieja e Inglaterra)]
donde se concentraba también la minería europea del carbón, que adquirió una creciente
importancia a medida que se encarecía el carbón vegetal. Fue en Inglaterra donde el carbón
mineral sustituyó a éste en mayor medida, sobre todo para la calefacción doméstica, aunque
aún no era posible su utilización para la fundición del hierro. Finalmente, también en Inglaterra
y Lieja, junto con los territorios del imperio alemán y el País Vasco, se localizaban los
yacimientos más importantes de este último mineral. Aparte de favorecer el capitalismo en las
labores de extracción, el tratamiento del hierro también requirió la inversión de fuertes capitales
debido a la aplicación generalizada de técnicas ya conocidas. Entre ellas destacan los altos
hornos, que se difundieron por el centro y el noroeste de Europa a lo largo del s. XVI.
De todas formas, no cabe duda de que, tanto por su difusión geográfica como por el número
de personas ocupadas o su peso en el tráfico comercial, continuaba siendo la manufactura
textil la principal actividad industrial en la Europa del s. XVI. En este ámbito se produjo a lo
largo de dicha centuria un claro relevo entre las áreas productoras más importantes[:
inicialmente, en el norte de Italia, sur de los Países Bajos y sur de Alemania; posteriormente, en
el norte de los Países Bajos, Francia e Inglaterra, donde arraigaron los nuevos modelos
organizativos que favorecían el desarrollo de relaciones de tipo capitalista] […].
Es en el caso de la pañería en donde los cambios fueron más evidentes. A finales del s. XV
el norte de Italia seguía siendo uno de los centros pañeros más importantes de Europa […]. La
inestabilidad derivada de los enfrentamientos bélicos de la primera mitad de la centuria provocó
su decadencia […].
Fue en los Países Bajos donde tuvieron lugar las transformaciones más importantes. La
tradicional pañería urbana flamenca se hallaba en decadencia desde finales de la Edad Media, ya
que su organización corporativa le impedía modernizarse y hacer frente a la competencia
ejercida por los paños finos ingleses. Pero, frente a ella, había surgido en las pequeñas ciudades
o en núcleos rurales del sur de los Países Bajos un nuevo tipo de producción que se conoce
globalmente como “nuevas pañerías”. Se trataba de unas telas que se confeccionaban con lana
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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más basta, por lo que se adaptaron muy bien a la nueva corriente de importación de lana
española en sustitución de la cada vez menos frecuente materia prima inglesa. Pero, además, al
ser poco o nada abatanadas, se utilizaba menos lana en su tejido. Por tanto, eran unas telas más
ligeras y mucho más baratas. Por sus características, se ajustaban muy bien a las regiones que
tenían un clima más templado. Pero al permitir también la confección de modelos más
complejos y decorativos, acabaron imponiéndose igualmente en los mercados del norte. Se
trataba, pues, de un producto que gozaba de un mercado en expansión, al poder ser adquirido
por un mayor número de consumidores y ser capaz de satisfacer las tendencias de la moda. Pero,
además, al localizarse su producción en el medio rural o en pequeñas ciudades, libres de
reglamentación gremial, la nueva pañería facilitó la difusión del domestic system. Es decir,
fueron comerciantes o empresarios los que controlaron la producción, suministrando las
materias primas a unos trabajadores que habitualmente habían establecido con ellos relaciones
de dependencia y elaboraban los productos en sus domicilios. Posteriormente, eran también
aquellos los que se encargaban de la comercialización de las manufacturas en el mercado
internacional. De esta forma, se fue consumando la división entre el capital y el trabajo,
favoreciendo la aparición de relaciones de producción de tipo capitalista.
Las “nuevas pañerías” se difundieron sobre todo por Artois, Hainaut y Brabante, teniendo
su centro más importante en Hondschoote. Sin embargo, los conflictos derivados de la revuelta
contra la Monarquía Hispánica provocaron la destrucción de la mayor parte de los centros de
producción, provocando una inmensa emigración de empresarios y artesanos que difundieron el
nuevo tipo de producción en las zonas en las que se asentaron. Entre ellas destacó el norte de los
Países Bajos, en donde Leiden se convirtió en el centro de las nuevas pañerías holandesas. Sin
embargo, fue en Inglaterra donde la influencia fue más intensa. Este país había logrado
consolidar en la Baja Edad Media una poderosa industria pañera que absorbía la práctica
totalidad de la materia prima producida por su ganadería […]. Al localizarse sobre todo en el
sudeste del país [la posterior afluencia de refugiados procedentes del sur de los Países Bajos], la
influencia de los grandes mercados de la zona favoreció la implantación del domestic system.
De esta forma, las nuevas pañerías fueron adquiriendo un peso cada vez mayor en las
exportaciones de paños ingleses, constituyendo ya cerca de la cuarta parte de su valor a
principios del s. XVII.
Aparte de la difusión de las “nuevas pañerías”, la tendencia de la demanda hacia la
adquisición de tejidos más ligeros y baratos favoreció el crecimiento de las industrias que
elaboraban telas confeccionadas con fibras vegetales. A finales de la Edad Media ya destacó
en este sentido la producción de fustanes (tejidos de urdimbre de lino y trama de algodón) […].
Aunque el lino era de producción local [(principal área manufacturera: Suabia)], la necesidad de
importar algodón favoreció el control de la producción por parte de los grandes comerciantes
[…]. Sin embargo, la inestabilidad que afectó al sur de Alemania a partir del inicio de la
Reforma provocó la decadencia de aquella manufactura, que, además, se vio afectada por la
competencia ejercida por los tejidos de lino [(principal área manufacturera germana: Silesia)]
[…]. Pero fue Francia el país más destacado en la producción de tejidos de lino y cáñamo
[(principales áreas manufactureras: Normandía y Bretaña)]. Se trataba de una manufactura de
carácter fundamentalmente rural, por lo que, aunque la frecuente utilización de las materias
primas producidas por los propios campesinos favorecía su autonomía, la intervención de los
comerciantes e intermediarios que acababan controlando el proceso fue cada vez más creciente.
(FLORISTÁN, 261 – 263)
2.2. Las manufacturas
Las manufacturas en el s. XVI registraron notables avances cualitativos y cuantitativos, hasta
el punto de que algunos entusiastas hablan de una “primera revolución industrial”, valoración
más que discutida por otros autores.
[…]
En un primer momento, el metal que llegaba de América fue sobre todo oro. Un oro
obtenido a bajo coste porque procedía del saqueo del acumulado durante siglos por las
sociedades indígenas para las cuales no tenía más que un valor suntuario; las primeras etapas de
Javier Díez Llamazares
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TEMA 3
producción basadas en el trabajo forzoso tampoco encarecieron los costes en demasía, pero la
práctica desaparición de la población indígena planteó problemas de difícil solución.
Primero tenemos el ciclo del oro de las Antillas, le siguieron los aportes de las grandes
conquistas […]; pero la plata acabó por imponerse primero en peso y luego en valor, con el
descubrimiento de minas [como Tasco, Zacatecas o Potosí] […]. Pero no sólo fue el hallazgo de
ricos filones el responsable de semejante avalancha de plata sino la introducción de avances
técnicos. Mejoras en la ventilación y drenaje de las galerías, sobre todo el sistema de amalgama
introducido por Bartolomé de Medina […], pues suponía un importante ahorro en mano de
obra y combustible, y la posibilidad de aprovechar minerales menos ricos en plata, frente al
tradicional proceso de oxidación […].
En el terreno de la transformación hay algunas actividades muy dispersas, que podemos
documentar en casi cualquier localidad, por cuanto proporcionan productos elaborados de
consumo masivo e inmediato: hablamos de molinos, de almazaras, de lagares, de tahonas…
Las innovaciones en ellas pasan un tanto desapercibidas desde la ignorancia, pues a menudo son
muy difíciles de documentar, y tendemos a pensar en un mundo insensible a los cambios, pero
no es así.
[…]
Una [de las manufacturas de la época que no ha recibido la consideración que merece] es la
de la imprenta, la cual tuvo una trascendencia incuestionable, y creciente, en la difusión de
ideas y conocimientos. La impresión con tipos móviles fue puesta a punto por Johannes
Gutemberg […]. La publicación de libros se desarrolló con una inusitada rapidez, cubriendo
una creciente demanda, y los impresores se expandieron por toda Europa desde la segunda
mitad del s. XV […].
Una segunda es la construcción naval de la cual hay que destacar que concentra todos los
avances técnicos de la época y que movilizó un volumen importante de mano de obra y de
capital […]. [Podemos distinguir 3 etapas en el desarrollo de la construcción naval: etapa de la
galera, barco insuficiente para surcar otros mares que no fueran el Mediterráneo; etapa de la
carabela, primera nave con capacidad de navegación oceánica; y etapa del galeón, nave que no
tenía rival en cuanto a maniobrabilidad, capacidad de carga y potencia de fuego. El peso de la
construcción naval se trasladó desde Venecia a los Países Bajos e Inglaterra].
[…]
(BENNASSAR, 47 – 51)
La producción artesanal
[…]
a) El marco jurídico de la producción sigue siendo medieval […]. La novedad del s. XVI
es el esfuerzo del Estado por controlar mejor los oficios y la producción. Se favorecen
los oficios jurados, reglamentados por el príncipe, a expensas de los oficios libres […].
Asimismo, se intentan establecer reglas de fabricación a escala mundial [(p.ej. el edicto
de 1511 en Castilla)] […].
b) El marco económico es el de la empresa. Por lo general es de pequeñas dimensiones.
Esto es evidente en el caso de los oficios del mundo campesino (carreteros, herreros) y
del de la alimentación (panaderos), pero también es cierto en el de la mayoría de los
talleres textiles, e incluso en el de gran número de forjas […]. [(EMPRESAS DE
GRANDES DIMENSIONES)] Hay que señalar que se trata en estos casos de empresas
del Estado (arsenales, fundición de cañones) o de oficios nuevos que escapan a la
reglamentación tradicional. En estos sectores es donde se aprecian mejor los fenómenos
vinculados a la aparición del capitalismo […]: propiedad de barcos y minas por
participación y asociación del capital y el trabajo. Pero, en realidad, los fenómenos de
concentración se observan en el plano de la comercialización. El sistema medieval del
mercader – fabricante, que compra la materia prima, la distribuye en los pequeños
talleres que aseguran las diferentes fases de elaboración, recoge los productos
fabricados y los vende en el mercado, se extiende por toda Europa […]. Se ve
acompañado, en el caso de los pequeños patrones de los oficios urbanos, de la pérdida
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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de autonomía económica y, en toda la zona rural de Occidente, de la extensión de
industrias rurales […].
c) […] A estas industrias de gran consumo popular [(industrias de la lana, el lino o el
cáñamo)], que arrojan grandes cantidades al mercado, se opone la sedería, que trabaja
para los grupos superiores de la sociedad, aunque el gusto del lujo y el deseo de figurar
amplían su salida […].
[…]
e) […] El desarrollo espectacular de la imprenta […] da gran auge a la industria del
papel. Si bien las técnicas no han evolucionado mucho, las cantidades fabricadas son
muy superiores […].
La obtención de la sal en las regiones en las que el número de horas de sol no permite la
evaporación, la creciente producción de vidrios, las fábricas de cerveza en las regiones
que adoptan esta bebida (Inglaterra, Europa central) y las primeras refinerías de azúcar
vinculadas al auge colonial, son otras actividades en las que se manifiesta la influencia
del capitalismo.
Por encima de las innovaciones técnicas limitadas, los dos principales fenómenos del siglo
en el terreno artesanal son, por lo tanto, el crecimiento sensible de la producción en todos los
sectores de actividad, en relación con la ampliación del mercado, y la creciente influencia
sobre los productores, ya se trate de patronos o de oficiales, de los comerciantes, que
controlan tanto el acceso a las materias primas como la posibilidad de dar salida a los productos,
y que poseen los capitales necesarios para el equipamiento. Empieza a ser frecuente la
disociación de la propiedad de los medios de producción y de su utilización.
3.5. Comercio, moneda, crédito y finanzas. ¿Hubo una revolución de los precios?
(RIBOT, 194 – 204)
C. El triunfo del Atlántico como eje del tráfico: el auge de Amberes
La progresiva constitución de una economía mundial de carácter interdependiente y con
epicentro en Europa, a partir de los descubrimientos geográficos, determinó que el Mediterráneo
comenzase a perder el papel central que hasta entonces había jugado en el mundo occidental. El
eje de los intercambios tendió a desplazarse hacia el Atlántico, ya que allí se producía la
confluencia de las corrientes comerciales existentes en el continente europeo con las derivadas
del tráfico intercontinental. Los Países Bajos fueron los más beneficiados por dicha tendencia,
puesto que su dinamismo económico y su excelente posición geográfica les permitieron
aglutinar los tráficos más importantes y convertirse en un depósito en el que podían
intercambiarse los productos de las más diversas procedencias. Este fue el papel que jugó
Amberes a lo largo de casi toda la centuria, tomando Ámsterdam el relevo cuando se produjo
su decadencia.
De todas formas, el retroceso de la importancia del Mediterráneo en el tráfico internacional
se produjo de forma muy lenta. El fructífero papel que habían ejercido las ciudades italianas
como intermediarias entre el comercio asiático y el europeo se vio afectado por el avance turco
y, sobre todo, por la competencia desplegada por los portugueses desde su llegada a aquel
continente. Pero el bloqueo que estos impusieron fue muy efímero, puesto que Portugal era una
potencia demasiado débil […]. Sólo el asentamiento holandés en Asia desde finales del s. XVI
provocará la irreversible decadencia del tráfico veneciano […].
No obstante, a pesar del mantenimiento de la vitalidad de los tradicionales centros
mercantiles mediterráneos, las principales metrópolis comerciales del s. XVI se encontraban ya
en el Atlántico. Era allí donde se ubicaban las sedes de los monopolios coloniales español y
portugués. En el caso español, fue Sevilla la que desempeñó esta función, centralizando un
tráfico que resultó fundamental para el continente europeo, sobre todo por la masiva aportación
de metales preciosos que comportó. En efecto, mientras que las exportaciones a América
estaban constituidas por mercancías […], las importaciones tenían como componente
fundamental al oro y, sobre todo en la segunda mitad de la centuria, la plata, que representaron
habitualmente alrededor del 90 % del valor total de los cargamentos de retorno. Sólo
paulatinamente las mercancías comenzaron a alcanzar en estos una cierta significación […].
Javier Díez Llamazares
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Muy vinculado con esta incipiente diversificación productiva del continente americano se
encuentra el desarrollo del comercio de esclavos, que estaba controlado por Portugal […]. Por
medio de este tráfico, los portugueses obtenían parte de los metales preciosos que necesitaban
para saldar los intercambios que realizaban con Asia y África […]. Fue precisamente la
importancia de dichos metales lo que vinculó el tráfico intercontinental portugués con la
economía minera centroeuropea. Y la habilidad de Amberes para convertirse en la intermediaria
entre ambas actividades fue uno de los factores fundamentales que determinaron el predominio
ejercido por dicha ciudad sobre el comercio internacional durante buena parte de la centuria.
El auge de Amberes como centro fundamental del comercio internacional cabe situarlo en el
contexto del territorio en el que se ubicaba: se trata de los Países Bajos, una de las zonas más
avanzadas económicamente de Europa occidental, que disponía de una elevada densidad
demográfica y un intenso grado de urbanización y que gozaba, además, de una excelente
posición geográfica. Las claves de su éxito proceden de su vinculación con las nuevas
pañerías rurales que se difundieron en sus inmediaciones. Pero, además, a partir de mediados
del s. XV, logró atraer la comercialización de los paños ingleses [estableciéndose, asimismo,
un provechoso negocio local con su teñido y acabado], desplazados de Brujas por la
competencia que hacían a la industria local […]. Fueron las disponibilidades de estos productos
manufacturados las que favorecieron el establecimiento de relaciones comerciales con el interior
de Alemania […]. La importancia de este tráfico atrajo también a los comerciantes portugueses,
deseosos de encontrar un centro mejor ubicado que Lisboa para la redistribución de los
productos asiáticos y africanos que obtenían. La elección de Amberes les resultó muy
provechosa, ya que allí podían conseguir el cobre y la plata que necesitaban para su comercio
con aquellos continentes. De esta forma, Amberes se convirtió en el principal mercado
redistribuidor de las especias en el continente europeo durante las primeras décadas del s. XVI
[…]. Amberes se convirtió también en el principal centro financiero de Europa occidental
[gracias a los conocimientos aportados por los comerciantes italianos que se instalaron allí]
[…].
[…]
La decadencia de Amberes se halla directamente vinculada a las consecuencias de la
revuelta de los Países Bajos en contra de la Monarquía Hispánica. Sin embargo, previamente,
ya se habían producido algunas transformaciones en el tráfico internacional que atenuaron su
primacía[: la revitalización del comercio de productos asiáticos a través del Mediterráneo
oriental, la afluencia de metales preciosos americanos que permitió a los comerciantes
portugueses disponer de una fuente alternativa de aprovisionamiento para su comercio con Asia,
la decadencia de la minería centroeuropea por la competencia de los metales preciosos
americanos y las suspensiones de pagos de varios estados europeos que afectaron al potencial
financiero de la ciudad] […].
La decadencia de Amberes benefició al puerto holandés de Ámsterdam, que, a partir de
entonces y hasta finales del s. XVII, ejercería una primacía sobre el comercio internacional,
superior incluso al que había alcanzado aquella ciudad […]. Todo ello, combinado con la
definitiva decadencia de las tradicionales potencias mercantiles del Mediterráneo, consagró el
triunfo del Atlántico como eje del gran comercio a escala mundial.
3. La coyuntura: la revolución de los precios
A. Metales preciosos y precios
El incremento experimentado por los precios en el s. XVI fue tan firme y general que ha
determinado la calificación de esta centuria como la época de la “revolución de los precios”.
Aunque este concepto puede parecer excesivo si se compara el alza de precios de dicha época
con la inflación actual, lo cierto es que los contemporáneos no estaban acostumbrados a sufrir
un crecimiento tan rápido, por lo que quedaron sorprendidos ante tal fenómeno y trataron de
averiguar sus orígenes. En este aspecto, fue un destacado representante de la escuela de
Salamanca, Martín de Azpilcueta, quien en 1556 estableció por primera vez una relación
directa entre el alza de precios y la abundancia de metales preciosos derivada de las remesas
americanas. De esta forma, se adelantaba a Bodín, quien, al defender una tesis similar en 1568,
suele ser considerado como el primer formulador de la teoría cuantitativa del dinero.
Javier Díez Llamazares
20
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 3
Modernizada por Fisher en la década de 1920, la teoría cuantitativa fue aplicada por
Hamilton a la economía española del s. XVI […]. A partir de los registros oficiales, Hamilton
logró obtener las cantidades de metales preciosos americanos llegados a Sevilla […].
Paralelamente, Hamilton estableció también la evolución de los precios españoles, afirmando
que estos se cuadriplicaron aproximadamente a lo largo de la centuria […]. La similitud de la
evolución de los dos factores estudiados quedaba patente si se procedía a su plasmación gráfica
[…], por lo que Hamilton defendió la conclusión de que “…las ricas minas de América fueron
la causa principal de la revolución de precios de España…”. Esta misma conclusión la
extendió posteriormente al conjunto de Europa occidental, teniendo en cuenta que los metales
preciosos americanos se difundieron rápidamente por el continente debido tanto a los costes de
la política internacional de los Habsburgo como a la progresiva participación de las mercancías
extranjeras en el abastecimiento del nuevo continente. Por su parte, entre las consecuencias de la
revolución de los precios, Hamilton destacó la existencia de un notable desarrollo del
capitalismo. Para ello se basó en el análisis de la evolución de los salarios, que no lograron
seguir el ritmo ascendente de los precios[, salvo en el caso de España], lo que habría
proporcionado a los empresarios la oportunidad de conseguir unos beneficios excepcionalmente
elevados […].
La estrecha correlación establecida por Hamilton entre metales preciosos y precios ha sido
muy criticada […].
Sin embargo, aun desechando la estrecha relación entre metales preciosos y precios que
estableció Hamilton, no cabe duda que aquellos tuvieron una clara influencia en la inflación del
s. XVI, aunque la naturaleza exacta de su participación es muy difícil de determinar […]. Pero,
como subraya P. Vilar, no fueron el “primer motor” del arranque global de la economía europea,
que se derivaba, más bien, del proceso de transformación interna que se había experimentado en
la segunda mitad del s. XV. Realmente, el factor estructural que impulsó el crecimiento de los
precios fue la presión de una demanda creciente sobre unos recursos que se incrementaban
con mucha mayor lentitud. Es este desequilibrio el que explica que los precios no tuviesen un
comportamiento idéntico, creciendo más los de los productos destinados a satisfacer las
necesidades vitales […].
Si la relación entre los metales preciosos y los precios es difícil de determinar en el caso de
España, la situación es mucho más compleja en los restantes países europeos. Como norma
general, los precios se cuadruplicaron aproximadamente en la mayoría de ellos a lo largo del
s. XVI. Igualmente, el inicio de la tendencia alcista se suele producir, como más tarde, en los
primeros años de la centuria, aunque el incremento más fuerte tiende a concentrarse en la
segunda mitad. Sin embargo, tanto el momento en que comienza el “alza de larga duración”
(Vilar) como el ritmo seguido por ésta suelen ser muy distintos en cada país, existiendo
asimismo circunstancias particulares que contribuyen a explicar el desencadenamiento del
fenómeno […].
(FLORISTÁN, 263 – 267)
2.3. Los mercados: comercio y dinero
[…]
2.3.1. La circulación de mercancías
La articulación de los mercados se realizaba a muy distintos niveles. No podemos olvidar el
fuerte nivel de autoconsumo existente sobre todo en el campo, el que se mantuviese la
importancia de unos sistemas de trueque difíciles de documentar, pero una parte cada vez
mayor de la producción salía al mercado y por distintas vías: los mercados locales, fuertemente
intervenidos por las autoridades municipales; los mercados semanales celebrados en casi cada
localidad tenían una incidencia como mucho comarcal; las ferias –con sus privilegios
medievales— tuvieron mayor repercusión, y algunas podemos considerarlas especializadas.
Sin embargo, con la nueva actividad comercial y financiera las ferias evidencian sus
inconvenientes, por los costes del transporte de mercancías y porque la negociación debe
ceñirse a un calendario a todas luces insuficiente. Cada vez menos los comerciantes viajan
con sus mercancías, pues se recurrirá a muestrarios y la confianza que no debía ser defraudada
Javier Díez Llamazares
21
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 3
entre corresponsales […]. Como novedad en estos momentos están las bolsas, donde se
negociaban de forma continua productos y capitales [(la más conocida fue la de Amberes)] […].
Ahora bien, en un período caracterizado por los grandes descubrimientos geográficos […],
las rutas comerciales sufrieron importantes modificaciones, sobre todo las de larga distancia, y
con ello también los centros del comercio europeo[: declive de las rutas mediterráneas frente a
las rutas oceánicas] […].
El comercio a larga distancia adquiere protagonismo decisivo cuando se va configurando una
“economía mundo” […]. Ahora bien, ese espectacular desarrollo del comercio internacional
convivió con mercados interiores con una articulación absolutamente insuficiente.
Tengamos en cuenta que en la articulación de los mercados pesaban consideraciones
políticas, situaciones de privilegio que costaría mucho tiempo desarraigar y un factor decisivo,
el coste del transporte […].
En el s. XVI asistimos a modificaciones en los circuitos comerciales que anticipan
desarrollos posteriores. En un primer momento destacaba el peso del norte de Italia, sin olvidar
el sur de Alemania, los Países Bajos; son menos importantes Castilla y Portugal. Las guerras de
Italia debilitaron sus centros comerciales, pero había mucho más: el eje económico había
basculado hacia el Atlántico a resultas de los descubrimientos geográficos.
Lisboa, con su monopolio ejercido desde la Casa da Inda e da Guiné, se convirtió en el
centro de distribución de las especias y otros productos exóticos; la Casa de Contratación de
Sevilla, fundada en 1503, realizó una labor similar en el comercio de América. Ambos
monopolios se vieron erosionados de forma creciente por la actividad de los comerciantes y
navegantes de otras potencias europeas […], especialmente franceses, holandeses e ingleses que
ofrecían productos más interesantes y competitivos por su menor coste.
Por eso, a medio y largo plazo, hay que buscar los triunfadores en otras latitudes, pues las
economías portuguesa y castellana se mostraron incapaces de responder al reto colonial
[(mercaderes italianos –Médici—, alemanes –Fugger—, hispanos –Espinosa—, etc.)] […].
Pronto fue evidente también el peso de otras firmas comerciales, sobre todo cuando los
comerciantes unieron fuerzas creando compañías para monopolizar un mercado o afrontar
empresas de mayor riesgo [la primacía inicial corresponde a negociantes de Londres, incluso
con compañías por acciones –Eastland Company—, a los que pronto siguieron los holandeses]
[…].
[…]
2.3.2. Precios y finanzas
[…] Pero el crecimiento de los precios en el s. XVI ocupó y preocupó a los contemporáneos
hasta formular una primera teoría cuantitativista de la moneda en la Escuela de Salamanca: la
moneda era una mercancía más y la escasez o abundancia de la misma –y había una creciente
abundancia y no sólo por el aporte de los tesoros americanos— definía su valor relativo respecto
a las otras mercancías. El juego de la oferta y la demanda, por lo tanto, era esencial en la
fijación de los precios en los distintos productos y mercados.
Todo este mundo del comercio y las finanzas, en su necesidad de mover con agilidad el
dinero y al menor coste posible, requería nuevos instrumentos al tiempo que desarrollaba o
reinventaba los de procedencia bajomedieval […]. Podían ser tan antiguos como el contrato de
comandita cuyo origen cabe remontar al s. X; o la letra de cambio, a menudo desnaturalizada
hasta convertirla en un préstamo a corto término. El crédito a los particulares solía seguir
prácticas tradicionales que intentaban sortear la crítica de la Iglesia a la usura, con el problema
de su rigidez, como los censos en sus distintas formas. Pero los estados tenían necesidades
crecientes de numerario y era frecuente que precisasen realizar pagos en plazas distantes […].
Así surgieron, por ejemplo, los juros de la hacienda de los Austrias, deuda pública remunerada
hasta por un 10 % de interés que se podía negociar en los mercados financieros y absorbió una
parte significativa del ahorro particular; los asientos, reservados a casas importantes, capaces de
mover cuantiosas cantidades, que podían lucrarse o verse abocadas a la quiebra por las mismas
haciendas públicas, figura a medio camino entre la transferencia de capitales con cambio de
moneda y el préstamo, pues a menudo se adelantaba el dinero.
Así, se perfeccionaron los sistemas contables, con el libro mayor, el diario, la contabilidad
por partida doble, la preterición definitiva de las anotaciones en numeración romana por
Javier Díez Llamazares
22
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 3
la arábiga […]. Obviamente, también se desarrollaron prácticas más o menos especulativas,
algunas de las cuales llegaron a ser condenadas por la Iglesia Católica […].
La creciente circulación del dinero necesitaba de especialistas, en unos momentos donde
todavía existía una frecuente confusión entre actividad comercial y financiera[: prohibidos los
usureros, tenemos a los cambistas y a auténticos banqueros] […].
La tipología de los establecimientos financieros cubría un amplio espectro y diferencias
regionales imposibles de sistematizar, y alcanzaron cierta importancia algunos bancos
municipales, aunque esta denominación no se ajuste siempre a la realidad de lo que eran
esencialmente cajas de depósito volcadas en la atención de las necesidades financieras del
municipio donde estaban radicadas. Un salto cualitativo importante era pasar de estas
instituciones financieras con muchos lastres a auténticos bancos públicos en sentido moderno
[(los primeros no aparecen hasta el s. XVII y en España no lo harán hasta 1782, con la
fundación del Banco Nacional de San Carlos)], que no sólo sirviesen para hacer transferencias
o negociar efectos financieros sino también que remunerasen los ahorros allí depositados y
pudiesen prestar a interés, tanto a las instituciones como a los particulares […].
(BENNASSAR, 51 – 59)
3. Técnicas y aspectos del comercio
[…]
Las condiciones materiales
a) El rasgo dominante es la lentitud y el coste de los transportes, que limitan el volumen
de los intercambios. Los transportes continentales utilizan los caminos y las vías
fluviales […]. El precio de los transportes terrestres es muy elevado y no puede ser
soportado más que por productos de elevado valor y pequeño volumen (especias, libros,
telas preciosas) o sobre distancias muy limitadas (subsistencias). El verdadero papel de
los caminos es el de cambiar información. Desde finales de la Edad Media, príncipes y
comerciantes establecieron sistemas de correos rápidos, que tienden a convertirse en
regulares en el curso del s. XVI […].
La vía de agua es, al mismo tiempo, más segura, menos cara y con mejor salida […].
Pero la navegación fluvial se ve obstaculizada por los molinos, por los peajes […] y por
las travesías de las ciudades.
El mar es el medio más cómodo. Hay que distinguir el cabotaje, que asegura el
comercio costero de puerto en puerto utilizando barcos de pequeño tonelaje […], y la
navegación de alta mar, que realiza las travesías del Mediterráneo (galeras y galeazas)
y del espacio atlántico […]. El s. XVI no mejora sensiblemente los métodos de
navegación establecidos por los descubridores. Solamente determina los mejores
itinerarios, sin poder disminuir la parte imprevisible […]. A pesar de estas sombras, el
transporte marítimo es el más barato, el más seguro y el más importante en volumen.
[…]
c) La estructura de las empresas comerciales varía de modo evidente según la amplitud
del comercio y la cifra de negocios realizada. Lo más frecuente es la empresa
individual, pero cuando se alcanza cierto nivel aparecen diversas formas de asociación:
la sociedad, que reúne a varios comerciantes y sus capitales, o la comandita, donde el
capital es confiado al hombre de negocios contra una participación en los beneficios.
Las grandes firmas, de estructura familiar, son mucho más complejas. Se encuentran los
dos grandes tipos establecidos en la Italia medieval: la compañía de factorías,
organizada en una única sociedad que destaca comisionados a los principales centros de
actividad (es el caso de los Fugger), y la compañía con filiales, donde la sociedad –
madre detenta una participación en el capital de las sociedades – hijas [(caso de los
Affaitadi de Amberes)] […].
[…]
Las grandes corrientes comerciales
[…]
a) […] La gran novedad del siglo es el gran auge del tráfico del Báltico. Los productos
siguen siendo básicamente los mismos: Europa occidental envía vinos, sal, y productos
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 3
textiles, y recibe materias primas (lino, hierro, brea y madera) y cereales […]. El
comercio del Báltico está teóricamente monopolizado por la Hansa, que agrupa una
cincuentena de ciudades bajo la autoridad de Lübeck. Pero la independencia de Suecia,
que abre el cerrojo danés, y los conflictos de los países ribereños permiten a los ingleses
y a los holandeses penetrar en el Báltico y escapar de este modo a las exigencias de los
hanseáticos.
[…]
3.6. Fases y coyunturas económicas
(RIBOT, 198 – 205)
3. La coyuntura: la revolución de los precios
A. Metales preciosos y precios
[…]
[…] Paralelamente, Hamilton estableció también la evolución de los precios españoles,
afirmando que estos se cuadruplicaron aproximadamente a lo largo de la centuria y
distinguiendo claramente dos fases en su ritmo ascendente: 1) entre 1501 y 1550 se inicia la
revolución de los precios, experimentando estos un alza moderada; 2) entre 1551 y 1600 se
produce la fase culminante de la revolución de los precios […].
[…]
B. El deterioro de la coyuntura económica en la segunda mitad del s. XVI
Aparte de constituir el factor fundamental que desencadenó el alza de precios, el creciente
desequilibrio entre una población en ascenso y unos recursos que se incrementaban cada vez
con mayor dificultad fue el principal responsable del deterioro que experimentó la coyuntura
económica en la segunda mitad del s. XVI. No obstante, sus efectos se vieron agudizados por la
tendencia hacia la polarización social que se derivaba del proceso socioeconómico. En efecto, la
progresiva fragmentación de las explotaciones como consecuencia del incremento demográfico
y de las prácticas hereditarias fue acentuada por la ofensiva de las clases no agrarias sobre la
propiedad de la tierra, determinando que la mayoría del campesinado dispusiese de unas
propiedades cada vez más reducidas […]. En todo caso, la tendencia a la desaparición de las
propiedades de tipo medio y el proceso de endeudamiento del campesinado como consecuencia
de su progresivo empobrecimiento parecen constituir un fenómeno bastante común en la Europa
de la segunda mitad del s. XVI.
Desde luego, existieron algunas circunstancias que contribuyeron a intensificar este proceso.
Es el caso del cambio climático que experimentó el continente, iniciándose lo que se ha
denominado como “pequeña edad glaciar” […]. Desde luego, el cambio climático no se
produjo de forma radical, sino que existieron oscilaciones entre períodos rigurosos y fases de
mejora […]. También la intensificación de los enfrentamientos bélicos en la segunda mitad
del s. XVI contribuyó a empeorar la situación, ya que, aparte de sus efectos directos
(destrucción e inseguridad), provocaron un considerable crecimiento de la presión fiscal en la
mayoría de los países.
En todo caso, ya fuese por el efecto de la crisis malthusiana, el cambio climático o la
incidencia de la guerra, lo cierto es que el descenso de la producción agraria y la frecuencia de
las malas cosechas fueron unos fenómenos bastante comunes en la Europa de la segunda mitad
del s. XVI […]. Finalmente, para acabar de completar este sombrío panorama, las epidemias
también volvieron a reaparecer con mayor frecuencia e intensidad a partir de 1575 […].
De todas formas, tanto la cronología como la naturaleza del ensombrecimiento de la
coyuntura económica fueron muy diversas en el conjunto de Europa. Los síntomas más
prematuros de la crisis parecen producirse en Francia, y arrancan ya desde la década de 1560.
Sin embargo, será sólo en el último decenio de la centuria cuando las dificultades adquieran un
carácter general en la mayoría de los países. Pero mientras que en algunos casos (como
Inglaterra o las Provincias Unidas) esta etapa no es más que una pausa en el proceso de
crecimiento, en otros (sobre todo los países mediterráneos) constituye el inicio de la aguda crisis
que se experimentará en el s. XVII.
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 3
(BENNASSAR, 59 – 64)
4. La coyuntura del siglo
[…]
d) La confrontación de todos estos datos [(movimiento de los precios, índices de
producción y actividad agrícola e industrial, y movimiento de las rentas –beneficios,
rentas señoriales o territoriales, salarios, etc.—)], a menudo fragmentarios, a veces
criticables, pero siempre aclaradores, debe permitir trazar la evolución secular de la
coyuntura económica. Parece que se pueden distinguir tres períodos característicos:
1. De 1490 a 1530, aproximadamente, se desarrolla el “hermoso siglo XVI”.
Aumentan las fuerzas productivas; la producción, en todos los terrenos, y
especialmente en el terreno agrícola, vuelve a alcanzar los niveles anteriores a
la crisis de los siglos XIV y XV, y en algunos casos los supera; los productos de
primera necesidad son abundantes y las crisis bastante raras hasta 1520. Los
progresos técnicos y una mejor utilización del trabajo humano permiten, quizá,
un aumento de la productividad. La inflación es moderada y actúa como un
factor de inversión y de estímulo para producir. La apertura de los nuevos
mercados estimula el conjunto de la economía europea […].
2. El período medio del siglo (aproximadamente de 1530 a 1570) puede, al
mismo tiempo, ser considerado como de apogeo amenazado o de una crisis
latente, según el punto de vista con que se considere. La procesión del régimen
demográfico entra en contradicción con los límites técnicos de la producción
agrícola. Las crisis de los productos de subsistencia son más numerosas y más
graves, a pesar de las tentativas para aumentar las sementeras (roturaciones) o
para rentabilizar la tierra (cultivos especializados, apertura al mercado). Si bien
la producción artesanal continúa desarrollándose alegremente y los
intercambios internacionales son más activos, se modifica el carácter de la
inflación. El desfase entre el alza de precios y el nivel de los salarios aumenta
las tensiones sociales, mientras que, por otra parte, las exigencias fiscales de los
Estados se hacen mayores.
3. Los últimos decenios del siglo son mediocres, a excepción de algunos sectores
privilegiados. Por diversos motivos (principio de la “segunda edad glaciar”,
estragos de las guerras en Francia y en los Países Bajos, probable descenso de
la productividad), la producción agrícola disminuye notablemente, lo que
entraña, con una sucesión de crisis graves, un monstruoso aumento de los
precios de los productos de subsistencia. El fenómeno tiene repercusiones sobre
el consumo de otros productos y, por la misma razón, sobre la demanda y sobre
la actividad artesanal. Por lo demás, el aumento de gastos improductivos (el
peso de la guerra) gravita pesadamente sobre la economía de España y de
Francia. Finalmente, el desorden monetario y la inflación galopante
desorganizan los mercados internacionales. En este difícil clima, algunos
sectores privilegiados manifiestan la persistencia del dinamismo secular [(p.ej.
la Inglaterra de Isabel I)] […]. Así, pues, los primeros años del s. XVII
constituyen un período estable, después del cual volverá a manifestarse la
tendencia secular.
En total, si se traza un cuadro comparativo de las estructuras económicas en 1500 y en 1600,
los cambios registrados no parecen suficientes para justificar el concepto de una “revolución
económica del siglo XVI”. Los nuevos elementos aparecidos en el terreno del comercio del
dinero, del ensanchamiento geográfico del horizonte económico y de las relaciones de
producción, no deben hacer olvidar el peso específico de una Europa rural casi inmóvil. El
primer capitalismo no puso en cuestión las formas socio – económicas. Por el contrario, la
“traición de la burguesía” (F. Braudel), su afianzamiento por medio de la inversión en bienes
raíces y el ennoblecimiento o la venalidad de los oficios en el marco tradicional heredado de la
Edad Media, muestra muy bien los límites de la influencia real.
Javier Díez Llamazares
25
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 4
Tema 4: El Estado Moderno
0.0. Sumario
4.1. Los debates sobre el Estado y el concepto de Estado Moderno
4.2. La crisis de los poderes “universales”
4.3. Bases, características e instrumentos de las nuevas monarquías
4.4. Resistencias y límites del poder real; los poderes inmediatos
4.5. Éxitos y fracasos. Tipos de estados
4.6. El pensamiento político de la primera Edad Moderna
0.1. Bibliografía
BENNASSAR: Historia Moderna, Tres Cantos, Ediciones Akal, 2005, p. 16 – 21 (Bennassar –
Jacquart) y 337 – 338 (Bennassar – Jacquart).
FLORISTÁN: Historia Moderna Universal, Barcelona, Editorial Ariel, 2002, p. 105 – 114
(Antón – Simón) y 120 – 124 (Antón – Simón).
RIBOT: Historia del Mundo Moderno, Madrid, Editorial ACTAS, 2006, p. 207 – 226
(Carrasco) y 273 – 275 (G. Centurión).
0.2. Lecturas recomendadas
BENNASSAR: Historia Moderna, Tres Cantos, Ediciones Akal, 2005, p. 263 – 264 (Bennassar
– Jacquart).
FLORISTÁN: Historia Moderna Universal, Barcelona, Editorial Ariel, 2002, capítulo 4 (Antón
– Simón).
RIBOT: Historia del Mundo Moderno, Madrid, Editorial ACTAS, 2006, capítulo 8 (Carrasco).
4.1. Los debates sobre el Estado y el concepto de Estado Moderno
(RIBOT, 207 – 208)
1. Nueva concepción del estado y permanencias medievales
Es indudable la existencia de cambios en el mapa político europeo desde mediados del s.
XV, cuyo desarrollo estuvo unido a las transformaciones económicas, el crecimiento
demográfico y la evolución de la sociedad. Los cambios, tendentes a la consolidación de
poderes dinásticos de vocación centralizadora, no se produjeron en todas partes de forma
simultánea, ni tampoco operaron sobre realidades regionales uniformes. En aquellos lugares en
donde el proceso triunfó antes, vieron la luz reformas administrativas, judiciales, militares y
fiscales, que permitieron a los gobernantes concentrar recursos y dirigirlos a objetivos de
expansión y fortalecimiento de su autoridad. Asimismo, se hizo necesario buscar nuevos
referentes para la legitimación del poder. En definitiva, el proceso de cambio político constituyó
más una práctica que el resultado de una teoría, porque respondió, en cada lugar, a las
condiciones preexistentes. No se trata, por tanto, de un desarrollo general y homogéneo, sino de
una tendencia que en el Renacimiento se inauguró y en la centuria posterior se desarrolló […].
Ahora bien, en el Renacimiento y el s. XVI es difícil hablar de estados modernos en el
sentido de “nacionales”. El término “nación” significaba entonces –y hasta la Revolución
Francesa— el origen geográfico, regional o local, de un individuo, y no aludía a la pertenencia a
una determinada formación político – territorial. Tampoco el concepto de “Estado” era similar
al actual. Nadie se refería a él como una entidad abstracta diferenciada de gobernantes y
gobernados, sino que se encarnaba en el príncipe y en la dinastía.
(BENNASSAR, 16 – 21)
2. Afirmación de los Estados
Formas de poder
Javier Díez Llamazares
1
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TEMA 4
El mapa político de la Europa de finales del s. XV ofrece una gran variedad de formas
institucionales del poder. Al lado de las dos herencias del Bajo Imperio cristiano que eran el
Sacro Imperio y el Papado, las monarquías feudales nacidas en la Edad Media salían
fortalecidas de la crisis durante la cual habían encarnado, con una conciencia más o menos
clara, las aspiraciones del grupo nacional con el que tendían a confundirse. En Inglaterra, en
Aragón y en Castilla, el rey, soberano cristiano consagrado por la Iglesia, al mismo tiempo que
cabeza de la larga cadena de relaciones de vasallaje que vinculaban señores y vasallos, y
símbolo popular de la justicia, disfrutaba de amplios poderes que, sin embargo, en la práctica,
venían a limitar el espíritu de independencia de los grandes, el respeto natural de los privilegios
y costumbres y la necesidad de consultar a los organismos –estados, dietas, c[o]rtes— que
representaban al cuerpo social.
Algunos Estados habían conservado un poder de forma electiva [(p.ej. el Sacro Imperio o
Polonia)] […]. Eso se resolvía gracias a cierta estabilidad de las familias llamadas a suministrar
un soberano […]. Pero éste experimentaba grandes dificultades para hacerse obedecer por
vasallos que también eran electores [dentro de este tipo de estado también quedarían
encuadradas Venecia o el Estado Pontificio] […].
Sin embargo, Italia había visto cómo se creaba en el s. XV la forma más original de poder, la
misma que inspiró El Príncipe, de Maquiavelo: la conquista del Estado por el hombre de
guerra, que conserva en provecho propio la autoridad que ha sabido mantener contra los
peligros exteriores o la instalación en el poder de los dueños del juego económico […]. En una
Europa que respetaba la tradición y la naturaleza religiosa de la autoridad legítima, los señoríos
italianos son el nuevo signo del papel que habría de jugar la fuerza en el Estado.
Pero, por encima de la variedad de formas de poder, lo que caracteriza los últimos decenios
del siglo es el esfuerzo consciente de todos los que lo detentan por reforzar su autoridad, por
vencer las resistencias que encuentran en su ejercicio y para dar al Estado las bases y los
medios de sus nuevos destinos.
La reducción de los obstáculos
[…]
a) Disminuir el poder los nobles. Las grandes familias, ricas en tierras, en fortuna, en
clientelas de leales a los que pueden reunir y en ambición, constituyen un serio
peligro. Se lucha contra ellas por medio de la violencia, aprovechando una rebelión o
un complot […]. O bien, una política de alianzas matrimoniales permite la unión de
feudos importantes […].
b) Arrinconar a los órganos representativos, sin suprimirlos ni atentar contra sus
derechos, por el simple procedimiento de convocarlos con menos frecuencia[, salvo
en el Imperio, Polonia, Escandinavia o los Países Bajos, donde los soberanos no
logran este objetivo] […].
c) Controlar mejor los cuerpos sociales, utilizando las amenazas, la persuasión y las
ventajas materiales distribuidas en forma oportuna. Política por otra parte más fácil,
dado que la sociedad tradicional salía muy debilitada y transformada de un siglo rico
en pruebas y cambios. La nobleza se había visto afectada por las guerras, interiores o
exteriores […]. Los derechos señoriales se limitaron por medio de la fijación de las
costumbres o por la intervención de los representantes del rey. A menudo se creó
una nueva nobleza por voluntad del soberano, formada por servidores fieles. La
crisis de la Iglesia permitió a los soberanos intervenir abiertamente en las elecciones
de obispos o abades, ignorando los derechos de los capítulos o de Roma […]. Por
otra parte, el refuerzo de las corrientes nacionalistas en la Iglesia, como reacción
contra las usurpaciones constantes de la Curia, servía a los soberanos hacia quienes
se volvía para defender los privilegios tradicionales.
Las ciudades, tan celosas de sus autonomías, tan orgullosas de sus instituciones
municipales, fueron igualmente dejadas de lado. Sin chocar de frente –o raras veces
(Carlos el Temerario en los Países Bajos)— con las cartas de privilegios, los
soberanos intervinieron más o menos abiertamente en las elecciones y colocaron a
sus partidarios a la cabeza de los ayuntamientos […].
Javier Díez Llamazares
2
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TEMA 4
La creación de los medios del Estado
Los soberanos y sus consejeros instauraron, de 1450 a 1500, los elementos que permitieron
en el s. XVI la construcción del Estado moderno, bajo la forma de la monarquía
centralizadora. Esto queda señalado por diversas acciones.
a) La consolidación y la especialización del Consejo del rey. En las monarquías
occidentales, la tradición medieval de “gobierno por sabio consejo” abría el acceso
a aquél a los parientes del rey, a los grandes señores feudales, a los prelados y a los
servidores directos de la persona real, aumentando los efectivos y reduciendo la
eficacia del órgano esencial del poder. Los monarcas intentaron pues, mediante una
política consciente, controlar la elección de sus consejeros, bien reduciendo su
número, bien creando, al lado del Consejo de composición tradicional, un órgano
más restringido, a menudo oficioso, pero que desempeñaba el papel más
importante. Por lo demás, al tener el Consejo una competencia universal, se esbozó
una división entre sus atribuciones políticas y sus atribuciones jurídicas por medio
de la creación de un nuevo órgano […]. Finalmente, para afirmar su soberanía, el
rey intentó hacer de su Consejo la más alta autoridad del Estado, por encima de
todas las demás instituciones, especialmente de los órganos representativos que
limitaban su poder […].
b) La multiplicación de los representantes del poder. La consolidación del control
por parte del soberano exigió, en una época en que las distancias eran un obstáculo
considerable, la presencia de servidores fieles en las provincias. Al lado de los
jueces reales, la forma más antigua de representación del soberano, cuyos poderes
de prevención o de apelación sobre las jurisdicciones señoriales o eclesiásticas se
vieron reforzados, aparecieron nuevas jerarquías administrativas, vinculadas al
desarrollo mismo de las actividades del Estado […]. Estos representantes del
soberano se elegían tanto entre la pequeña nobleza provinciana, a la que se unía así
a la clientela real, como entre los clérigos formados en el derecho romano, que
apoyaban, desde hacía tiempo, las ambiciones de los soberanos. A veces eran
poseedores vitalicios de sus cargos (funcionarios), revocables sólo por voluntad
real. En los Estados, su tendencia natural era extender su campo de acción y
aumentar así su propia influencia trabajando para el poder […].
c) La búsqueda de recursos regulares. En la tradición medieval, el soberano debía
vivir normalmente de su dominio, es decir, de la renta de los derechos señoriales y
feudales, de los beneficios de sus posesiones (bosques y tierras) y del producto de
los derechos de regalía (acuñación de moneda, derecho de mañería, etc.). En todas
partes, los soberanos del s. XV trabajaban para acrecentar estas rentas “ordinarias”
por medio de una gestión mejor […] y por adquisiciones […]. Pero estas rentas
eran insuficientes desde hacía mucho tiempo y, más aún, ante las nuevas
ambiciones del Estado. Por lo tanto, era necesario obtener recursos
“extraordinarios” en forma de impuestos sobre las personas y los bienes o tasas
sobre los intercambios. El esfuerzo de los soberanos es doble: convertir estos
suministros en regulares y abundantes y librarse de la necesidad habitual del
consentimiento de los súbditos representados por los estados generales [(esto último
sólo triunfó inicialmente en Francia y en Castilla)] […].
d) La creación de un ejército permanente. Era un elemento fundamental en la
construcción del Estado moderno, orientado a afirmar su poder en el exterior, y era
también la causa esencial de la búsqueda de recursos financieros regulares y
abundantes. El ejército feudal tradicional, que movilizaba a los vasallos y súbditos
[…] por medio de bandos y llamamientos, era ya insuficiente […]. La guerra se
convirtió en un oficio especializado, y se impuso la necesidad de recurrir, junto a la
antigua “hueste”, a las compañías de ordenanza, formadas por jóvenes
gentilhombres, y a las milicias de arqueros procedentes del pueblo bajo [(aparte de
las nuevas armas: ballestas, cañones y, pronto, arcabuces)]. Muy pronto, a imitación
de las repúblicas italianas, que utilizaban en gran número y desde hacía mucho
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 4
tiempo, los servicios de los condottieri, los soberanos empezaron a reclutar
mercenarios, pagados para hacer la guerra […].
Así pues, de 1450 a 1500, se franqueó una etapa decisiva en el camino de la construcción
del Estado moderno, en el que se encarna la vitalidad y el dinamismo del grupo nacional, que
toma a su cargo, bajo la firme dirección del soberano –garante de la continuidad histórica y
símbolo de una unidad todavía imperfecta, pero buscada y exaltada— el destino de la
comunidad. En esta aparición del Estado no todos marchan al mismo paso, y el mapa político de
la Europa de finales del s. XV lo muestra claramente[: así, los países de la Europa central y
oriental seguirán retrasados en este aspecto, con respecto a los países occidentales, hasta el
Despotismo Ilustrado en el s. XVIII].
4.2. La crisis de los poderes “universales”
(RIBOT, 274)
[…]
[…] El Imperio y el Papado, que durante la Edad Media han sido frecuentemente
protagonistas, no ejercen ya la misma autoridad universal ni tienen el mismo esplendor. Han
perdido ya su carácter supranacional, aunque ambos conserven una preeminencia honorífica
más que discutida. La Reforma no hará sino acelerar la pérdida de protagonismo de uno y de
otro. Si es posible hablar de Alemania, aunque sólo sea como conjunto de territorios autónomos
unidos por un lazo federativo bastante débil, Italia no pasa de ser una expresión geográfica,
donde la unidad es aún inconcebible. En el norte de Europa, la ruptura de la unidad escandinava,
el provechoso control de los estrechos del Sund y los esfuerzos de los hanseáticos por conservar
su posición comercial actuarán como fermentos de los conflictos. En el extremo oriental del
continente, el Gran Ducado de Moscú, tras la unificación rusa de Iván III, se extiende con Iván
IV el Terrible por el Volga y Siberia, proclamándose valedor de la ortodoxia oriental.
[…]
(FLORISTÁN, 105 – 107)
1. La nueva forma política de las monarquías mayestáticas
A partir del s. XIII la institución monárquica fue singularizando su autoridad frente a las
instancias universales que se habían erigido depositarias del poder político durante la Edad
Media –el papado y el imperio— y frente a las estructuras particulares del dominio señorial
características de la sociedad feudal. La nueva posición de superioridad de los reyes se
manifestó, entre otros aspectos, en la asimilación del tratamiento de majestad que, hasta
entonces, había sido monopolio exclusivo de los emperadores […].
1.1. El menoscabo de la autoridad papal
En el mundo cristiano del período medieval la potestad superior estuvo en manos del papa.
A pesar de las habituales pugnas que lo enfrentaron al poder imperial por la supremacía, la
autoridad religiosa que le confería el ser tenido por sucesor de San Pedro y actuar como legítimo
interpretador de la Biblia –donde se hallaban tantas máximas políticas— le otorgó una
omnipotencia que ultrapasaba las tareas espirituales y se adentraba resueltamente en los
quehaceres seculares. La ideología hierocrática del Papado se vio reforzada con la reforma
gregoriana (siglos XI y XII) y por las autorizadas interpretaciones [de algunos autores] […].
Según estos autores, el papa dirigía el gobierno universal por su condición de vicario de Cristo
mientras que el emperador sólo tenía legitimidad si actuaba bajo el beneplácito del sumo
pontífice. Junto a estos abstractos razonamientos político – religiosos, también atizaron los
enfrentamientos cuestiones más pragmáticas como el control de los nombramientos de los
clérigos, las rentas eclesiásticas y la administración de justicia.
Las hostilidades entre el Papado y el Imperio fueron intensas y obstinadas hasta finales del s.
XIII, pero, a partir de entonces, ambos poderes universalistas entraron en un imparable proceso
de decadencia. La soberanía universal del papa fue también cuestionada por las monarquías
[…]. Más que una cuestión personal, la gravedad de estas diferencias eran un signo de los
nuevos tiempos en los cuales la unidad cristiana se empezaba a fraccionar en diferentes
unidades nacionales.
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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El prestigio y la autoridad del Papado disminuyó hasta sus cotas más bajas durante el s.
XIV[, a raíz del Gran Cisma] […]. [Al final del mismo, l]os monarcas aprovecharon la ocasión
para negociar con la Santa Sede los primeros concordatos […]. Todos estos tratados tuvieron
para las autoridades civiles la sumisión fiscal del clero y el control de los nombramientos
eclesiásticos. Además, estos concordatos fueron continuamente revisados durante los siglos
posteriores al efecto de aumentar las prerrogativas del rey sobre los asuntos del clero […]. En
poco tiempo los monarcas consiguieron amplias atribuciones sobre su clero nacional. En los
territorios luteranos, sin embargo, la estatalización de la Iglesia se llevó a cabo por la vía de la
ruptura con la autoridad de Roma.
1.2. El declive de las pretensiones universalistas del Imperio
Durante el período medieval los emperadores de Occidente se consideraban como los
legítimos sucesores de los césares romanos. La ideología imperial mantuvo la concepción
universalista y la potestad máxima característica del Bajo Imperio, pero, con la influencia de la
religión monoteísta cristiana, el emperador fue cubierto de un halo de sacralidad y santidad
que lo colocaba en una posición muy por encima de sus súbditos y sólo por debajo de Dios. Esta
delegación divina, exaltada a través del simbolismo de las ceremonias de coronación, establecía
una idea de gobernante que actuaba a un mismo tiempo como rey y como sacerdote. Esta
concepción cesaropapista chocó frontalmente con las pretensiones del Papado […]. La Santa
Sede reservaba al Sacro Imperio el ejercicio del poder que simbolizaba la espada, es decir, el de
brazo armado de la Iglesia y defensor de la verdadera religión. El papa cedía este poder al
emperador y, de la misma manera, podía arrebatárselo si éste no cumplía el fin para el cual se le
había conferido. Contra este elaborado y maduro argumento teológico la ideología imperial tuvo
escasa capacidad de réplica. Aun así, no faltaron ardientes defensas historicistas y
providencialistas del Imperio frente al Papado [que] […] denunciaban las pretensiones
hierocráticas del papa y trataban de demostrar la finalidad pacificadora y justiciera del
emperador frente al peligro del Anticristo (el desorden).
Esta pauta, sin embargo, permaneció en el marco de la teoría. Los conflictos de los siglos
XIV y XV y la debilidad del Imperio, cada vez con menos pretensiones universalistas y más
identificado con la nación alemana, pusieron de manifiesto la naturaleza de los nuevos poderes:
los reyes soberanos. Se introdujeron en la doctrina jurídico – política una serie de fórmulas que
manifestaban la idea de que el monarca no reconocía ningún poder superior en lo temporal
dentro de su territorio –reges superiorem non recognoscentes— o que el rey era un
emperador en su reino –rex et imperator in regno suo—. Se desarrolló un proceso de
“imperialización” de la figural del rey que se reveló con la apropiación de una serie de símbolos
y atributos hasta entonces privativos del emperador [(p.ej. la utilización del título de majestad,
la representación pictórica del rey con vestidos y ornamentos imperiales o la sacralización del
rey como Vicarius Christi)] […]. La doctrina del origen divino del poder real se desarrolló en
todas las cortes europeas pero particularmente en Francia […].
4.3. Bases, características e instrumentos de las nuevas monarquías
(RIBOT, 208 – 217, 273 – 275)
A. Las bases del estado y de la autoridad del príncipe
[…]
Consciente de la imagen de poder que deseaba transmitir, el príncipe buscó símbolos que
resaltasen la dignidad de su magistratura. Así, la liturgia cortesana respondió a una doble
función: por un lado, recordar continuamente a los súbditos la autoridad del monarca y,
también, impresionar al visitante extranjero. Los efectos escenográficos que rodearon al
príncipe fueron perceptibles en todas las cortes europeas […]. De la unión de las formas italiana
y borgoñona se nutrió una nueva generación de gobernantes cuyo prestigio y autoridad quedan
reflejadas en símbolos de fortaleza física, virtud moral y superioridad intelectual. Junto a estos
elementos, el necesario componente religioso completó una imagen del gobernante a medio
camino entre el semidios y el campeón de la fe.
Más allá del efecto público, al que únicamente tenía acceso un reducido círculo de personas,
era preciso un discurso legitimador sólido y amplio. En este sentido, el primer argumento tenía
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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que ser religioso. Sólo una estrecha relación del gobernante con Dios podía justificar el poder
autocrático, que resultaba, entonces, emanación de la justicia divina. Todos los monarcas fueron
muy cuidadosos en subrayar los rasgos religiosos de su trono […]. Por otra parte, la
justificación religiosa del poder, al mismo tiempo que exigió la asunción religiosa de
responsabilidades, articuló de manera diferente las relaciones entre la autoridad política y la
religiosa. La jerarquía eclesiástica de cada país fue objeto de un proceso de “estatalización”,
con resultados diversos. Allí donde el proceso tuvo resultados positivos, el proyecto de
centralización encontró un decisivo refuerzo ideológico y un respaldo económico adicional. La
injerencia civil en los asuntos eclesiásticos provocó el recelo de Roma y una tensión larvada que
algunas veces estalló en conflictos jurisdiccionales e incluso bélicos.
Aparte de la religión, la tradición jugo un papel fundamental en la consolidación del
príncipe. Dentro del concepto de tradición cohabitaban diversos contenidos, unos ligados al
pasado histórico de las comunidades, otros a la herencia dinástica. Esta tradición histórico –
política, de la cual muchos de los nuevos gobernantes difícilmente podían considerarse
herederos, hubo de ser manipulada, en mayor o menor grado, para resultar válida a sus intereses
[…]. Medidas de similar naturaleza [a las adoptadas por los Medici en Florencia, basadas en
obras públicas y artísticas,] fueron aplicadas en otras cortes, con dos objetivos: legitimar el
dominio del príncipe y borrar de la memoria oscuros episodios del pasado o esplendores
rivales. La iconografía artística, la literatura oficial y otras manifestaciones propagandísticas
tendieron a representar al príncipe como heredero del pasado más glorioso, fuera real o aceptado
por la mayoría […]. Algunas de estas justificaciones no eran nuevas, pues provenían de la Edad
Media, pero en el Renacimiento se hizo especial énfasis en su valor y se enriquecieron con el
recuperado elemento clásico […].
Junto a ellos, los gobernantes tuvieron que demostrar sensibilidad para con las
tradicionales libertades de su país, pese a las aspiraciones monopolísticas del poder […]. La
observancia de estos principios [(leyes y tradición sancionadas por la costumbre)] obligó en
muchos lugares a que el príncipe jurase explícitamente el corpus constitucional y la defensa de
las libertades de sus súbditos. Este trámite nunca fue un mero formulismo y se mantuvo como
requisito para el acceso al trono del nuevo soberano y la jura del heredero. Al mismo tiempo, el
proyecto absolutista encontró alguno de sus límites en la autoridad de los órganos y cuerpos
representativos, teóricamente garantes de la tradición.
[…] [El gobernante de la Edad Moderna] Incorporó aspectos novedosos en cuanto a la
imagen de su autoridad, y aspiró, con una ambición reforzada, al control absoluto de las
instituciones y los individuos. Pero, en el fondo, la esencia de su autoridad siguió basándose en
una concepción dinástico – patrimonial del estado y en la legitimación religiosa.
B. Medios y límites del poder estatal
Sobre las bases descritas, los estados desarrollaron un amplio programa de reformas internas
y una política de prestigio exterior que corrió diversa suerte […]. Por tanto, en los medios a su
disposición y los problemas de aplicación es donde se aprecian los rasgos característicos que
atribuimos al “estado moderno”.
B.1. Las empresas bélicas
La guerra fue el medio fundamental del príncipe. Sustancialmente agresivos, los estados
encontraron en ella un instrumento polivalente que satisfacía sus necesidades. La actividad
bélica protagonizó tanto la acción exterior como la interior de los gobernantes, cuya política de
prestigio no hubiera tenido valor sin el apoyo de la fuerza. En primer lugar, sólo mediante la
guerra se impuso el príncipe sobre sus competidores interiores, especialmente la aristocracia
señorial que mantenía ejércitos privados. En muchos casos, las nuevas monarquías nacieron de
conflictos civiles, como en la Península Ibérica o en Inglaterra […]. Las empresas bélicas
habían demostrado[, en el caso de la España de los Reyes Católicos,] su valor para unificar el
país en proyectos comunes, dirigir las energías de los más inquietos, conquistar nuevos
territorios y fundamentar la política exterior.
Los buenos resultados obtenidos por algunos estados se debieron a una serie de
transformaciones en la organización, las tácticas y el armamento militares. Algunos autores han
calificado los cambios en la guerra durante el Renacimiento y el s. XVI como una “revolución
Javier Díez Llamazares
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militar”, que permitió a los estados protagonistas obtener una ventaja decisiva en la lucha por la
hegemonía. En primer lugar, el uso masivo de la artillería junto con el desarrollo de la
ingeniería militar […] plantearon los asedios en términos nuevos. Lo mismo puede decirse de
las armas personales de fuego, que otorgaron el protagonismo en los combates a una infantería
disciplinada y oscurecieron a la caballería. Los ejércitos crecieron, se crearon unidades más
operativas, los soldados se especializaron en diversos cuerpos y la disciplina pasó a ocupar un
lugar relevante. Una renovada generación de jefes, cuyas dotes de mando emanaban de la
experiencia acumulada y el aprovechamiento del aumento de la capacidad destructiva de las
armas, pasó a dirigir ejércitos cada vez más profesionales. La guerra se abrió como una rentable
actividad para los especialistas, bien pagados y requeridos por todos los príncipes […]. La
nueva organización de los contingentes desterró poco a poco la dependencia de las milicias
privadas y colocó definitivamente la actividad bélica dentro de la esfera estatal[, por lo que
quedó abierto el camino hacia el ejército permanente] […]. Sin embargo, […] [todo esto
implicó] un crecimiento desmesurado del gasto militar, que obligó a reformas fiscales y al
aumento de la presión tributaria […].
B.2. Política hacendística
[…] Todos estos requerimientos [de gasto] se tradujeron en cambios en el sector
hacendístico que implicaron reformas en la organización y, en especial, aumento de la presión
fiscal. Los esfuerzos de los soberanos por aumentar y mejorar la recaudación de impuestos
chocaron con los privilegios de diversos grupos y los problemas derivados de la propia
estructura recaudatoria.
En general, la política fiscal abundó en dos líneas básicas. La primera incidió en la
diversificación de los ingresos tributarios y, más concretamente, en el interés por los
impuestos indirectos. Como estos gravaban el consumo –también el comercio, una actividad
en expansión durante el período—, permitían obtener rendimientos fiscales de aquellos cuerpos
ajenos a la tributación directa y se beneficiaron mientras la evolución general de la economía
europea fue alcista. Además, los indirectos, al afectar a toda la población, parecían, a ojos de la
sufrida masa sin privilegios, tributos más igualitarios. En algunos casos, impuestos sobre el
consumo y aduanas permitían eludir el control que sobre el dinero recaudado pretendían hacer
los cuerpos representativos […].
Sin embargo, el aumento de gravámenes sobre los productos alimenticios básicos, o la
imposición de tasas en artículos anteriormente exentos, podían tener consecuencias peligrosas
[(p.ej. levantamientos de campesinos)] si se abusaba de tales medidas […]. Más delicado aún
resultó el aumento de la fiscalidad directa, que siempre se acompañó de tensiones. Estos
impuestos, cuyas repercusiones recaían en los no privilegiados, tuvieron una influencia aguda y
nefasta en las modestas economías campesinas. Otras instancias de poder, las que tenían que
autorizar los impuestos crecidos, se aprovecharon de sus prerrogativas para obtener
contrapartidas del monarca […]. Sin embargo, los esfuerzos por aumentar los ingresos fiscales
no estuvieron acompañados, en ningún estado europeo, por medidas similares en cuanto al
aparato recaudador. Los tributos siguieron recaudándose mayoritariamente de modo indirecto,
a través de intermediarios. Ello provocó que parte del beneficio fiscal quedara en manos
privadas y, además, que la imagen del estado dependiera de la acción de particulares.
Todos los esfuerzos por obtener más tributos no alcanzaban a sufragar los ambiciosos
proyectos de los gobernantes. El dinero se recogía con retraso y drenaba numerosos bolsillos
antes de llegar al Tesoro. Hubo que recurrir, en consecuencia, a expedientes diversos que
paliasen el problema de la liquidez. En algunos casos sólo se trató de adelantar las cantidades
que luego eran cumplimentadas por los impuestos anuales, pero el recurso del préstamo se
generalizó pronto y empezó a gravar con peligro los ingresos regulares, en función de los
intereses exigidos [(de todo ello es un claro ejemplo la Monarquía Hispánica, que llegó a
declararse varias veces en bancarrota durante el s. XVI)] […]. El recurso al crédito de los
banqueros, a través de los llamados “asientos”, se completó con la emisión de deuda pública,
en forma de “juros” que eran situados sobre rentas de la Corona […].
Aquí estuvieron algunos de los límites más caracterizados del estado, en la inadecuación de
la organización hacendística a los ambiciosos proyectos de dominio y el alto costo de los
grandes ejércitos. Contradictoriamente, muchos monarcas de vocación absoluta se vieron
Javier Díez Llamazares
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obligados a renunciar a parcelas de poder en función de sus necesidades de dinero […]. Por esta
razón [(enajenaciones de cargos, títulos, bienes, rentas o derechos fiscales; y la existencia de
fuertes aristocracias)], algunos autores han hablado de un “complejo monárquico – señorial”,
para definir las dimensiones de la autoridad regia en la Edad Moderna […].
B.3. La burocracia y la administración
[…] Aunque al final del período estemos aún muy lejos del “estado burocrático”, es ahora
cuando se ponen sus bases. Es más, el campo administrativo permitió realizar avances
sustanciales hacia el objetivo máximo de la centralización del poder […]. Sin embargo, el
crecimiento burocrático se produjo sin una planificación adecuada y atendió a las necesidades
de cada momento, lo cual provocó interferencias en las competencias, solapamientos poco
funcionales y una estructura administrativa resultante que ha sido calificada por algún
historiador como caótica. En la base del problema figuraba la propia concepción del estado,
indiferente a la división entre lo patrimonial dinástico y lo público.
A partir de los consejos reales que reunían a miembros de la alta jerarquía eclesiástica y la
aristocracia con funciones consultivas, se fue produciendo una transformación en dos
direcciones: por un lado, el reclutamiento de nuevo personal y, por otro, la progresiva
diferenciación de funciones y la articulación en diversos organismos. El sistema de
consejos aportó la solución más adecuada a la compleja estructura sociopolítica, porque
permitió mantener la toma de decisiones en la cercanía del rey, posibilitó el acceso de nuevos
sectores al gobierno y violentó aparentemente poco las constituciones preexistentes. A lo largo
del XVI, el sistema se desarrolló sobre todo en el seno de la Monarquía Hispánica, cuyo
peculiar conjunto de territorios y problemas propició la creación de consejos [generales –Estado
e Inquisición—, territoriales –Castilla o Portugal— y sectoriales –Hacienda o Guerra—] […].
En otros lugares [(p.ej. Francia o Inglaterra)] […], no fue imprescindible crear complejos
aparatos administrativos, pero desde fines del s. XV comenzaron a reformarse las viejas
instituciones de gobierno en la misma dirección de dividir funciones e integrar en la burocracia
a grupos mesonobiliarios y universitarios […].
Para completar el perfeccionamiento institucional, se aplicaron nuevos procedimientos en
la toma de decisiones. Dentro del régimen de consejos, la “consulta” era el instrumento que
ponía en relación al rey con estos, porque permitía conocer la opinión y las razones de todos los
consejeros. Al final, la decisión competía al monarca o al hombre que gozaba de su máxima
confianza, con lo cual se salvaba el principio de la integridad de la autoridad del soberano […].
Junto a los órganos colectivos de la administración central aparecieron diversos altos
funcionarios, encargados de regular y jerarquizar los asuntos y la toma de decisiones. Los
“secretarios” reales y de los consejos [configurados en el seno de la Monarquía Hispánica]
[…] jugaron un papel decisivo en el gobierno del estado, porque se especializaron en asuntos y
controlaron virtualmente el gobierno de los diferentes territorios […]. Para los consejos, las
secretarías y otros departamentos, se reclutó un funcionariado subalterno que encontró en la
administración abundantes expectativas de ascenso social y mejora económica. Los monarcas
crearon a su imagen y a sus órdenes cuerpos de gestión compuestos por legistas y abogados
nutridos de los sectores medios y bajos de la nobleza y también pertenecientes al tercer estado.
Además, fue necesario organizar estructuras ejecutivas que hicieran efectivas las órdenes
reales en las provincias[: se trata de una burocracia, a medio camino entre lo profesional y lo
clientelar] […].
Sin embargo, el proceso de burocratización de los estados, pese a su modernidad esencial,
adoptó fórmulas y comportamientos contradictorios, especialmente la patrimonialización de
los oficios. Los funcionarios entendieron la administración como un medio nuevo para obtener
recompensas sociales y económicas [(p.ej. acceso al honor social o al ennoblecimiento)] que
hasta entonces habían estado copadas por la nobleza en virtud de sus privilegios de nacimiento
[…]. En algunos lugares, las dinastías, urgidas por las necesidades dinerarias, empezaron a
vender oficios […] y si se adquirieron fue porque resultaba rentable su amortización o el
prestigio social que llevaban aparejados.
B.4. Justicia y legislación
Javier Díez Llamazares
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Otro de los pilares fundamentales del nuevo estado fue el ejercicio de la justicia, cuya
estructura experimentó un proceso similar al de los órganos administrativos. El punto de partida
se encontró en la plenitud jurisdiccional del rey, que provenía de la Edad Media, aunque en la
práctica existía un abanico de jurisdicciones privadas y situaciones excepcionales que había
impedido tradicionalmente su ejercicio. Por tanto, el esfuerzo de las monarquías se dirigió a
poner en vigor unos presupuestos teóricos no nuevos, por medio de una organización
burocrática similar a la aplicada en lo gubernamental. En este sentido, los logros más
importantes fueron, por un lado, la racionalización de las diversas instancias judiciales en
función de su jerarquización y, por otro, la implantación de jueces reales en los niveles
medios e inferiores y la fijación de tribunales superiores para las apelaciones y recursos.
Sin embargo, pese a los esfuerzos realizados y las mejoras obtenidas, no se pudo eliminar la
constelación de ámbitos jurisdiccionales que siguieron situados al margen de la justicia real.
En Europa occidental se ensayaron reformas fundamentales […].
Pero, en ningún lugar la justicia quedó separada de manera radical de los organismos
centrales […]. Eran, por tanto, las instituciones más cercanas al monarca las encargadas de
encabezar el sistema judicial. En ellas recaía directamente y por delegación la superioridad de la
jurisdicción regia antes aludida, que predominaba en este nivel sobre las demás jurisdicciones
privadas de la aristocracia, la jerarquía eclesiástica o los tribunales municipales.
[…] Fuente de justicia y del ordenamiento, los monarcas utilizaron con frecuencia el recurso
a dictar leyes como instrumento de su política de centralización y unificación. En la cabeza del
estado se unificaba la función administrativa, la judicial y la legislativa. Aunque en algunos
lugares la tradición daba cierta capacidad legislativa a las asambleas representativas, a
comienzos de la Edad Moderna todos los gobernantes intentaron crear un derecho real
independiente y original. Los objetivos perseguidos eran tres: aumentar el ámbito sujeto a la
autoridad real, limitar las jurisdicciones privadas y legitimar las actuaciones regias.
También en estas cuestiones los monarcas buscaron en la tradición el punto de partida y
empezaron por recopilar la legislación real preexistente [(p.ej. en el caso de España, el
Ordenamiento de Montalvo de 1484 o la Nueva Recopilación de 1567)] […]. Al tiempo que se
promovían recopilaciones, se legisló en abundancia, sobre asuntos nuevos y sobre cuestiones
viejas, siempre en la dirección de centralizar y unificar el ejercicio de la autoridad.
[…]
1. Guerra y paz: los instrumentos de la política exterior
A. La política exterior de los príncipes
La política exterior constituyó en el s. XVI la principal ocupación de los soberanos.
Conservar sus posesiones, acrecentarlas, adquirir reputación y gloria, fueron sus objetivos
habituales, impulsándoles a ensayar combinaciones matrimoniales, a concluir y quebrantar
alianzas, o a emprender operaciones militares. En raras ocasiones esta política persiguió
metas que puedan calificarse de “nacionales”. Los estados de cada príncipe consistían en un
agregado de territorios que la Corona intentaba incrementar, sobre la base de pretensiones más o
menos jurídicas, con el fin de superar a sus rivales. En una Europa construida por una intricada
red de obligaciones feudales y de reclamaciones surgidas por la práctica secular de matrimonios
dinásticos, el status quo podía ser alterado con facilidad por un fallecimiento afortunado o por la
exhumación de algún antiguo derecho.
Las fronteras carecían del carácter lineal y rígido con que hoy las conocemos, aunque los
avances en la cartografía o el desarrollo de las aduanas contribuyeron a darlas más consistencia.
Aparte, la dispersión de las propiedades territoriales de los príncipes era algo bastante común,
aunque las distancias encareciesen su administración y su defensa. La fidelidad a un monarca o
a una dinastía solían ser los lazos políticos predominantes, con mucha mayor fuerza que los
sentimientos patrióticos o la conciencia nacional, aún vagos y relegados habitualmente a
ámbitos sólo regionales.
Durante el Medievo, las relaciones entre los pueblos se habían limitado, o poco menos, a una
relación de vecindad. De repente, con los nuevos descubrimientos geográficos, se extienden a
través del espacio. Los europeos, lanzados a la conquista de los mares, se ponen en contacto con
territorios desconocidos o apenas explorados […]. Pero aunque se extienden prodigiosamente
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las redes de las relaciones internacionales, siguen contando, antes que nada, los espacios
conocidos, y el occidente europeo constituye aún el centro nervioso de la relaciones entre las
monarquías más poderosas[: la española, la francesa y, en menor medida, la inglesa] […].
El ritmo, cada vez más acelerado, de las relaciones entre los grandes príncipes en Occidente
obligará a transformar los instrumentos de la guerra y la diplomacia para poder cumplir su
cometido.
B. La diplomacia y las embajadas permanentes
Es en la Italia renacentista donde se encuentra el origen de las embajadas permanentes. La
paz de Lodi (1454), que estableció un relativo equilibrio entre los principales territorios
italianos, sirvió también de estímulo para que los príncipes se decidieran a mantener un agente
con carácter estable en las demás cortes con el fin de vigilar su política. Los venecianos
ganarían pronto una merecida fama de maestros en el arte de la diplomacia y harían de sus
informes todo un modelo a imitar […]. Entre los grandes monarcas, Fernando de Aragón fue el
primero en imitar a los estados italianos […], pero la mayoría de los príncipes continuaron
prefiriendo enviar a las cortes representantes temporales, ya que los gastos eran mucho
menores y no era necesario mantener el principio de reciprocidad. Predominaron, pues, los
embajadores extraordinarios, comisionados para negociar algún asunto importante o ejercer
funciones protocolarias.
Aunque la diplomacia se convirtió en una actividad habitual entre los estados, tardaría
mucho en crearse un cuerpo de funcionarios consagrados a dicha labor. Los embajadores
permanentes se preocupaban sobre todo de las investigaciones y de los informes –para lo que
debían contar con una tupida red de informadores—; ni su rango, por regla general, ni sus
credenciales los calificaban para negociar cuestiones de especial importancia. Durante bastante
tiempo las autoridades receptoras de embajadores y residentes desconfiaron de ellos. Se les
acusaba a menudo de tejer intrigas, dedicarse al espionaje o servir de aglutinantes a la
oposición, de manera que, en ocasiones, servían más para enconar conflictos que para
resolverlos pacíficamente. Y la Reforma no hizo más que agudizar esta desconfianza. La
disparidad de credos creaba situaciones muy delicadas, y obligaba a negociar la libertad de culto
privado para los embajadores […]. Los conflictos religiosos, a la postre, fueron reduciendo las
redes diplomáticas, y los monarcas católicos, con excepción del francés, dejaron de enviar
representantes a los países protestantes.
(FLORISTÁN, 110 – 120)
2. Configuraciones estatales e identidades nacionales
Desde la Baja Edad Media existe la tendencia hacia la constitución de grandes monarquías
[…]. Los grandes monarcas del Renacimiento eran soberanos de un complejo mosaico de
dominios, y cada uno de esos reinos, provincias, señoríos, etc., mantenía su constitución
privativa, lo que se traducía en la existencia de cuerpos legislativos, regímenes jurídicos y
aparatos institucionales particulares. Pero las grandes monarquías del s. XVI no sólo eran
compuestas o segmentadas institucional y políticamente, sino que también lo eran étnica,
cultural y lingüísticamente […].
2.1. Patria y nación. Naturales y extranjeros
La palabra “patriotismo”, aunque no aparece hasta el s. XVIII, puede servir para definir
determinados sentimientos e ideas políticas expresadas en los siglos de la primera modernidad.
Así, desde la segunda mitad del s. XV, la palabra “patria” en el sentido clásico de tierra natal,
de lugar de origen de los antepasados, tiende a hacerse extensiva a un territorio más amplio, a
una comunidad política. Es entonces cuando se difunde una concepción de “patria” como un
valor, como algo vinculado a la existencia de los hombres y que determina la obligación política
de su defensa e incluso del sacrificio personal por ella […].
Por su parte el término “nación” mantiene en esta época el sentido tradicional por el cual
agrupaba a aquellos que hablaban una misma lengua; pero no siempre es usado con ese
significado, pues al igual que el concepto de patria, con el que muchas veces se confunde, tiende
a adquirir connotaciones políticas y territoriales.
Podemos captar, en definitiva, un “sentimiento nacional” que no se contenta en distinguir
lo “natural” de lo “extranjero”, sino que exalta lo primero y rebaja lo segundo. Así, las
Javier Díez Llamazares
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literaturas del Renacimiento difundieron una geografía de estereotipos nacionales, una
elemental psicología de los pueblos, que permitía a cada nación distinguirse, compararse y
glorificarse respecto [a] las otras […]. Además, la propaganda que acompañaba a las guerras y
rivalidades de todo tipo abundaba en calumnias e insultos […].
2.2. Identidades y contraidentidades
Las sociedades europeas de las monarquías compuestas del Renacimiento se caracterizaban
por tener identidades múltiples y lealtades compartidas. Podía existir un patriotismo “local”
fundamentado en el amor del individuo a su lugar de origen, un patriotismo “jurisdiccional” o
“señorial” derivado de los lazos de fidelidad entre señores y vasallos, un “dinasticismo”
sustentado en la lealtad profesada al monarca o a la casa reinante a la cual estaban vinculados
los habitantes de un determinado país o territorio, y, también, podía existir un sentimiento de
identidad colectiva ligado a una “nación política”, cuyas instituciones, leyes y privilegios, junto
a una lengua y una historia compartida, constituirían sus referentes fundamentales.
[…]
En los inicios de la modernidad este sentimiento nacional sólo estuvo presente, a un nivel
consciente, en determinadas elites sociales capaces de una cierta organización de la memoria
histórica y de una valoración política de los elementos institucionales, jurídicos y lingüístico –
culturales propios, los cuales diferenciaban y enaltecían respecto a los de otras comunidades
vecinas. Con el paso del tiempo, estas identidades nacionales se fueron universalizando
socialmente, tomando cuerpo en la vieja Universitas C[h]ristiana por medio de contactos y
relaciones promovidos por elementos tan diversos como las guerras [(donde adquieren especial
fuerza y volumen, dado que, por un lado, multiplicaron la distancia que separaba el “nosotros”
del “ellos” y, por otro, suministraron mitos y recuerdos para generaciones futuras que
alimentaron la experiencia subjetiva de la diferencia)], la expansión del comercio, los relatos de
viajeros o la mayor circulación de libros y de noticias a partir de la invención de la imprenta.
[…]
2.3. Fronteras
Desde finales de la Edad Media, la idea de soberanía territorial, junto con la emergencia de
unas identidades nacionales, propició la elaboración de un primitivo concepto de frontera.
Significativamente, durante el s. XVI la cartografía se desarrolló excepcionalmente. Los mapas
y los atlas se convirtieron para los monarcas y estadistas en símbolos de poder e instrumentos
para sus estrategias políticas y militares. Pero los mapas sirvieron también para la comprensión
racional de la ubicación de los individuos en un territorio definido y para su identificación con
éste […].
Sin embargo, los territorios políticos no tenían aún una definición “lineal” como la tendrían a
partir de la moderna definición de frontera del s. XVIII; salvo el mar ni siquiera estaba
difundida la idea de que los accidentes geográficos fuesen fronteras naturales. Más que fijas e
impermeables, las fronteras eran elásticas y porosas […]. De hecho, el término frontera apenas
era utilizado, prefiriéndose voces como “confines”, “lindes” o “límites”. Es cierto que muchos
tratados internacionales de los siglos XVI y XVII incluyeron cláusulas para la delimitación y
demarcación de líneas divisorias entre sus territorios, pero el primitivo estado moderno no era
aún un estado territorial […].
2.4. Cultura, historia y lengua
Una de las características de la Alta Edad Moderna es el reforzamiento de los vínculos
entre poder político y cultura. Todos los poderes […] se esforzaron por crear símbolos y
referentes culturales […].
El papel que tuvieron la historia y los historiadores en la conformación de las conciencias
nacionales fue sin duda muy importante […]. La justificación del “presente nacional” por
medio de un pasado casi siempre idealizado y mitificado, era algo corriente entre los cronistas y
los historiadores del Renacimiento. Y con la difusión de los valores culturales del humanismo se
produjo, como es sabido, una revalorización del mundo antiguo, lo cual puso en circulación en
los ambientes culturales y eruditos las clásicas denominaciones de las provincias romanas […],
nombres que adquirieron una relevancia política al coincidir con el proceso de formación
territorial de los estados modernos […].
Javier Díez Llamazares
11
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TEMA 4
A este conjunto de mitos y símbolos que daban un sentido al propio pasado, hay que añadirle
otro igualmente esencial: el de la lengua. El s. XVI presentó el impulso decisivo de las grandes
literaturas nacionales […]. En muchos de estos autores hay unas actitudes de defensa y glosa de
su lengua y de su identidad lingüística […]. El avance de las lenguas nacionales no sólo se
produjo en la literatura culta sino en otros ámbitos que afectaban la vida cotidiana de los
pueblos [(p.ej. la obligatoriedad de uso del francés en los escritos de jueces y notarios en
Francia a partir de 1539)] […].
[…] Gobernantes y tratadistas eran plenamente conscientes de la fuerza disciplinadora que
constituía la unificación lingüística […].
3. Las estructuras del estado
[…]
3.1. La corte y los órganos del gobierno central
Las cortes europeas que se formaron en los inicios de la Edad Moderna surgieron a partir de
la evolución de la “casa real” medieval. La corte era, en primer lugar, no sólo el escenario
habitual de la exhibición del poder real, sino que ella misma formaba parte de la propia
imagen de la realeza. Las ceremonias festivas, religiosas, protocolarias, etc., que se celebraban
en la corte, junto con las normas de la etiqueta que la regían, eran medios e instrumentos para
ofrecer una representación del poder real acorde con sus pretensiones de soberanía. El papel de
un monarca como Júpiter o Augusto, protector casi divino de sus súbditos, se convirtió en un
tema común de los espectáculos ritualizados de las cortes europeas. Por otro lado, la corte era el
centro del gobierno de la monarquía. En ella no sólo estaban ubicados los órganos de la
administración central, sino que la casa real y la corte eran también escenario de contacto y de
transacción entre la corona y las elites políticas. La corte sirvió para domesticar a la aristocracia,
pero también sirvió de bastión de ésta para presionar y pactar con el poder real.
A finales del s. XVI, ya eran considerablemente grandes las cortes de Londres, París,
Madrid y Viena […]. Con el aumento del tamaño y de la complejidad de funciones de la corte
se establecieron normas escritas que regulaban desde la economía cortesana hasta el ceremonial
y la forma de vida de las personas que vivían en ella […].
[…]
3.2. La burocracia
En la Edad Media, el área de influencia de los oficiales reales y de los órganos de la
administración monárquica fue ciertamente reducida, no solamente porque los hombres y los
medios eran pocos, sino también porque las pretensiones políticas y sociales del poder real eran
mucho más limitadas a las que tendrían las “nuevas monarquías” del primitivo estado moderno.
Desde finales del s. XV, las “nuevas monarquías” europeas desarrollaron planes de
ordenamiento administrativo, formulados con “pretensiones estatales”, y expansionaron sus
burocracias. Cabe remarcar que lo nuevo de este proceso no fue sólo la ampliación o extensión
territorial del aparato burocrático, sino también el sentido y los objetivos que se le otorgaba
[…].
Conviene, sin embargo, matizar la “modernidad” de esta reforzada administración real. Ésta
fue sin duda un instrumento de poder en manos de los monarcas, pero la nobleza estamental
exigió, en parte con éxito, que los altos funcionarios del estado fuesen elegidos entre los
miembros de sus linajes […]. Es decir, la administración del primitivo estado moderno no era
intrínsecamente antiestamental. Por otro lado, los cargos u oficios que desempeñaban estos
servidores del rey estaban muy impregnados de elementos del mundo feudal. Es cierto que
los oficiales del rey ejercían una función pública, pero ésta era fundamentada en una relación de
fidelidad con el monarca y tenía una concepción patrimonial respecto a los oficios disfrutados[,
lo que dio lugar a la continuidad del fenómeno bajomedieval de la venta de cargos públicos:
fenómeno que, aparte de ser una fuente de ingresos para los soberanos, permitía ampliar la base
social del poder monárquico] […].
[…]
3.3. La diplomacia
[…]
Javier Díez Llamazares
12
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 4
El instrumento para la relación entre estos estados que surgieron tras la “explosión de la
nebulosa cristiana” [(Jean Delumeau)] de los tiempos medievales […] fue la diplomacia […].
Conviene subrayar que la implantación de embajadores residentes no abolió el recurso a la
utilización de enviados temporales, de embajadores con misiones de carácter extraordinario.
De hecho, se trataba de figuras complementarias: el embajador residente era un servidor de los
intereses del príncipe en una corte extranjera [con objetivos como: procurar información, influir
en las decisiones políticas, etc.] […]; mientas que los enviados plenipotenciarios estaban
facultados para llegar a acuerdos y cerrar tratados, llevando desde la corte instrucciones y
procuraciones para ello.
Los informes o despachos que los embajadores suministraban a sus respectivos gobiernos
constituyen una documentación de enorme interés para el estudio de las relaciones
internacionales. Especialmente destacable es el modelo de relazioni elaborada por los
diplomáticos venecianos[, que debían informar sobre: la “fuerza” de los estados –dominios,
ejército, etc.—, su “razón” –carácter de los súbditos o personalidad del príncipe— y el
“consejo” –instituciones e instrumentos de gobierno—] […].
[…]
Asimismo, junto a esta “diplomacia oficial”, las más poderosas monarquías europeas fueron
desarrollando unas redes de agentes, espías, corresponsales y confidentes [(la “diplomacia
secreta”)] que, además de conseguir y analizar toda clase de información, cumplían una variada
gama de servicios para sus respectivos gobiernos […]. Estas actividades no sólo se desplegaron
en los países extranjeros, sino que la vigilancia y control eran ejercidos también de puertas
adentro [(p.ej. creación del cargo de “Espía Mayor del Reino” para la Monarquía Hispana)]
[…].
3.4. Ejércitos
[…]
Muchas de las novedades que condicionaron el modelo de guerra de los tiempos modernos
tienen su raíz en el Renacimiento. De especial trascendencia fueron las innovaciones que desde
el s. XV se produjeron en las fortificaciones y construcciones defensivas […]. Ello produjo una
serie cambios importantes en el tamaño y composición de los ejércitos así como en el carácter
de las guerras: 1. En primer lugar, acabó de eclipsar a la caballería como fuerza importante de
combate; 2. En segundo término, propició que las obras de cerco que construían los
sitiadores mejorasen técnicamente hasta el punto de que también ellas podían resistir
cualquier ataque; 3. Asimismo, este tipo de guerra de desgaste supuso un alargamiento y
encarecimiento enorme de los costes de las campañas; 4. Finalmente se impuso el valor de
la artillería, empleada cada vez más masivamente tanto en los asedios como en las batallas
abiertas […].
3.5. Hacienda y finanzas
La urgente necesidad de estas grandes monarquías de aumentar sus ingresos chocaba, sin
embargo, con diversas limitaciones. Una primera era de tipo político – ideológico, pues en la
Edad Media se había asentado la doctrina de que el monarca debía contentarse con las rentas
procedentes de su propio patrimonio y con los ingresos inherentes a su condición de soberano
[…]; el resto de ingresos debían ser aprobados en las asambleas representativas o estamentales,
es decir, no derivaban de un derecho real sino de una negociación contractual. En segundo
lugar, estados y monarquías tenían una limitación jurídica, pues la existencia de privilegios
fiscales de tipo estamental o corporativo […] restringían la base social impositiva. Finalmente,
existía una limitación administrativa, pues el desarrollo del aparato burocrático se mostraba
insuficiente para ejercer la recaudación de las fuentes de ingresos y, consecuentemente, las
monarquías tuvieron que descentralizar o privatizar muchas de estas funciones.
[…]
4.4. Resistencias y límites del poder real; los poderes inmediatos
(RIBOT, 217 – 222)
2. El estado y los otros poderes
A. La nobleza
Javier Díez Llamazares
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Algunos autores han considerado a la nobleza del s. XVI menos protagonista de los
acontecimientos que la del XV o la del XVII. El estamento privilegiado en el Quinientos habría
estado oscurecido por los fuertes poderes principescos y habría tenido que esperar a la centuria
siguiente para recuperar posiciones anteriores. Sin embargo, muchos datos desmienten esta
afirmación, o al menos la matizan.
En primer lugar, no pueden hacerse generalizaciones, pues en cada estado las
circunstancias fueron distintas [(p.ej. en los casos contrapuestos de la Rusia de Iván IV, donde
los boyardos se vieron desplazados del poder, y la Polonia del s. XVI, que afianzó en esta época
su régimen de “república nobiliaria”)] […]. Tampoco es conveniente considerar el
estamento como un grupo homogéneo [(p.ej. las aspiraciones y derechos políticos de los
miembros de la slazchta polaca eran muy diferentes a los de los magnates con capacidad para
eligir al rey de Polonia)] […]. Por otra parte, parece incontestable que la nobleza, como
estamento privilegiado, y a pesar de sus enormes diferencias internas, mantuvo en el
Quinientos su posición predominante.
En el s. XV, las noblezas se vieron implicadas en las guerras civiles que consolidaron las
nuevas monarquías […].
En el proyecto de estado, la guerra canalizó gran parte de las expectativas de la gran
nobleza. Las empresas bélicas interiores y exteriores, dirigidas por los reyes, tuvieron la virtud
de unificar los poderes privados y colocarlos al servicio de intereses más generales. En el s.
XVI, la aristocracia orgullosa y rebelde de la centuria anterior se convirtió en fiel servidora de la
Corona porque las oportunidades de medro social y económico dependían de la cercanía a la
dinastía. Donde se mantuvo la independencia política de los linajes –por ejemplo, Escocia—, o
donde rebrotó ligada a otros conflictos –la Francia de las guerras de religión—, se vivió un
clima de inseguridad poco favorable a todos los sectores comprometidos.
Una actitud diferente adoptaron los monarcas con la nobleza media y baja […] [:] se
observó desde el primer momento el interés por promocionarlas en la administración y la
milicia […]. Se perseguía encumbrar a sectores nobiliarios, para constituir una nobleza de
servicio ligada a la dinastía. Apoyados en ellos, los gobernantes se dotaron de cuerpos fieles y
clientelas políticas identificadas con su causa, sin que se minara el orden social. El reparto de
mercedes, la congruencia estamental y la legitimación tradicional fueron los elementos de la
política nobiliaria de los príncipes.
B. Los municipios y los poderes urbanos
A la Edad Moderna pasaron las ciudades y muchas villas medievales con una sólida
tradición de autogobierno. Algunas urbes gozaban de un amplio alfoz sobre el que ejercían
funciones señoriales […]. Gobernadas por potentes oligarquías locales […], las ciudades del
XV y el XVI aumentaron su población y monopolizaron gran parte de la actividad
económica.
En Italia, en España, en Francia, en Alemania, las oligarquías burguesas capitalizaron
poder y riqueza en tal medida que pudieron negociar con la monarquía su incorporación al
proyecto de estado. Estos poderosos locales discutían, directamente, o a través de las asambleas
representativas, los impuestos con el rey, y exigían a cambio el respeto de sus prerrogativas. En
algunos casos, las ciudades vieron una amenaza a sus privilegios en el autoridad creciente de los
reyes y reaccionaron de forma violenta [(tal es el caso de la revuelta de las Comunidades de
Castilla)] […]. En el Este europeo, el escaso desarrollo urbano impidió a los grupos burgueses
participar en los acontecimientos políticos.
Pero en el paisaje europeo no sólo existían centros urbanos grandes y ricos. El mapa estaba
pleno de núcleos de población medios y pequeños, con su propio régimen municipal y sus
privilegios locales. Sobre ellos, el estado articuló una red de funcionarios con la doble misión
de velar por el cumplimiento de la ley regia y recaudar impuestos. Para cumplir ambas, se
articularon dos medios. El primero […] fue la organización de la justicia real en diversas
estancias jerarquizadas y a través de instituciones y cargos judiciales de nueva creación. El
segundo consistió en una política intervencionista en los asuntos económicos y en los
nombramientos de cargos municipales. En general, se trató de una superestructura que
tutelaba el ejercicio del gobierno local, pero que en ningún caso implicó actuaciones más
profundas. Articulada la recogida tributaria con regularidad, fomentado el respecto a la
Javier Díez Llamazares
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TEMA 4
autoridad regia y asegurada la estabilidad social, los poderes estatales no fueron más allá dentro
de la órbita del poder local. Todo el programa del absolutismo monárquico pasó, en este
período, por un acuerdo, un reparto de autoridad, entre las oligarquías locales y el poder central.
C. Asambleas representativas
Existían en toda Europa diversas asambleas, que en origen habían pretendido ostentar la
representación política de los tres órdenes estamentales y constituirse en el símbolo del reino
unido con el rey para decidir las cuestiones primordiales. Aunque su convocatoria dependía del
monarca, la teórica legitimidad representativa les permitió hacer frente a las exigencias regias y
negociar contrapartidas.
En realidad, en ningún país las asambleas actuaron como portavoces de todo el cuerpo
social. La nobleza había dejado de interesarse por ellas, pues tenía otros medios de defender
sus intereses. Por diferentes motivos, la masa campesina no tenía acceso a esta tribuna pública
[salvo en el caso de la Dieta sueca, aunque únicamente sus capas más acomodadas] […]. En
definitiva, las asambleas eran coto reservado de grupos urbanos que mantuvieron su
exclusivismo como instrumento de presión sobre la Corona. Apoyadas en su valor simbólico y
también en su poder para sancionar nuevos impuestos, las asambleas matizaron las
aspiraciones absolutas de los gobiernos. Por ello, los reyes juraban ante ellas el acatamiento a
los principios tradicionales del reino –sus leyes y “libertades”—.
En la práctica política, este período contempló un juego continuo entre las monarquías y sus
respectivas asambleas […].
En Centroeuropa, las asambleas mantuvieron su superioridad sobre el estado […]. En
definitiva, allí donde las asambleas gozaban de competencias fiscales, legislativas o militares,
los poderes estatales hubieron de pactar con ellas. En donde los monarcas podían convocarlas a
su voluntad o se buscaron otras fuentes de financiación, se las arrinconó, aunque en todas partes
estos cuerpos representativos siguieron siendo depositarios de una legitimidad constitucional
que la dinastía debía respetar.
D. Las iglesias y los asuntos religiosos
Desde mediados del s. XV, todos los proyectos estatales incluyeron a las respectivas
jerarquías eclesiásticas y se preocuparon tanto por la legitimación religiosa de la autoridad real
como por las relaciones con Roma. Pero todo cambió en la centuria siguiente, cuando la
Reforma conmovió Europa. Desde entonces, los asuntos religiosos cobraron unas
dimensiones políticas de nuevo contenido e inusitada intensidad.
Ya antes, la religión había servido como aglutinante en torno al príncipe [(casos de Rusia o
de Castilla)] […]. Sin embargo, desde que Lutero lanzó sus tesis y el problema saltó los límites
de lo teológico, la religión se mezcló con los asuntos políticos y terminó por condicionar el
proceso de estatalización […]. El proceso se desencadenó en los estados alemanes y con rapidez
se extendió por otros lugares, de manera que la recepción de las ideas reformadas influyó
notablemente en el diseño de los nuevos estados. El principio de la Iglesia nacional,
independiente de cualquier injerencia exterior, se entendió bien con las ambiciones de algunos
príncipes. Las nuevas jerarquías eclesiásticas y el proceso anejo de desaparición de órdenes
religiosas e incautación de sus bienes permitieron encajar dentro del estado una ayuda
ideológica y económica de gran valor. Los clérigos se convirtieron en funcionarios del estado
y la nueva ortodoxia fue fijada bajo la protección de la autoridad civil, que pasó a dominar lo
teológico y lo jurisdiccional de las nuevas iglesias.
[…]
En el ámbito europeo que se mantuvo fiel a la ortodoxia católica, el elemento confesional
reforzó la cohesión en torno a la dinastía […]. Sin embargo, las relaciones con la Iglesia
romana, fluidas en los asuntos teológicos, no lo fueron tanto en cuestiones económicas,
jurisdiccionales y de nombramientos[; aunque al final el balance fuera positivo para los
monarcas, pues el enemigo común, que era la Europa protestante, obligó al entendimiento] […].
(FLORISTÁN, 107 – 109)
1.3. El control de los poderes locales
[…]
Javier Díez Llamazares
15
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TEMA 4
En efecto, el progreso de las ciudades gracias a la industria artesanal y al comercio ocasionó
la aparición de un grupo social, la burguesía, cada vez más potente a nivel económico, que no
compartía los intereses feudales. Los burgueses de las ciudades establecieron un sistema de
gobierno corporativo que tenía por objetivo la defensa de las libertades y el desarrollo
manufacturero y mercantil. Esta circunstancia fue aprovechada por la realeza para refrenar a la
nobleza feudal. El monarca favoreció la emancipación de las ciudades del dominio señorial, las
acogió bajo su jurisdicción y les otorgó abundantes franquicias y privilegios, lo cual le permitió
reclamar, además de una fidelidad efectiva, unos subsidios regulares y unas milicias
disciplinadas […].
La aparición de los nuevos poderes ciudadanos dentro de los reinos provocó la creación de
formas de gobierno más complejas: las cortes en España, las dietas en Alemania, los
parlamentos en Inglaterra o los estados generales en Francia. A estas asambleas el monarca
convocaba con una cierta regularidad a los representantes del clero, la nobleza y las ciudades
para tratar asuntos de gobierno del reino y para aprobar impuestos extraordinarios. Por medio de
estas iniciativas se puso de manifiesto la conciencia de unidad nacional y el apoyo de la nueva y
dinámica sociedad burguesa al rey, el cual fue asumiendo potestades hasta entonces
monopolizadas por los señores feudales. La asunción por parte del monarca del poder público y
supremo (suprema potestas) sobre un territorio conformó el concepto de soberanía y,
consecuentemente, la idea de estado. A partir de los siglos XIII y XIV esta vidriosa entidad
inició su articulación siguiendo la fórmula del gobierno mixto o la monarquía temperada que
representaban los parlamentos. A lo largo de la Edad Moderna, la capacidad que demostraron
los reyes para controlar estas asambleas determinó el grado de absolutismo que lograron
imponer sobre los diferentes territorios que integraban la monarquía.
[…]
4.5. Éxitos y fracasos. Tipos de estados
(RIBOT, 222 – 226)
3. Las modalidades del estado
A. El fracaso de la idea imperial
Si bien en toda Europa hubo cambios fundamentales en la configuración del poder durante
este período, no todos se produjeron en la misma dirección […]. Una perspectiva general obliga
a admitir el progreso en la centralización administrativa y el afianzamiento de las instituciones
estatales, pero no debemos olvidar que el s. XVI contempló un intento de revivir la vieja idea
romano – cristiana del imperio.
Carlos V, depositario de una herencia inmensa –y dispersa— protagonizó un proyecto
imperial de dimensiones mundiales. En sentido estricto, el territorio imperial estaba limitado al
Sacro Imperio Romano Germánico, pero Carlos pudo unir a éste el patrimonio familiar
[(diversos territorios dispersos por Europa y América)] […]. Así, la característica principal de la
herencia carolina era su heterogeneidad y el único lazo de unión entre sus territorios era la
persona del príncipe […]. Asimismo, Carlos hubo de jurar respeto a las respectivas
constituciones de cada territorio, las libertades de sus habitantes y el reconocimiento de sus
instituciones. A pesar de ser reconocido como titular de gran parte del mundo conocido, Carlos
encontró múltiples dificultades para canalizar hacia objetivos comunes los recursos de su
patrimonio.
Sin embargo, muchos creyeron en una reconstrucción de la universitas christiana, aunque
fuera por el sistema de agregación en lugar de la unificación. Bien avenida con Inglaterra, la
empresa carolina sólo contaba, dentro del Occidente europeo, con la oposición de los Valois. El
Nuevo Mundo, cuyas posibilidades reales aún se desconocían, podría proporcionar los recursos
necesarios a un gran proyecto que debía enfrentarse a su gran enemigo natural, el Imperio
Otomano. Finalmente, la corriente humanista y al Iglesia aportaron la legitimación ideológica y
divina para reavivar el Imperio cristiano occidental.
Aunque se fuera consciente de los problemas para llevar a término el proyecto, nadie había
previsto que las dificultades se iniciaran en el interior y que tuvieran carácter religioso.
Evidentemente, la estructura del Imperio había demostrado su inoperancia para servir de núcleo
Javier Díez Llamazares
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TEMA 4
centralizador del nuevo poder, pues los Habsburgo no disponían de auténtica autoridad sobre los
príncipes alemanes, pero el problema de la Reforma surgió de improviso y enfocó desde un
punto de vista nuevo la pugna política […].
Los años siguientes evidenciaron las carencias del proyecto […]. Fue la concurrencia de
tantos frentes una causa fundamental para explicar el fracaso de Carlos […]. También fue
decisiva la falta de recursos. Si bien eran inmensos, la necesidad de respetar las estructuras
constitucionales de cada territorio impedía acumularlos y disponer de ellos en los momentos
críticos […]. Acosado por todas partes y falto de recursos, Carlos V se vio obligado a reconocer
el fracaso de la universitas christiana.
B. El triunfo de las monarquías
[…] [(MONARQUÍA HISPÁNICA)] Abandonados los problemas centroeuropeos y asumida
la división político – religiosa, los objetivos del complejo monárquico filipino cambiaron
respecto a los de su padre. Felipe II profundizó en la idea universalista de la autoridad regia,
aunque con una marcada aspiración centralizadora según el modelo de la Corona de Castilla, el
territorio con mayor tradición estatal y donde encontró los medios más fiables para desarrollar
su política. La Monarquía encarnó los principios de la unidad de la fe y de la plena autoridad
regia, a través de una desarrollada estructura administrativa –la polisinodia— y mecanismos
burocráticos en la toma de decisiones. A pesar de que los frentes de combate siguieron siendo
muchos y, además, la estructura continuó configurada como una agregación de territorios
heterogéneos, la Monarquía Hispánica se mantuvo íntegra hasta mediados del s. XVII.
Otros modelos monárquicos de aspiración absolutista se desarrollaron en el período. A la
muerte de Isabel I, Inglaterra se había sentado entre las potencias de rango medio y había
llevado a sus últimas consecuencias la autoridad estatal, dentro de los límites impuestos por el
Parlamento y los problemas religiosos. En el Seiscientos, los Estuardo fracasarían al intentar
forzar los límites de su autoridad más allá de los logros anteriores. Por otra parte, el poder
monárquico en Francia sufrió avances y retrocesos[, no logrando su consolidación definitiva
hasta el reinado de Enrique IV] […]. En otros lugares también el Quinientos fue la hora de las
monarquías. En Escandinavia, en Rusia, en Portugal, se desarrollaron procesos que, aunque con
éxito diverso, ya no tuvieron marcha atrás. Al final del siglo, la monarquía triunfó como la
fórmula estatal de más futuro. Sin embargo, faltaba recorrer aún mucho camino hasta alcanzar
plenamente el ejercicio de la autoridad absoluta.
C. Los estados pequeños
[…] También existía una constelación de pequeños territorios, más o menos independientes,
que si no pudieron sustraerse de los conflictos internacionales tampoco quedaron al margen de
la evolución del concepto de autoridad. Aparte del Sacro Imperio, en donde el poder de los
Habsburgo estaba muy limitado por los príncipes electores, la península italiana presentó en el
s. XVI un abanico completo de las diversas modalidades estatales […]. Italia se consagró como
un mosaico, dominado por las potencias exteriores, y sólo dos grandes entidades estatales
subsistieron: la República Veneciana y los Estados Pontificios. Venecia, una república
comercial medieval, entró en un proceso de decadencia lenta que desde el punto de vista
político implicó la aristocratización de su elite. Por su parte, los Estados Pontificios
respondieron a un modelo especial entre la autoridad espiritual del papa y el dominio
señorial de las diversas familias romanas. Las experiencias de pequeños estados con
gobiernos principescos u oligárquicos se demostraron poco fiables frente a los poderes
exteriores […].
Sin embargo, no todos los estados pequeños acabaron decayendo. El caso suizo fue una
excepción notable. Separados del Sacro Imperio y vencida la influencia austríaca, los cantones
se organizaron en función de fuertes poderes urbanos. La Reforma y las guerras europeas
proporcionaron el fermento de identidad propia y, además, los obligó a dotarse de una estructura
estatal que aglutinase a los cantones frente a los enemigos externos. En medio de una Europa de
monarquías y situados en una zona estratégica vital, los suizos sacaron partido de su geografía y
de sus libertades urbanas. Éste no fue el único caso republicano, pues en las postrimerías del
XVI comenzó a constituirse en las provincias neerlandesas un nuevo estado, nacido de la
guerra contra Felipe II y con una organización peculiar, pero su configuración definitiva se
produjo en el período siguiente.
Javier Díez Llamazares
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(FLORISTÁN, 120 – 122)
4. Las relaciones entre los estados
Las unidades políticas europeas de los siglos XVI y XVII estaban dotadas de unos principios
estatales todavía limitados y frágiles […].
[…]
4.1. Los retos de las nuevas monarquías
Las monarquías de los Tudor y los Estuardo en Gran Bretaña y de los Valois y los
Borbones en Francia representan los mejores ejemplos de monarquías nacionales
autoritarias. A pesar de las trabas que halló el proceso de centralización y de uniformización,
estas monarquías se asentaron sobre unidades territoriales más o menos compactas. La
Monarquía Hispánica, por su parte, constituida en tiempos de Carlos V por una enorme
diversidad de extensos y desparramados territorios, no consiguió proyectar su espacio al modo
de un estado. A las dificultades que suponía la comunicación entre los territorios hay que añadir
la misión imperial en defensa de la cristiandad que el ideal carolino se arrogó y la ruptura
religiosa que la reforma luterana provocó.
[…]
La idea medieval del imperio o el sueño de Dante fue impulsado por el italiano Mercurio
Gattinara, el Gran Canciller de Carlos V, y fue teorizada por los intelectuales como el jurista
navarro Miguel de Ulzurrun o los erasmistas Juan Luis Vives y Alfonso de Valdés. Sin
embargo, esta propuesta que propugnaba la sumisión de todos los príncipes a la potestad secular
del imperio era tan anacrónica como quimérica […].
El curso de los acontecimientos posteriores moderó este propósito transformándose el
dominio temporal del emperador en una supremacía moral destinada a mantener la unidad de la
Iglesia y la concordia entre los reyes soberanos en la lucha contra el turco. La nueva concepción
imperial desechó la doctrina de la monarchia universalis y aceptó plenamente la pluralidad
de estados. Esta modernización de la labor del emperador fue esbozada por las plumas de Fray
Antonio de Guevara, Pedro Mexía o Juan Ginés de Sepúlveda, pero la presión de los
territorios reformados convirtió la construcción imperial en una utopía.
[…]
4.6. El pensamiento político de la primera Edad Moderna
(FLORISTÁN, 109 – 110, 121 – 124)
1.4. El príncipe nuevo
Cuando en 1513, Nicolás Maquiavelo reconoció en Fernando de Aragón a un “príncipe
nuevo” estaba haciendo claudicar sus profundas convicciones republicanas frente a las efectivas
potencialidades de un monarca soberano con principios absolutistas. Las opulentas y refinadas
ciudades – estado italianas habían hecho de la forma republicana un ideal de la cultura
humanística […] pero se habían mostrado inoperantes a la hora de garantizar la estabilidad
interior y el dominio en el exterior. El derrumbamiento de las estructuras de gobierno comunal
dio paso a las formas principescas de los signori […]. El autor florentino, en su más conocida
obra, El príncipe, combina el desprecio con la admiración cuando se refiere al dominio que
estos [(españoles y franceses)] ejercían sobre Italia. Si por un lado le asqueaba el yugo, por otro
le deslumbraba la capacidad –virtú— que habían manifestado estos monarcas para liderar
procesos de unidad política, una empresa tan imposible en la Italia de entonces como añorada
por Maquiavelo.
[…]
Aunque la interpretación de Maquiavelo no tenía en cuenta ni la personalidad de Isabel de
Castilla ni la inestabilidad que acabó generando la unificación de reinos con diferentes
estructuras político – institucionales como eran Aragón y Castilla, elogiaba el desarrollo de un
proceso que estaba asentando las bases de un estado moderno […].
La consideración política que Maquiavelo otorgó a Fernando de Aragón no dejaba de tener,
sin embargo, sus nefastas consecuencias en el ámbito de la moralidad. El Rey Católico se
convirtió al mismo tiempo en invitado de honor del perverso, y a la vez famoso capítulo XVIII
Javier Díez Llamazares
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de El príncipe […]. Y es que el monarca que describía Maquiavelo utilizaba un principio moral
política y socialmente operativo, que engalanaba su imagen ante sus súbditos y le prestigiaba
ante los otros príncipes pero, si el curso de los acontecimientos y los vaivenes de la fortuna
hacían preciso atentar contra la verdad, la religión y la palabra empeñada, no vacilaba en
llevarlos a la práctica. Estas ideas, junto con otras que el escritor florentino incluía en su obra,
amagaban el concepto de razón de estado y el conocido axioma “el fin justifica los medios”.
El carácter laico de la trama política de Maquiavelo, dentro de un universo tan cristiano
como el de la época, fue duramente contestado, sobre todo después de la Contrarreforma.
Autores como Possevino, Botero, Gentillet o Ribadeneyra dedicaron algunas de sus obras a
desentrañar el veneno de la propuesta de Maquiavelo. Pero la solvencia política, la conservación
y la seguridad del estado continuaron precisando de las artimañas que se habían utilizado
siempre. Por ello, el empleo de la razón de estado de cuño maquiavélico fue disimulada y
suplantada por una “buena” o “verdadera” razón de estado, aquella que hacía prevalecer los
preceptos de la religión sobre las necesidades de la política, aunque justificando ciertas
excepciones en interés del estado. Esta fusión de los principios de la razón de estado y de la
defensa de la religión permitió los modelos más logrados de monarquías absolutas.
[…]
4. Las relaciones entre los estados
[…]
Aunque los tratadistas políticos de los siglos XV y XVI apenas fueron capaces de
confeccionar sistemas acabados y coherentes sobre la soberanía y el estado, sí fueron
conscientes del cuarteamiento que había experimentado la cristiandad en diferentes
repúblicas. Uno de los elementos más evidentes de la pluralidad de estados se manifestó a través
de las diferencias que los enfrentaban (conflictos bélicos) y las iniciativas que los
vinculaban (estrategias matrimoniales y tratados políticos). La naturaleza de estas iniciativas
puso de manifiesto la desigualdad entre los estados y, a la vez, la necesidad de regular en base al
derecho las relaciones entre ellos, pero no sólo entre los estados que formaban parte de la
respublica christiana, sino entre todos los que integraban la comunidad internacional, con
independencia de sus culturas y sus religiones.
[…]
4.2. El derecho internacional
Las corrientes más vanguardistas del pensamiento político del s. XVI, es decir, las que
formulaban los autores de la escuela española de la segunda escolástica, se oponían a la
jurisdicción universal del emperador y negaban al Papado cualquier tipo de poder temporal
sobre los príncipes cristianos. La única prerrogativa que autores como Francisco de Vitoria o
el jesuita italiano Roberto Belarmino atribuían al Sumo Pontífice sobre la soberanía de los
reyes era la de un “poder indirecto”, es decir sólo era justificable su injerencia cuando los fines
espirituales estaban amenazados.
El dominico Francisco de Vitoria (1483 – 1546) es el teórico más precoz del mundo
dividido. Los diferentes estados, para Vitoria, formaban parte de una corporación internacional
de dimensiones planetarias, que integraba igualmente a los soberanos cristianos y a los paganos.
Esta sociedad internacional estaba orientada hacia el bien común según el derecho de gentes que
poseían todos los estados. El ius gentium, al estar supeditado a la ley natural, sólo podía dar
lugar a una relación provechosa entre los pueblos. Este principio natural se plasmaba a su vez en
derecho positivo y, lógicamente, en leyes justas para todo el orbe […].
Uno de los supuestos más interesantes que comenta Vitoria es el ius communicationis, es
decir, el derecho que tienen las personas a transitar de un lugar a otro y a relacionarse
libremente entre sí. Aparejado a este derecho se hallan otros más concretos como el derecho al
comercio o el derecho a la emigración […].
La escuela jesuítica elaboró una propuesta más pragmática ante la realidad de los nuevos
estados. Luis de Molina (1535 – 1600) y Francisco Suárez (1548 – 1617), aunque siguen
muchos aspectos de las teorías de Vitoria, sitúan el derecho de gentes dentro del derecho
positivo consuetudinario, con lo cual prevalece la soberanía de cada estado sobre el ius gentium.
El derecho internacional que vincula a los estados no supone una iniciativa “necesaria” ni
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 4
implica un compromiso inmutable, aunque sí es conveniente para el bien común universal. Las
relaciones internacionales, por tanto, son anárquicas y se estimulan por los intereses particulares
de los estados.
Desde una óptica calvinista, el holandés Hugo Grocio (1583 – 1645) llegó a conclusiones
parecidas. Siguiendo a Vitoria y a Suárez, halló en el marco normativo que generaban los
tratados suscritos entre los estados un principio de “ley internacional” que podía colaborar en
el mantenimiento de la paz. Era una respuesta práctica al consustancial enfrentamiento que
animaba a las monarquías absolutas y un medio de regular las apetencias coloniales que
perseguían las grandes potencias europeas […].
[…]
(BENNASSAR, 337 – 338)
La discusión teórica
[…] Los protestantes primero, y después los católicos, intentaron justificar su rebelión contra
el poder legítimo por medio de una argumentación lógica, basada en antiguas referencias,
escriturarias o históricas. Este gran movimiento de ideas dio lugar a innumerables libelos, a
eruditos tratados y a largas controversias […].
a) En primer lugar es una crítica al absolutismo, a medida que éste tendía a
afirmarse, lo que se encuentra en estos escritos. Se apoya, como François Hotman
en la Franco – Gallia (1573), en argumentos históricos: la monarquía es electiva y
el consentimiento del pueblo es necesario; los estados generales deben
recuperar su papel de consejero natural y de defensor de la costumbre. Por lo
demás, “los magistrados han sido creados para el pueblo, y no el pueblo para los
magistrados”, lo que implica una especie de contrato que obliga a las dos partes. Se
defiende el derecho a la insurrección cuando el poder ya no se ejerce por el
bien común, sino que degenera en tiranía. Es entonces cuando los Grandes y los
estados tienen que presionar sobre el soberano para que corrija su acción. De todos
estos escritos surge el rechazo a la centralización y el deseo de preservar los
privilegios locales. Pero la propia monarquía nunca es rechazada como forma
normal del poder.
b) Después de 1584 la discusión se centra en el problema de la sucesión. Mientras los
protestantes se convierten en defensores de la legitimidad de Enrique de Navarra,
los teólogos y los pensadores de la Liga justifican su rechazo. A veces se rechaza la
Ley Sálica por ser de reciente introducción (argumento de los españoles) o bien se
recurre al poder pontificio que excomulgó a Enrique de Navarra y desligó a sus
súbditos de todo vínculo de vasallaje, o bien se apela al consenso popular que exige
un rey católico. La conversión de Enrique IV anula algunos de estos argumentos,
pero muchos católicos esperarán la absolución pontificia (septiembre de 1595) para
reconocer al rey legítimo y algunos miembros recalcitrantes de la Liga persistirán
en su rechazo.
Finalmente, los escritos políticos plantean también el problema del tiranicidio. Si bien
todos están de acuerdo en considerar que el poder procede de Dios, las opiniones divergen sobre
la actitud que hay que tener frente al mal ejercicio de la autoridad legítima, en particular cuando
se cuestionan los “derechos de Dios”. Teodoro de Beza rechaza las rebeliones particulares,
pero los protestantes, después de San Bartolomé, parecen aceptar […] la rebelión colectiva,
dirigida por los demás poderes del Estado (príncipes, magistrados, cuadros intermedios). Los
miembros de la Liga iban más lejos, reconociendo la legitimidad del tiranicidio cuando “el
pueblo” rechaza al soberano: éste no es más que una persona particular, privada de la protección
divina […].
Si bien se puede ver en estos escritos de circunstancias los gérmenes de ideas futuras sobre
la naturaleza del poder y sus límites, conviene no exagerar […]. En el momento culminante de
la crisis [sucesoria francesa], en 1576, Jean Bodin, en la República, daba una definición estricta
de la soberanía absoluta, única, inalienable y perpetua y exaltaba la superioridad de la
monarquía, en la que reside por completo (la soberanía), concentrada en una sola persona.
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Tema 5: La civilización del Renacimiento
0.0. Sumario
5.1. Cultura de elites y cultura popular. El peso del analfabetismo
5.2. La enseñanza y las universidades. La fuerza de la escolástica
5.3. Los conceptos de Renacimiento y Humanismo. Características y factores de difusión
5.4. Italia y otras realidades europeas
5.5. Límites y disgregación del Renacimiento
5.6. Ciencia y técnica en los siglos XV y XVI
0.1. Bibliografía
BENNASSAR: Historia Moderna, Tres Cantos, Ediciones Akal, 2005, p. 69 (Bennassar –
Jacquart), 76 – 82 (Bennassar – Jacquart), 86 (Bennassar – Jacquart), 93 (Bennassar – Jacquart),
98 – 99 (Bennassar – Jacquart) y 291 – 294 (Bennassar – Jacquart).
FLORISTÁN: Historia Moderna Universal, Barcelona, Editorial Ariel, 2002, p. 55 – 70
(Rodríguez – San Pedro) y 311 – 312 (Villas).
RIBOT: Historia del Mundo Moderno, Madrid, Editorial ACTAS, 2006, p. 141 – 148 (Egido).
0.2. Lecturas recomendadas
BENNASSAR: Historia Moderna, Tres Cantos, Ediciones Akal, 2005, capítulo 2 (Bennassar –
Jacquart).
FLORISTÁN: Historia Moderna Universal, Barcelona, Editorial Ariel, 2002, capítulo 2
(Rodríguez – San Pedro).
5.1. Cultura de elites y cultura popular. El peso del analfabetismo
(RIBOT, 141 – 148)
6. Las culturas
[…]
A. Dos culturas: la popular y la de las elites
La creencia […] de que los tiempos incluidos en la modernidad supusieron un “progreso”
lineal en el universo cultural es una apreciación que debe matizarse. Sólo minorías muy
reducidas se enteraban de las mutaciones profundas que se estaban produciendo en los
sistemas de conocimiento y en el mundo de las artes y de las ciencias, no tan diferenciadas
en sus “especialidades” como dejan suponer tratamientos históricamente anacrónicos. La
inmensa mayoría de la población, no debe olvidarse que agraria y rural incluso en los países
más urbanizados, siguió inmune a las costumbres y anclada en los hábitos heredados.
Al igual que su universo sacralizado permaneció inmutable, y en mayor medida si cabe, su
cultura no se vio afectada por las elites, desde los humanistas hasta los ilustrados, empeñados
en denigrar como ignorantes los comportamientos que no se adecuaban a sus convicciones y
programas de aculturación […].
La historiografía actual está revisando con atención […] creciente ese otro mundo de las
permanencias apenas alteradas. Viven en sus convicciones entre mágicas y naturales, con
referencias y medidas que nada tienen que ver con el copernicanismo, convencidos de las
derrotas del Sol que marca los días, las noches, las estaciones, los tiempos de sementera y de la
cosecha.
Los medios de comunicación y de transmisión de sus “saberes” no son los escritos por la
sencilla razón de que valoran más la palabra, incluso para los contratos, que la letra. La
tradición oral, la conversación, la memoria, son instrumentos sin alternativa. Por eso, lo mismo
en España que en Alemania, el refrán o el sprichtwort constituye una especie de suma de
sabiduría aplicable a casi todo. En esta cultural oral, el sermón es un medio de información, de
formación, de catequesis y de propaganda insustituible y que explica la atención otorgada tanto
Javier Díez Llamazares
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por los protestantes (religión no sólo del libro sino también de la palabra) como por los
católicos, siempre empeñados en su reforma.
La lectura sólo es indirecta. De poco sirve, desde la posibilidad cultural, la liturgia
obligatoria, puesto que las misas católicas se celebran en latín, ininteligible para el pueblo, en
contraste con las innovaciones de la Reforma. Más eficaces son los libros de devoción, los
almanaques, la literatura equivalente a pliegos de cordel, a coplas de ciego, tan denostadas
por las elites y que se leen por los pocos que pueden hacerlo pero que se escuchan por todos,
incluso en ámbitos rurales.
La cultura popular, por tanto, y a despecho de las campañas de los humanistas, empeñados
en atraer a todos hacia su cultura, propalada como valor social por una república de letrados que
no podía esgrimir, en principio, los títulos de nobleza y de riqueza, tardaría mucho tiempo en
sentir la necesidad de leer, menos aún de escribir y, todavía menos, de contar con signos
escritos.
B. Analfabetismo, lectura y escritura
La cultura del libro y del escrito, en efecto, tiene una historia difícil. La imprenta fue un
avance tecnológico, industrial, cultural, mental, revolucionario en el más estricto sentido de lo
que hoy puede entenderse como revolución integral que afectó a todos los órdenes, desde el
económico hasta el ideológico. Pero su capacidad multiplicadora y su producto, el libro, se
encontraron con barreras que, si no podían impedir su presencia, frenaron y retrasaron algunas
de sus posibilidades de circulación.
Por de pronto, los poderes civiles y eclesiásticos, sabedores de los peligros de la libertad de
producción y las ventajas de su control, no tardaron en establecer monopolios, en convertir a
la imprenta en una especie de regalía con todas las censuras estatales, religiosas e inquisitoriales
que lanzaron, casi desde el principio, a los impresos subversivos o sospechosos por las vías de
la clandestinidad cuando no los redujeron al ámbito limitado de las copias manuscritas. Más
peso tuvo en dificultar el acceso generalizado al libro la elevación de sus precios,
estableciéndose de nuevo la relación directa entre riqueza y posibilidad del libro, convertido, de
esta suerte, y durante largo tiempo, en objeto casi de lujo. Los mismos formatos, en cuarto o
en folio, actuaron como elementos disuasorios. Por eso, hasta que en el s. XVIII no cambien las
formas externas, se extienda la costumbre de libros de tamaño menor (de bolsillo) u ofrecidos en
entregas (en fascículos), y no se abaraten sus precios, la presencia del libro será escasa,
reducida a determinadas bibliotecas institucionales (que tienen que encadenarlos para su
seguridad) en la mayor parte de las circunstancias.
Con todo y con eso, el muro auténtico que limitó la cultura del libro a ciertas elites fue la
incapacidad infraestructural de su lectura: el analfabetismo […].
Con el presupuesto (bastante gratuito a veces) de que el escribir presuponía capacidad para la
lectura, y de que firmar, al menos el firmar con ciertas formas, equivalía a saber escribir,
numerosos investigadores se han lanzado a la aventura de detectar la frontera entre el
analfabetismo radical y la alfabetización. Fuentes notariales, fiscales, judiciales, parroquiales,
inquisitoriales, permitían seguir estos caminos, a veces vericuetos, del acceso al leer y al
escribir. Resumiendo algunas de las conclusiones de tantos trabajos monográficos y minuciosos
[…], puede pensarse que Europa y sus colonias registraron un avance lento, que hay que saber
valorar por tantas dificultades como había que superar, en su alfabetización.
[…]
Chartier trata de esbozar el mapa europeo a tenor del grado de alfabetización creciente: las
zonas más alfabetizadas se sitúan en el norte y en Alemania; las regiones del analfabetismo en el
sur y en Europa oriental […]. Hay que esperar, para llegar a conclusiones menos frágiles
[basadas en los estudios de la gente que sabía firmar], que se analicen otras fuentes (las
cualitativas son valiosas) y se atienda a métodos que completen a los hasta ahora empleados.
De todas formas, no puede admitirse la correlación exacta entre firmar y leer. Para salvar
este vacío, y acercarse más a la realidad de la lectura, se está estudiando la presencia del libro
entre sus propietarios y, presumiblemente, usuarios o lectores […].
Los resultados [obtenidos a partir de, entre otras, las fuentes protocolarias de los
inventarios], si no se conociesen por otro tipo de documentación[, como el retrato de la casa de
Tomás Moro por Holbein,] son los esperables […]. El libro no abunda en las casas. Entre
Javier Díez Llamazares
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tantos inventarios como se han sondeado, la media del s. XVI en la mayor parte de las ciudades
no arroja porcentajes superiores a la presencia de libros […], más que en un 20 – 25 % […]
salvo Canterbury (33 %) y poco más entre las estudiadas […]. La presencia, tanto de
propietarios como de unidades de libros, aumenta a medida que se avanza hacia el s. XVIII […].
Dentro de la anarquía de los datos, cabe distinguir, de nuevo […], el abismo que, también en
la posesión de libros media entre la ciudad y el campo, donde (y cuando) aparecen raramente lo
hacen sobre el 3 % de los inventarios.
En cuanto a la cantidad también hay que establecer el criterio de la riqueza y de la
profesión. La nobleza, incluso la española, poseía, además del armario – archivo de los
documentos justificantes de sus títulos y rentas, y no de forma excepcional, bibliotecas muy
considerables […]. Desde otro punto de vista, los inventarios que constatan la existencia de
libros en manos privadas suelen corresponder a profesionales del derecho, de la medicina, de
la religión: la mayoría de sus títulos, contados, son auxiliares para el ejercicio de su función
respectiva. Pero hay otros inventarios o índices que no aparecen en la documentación de las
escribanías: son los catálogos de bibliotecas de selectos, más abundantes en la Ilustración, de
universidades e instituciones anejas como los colegios mayores, o de monasterios y conventos
[…].
Por último, en Europa y sus colonias, es preciso tener en cuenta las diferencias
confesionales también en la posesión y lectura de libros. Dada la ayuda que la imprenta prestó a
la expansión y afianzamiento de la Reforma de Lutero […] se ha generalizado sobre el amor al
libro, a la palabra de Dios escrita, en el protestantismo […]. Sin embargo, no parece que el
primer luteranismo, al igual que el calvinismo, incrementasen perceptiblemente el número de
lectores, ni siquiera la afición a la lectura, fenómenos ambos que se registraron con el
puritanismo y con los pietismos posteriores, cuando la memorización y la lectura repetitiva
llevada a cabo por párrocos y pastores se convirtió en lectura casera, familiar e individual,
incluso silenciosa […].
Al fin del Antiguo Régimen […], se han producido cambios sustanciales cuantitativos y
cualitativos. Desde el punto de vista de la producción, las imprentas facilitan (porque se
demanda) una oferta más variada, en la que el predominio de lo religioso va cediendo en
beneficio de las artes, de las ciencias, de las letras y de los oficios útiles. La “Enciclopedia”
es un modelo, además de instrumento de propaganda, de los objetivos, ideales y preocupaciones
de las elites. Se imprime más y mejor, y se divulga la forma moderna de comunicación de los
saberes, hay que insistir en que enciclopédicos, a través de las publicaciones periódicas,
combativas con frecuencia. Y aparece o se afianza la “mujer lectora” en casa, en los
gabinetes de lectura, en los retratos en que se exhibe con las obras del patriarca de la Ilustración,
Locke, como ornato.
Es posible que la mutación más decisiva, aunque pueda parecer sutil […], sea la superación
de los miedos a la lectura por la conciencia de la necesidad de leer (el escribir tendrá que
esperar algo más). Porque en algunos países (no sólo en España), por recelos xenófobos,
misoneístas, ortodoxos, se había fabricado todo un sistema orientado a sembrar el miedo a la
lectura y a ver el libro como enemigo peligroso […].
C. Hacia la secularización de la cultura
[…] Por el momento, baste recordar que lo que se suele considerar como “progresos”
culturales en el más amplio sentido de la palabra no se podían registrar en instituciones
sacralizadas como eran los colegios de primeras y segundas letras o de “gramática”, casi
siempre regidos por clérigos y orientados hacia la formación clerical, o como podían ser las
universidades en su inmensa mayoría, y en las que aunque no hubiese ya controles papales o
episcopales, y dependiesen del poder civil, seguía perviviendo la convicción de la servidumbre
del resto de las facultades a la de teología y estaban para proveer de funcionarios,
imprescindibles para la burocracia civil y eclesiástica de los Estados.
Las innovaciones, la nueva sensibilidad cultural, llegarían por otros cauces: por las
academias humanistas, las reales academias de los absolutismos o de las sociedades inglesas,
los amigos del país asociados, los centros especiales arbitrados por la Ilustración para los
oficios útiles, [etc.] […]. Ahora bien en este cambio de sensibilidad tuvieron un protagonismo
incuestionable personas privilegiadas y capaces de romper con el universo mental, con
Javier Díez Llamazares
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TEMA 5
principios, métodos y conclusiones que se creían inalterables. La llamada “revolución”
científica, de hecho, se identifica con nombres, desde Copérnico, Galileo, Bacon, Descartes,
Newton, los ilustrados insignes […].
El proceso fue complejo. En él se perciben, cómo no, pervivencias de mentalidades y
sistemas heredados. Hay una mezcla de ciencia nueva y de magia difícil de alejar […]. El
vehículo de sus teorías […], incluso, y por mucho tiempo, será el latín, convertido después en
agarradero del reaccionarismo antiilustrado. Entre éstas, y otras, herencias, se fue introduciendo
la autonomía del pensar, del razonar, del experimentar, como método y objetivo de la filosofía y
de las ciencias, menos diferenciadas entonces que después de la modernidad. Quizá este
elemento de secularización, de desvinculación de la revelación y de la razón, fuera el paso
decisivo […].
Para llegar a ello fue necesario destruir la escolástica, […] y que, contra lo que suele
decirse, era algo más que un método. Era un estilo de pensamiento basado, por una parte, en la
dialéctica sutil y en la autoridad correspondiente; una visión del universo (el terreno y el
celestial); la summa armónica de todos los conocimientos habidos por esos caminos, no por los
de la crítica y de la experimentación.
El Humanismo, más platónico que aristotélico, no ocultó su hostilidad, al igual que lo haría
Lutero, desde su agustinianismo, contra una especie de sistema en el que no cabía la Escritura
como norma y que se había diluido en escuelas similares a las sectas, con sus odios mutuos, con
su lenguaje críptico, con sus divertimentos […] plagados de sutilezas estériles y sin nada que
ver con la realidad […].
No desapareció en el s. XVI, y hasta la ortodoxia luterana se vio envuelta en sus redes.
Tardaría en ser relevado este universo moral por otros más modernos […].
5.2. La enseñanza y las universidades. La fuerza de la escolástica
(FLORISTÁN, 311 – 312)
2.2. El sistema educativo
Como era previsible, los fundamentos, formas, niveles y resultados de la educación estaban
relacionados con las ideas, los intereses y el poder relativo de cada uno de los grupos sociales.
Los diferentes niveles y grados de conocimiento eran una fuente de supervivencia personal, de
prestigio social y de acceso a una determinada cuota del poder que ostentaba, cada vez más
exclusivamente, la Monarquía Absoluta y sus ministros.
El pueblo se contentaba con unos rudimentos de doctrina cristiana, que no iban más allá
de unas breves oraciones e invocaciones a la divinidad, complementados en el plano pragmático
con el conocimiento de las técnicas artesanales para los varones, y con las habilidades precisas
para el gobierno de la casa en el caso de las niñas. El dominio de la lectura, la escritura y las
cuatro reglas aritméticas básicas implicaba un cierto grado de preeminencia dentro del grupo
popular y se encontraba más extendido en las ciudades que en el campo. Este nivel inferior de la
enseñanza estaba al cargo de los maestros de primeras letras, por lo que se refiere a la
oración, lectura, escritura y operaciones aritméticas, mientas que las destrezas profesionales las
transmitían los maestros gremiales.
La pequeña burguesía tenía acceso a un grado de conocimiento bastante superior al de la
masa popular, un saber que le proporcionaban los preceptores privados y las cátedras de
latinidad. Este nivel (que podríamos calificar como una enseñanza media), les suministraba
toda la instrucción necesaria para sus negocios y, a veces, les dotaba de una preparación
imprescindible para acceder a los estudios universitarios, que eran la culminación de todo el
sistema educativo y la fuente de los conocimientos imprescindibles para reproducir el saber
antiguo y tradicional o para alumbrar uno nuevo.
Se ha escrito que la Ciencia Moderna nació al margen y, en muchas ocasiones, enfrentada a
la Universidad. Pero esta afirmación debe ser matizada porque aun siendo fundamentalmente
cierta tan sólo contiene una parte de verdad, pues para acercarse a la realidad científica barroca
hay que distinguir claramente entre “conocimiento” e “innovación”. El primero sólo podía ser
adquirido dentro del ámbito universitario, pero es cierto que para superar el nivel de la ciencia
Javier Díez Llamazares
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oficial había que salir del entorno académico e introducirse en alguno de los grupos o
instituciones que se constituyeron al margen de aquél.
El esquema académico oficial se estructuraba en cuatro niveles, que se presentaban
netamente definidos en cuanto a su jerarquía. En la base se hallaban las “facultades menores”
(llamadas facultades de Artes), donde se estudiaban el “Trivium” (Lógica, Retórica y
Gramática) y el “Cuadrivium” (Matemática, Geometría, Música y Astrología, complementado
en esta época con nociones de Óptica). Se trataba de unas disciplinas simplemente
“propedéuticas”, es decir, que tan sólo servían como preparación para los estudios superiores
propios de las “Facultades Mayores”.
Tras cursar las asignaturas citadas, para lo cual bastaba con asistir a las lecciones pero sin
necesidad de examinarse de ellas, se obtenía el grado de “bachiller en artes”, un título que
autorizaba a su poseedor a continuar el currículum académico o, alternativamente, a buscarse
profesionalmente la vida impartiendo clases como preceptores o en las escuelas de latinidad del
nivel preuniversitario. El segundo nivel universitario lo constituían las Facultades de
Medicina, donde se impartía un saber “cuasi técnico” y en el que ya habían empezado a dotarse
las Cátedras de Anatomía y de Cirugía, aunque la disección de cadáveres solía encargarse a
barberos porque implicaba trabajo manual, que, en general, era rechazado en el ambiente
universitario. Las cátedras de las anteriormente mencionadas facultades menores, de Artes, se
ocupaban por médicos que habían obtenido el grado de doctor.
Inmediatamente por encima de la Facultad de Medicina se situaban las Facultades de
Derecho: Canónico y Civil (que podían aparecer conjunta o separadamente o existir sólo una
de ellas), y que eran el semillero de la burocracia constituyente de la columna vertebral del
Estado Moderno y en las que también se preparaban los futuros miembros del episcopado,
mucho más ocupados (salvo raras excepciones) en definir cuotas de poder entre la Iglesia y el
Estado que en la reforma doctrinal. Porque el dominio del Derecho, junto al conocimiento
teológico, que se obtenía en las Facultades de Teología (las de mayor prestigio sin duda
alguna), era esencial para hacer carrera eclesiástica de obispo en adelante, pues las escalas
inferiores del clero, incluido el presbiteriado, no necesitaban de la Universidad, ya que les
bastaba la formación impartida en los seminarios, una mínima base religiosa que ni siquiera era
exigida para recibir las órdenes menores.
La lógica interna de tal modelo universitario parecía incontrovertible: la Teología
estudiaba el Ser Divino (fuente de todo poder y conocimiento), y fundamento del sistema
eclesial, político, social y científico. Acercándose intelectualmente a Dios, principio y fin de
todo lo creado, se entenderían las reglas que Él había implantado en el momento de crear el
mundo, por lo cual el conjunto de los saberes descansaba en la Teología con lo que se cerraba
de forma armónica el círculo del conocimiento necesario […].
(BENNASSAR, 69)
[…]
[…] Esta extenuación de la Escolástica se acentuaba aún más por la enseñanza impartida en
las universidades, que se apoyaba en la lectio, el comentario (generalmente tomado de un autor
medieval) y la disputatio, simple ejercicio de habilidad verbal.
[…]
5.3. Los conceptos de Renacimiento y Humanismo. Características y factores de
difusión
(FLORISTÁN, 55 – 58)
1. Humanismo y Renacimiento
1.1. El Renacimiento como recreación de una edad de oro
Aunque la terminología académica suele aclarar y simplificar al mismo tiempo, no cabe duda
de la fortuna conseguida por algunos conceptos históricos como el de Renacimiento. En el
inconsciente personal esta palabra nos evoca una pletórica recreación de la Antigüedad clásica
en literatura, pensamiento, arte, actitudes y comportamientos en lugares y tiempos concretos,
particularmente de Italia. Y es este proyecto de revivir la Antigüedad, el convertirla en molde de
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 5
un mundo nuevo, el que presta su fisonomía más definida al llamado Renacimiento. Los
problemas se presentan al expandir su significado a la totalidad histórica de una época e intentar
transferirlo desde las minorías cultas al conjunto social. En este sentido, el Renacimiento forma
parte de las periodizaciones estructurales, que han diseñado etapas definidas y caracterizadas
para la cultura, la filosofía, las mentalidades, la expresión artística y los estilos de vida.
Pues bien, si queremos aplicar el término con este matiz de cultura de época debemos
situarlo, a efectos meramente pedagógicos y en un primer intento, entre el s. XIV y mediados
del s. XVI, con antecedentes, amplitud y pervivencias variables según los países. Por otro lado,
sus creaciones deberán vincularse a minorías urbanas en contrapunto con mayorías
asentadas en la tradición medieval. Además, convendrá distinguir entre los conceptos de
Renacimiento y Humanismo. El primero es más amplio y tiende a abarcar la diversidad de
perspectivas y actitudes vitales, mientras que el de Humanismo se refiere más directamente al
resurgir de las letras clásicas antiguas y de los valores culturales a que dieron origen.
Conviene advertir, no obstante, que la precisión de esta terminología ha venido cristalizando
en un dilatado proceso. En líneas generales, el interés por el Renacimiento como cultura de
época se inicia a mediados del s. XIX, tras una etapa de admiración medieval propia del
romanticismo. El autor más significativo será Jakob Burckhardt, cuya Cultura del
Renacimiento en Italia (1860) se centraba en reivindicar para la época la individualidad y el
espíritu laico. Para este autor, la quiebra entre Edad Media y Renacimiento resultaba evidente y
se producía a mediados del s. XV. Burckhardt contrapone la afirmación individual renacentista
a los valores colectivos medievales, con sus lazos de sangre, familia y territorio. De este modo,
el Renacimiento será sinónimo de Modernidad, e Italia el foco difusor de las nuevas
actitudes. Estas hipótesis de Burckhardt tenían precedentes en algunos eruditos y artistas
italianos de los siglos XIV – XVI […], que hablaron del “despertar” de su época, de una nueva
“edad de oro” contrapuesta a la “edad oscura” del Medievo.
En el primer cuarto del s. XX los medievalistas tienden a rechazar las fáciles
contraposiciones entre Edad Media y Renacimiento; y autores como C. H. Haskins […]
plantean la diversidad en la propia Edad Media, ya que desde el s. XII se aprecian claras
renovaciones educativas e interés manifiesto por los autores clásicos. Otros, incluso, remontan
un primer renacimiento a la etapa de Carlomagno (s. VIII), con sus logros artísticos y literarios.
Asimismo, eruditos como E. Gilson negaron originalidad a la filosofía renacentista, y la
interpretaron como un mero despliegue evolutivo de escuelas anteriores, al considerar que
aspectos del racionalismo e individualismo podían encontrarse a lo largo del Medioevo tardío.
Una vez borradas las nítidas diferencias entre Edad Media y Renacimiento, hubo estudiosos
que consideraron a éste como un declive o epílogo de aquélla […].
Por otro lado, frente a Burckhardt, que había centrado el verdadero Renacimiento en Italia,
fue configurándose la conciencia de un Renacimiento nórdico, no paganizante sino cristiano,
una de cuyas figuras más significativas sería Erasmo. De este modo se tendían puentes entre el
Renacimiento y las Reformas religiosas, en un panorama de imbricaciones a lo largo de los
siglos XV y XVI. Con todo, la fecundidad evidente del Renacimiento italiano contaba a su favor
con el sustrato cultural e incluso material de la vieja Romanidad, mientras que tradiciones
culturales distintas en otros países europeos podía ofrecer ciertas resistencias y reelaboraciones.
Entre los autores de finales del s. XX, Peter Burke ha subrayado la necesidad de
considerar el Renacimiento no como un período concreto, sino como una dinámica
expansiva en amplio contexto. Lo ocurrido [a partir del s. XIV, inicialmente en Florencia]
[…], debe situarse en una trayectoria de cambios a largo plazo, entre el año 1000 y el 1800. Los
europeos de estos siglos, una vez superado el paréntesis ruralizante de la Alta Edad Media,
redescubrían problemas ya planteados en la cultura grecorromana. En este marco general, el
Renacimiento clásico correspondería a la secuencia temporal intermedia [(siglos XIV – XVI)].
Para estos hombres, las letras clásicas y los modelos antiguos representaron la posibilidad de
nuevas actitudes ante el mundo. Posteriormente, los siglos XVII y XVIII aportarían otros
matices a parecidos problemas.
Respecto al Renacimiento español conviene indicar que ya desde el s. XIX no fue
reconocido por la historiografía alemana dependiente de Burckhardt. A su pretendida existencia
se oponían las raíces judías y musulmanas de la Península, así como la leyenda negra sobre la
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 5
Inquisición, Felipe II y la Contrarreforma […]. No obstante, la historiografía liberal lo
reivindicó, si bien acortando su duración en el tiempo [hasta la década de los años treinta del s.
XVI, según un estudio de Marcel Bataillon] […].
En la segunda mitad del s. XX, autores como Miguel Batllori han tendido a vincular
estrechamente el Renacimiento con el movimiento intelectual de los humanistas. En este sentido
se podría hablar de una corriente hispánica, ya desde finales del s. XIV en la Corona de Aragón
y a lo largo del s. XVI.
1.2. Características del Humanismo renacentista
El Humanismo, con su nueva vivencia y actitud ante el mundo, características de la etapa
renacentista, intentará liberarse de los constreñimientos ascéticos y religiosos de la cultura
eclesiástica de la Edad Media. Comportaba una revalorización de la nobleza de lo humano
propiamente dicho, sus valores y capacidades, así como una apuesta de inserción en la
“ciudad terrena”. Y ello, frente a la exaltación de los valores últimos, la “fuga mundi”
monástica, la “ciudad de Dios” o los afanes de salvación radicalmente manifiestos en siglos
anteriores. No obstante, conviene precisar que no se produjo una contraposición entre
Antigüedad y Cristianismo, sino intentos de concordia y síntesis, como los de Nicolás de Cusa
(1401 – 1464) o Pico della Mirandola (1463 – 1494). Los clásicos grecorromanos se
convirtieron en modelos universales, que deben ser incorporados a la herencia cristiana. Porque
no hay que olvidar que “armonía” y “unidad” serán referencias clave de la cosmovisión
humanista.
Y es que el Humanismo, al tiempo que por su interés erudito en las letras clásicas y la
filología, debe entenderse como un nuevo modo de vivir, que subraya la inserción del hombre
en el mundo, la actitud estética, la ética y la cortesía social. Se busca conciliar acción y
contemplación, al tiempo que un ideal de hombre completo y polivalente. Por ello, otros rasgos
importantes de la actitud humanista serán la “virtus” (valor, energía, audacia viril, integridad),
la preocupación por la fama, y el “amor” como progresiva transposición de niveles hacia la
belleza en sí […]. Al mismo tiempo, en el Humanismo se percibe un sentido aristocrático,
minoritario, de jerarquías intelectuales o de círculos de iniciados. Lo caracteriza un cierto
distanciamiento y una contención individual, frente al talante pasional, emotivo, vitalista de
la llamada “cultura popular”
Estos postulados adquirieron una evidente expresión en las artes plásticas, con sus ideales de
proporción y armonía. Manifestaciones visibles y costosas, urbanas y monumentales, que no
pueden ser entendidas sin el mecenazgo […]. Es el sereno equilibrio del espíritu clásico que
caracterizará al primer Renacimiento […].
El Humanismo también se verá estimulado y favorecido por la nueva “cultura de la
imprenta”, que aumenta la posibilidad de información, amplía los horizontes mentales,
favorece la reflexión individual y, en consecuencia, una mayor actitud crítica ante los estilos de
vida tradicionales y las autoridades constituidas.
En su actitud con respecto a los poderes, los humanistas también se volvieron hacia los
clásicos. El modelo lo constituía el ciudadano activo e independiente de una república. Se
trataba de un humanismo civil, con ecos en las ciudades libres de Italia o de Alemania […]. Sin
embargo, la Monarquía era institución característica en los países europeos. Frente a las
arbitrariedades posibles, muchos humanistas retomaron ante ellas los modelos estoicos del
senequismo: serenidad y entereza ante la tiranía, como virtudes más propias de súbditos que de
ciudadanos.
Finalmente, el Renacimiento humanista tuvo también un lado oscuro, y algunos de sus
representantes se adentraron en terrenos de lo marginal, lo supersticioso y lo hermético. En
ciertos casos, estos aspectos no quedaban lejos de la filosofía natural y los balbuceos científicos.
(BENNASSAR, 76 – 82)
Las posiciones del humanismo
[…]
a) El Humanismo es, en primer lugar, una estética, en la medida en que la contemplación
de la belleza es un medio superior de conocimiento de lo real. Lo que es bello,
armonioso, equilibrado, está más cerca de lo divino […].
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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De todas las bellezas de la naturaleza, la belleza humana es la más próxima a este ideal
estético. Por eso el artista concederá su mayor dedicación al estudio del cuerpo humano,
imagen reducida del mundo e imagen de Dios, y a la descripción de los sentimientos y
pasiones humanas […].
b) Si bien el arte es un medio de conocer los misterios de la naturaleza, y un medio
superior, no por eso se descuida la ciencia. El Humanismo empieza a poner las bases
de un método científico, pero este esfuerzo no llega a culminar. Los resultados
obtenidos en los diversos terrenos siguen siendo fragmentarios, porque la admiración
por los grandes sabios de la Antigüedad paraliza una investigación que llegaba a
resultados diferentes […]. Añadamos la imperfección de los instrumentos de que
disponían los hombres en esa época […].
[…]
Finalmente, el balance parece bastante pobre. El gran siglo de la ciencia es el s. XVII.
Es cierto, sin embargo, que el Renacimiento enriqueció el corpus científico legado por
la Antigüedad y estimuló la observación y la experiencia, abriendo así el camino a
Galileo y Descartes.
c) Siendo el hombre el centro de la reflexión humanista, ésta elabora, naturalmente, una
ética, a la vez individual y social. La moral humanista reposa en un optimismo
fundamental: el hombre, criatura privilegiada, es bueno por naturaleza y está dispuesto a
conformarse al plan divino […]. Por consiguiente, la moral individual es el respeto a sí
mismo, la obediencia a las aspiraciones buenas y naturales que cada uno descubre en sí
mismo y la sublimación de las pasiones materiales. También consiste en el respeto de
los demás y de sus propias aspiraciones.
[…]
Trasladada al plano colectivo y social, esta moral individual se vincula a todo lo que
preserve la libertad, a todo lo que permita una elección razonada del Bien […].
[…]
d) Pero el Humanismo, más allá de su esfuerzo por construir el Hombre, rodearle de
belleza y darle reglas de vida y medios para dominar el cosmos, desemboca en una
teología […].
Por mucho que admiraran la sabiduría antigua, estos hombres siguieron siendo
cristianos. Intentaron poner de acuerdo su visión de Dios y su concepción del Hombre
con la Revelación y las leyes de la Iglesia, cosa que no se realiza sin algunas
dificultades, algunas contradicciones, algunos contrasentidos. Pero el optimismo
fundamental ayuda a superarlos, hasta que la áspera lucidez de Lutero y las exigencias
de los teólogos tridentinos obligan a elegir.
Dado que el Amor es la forma superior de conocimiento, el Dios de los humanistas es
ante todo Amor […].
De estas premisas se desprenden dos consecuencias. La primera es una nueva
preocupación de que la Palabra se enseñe y se comprenda en su forma exacta. Al estar
las palabras, para estos “realistas”, unidas a las ideas que representan, a las esencias que
dan a conocer, conviene recuperar, utilizando los métodos de la filología clásica, el
texto más fiel de las Sagradas Escrituras […].
La segunda consecuencia es el desprecio de los humanistas por las discusiones de los
teólogos sobre los misterios divinos […] y la indiferencia respecto a las fórmulas
dogmáticas en las que se intenta encerrar las relaciones entre el Dios del amor y los
hombres […].
[…]
5.4. Italia y otras realidades europeas
(FLORISTÁN, 60 – 70)
2. Humanismo y cultura renacentista en Italia
2.1. Escenario y personajes
Javier Díez Llamazares
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La eclosión de la cultura renacentista puede situarse en los territorios del centro y norte de
Italia entre los siglos XIV y XV. El momento cronológico coincide con el afianzamiento de
ciudades – estado de cierta importancia y con pujantes intercambios comerciales con el
Mediterráneo oriental. En este marco, las ciudades libres italianas ocupaban espacios
intermedios en las esferas de influencia del Papado y del Imperio. Aunque no hay que pensar en
causalidades mecánicas, y el desarrollo económico no implica necesariamente efervescencia
cultural […].
El Renacimiento cultural de nuevas actitudes tampoco constituyó un movimiento rural, sino
claramente urbano. Interesó a tres minorías ciudadanas definidas. Primero a las oligarquías
dirigentes, que actuaron de mecenas: príncipes, prelados eclesiásticos y patricios. Segundo a
intelectuales, eruditos, secretarios, escribanos y pedagogos. Tercero a artistas plásticos,
reclutados entre el artesanado gremial. Familias de banqueros y comerciantes se encuentran en
el origen del estímulo cultural renacentista [(p.ej. los Médicis de Florencia)] […].
Posteriormente, en su expansión, la cultura renacentista y humanista se difundirá entre los
dignatarios civiles y eclesiásticos de las Monarquías emergentes; y, asimismo, se vinculará a
cortes, cenáculos y academias.
El retorno a lo romano clásico se encuentra en la base de los intereses renacentistas de
imitación de la Antigüedad. Lo romano más que lo griego, porque en Italia la tradición clásica
se presentía como algo cercano, y los humanistas redescubrían en los romanos a sus
antepasados. Por eso, para algunos humanistas, la recuperación literaria y artística formaba parte
de una empresa de mayor alcance: la restauración global de la Roma antigua. No obstante, al
situarse en un sistema socioeconómico y político sustancialmente diverso del romano, la
“restauración” no podía abandonar el ámbito de lo ilusorio[: en realidad, los humanistas de los
siglos XIV y XV se encontraban más cerca de la cultura bajomedieval] […].
La ambigüedad de los humanistas resulta evidente en materias de religión, pues en su mayor
parte pretendieron transformarse en romanos antiguos sin dejar de ser cristianos. En este sentido
no puede admitirse la interpretación decimonónica del carácter pagano del Humanismo italiano.
La imbricación entre Antigüedad y Cristianismo dio origen a verdaderos híbridos culturales
[…]. Los humanistas del Renacimiento pertenecieron a dos culturas y situaron sus pies en dos
orillas.
En muchas actitudes de los humanistas se descubren, asimismo, estas dualidades, modernas
y medievales al tiempo [(p.ej. El cortesano de Baltasar Castiglione)] […].
Las nuevas sensibilidades cristalizaron, originariamente, en territorios de Italia en los que
el legado de la cultura clásica se manifestaba de forma evidente. A costa de simplificar, cabe
referirse a cuatro centros especialmente dinámicos. El primero de ellos es la ciudad de
Florencia, que vive momentos de esplendor bajo Cosme de Médicis (1434 – 1464) y Lorenzo
el Magnífico (1469 – 1492) […]. Pero este apogeo se quebrará en 1494, cuando los valores de
la república resultaron ineficaces ante la invasión de Carlos VIII de Francia. Cayeron los
Médicis, y se produjo el contrapunto austero y radical de las predicaciones apocalípticas del
dominico Savonarola, un interregno político – religioso contrario al “paganismo” renacentista.
El reino de Nápoles constituyó un importante foco cultural en el cuatrocientos, con el
patrocinio de Alfonso V de Aragón (1442 – 1458) […].
La ciudad de Roma conformó otro núcleo renacentista evidente. Y aquí cabe destacar el
mecenazgo del Papado, que se sucede con los distintos pontífices […].
En Venecia la clase gobernante se identificó con un Humanismo republicano, paralelo a los
ejemplos clásicos de Roma o Atenas. Citaremos la renovación aristotélica llevada a cabo en la
Universidad de Padua, frente al neoplatonismo […]. Además, la dispersión de muchos artistas
tras el saqueo de Roma por las tropas imperiales en 1527 va a favorecer la consolidación de
Venecia como centro creador.
2.2. Los “Studia humanitatis”
La pedagogía humanista pretendía, como hemos visto, todo un ideal de hombre en plenitud
física, ética, estética y religiosa. Y los saberes a ello conducentes (los que posibilitarían mayor
humanidad) recibieron el nombre de Studia humanitatis. Se trataba de las cinco disciplinas
clásicas de gramática, retórica, poética, historia y filosofía moral; y el profesor de estos estudios
era llamado (desde el s. XV) “humanista” o bien “gramático” […]. En principio, y frente a la
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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tradición racionalista de la lógica formal medieval, se incide ahora en los valores formales del
lenguaje: la gramática y la retórica se retoman como formas de expresión del hombre en el
tiempo. De la intelectualidad abstracta y las inmutables verdades lógicas se pasa a un mayor
interés por las realidades prácticas, en el marco de nuevas sociedades urbanas que ponen
mayor acento en lo comunicativo cotidiano. Los Studia humanitatis et litterarum
perfeccionaban al hombre, por cuanto éste se diferenciaba de los animales dada su capacidad de
hablar y de distinguir el bien y el mal. Los estudios tendían, por ello, a concentrarse en las artes
de la palabra y en una ética aplicada.
Esto explica la preocupación formal por el latín, la lengua en que aparecen cifradas las
bonae litterae de la Antigüedad resurgida, que, de este modo, se convierte en instrumento
franco de la cosmópolis humanista. Pero no el latín vulgar y degradado de la Edad Media, sino
con pulimento y estilización, preferentemente sobre modelos ciceronianos […]. Por su dominio
latino, los humanistas se emplearon como secretarios de los príncipes y papas, de señores y
ciudades libres. Va desarrollándose, así, una literatura neolatina que intentará aproximarse a
todos los géneros literarios de Roma […].
Asimismo se revitaliza el conocimiento de la lengua griega, que comenzó a cultivarse en
clases particulares en la Florencia de finales del cuatrocientos. Se tradujeron al latín algunos
códices, y el interés se acrecentó con la participación de teólogos griegos en el Concilio de
Florencia (1439) y por la emigración de intelectuales a Italia tras la caída de Constantinopla en
poder de los turcos desde 1453.
La preocupación por el lenguaje se extiende al hebreo y al arameo, necesarios para la
interpretación del Antiguo Testamento y vinculados a intereses cabalísticos […].
Todo ello, y el coleccionismo de códices olvidados y curiosos, culminará en la creación de
importantes bibliotecas privadas [como la de los príncipes de Este] […].
La recuperación de los textos clásicos originales posibilitará mayor precisión en las
ediciones que la ofrecida por las traducciones medievales, fragmentarias, incorrectas y, a veces,
interpoladas […].
El Humanismo condujo, finalmente, a la recuperación de textos antiguos sobre medicina,
matemáticas o astrología, lo que servirá de cauce a nuevos intereses científicos (la filosofía
natural), técnicos y hermético/mágicos.
2.3. Pensamiento filosófico
En la base se mantiene el aristotelismo medieval de Santo Tomás de Aquino, conciliando
revelación y razón se reafirmaba la posibilidad de elaborar, a partir de la experiencia del mundo
sensible, por analogía y abstracción, un conocimiento conceptual del mundo que tendría
correspondencia con las realidades esenciales (“realismo”). Este aristotelismo tomista del s.
XIII retoñaría con pujanza durante el s. XVI, en el marco de la Reforma Católica.
[…]
La vertiente del aristotelismo averroísta[, donde encontramos a Pomponazzi,] separaba
también la filosofía de la fe, y postulaba la doctrina de la doble verdad, científica y religiosa.
Esta actitud se enseñó en las universidades italianas de Padua y Bolonia […].
La segunda corriente filosófica destacada en el Renacimiento la constituirá el platonismo[,
donde se sitúan Marsilio Ficino o Pico della Mirandola]. Hay que advertir que durante la
Edad Media el conocimiento de los escritos de Platón fue muy reducido. Apenas alguna
traducción latina del Timeo. Y, de este modo, el platonismo llegaba interpretado por las escuelas
místicas y espirituales del Pseudo – Dionisio y San Agustín. Frente a estas doctrinas
fragmentarias se redescubren ahora los textos originales de Platón en su variedad y, en 1421,
Leonardo Bruni traduce los Diálogos al latín. A este corpus se le unirá la estima de textos
neoplatónicos o “escritos herméticos” (s. II) de Hermes Trimegisto.
[…]
2.4. Innovaciones artísticas
Los intentos entusiastas de imitar a los antiguos alcanzaron a las artes plásticas que, por su
monumentalidad, constituyen uno de los aspectos más visibles del Renacimiento […].
[…]
De este modo, durante los siglos XIV al XVI se produjeron importantes innovaciones
artísticas en Italia. Se trabajaba en pequeños grupos o talleres, pero se destacaron numerosas
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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individualidades creativas [(p.ej. Filippo Brunelleschi en arquitectura, Donatello o Miguel
Ángel en escultura, y Leonardo da Vinci o Tiziano en pintura)]. Hay que tener en cuenta, no
obstante, que las artes plásticas carecían del prestigio de las artes liberales, por cuanto en la
sensibilidad de la época se correspondían con labores mecánicas.
2.5. Difusión del Humanismo
La expansión del Humanismo tendrá mucho que ver con una nueva pedagogía y con la
renovación de la enseñanza. La educación se proyecta como formación general que integre
actividades físicas, intelectuales y espirituales. En el fondo, late la conciencia idealista de un
hombre concebido como criatura divina y perfeccionable, desde el salvajismo de la niñez a las
sutilezas del cortesano humanista. Y, para ello, los autores antiguos proporcionan buenos
modelos a imitar.
Más que las universidades tradicionales, en la renovación humanista contribuyeron las
fundaciones de nuevo cuño. Surgieron Academias de letras clásicas, como las de Nápoles
(1440), Florencia, Roma o Venecia […].
Pues bien, tradicionalmente se ha considerado que estos usos culturales italianos del llamado
Renacimiento fueron posteriormente exportados y “difundidos” al resto de la Europa occidental.
No obstante, las nuevas interpretaciones hacen mayor hincapié en los aspectos de la
“recepción”; es decir, en los procesos y condiciones de recreación y transformación de
influencias. Al tiempo que los italianos recreaban a su medida la Antigüedad clásica y hacían
“propuestas”, los europeos les imitaron, reinterpretando a su vez los modelos, según sus
necesidades, circunstancias y posibilidades de recepción. Se rompe, de esta manera, la dualidad
establecida entre una Italia innovadora y una Europa receptiva de forma meramente pasiva y
subordinada.
Dicho esto, cabe referirse ahora a los cauces por los que se produjo la difusión cultural
anteriormente considerada. En primer lugar los viajes y visitas a la península italiana. En este
sentido continuaron los de clérigos, peregrinos y comerciantes, característicos de la Baja Edad
Media. Se incrementaron los de soldados y diplomáticos. Prosiguieron los de universitarios
especializados, que acudían a los estudios jurídicos de Bolonia o a la medicina de Padua […].
Lo hicieron también otros eruditos e intelectuales, por diversos motivos […]. Asimismo, la
atracción de Italia condicionó el viaje de artistas […]. Incluso las guerras de Italia […]
terminaron favoreciendo la fascinación y difusión del Renacimiento.
Notable fue también la emigración contraria, hacia territorios europeos, de humanistas y
artistas italianos, sobre todo entre 1430 y 1520, y con fuerte intensidad a finales del
cuatrocientos. Entre las causas pueden encontrarse de todo tipo: actividades diplomáticas,
invitaciones y mecenazgo, búsquedas de promoción o simplemente curiosidad y aventura,
cuando no huidas y exilios políticos o religiosos. La emigración y la acogida se favoreció por la
escasez de humanistas autóctonos, situación que fue atenuándose con el tiempo, al recibir
formación clásica las nuevas generaciones. Esta situación hizo ya innecesarios a los italianos
[…].
La imprenta de tipos móviles fundidos no fue inventada hasta la década de 1440 por el
alemán de Maguncia Juan Gutenberg. Por ello, no ejerció influencia en los inicios del
Renacimiento; pero sí, y de forma muy acusada, en su difusión. La imprenta puso en relación el
proyecto de recrear la Antigüedad con la posibilidad pública e individual de disponer de
ediciones impresas y circulantes de los autores clásicos. Con ella, los humanistas fijaron y
difundieron la crítica textual […].
Junto a los libros, no conviene olvidar tampoco el desarrollo del género epistolar en la
difusión del Humanismo. Aumenta considerablemente la escritura de cartas, muchas veces uno
de los pocos procedimientos de intercambio y relación entre amigos y eruditos. Y lo hace con
piezas atildadas, cultas, redactadas en elegante latín, que muchas veces terminan llegando a las
imprentas.
En este proceso de difusión cultural, por lo menos en los orígenes, no tuvieron demasiada
importancia las universidades de raíces medievales, configuradas como gremios de
especialistas técnicos […] con funciones e intereses concretos […]. Es por ello que adquirieron
un papel destacado las nuevas instituciones colegiales, abiertas a los nuevos saberes letrados
[(p.ej. los colegios trilingües de Lovaina o Alcalá)] […].
Javier Díez Llamazares
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Con todo, también se produjo una expansión de las instituciones universitarias a lo largo del
s. XVI en Europa. Hay que señalar dos causas principales. Por un lado, los conflictos religiosos
y las controversias confesionales entre católicos y protestantes, que multiplicaron las
universidades y las convirtieron en baluartes ideológicos enfrentados. Por otro lado, la
necesidad política de los nuevos Estados y Monarquías de estructurarse a través de una
burocracia jurídica y administrativamente eficiente, formada en el derecho romano
impartido en las universidades tradicionales.
3. Humanismo y Renacimiento en Europa
3.1. Países y figuras. España y Francia
[…] Cabe destacar la importancia de las Monarquías y sus cortes, que estuvieron interesadas
en el movimiento, encargaron obras de arte, y realizaron fundaciones y mecenazgos […]. El
mecenazgo también lo ejercieron destacadas dignidades eclesiásticas y patriciados urbanos. Esta
eclosión del Renacimiento por toda Europa se localiza en los decenios finales del s. XV y en los
inicios del XVI.
En España, la influencia del Humanismo italiano se detecta a lo largo del cuatrocientos, e
irradia por Aragón hacia Castilla […]. La figura más destacada la constituye Antonio de
Nebrija (1444 – 1522), que recibió una formación en lenguas clásicas en el colegio de San
Clemente de Bolonia [y fue autor de una Gramática castellana (1492), la primera en su género
para una lengua vulgar] […].
En la misma España, y en el marco renovador de la Universidad de Alcalá (1508), se
implantarán facultades de artes liberales y teología abiertas a los saberes humanísticos. Allí
confluye un equipo de eruditos para el proyecto cisneriano de una “Biblia Políglota” en sus
lenguas originales: latín, griego, hebreo y arameo […].
Por otro lado, en España tendrán acusada influencia las obras de Erasmo, con decididos
partidarios como Alonso Fonseca, arzobispo de Toledo, y el propio Inquisidor General Alonso
Manrique, arzobispo de Sevilla […]. Pero la agitación protestante enturbiaría las cosas,
culminando con las opiniones a favor o en contra de Erasmo en la conferencia de teólogos de
Valladolid (1527) […].
En la Monarquía de Francia el Humanismo tuvo un desarrollo tardío […]. En muchos
aspectos el Renacimiento francés presenta un colorido cortesano, sobre todo en el entorno de
Francisco I y de su hermana Margarita de Navarra. Pero no conviene olvidar que los filósofos y
teólogos escolásticos de la Universidad de La Sorbona se mantuvieron recelosos frente a las
novedades intelectuales de Italia. A pesar de ello, el Humanismo galo cristalizó en dos figuras
principales: Lefèvre d’Étaples [(1450 – 1537)] y [Guillaume] Budé [(1467 – 1540)].
[…]
3.2. Inglaterra, Alemania y Países Bajos
En Inglaterra la propia Corte sirvió de acogida a los humanistas italianos, y a fines del
cuatrocientos descubrimos su presencia en Londres. Pero los nuevos saberes encontrarán
también acogida en las universidades, jurídicas y escolásticas, de Oxford (“Corpus Christi”) y
Cambridge (“Christ’s College”). Lo que no se hará sin enfrentamientos con los teólogos más
conservadores.
Entre los humanistas ingleses destacan […] John Colet (1467 – 1519), […] un humanista
cristiano, que aborda estudios filológicos e históricos de San Pablo[, que] tendrá incidencia en
Erasmo y Moro[; y] Tomas Moro (1478 – 1536) […], que ostenta dignidades cortesanas como
el cargo de canciller y que posee formación jurídica [(autor de una obra irónica y visionaria
como Utopía (1516), en la que evoca una sociedad ideal organizada sobre principios de razón
natural, comunitaria y sin propiedad privada)].
En el ámbito del Imperio alemán el proyecto de restauración de la Antigüedad romana no se
introdujo sin rozamientos. Para muchos resultaba una cultura allegada, en cierto modo extraña a
lo germánico. Finalmente, suscitó reacciones y favoreció la toma de conciencia de una cultura
propia en la lengua, la historia e incluso el derecho. No obstante, también en Alemania se
produjeron los intercambios de eruditos italianos y viajeros curiosos, que fueron difundiendo las
actitudes humanistas. Encontramos sociedades o academias establecidas en Estrasburgo,
Colonia, Augsburgo, Nüremberg o Viena. Algunas de estas comunidades de amigos de las letras
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 5
(“sodalitates litterariae”) creadas en distintas ciudades se debieron a la iniciativa de Conrad
Celtis (1459 – 1508) […]. Al tiempo, una potente imprenta se desarrolla en Basilea, con una
calidad en la edición de los clásicos […]. Figura destacada del Humanismo alemán de la época
fue Johan Reuchlin (1455 – 1522) […].
Las Reformas religiosas que se originaron por esta época en Alemania constituyeron un
obstáculo para una fácil difusión de los modelos clásicos del Humanismo italiano. Conviene
matizar, sin embargo, que Lutero, a pesar de sus polémicas con Erasmo, no puede ser
considerado como un estricto enemigo de los humanistas […]. Más próximo al Humanismo se
encontraba Zwinglio. Pero la ambivalencia la encontramos en Calvino, con sus recelos
puritanos frente a las vanas curiosidades.
En la corte de Hungría, el Humanismo gozó del favor y patronato de Matías Corvino (1458
– 1490), que llegó a reunir una importante biblioteca [(en cuya formación colaboró Janos
Pannonius, filólogo y neoplatónico)], remodeló el palacio de Buda y fundó la Universidad de
Bratislava.
En los Países Bajos el Renacimiento adquiere matices peculiares. Por una parte, se
desarrolla en ellos una nueva sensibilidad religiosa, la “devotio moderna”, intimista y
emocional. En este sentido, los llamados Hermanos de la Vida Común, pertenecientes a esta
corriente, fomentan una labor pedagógica y de transcripción de manuscritos, así como la
publicación de gramáticas y textos clásicos a través de la imprenta. El Humanismo, propiamente
dicho, puede apreciarse en la segunda mitad del s. XV, con figuras como Rodolfo Husmann
Agrícola (1443 – 1485) y Cristofel de Longuei (1484 – 1522), de destacado estilo ciceroniano.
En la Universidad de Lovaina, por su parte, comienza a enseñarse retórica humanista por estas
fechas, y en 1517 se funda en ella un Colegio Trilingüe.
Con todo, hay que tener en cuenta que algunas de las innovaciones propias del Renacimiento
no partieron de Italia, sino que se recrearon en los Países Bajos[: en la pintura, con los maestros
flamencos del óleo, como Jan van Eyck (1390 – 1441); o en la música, con Johannes
Ockeghem (1430 – 1496), maestro de polifonía vocal contrapuntística] […].
5.5. Límites y disgregación del Renacimiento
(BENNASSAR, 82, 86, 93, 98 – 99, 291 – 294)
2. El Renacimiento
Todo el pensamiento humanista conducía a dar al arte un lugar privilegiado en el conjunto
de las actividades creadoras del hombre. Y el período verifica en toda Europa esta evidencia.
Sólo el “siglo de Pericles” puede ser comparado al s. XVI por el extraordinario florecimiento de
los talentos más diversos en tan poco años. De 1420 a 1560, Occidente se forma una referencia
estética que resiste hasta principios del s. XX, y a la que, a pesar de los nuevos caminos del arte
contemporáneo, se continúa concediendo un valor ejemplar.
[…]
El clasicismo italiano
La expedición de Carlos VIII a Italia y la caída de los Médicis fueron la causa de un gran
desplazamiento de artistas. Muchos fueron llamados o se refugiaron en Roma, donde el papado
se lanzaba con ardor a una política de renovación o reconstrucción de los prestigiosos
monumentos de la cristiandad y a la remodelación de la ciudad. Roma se convirtió durante un
cuarto de siglo en un inmenso taller donde la reunión de los principales talentos estimuló una
viva emulación y permitió fecundas síntesis. Hasta la muerte de Rafael en 1520 y el saco de
Roma en 1527 reina un clasicismo que resume todas las aspiraciones, todos los esfuerzos y
todas las experiencias del Quattrocento.
[…]
Después de 1560, las formas manieristas [en una transición que abarca hasta 1580, con la
aparición de las primeras manifestaciones del arte barroco] triunfan por todas partes en la
península. Son el reflejo estético de la ruptura de equilibrios […]. En cierto sentido, el
Renacimiento italiano acaba con la desaparición de Miguel Ángel y de Tiziano […].
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 5
[…]
Es difícil establecer el balance de la revolución espiritual y estética de la primera mitad del s.
XVI. En primer lugar, hay que tomar conciencia de un relativo fracaso, que se hace más claro
por los desgarramientos y perturbaciones de la segunda mitad. En la medida en que el
Humanismo se consideraba, y era, una concepción global del hombre y de su relación con el
mundo, con la que intentaba abarcar la totalidad del ser, la respuesta de la historia fue negativa.
A una concepción optimista del hombre, criatura divina, movida por el amor, capaz de elegir
libremente, y siempre, el bien, gracias a las luces de una razón formada en los principios de una
sana pedagogía, responden las hogueras, las prisiones, la guerra civil, los conflictos entre
Estados, los excesos de la colonización. En la medida en que el Humanismo quería explicar el
mundo por el conocimiento, su ciencia, encerrada en los conceptos de la física aristotélica,
choca con obstáculos infranqueables, a falta de una lógica. Si el Humanismo pensaba
sinceramente en conciliar el respeto a las aspiraciones naturales del hombre y las exigencias del
cristianismo, las condenas de los reformadores y las afirmaciones dogmáticas del Concilio de
Trento no reconocen este hecho. Y más aún: esta dialéctica del Eros y el Agape, del Amor
profano y del Amor sagrado, zozobra en las desviaciones naturalistas o sucumbe bajo la moral
austera de una religión renovada […].
En el terreno de las artes, que habían sido la traducción privilegiada del ideal neoplatónico,
el equilibrio alcanzado por el clasicismo romano o veneciano, o por la adaptación francesa,
se rompe y deja paso a una arte del contraste, del tormento, de lo irracional, que anuncia
ya las tentaciones barrocas. El fin del siglo está dominado por una estética fundamentalmente
distinta.
Y, sin embargo, algo queda en el activo. El Humanismo siembra las semillas de ideas
fecundas, que los siglos siguientes hacen germinar. La fe en el poder de la razón libre, el
irremplazable valor del individuo, el respeto hacia los demás, la promoción de la experiencia
para completar o corregir la herencia de la historia, el papel formador de la pedagogía, son otros
tantos elementos que sobreviven a la aparente derrota. Lo mismo que sobrevive una
acumulación de obras literarias y artísticas que testimonian el esfuerzo del siglo por rodearse de
belleza […].
[…]
La crisis del Humanismo
El primer humanismo, sólidamente apoyado en la herencia de la Antigüedad, había sido
optimista, ansioso de aprender todo sobre la Naturaleza y sobre el hombre, y confiado en la
sabiduría de los pensadores de la Antigüedad y en las infinitas posibilidades del espíritu. A
partir de 1530, a la luz de las limitaciones, de las esperanzas decepcionadas y de los
enfrentamientos intolerantes, se abren paso nuevas tendencias[: en este sentido, el cambio de
tono de Rabelais, de un libro a otro de su obra Pantagruel y Gargantúa (1533 – 1534), ilustra
bien esta evolución negativa] […].
a) Progreso del escepticismo […]. Esto se debe a la convicción de que el humanismo ha
llegado a un callejón sin salida. Se halla en un impasse moral, ya que la formación
intelectual no basta para mejorar sensiblemente la naturaleza humana, a pesar de la
excelencia del sistema educativo. Impasse científico, ya que el perfecto conocimiento
de la Antigüedad no permite asentar sólidamente el conocimiento. A medida que avanza
el siglo, crece el divorcio entre las verdades de la herencia antigua y las enseñanzas de
la experiencia. La mayor parte de los humanistas no se preocupan por este divorcio
[…]. Será un simple artesano, que no ha pasado por la escuela, Bernard Palissy, quien
alabe la superioridad de la práctica sobre la teoría, en 1580. Los sabios, ante la
diversidad de opiniones, ante la imposibilidad de conocer los secretos de la Naturaleza,
se resignan […]. La ciencia aristotélica, a los ojos de los más intrépidos, conserva su
valor, aunque se adviertan sus insuficiencias […]. Hay que constatar, por lo demás, que
después de las acerbas críticas de las primeras generaciones de humanistas, la
Escolástica recobra su valor, sobre todo en los países de la Contrarreforma, donde
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 5
apoya a la teología renovada. Hay que esperar a Descartes para que se sienten los
fundamentos de la ciencia moderna.
b) Nacionalización de las culturas. La existencia de una república de las Letras, unida
por un ideal y por un lenguaje común, el hermoso latín ciceroniano, había sido el rasgo
distintivo de la actividad intelectual de la primera mitad del siglo. El humanismo, tanto
por sus seguidores como por sus focos, era europeo. El desarrollo de los antagonismos
políticos, el avance de los orgullos nacionales y cierta reacción contra el dominio
cultural de Italia conducen a la ruptura de este ecumenismo cultural. No porque se
pongan en cuestión los fundamentos de la civilización del Renacimiento: escritores y
pensadores conservan su admiración por la herencia antigua. Pero ésta es utilizada ya
para alimentar una cultura nacional, expresada en lengua vulgar. Acontecimiento
fundamental, que se revela positivo en la historia intelectual de Europa, pero que es una
ruptura con los comienzos del siglo […].
[…]
Quizá habría que subrayar la renovación, al lado de los temas que siguen vinculados a la
herencia antigua, de una cultura medieval, la de los cuentos populares, de las leyendas
donde se mezclan héroes de los cantares de gesta, encantadores y hadas, y paladines de
las cruzadas. Cierta vuelta a lo maravilloso, a lo irracional, por encima del deseo de
ordenar el mundo y de aclarar los secretos de la Naturaleza que había sido el ideal
inaccesible de las primeras generaciones del siglo.
c) Los refugios de la erudición. Sin embargo, las enseñanzas del Humanismo no se
habían perdido. Ya hemos visto sus supervivientes en el catolicismo renovado. Al
recuperar la plenitud del libre albedrío, al afirmar el papel de la razón en la adquisición
de la fe y de la voluntad en la preparación de la salvación por medio de las obras, el
Concilio de Trento confirmaba algunas posiciones de los erasmistas. Los jesuitas, al
establecer el sistema de educación en sus colegios (Ratio studiorum, de 1599)
conservan buena parte de la pedagogía humanista. Y el humanismo cristiano conoció
todavía días de esplendor a comienzos del s. XVII.
El humanismo filológico se perpetúa igualmente por las obras de la erudición en la
segunda mitad del s. XVI, después que se renunció a las grandes construcciones
filosóficas. Continúan apareciendo diccionarios, gramáticas y ediciones eruditas […].
La crítica histórica gana en el conflicto entre Reforma e Iglesia romana: por ambas
partes se estudia el pasado del cristianismo para justificar sus posiciones […].
5.6. Ciencia y técnica en los siglos XV y XVI
(FLORISTÁN, 58 – 59)
1.3. Ciencia y técnica en el Renacimiento
El Humanismo cultural renacentista presentó un cierto desfase creativo en los aspectos
científicos. El paradigma aristotélico se mantiene en Filosofía natural (Física), con amplias
concesiones a la astrología de predicciones, la alquimia y las mentalidades mágicas.
En principio, durante la etapa renacentista se redescubren nuevos escritos de ciencias y
técnicas de la Antigüedad […]; al tiempo que se depuran otros conocidos […]. Conviene
referirse, sin embargo, a algunas innovaciones de importancia.
En Matemáticas se difunde desde la segunda mitad del s. XV la Geometría de Euclides
[…]. La importancia de estos saberes matemáticos y geométricos reside en su aplicación a
muchos de los oficios y técnicas de la época.
En Medicina se destaca el empirismo anatómico del flamenco Andrés Vesalio (1514 –
1564) […]. En 1543 publicó su De humani corporis fabrica, que sentaba las bases de una
nueva anatomía de observación, en contra de muchas de las observaciones tradicionales de
Galeno.
En Astronomía el De revolutionibus orbium caelestium (aparecido asimismo en 1543) de
Nicolás Copérnico (1473 – 1543) supondrá a la larga un verdadero cambio del paradigma
cosmológico, aunque su asimilación será lenta […]. Defendió, como hipótesis, la teoría
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 5
heliocéntrica del universo, contra la tradicional geocéntrica sustentada por Ptolomeo […].
Lutero, Calvino y los teólogos católicos se le opondrían, alegando textos bíblicos.
Frente al desarrollo relativo de la actividad científica, se generalizaron durante el
Renacimiento las aplicaciones e invenciones técnicas, que venían desarrollándose desde la Baja
Edad Media. Aparece la peculiar figura del ingeniero – artista, un hombre que poseía al tiempo
práctica de oficio, curiosidad y sensibilidad estética[: el ejemplo más conocido es el de
Leonardo da Vinci] […].
Las innovaciones técnicas tuvieron lugar en diversos ámbitos. Así, por ejemplo, en el arte de
la guerra; en todo lo relacionado con la náutica y la navegación; en la arquitectura y la
edificación; o en el aprovechamiento energético del agua y del viento a través de molinos de
papel, de harina, ferrerías y batanes. Alcanzaron también a la agricultura y los regadíos; a la
minería y la metalurgia; a la medida del tiempo y a otros usos cotidianos […].
Pues bien, las técnicas de guerra, la ingeniería y la arquitectura militar tuvieron una notable
expansión y, muchas veces, marchaban en vanguardia de las innovaciones [(p.ej. en 1450 ya
existían las armas de fuego individuales y el perfeccionamiento de los cañones en los siglos XV
y XVI llevó a importantes transformaciones en las técnicas metalúrgicas de fundición)] […].
Junto a los Artes de navegar […], se fue consolidando una nueva cartografía, estimulada
por los descubrimientos geográficos. Destacan los trabajos del geógrafo flamenco Gerhard
Kresser (1512 – 1594), conocido como Mercator[, y autor de la gran obra Atlas, sive
cosmographicae meditationes, aparecida en 1585] […].
Las técnicas tuvieron una importante aplicación a las exploraciones mineras, como se
describe en el libro De re metallica (1556) del alemán Georg Bauer, más conocido por su
apelativo latino de “Agrícola”.
Y, finalmente, los inventos alcanzaron a los objetos de uso cotidiano [(p.ej. las lentes para
subsanar los defectos de la vista, generalizadas desde el s. XIV; o la reducción de los aparatos
cronométricos a tamaños manejables, que posibilitaría la difusión de los relojes)] […].
(BENNASSAR, 77 – 79)
[…]
b) […] El Humanismo empieza a poner las bases de un método científico, pero este
esfuerzo no llega a culminar. Los resultados obtenidos en los diversos terrenos siguen
siendo fragmentarios, porque la admiración por los grandes sabios de la Antigüedad
paraliza una investigación que llegaba a resultados diferentes […]. Añadamos la
imperfección de los instrumentos de que disponían los hombres en esa época: ni reloj
preciso, ni balanza segura, ni termómetro y medios ópticos mediocres. Una vez
señalados estos límites, es necesario enumerar los progresos realizados.
Las matemáticas atrajeron especialmente la atención de los humanistas, alimentados
con la lectura de Pitágoras […]. En este terreno, las bases antiguas eran sólidas y se
pudo progresar sobre ellas. La geometría se enriquece con la trigonometría, las
exigencias del comercio provocan una mejoría de los sistemas de cálculo […]. El
álgebra progresa también, pero la ausencia de una notación simple y uniforme hace
difícil su manejo […].
Gracias a los progresos de las matemáticas, unidos a la observación rudimentaria (no
existen telescopios de largo alcance), la astronomía se renueva. La certeza de la
redondez de la tierra permite, no obstante, que subsista el geocentrismo afirmado por
Tolomeo y las Escrituras. Pero el complejo sistema de esferas fijas no permitía apreciar
el movimiento aparente de los astros […]. Copérnico presenta la teoría del
heliocentrismo como una hipótesis que explica mejor las apariencias sensibles […].
Criticada por los teólogos […] en nombre de las Escrituras, la teoría no consiguió la
adhesión de los sabios. Tycho Brahé, excelente observador, vuelve al geocentrismo
aunque conservando la idea del movimiento de otros planetas alrededor del sol. Será
necesario esperar al s. XVIII para que la tierra pierda definitivamente su lugar en el
centro del universo.
La física estaba demasiado dominada por las concepciones de Aristóteles para hacer
progresos. Todo lo más, los trabajos de los ingenieros […] hicieron conocer mejor las
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 5
soluciones a los problemas de fuerzas, de resistencia, de balística y de dinámica de los
fluidos, pero no se podía construir ninguna explicación teórica. Lo mismo ocurría en el
caso de la química, confundida con la física en aquella época […].
Se realizan más progresos en el estudio de los seres vivos. Las plantas, los peces, las
aves, los cuadrúpedos, son inventariados, dibujados, descritos. Los descubrimientos
aumentan el número de especies catalogadas. En Venecia se crea, en 1533, el primer
jardín botánico y zoológico. La imprenta y la ciencia de los grabados permiten
multiplicar las publicaciones. Gracias a la práctica de la disección […] se conoce mejor
el cuerpo humano […]. Pero el funcionamiento del cuerpo sigue siendo un misterio.
Miguel Servet parece haber intuido la circulación de la sangre.
Finalmente, el balance parece bastante pobre. El gran siglo de la ciencia es el s. XVII.
Es cierto, sin embargo, que el Renacimiento enriqueció el corpus científico legado por
la Antigüedad y estimuló la observación y la experiencia, abriendo así el camino a
Galileo y Descartes.
[…]
Javier Díez Llamazares
17
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 6
Tema 6: La ruptura de la Cristiandad
0.0. Sumario
6.1. La vida en un mundo sacralizado
6.2. Crisis de la religiosidad medieval y primeras tentativas reformistas
6.3. Lutero y otros reformadores protestantes
6.4. La segunda generación de reformadores. Calvino
6.5. La reforma católica. El Concilio de Trento
6.6. La nueva geografía religiosa. La Europa confesional
0.1. Bibliografía
BENNASSAR: Historia Moderna, Tres Cantos, Ediciones Akal, 2005, p. 101 – 106 (Bennassar
– Jacquart), 111 – 123 (Bennassar – Jacquart) y 240 – 242 (Bennassar – Jacquart).
FLORISTÁN: Historia Moderna Universal, Barcelona, Editorial Ariel, 2002, p. 82 – 103
(Floristán).
RIBOT: Historia del Mundo Moderno, Madrid, Editorial ACTAS, 2006, p. 125 – 141 (Egido),
247 – 252 (Barrio) y 254 – 266 (Barrio).
0.2. Lecturas recomendadas
BENNASSAR: Historia Moderna, Tres Cantos, Ediciones Akal, 2005, capítulo 3 (Bennassar –
Jacquart).
FLORISTÁN: Historia Moderna Universal, Barcelona, Editorial Ariel, 2002, capítulo 3
(Floristán).
RIBOT: Historia del Mundo Moderno, Madrid, Editorial ACTAS, 2006, capítulo 10 (Barrio).
6.1. La vida en un mundo sacralizado
(RIBOT, 125 – 141)
[…]
Desde esta parcela –ininteligible e inexplicable por sí sola y desvinculada de las otras
fuerzas—, es preciso proceder con algunas claves históricas que nos abran la comprensión de
los tiempos largos en que se suele encuadrar la Edad Moderna. Y, tampoco de forma exclusiva
(mucho menos excluyente), la clave de comprensión menos inadecuada es la de la sacralización,
duradera, sólo superada (donde se superó) por la secularización del s. XVIII, mejor dicho, de la
Ilustración con raíces que llegan más allá del siglo cronológico.
Por sacralización entendemos la subordinación de la vida terrena, con todos sus valores y
desvalores, a la que se creía eterna y duradera para siempre; la inexistencia de barreras
entre lo natural y lo sobrenatural, que convivían y se intercomunicaban como de si un mismo
universo sin fronteras se tratara aunque los agentes y las mediaciones de tales intercambios
fueran muy diferentes en la Europa católica y en la protestante (y en sus colonias); la
fabricación de una escala de valores de acuerdo con estas prioridades y en la que la vida, la
tolerancia, la libertad, la razón y las capacidades humanas apenas si tenían entrada. La
secularización, por el contrario, se empeñó en la autonomía de la existencia, en la separación
de los órdenes naturales y sobrenaturales, en llevar a las últimas consecuencias el proyecto
humanista, fracasado hacía siglos pero que en el XVIII encontró las condiciones adecuadas
[…].
Conviene, además, advertir que estas realidades, más complejas de lo que dejan percibir las
generalizaciones anteriores, no eran vividas ni sentidas de la misma forma por todos. Con ello
nos estamos refiriendo a la existencia no de una sino de varias culturas, de varias religiosidades
colectivas, a veces coincidentes, casi siempre enfrentadas en una relación dialéctica. Los
historiadores suelen hablar de cultura y religión popular, por una parte, y de las elites, las
oficiales, las cultas, por otra […].
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 6
[…]
1. La existencia sacralizada: nacer para salvarse
Desde el nacer hasta el morir, y hasta más allá de la muerte incluso, la existencia, en todos
sus trances, y desde la Edad Media, disponía de todo un sistema de seguridades que no dejaba
resquicios inmunes a la interacción de lo sobrenatural […].
El matrimonio, como es sabido, se celebrase como sacramento o como acto civil en clima
sagrado, es decir, fuese católico o protestante, no se contraía por amor. Incluso en amplios
espacios de Europa “casarse por amores” incluía ciertas referencias denigrantes. Quizá sea algo
exagerado decir que hasta la Ilustración no se descubrió el amor matrimonial, y la boda,
concertada no precisamente por los que se iban a casar, era efecto más bien de contratos con
finalidades reproductivas de los patrimonios o de la prole […]. Los catecismos que aprendía de
memoria […] la mayor parte de los niños de España desde el s. XVI al s. XVIII, teologizaban el
matrimonio como un sacramento en el que apenas cabía la ternura y hecho “para criar hijos
para el cielo” […].
Si no existía el amor matrimonial, el amor paternal a la infancia es el resultado de
trasposiciones de realidades posteriores a los tiempos de la modernidad. La excesiva mortalidad
infantil bastaría para explicar la familiaridad con la muerte de los niños, el no excesivo aprecio a
su vida, sobre todo si eran niñas. Y este mismo hecho comprobado aclara que las
preocupaciones colectivas de aquellas mentalidades no se preocupasen tanto de la supervivencia
terrena de las criaturas cuanto de asegurar su salvación eterna. Era, a fin de cuentas, cambiar
una vida efímera, incierta, por la que no acababa nunca […].
El bautismo, cuya teología eclesial acentuó Lutero, en el catolicismo se siguió viendo y
viviendo como garantía de salvación. Por otra parte, era el acto en que comenzaba a
configurarse, para los supervivientes, el proceso de protecciones sobrenaturales inaugurado con
la imposición del nombre, indicador, a la vez, de las predilecciones de aquellas religiosidades
[…].
Por lo que a esta síntesis se refiere, el nombre (cuya elección era casi siempre función de
padres y padrinos), al margen de reproducciones de la onomástica familiar, era una especie de
distintivo social, económico, cultural colectivo. Los nombres compuestos comenzarán a
usarse preferentemente por personas pertenecientes a estados sociales más elevados. En Europa,
y donde pervivieron, las comunidades judías se distinguirán por su onomástica
viejotestamentaria, al igual que las musulmanas o moriscas, hasta su expulsión, por la
suplantación del nombre obligado bautismal por otro familiar […]. Y cuando vaya penetrando
la Reforma, incompatible con todo lo que suene a culto a los santos, a protecciones que no sean
las de Cristo, los protestantes comenzarán a llamarse con nombres de personajes bíblicos […].
Ahora bien, el nombre respondía al signo de identificación personal, relacionada, desde los
primeros momentos de la existencia, con cierta relación feudal entre la criatura y el
protector sobrenatural [(p.ej. un santo)], obligado éste, por ese cuasicontrato, a velar por sus
vasallos, y estos a venerar e imitar a su patrón […].
Las preferencias por la elección del señorío son escasamente variadas. Como en la Edad
Moderna los nombres romanos, godos, francos, se han cristianizado ya, unos diez nombres
sirven, en casi toda Europa, para nominar a más del noventa por ciento de las criaturas (de ahí la
necesidad en comunidades reducidas del recurso al apodo, al mote) […]. La diferenciación
regional de estas identidades nominales no es excesiva pero existe […].
Cuando se registre el primer intento de secularización coherente de la sociedad, de
descristianización, uno de los objetivos se cifrará en alterar estas relaciones de identidad
personal por otras secularizadas […].
2. Percepción del tiempo, del espacio, del ambiente
A los supervivientes se les habría un horizonte con referencias sacralizadas. El tiempo se
percibía, se medía y se databa, en su corta duración (que es lo que interesaba a las personas), no
por las exactitudes posteriores sino por ciclos litúrgicos, por advocaciones del santoral […]. El
tiempo anual se percibía por la derrota del Adviento, de la Navidad, de la Pascua de
Resurrección, de la Cuaresma y por la Semana Santa […].
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 6
La fiesta se ha estudiado como fermento revolucionario, o como ocasión de agitación y
revuelta, más fácil por posibilitar la aglomeración de la multitud necesaria. También era el
momento propicio para el ocio, para la diversión, aunque tal diversión se cifrara en sermones,
procesiones y otros actos de este talante. La Reforma quiso acabar con este tipo de
manifestaciones y lo único que logró fue su multiplicación contrarreformista y desafiante
[(p.ej. en el catolicismo postridentino se incrementó el número de santos, de beatificaciones y
canonizaciones, y llegó a expresiones exacerbadas la celebración de la fiesta del Corpus)] […].
El calendario multiplicó los días festivos puesto que había que satisfacer la demanda de la
propia Iglesia, de las ciudades que van tomando conciencia de tales por la identidad colectiva
que les proporcionan sus santos, de las órdenes religiosas con sus santos y su prestigio, de los
gremios con sus patronos, de las instituciones, etc. Hubo reducciones pensadas como remedio
para los obreros que no cobraban los jornales de ocio […]. No obstante, el cambio sólo llegaría
cuando se fuera imponiendo la mentalidad (o la ideología) de los ilustrados, obsesionados por el
trabajo, por la utilidad e irreconciliables con la fiesta.
El calendario, de todas formas, estaba determinado por referencias religiosas, lo mismo
para el mundo musulmán, judío, que para el cristiano. Superadas modalidades locales o
regionales, desde el s. VI se fue imponiendo el cómputo de la “era de Cristo”. En una decisión
de poder y de prestigio del papado postridentino, Gregorio XIII modificó las medidas en 1582
[…]. Los intentos jacobinos de cambiar la medición mensual y anual del tiempo indican un
esfuerzo […] de racionalizar métricamente el tiempo, de acomodarlo mejor a los datos
astronómicos y, sobre todo, de descristianizar algo tan cordial como era la percepción sacra de
esta medida[: sin embargo, esta experiencia sólo duraría 12 años] […].
El espacio, en sociedades inmóviles como las del Antiguo Régimen, era variado en su
percepción y a tenor de las situaciones urbanas o rurales, profesionales y religiosas. Desde la
Edad Media, y después fuera de ámbitos protestantes, numerosas comunidades, conventos,
monasterios, tenían su propio microcosmos con poco que ver con el común. A pesar de las
excepciones, en el campo eran frecuentes las ermitas referenciales, las iglesias, al igual que en
las ciudades, mejor dotadas de edificios de instituciones religiosas, con el nomenclátor de calles
y plazas, y de movimientos de población, orientados siempre por denominaciones eclesiásticas.
No eran infrecuentes los espacios urbanos del fuero, aquellos inmunes a la presencia y
acción de fuerzas civiles, y que se habían convertido en reductos de privilegio de universidades,
de colegios mayores donde los había, de iglesias conventuales y parroquiales. Eran los espacios
que permitían “acogerse a sagrado”, ejercer […] el “derecho de asilo” para delincuentes
fugitivos de la justicia. En el s. XVIII, los poderes políticos de acuerdo con las jerarquías, o los
suprimieron o los fueron reduciendo a la mínima expresión. No obstante, el sentir popular casi
siempre fue afecto a estas inmunidades incompatibles con regímenes absolutistas.
La imagen sacra de las ciudades (en ocasiones de apariencia y ocupación conventual) no
cambiaría hasta la Revolución Industrial y hasta las exclaustraciones del Imperio en el s. XVIII,
las desamortizaciones del XIX en España. Lo mismo aconteció con los espacios interiores, con
la decoración de los recintos domésticos y sus habitaciones. Investigaciones actuales sobre
testamentos, inventarios de bienes y otras fuentes similares demuestran el predominio de
motivos religiosos […].
La percepción del ambiente es otro de los objetos de la historia de las mentalidades. El
grado de cultura, de riqueza, las condiciones personales y colectivas explican la vivencia de un
ambiente que, hasta que se descubrieran las fuerzas físicas, estaba determinado por fondos de
profundo dualismo. Se contemplaba como el escenario de lucha entre los dos señores supremos,
Dios y el diablo, enfrentados en guerra permanente a la conquista de vasallos y de almas a costa
del otro y por medio de sus huestes, santos, ángeles y demonios de todo tipo.
Estas presencias son uno de los signos más elocuentes de la convivencia del cielo y de la
tierra, de la interpenetración de lo natural y de lo sobrenatural sin obstáculos de ninguna clase.
Tan arraigada como la de Dios era la creencia en las presencias de demonios, mayores o
menores, en legiones o aislados, en las casas como demonios familiares o en las personas
cuando lograban su posesión […]. Lo mismo en la Europa católica que en la protestante […]. El
demonio, los demonios, eran uno de los integrantes fundamentales de la imaginaria popular,
Javier Díez Llamazares
3
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 6
alimentada por la cultura oral, por relaciones de todo tipo, por la imprenta, por las artes
plásticas.
Da la sensación de haberse vivido estas realidades, inviables en los principios de
racionalidad ilustrados, de forma tan intensa como familiar y connatural. Y es que aquellas
sociedades sacralizadas no estaban desprovistas de defensas. Al margen de la quema de brujas,
contaban con todo un arsenal de armas antidemoníacas [(p.ej. cruces, aspersión de agua
bendita, música, expresiones soeces, etc.)] […].
No obstante, la defensa oficial, clamorosa a veces y convertida en espectáculo, eran los
exorcismos rituales. Todos los sacerdotes (allí donde el sacerdocio institucional existía)
estaban ordenados de exorcistas […]. Para los especialistas se habían producido auténticos
tratados donde se descubrían todas las mañas del sagaz demonio y se daban normas para
descubrir sus engaños [(p.ej. el famoso Malleus maleficarum (martillo de brujas) de Sprenger
del s. XV, uno de los muchos tratados que circularon en el s. XVI por Europa con gran éxito
comercial)] […].
Los demonios rurales actuaban de forma indirecta pero no menos perjudicial, como
instrumentos de la ira de Dios, agitando accidentes atmosféricos, desgracias colectivas, y contra
la base económica agraria a través de sequías, lluvias, tormentas, plagas de langosta. También
para estos casos estaban previstos los antídotos o los remedios [(p.ej. toques de las campanas o
conjuros especiales contra la langosta)] […].
[…]
3. Los trabajos y la enfermedad
Al igual que el ocio, también las actividades laborales se consideraban protegidas por lo
sobrenatural. No es preciso insistir en la vinculación de la labor agrícola a la protección
celestial puesto que del cielo (del clima) dependía la buena o mala cosecha […]. Los otros
sectores, el industrial y el comercial, se acogen también a celo de su respectivo patrono celestial
como valedor de sus faenas, abogado en sus cuitas y a veces rival de la competencia. La forma
artesanal de producción, el gremio, no puede carecer de su natural prolongación en la cofradía
respectiva […].
Puede decirse que a fines de la Edad Media se había formado ya el entramado gremio –
cofradía – protector. Pero las cofradías, integrante sustancial en las sociedades del Antiguo
Régimen, eran multiformes y la expresión, una de las pocas que se permitían, de la solidaridad
indispensable. No podemos entrar en su tipología, tan variada, pero fuesen devocionales,
gremiales, penitenciales o asistenciales, todas ellas tenían funciones de caridad y de ellas
dependía la atención hospitalaria, entendida ésta como era en realidad entonces: como
establecimientos exclusivamente dedicados a los pobres. Cofrades de distinto talante habían
fundado, atendían y gestionaban hospitales, que se irán reduciendo y, en cuanto era posible,
mejorando desde el s. XVIII, cuando comiencen a secularizarse. Mucho antes lo habían hecho
los países protestantes, puesto que uno de los primeros objetivos en cuanto penetraba la
Reforma era el de suprimir cofradías y conferir al poder civil, al príncipe o al municipio, la
gestión de este sector […].
La historia de la salud y de la enfermedad, la que se fija no sólo en los “avances” de la
ciencia médica sino en los cuerpos enfermos, manifiesta los grados de morbilidad de una
sociedad acostumbrada a estar enferma […].
[…]
Ante tanta ineficacia [de la cirugía o de la medicina preventiva], no tiene que extrañar que en
mentalidades sacralizadas fuesen mucho más valorados los médicos, los abogados celestiales,
que los médicos y cirujanos – barberos de la tierra […].
Por la convicción de portarse como abogados celestiales que socorrían a cada uno en una
necesidad se fue formando, desde la Edad Media, el cuadro de santos terapeutas, bien conocidos
en su especialidad cuidadosamente delimitada […]. [A lo que habría que añadir] los centros de
peregrinación taumatúrgica que abundaban en la Europa católica y las protecciones sobre todos
y cada uno de los trances de la vida acogidos al desvelo de los patronos sobrenaturales.
No es preciso advertir que estas expresiones de religiosidad popular fueron combatidas con
tanta dureza como ineficacia por la espiritualidad de los privilegiados y exasperados ante lo que
Javier Díez Llamazares
4
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 6
condenaban como una desviación del Evangelio, es decir, por humanistas selectos, por
jerarquías alarmadas ante los abusos y las (para ellas) desviaciones de la verdadera piedad, por
reformadores airados contra tanta abigarrada acumulación de intercesores que oscurecían o
anulaban la única mediación de Cristo, por místicos con su experiencia personal, hasta llegar a
los ilustrados, que anatematizaron todo este sistema devocional como productos de la
“ignorancia, del fanatismo y de la superstición”.
La guerra se había declarado no sólo por Lutero y sus continuadores; el propio catolicismo
disponía ya de todo el armamento proporcionado por Erasmo y los erasmistas […].
4. La muerte y el más allá
Todo el sistema de protecciones se dirigía al momento de la muerte, incierta y segura, porque
en el Antiguo Régimen era la muerte la protagonista paradójica de la vida. Es el capítulo, si no
mejor conocido, si el más estudiado por investigaciones modélicas y proliferantes que suelen
seguir los modelos trazados por Michelle Vovelle […].
Pueden constatarse las diferencias, que eran presumibles, sobre todo en regiones o países
biconfesionales; entre las clases sociales y niveles de riqueza; incluso entre las profesiones […].
Siguen sin aclararse cuestiones tan sustanciales como la representatividad de los escasos
testadores puesto que hay sectores numerosos […] que no pueden testar o cuyos testamentos se
han perdido. Por eso es preciso recurrir, junto a esta inevitable, a otras fuentes cualitativas y
habladoras: a los rituales, ya que la muerte tiene mucho de rito en la época de la modernidad; a
la correspondencia privada; a la iconografía; a la literatura religiosa que tiene como
objetivo, desde la Edad Media, avisar o preparar el tránsito, y, entre ella, a los sermones y a los
libritos que han convertido la muerte en una especie de arte de bien morir […].
Es una demanda historiográfica aún no satisfecha del todo el análisis y la interpretación de lo
fundamental en la historia de las mentalidades colectivas: las actitudes hacia la muerte y su
percepción. Se conocen las reacciones ante muertes catastróficas provocadas por la peste […] o
por epidemias de efectos similares; por desgracias y accidentes; los miedos a la muerte
imprevista que, para el común, importaba más la forma de morir que el hecho mismo, asumido.
También se han estudiado las muertes de los monarcas y similares, con todo un ceremonial
orientado a la propaganda. La desaparición de incontables criaturas, de los niños, […] salvo en
los casos aristocráticos en que se ventilaban esperanzas sucesorias o patrimoniales, no sólo no
era lamentado sino que hasta se celebraba: sus funerales no eran tales, eran invitaciones a la
alegría por contar con un intercesor más […].
Para los otros grupos, los pobres, cuando no morían abandonados (lo que no era infrecuente),
estaban las cofradías de caridad en Europa Católica y los hospitales al efecto. Sus “honras
fúnebres” y sus sufragios estaban asegurados por estas solidaridades.
Hay que insistir en las muertes estereotipadas: las del réprobo y las de los santos. Las
primeras fueron esgrimidas, inventadas, para escarmiento de los vivos y como arma de
combate [(p.ej. fallecimientos entre blasfemias y excrementos)] […].
Los estereotipos más perdurables y universalizados fueron los de la muerte de los electos y
santos […]. Estos, desde finales de la Edad Media, eran sujetos de la hagiografía, género más
cercano a la actual creación novelada que a la historia propiamente como tal. […] [Un]
estereotipo en virtud del cual los santos morían casi todos igual, con los signos de su
bienaventuranza perceptibles por luces, por sus cuerpos flexibles, por los aromas, tan extraños,
celestiales e indescriptibles en sociedades de hedores y que constituían lo que se llamaba
“morir en olor de santidad”.
E inmediatamente se procedía al despojo, porque el santo se había convertido en intercesor,
y pocas piezas se consideraban tan rentables espiritual y taumatúrgicamente como el contacto
físico con lo sagrado, es decir, como las reliquias de los santos […].
De todas formas, estos comportamientos de la religiosidad “popular” eran coherentes con
una realidad: la convivencia humana con el más allá, de los vivos con los difuntos,
estableciendo una especie de intercambio, de ayudas mutuas en un sistema seguridad y de
asistencia que no se cortaba con la muerte. La Iglesia triunfante podía penetrar en la tierra, como
hemos visto, con tantas presencias sobrenaturales. La Iglesia peregrina no necesitaba entrar en
el cielo, porque los celícolas no lo precisaban, ni en el infierno porque nada podía hacer dadas
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 6
las visiones y percepciones que de ambos novísimos se tenían y se encargaban de dramatizar los
predicadores […] o escritores espirituales sobre las diferencias entre lo temporal y lo eterno. El
limbo era algo extraño, cuestionado ya por los ilustrados. Pero el purgatorio, como dice Le
Goff “se convirtió en anejo de la tierra y prolongó el tiempo de la vida y de la memoria”. Las
jerarquías, papa y obispos, lo aprovecharon para extender su jurisdicción al más allá[, lo que
exasperaba a Lutero y fue la causa de sus famosas tesis contra las indulgencias y el origen del
protestantismo; si bien la reacción contrarreformista tendió a acentuar estos aspectos] […].
Se tenía la convicción de que las almas del purgatorio se encontraban desvalidas al verse
incapacitadas para merecer. Por eso las solidaridades las trataron siempre como objetivo
predilecto de su atención […]. Hasta sus acentos (alaridos) estremecedores se hacían llegar a la
tierra con libros [–p.ej. Gritos del purgatorio y medios para acallarlos de José Boneta (1689)–]
[…].
Estos gritos no sólo se percibían; se atendían. Sólo en este contexto preilustrado podrá
comprenderse el sistema de socorros perfectamente engranado de la cristiandad, luego del
catolicismo e inadmisible para la Reforma, negadora de otros méritos que no fuesen los de
Cristo […]. Desde el sentir teológico popular el sufragio principal era la misa, cuanto más
numerosas mejor, y más eficaz aún si se celebraba en determinadas circunstancias de
continuidad […], en lugares peculiares […], lo que explica las mandas testamentarias y el
concepto de rentabilidad de lo que se miraba como auténticas inversiones.
Se recurría a todo (a veces desoyendo advertencias de las jerarquías y de los sínodos) con
tal de robar a la eternidad días de sufrimiento (porque el penar de los difuntos se traducía en
sufrimientos materiales, relacionados con el fuego purificador). Para eso estaban las
indulgencias cordiales que se “ganaban” como sufragio, de forma permanente o en campañas
específicas que van perdiendo fuerza desde la denuncia luterana de sus abusos […].
También muy relacionado con los tráficos comerciales estaba el de los objetos más
indulgenciados: las reliquias […].
5. La religiosidad de las elites
Fueron precisamente las reliquias y el tráfico de indulgencias las que desencadenaron las
mayores contradicciones por parte de sensibilidades religiosas tan lejanas a las llamadas
“populares” e incompatibles con lo que veían como superstición. Incluso antes de Lutero y no
sólo por protestantes [(p.ej. los casos de Erasmo y los erasmistas, o de San Juan de la Cruz)]
[…].
El Barroco […] pareció ceder en las hostilidades entre una y otra forma de religiosidad. El
catolicismo se clericalizó aún más, las intolerancias llegaron a sus extremos más trágicos y se
impuso la espiritualidad monástica como modelo [(incluso el jansenismo estaba teñido de
rigorismos)] […]. Con la Ilustración llegó la auténtica crisis de la religiosidad “popular” una
vez que en el proyecto ilustrado confluyeron los ideales y los intereses de laicos selectos, de
sectores clericales, de las jerarquías y de los poderes civiles, con sus injerencias en la
modelación de la vida de sus Iglesias […].
La presencia de laicos con sus inquietudes y exigencias fue el primer signo de
secularización de la religiosidad (consecuente a la de la sociedad), dirigida y controlada antes
sólo por clérigos […]. Estos vieron amenazado su monopolio, y, por ello, no es extraño que en
la mayor parte de los países católicos fueran clérigos los voceros del reaccionarismo […].
[…]
[…] Se luchó contra una religiosidad rebosante de irracionalidades o de ignorancias
supersticiosas en tantos milagros perfectamente explicables por las fuerzas físicas, en tantas
presencias sobrenaturales absurdas como la de los demonios con sus agentes, con sus contratos
con las pobres brujas […].
[…]
6.2. Crisis de la religiosidad medieval y primeras tentativas reformistas
(FLORISTÁN, 82 – 85)
2. Necesidad, anhelos e interés de las reformas religiosas
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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[…]
2.1. Abusos morales y eclesiales
Eran muchos y antiguos los males de la Iglesia, que se denunciaron, quizás, más
conscientemente que nunca. En las parroquias rurales, el clero carecía de preparación
intelectual y de autoridad moral […] para adoctrinar a sus feligreses; incapaz de atender sus
inquietudes espirituales más profundas, se limitaba a administrar una serie de ritos, tantas veces
mal comprendidos y vividos. Muchos regulares vivían relajadamente las reglas de sus
órdenes, faltando a la vida comunitaria en pobreza, obediencia y castidad. Más graves eran las
faltas de los obispos, muchos de ellos ausentes de las diócesis que debían pastorear, dedicados
a acumular beneficios que aumentasen su renta y viviendo mundanamente las luchas
políticas del momento. Y, en la cabeza, los papas habían perdido autoridad hasta convertirse,
más bien, en motivo de escándalo [(p.ej. voracidad fiscal y arbitrariedades de la curia romana,
preocupación del papado por las bellas artes o por la defensa de sus Estados)] […].
Probablemente la cristiandad medieval había atravesado sin quebrarse etapas de menor nivel
moral e intelectual del clero, y de mayores abusos de todo tipo. Críticos tan acerbos como
Erasmo permanecieron unidos a la Iglesia de Roma y, sin embargo, cuando se repararon los
abusos, no retornaron los que se habían marchado. Lutero y los reformadores protestantes
respondieron a una inquietud profunda: precisamente, la que hacía que se viviese aquella
situación de relajación disciplinar y moral con mayor pesadumbre que antes. “Yo no impugno
las malas costumbres –escribió Lutero a León X (1520)— sino las doctrinas impías” […].
2.2. Anhelos religiosos
La sociedad reclamaba una religiosidad más auténtica, y Lutero se adelantó a Roma a la
hora de dar una respuesta (J. Delumeau). La piedad popular bajomedieval exageraba hasta el
extremo los sentimientos de culpabilidad ante el pecado, de indefensión ante el demonio y el
mal, y de temor ante la inflexible justicia de Dios. El miedo, conjurado con ritos cristianos pero
vividos desde una religiosidad natural, daba lugar a comportamientos más paganos que
evangélicos, como todos los reformadores denunciaban desde antiguo […]. Aprovechando esta
demanda popular de seguridad espiritual, se establecieron negocios ilícitos, por ejemplo, en
torno a las indulgencias, y actitudes supersticiosas.
Todas estas desviaciones de la religiosidad popular fueron denunciadas acremente por los
humanistas […], pero sin ofrecer a cambio una alternativa accesible. En ciertos ambientes
urbanos, entre la burguesía culta y acomodada […], había arraigado una piedad personal muy
diferente[: la “devotio moderna”, que debía mucho a ciertos autores de los siglos XIV y XV]
[…]. Las escuelas promovidas por los “Hermanos de la vida común” y ciertas instituciones
religiosas contribuyeron a difundir una piedad más íntima que exterior, más personal que
comunitaria, más directa y espontánea que subordinada a mediaciones eclesiales y moldes
litúrgicos. Se centraba en la figura de Cristo, era optimista en cuanto a las posibilidades del
hombre en el mundo, y se apoyaba en la lectura de la Biblia y de libros de piedad.
El desarrollo de la imprenta facilitó la difusión de la Biblia, tanto en ediciones latinas como
en lengua vernácula. El desarrollo de la crítica filológica por Lorenzo Valla y un mejor
conocimiento de las lenguas bíblicas […] permitieron a los humanistas releer con ojos nuevos,
en especial las cartas de San Pablo […]. Eran muchos los que, como Lutero, pensaban que era
preciso derribar fórmulas y volver a una religión más auténtica […]. La teología bajomedieval,
replegada en la rivalidad estéril de escuelas […], no servía para apoyar la fe […].
2.3. Intereses sociales y políticos
Las propuestas de Lutero se realizaron […] porque cuajaron en un medio social y político
que se interesó por sus aplicaciones prácticas. El desarrollo alcanzado en esta época por las
nuevas fuerzas económicas (capitalismo) y sociales (burguesía) determinarían cambios en el
orden ideológico (religión), dependiente de la dos anteriores según la teoría marxista. Aunque
hubo circunstancias más concretas que explican el éxito o el fracaso de la Reforma.
El luteranismo se alimentó de un vivo nacionalismo antirromano. El “germanismo” de
sus humanistas, reviviendo la resistencia frente al Imperio romano agresor, reforzaba el
sentimiento de indignación por el despotismo que ejercía el papado en el terreno fiscal y de los
beneficios […]. Lutero, que encarnó ese espíritu y pretendió una Reforma fundamentalmente
alemana, acabó por convertirse en un auténtico padre de la patria.
Javier Díez Llamazares
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La implantación de la Reforma en una ciudad o en un territorio conllevaba cambios de
poder y riqueza, y hubo muchos que supieron apreciar la oportunidad. La supresión de las
órdenes religiosas (conventos y monasterios) y de las cofradías que acompañaba a la Reforma
supuso el trasvase de muchos bienes raíces y rentas, que pasaron a propiedad o gestión de otras
manos, y que se utilizaron con diferentes fines. No es de extrañar que príncipes y nobles
pretendieran enriquecerse y, de paso, aumentar su poder controlando la nueva iglesia. El
patriciado urbano adquirió el control de las antiguas instituciones asistenciales y educativas de
iniciativa privada.
Es evidente que la Reforma triunfó con el apoyo de la autoridad secular, y que fracasó
por su oposición[: véanse los casos contrapuestos de los monarcas ingleses o daneses que la
iniciaron y promovieron frente al caso español, donde Felipe II no tuvo ningún problema para
aplastar los primeros pasos de la Reforma en España con ayuda de la Inquisición] […]. En
muchas ocasiones, la revolución política fue de la mano del cambio religioso [(p.ej. el caso de
Escocia en 1560)] […].
En cualquier caso, creció el poder de las autoridades seculares sobre las respectivas
iglesias, aunque bajo formas distintas en el ámbito católico [(p.ej. el “regio patronato” u otras
concesiones pontificias de tipo económico)] y en el protestante […].
(RIBOT, 247 – 251)
1. La Reforma protestante
El término “reforma” era de uso corriente a finales del medievo y significaba la purificación
interior que cada cristiano había de operar en sí mismo y, sobre todo, las transformaciones que
se esperaban de la Iglesia. Pero, a partir de Lutero, la palabra “reforma” designó la renovación
de la Iglesia iniciada en 1517 fuera de Roma y en contra de la misma.
La Reforma protestante tiene una importancia central en la historia de la Iglesia y de la
cristiandad occidental, al romper la unidad cristiana de Europa […].
[…]
A. Causas de la Reforma
La causa inmediata y decisiva del luteranismo y la que le infundió alma y carácter fue el
mismo Lutero, pero él solo no habría podido arrastrar a pueblos y naciones, separándolos de la
religión tradicional, de no haber encontrado unas condiciones favorables que le preparasen el
terreno y unas causas o fuerzas más hondas que le ayudasen en su tarea gigantesca.
[…]
Causa, pues, de la reforma protestante en un sentido amplio fue la disolución del orden
medieval y de los supuestos fundamentales que lo sostenían, así como el no haberlos
sustituido oportunamente por las formas nuevas que los tiempos pedían.
En primer lugar hay que mencionar la ruptura de la unidad que englobaba toda la vida
política y religiosa: una Iglesia y una cristiandad representadas por la unidad del pontificado y
el imperio. El pontificado mismo contribuyó a romper esta unidad, al debilitar el poder del
imperio. Durante algún tiempo pareció como si el papa pudiera empuñar también las riendas del
mando político, pero cuanto más se dilataba su poder, tanto más tropezaba con la resistencia de
un mundo cada vez más diferenciado nacionalmente y más consciente de su independencia.
Pronto se combatió, junto a las pretensiones injustificadas del papado, al papado mismo.
[…] El papado se despreocupa en cierta medida de los intereses de la Iglesia universal, pero
organiza un sistema fiscal para explotar a los países de Europa, lo que provoca su irritación.
[…] Por medio de concordatos, es decir, de alianzas con los estados, los papas trataron de
defenderse de las corrientes democráticas y sustraerse a la incómoda reforma […]. El papa hubo
de comprar caro el reconocimiento por parte de los príncipes alemanes, el emperador y el rey de
Francia, y otorgar al Estado amplios poderes sobre la Iglesia. El resultado fue el “sistema de
iglesias nacionales”, es decir, la dependencia de la Iglesia de los poderes seculares […], con la
posibilidad de intervenir a fondo en la vida interna de ella. En el curso del s. XV, los papas, en
lugar de acentuar su misión religiosa frente a la secularización, se convirtieron más y más en
príncipes entre príncipes, con quienes pactaban o guerreaban.
En segundo lugar hay que mencionar el clericalismo, que se apoya en el monopolio
cultural de los clérigos y en sus privilegios de estamento. Misión de la Iglesia fue transmitir a
Javier Díez Llamazares
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los germánicos, no sólo la revelación de Jesucristo, sino también los bienes de la cultura
antigua. Ello condujo a una superioridad de los hombres de la Iglesia que iba más allá de su
estricta misión religiosa. Pero, a medida que el hombre medieval se iba sintiendo mayor de
edad, quería contrastar por sí mismo el legado de fe y cultura que se le había ofrecido, lo que
exigía que la Iglesia debía renunciar a aquellos campos de acción que sólo subsidiariamente
había ocupado y a los derechos que no se ligaran directamente con su misión religiosa. Como no
se llegó a semejante relevo pacífico, los movimientos en que entraba en juego la aspiración de
los laicos a la independencia se tiñeron de color revolucionario […].
Y en tercer lugar, en el encuentro con la antigüedad y como fruto de su propia investigación
y de la experiencia el hombre descubre realidades que no habían nacido en suelo cristiano,
que eran evidentes en sí mismas y no necesitaban ser confirmadas por la autoridad. Sin
duda los representantes de la nueva ciencia querían ser cristianos; pero, como la Iglesia se
identificada con lo antiguo y tradicional, lo nuevo […] producía un efecto de crítica contra ella
[…]. [De manera que] Si no se tomaba una postura contra ella, los espíritus se distanciaban de
sus dogmas, sacramentos y oración.
Como “causa inmediata de la reforma protestante” hay que mencionar los abusos en el clero
y pueblo y la imprecisión dogmática. Cuando se habla de desórdenes en la Iglesia en vísperas
de la reforma, se piensa en primer término en los “malos papas”[: véanse Alejandro VI o León
X] […].
En el alto y bajo clero no andaban las cosas mejor. Sin fijarnos en las deficiencias de orden
estrictamente moral, el clero había convertido la Iglesia en una propiedad que procuraba
provechos y goce económico […].
[…]
Cuanto menor era el espíritu religioso en la curia papal y en el resto del clero, tanto más
escandalizaba el fiscalismo de la Iglesia y el afán de lucro. Con un refinado sistema de tarifas,
impuestos, donaciones más o menos voluntarias y con el dinero de las indulgencias, se
procuraban llenar las arcas de la curia [(dinero siempre insuficiente para mantener el alto tren de
vida de la corte papal, así como los gastos militares y edilicios)] […].
Los abusos descritos produjeron un extenso descontento, que fue subiendo de tono hasta
convertirse en resentimiento e incluso odio contra Roma. Durante un siglo se clamó por la
reforma en la cabeza y en los miembros, y la desilusión se repitió una y otra vez […].
[…]
El clamor de reforma y la oposición que con él iba unida hizo que muchas gentes, aunque no
tenían nada que ver con la nueva doctrina, se unieran a los reformadores porque traían la tan
ansiada reforma […].
[…] Más decisivo que la personal deficiencia de papas, sacerdotes y laicos fue la falta
general de claridad dogmática. El campo del error y la verdad no estaba suficientemente
deslindado […]. La incertidumbre era particularmente grande en torno a la idea de Iglesia […].
(BENNASSAR, 101 – 106)
1. Los orígenes de las reforma
El problema de las causas de la Reforma fue planteado muy tempranamente por quienes
profesaban confesiones que luego se volvieron enemigas y, más tarde, por los historiadores[,
que atribuyeron, entre otras razones, a los abusos de la Iglesia o a los apetitos de los príncipes
temporales] […]. Las investigaciones sobre la historia de la religión plantean hoy el problema
en otros términos: “Ante una revolución religiosa, hay que buscar causas religiosas” (L.
Febvre).
Las aspiraciones espirituales
[…] Lo que crea el clima favorable para dudar de la validez de la fe tradicional es la crisis
de la espiritualidad medieval y la impotencia de la Iglesia para superarla.
a) En primer lugar hay que tener en cuenta el clima de inquietud religiosa que caracteriza
el fin de la Edad Media: la exigencia natural de salvación choca con una más clara
conciencia del pecado y sus consecuencias, reforzada por el espectáculo de los
desórdenes y las desgracias de la cristiandad. Cada uno se siente culpable, y el miedo al
castigo eterno se traduce en las terroríficas imágenes de los pintores y los poetas […].
Javier Díez Llamazares
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TEMA 6
b) A esta inquietud solitaria, la devoción tradicional no puede dar más que respuestas
insatisfactorias. Dios está demasiado lejos y es demasiado terrible. Así pues, los fieles
buscan otros abogados[: la Virgen o los santos] […]. Todos pueden interceder por los
pecadores.
Igualmente se buscan garantías contra la muerte repentina y la condenación […] [,
p]uesto que los méritos de los bienaventurados son reversibles, puesto que se tienen en
cuenta las obras piadosas […]. El peligro mayor es la tendencia progresiva del
sentimiento religioso hacia el formalismo y la superstición […]. Y, por añadidura, estas
prácticas piadosas no dan la seguridad interior de la salvación […].
c) También la élite intelectual experimenta este desasosiego. Se ve reforzado por el
triunfo universitario del nominalismo de Occam: al separar radicalmente el terreno de
la revelación y el de la razón humana, afirma la imposibilidad de conocer a Dios y la
inutilidad de los esfuerzos para comprender sus designios. La religión no es más que
una serie de verdades proclamadas autoritariamente y recibidas positivamente, de ritos
impuestos e ininteligibles […]. Pues el fiel iluminado, y en esta época más que en
ninguna otra, quiere concordar su experiencia sensible con sus creencias, someter las
verdades a su juicio personal, plantear en términos racionales su relación con Dios. En
el momento en que el espíritu de descubrimiento y de observación hace más progresos,
se experimenta sensiblemente el silencio de los doctores. Esta enfermedad avanza de
forma paralela al desarrollo del individualismo. Los caminos de la salvación tienen que
buscarse en la soledad, pues la Iglesia no da las respuestas que se esperan de ella.
La carencia de la Iglesia
[…]
b) […] Lo esencial era la ausencia de toda preocupación pastoral. Se entraba en religión
como si fuera un oficio, pero ningún reglamento corporativo organizaba su aprendizaje.
La mayor parte del clero rural […] no recibía ningún tipo de formación, ni teológica,
ni pastoral, ni siquiera litúrgica […]. El clero urbano estaba, sin duda, mejor formado;
sus miembros habían permanecido, al menos durante un corto período, en la
Universidad, pero parece indudable que la formación escolástica no les preparaba
suficientemente para dar a los habitantes de las ciudades las seguridades que
reclamaban […] [.]
c) Estas debilidades de la Iglesia establecida explican el fracaso de los intentos de
reforma llevados a cabo, tanto por el papado como por la jerarquía […].
[…]
Los príncipes fracasaron igualmente en sus intentos para luchar contra los abusos en sus
Estados […].
Algunos esfuerzos más o menos aislados se orientan en la misma dirección [(p.ej. la
fundación de la orden de los Mínimos por San Francisco de Paula)] […].
Esbozo de nuevos caminos
En los círculos restringidos que unían a clérigos y seglares en una búsqueda común se
elaboran discretamente nuevos caminos espirituales, preparando así un clima favorable a una
nueva reforma religiosa. Búsquedas marcadas por el individualismo, llevadas al margen de la
Iglesia oficial, de sus instituciones y de sus ritos.
a) Primera dirección: el misticismo, intento de alcanzar directamente lo divino, fuera
de las vías ordinarias. Los siglos XIV y XV contemplan el desarrollo de una rica
escuela de escritores sobre asuntos espirituales, renanos y flamencos, que predican la
huida del mundo, la meditación individual y la abstracción progresiva hasta la unión
con Dios […].
b) Segunda dirección […]: la solución del Humanismo […]. En la base hay una idea
optimista de la naturaleza humana, de su aptitud para el bien y, por tanto, para la
salvación, cosa que puede tranquilizar a los fieles. Igualmente, una profunda
religiosidad, que no se manifiesta según las formas de la tradición. En realidad, los
humanistas desean un retorno a la sencillez evangélica y quieren una religión
intelectualizada, sin formas exteriores demasiado próximas a la superstición […].
[…]
Javier Díez Llamazares
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6.3. Lutero y otros reformadores protestantes
(FLORISTÁN, 85 – 91)
3. Las confesiones protestantes
[…]
3.1. Lutero y el luteranismo
Martín Lutero (Eisleben, 1483 – 1546) nació en una familia campesina acomodada de la
región de Turingia; cursó filosofía nominalista en la Universidad de Erfurt antes de profesar en
el convento de agustinos de aquella ciudad (1505). Estudió teología en Wittenberg, aunque
prefirió las lenguas clásicas y fue profesor de Sagrada Escritura. Era hombre apasionado […];
de extrema sensibilidad y proclive a la melancolía, pero también emprendedor y decidido. Se
identificaba mejor con su misión profética, como predicador popular de enorme éxito, que con
su ocupación magisterial […]. Más que planificador sistemático u hombre de consensos
diplomáticos, Lutero sintió el carisma profético de interpretar las necesidades espirituales de su
tiempo y de su nación.
[…] Angustiado por el problema de su propia salvación, con los escrúpulos de un hombre
sensible y exigente, deseoso de la reforma dentro de su Orden y escandalizado tras su viaje
a Roma en 1511, parece que sufrió una profunda crisis vocacional y de fe. Las epístolas de San
Pablo que explicaba en clase, concretamente la carta a los Romanos, le dieron la respuesta: “El
justo vivirá por la fe” (Rm 1, 17). Frente al rigor de la ley judía –asimilable a la intransigencia
del ocamismo en que se había formado—, que exige el esfuerzo de su cumplimiento para
merecer la salvación, Lutero descubrió el don de la gracia, de la gratuidad de la misericordia con
que Dios redime al pecador en Cristo.
Entonces fraguó el núcleo de su doctrina: la salvación por la “sola gracia” y el nulo valor
salvífico de las obras. El hombre es, a la vez, justo, porque se le aplican por su fe personal,
directamente, los méritos de la sangre de Cristo; y también pecador, porque sus pecados no se
borran y siguen condicionando su obrar. La mediación de la Iglesia, que administra los
sacramentos y las indulgencias, resulta entonces ineficaz. Sus 95 “tesis” sobre las indulgencias
(1517), que simbolizan el inicio de la Reforma, fueron un trabajo académico teológicamente
poco novedoso pero que dio pie a la ruptura con Roma. Lutero ponía en entredicho la autoridad
del papa respecto a la administración de la gracia y fue invitado a retractarse (1518), pero se
reafirmó apoyado en el ambiente antirromano del momento. Las ideas de un fraile alemán sobre
un tema tan abstruso no preocuparon en Roma, aunque el papa León X condenó como heréticas
41 de sus proposiciones por la bula Exurge Domine (1520). La Dieta imperial de Worms
(1521), que se encontraba por primera vez con el nuevo emperador Carlos V y afrontaba
cuestiones muy complejas, condenó a Lutero al exilio y a la quema de sus obras.
Pero nada de esto sirvió: la bula fue destruida públicamente en Wittenberg y Lutero pudo
burlar la condena gracias a la protección de su príncipe, el elector Federico el Sabio de
Sajonia […]. Lutero contó con la ayuda de un gran humanista, Felipe Melanchton, quien
preparó los primeros compendios sistemáticos del luteranismo, los Loci communes
theologicarum (1521) y la Confessio Augustana, que presentó a la Dieta de Augsburgo de
1530 como un texto de concordia. Por entonces comenzaron a ser denominados protestantes.
Del principio, radical, de que cada hombre se salva por su “sola fe” y de que las obras
humanas no tienen ningún valor, se derivan las principales características de la religión luterana:
1. Una visión pesimista del hombre. El lastre del pecado reduce su libertad de elegir
entre el bien y el mal, entre la gracia que Dios ofrece y las tentaciones que presenta el
diablo […] [(aspecto éste que, orientado hacia la idea de la predestinación, desarrollará
posteriormente Calvino)].
2. Una relación más personal, espiritual y directa con Dios. La Palabra de Dios ocupa
el centro: es la Biblia que habla a cada fiel en conciencia, sin necesitar la guía
interpretativa de la tradición (los Santos Padres de la Iglesia primitiva) y del magisterio
(papa, obispos, concilios). Frente a la Palabra, los sacramentos pierden importancia y
cambian de naturaleza[: meros signos salvíficos, que no confieren la gracia por sí
mismos sino sólo en función de la fe del receptor] […]. Lo santos y la Virgen ya no son
Javier Díez Llamazares
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mediadores que procuren protección, sino modelos a imitar[, por lo que
peregrinaciones, indulgencias o imágenes pierden sentido] […].
3. Una iglesia más igualitaria. Inicialmente, Lutero la concibe como la comunidad
espiritual de quienes comparten la misma fe y en la que todos son esencialmente iguales
por el bautismo[; de ahí que los sacerdotes no pertenezcan a un “orden” distinto y
puedan casarse] […].
4. Una liturgia más participativa[: misas en lengua vernácula y no en latín, comunión
con el pan y con el vino o participación del pueblo con cantos] […].
La predicación luterana caló profundamente entre descontentos y ambiciosos en el Imperio,
y las ideas de libertad y de igualdad cristiana acompañaron la movilización violenta de
campesinos y caballeros en los primeros años […]. Lutero había apelado “A la nobleza
cristiana de la nación alemana” (1520) en apoyo de la Reforma, y estimaba al campesinado
como depósito incorrupto de virtudes cristianas. Pero el componente de anarquía y violencia
que tuvieron ambos movimientos le hizo cambiar radicalmente y confió a los poderes
constituidos la implantación de la Reforma al modo de “iglesias – estado” (Landerkirchen),
muy diferente del que había soñado al principio.
Entre 1520 y 1540, la Reforma luterana se extendió rápidamente en el Imperio, antes en las
ciudades que en los señoríos territoriales […].
Las autoridades dictaron “ordenanzas eclesiásticas” (Kirchenordnungen) para regular el
culto, y utilizaron el sistema de “visitas” para controlar su aplicación, asumiendo en ambos
casos poderes episcopales […]. Este modelo [–el implantado en Sajonia en base a un
“consistorio” de teólogos y juristas con funciones jurisdiccionales en materia eclesiástica y de
gobierno de la iglesia—] fue ampliamente imitado por otros príncipes en el Imperio. Con el
cambio, mejoró la posición social de los pastores, que eran menos numerosos, más cultos y más
ricos que antes, pero a costa de depender estrechamente de la autoridad. Salvo en los primeros
momentos, fueron los magistrados de las ciudades y los príncipes territoriales quienes
designaron a los pastores y los pagaron con antiguas rentas eclesiásticas que ahora administraba
el poder civil.
Los grandes príncipes fueron conscientes de que la Reforma implicaba un importante
trasvase de riqueza y de poder, y de que el nuevo modelo de iglesia les fortalecía frente al
Emperador. Pero también se mantuvo viva la esperanza de llegar a un arreglo religioso que
evitara la ruptura de la Iglesia y la quiebra de la paz en Alemania […]. Pero los acuerdos eran
difíciles, incluso entre los reformados […].
En estas décadas de indefinición dogmática, todos apelaban a un concilio universal que
restableciera la unidad, pero que se retrasaba precisamente por la desconfianza de todos los
implicados[: la Iglesia porque temía perder poder frente al Emperador y los príncipes luteranos
porque creían que, al final, podían desvanecerse todos los logros conseguidos; mientras, Carlos
V estaba dispuesto a grandes concesiones para mantener la paz imperial y poder dedicar sus
esfuerzos a otros asuntos internacionales] […].
La afirmación de las iglesias protestantes en el Imperio estuvo determinada por complejos
avatares militares y políticos [(p.ej. la constitución de la Liga defensiva en Smalkalda por
príncipes protestantes o la batalla de Mühlberg, ganada por las armas de Carlos V)] […].
En realidad, el enfrentamiento confesional de estos años no fue sino un aspecto de la
rivalidad de los grandes señores con el emperador y entre sí […].
La paz religiosa de Augsburgo (1555) entre luteranos y católicos, excluyó a todas las
demás confesiones (zwinglianos, anabaptistas, calvinistas). Se cimentó sobre un principio
nuevo de “territorialismo religioso” (J. Leclerc): los príncipes y las ciudades independientes
podrían elegir la forma de religión e imponerla a sus súbditos (“cuius regio, eius religio”); a la
vez, se intentó fijar unos mecanismos de “reserva eclesiástica” que impidieran el paso a la
Reforma de tierras nuevas, aunque esto último no se aplicara sin violencia.
El luteranismo se extendió, simultáneamente, en las dos grandes monarquías bálticas[:
Suecia, donde la Reforma fue el resultado de su independencia de Dinamarca – Noruega bajo
Gustavo Vasa; y Dinamarca – Noruega] […].
3.2. Zwinglio. Los anabaptistas y los reformadores radicales
[…]
Javier Díez Llamazares
12
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 6
Ulrich Zwinglio (1484 – 1531) y la Reforma en Suiza. Coetáneo de Lutero, acumulaba una
larga experiencia pastoral entre los soldados mercenarios, como párroco de Glaris, y con los
peregrinos al santuario de Einsielden, cuando fue llamado como predicador a Zurich (1518). Su
formación humanista y las críticas erasmistas a la Iglesia, más que otras experiencias
personales, le llevaron a aceptar las ideas luteranas y, en 1523, implantó la reforma con el apoyo
del Consejo de la ciudad.
Zwinglio actuó en un contexto sociopolítico muy diferente al alemán. Suiza era una
confederación de treces cantones […]. Los cuatro obispos no tenían poderes temporales, no
había grandes príncipes territoriales ni una nobleza fuerte, pero sí sólidas oligarquías urbanas y
rurales acostumbradas a formas de gobierno comunitarias y federales. El influjo del humanismo
entre sus elites era muy notable en aquel país abierto donde se refugió Erasmo […]. Quizás por
todo ello sus propuestas fueron, doctrinalmente, más radicales que las de Lutero, y muy otro su
modelo de Iglesia.
En los aspectos formales, Zwinglio llegó al extremo de retirar todo tipo de imágenes,
suprimiendo también campanas, velas, incluso el canto; los pastores no usaban vestiduras
litúrgicas sino las comunes en la administración de los sacramentos, en lengua vernácula por
supuesto. Dogmáticamente, defendió la sola autoridad de la Biblia y la total ineficacia de las
obras, pero de un modo más radical y pesimista que Lutero: Dios predestina quiénes han de
salvarse, a los que colma de su gracia. Sólo reconoció dos sacramentos, el Bautismo y la
Cena, pero entendidos como meros símbolos de la unión de los hombres a Dios […].
Configuró una iglesia organizada de abajo arriba, en pequeñas comunidades autónomas
flexiblemente confederadas en “sínodos”, y de más amplia participación. La comunidad elegía
a sus pastores y también a “apóstoles” y “profetas”, encargados de gobernar espiritual y
socialmente a la comunidad religioso – política [(tendencia a inmiscuirse en el gobierno civil
por parte de las iglesias zwinglianas, al contrario que en el luteranismo)] […].
El proselitismo suizo de Zwinglio, respaldado por el hegemonismo político de Zurich, tuvo
éxito en Basilea y en otros territorios, pero fracasó tratando de imponer la Reforma en toda la
Confederación [con su derrota y muerte en la batalla de Kappel (1531) frente a la liga católica
suiza]. Su obra en Zurich perduró, indirectamente, a través de Martín Butzer (“Bucero”: 1491
– 1551) reformador de Estrasburgo[, y de manera parcial y reelaborada en el calvinismo] […].
Los “anabaptistas”. Sectas y movimientos radicales. Al margen de las iglesias protestantes
surgieron movimientos más radicales, que funcionaron como “sectas”; grupos de elegidos, de
puros, que se separaban del resto de los infieles. Sin ortodoxias, sin jerarquías ni estructuras, se
sienten movidos directamente por el Espíritu Santo que les habla en sueños y visiones.
Pretenden la realización inmediata en el mundo de las utopías profetizadas en la Biblia,
como la comunidad de bienes o la igualdad social, por lo que chocan violentamente con las
autoridades. Están animados por una convicción escatológica tomada del Apocalipsis: se
acerca el final de los tiempos, el Juicio que premiará a los elegidos y castigará a los infieles, la
instauración por un tiempo del reino de Cristo y sus santos en la Nueva Sión eterna.
Los “anabaptistas” eran llamado así porque “rebautizaban” a los adultos, como señal de
aceptar su elección: una aberración para la mayoría, que mantenían el bautismo inmediato como
seguro de salvación frente a una mortalidad infantil muy elevada. Los hubo pacíficos, víctimas
de las autoridades civiles y perseguidos por todas las iglesias, que establecieron pequeños
grupos dispersos desde Suiza hacia los Países Bajos y hacia Bohemia. Otros, en circunstancias
excepcionales, adoptaron formas violentas, como ocurrió en Münster (1534 – 1535) […].
(RIBOT, 251 – 252)
B. Lutero
[…]
[…] Lutero niega el libero arbitrio del hombre y todo lo remite a la misericordia divina, es
decir, a la justificación por la fe, que se convierte en la piedra angular del protestantismo oficial.
De acuerdo con esta doctrina, Lutero desarrolla su crítica contra las indulgencias, que
favorecían una piedad superficial y alejaban al cristianismo de las verdaderas fuentes de la
salvación […]. Lutero no pretendía aportar ninguna nueva doctrina con sus tesis; sin embargo,
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 6
afirmaba que sólo Dios puede perdonar las culpas de aquellos que se arrepienten
sinceramente, de forma que la absolución dada por el sacerdote le parecía útil pero no
indispensable […]. Por otra parte, afirma que el cristiano tiene una doble naturaleza: el hombre
interior que halla su plena libertad en la fe, en la relación con Dios y en la lectura de la Biblia,
que es donde se manifiesta de forma auténtica la voluntad divina; y el hombre exterior, que se
pone en relación con los otros hombres en el marco de la vida social. Las obras buenas no
sirven para salvar al hombre interior (que se salva únicamente por la fe), sino para gobernar
al hombre exterior y ayudarlo a vivir en armonía con el interior.
Las consecuencias de esta valoración absoluta del diálogo directo entre el hombre y Dios son
de gran trascendencia. En primer lugar, se devalúa el papel de los sacerdotes como
intermediarios entre Dios y los fieles. Lutero afirma el “sacerdocio universal de todos los
bautizados”, sin que exista frontera alguna entre laicos y eclesiásticos, simples delegados por la
comunidad para el desempeño de un determinado oficio. En segundo lugar, la “lectura y la
interpretación de la Biblia” era un derecho de todos los creyentes y no, como afirmaba la
Iglesia, un monopolio reservado a los sacerdotes. Y en tercer lugar, de la doctrina del sacerdocio
universal deriva una valoración de los “sacramentos” diversa. Los siete sacramentos de la
Iglesia católica son reducidos a tres por Lutero. Sólo la eucaristía, cierta forma de penitencia y
el bautismo se fundan en la Biblia, los otros eran el fruto de las distorsiones introducidas por la
autoridad eclesiástica.
[…]
(BENNASSAR, 111 – 116)
Las posiciones doctrinales del luteranismo
[…] Se exponen en el Pequeño y Gran Catecismo (1529), en la Confesión de Augsburgo
(1530), en los últimos escritos de Lutero […] y en el Corpus doctrinae christianae de
Melanchton (1560).
[…]
b) Lutero busca durante mucho tiempo una formulación satisfactoria de su doctrina
eucarística. Para él, la Eucaristía no es, como para la Iglesia romana, una renovación
del sacrificio de la Cruz. La redención se realizó de una vez por todas, y es una ofensa a
Dios pensar que hay que reproducir el sacrificio como si no hubiera bastado con la
primera vez […]. [Asimismo] […], rechaza la teoría escolástica de la
transustantación[; por la cual, el pan y el vino cambian gracias a las palabras del
sacerdote en sustancia del cuerpo y la sangre de Cristo] […]. Formula, pues la teoría de
la consustantación: en la eucaristía, por voluntad de Cristo, las sustancias del cuerpo y
de la sangre coexisten con las del pan y el vino, que subsisten material (apariencias
sensibles) y realmente (esencias).
c) Finalmente, la eclesiología luterana es muy simple. La verdadera Iglesia es invisible,
pues es la de los justificados por la fe. Todos son iguales ante Dios […]. Los pastores
son funcionarios que han recibido una formación espiritual que les cualifica para
predicar y distribuir los sacramentos, pero no hay orden, ni votos, ni celibato obligatorio
[…].
[…]
Los anabaptistas
[…]
a) El anabaptismo no tiene una teología establecida, un verdadero teórico ni un
contenido definido. Es más una aspiración espiritual que una forma de protestantismo.
Y su apariencia de unidad nace más bien de la persecución que de la doctrina. Hay que
buscar sus fuentes en el iluminismo medieval, que sigue tentando a pequeños grupos
de fieles. La creencia en la proximidad del Juicio Universal nace de una lectura literal
de las Escrituras, la visión de la historia y del porvenir de una meditación de los textos
proféticos y, sobre todo, del Apocalipsis, y la insistencia sobre el papel del Espíritu
Santo y el rechazo de las meditaciones entre el hombre y Dios, de una tendencia
mística. Esta concepción religiosa se acompaña a menudo de un rechazo más o menos
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 6
brutal del mundo, de las reglas sociales, de las autoridades establecidas y de las
jerarquías.
b) El anabaptismo, inspirado sin duda por un grupo hussita, los Hermanos Moravos,
aparece en Sajonia hacia 1520. Influye fuertemente en Karlstadt durante sus
experiencias de Wittenberg, interrumpidas por Lutero (1522). Desempeña un
importante papel en la rebelión campesina, a la que confiere su carácter místico y
mesiánico. Después de la muerte de Münzer, la oposición a los anabaptistas se hace
general […]. Este movimiento, por su rechazo de toda forma de Iglesia, así como de
pronunciar los votos y de ejercer cargos públicos, por su proclamación de la igualdad
natural y de la necesaria comunidad de bienes entre los fieles, parecía amenazar todo el
orden social. Al verse perseguidos, los anabaptistas escogieron la acción violenta para
favorecer la llegada del esperado “Nuevo reino” […].
c) Sin embargo, el anabaptismo subiste como corriente espiritual. Gracias a Menno
Simon, a David Joris y a Jacob Hutter, hay pequeños grupos que mantienen el ideal
mesiánico y profético renunciando a la violencia. Estas doctrinas proclaman la acción
directa del Espíritu sobre el fiel, la iluminación repentina que impulsa a predicar y a
profetizar e influyen sobre los socianianos polacos y los puritanos ingleses […].
6.4. La segunda generación de reformadores. Calvino
(FLORISTÁN, 91 – 96)
3.3. Calvino y el calvinismo
Si Lutero se asoció a una reforma de la doctrina, el calvinismo fue sentido como su
perfeccionamiento, como su consumación consecuente en una auténtica reforma de la vida.
Calvino habría sabido dotar al protestantismo, en su segunda etapa, de una disciplina
eclesiástica clara, de un culto ordenado y de un modelo eficaz de iglesia capaz de dar réplica al
renovado catolicismo de la Contrarreforma.
Juan Calvino (Noyon, 1509 – Ginebra, 1564) procedía de una familia burguesa que le pudo
costear una esmerada educación […]. Recibió órdenes eclesiásticas pero nunca estudió
formalmente teología: en esto fue autodidacta. Evolucionó lentamente desde círculos erasmistas
y evangelistas hacia el luteranismo, arrastrado más por el deseo de restaurar la verdadera iglesia
y la gloria de Dios en la tierra que preocupado por la salvación del alma. Las persecuciones
antiluteranas de 1533 – 1534 le obligaron a refugiarse en la corte de Margarita de Navarra, en
Estrasburgo y, finalmente, en Basilea. Aquí, publicó, en latín, la primera versión, muy breve, de
la Institutio Christiana[e Religionis] (1536): una exposición sistemática de la doctrina
evangélica […].
En este mismo año recaló en Ginebra […]. Ginebra era un pequeño centro artesano y
comercial, más bien en declive, que se había sacudido la tutela de los duques de Saboya y del
obispo – señor (1533). La impaciencia intransigente de los reformadores, y la resistencia del
partido más conservador, les obligaron a huir. Entre 1538 y 1541 residió en Estrasburgo, una de
las primeras ciudades en aceptar la Reforma y, con Martín Butzer (“Bucero”, 1491 – 1551),
un lugar de confluencia de ideas y de ensayos eclesiales […]. Aunque no llegase a conocer
personalmente a Lutero, entonces acabó de forjar definitivamente su proyecto. Un cambio de
gobierno en Ginebra en 1541 le permitió aplicarlo con todas sus consecuencias.
La doctrina de Calvino tiene como centro la trascendencia absoluta de Dios, tan lejano del
hombre como el Yahveh del Sinaí del Antiguo Testamento. Todo debe ordenarse “Soli Deo
Gloria”: a la gloria de un Dios riguroso, incomprensible, inalcanzable, muy otro del padre
misericordioso encarnado en Cristo. De aquí deriva uno de los elementos más dinamizadores
para sus discípulos: la idea de la predestinación. Dios, en su infinita sabiduría, ha dispuesto
para cada hombre en su soberana voluntad, con independencia de lo que haga, que se salve o
que se condene para siempre. La mera aceptación de la predicación, la pertenencia a esta iglesia
“reformada”, un esfuerzo de purificación ascética, son signos que certifican la elección
salvadora de Dios; la actividad proselitista y agresiva de los fieles calvinistas se explica por el
fervor con que interiorizaron tal seguridad absoluta en su propia salvación.
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 6
La revelación de Dios en la Biblia constituye la norma suprema, con preferencia del
Antiguo Testamento y del pueblo de Israel, como modelo, sobre los evangelios y las
primitivas comunidades cristianas. Sólo reconoce dos sacramentos, Bautismo y Cena, ésta
como pura conmemoración. Su organización eclesiástica descansa en cuatro ministerios de
raigambre bíblica: “pastores”, “ancianos”, “diáconos” y “doctores”. Como jefes religiosos de
la comunidad, administrando la Palabra y los sacramentos, están los “pastores”; los
“ancianos”, elegidos entre los laicos, se encargan de la corrección de las costumbres y de la
disciplina; la beneficencia con pobres y enfermos es responsabilidad de los “diáconos”, lo
mismo que la enseñanza de la juventud y la interpretación de las escrituras lo es de los
“doctores”. El “consistorio”, que componen pastores y ancianos, es el organismo supremo:
tribunal dogmático, moral y hasta político. Desde el consistorio, Calvino impuso una disciplina
rigurosa en todos los frentes, eliminando por igual la disidencia política, la herejía (Miguel
Servet fue quemado en la hoguera en 1553) y las malas costumbres.
La vida en Ginebra se volvió austera, rígida y policial, centrada en la catequesis, el estudio
de la escritura, los sermones, etc. El baile, el canto, las lecturas profanas, la bebida y otras
actitudes inmorales fueron perseguidas incluso en el interior de las casas. Pero este mismo rigor
prestigió a la “iglesia reformada” de Ginebra a los ojos de los protestantes más inquietos de toda
Europa, e impulsó su rápida difusión en todas las direcciones en los años 1550 – 1570. Porque
el calvinismo contenía un poderoso germen proselitista y, a ser posible, dominador. Calvino
pretendió, para mayor gloria de Dios, instaurar su señorío en todas partes y convirtió Ginebra en
la alternativa a la Roma de la Contrarreforma. Su amplísima correspondencia personal y sus
escritos, que multiplicaba una activa imprenta, alentaron el celo de los elegidos; y en la
Academia, que dirigió su colaborador y sucesor, Teodoro de Beza (1519 – 1605), se formaron
los pastores que atenderían a las nuevas comunidades. Su misma estructura, descentralizada en
pequeñas comunidades que se confederaban por naciones, facilitaba la difusión en medios
políticos adversos.
El calvinismo se extendió en medio de grandes convulsiones políticas, en las que tuvo no
poca responsabilidad. En muchos casos necesitó la violencia para incrustarse entre las iglesias
luterana, católica y anglicana, bien asentadas ya a mediados del s. XVI […].
[LA EXTENSIÓN DEL CALVINISMO EN EUROPA]
[FRANCIA]
[…] En 1559 se reunió en París el primer Sínodo Nacional y 50 comunidades elaboraron
una Confessio Gallicana y una Disciplina sobre su funcionamiento […]. La muerte de Enrique
II en 1559 abrió un largo período de debilidad en el trono hasta 1589. En la lucha por el poder,
la nobleza se organizó en dos bandos: la familia Guisa acaudilló el católico, y la casa de
Borbón, el “hugonote” o calvinista. La nueva fe prendió sobre todo en las regiones periféricas
del S y SO […] y del N […]. Después de ocho violentas guerras civiles (1562 – 1598) hubo de
llegarse a una solución de compromiso. Se aceptó que Enrique de Borbón, líder de los
hugonotes, ocupara el trono por derecho de sangre, pero regresando al catolicismo mayoritario.
Por el Edicto de Nantes (1598) Enrique IV restableció el catolicismo en todo el reino y
concedió una amplia tolerancia […].
[PAÍSES BAJOS]
La difusión del calvinismo en los Países Bajos galvanizó la resistencia aristocrática y
nacionalista contra el gobierno autoritario de Felipe II de España […]. La revuelta generalizada
de las 17 provincias se resolvió con la formación de dos ligas: en la de Arras (1579), las
provincias del sur permanecieron “obedientes” y católicas, atraídas a la paz por Alejandro
Farnesio; las provincias del norte, asociadas en la liga de Utrecht, lucharon por la
independencia bajo el liderazgo de Guillermo de Orange […].
[ESCOCIA]
La reforma del pobre y atrasado reino de Escocia llegó de la mano de John Knox (1505? –
1572), que del luteranismo evolucionó hacia el calvinismo en los años de su exilio alemán y de
su estancia en Ginebra (1554 – 1555). Por influencia inglesa, la Reforma tenía simpatizantes
entre la nobleza. En 1560, aprovechando la ausencia de la reina María [I] Estuardo y la
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 6
quiebra de su alianza con Francia, una junta de lores espirituales y temporales se reunió, a
instigación de Knox, en un “Reformation Parliament”. Acordaron romper con la autoridad del
papa y promulgar una Confessio Scotica, y se procedió a la secularización parcial de los bienes
eclesiásticos, repartidos entre nobleza y corona. Pero no llegó a desaparecer del todo la antigua
iglesia, con sus obispos, clero y bienes. María Estuardo, aunque católica, no pudo encauzar una
restauración católica y abdicó en Jacobo VI (1567) antes de exiliarse. Fue Andrew Melville,
sucesor de Knox, quien implantó un riguroso “presbiterianismo”, que niega la diferencia
jerárquica de obispos y pastores; cada comunicad parroquial elige a su pastor y a los diáconos
y los ancianos; y el consistorio local elige a los representantes en las asambleas nacionales
(“Kirk Session”). Doctrinalmente calvinista, su organización era la más participativa de todas,
lo cual mermaba el poder del rey[; de ahí los intentos, de escaso éxito, de Jacobo VI y Carlos I
por restaurar la figura del obispo] […].
3.4. El cisma inglés y la reforma anglicana
[…] Sin embargo, el “anglicanismo” solemos asociarlo a la voluntad de un rey, de Enrique
VIII. Inglaterra evolucionó, de forma lenta y sinuosa, desde el cisma disciplinar de 1534 hasta
la afirmación plena de un modo particular de iglesia protestante, en 1559. Los problemas
sucesorios y las alianzas diplomáticas forzaron los cambios en uno u otro sentido, impuestos
siempre desde arriba con el apoyo del Parlamento.
El drama de conciencia de Enrique VIII (1509 – 1547) fue decisivo en el inicio de la
ruptura con Roma (G. Elton). En 1525 el rey se encontró con que no era razonable esperar
descendencia masculina de su mujer Catalina de Aragón (1485 – 1536). Sólo una hija y cinco
nacimientos malogrados avalaron su aprensión de vivir en pecado con la que había sido mujer
de su hermano Arturo, y de ser castigado por ello. También es cierto que la casa de Tudor
había ascendido al trono muy recientemente (1485), tras la guerra civil de las Dos Rosas:
necesitaba un heredero varón indiscutible. Para ello intentó anular su matrimonio con la [hija]
[…] de los Reyes Católicos y casarse de nuevo. El proceso de nulidad, impulsado por el
canciller Thomas Wolsey en Inglaterra, fue avocado por Clemente VII en Roma en 1529 y
ralentizado por los intereses diplomáticos de Carlos V, sobrino de Catalina. Entonces el rey
decidió romper con la jurisdicción de Roma.
En 1533, Thomas Cranmer, el nuevo primado de Canterbury, declaró nulo el primer
matrimonio del rey y validó el contraído con Ana Bolena, ya embarazada. En 1534, el
Parlamento aprobó las grandes leyes cismáticas con Roma, y entre ellas el “Acta de
Supremacía”: el rey sería “the Only Supreme Head of the Church of England”. La ruptura,
política que no religiosa, contó con amplio respaldo parlamentario pero también con la
oposición de algunos católicos [(con las primeras persecuciones y las ejecuciones del obispo de
Rochester, John Fischer, y del ex – Canciller, Tomás Moro, en 1535)] […]. La supresión de
291 pequeños conventos y monasterios en 1536, seguida de la de los mayores (1537 – 1540) y
de otras rentas de cofradías y obras pías, puso en manos del rey enormes propiedades, con la
que generó una clientela nobiliaria y eclesiástica agradecida. Pero también provocó el
descontento campesino, que resultó endémico en los condados del N, celosos de los usos
colectivos de la tierra que los nuevos “cercamientos” suprimían [(protesta campesina del
“Pilgrimage of Grace” acaudillada por Robert Aske)] […].
Enrique VIII, con apoyo del Parlamento, reguló la doctrina y la liturgia de la iglesia de
Inglaterra con gran prudencia y una calculada ambigüedad. Aunque rebelde a Roma, siguió
siendo visceralmente antiprotestante, como se había manifestado en su Afirmación de los siete
sacramentos (1521) contra Lutero, que le había valido de León X el título de Defensor Fidei.
La Confesión de los diez artículos (1536) y el Libro de los obispos (1537), aunque
esencialmente católicos, adelantaron algunos de los cambios de la Reforma: supremacía de la
Escritura, imposición de la liturgia en inglés, celibato sacerdotal voluntario, reprobación
de indulgencias y reliquias, obligación de los párrocos a predicar. Otras normas posteriores
(Acta de los seis artículos de 1539, Libro del rey de 1543) dieron marcha atrás reafirmando los
ritos católicos tradicionales […]. Con todo, en estos años se fue difundiendo el uso de la Biblia
en inglés, acompañada de un Homiliario reformista de Cranmer.
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 6
El breve reinado de un menor, Eduardo VI (1547 – 1553), permitió a los elementos más
claramente protestantes, encabezados por Cranmer, avanzar, esta vez sí, en el sentido de la
auténtica Reforma doctrinal. Los Cuarenta y dos artículos de la fe (1553) combinaron
formulaciones luteranas y zwinglianas junto con elementos todavía católicos. Pero lo que el
pueblo pudo percibir, como en todas partes, fueron los cambios litúrgicos que conllevaban. La
misa dejó de contener la idea de sacrificio y de presencia real de Cristo: los altares se
sustituyeron por simples mesas de madera, la liturgia volvió al inglés, cobró más importancia la
Palabra (predicación, rezo y canto de salmos), desapareció la misa diaria, los vasos litúrgicos y
otros objetos fueron incautados, se abolieron las fundaciones de misas. Obispos y presbíteros
mitigaron su condición sagrada: pudieron volver a casarse. Sólo se reconocieron dos
sacramentos, Bautismo y Cena: los rituales del matrimonio, de difuntos, de ordenación
perdieron su antiguo esplendor. Lo mismo que con Enrique VIII, los cambios se introdujeron
como obligación uniforme para todos, mediante “Actas de uniformidad” y “Libros de
preces” aprobadas por el Parlamento y por juntas de obispos afectos, y marginando a los
renuentes.
Un nuevo cambio en el trono alteró radicalmente la evolución de la iglesia en Inglaterra,
pero también por poco tiempo. María [I] Tudor (1553 – 1558), hija de Catalina de Aragón,
casada con Felipe II de España, pretendió la restauración del catolicismo. Para ello se ayudó del
episcopado más moderado que había promovido su padre, en particular de Gardiner al que
nombró canciller. El cardenal Reginald Pole, exiliado en Roma desde 1536, […] regresó como
legado papal plenipotenciario y fue hecho [arz]obispo de Canterbury. No hubo problemas en
cuanto al Parlamento, que derogó disciplinadamente la legislación anterior; a cambio, Paulo III
les absolvió del cisma y reconoció las secularizaciones que se habían producido. Aunque todos
le aconsejaron prudencia, quizás en un exceso de celo religioso, procedió a la purificación del
reino mediante la quema de 273 herejes […]. Si, hasta entonces, el pueblo inglés había asociado
la causa protestante al expolio de las iglesias, a la irreverencia y a la anarquía religiosa, ahora
comenzó a verla como modelo de virtud y de resistencia nacional frente a la tiranía papista (O.
Chadwick).
El largo gobierno de Isabel I (1558 – 1603) permitió la afirmación paulatina del
“anglicanismo” como una variante de la Reforma protestante […]. En 1559, el Parlamento
restableció el Acta de Supremacía, el Acta de Uniformidad y el Libro de Rezos. Los Treinta y
nueve artículos de la fe (1563), refundición de los de Cranmer de 1553, tenían un aire un poco
más calvinista.
[…] La reina se negó a una reforma en sentido presbiteriano, como en Escocia, que
suprimiera el episcopado, uno de los principales soportes de su poder. En 1603, la “Iglesia
Católica de Inglaterra” –así se denominó oficialmente— mantenía un credo básicamente
católico salvo en lo referente a la eclesiología, lo que explica el fluido retorno de anglicanos al
catolicismo durante los siglos XIX y XX.
(RIBOT, 254 – 257)
E. Calvino y el calvinismo
[…]
Para dar vida a esta comunidad ideal Calvino utilizó ampliamente los instrumentos de la
política, orientados al control de la religión y de la moral. Un consistorio, compuesto por doce
laicos y algunos pastores, vigilaba la conducta de los ciudadanos en lo referente a las cuestiones
doctrinales y la disciplina eclesiástica. El sistema educativo fue completamente reformado. La
conducta moral y la observancia religiosa de los magistrados estaba sometida a un estricto
control. Un viento moralizador impregnó la vida pública y privada de los ginebrinos: se
prohibieron los juegos de azar, los espectáculos, el lujo, se cerraron las tabernas. Los pecadores
eran excluidos de la comunidad y la sanción provocaba de hecho su marginación social.
[…]
F. La Reforma anglicana
Enrique VIII e Isabel I no pueden compararse con los grandes reformadores del s. XVI. Su
obra religiosa, inspirada por el deseo de subordinar la vida eclesiástica a los intereses del
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 6
Estado, no hubiera sobrevivido de no haber estado tan mal considerado el papado en las Islas
Británicas desde tiempo atrás, y si la Iglesia de Inglaterra no hubiera estado habituada a vivir de
forma autónoma […].
[…]
(BENNASSAR, 116 – 123)
Los comienzos de la reforma inglesa: el primer anglicanismo
El anglicanismo ofrece el ejemplo de una reforma querida y dirigida por el príncipe, que, a
pesar de su carácter artificial original, se mantiene hasta la época contemporánea, sin duda
porque respondía a una necesidad.
a) La aspiración a una reforma de la Iglesia es tan fuerte en Inglaterra como en el
continente. A principios del s. XVI se constatan en este país los mismos abusos […], la
misma piedad popular y las mismas exigencias de los medios intelectuales. Pero a ello
hay que añadir la riqueza de la Iglesia, las quejas contra las exacciones financieras de la
Curia, el papel de la monarquía en la elección de prelados y la confusión entre lo
temporal y lo espiritual. Por otra parte, el recuerdo de las doctrinas heréticas de John
Wycliff (†1384) había sido conservado en el interior de pequeños grupos. Finalmente,
Inglaterra, a finales del s. XV, ve la constitución de una escuela humanística en torno de
Linacre, John Colet y Tomás Moro […]. Pero aquí, igual que en otras partes, la
influencia del humanismo cristiano queda limitada a los intelectuales.
b) Al principio, las ideas de Lutero son bien acogidas por los ambientes deseosos de
reforma, mientras que el soberano, Enrique VIII, que se precia de teólogo, se ocupa de
redactar una refutación que le vale el título de Defensor de la fe. La ruptura entre
Erasmo y Lutero conduce la formación de un pequeño grupo más atrevido. Mientras
Oxford permanece fiel al Humanismo cristiano, Cambridge se constituye en la
“pequeña Alemania”. Thomas Cranmer (1489 – 1556) adopta una parte de las tesis del
reformador, y Tyndale traduce el Nuevo Testamento (1525). Si bien Enrique VIII es
hostil a las nuevas ideas, no deja de preocuparle la excesiva influencia de Roma sobre
un clero al que desea controlar mejor y cuya riqueza contrasta con la debilidad de los
medios materiales de la monarquía. Sin embargo, su cambio de política está
determinado por motivos personales […].
c) Una vez consumada la ruptura, es necesario organizar la Iglesia de Inglaterra. Enrique
VIII deja esta tarea a su consejero, Thomas Cromwell, convertido a las ideas luteranas
y partidario de la supremacía del Estado sobre la Iglesia, y a Cranmer […]. En ellos
[(los Diez artículos, de 1536)] se establece el equilibrio entre las tendencias: si bien se
reducen a tres los sacramentos de institución divina (bautismo, penitencia y
comunión), se les reconoce un valor a los demás, así como se admite que las obras
inspiradas por la caridad ayudan a la justificación y se permite honrar a los santos
aunque se rechace su intercesión. La doctrina eucarística sigue siendo ortodoxa por
voluntad del soberano […]. Se suprimen los votos religiosos, pero subsiste el
sacerdocio, se mantiene el episcopado y se exige el celibato a los clérigos […] [,] los
oficios se dicen en lengua vulgar, y la lectura de la Biblia en la traducción orientada de
Tyndale […]. Hacia 1538 está muy claro el avance luterano […].
d) Después de 1538, la reacción real detiene el desarrollo de la Reforma. Enrique VIII,
por convicción, detesta la herejía y se inquieta con sus progresos. Frena las iniciativas
de Cranmer, destituye a Cromwell y restablece la ortodoxia […]. En 1543, un texto
redactado por el propio Enrique VIII, la Necesaria Doctrina, acentúa el papel del libre
arbitrio en la salvación […]. En esta fecha [(1547)], el anglicanismo es un catolicismo
no romano, un cisma más que una herejía […].
[…]
La ortodoxia calvinista
a) Calvino parte de la necesidad de dar a la Reforma un cuerpo lógico de doctrina,
sacando todas las conclusiones de las primeras afirmaciones fundamentales de Lutero:
la impotencia del hombre, la gratuidad de la salvación y la primacía absoluta de la fe
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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[…]. La base de todo el edificio es la oposición de la trascendencia divina y la
maldad humana […]. Al elevar así a Dios y rebajar la criatura, Calvino puede acentuar
aún más el carácter gratuito de la Gracia.
b) Dios nos habla mediante las Escrituras, que establecen así un vínculo. Como en el
caso de todos los reformados, Calvino plantea la primacía de las Escrituras, que
contienen todo lo que Dios nos quiere dar a conocer. Pero Calvino concede una
atención especial al Antiguo Testamento […].
Dios nos justifica por su gracia. Lo mismo para Calvino que para Lutero, la fe es un
puro don de Dios y está fundada en el sacrificio perfecto de Cristo […]. Así se coloca al
creyente en una confianza total en la Palabra de Dios, y la fe le da la voluntad de
someterse a la ley. Pero la salvación sigue siendo gratuita, pues nuestra naturaleza
permanece irremediablemente inclinada al pecado […]. Pero Dios predestina a la
salvación, sin que podamos tener ninguna certeza ni satisfacer ninguna curiosidad. El
fiel debe confiar en Dios y someterse a su juicio […]
Dios nos ayuda por su Iglesia. La verdadera Iglesia, conocida solamente por Dios, es
la de los redimidos, pero la Iglesia terrestre ha sido instituida para consolar al fiel […].
c) Si bien no existe el sacerdocio, en el sentido católico del término, sí existen los
ministerios, dones del Espíritu Santo […].
Los sacramentos son instituidos por Dios para dar al fiel la fuerza de perseverar en
la fe y la confianza en su elección, manifestada ya por el don de aquélla. Son algo más
que una simple conmemoración […].
[…]
d) Desde 1541 hasta su muerte, en 1564, Calvino se esfuerza en defender esta ortodoxia
que le parecía establecida sobre la misma Palabra de Dios, contra todo lo que pudiera
amenazarla […].
[…]
6.5. La reforma católica. El Concilio de Trento
(FLORISTÁN, 96 – 102)
4. La reforma católica
[…]
4.1. Movimientos previos
Las iglesias de las penínsulas hispánica e itálica se adelantaron a otras en sus iniciativas
reformistas. El caso español debe mucho al cuidado con que los Reyes Católicos –en especial
Isabel I para Castilla— seleccionaron obispos cultos y piadosos, alejados de las banderías
nobiliarias […] [, que] anticiparon el modelo de obispo reformista: maestro y pastor cercano a
sus fieles, preocupado por la formación de sus sacerdotes. Además, desde sus influyentes cargos
–confesor real, regente— promovieron la reforma de las órdenes religiosas y tomaron otras
iniciativas. La Universidad de Alcalá dotada por Cisneros (1509), se abrió a una renovada
teología positiva, en un ambiente más humanista y erasmista […]. En la más tradicional de
Salamanca, no tardaría en florecer una renovada “segunda escolástica”, gracias a Francisco
de Vitoria (1526) y sus discípulos, en la que se formaron muchos de los grandes teólogos de
Trento. Tales iniciativas, en España, fraguaron bajo la atenta supervisión de un instrumento de
control religioso sin parangón: la Inquisición real (1478). Ejercitada en la persecución de la
oculta herejía de los conversos, cuando “alumbrados” y erasmistas supusieron algún peligro
fueron fácilmente acallados.
La renovación de la iglesia en Italia debió más a iniciativas particulares desde abajo.
Funcionó como un caldo de cultivo donde se formaron personas llamadas a ocupar puestos
eclesiásticos destacados, y donde se forjaron experiencias aunque tardaran en madurar. Así, la
paulatina renovación del episcopado y de la curia, que culminó con la del pontificado, encontró
preparados muchos de los instrumentos necesarios para la reforma católica.
Siguiendo la tradición de las cofradías, pequeños grupos de laicos y eclesiásticos destacaron
por el vigor con que vivían su cristianismo en la práctica de la devoción (misa y oración
diarias, confesión y comunión al menos mensual) y de la caridad (atención de enfermos
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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incurables, de pobres, de huérfanos, etc.) […]. Entre otras que se multiplicaron por Italia, la más
famosa fue la del “Oratorio del Amor Divino” de Roma (1513): no por su número […] sino
porque participaron en ella San Cayetano de Tiena y Juan Pedro Caraffa (futuro Paulo IV).
Estas iniciativas se prolongaron en la reforma de las antiguas órdenes religiosas, o en la
fundación de otras de características muy novedosas [–“teatinos” (1524), “barnabitas”
(1530) o “somascos”, caracterizadas ambas tres por ser congregaciones de “clérigos regulares”:
eran sacerdotes pero sin cura de almas parroquial, que vivían en comunidad con votos
particulares, dedicados a un apostolado específico (formación de sacerdotes, atención de
enfermos y huérfanos, misiones populares); “ursulinas” (1535); o “capuchinos” (1528)—]
[…].
[…]
Pero de entre todas, la fundación más original y más relevante fue la promovida por un
hidalgo guipuzcoano, Íñigo de Loyola (1491 – 1556) […]. En 1538, Ignacio se ordenó
sacerdote y preparó la primera “Formula Instituti” que aprobó Paulo III en 1540, poniendo en
marcha la “Compañía de Jesús”, cuyo fin era militar “para mayor gloria de Dios” bajo las
órdenes del papa.
Para lograrlo más eficazmente, Ignacio de Loyola diseñó una congregación muy novedosa,
en primer lugar, por su estructura jerárquica y unitaria, tan distinta de las formas federales de
la mayoría de las órdenes tradicionales. El prepósito “general” lo era vitaliciamente y con
poderes amplísimos para nombrar a los “provinciales”, y estos a los “rectores” de las casas,
colegios, etc. Se realzó la obediencia al superior dentro de la Compañía, y cada profeso
añadió un cuarto voto a los tres tradicionales: el de obediencia al papa “sine ulla
tergiversatione aut excusatione”. Después de una rigurosa selección y con una esmerada
formación, sin un hábito propio que los identificara ni obligación de rezar en comunidad, los
“jesuitas” disponían de la disciplina y de la flexibilidad necesarias, de que carecían otros
religiosos, para afrontar las más diversas tareas. Pese a la reprobación de Paulo IV, la
“Compañía” se extendió rápidamente y ocupó un puesto señalado en los más diversos frentes: la
evangelización de las Indias Orientales […], la defensa de la ortodoxia en Trento […], la
formación de las nuevas elites dirigentes católicas en sus colegios […].
4.2. El Concilio de Trento
El V Concilio de Letrán (1512 – 1517), convocado por Julio II y León X, no afrontó la
reforma de la Iglesia que muchos anhelaban. Se limitó a responder al conflicto conciliarista
bajomedieval, revivido por los intereses políticos del rey de Francia en Pisa (1511). Otra
convocatoria que hiciera frente a los nuevos problemas planteados por los protestantes
alemanes, aunque ampliamente deseada, tropezó con demasiadas inercias y obstáculos antes de
1545.
[…]
El Concilio se inauguró, después de tres convocatorias fallidas […], el 13 de diciembre de
1545 en Trento, ciudad del Imperio pero en la vertiente italiana de los Alpes. Tuvo un
desarrollo muy agitado en tres fases discontinuas: cuatro años bajo Paulo III (1545 – 1549), un
año con Julio III (1551 – 1552) y casi dos años con Pío IV (1562 – 1563) […].
Los obispos y generales de órdenes fueron pocos en la primera fase, apenas 50 – 70 votos,
con mayoría absoluta de italianos, unos pocos españoles, sólo tres franceses y ningún alemán.
Los padres conciliares abordaron simultáneamente, en 1546 – 1547, los grandes temas
doctrinales cuestionados por los protestantes, y algunos asuntos disciplinares cuya reforma
interesaba más al Emperador […]. Pero sus relaciones con el papa se deterioraron […] y éste
decidió, con la mayoría de los asistentes, trasladar las sesiones a Bolonia. Los obispos
imperiales permanecieron en Trento y, aunque no se llegó a una ruptura y prosiguieron los
trabajos preparatorios, nada nuevo se decidió […].
El nuevo pontífice, Julio III (1550 – 1555), comprendió la urgencia de completar la obra.
Aunque a esta segunda fase del Concilio (1551 – 1552) no acudieron obispos franceses, por las
tensiones de Enrique II con el Emperador, sí lo hicieron algunos luteranos, delegados de 3
príncipes y 6 ciudades protestantes. Sus elevadas exigencias –empezar de nuevo las discusiones;
afrontarlas sólo desde la Escritura; proclamar la supremacía del concilio sobre el papa—
abortaron toda posibilidad de diálogo. Muy pronto, la traición de Mauricio de Sajonia y su
Javier Díez Llamazares
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alianza con Enrique II de Francia abrieron una nueva guerra […] y los obispos alemanes se
retiraron, suspendiéndose el Concilio (1552). Julio III, entonces, intentó por su cuenta una
reforma de la Curia y preparó una “Bula de Reforma”, que diese fuerza siquiera a los decretos
de Trento aprobados hasta entonces y promoviendo otros cambios, pero murió sin que se
proclamara.
Esta línea de reforma autocrática y no conciliar es la que siguió su sucesor, Paulo IV (1555
– 1559) […]. No quiso saber nada del Concilio y pretendió imponer por decreto la reforma de la
iglesia. Reorganizó la Inquisición romana, persiguiendo con dureza la inmoralidad […].
A su muerte, la elección de Pío IV (1559 – 1565) permitió reanudar el Concilio en una
tercera fase (1562 – 1563) determinada por circunstancias muy distintas[: paz religiosa en el
Imperio, fracaso de la restauración católica en Inglaterra y grave peligro de que los hugonotes se
hicieran con el poder en Francia] […]. En las dos primeras fases, Trento había respondido a las
doctrinas de Lutero y Zwinglio, y cabía la esperanza de una recuperación territorial ahora
imposible. Los esfuerzos se centraron, pues, en la reforma interna de la Iglesia […].
4.3. Obra y aplicación del Concilio
Trento reafirmó los principales dogmas de la fe católica frente a los protestantes.
También, la iglesia católica se reorganizó para afrontar con mayor eficacia la “cura de almas” de
sus fieles y la recuperación de los espacios perdidos ante la Reforma.
En cuanto a la clarificación dogmática, se precisaron:
1. Fuentes de la fe. La Escritura como fuente principal, pero interpretada en
concordancia con el magisterio de la Iglesia y con la tradición. Se admiten como
revelados los libros deuterocanónicos, que no forman parte de la Biblia judía. Ratificada
la versión latina de la Biblia según San Jerónimo –Vulgata— aunque se impulse una
nueva edición corregida.
2. La justificación por la fe y el valor de las obras. Rechaza la visión extrema y pesimista
de Lutero y, sobre todo, de Calvino sobre el hombre sin libertad para hacer el bien y
rechazar el mal. Con la ayuda de la gracia, que se otorga en los sacramentos, puede
hacer obras meritorias y vencer las tentaciones. Con todo, el modo como interactúan la
gracia de Dios y la libertad del hombre siguió siendo un misterio sobre el que discutían
tan enconadamente las escuelas teológicas católicas que los papas, a principios del
XVII, hubieron de imponerles silencio.
3. Los sacramentos. Son siete, son signos de Cristo y no de la Iglesia, y otorgan la gracia
en sí mismos, no según la fe de quien los recibe. La doctrina católica marcó profundas
diferencias con la protestante. La Eucaristía, en especial, fue exaltada como renovación
del sacrificio de Cristo y como presencia real de su cuerpo y sangre. El sacramento del
orden diferenció nítidamente a laicos de clérigos, estos con su jerarquía. El
matrimonio como unión pública ante la comunidad, con el sacerdote como testigo
solemne, adquirió una renovada dignidad.
4. La iglesia. “Cuerpo místico de Cristo” pero también sociedad histórico – jurídica
unitaria y jerarquizada. Aun reconociendo el sacerdocio universal de los fieles por el
bautismo, se exalta el sacerdocio ministerial de los consagrados, en un triple jerarquía
de obispo, presbítero y diácono. No se resuelven, sin embargo, dos cuestiones
fundamentales y conflictivas: primero, si la autoridad de los obispos proviene
directamente de los apóstoles (“episcopalismo”) o es delegada de la del papa; y,
segundo, el papel de los príncipes en la Iglesia y las relaciones del poder civil con el
eclesiástico (“regalismo”).
Este renovado fundamento dogmático sostuvo importantes cambios disciplinares. Urgía
cuidar más eficazmente la instrucción y la vivencia de la fe de los fieles; en este sentido, Trento
fue un concilio eminentemente pastoral. No abordó cambios organizativos en la Curia romana,
que los papas realizaron personalmente, pero sí renovó la figura del obispo y del sacerdote. El
obispo debía ser un hombre de ciencia y piedad, canonista o teólogo, para servir como maestro
y pastor de la iglesia local; esto le obligaba a residir en la diócesis, a visitarla
constantemente, a predicar y enseñar, a promover la formación moral e intelectual del
clero, y a introducir las reformas mediante concilios provinciales y sínodos diocesanos
[…].
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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En cuanto al clero secular, se reafirma el celibato obligatorio, se dignifica el aspecto
exterior (tonsura y vestiduras talares que les distingan) y se le encomienda, como colaborador
del obispo, la cura pastoral en las parroquias. El párroco enseñará las oraciones y la doctrina
en la predicación dominical y en la catequesis de los niños; controlará la administración de los
sacramentos mediante registros parroquiales, y vigilará el cumplimiento de los mandamientos
de la Iglesia (confesión y comunión anual). Para ello, debe recibir una formación moral e
intelectual esmerada: el Concilio ordenó la erección de seminarios en cada diócesis. Trento
apenas trató de las Órdenes religiosas, salvo para recortar sus exenciones y aumentar el
control episcopal sobre su actuación en las diócesis. No se ocupó apenas de los laicos: el
matrimonio siguió considerándose un estado inferior a la consagración religiosa o al simple
celibato. Y tampoco trató de la reforma de los príncipes, pese a que los obispos se quejaban
amargamente de las intromisiones de las autoridades seculares.
La Iglesia católica promovió las formas de piedad popular tradicionales que habían
rechazado los protestantes, aunque purificándolas de excesos[: impulso a las cofradías
populares devocionales, conversión de las procesiones en reafirmaciones colectivas y públicas
de la fe en aquellos puntos más atacados por el protestantismo, reconocimiento de ciertos
milagros y canonización de nuevos santos, instrucción del pueblo en las oraciones y verdades
fundamentales a través de la catequesis, etc.] […].
En la cristiandad católica se acentuó el clericalismo, la uniformidad y la riqueza formal
de los ritos, frente al mayor protagonismo de los laicos y la diversidad y mayor sobriedad
litúrgica de las iglesias protestantes. Los templos católicos se llenaron de crucifijos, vírgenes y
santos, expresión y objeto de la devoción popular. Las vestiduras y los vasos e instrumentos
litúrgicos se renovaron, enriquecidos con oro, plata, sedas y pedrería, signos de la magnificencia
de los sacramentos. También se cuidó la excelencia de la música sacra, la polifonía coral y el
órgano, pero como espectáculo sin participación popular. Desde Roma se acabó por imponer un
Misal (1570), un Breviario (1568) para el rezo y un texto de la Biblia (1592), sacrificando una
rica variedad de tradiciones litúrgicas […]. Por reacción antiprotestante, la Biblia permaneció
inaccesible al pueblo fiel: se proclamaba en latín la liturgia, y sólo la mediación del clero en los
sermones la acercaba; la catequesis de los niños no era principalmente bíblica sino dogmática.
La recepción del Concilio y su aplicación en la Europa católica atendió a circunstancias
nacionales [–p.ej. la aceptación de los decretos tridentinos por Felipe II (1564) siempre que no
perjudicaran los derechos reales; o la no aceptación formal en Francia, sino como un acuerdo de
la Junta del Clero (1615)—] […]. Pero fueron los grandes pontífices del posconcilio […]
quienes hicieron de Roma, de un modo más perfecto que nunca antes, la cabeza de la catolicidad
y no sólo la sede del papado [(p.ej. enseñaron los mejores teólogos o se crearon seminarios
específicos)] […]. Los nuncios, además de representantes diplomáticos, impulsaron las
reformas y la administración eclesiástica en los distintos países. Los obispos fueron obligados a
informar a Roma sobre la vida eclesiástica de sus diócesis en periódicas visitas “ad limina”
(1585), que Felipe II prohibió a los españoles que cumplimentaran personalmente […].
(RIBOT, 258 – 264)
2. La Reforma católica y la Contrarreforma
Al iniciar el estudio de la Reforma católica surge un interrogante: ¿se puede hablar de
Reforma católica o más bien de Contrarreforma?, es decir, ¿la renovación que surge en la
Iglesia católica durante el s. XVI es esencialmente una reacción contra el protestantismo y, por
tanto, posterior a la ruptura de Lutero o se trata más bien de algo que existía en el interior de la
Iglesia y había empezado a dar sus primeros resultados antes de 1517?
Para la historiografía tradicional protestante, la Reforma católica es una simple reacción
contra la Reforma protestante, lo que niega la historiografía tradicional católica. La
historiografía actual, por su parte, afirma que en el s. XVI se detecta una tendencia espontánea
hacia la reforma, que se observa desde la base y se manifiesta ya en el tardo medievo, y una
reacción contra el protestantismo que se desarrolla bajo la guía del papado, recurriendo incluso
a la coacción y a la fuerza. Hubert Jedin designa a la primera actitud Reforma católica y la
segunda Contrarreforma, precisando que la Contrarreforma sofocó no sólo los errores sino
también los fermentos positivos contenidos no tanto en el luteranismo como en el erasmismo y
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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en el humanismo cristiano de Lefèbvre d’Etaples y otros. Por otra parte, la Contrarreforma no
se puede reducir a una obra de represión (erradicación de abusos y ratificación de la doctrina
tradicional) y a una acción de reconquista político – religiosa. Existe también un sincero
esfuerzo de renovación religiosa, aunque insuficientemente desarrollado y divulgado.
[…]
B. El Concilio de Trento
[…]
Desde el primer momento se enfrentaron en el concilio dos tendencias: la que pretendía que
se tratasen de forma preferente los problemas de carácter institucional y disciplinar
(defendida por el Emperador, preocupado por llegar a un acuerdo con los príncipes protestantes
que hiciera menos inestable el cuadro político alemán), y la que quería dar una preeminencia a
las cuestiones dogmáticas y teológicas (sostenida por el pontífice). Para evitar que estas
diferencias desembocasen en un enfrentamiento abierto, se decidió organizar los trabajos de
modo que los dos aspectos, el dogmático y el disciplinar, se tratasen paralela y orgánicamente.
[…]
D. Actitudes represivas y actitudes reformadoras
La sistematización doctrinal y la codificación de la disciplina estuvo acompañada de una
paralela acción represiva [(p.ej. nuevo vigor dado al tribunal de la Inquisición o reorganización
de la censura sobre las publicaciones con la fijación de los criterios para la compilación del
Índice de libros prohibidos)], que expresó más directamente el espíritu duro y luchador de la
Contrarreforma […].
Las actitudes represivas, sin embargo, sólo muestran un lado de la Iglesia católica del XVI.
La voluntad de realizar una reforma del catolicismo a través de nuevas formas organizativas, de
conseguir la moralidad del clero y de intervenir de forma concreta en la sociedad, había surgido
antes de Trento, con la fundación de toda una serie de órdenes religiosas y de instituciones de
carácter asistencial […]. Al margen de su misión específica, los religiosos se volcaron en la
actividad misionera dentro de la lacerada cristiandad europea, a través de la predicación, el
ejemplo y el compromiso social.
[…]
6.6. La nueva geografía religiosa. La Europa confesional
(FLORISTÁN, 102 – 103)
5. La Europa confesional
La fragmentación de la Cristiandad en iglesias rivales abocó a un proceso de
“confesionalización” (H. Jedin, W. Reinhard) en la segunda mitad del s. XVI. Todas las
“confesiones” sintieron de un modo parecido la urgencia de elaborar las formulaciones
dogmáticas que definieran su particular identidad, algo innecesario mientras hubo una sola
cristiandad. Así, se redactaron las solemnes confesiones de fe como referencias a las que debían
sujetarse sus fieles […]. Y, para instruir a todos los fieles en la recta doctrina, se elaboraron
compendios adaptados a los predicadores o al pueblo [(p.ej. los catecismos luterano o el
católico de Pío V)] […].
Las diversas iglesias se organizaron mediante normas que regularon, más minuciosamente
que nunca antes, el culto litúrgico, el derecho canónico, la asistencia caritativa y educativa, etc.
Durante la segunda mitad del s. XVI, dentro de la Iglesia católica, se multiplicaron en número e
importancia las constituciones sinodales diocesanas y las disposiciones de los visitadores
episcopales. También los sínodos nacionales y los consistorios calvinistas, o los consistorios y
superintendentes luteranos, o, en el caso anglicano, el Parlamento, elaboraron importantes
“Disciplinas”, “Ordenaciones”, “Prayer Book”, etc. La formación, tanto del clero propio
como del misionero, se encomendó a centros especializados –colegios eclesiásticos,
seminarios—, y no indiferenciadamente a las universidades como antes. Nunca como ahora las
iglesias emprendieron la labor de catequizar a niños y jóvenes, lo que implicó a católicos y
protestantes en un gran esfuerzo educativo, creando colegios, gimnasios, academias, etc. Para
preservar la ortodoxia y perseguir a los heterodoxos, todas las confesiones utilizaron parecidos
recursos, que nunca antes habían sido tan poderosos. Se desarrollaron instituciones
Javier Díez Llamazares
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inquisitoriales; existió una rígida censura de imprenta y licencias de predicación; se
redactaron Índices de libros prohibidos o expurgados; se prohibió estudiar en el
extranjero.
El concepto de “confesionalización”, gestado por la historiografía alemana, intenta explicar
las nuevas relaciones entre religión y política en una Europa dividida, donde el Papa y el
Emperador habían dejado de ser referencias comunes operativas. La configuración de iglesias
territoriales, como hemos visto, debió mucho a las autoridades seculares. “Una fe, una ley, un
rey” se convirtió en el ideal de todos los príncipes del s. XVI que afrontaron las consecuencias
políticas de la ruptura religiosa. Gobernar sobre fieles de confesiones diversas y rivales no era
deseable por motivos evidentes: la diferencia inclinaba a la disidencia, a la conspiración o
rebelión en el interior y a la alianza con los enemigos exteriores […]. Salvo unos pocos
espíritus, no se entendió la libertad de conciencia y de culto como un derecho de la persona.
Todas las iglesias mantuvieron parecida intolerancia y persiguieron rigurosamente a los herejes
con la ayuda del poder secular, que los consideraba traidores. Sin embargo, la violencia de las
guerras intestinas religioso – políticas, sobre todo en el Imperio y en Francia, donde no podía
llegarse a la aniquilación del contrario, obligaron a firmar paces religiosas […].
La identificación del príncipe con una determinada confesión reforzó su autoridad y su
poder: la secularización de bienes acreció su patrimonio, y los eclesiásticos y sus instituciones
actuaron de diversos modos como instrumentos al servicio del rey […]. Por otra parte, iglesias y
estados comprendieron las ventajas de colaborar en la formación de sus fieles y súbditos de
acuerdo con los nuevos criterios de ortodoxia y de disciplina social que se creían necesarios. El
pueblo tardó en apreciar unos cambios religiosos y a la vez políticos, en los que hubo de ser
adoctrinado utilizando una variedad de recursos: legales y penales, pero también literarios y
artísticos. Este proceso, iniciado en la segunda mitad del s. XVI, se completaría durante la
centuria siguiente.
(RIBOT, 257 – 258)
G. La Europa reformada
El ámbito de difusión de la Reforma en Europa fue muy amplio. En Francia penetró con
bastante rapidez gracias a la iniciativa del humanista Lefèbvre d’Etaples, que se había adherido
a las ideas de Lutero (y que tuvo entre sus alumnos a Calvino). La conducta prudente de sus
seguidores evitó la persecución y hasta 1534 el luteranismo hizo prosélitos sin encontrar
grandes obstáculos. Pero ese año todo cambia. Se difunden manifestaciones violentamente
anticatólicas e incluso se fijan en los muros del palacio real. Francisco I, ante esta iniciativa de
apariencia subversiva, desencadena la represión contra los luteranos y muchos (como Calvino)
abandonan el país. Con su sucesor, Enrique II, la represión se hace más sistemática.
Mayor éxito tuvo en Francia el calvinismo. Calvino era francés y cuidó con particular
empeño la difusión de la Reforma en su país. A pesar de que algunos reformadores fueron
condenados a muerte, en 1561 se contaban en Francia cerca de 670 “pastores” hugonotes
(nombre con el que se conocía a los calvinistas franceses). Hacia el 1600 los hugonotes
sumaban casi un sexto de la población francesa y contaban con importante número de nobles y
hombres de negocios.
En Alemania la difusión del calvinismo encontró un fuerte obstáculo en el luteranismo,
sólidamente asentado. Sin embargo, esto no impide que el calvinismo penetre en algunos
principados renanos y particularmente en el Palatinado. El calvinismo suplantó al luteranismo
en Hungría, donde hacia 1580 había conquistado el 50 % de la población. También alcanzó
gran éxito en los Países Bajos, donde se vio favorecido por la hostilidad contra el dominio de la
católica España.
La corriente luterana de la Reforma se impone de manera hegemónica en la Europa
septentrional. En 1523 Gustavo Vasa, apenas nombrado rey de Suecia, se adhiere al
luteranismo y confisca todos los bienes de la Iglesia. En 1536 lo hicieron Noruega y Dinamarca,
y en 1539 Finlandia (políticamente sometida a Suecia) e Islandia. También fue importante la
penetración del luteranismo en los países de la Europa oriental, aunque permanecieron en su
mayoría católicos.
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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Dejando el peculiar caso de Inglaterra, ya mencionado, en Escocia prevalece el calvinismo,
gracias a la predicación del reformador John Knox (1507 – 1572), que introduce una
organización caracterizada por la igualdad entre los eclesiásticos, conocida con el nombre de
presbiterianismo, en contraposición a la organización episcopal de la Iglesia anglicana. Al
contrario que Inglaterra y Escoria, Irlanda se mantiene católica.
(BENNASSAR, 240 – 242)
La Reforma en Polonia y Escandinavia
La Rusia ortodoxa permaneció al margen de la Reforma protestante, que, en cambio,
inundó literalmente a Polonia y Escandinavia. Más tarde, la Contrarreforma católica obtuvo un
triunfo casi completo: la reconquista de Polonia. Pero fracasó en el norte de este país y
Escandinavia siguió siendo luterana.
Las estrechas relaciones intelectuales que Cracovia mantenía con Alemania favorecieron una
difusión precoz de las ideas de Lutero en Polonia. Alrededor de Bona Sforza se agruparon
también numerosos italianos propagandistas de las ideas subversivas […] y algunos franceses
sospechosos de calvinismo. La religión reformada se incubó durante el reinado de Segismundo I
y explotó después de la muerte de este príncipe en 1546: las familias más poderosas del país
aceptaron la Reforma, estimuladas por el ejemplo de la nobleza alemana, que había restablecido
así los fundamentos rurales de su poder: la Cámara de los Nuncios fue dominada por los
protestantes y el rey permitió una tolerancia de hecho. Ésta fue reclamada como derecho por el
sínodo general de los protestantes polacos de Cracovia en 1573, mientras en la misma época la
Confederación de Varsovia garantizaba la paz entre todas las religiones en Polonia así como la
igualdad de los derechos políticos, la libertad de conciencia y de tolerancia […]. Estos
“postulata polonica” o principios de tolerancia fueron una de las condiciones de la elección de
Enrique de Valois como rey de Polonia en junio de 1573. Sin embargo, estos principios no
servían más que para los señores y las grandes ciudades. En el interior de sus dominios, los
nobles seguían siendo los amos.
Así se creó en Polonia y en Lituania una Iglesia luterana, dos Iglesias calvinistas y
numerosas sectas. Polonia era uno de los raros países de Europa donde reinaba la tolerancia. Sin
embargo, la Iglesia romana no permaneció inactiva: reemprendió la ofensiva a impulsos del
cardenal Hazjusz, obispo de Varmia […]. El cardenal introdujo en Polonia a los jesuitas, que
ellos fueron los que llevaron a cabo una Contrarreforma victoriosa.
En Escandinavia, la victoria de la Reforma fue rápida y definitiva. El hecho de que fueran
quizás los abusos de la Iglesia romana más patentes que en otros países (acumulación,
absentismo, simonía) y su gran riqueza (un tercio de las tierras en Dinamarca y todavía más en
Noruega, donde el arzobispo era el personaje más poderoso del país) hacían de ella una presa
demasiado tentadora para los príncipes en dificultades –endeudados por sus continuos
enfrentamientos—, y para los nobles. Por lo demás, los campesinos soportaban mal los diezmos.
Fueron necesarios menos de veinte años para que el edificio del catolicismo se hundiera
completamente en Escandinavia.
[…] Sin embargo, la resistencia católica fue más fuerte en Dinamarca, donde no se vio
abatida hasta 1536, después de la victoria de Cristián III, a quien se había opuesto la jerarquía
católica […]. Tras algunos meses de resistencia católica, la Reforma triunfaba en Noruega en
1537: el obispo de Bergen, cuya colonia alemana había sido la primera en convertirse al
luteranismo, abrazó la Reforma.
La victoria fue todavía más fácil en Suecia, donde, en 1526, apareció la primera versión
sueca de la Biblia, de Olaus Petri. Sin romper con Roma, Gustavo Vasa empezó la
secularización de los bienes de la Iglesia a partir de 1527. En 1531, la Iglesia sueca es luterana y
su primer arzobispo es Laurentius, el hermano de Olaus Petri […]. En Finlandia, el obispo
Miguel Agrícola, que había estudiado en Wittenberg, dirige el movimiento luterano y la
traducción de la Biblia al finlandés (1548 – 1552). En toda Escandinavia, la Reforma luterana
iba a asegurar de forma duradera el poder de la nobleza. A partir de 1560, los focos calvinistas
tuvieron mucho más trabajo para desarrollarse.
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 7
Tema 7: Los orígenes de la política internacional en la Edad
Moderna: expansión turca y primera fase de las guerras de
Italia (1494 – 1515)
0.0. Sumario
7.1. La situación internacional a mediados del siglo XV
7.2. Italia a comienzos de los tiempos modernos
7.3. El imperio turco. Orígenes y fases de su expansión
7.4. Factores determinantes en las guerras de Italia
7.5. Protagonistas y fases de la pugna por Italia
7.6. Las transformaciones militares en los comienzos de la modernidad
0.1. Bibliografía
BENNASSAR: Historia Moderna, Tres Cantos, Ediciones Akal, 2005, p. 158 – 169 (Bennassar
– Jacquart), 197 (Bennassar – Jacquart), 265 – 273 (Bennassar – Jacquart) y 276 – 278
(Bennassar – Jacquart).
FLORISTÁN: Historia Moderna Universal, Barcelona, Editorial Ariel, 2002, p. 155 – 159
(Colás), 173 – 176 (Colás) y 177 – 182 (Vidal).
RIBOT: Historia del Mundo Moderno, Madrid, Editorial ACTAS, 2006, p. 211 (Carrasco) y
273 – 280 (G. Centurión).
0.2. Lecturas recomendadas
BENNASSAR: Historia Moderna, Tres Cantos, Ediciones Akal, 2005, p. 194 – 202 (Bennassar
– Jacquart) y 273 – 276 (Bennassar – Jacquart).
FLORISTÁN: Historia Moderna Universal, Barcelona, Editorial Ariel, 2002, p. 184 – 189
(Vidal), 191 – 193 (Vidal) y 197 – 198 (Vidal).
RIBOT: Historia del Mundo Moderno, Madrid, Editorial ACTAS, 2006, p. 281 – 294 (G.
Centurión).
7.1. La situación internacional a mediados del siglo XV
(FLORISTÁN, 177 – 178)
Desde mediados del cuatrocientos, la expansión otomana desde Asia Menor hacia Europa
oriental había motivado la transferencia de múltiples territorios a su soberanía. Los turcos,
presentes desde el s. XIV en Europa, donde eran dueños de Kosovo y Bulgaria, se apoderaron
en 1453, durante el reinado de Mahomet II, de Constantinopla, la capital del Imperio bizantino
y tras ella, entre 1453 y 1481, de la mayoría de los territorios de las actuales Grecia, Macedonia,
Albania y Bosnia – Herzegovina. En estas últimas zonas parte de su población se fue
convirtiendo al Islam. Pero no satisfechos con sus conquistas territoriales, los turcos iniciaron
una expansión marítima por el Egeo, el Jónico y el Mediterráneo oriental, donde chocaron
pronto con Venecia, poseedora de un imperio mediterráneo que se extendía desde el Adriático
hasta Creta y Chipre. En 1469 conquistaron Negroponto y sus incursiones se extendieron por la
costa dálmata. En 1480, traspasaron el Adriático y pusieron pie en la península italiana, con la
conquista de Otranto. Cundió la alarma en la Europa cristiana. Se forjó una liga integrada por
Venecia, España, Francia, el Papado y Hungría, cuyas fuerzas les obligaron a desalojar Italia
y a retirarse a sus bases orientales.
A finales del s. XV, las Coronas de Castilla y Aragón se habían unido y ambas habían
luchado mancomunadamente entre 1481 y 1492 para incorporar el reino nazarí de Granada a
Castilla. Tras su anexión, la monarquía española se dispuso a intervenir activamente en Italia.
En Francia, tras la muerte de Luis XI en 1483, ascendió al trono Carlos VIII de Valois. Pocos
territorios quedaban entonces para ser integrados a la monarquía francesa y el nuevo soberano
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 7
quiso protagonizar pronto una expansión hacia la península italiana. Ahí colisionaron Francia y
España. A fines del s. XV y durante la primera mitad del s. XVI, las relaciones internacionales
en Europa se explican por tres denominadores comunes: el antagonismo hispano – francés, la
defensa de la Europa central frente a la expansión turca en el ámbito danubiano y de sus
aliados norteafricanos en el Mediterráneo, y las pugnas entre católicos y protestantes en
Alemania, una vez iniciada la Reforma luterana. El Emperador, que era al mismo tiempo el
soberano de la Monarquía española, lideró el bando católico e intentó con todas las fuerzas a su
alcance defender la frontera de cristiandad frente a los turcos y berberiscos, y la frontera de
catolicidad frente a los protestantes a los que intentó doblegar sin éxito.
Otros dos factores de importancia coadyuvan a explicar el desarrollo de los acontecimientos
en esta época: por un lado el despliegue de una nueva diplomacia renacentista y por otro el
uso de nuevas armas [(punto que se desarrolla con más profundidad en el epígrafe 7.6 de este
tema)], principalmente las armas de fuego y la artillería. Fruto de la negociación diplomática,
veremos aparecer un conjunto de ligas internacionales, que se hacen y deshacen con cierta
facilidad, pero que tienen un denominador común. Suelen agrupar a diversas potencias que se
coaligan para hacer frente a otra más fuerte y establecer una especie de equilibrio, siempre
frágil, en una zona determinada, que a finales del s. XV y el primer cuarto del s. XVI habitúa a
ser la dividida península italiana. Italia no logrará su unidad política hasta la segunda mitad del
s. XIX y en aquella época estaba fragmentada entre una serie de Estados independientes, que
con frecuencia reclamaron intervenciones extranjeras. Italia fue un auténtico tablero de ajedrez
en el que movieron sus piezas las dos potencias, en aquellos momentos, más fuertes de la
cristiandad: España y Francia. Hasta 1526 las ligas se forjaron fundamentalmente para frenar la
expansión francesa. A partir de esta fecha se aglutinaron en torno a Francia para intentar
disminuir el poder español. La monarquía francesa, aunque su titular recibiera la denominación
de Rey Cristianísimo, no tuvo dificultades en aliarse con los turcos o con los protestantes, es
decir, con los enemigos de su enemigo, la Casa de Austria, con tal de menoscabar el poder de su
adversario. La monarquía española durante la primera mitad del s. XVI tuvo que hacer frente a
una trilogía de antagonistas que fueron, como ya los definió Sánchez – Montes, franceses,
protestantes y turcos.
[…]
(RIBOT, 273 – 274)
1. Guerra y paz: los instrumentos de la política exterior
A. La política exterior de los príncipes
La política exterior constituyó en el s. XVI la principal ocupación de los soberanos.
Conservar sus posesiones, acrecentarlas, adquirir reputación y gloria, fueron sus objetivos
habituales, impulsándoles a ensayar combinaciones matrimoniales, a concluir y quebrantar
alianzas, o a emprender operaciones militares. En raras ocasiones esta política persiguió
metas que puedan calificarse de “nacionales”. Los estados de cada príncipe consistían en un
agregado de territorios que la Corona intentaba incrementar, sobre la base de pretensiones más o
menos jurídicas, con el fin de superar a sus rivales. En una Europa construida por una intrincada
red de obligaciones feudales y de reclamaciones surgidas por la práctica secular de matrimonios
dinásticos, el status quo podía ser alterado con facilidad por un fallecimiento afortunado o por la
exhumación de algún antiguo derecho.
Las fronteras carecían del carácter lineal y rígido con que hoy las conocemos, aunque los
avances en la cartografía o el desarrollo de las aduanas contribuyeron a darlas más consistencia.
Aparte, la dispersión de las propiedades territoriales de los príncipes era algo bastante
común, aunque las distancias encareciesen su administración y su defensa. La fidelidad a un
monarca o a una dinastía solían ser los lazos políticos predominantes, con mucha mayor
fuerza que los sentimientos patrióticos o la conciencia nacional, aún vagos y relegados
habitualmente a ámbitos sólo regionales.
[…]
El ritmo, cada vez más acelerado, de las relaciones entre los grandes príncipes de Occidente
obligará a transformar los instrumentos de la guerra y la diplomacia para poder cumplir su
cometido.
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 7
7.2. Italia a comienzos de los tiempos modernos
(BENNASSAR, 158 – 169)
Las Italias
Italia constituye un caso particular en la Europa del s. XVI: es, sin duda, junto con los
Países Bajos, la región más rica y evolucionada de Europa. Sin embargo, a partir de los años
1520 – 1530, si bien no pertenece a él íntegramente, se convierte en un satélite político de este
imperio [–referido al imperio de Carlos V—] y varias de sus regiones se ven sometidas
directamente a la autoridad de los representantes del emperador. En efecto, no hay paralelismo
entre el desarrollo demográfico, económico y cultural de Italia y su fuerza política.
a) Situación de Italia a comienzos del s. XVI.
- Riqueza y prestigio de Italia. Proporcionalmente a su superficie, Italia es el país más
poblado de Europa después de los Países Bajos: 6 a 8 millones de habitantes a
principios del s. XVI. El índice de población urbana es el más alto de Europa. Ella sola
posee la mitad de las ciudades de Europa que sobrepasan los 50.000 habitantes (sin
tener en cuenta el imperio turco) […].
En estas ciudades, la población está mejor protegida que en otras partes. Las agencias
del trigo, [como el Uffizo de Venecia o la Abbondanza de Florencia] […], saben
prevenir eficazmente las hambrunas almacenando granos en las épocas de los precios
bajos. La asistencia ya se encuentra desarrollada. El crédito popular empieza a
organizarse gracias a los montes de piedad, que permiten limitar los estragos de la
usura practicada por las comunidades de judíos y “lombardos”, los primeros de los
cuales aparecieron en el s. XV. Y es que, en efecto, el nivel medio de riqueza en Italia
supera claramente el nivel medio de la época[: una agricultura de regadío practicada en
grandes superficies en Lombardía o en Venecia que, con una disponibilidad de todos los
adelantos técnicos conocidos, obtiene grandes rendimientos y una gran variedad de
cultivos] […].
Pero la Italia del norte no es la única de la que se puede hablar en este sentido [(p.ej.
Sicilia era el granero del Mediterráneo y Calabria se distinguía por el auge
extraordinario de la cría de gusanos de seda)] […].
Italia es también el laboratorio donde se prepara la ampliación de la gama de plantas
cultivadas [(p.ej. las peras de Milán o de Cremona, la alcachofa, la lechuga de Génova,
la alfalfa o la morera blanca)] […].
El progreso agrícola se complementa con un progreso industrial, aunque menos general.
Por lo que se refiere a la metalurgia y a las armas, Alemania y la región de Lieja llevan
ventaja a Italia. Pero ésta domina, junto con Flandes, la industria textil. Posee las
materias primas: la lana local o importada de España y de África del Norte, la seda, el
alumbre indispensable para el apresto de las telas y cuyo principal yacimiento […] es
explotado por el papado. [Diversas ciudades del norte italiano] […] dominan el
mercado de telas de lana organizado según los modelos capitalistas: los mercaderes de
tejidos distribuyen las materias primas a los artesanos, les hacen cumplir las sucesivas
tareas que exige la manufactura de las telas, les pagan a destajo y recogen los artículos
terminados para comercializarlos […]. Esto permite una exportación importante,
principalmente a Alemania […] o a Levante […].
Pero el dominio de Italia es mayor en las esferas del comercio y finanzas. Venecia […]
no es solamente uno de los puertos principales del mundo germánico […]. Es también
la bisagra de Oriente y Occidente gracias, especialmente, a su imperio colonial, cuya
pieza trascendental es Chipre […] ¿Qué decir, pues, de la banca? La banca de Médicis
fue uno de los elementos fundamentales de la fortuna de Florencia […]. Los banqueros
romanos administran las rentas pontificas. Pero los financieros italianos están presentes
en toda la Europa “desarrollada” de la época […]. Intentan controlar todos los negocios
rentables […]. Los italianos son los maestros de las técnicas financieras, así como los
inventores de varias de ellas: por ejemplo, la letra de cambio, que se empieza a endosar
en el s. XVI. Están en primer plano de las ferias comerciales de la época […].
Javier Díez Llamazares
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TEMA 7
La superioridad económica se completa con una superioridad intelectual y artística. El
Renacimiento, una aventura que ya duraba un siglo cuando fue elegido Carlos V, llevó
el prestigio italiano a los más altos niveles […].
- Debilidad política de Italia. Así pues, se da el caso de que esta Italia, adornada de todo
el prestigio posible, adolece de una gran debilidad política, lo que no hace más que
estimular la codicia de los Estados vecinos, menos ricos pero más fuertes. Y los
italianos son tan poco conscientes de esta debilidad que para resolver sus querellas
intestinas van a recurrir al extranjero que causará su perdición.
Italia, en esta época, constituye, según la célebre fórmula, “una expresión geográfica”.
Comprende una veintena de Estados soberanos que han roto todos sus vínculos de
dependencia respecto al Sacro Imperio romano – germánico. Los estatutos de estos
Estados son muy diversos: repúblicas, como Florencia […]; ducados, como Saboya
[…]; marquesados, como Massa […]. Algunos de estos Estados eran minúsculos,
cualquiera que fuera su estatuto, como la república de Asti […]. Solamente cinco
Estados tenían una verdadera importancia territorial: el reino de Nápoles, el ducado de
Milán, las repúblicas de Florencia y de Venecia y el Estado Pontificio.
Pero, a pesar de los estatutos, y con la única excepción de la república de Venecia, la
realidad política de Italia estaba dominada por el “príncipe”. Éste no tenía más que en
pocos casos vínculos con las familias feudales de la vieja Italia. Era el verdadero
beneficiario de los conflictos que enfrentaban desde hacía lustros a los diversos Estados
de Italia, o, por lo menos, a sus oligarquías, y a menudo era descendiente de un
condottiere, es decir, de un profesional de la guerra encargado por una u otra de las
ciudades italianas de reclutar mercenarios y de hacer la guerra por su cuenta. Después
que el condottiere había destruido las instituciones y el poder legal de la ciudad a la que
tenía que servir, se convertía el mismo en poder [(p.ej. éste es el caso de los Sforza de
Milán)] […].
La división de Italia (así como el desacuerdo permanente entre el papa, Milán y
Venecia), y la costumbre de los patricios urbanos de recurrir a ejércitos de mercenarios
para arreglar los conflictos, unían la debilidad política a la debilidad militar. Éste fue
quizá el profundo origen de las guerras de Italia, durante las cuales este país se convirtió
en el objetivo de las potencias vecinas […] [.]
[…]
b) El asentamiento de España en Italia.
[…] La conquista de territorios italianos empezó como una empresa aragonesa, pero
prosiguió con la ayuda de Castilla […].
A finales de la Edad Media, Aragón había conquistado ya las grandes islas […]. A finales
del s. XV se presentó la ocasión de conquistar el reino de Nápoles.
Éste estaba gobernado por el rey Ferrante (o Fernando I), hijo natural del rey de Aragón
Alfonso V […]. Pero en Nápoles subsistía un partido angevino, muchos de cuyos miembros,
refugiados en Francia, incitaban a Carlos VIII a organizar una expedición que le permitiría
hacer valer sus derechos, que eran iguales, por lo menos, que los de Aragón […]. Carlos VIII,
que sólo deseaba ser protagonista de gestas épicas, había reunido ya un ejército y realizado una
cuidadosa preparación diplomática cuando, último signo del destino, Ferrante murió (enero de
1494).
El paseo militar de los franceses en Italia hasta Nápoles, donde entraron sin grandes
dificultades, era ya signo de la debilidad política y militar de Italia. Los acontecimientos
posteriores la confirmaron. Ciertamente, Venecia había conseguido establecer una amplia
coalición en la que participaban a su lado el papa, el duque de Milán y, a pesar de sus
compromisos, el emperador y los Reyes Católicos. Sin embargo, el ejército de la Liga no
consiguió detener en Fornovo (5 de julio de 1495) al ejército, mucho menos numeroso, de
Carlos VIII, que había considerado más prudente volver a Francia. Es cierto que los españoles
estaban ausentes en Fornoue. Más prácticos, habían emprendido la conquista de Nápoles […].
En 1497 el trabajo había sido terminado. Es cierto que el trono volvió a recaer en primer lugar
en el hijo de Ferrante, Fernando II, y, después de la precoz muerte de aquél, en su hermano
Federico, pero este nuevo reinado fue casi igualmente efímero. En 1501, Fernando de Aragón
Javier Díez Llamazares
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TEMA 7
concertaba el reparto del reino de Nápoles con Luis XII, que, mientras tanto, había vuelto a
tomar el Milanesado […]. Durante dos siglos, el reino de Nápoles se vio sometido a España, que
lo gobernó por medio de un virrey y de una importante administración.
[…] Más tarde, cuando Carlos V recibió su herencia, España afirmó su interés en Italia. En
1529, en el tratado de Cambrai, Sforza fue repuesto en el ducado de Milán, pero como vasallo
del emperador. La Toscana, después de largas y graves convulsiones que terminaron con la
desaparición de la república de Florencia (1494 – 1530), se convirtió en aliada de España, que la
ayudó enseguida a conquistar Siena, no sin ocupar antes algunas posiciones estratégicas […].
Desde 1528 la república de Génova se hallaba estrechamente unida a España, alianza que
duraría un siglo.
Italia tenía mucha importancia en la política imperial: las islas y los presidios eran piezas
esenciales en la lucha contra los turcos […] y contra los berberiscos. Además, Cerdeña era una
reserva de mercenarios y Sicilia un granero de trigo […]. El reino de Nápoles proporcionó
tantos problemas como ventajas a la administración española, especialmente a causa del
bandolerismo, pero representaba también una base operacional de gran valor. La alianza en
forma de protectorado con la Toscana y el Milanesado aseguraba las comunicaciones con el
Norte. Finalmente, Génova fue la verdadera banca de España, una banca cara, ciertamente, hasta
1627. Pero la república proporcionó también una excelente flota de guerra, y almirantes, los
Doria, muy valiosos para España […].
- Las fuerzas independientes de Italia: Venecia y el Papado […].
A principios del s. XVI, el poder de la república de Venecia permanecía casi intacto
[…].
En los primeros decenios del s. XV, Venecia había redondeado considerablemente su
dominio territorial […]. Con casi dos millones de habitantes, un importante imperio
colonial en Oriente, una economía en pleno auge y una flota temible, la república de
Venecia era hacia 1500 una potencia comparable a Inglaterra.
Es cierto que sus instituciones habían adquirido gran perfección y funcionaban con
notable armonía […].
Es cierto que el Estado, casi todopoderoso, era, desde el s. XIV, propiedad de una
aristocracia a la que no se podía acceder más que a costa de servicios excepcionales,
pero al menos esa aristocracia ejercía su poder con prudencia. El gobierno veneciano no
era en absoluto una tiranía.
Si queremos presentar de forma esquemática las instituciones venecianas, se puede
decir que el reparto de los poderes se efectuaba en la manera siguiente:
Ejecutivo: Señoría (Dux y nueve consejeros); Consejo de los Diez.
Legislativo: Consejos, el Gran Consejo que da origen a los Consejos especializados y
especialmente al Senado.
Judicial: Tribunal de los Cuarenta.
De hecho, esta simplificación es arbitraria, ficticia, pues no existía una verdadera
separación de poderes[, ya que] […] todos los poderes procedían del Gran Consejo,
excepto el del propio Dux, elegido por medio de un complicado escrutinio.
El Dux representaba al Estado […]. Pero, aunque reinaba, no gobernaba. Sin embargo,
podía presentar y defender sus ideas en los Consejos. Por otra parte, con los demás
miembros de la Señoría y los Sabios de las comisiones designadas por el Senado,
participaba en la preparación de proyectos de ley sometidos después al Gran Consejo y
al Senado. Además, al ser elegido de por vida, es decir, solamente para “durar”, ejercía
una influencia real.
El Gran Consejo era, pues, el fundamento del Estado: en la tradición veneciana
aparece como la emanación aristocrática de la asamblea popular suprimida desde
1423, cuando ya hacía mucho tiempo que no tenía ninguna importancia. Designaba por
elección a los titulares de todos los demás poderes. Pero como su tarea era demasiado
amplia, se había descargado paulatinamente en comisiones o consejos designados por
él. Si bien en el s. XVI la Quarantia no era más que un tribunal, la importancia del
Senado y el Consejo de los Diez no había dejado de aumentar.
Javier Díez Llamazares
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TEMA 7
El Senado, compuesto entonces de 120 pregadi se ocupaba de la política extranjera y
de los asuntos económicos. Escogía los embajadores y controlaba su acción, organizaba
las flotas de guerra y los ejércitos de tierra, nombraba los almirantes y contrataba a los
jefes militares. Igualmente, promulgaba los reglamentos marítimos, los del comercio y
el abastecimiento. Sin embargo, al Gran Consejo correspondían las decisiones
importantes en materia de legislación interior.
En cuanto al Consejo de los Diez, se había convertido en el órgano más poderoso del
gobierno veneciano, ya desde finales del siglo anterior, lo que demuestra que Venecia
dio ejemplo en lo referente a organización del Estado moderno, así como en política
exterior (diplomacia, espionaje). Estaba encargado de la seguridad del Estado y se
aprovechaba de eso para extender su control a todos los asuntos. La presencia del Dux y
de sus consejeros en las sesiones atenuaba, sin embargo, el carácter secreto de su
actuación. Pero la creación, en 1539, de tres inquisidores del Estado por parte de los
Diez acrecentó su poder.
Los órganos de ejecución contaban con determinado número de magistraturas:
ƒ Los procuradores de San Marcos (nueve, uno por cada distrito), elegidos
vitaliciamente por el Gran Consejo, que administraban las rentas de la
basílica.
ƒ Los abogados de la Comuna, que protegían los derechos de la Iglesia,
mantenían al día el Libro de Oro de la nobleza y actuaban, en caso
necesario, como acusadores públicos.
ƒ El Gran Canciller registraba los actos públicos y conservaba los
documentos importantes.
ƒ Otros magistrados administraban los monopolios públicos, como la sal. Los
cajeros de la Comuna repartían y cobraban los impuestos directos.
[…]
En cuanto a los Estados Pontificios, constituyen evidentemente un caso muy especial,
ya que sus instituciones tenían que gobernar y administrar simultáneamente una ciudad
y un Estado territorial que rodeaba la ciudad de Roma, pero también tenían que asegurar
el gobierno de la Iglesia en el mundo.
En este caso, la fuente de todo poder es aparentemente un hombre, el papa. Pero la
realidad es menos simple. En efecto, a causa de la edad a la que un prelado alcanzaba la
sede de San Pedro, la duración media de un pontificado, en el s. XVI, es bastante breve
[…]. Por un papa de origen humilde, como Sixto V, porquero de aldea, hubo muchos
pontífices surgidos de las grandes familias italianas, lo que suponía grandes
posibilidades de presión política y social. Sin embargo, es evidente que cada papa no
podía renovar completamente el personal de las congregaciones, de los grandes
servicios, de los tribunales y de los servicios de la ciudad. Por tanto, este personal
disfrutó de cierta continuidad en la gestión, aunque la persona del secretario de
Estado, a menudo un cardenal – nepote en esta época, daba un carácter particular a
cada administración.
[…]
Las congregaciones eran los organismos más importantes. Estaban compuestas de
cardenales y especialistas, y su responsabilidad consistía en proponer al pontífice las
decisiones a tomar en todos los terrenos [(p.ej. Ritos o Inquisición)] […]. Otras fueron
peculiares del s. XVI o aparecieron en esa época [(p.ej. para la construcción de San
Pedro)] […]. Ciertamente, algunas de estas congregaciones influyeron con sus
decisiones en la vida de todo el mundo católico. Lo mismo se puede decir de algunos
tribunales [(p.ej. el de la Penitenciaría, que decidía los litigios en materia teológica y
moral)] […]. Y los grandes servicios [(p.ej. la Dataría, que concedía los beneficios
eclesiásticos y vendía los oficios)] […].
Al lado de estos órganos de gobierno que afectaban a todo el mundo cristiano,
palidecían incluso los servicios que administraban el Estado pontificio y Roma: el
gobernador de la ciudad era el jefe de justicia, encargado de mantener el orden, y
disponía para ello de la Guardia pontificia y de las milicias. Seis legados dirigían las
Javier Díez Llamazares
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TEMA 7
seis circunscripciones del Estado […]. En cuanto a los magistrados elegidos, vestigios
de la antigua autonomía, no desempeñaban más que un insignificante papel en el s. XVI
[…].
(FLORISTÁN, 155 – 159)
1. Italia
Italia era, en palabras del político austriaco del s. XIX Metternich, “una expresión
geográfica”. Pero estaba muy bien poblada. Contaba con una próspera agricultura, una
industria pañera y sedera que competía en toda Europa y un poderoso comercio. Los
banqueros genoveses, juntamente con los alemanes, representaban el capital internacional del s.
XVI especialmente en su segunda mitad. Su riqueza estaba adornada por un apoyo
incondicional a las artes. Era tan admirada por los intelectuales y artistas europeos como
codiciada por las potencias del momento. Desde la paz de Lodi de 1454, que abrió un período
de relativa calma, Italia conoció una etapa de prosperidad y de florecimiento artístico.
Este mundo próspero y culto carecía de la más minima unidad política. Ni siquiera
contaban con algo semejante a la unidad moral o virtual que daba el Imperio a Alemania. El
número de sus estados podía rondar los veinte y se agrupaban en repúblicas [(como Florencia o
Venecia)] […], ducados [(como Saboya o Milán)] […] y marquesados [(como Messa o
Monferrato)] […]. Algunos [(p.ej. Asti o Guastalla)] […] eran minúsculos. Sólo Milán,
Venecia, Florencia, los Estados Pontificios y Nápoles tenían una verdadera entidad territorial
y política. En realidad, salvo Venecia, los demás estaban dominados por el príncipe, con
frecuencia descendiente de un condottieri que se había servido de las guerras entre territorios
vecinos o entre familias para imponer su autoridad [(como en el caso de los Sforza de Milán)]
[…].
Esta división, las rivalidades entre estados, incluso los ancestrales bandos familiares, además
de su riqueza y envidiable prestigio, convertían a Italia en una tentación para los monarcas más
ambiciosos del momento. La monarquía francesa y la Monarquía Universal Católica,
esgrimiendo viejos derechos o acudiendo en ayuda de una de las facciones rivales, se disputaron
la posesión de ciertos territorios considerados estratégicamente imprescindibles.
Entre los grandes estados cabe destacar en primer lugar, por la condición de su titular, los
Estados Pontificios, que se extendían a ambos lados de los Apeninos centrales, aunque el poder
del papa, como príncipe secular, no era tan sólido y uniforme como en un principio se le supone
[(p.ej. en Romaña, las Marcas y Umbría sólo era nominal; el Lacio estaba en mano de las
poderosas familias de los Colonna y los Orsini, con gran influencia en el Sacro Colegio
Cardenalicio; y en Roma, el espíritu republicano no se había extinguido)] […]. El papa era
uno de los soberanos italianos más débiles. La Curia se ocupaba el gobierno secular. Los
negocios exteriores corrían a cargo de un cardenal secretario y la hacienda, del camarlengo.
Con demasiada frecuencia, los cargos más importantes fueron encomendados a miembros de la
familia del Santo Padre, lo que llevó a calificar el régimen pontificio de nepotista. Como
cualquier otro soberano de la época, aunque lo hizo circunstancialmente, el Papado se esforzó
por imponer su autoridad sobre sus dominios […]. Más importante fue su participación en
los conflictos del momento. La condición de jefe de la Cristiandad y de soberano temporal le
dio un especial protagonismo en la Europa del momento, convulsionada por la Reforma, las
rivalidades entre la monarquía francesa y la Monarquía Universal Católica y el asedio de los
turcos. En este juego de fuerzas, el titular de la cátedra de San Pedro se decantó por uno de los
contendientes y le apoyó con su prestigio y sus recursos, pero también participó en coaliciones
encaminadas a frenar el avance del gran enemigo del cristianismo y de la civilización
occidental: el turco.
Venecia era la más poderosa de las repúblicas aristocráticas. Había extendido sus dominios
por la llanura del Po hasta el Adda […]. Además había llegado a construir un vasto imperio
colonial que se extendía más allá del Adriático […] en la costa oriental y por las islas del mar
Jónico y del Egeo […].
Venecia contaba con una constitución que fijaba los derechos de sus naturales y unas
instituciones prestigiosas. El dux o dogo era el jefe del estado. Se le representó siempre
ostentosamente pero el gobierno lo desempeñaba el Gran Consejo, con cerca de 2.000
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 7
miembros. A él le competía legislar y el nombramiento de cargos. Elegía el Senado, unos 300
miembros, que se ocupaba de la política exterior y recibía de sus embajadores las famosas
relaciones, que constituyen un documento histórico de gran interés. Todos los cargos estaban en
poder de la nobleza, pero, a diferencia de lo que ocurre en la Europa del momento, el grupo
tenía un carácter muy abierto. Esta condición y la corta duración de los cargos contrarrestaban
los posibles abusos de su monopolio.
Bien gobernada, Venecia disponía de un buen ejército y de una flota de galeras movida
con voluntarios venecianos. La república dispuso de una potencia militar muy superior al resto
de los estados italianos. Su imperio chocó frontalmente con el turco, forzándole a mantener un
difícil equilibrio en el que combinó con acierto las treguas con alianzas en su contra [lo que no
impidió la pérdida de sus colonias a manos de los otomanos] […]. Más grave para su economía
que la pérdida de sus colonias fue la aparición, en el horizonte económico, de las Indias
Orientales y el control del mercado de las especias por los portugueses primero, y los
holandeses, después.
El ducado de Milán fue la pieza más disputada en las guerras de Italia. En 1535 fue ocupado
por Carlos V que más tarde se lo cedió a su hijo Felipe II. Pero, ya para entonces, el gran estado
construido por los Visconti había perdido jirones importantes de su territorio a manos de los
suizos y del propio Papado, hasta el extremo de quedar reducido al espacio comprendido entre
el Essio y el Adda. Sin embargo, estos cambios apenas alteraron sus instituciones, fijadas
sólidamente desde los tiempos de los Sforza. Durante el período de dominación francesa, Luis
XII creó un Senado de 15 miembros con funciones judiciales semejantes al Parlamento de
París. En 1541, Carlos V otorgó una nueva constitución, en la que cabe destacar como figuras
más importantes: un gobernador, que representaba al soberano, y el archicanciller, que
presidía el Consejo Secreto. En 1543, las protestas de las ciudades por un nuevo tributo dieron
origen a la Congregationi di Stato, asamblea que limitó en cierto sentido los poderes del
gobernador.
En Florencia, los Médici acabaron con la endémica inestabilidad social. Sus reformas
dotaron al gobierno de la fuerza y la continuidad suficientes para hacer de Florencia una
república poderosa. Con este fin modificaron algunos puntos de la constitución. La elección por
sorteo fue sustituida por una junta previamente seleccionada, que permitía que la Signoria
–la magistratura suprema— estuviera siempre dominada por los amigos de los Médici. En 1480
fue instituido el Consejo de los setenta, de donde se elegía una junta encargada de la hacienda
y de los asuntos exteriores. Durante su gobierno, aceptado sin reparos por la mayoría de los
ciudadanos, Florencia conoció una época de prosperidad económica, pero también artística,
debido al mecenazgo que desempeñó la familia. Incluso el potencial económico de estos
banqueros y su sapiencia política dieron a Florencia una incuestionable presencia en los asuntos
de Italia.
El ducado de Saboya, que se extendía al oeste de los Alpes y entre Francia e Italia,
difícilmente puede considerarse un estado italiano. En la propia Saboya, los marquesados de los
Saluzzos y de Monferrato eran independientes. Durante el mandato del duque Carlos III (1504
– 15[5]3), sufrió una dura crisis. La expansión de la Reforma provocó un período de
inestabilidad y pérdida de algunos territorios, que fueron ocupados por Berna, quien a su vez
favorecía la independencia de Ginebra. La situación fue utilizada por Francisco I para hacerse
con los territorios situados al oeste de los Alpes, excepto Niza, y con la parte norte del
Piamonte. La ocupación francesa se prolongó hasta la firma del tratado de Cateau –
Cambrésis, verdadero punto de partida del ducado de Saboya que jugará un papel importante
en el futuro. El duque Manuel Filiberto [(1553 – 1580)] recuperó la mayor parte del territorio
que había caído en manos de los franceses y suizos, y gobernó como soberano absoluto.
El reino de Nápoles era español desde 1504, pero su conquista no modificó sus instituciones.
Simplemente, el soberano se hizo representar por un alter ego, un virrey, que contaba con el
asesoramiento de un consejo. La administración provincial estaba en manos de los
gobernadores y de tribunales, denominados, como en España, Audiencias. Nápoles presentaba
diferencias con el resto de estados italianos. La nobleza tenía un fuerte peso dentro de la
sociedad napolitana, donde encontramos un feudalismo semejante al que podemos hallar en
otros territorios europeos.
Javier Díez Llamazares
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7.3. El imperio turco. Orígenes y fases de su expansión
(FLORISTÁN, 173 – 176)
7. El Imperio turco
El Imperio turco no pertenece a Europa, salvo aquellas tierras que ha podido conquistar con
sus tropas. Su universo mental, su forma de entender y ejercer el poder, su religión y su cultura
nada tienen que ver con el cristianismo ni con la herencia grecorromana que le ha precedido, ni
tampoco con el escolasticismo occidental que durante siglos ha enriquecido, con sus doctrinas
sobre el hombre, Dios y el poder, la cultura occidental. El Imperio otomano era una forma de
despotismo oriental que estaba cimentada sobre la autoridad del sultán. Desde su origen de
jefe supremo elegido entre los descendientes de Osmán, había ido lentamente, y al compás de
sus conquistas, enriqueciendo sus títulos hasta convertirse en la suprema autoridad religiosa y
civil. Él es el señor y todos los demás son sus esclavos.
En este mundo, los turcos constituyeron siempre una casta aparte, pero dejaron practicar su
religión a los vencidos y de ellos se sirvieron tanto en el ejército como en la administración
[(p.ej. el serrallo estaba lleno de esclavas cristianas y el gran visir, jefe de la jerarquía imperial,
raras veces era musulmán)] […].
Este imperio había sido producto de la conquista. De ahí, la importancia del ejército, que
era reclutado entre asiáticos y europeos. Su fuerza estaba en contar con unidades especializadas
que desde su más tierna infancia eran entrenadas en el ejercicio de las armas. Entre esa tropa de
elite destacaban los jenízaros[: niños cristianos arrancados a sus familias por los encargados del
reclutamiento que recorrían el imperio cada 5 años, educados en el Islam y sometidos a una
estricta disciplina militar por la cual tenían prohibido el matrimonio] […]. En tiempos de
guerra, el sultán contrataba mercenarios y movilizaba los contingentes proporcionados por los
titulares de los timars: tierras y rentas a cambio de soldados [(en función de la renta percibida,
el titular estaba obligado a proporcionar un número de soldados concreto)] […].
Un complejo número de tributos mantenía el imperio: diezmos que pagaban los
musulmanes, capitaciones, impuestos sobre la tierra, derechos de aduana, tributos de los
pueblos sometidos. Todo ello representaba una suma importante que, según algunos
historiadores, era el doble de las rentas percibidas por Carlos V.
Mehemet II inició la centralización administrativa, que se aceleró con Solimán el
Magnífico. El imperio fue dividido en circunscripciones –sandjaks— […]. Eran gobernadas
por beys que eran los encargados de mantener el orden, presidían los tribunales, convocaban
tropas y cobraban los impuestos. Algunas de estas circunscripciones eran administradas por los
pachás, y las más pequeñas por los beglerbey[s]: una en Europa, otra en Egipto y seis en Asia.
Había además un beglerbey del mar, que dirigía los puertos de Gallípolis, Cavalla y Alejandría.
Solimán [I] el Magnífico, que continuó su labor, fue sobre todo un legislador. Su códice, el
Kanuname, constituye una extraordinaria recopilación hecha con la ayuda de grandes juristas.
También incrementó considerablemente el número de funcionarios que eran preparados desde la
infancia con un método semejante al de los jenízaros[: al igual que con estos, se nutrían de niños
menores de 5 años raptados de hogares cristianos de los Balcanes] […]. Con ellos reforzó su
control sobre los timars, que desde 1534 fueron otorgados en Estambul y no por los beglerbeys.
Embelleció y modernizó su capital, Estambul, que a fines del s. XVI llegó a superar
ampliamente el medio millón de habitantes. Era la ciudad más populosa y cosmopolita de
Europa, una síntesis casi perfecta de lo que realmente era el Imperio turco. Los turcos
constituían la mayoría de su población, pero también había judíos, griegos y cristianos
renegados procedentes de todos los países del Mediterráneo. La ciudad debía su fortuna a su
puerto entre el mar de Mármara y el mar Negro y a su condición de punto de destino de las
caravanas de Oriente.
La conquista de Constantinopla –a la que llamó Estambul— por Mehemet II (1451 –
1481) en 1453 fue considerada por la tradicional división tripartita de la Historia como punto de
partida de la Edad Moderna. Desde su ascensión al trono en 1451, este sultán continuó la
expansión por Europa que se había iniciado con anterioridad[: conquistas de Serbia (1459),
Bosnia (1463 – 1464), cuya aristocracia se pasó en masa a los turcos, Grecia, el Egeo, el
Javier Díez Llamazares
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Adriático o el Mar Negro] […]. El avance continuó también por Anatolia. A su muerte,
Mehemet II había ampliado considerablemente sus dominios pero había dejado varios
problemas pendientes: la posición en Valaquia y Moldavia no estaba consolidada, y las
tensiones con Persia y Egipto eran grandes. Pero la cuestión más importante estaba en la
sucesión.
Mehemet había elevado al rango de ley la antigua costumbre otomana de que el sultán debía
eliminar a sus rivales mediante la ejecución de sus hermanos e hijos. Pero no la cumplió. Tras
su muerte, sus hijos Bayaceto [II] (1481 – 1512) y Jem se disputaron violentamente el trono.
Venció el primero en 1481, pero Jem, que logró escapar, consiguió asilo entre los hospitalarios
de Rodas, que más tarde lo enviaron a Francia. El miedo a que los príncipes cristianos se
sirvieran de Jem mantuvo a Bayaceto inmovilizado. Si bien es verdad que en 1483 ocupó
Herzegovina y toda Bosnia, salvo una pequeña zona del norte, quedó bajo control otomano, el
conflicto en los Balcanes se limitó fundamentalmente a escaramuzas fronterizas […]. Sólo
Venecia pareció interesar a los turcos. La guerra (1499 – 1502 y 1503) resultó un gran triunfo
para Bayaceto. En el Adriático y en la península de Morea, Venecia perdió una gran parte de
sus dominios, que pasaron a engrosar los del turco. Este avance presagiaba el futuro dominio
otomano sobre el Mediterráneo, al convertirse, con el apoyo de los corsarios musulmanes en
una potencia marítima.
De nuevo, Persia y la sucesión emergieron como problemas principales. Los hijos de
Bayaceto, Corcuol, Ahmed y Selim, se enfrentaron por su herencia. De los tres fue Selim [I]
(1512 – 1520) el que acabó imponiéndose a sus hermanos. Incluso destronó a su padre, que se
vio obligado a retirarse a su ciudad natal […]. Como sultán, su primera preocupación fue acabar
con sus hermanos y sus hijos […]. Después se ocupó de Persia y, más tarde, de Egipto [(en 1517
incorporó el dominio de los mamelucos, convirtiéndose en el primer sultán otomano honrado
como servidor de las ciudades santas de La Meca y Medina)] […]. Con los cristianos mantuvo
la paz pero sus intenciones de cara al futuro parecían claras: en 1515 construía un gran arsenal
en Estambul y en los años 1518 – 1520 emprendió la construcción de una nueva flota. Fue un
sultán terrible, aunque protector del saber y de la literatura […].
La política de Selim tuvo en su hijo Solimán [I] (1520 – 1566) un magnífico continuador.
Con él culminó el proceso de expansión[: toma de Belgrado (1521) y de la fortaleza de Rodas
(1522), derrota del rey húngaro Luis II en la batalla de Mohacs y ocupación de la llanura
húngara] […]. Fernando de Habsburgo sólo consiguió mantener una pequeña parte de
Hungría al oeste del lago Balatón. En 1529 fue sitiada Viena, mientras el terror se apoderaba de
Europa. Pero no todo estaba ganado. Había sometido a la península balcánica, pero en las zonas
montañosas el dominio era difícil como ocurría en Moldavia y Valaquia, donde los tártaros
hacían frecuentes penetraciones. Los Cárpatos y Transilvania, cubierta de bosques, no estaban
verdaderamente sometidas. En todo este mundo, el poder turco sólo fue estable en las grandes
llanuras de Hungría a partir de 1541. En un intento de acabar con la inestabilidad en la región,
los turcos realizarán un último esfuerzo en 1566. Con un poderoso ejército intentaron someter
toda la zona, pero la muerte de Solimán hizo fracasar la expedición y volvió a emerger, una vez
más, el problema sucesorio.
Durante el reinado de Solimán, el Imperio turco conoció su máxima extensión y su mayor
prestigio. Desde 1566 hasta fines de la centuria, la frontera permaneció estática, aunque las
correrías y penetraciones de los defensores de las fortificaciones fronterizas continuaron vivas.
La guerrilla se mantuvo a pesar de la tregua de 1568, renovada en 1579 y 1583. Después, una
costosa guerra entre 1593 – 1606 terminó sin resultados para los turcos, lo que significa el
progreso de las fuerzas cristianas imperiales. El Imperio turco no consiguió sobrepasar los
límites de 1566.
(RIBOT, 294 – 297)
B. El avance turco y la guerra en el Mediterráneo
[…]
Más grave es la situación en el Mediterráneo que, hasta finales del s. XV, había sido,
fundamentalmente, un mar controlado por los cristianos. Poco a poco, el avance turco y la
extensión de la piratería berberisca fueron restando seguridad a la navegación, disminuyendo
Javier Díez Llamazares
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la importancia de los intercambios comerciales y haciendo cobrar tensión bélica al Mare
Nostrum.
Los musulmanes del norte de África habían abrigado siempre en sus puertos, en Bujía
particularmente, naves ligeras cuyo destino era dar caza a las cristianas. Su número había
aumentado sensiblemente tras la conquista de Granada y, a partir de 1516, Argel se convierte en
su base privilegiada de actividades, desde donde se organizan, incluso, golpes de mano contra
las costas de la Península Ibérica.
Para contrarrestar la acción de los piratas berberiscos, los españoles habían ido tomando
posiciones en el norte de África [–p.ej. Melilla (1497), Orán (1509), etc.—] […]. Para
neutralizar a Argel, construyen en 1515 la fortaleza del Peñón, sobre un islote que guarda la
entrada del puerto, e instalan allí una guarnición. Entretanto, fuerzas navales turcas, compuestas
en buena parte por unidades corsarias armadas en el Egeo, comienzan a recorrer las costas de
Berbería. Su jefe, Arrudj, presta oídos a la invitación argelina de instalarse en su ciudad, pero
sucumbe en su encuentro armado con los españoles frente a los muros de Tremecén. Su
hermano, Jairr – al – Din –conocido luego como Barbarroja—, asume el mando de los
corsarios y se pone bajo la protección del sultán. De esta forma el poder otomano se instala en el
Mediterráneo occidental […].
El avance turco, renovado desde el ascenso de Solimán el Magnífico, tiene su contrapartida
en las aguas mediterráneas, y la caída de Rhodas en su poder (1522) es todo un símbolo para la
cristiandad […]. Y mientras los ejércitos turcos conquistan Hungría y franquean dos veces la
frontera austríaca, la iniciativa naval corresponde a Barbarroja. Sus piratas atacan una y otra vez
los navíos y costas españolas, mientras los compromisos continentales del Emperador retrasan
una y otra vez la gran expedición contra Argel que se le reclama. La incorporación de la
armada genovesa a la causa imperial (1528) constituye un breve alivio ya que, en adelante,
Barbarroja, que en 1533 había sido nombrado capitán en jefe de las fuerzas navales del Imperio
otomano, contará con el apoyo francés. En 1534 consigue conquistar Túnez, lo que acerca
peligrosamente las bases de acción otomano – berberiscas al sur de Italia. Al año siguiente se
prepara una movilización general cristiana y Túnez es recuperado, Muley Hacén –aliado del
Emperador— repuesto en el trono, e instalada una guarnición española en La Goleta.
Disminuidas las operaciones militares turcas en el este, hay un resurgir de las acciones
navales a partir de 1537. Los otomanos buscan ensanchar sus territorios a costa de las
posesiones venecianas. El principal episodio de la guerra es un encuentro, a la entrada del golfo
de Arta, frente a la fortaleza de Prevesa (27 – IX – 1538), entre las fuerzas turco – berberiscas
de una parte, y las de Venecia de otra, ayudadas por contingentes pontificios e imperiales.
Andrea Doria, que va al frente de los cristianos es forzado a retirarse por su antiguo adversario,
Barbarroja. Venecia firma la paz en 1540 y abandona las últimas posiciones en el archipiélago
del Egeo y en Morea.
En 1541, Carlos V pone por fin en marcha la tan esperada empresa de Argel, pero la ciudad
resiste el cerco mientras una tempestad dispersa la flota. La retirada debe hacerse en pésimas
condiciones y con grandes pérdidas para evitar un desastre todavía mayor. A partir de aquí, la
situación en el Mediterráneo irá empeorando progresivamente […].
En el norte de África se irán perdiendo sucesivamente varias bases [–p.ej. Trípoli (1551), que
cae en poder del corsario Dragut –sucesor de Barbarroja, tras su muerte en 1546—, o Bujía
(1555)—] […]. A estas alturas del siglo, el Mediterráneo se ha convertido en un lago otomano.
(BENNASSAR, 197, 276 – 278)
Los medios de dominio: el sultán, el ejército, los funcionarios
El Imperio otomano era una forma evolucionada del despotismo oriental. Sin embargo,
estaba muy lejos de ser ese despotismo ciego y sin límites aunque el poder del sultán fuera
teóricamente absoluto […].
a) El sultán era, en su origen, un jefe guerrero elegido entre los descendientes de su
antepasado Osman. Pero, progresivamente, fue enriqueciendo su poder con nuevos
prestigios: la conversión al Islam hizo de él un jefe religioso, un “emir”; la toma de
Constantinopla le convirtió en emperador y, para los griegos, en basileus; la victoria
en Egipto y la compra de los derechos del Califato hicieron de él el califa, sucesor de
Javier Díez Llamazares
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Mahoma. Nadie duda que estos títulos dieron más brillo a su poder, que los extranjeros
juzgaban inmenso […].
[…]
[…]
La presión turca y la guerra en el Mediterráneo
[…]
b) La expansión turca en Oriente. Después de 1530, los turcos, satisfechos de sus
posiciones en los Balcanes, trasladan sus principales esfuerzos al este, al Mediterráneo.
La guerra contra Persia, enfrentamiento religioso tanto como político, renace sin
cesar. Solimán lleva a cabo tres duras campañas contra los persas en 1535, 1548 y
1554: se trataba, ante todo, de controlar el país montañoso que se extiende entre el Mar
Negro y el Caspio, cruzado por las rutas del Turquestán, que son al mismo tiempo las de
la seda. En conjunto, estas campañas representan otras tantas victorias para los turcos,
gracias a su artillería, cuyo equivalente no poseen los persas […]. Pero, excepto en el
caso de la ocupación de Irak en 1535, estas victorias no fueron duraderas porque la
distancia era un factor en contra de los turcos. También Armenia y Georgia siguieron
siendo un foco de rivalidad turco – persa.
El enfrentamiento con los portugueses, que contaban con una bien dotada artillería,
planteaba otros problemas. Los portugueses no dominaban la tierra, sino el mar; en este
caso, el océano Índico. Se trataba, pues, de tomar las plazas fuertes que habían
establecido a lo largo del litoral que rodeaba el océano Índico para proteger sus rutas
comerciales. Así, además de sus factorías, los portugueses habían construido
verdaderas ciudadelas en puntos estratégicos cuyo valor era evidente […].
Así pues, la destrucción de los enclaves portugueses era del mayor interés económico
para los turcos. Además, procedentes de todas partes del océano Índico, llegaban hasta
Constantinopla las peticiones de ayuda de los musulmanes del océano Índico. Los
venecianos, por su parte, no veían con malos ojos una empresa turca hacia el océano
Índico.
Sin embargo, los turcos no consiguieron realizar más que una pequeña parte de su
programa: el establecimiento de cierto control sobre el mar Rojo […]. Según el
historiador portugués Magalhaes Gondinho, “el fracaso militar se debe
fundamentalmente a una concepción y una acción mediterránea que chocaba con las
realidades oceánicas” […]. Es exacto que las flotas turcas fueron mucho más eficaces
en el Mediterráneo.
[…]
7.4. Factores determinantes en las guerras de Italia 1
(BENNASSAR, 158 – 163)
Las Italias
Italia constituye un caso particular en la Europa del s. XVI: es, sin duda, junto con los
Países Bajos, la región más rica y evolucionada de Europa. Sin embargo, a partir de los años
1520 – 1530, si bien no pertenece a él íntegramente, se convierte en un satélite político de este
imperio [–referido al imperio de Carlos V—] y varias de sus regiones se ven sometidas
directamente a la autoridad de los representantes del emperador. En efecto, no hay paralelismo
entre el desarrollo demográfico, económico y cultural de Italia y su fuerza política.
a) Situación de Italia a comienzos del s. XVI.
- Riqueza y prestigio de Italia. Proporcionalmente a su superficie, Italia es el país más
poblado de Europa después de los Países Bajos: 6 a 8 millones de habitantes a
principios del s. XVI. El índice de población urbana es el más alto de Europa. Ella sola
1
A modo de complemento, véase además el epígrafe 7.2. Italia a comienzos de los tiempos modernos
(BENNASSAR, 158 – 169 / FLORISTÁN, 155 – 159) de este tema.
Javier Díez Llamazares
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TEMA 7
posee la mitad de las ciudades de Europa que sobrepasan los 50.000 habitantes (sin
tener en cuenta el imperio turco) […].
En estas ciudades, la población está mejor protegida que en otras partes. Las agencias
del trigo, [como el Uffizo de Venecia o la Abbondanza de Florencia] […], saben
prevenir eficazmente las hambrunas almacenando granos en las épocas de los precios
bajos. La asistencia ya se encuentra desarrollada. El crédito popular empieza a
organizarse gracias a los montes de piedad, que permiten limitar los estragos de la
usura practicada por las comunidades de judíos y “lombardos”, los primeros de los
cuales aparecieron en el s. XV. Y es que, en efecto, el nivel medio de riqueza en Italia
supera claramente el nivel medio de la época[: una agricultura de regadío practicada en
grandes superficies en Lombardía o en Venecia que, con una disponibilidad de todos los
adelantos técnicos conocidos, obtiene grandes rendimientos y una gran variedad de
cultivos] […].
Pero la Italia del norte no es la única de la que se puede hablar en este sentido [(p.ej.
Sicilia era el granero del Mediterráneo y Calabria se distinguía por el auge
extraordinario de la cría de gusanos de seda)] […].
Italia es también el laboratorio donde se prepara la ampliación de la gama de plantas
cultivadas [(p.ej. las peras de Milán o de Cremona, la alcachofa, la lechuga de Génova,
la alfalfa o la morera blanca)] […].
El progreso agrícola se complementa con un progreso industrial, aunque menos general.
Por lo que se refiere a la metalurgia y a las armas, Alemania y la región de Lieja llevan
ventaja a Italia. Pero ésta domina, junto con Flandes, la industria textil. Posee las
materias primas: la lana local o importada de España y de África del Norte, la seda, el
alumbre indispensable para el apresto de las telas y cuyo principal yacimiento […] es
explotado por el papado. [Diversas ciudades del norte italiano] […] dominan el
mercado de telas de lana organizado según los modelos capitalistas: los mercaderes de
tejidos distribuyen las materias primas a los artesanos, les hacen cumplir las sucesivas
tareas que exige la manufactura de las telas, les pagan a destajo y recogen los artículos
terminados para comercializarlos […]. Esto permite una exportación importante,
principalmente a Alemania […] o a Levante […].
Pero el dominio de Italia es mayor en las esferas del comercio y finanzas. Venecia […]
no es solamente uno de los puertos principales del mundo germánico […]. Es también
la bisagra de Oriente y Occidente gracias, especialmente, a su imperio colonial, cuya
pieza trascendental es Chipre […] ¿Qué decir, pues, de la banca? La banca de Médicis
fue uno de los elementos fundamentales de la fortuna de Florencia […]. Los banqueros
romanos administran las rentas pontificas. Pero los financieros italianos están presentes
en toda la Europa “desarrollada” de la época […]. Intentan controlar todos los negocios
rentables […]. Los italianos son los maestros de las técnicas financieras, así como los
inventores de varias de ellas: por ejemplo, la letra de cambio, que se empieza a endosar
en el s. XVI. Están en primer plano de las ferias comerciales de la época […].
La superioridad económica se completa con una superioridad intelectual y artística. El
Renacimiento, una aventura que ya duraba un siglo cuando fue elegido Carlos V, llevó
el prestigio italiano a los más altos niveles […].
Debilidad política de Italia. Así pues, se da el caso de que esta Italia, adornada de todo
el prestigio posible, adolece de una gran debilidad política, lo que no hace más que
estimular la codicia de los Estados vecinos, menos ricos pero más fuertes. Y los
italianos son tan poco conscientes de esta debilidad que para resolver sus querellas
intestinas van a recurrir al extranjero que causará su perdición.
Italia, en esta época, constituye, según la célebre fórmula, “una expresión geográfica”.
Comprende una veintena de Estados soberanos que han roto todos sus vínculos de
dependencia respecto al Sacro Imperio romano – germánico. Los estatutos de estos
Estados son muy diversos: repúblicas, como Florencia […]; ducados, como Saboya
[…]; marquesados, como Massa […]. Algunos de estos Estados eran minúsculos,
cualquiera que fuera su estatuto, como la república de Asti […]. Solamente cinco
Javier Díez Llamazares
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TEMA 7
Estados tenían una verdadera importancia territorial: el reino de Nápoles, el ducado de
Milán, las repúblicas de Florencia y de Venecia y el Estado Pontificio.
Pero, a pesar de los estatutos, y con la única excepción de la república de Venecia, la
realidad política de Italia estaba dominada por el “príncipe”. Éste no tenía más que en
pocos casos vínculos con las familias feudales de la vieja Italia. Era el verdadero
beneficiario de los conflictos que enfrentaban desde hacía lustros a los diversos Estados
de Italia, o, por lo menos, a sus oligarquías, y a menudo era descendiente de un
condottiere, es decir, de un profesional de la guerra encargado por una u otra de las
ciudades italianas de reclutar mercenarios y de hacer la guerra por su cuenta. Después
que el condottiere había destruido las instituciones y el poder legal de la ciudad a la que
tenía que servir, se convertía el mismo en poder [(p.ej. este es el caso de los Sforza de
Milán)] […].
La división de Italia (así como el desacuerdo permanente entre el papa, Milán y
Venecia), y la costumbre de los patricios urbanos de recurrir a ejércitos de mercenarios
para arreglar los conflictos, unían la debilidad política a la debilidad militar. Éste fue
quizá el profundo origen de las guerras de Italia, durante las cuales este país se convirtió
en el objetivo de las potencias vecinas […] [.]
[…]
(FLORISTÁN, 155 – 156)
1. Italia
Italia era, en palabras del político austriaco del s. XIX Metternich, “una expresión
geográfica”. Pero estaba muy bien poblada. Contaba con una próspera agricultura, una
industria pañera y sedera que competía en toda Europa y un poderoso comercio. Los
banqueros genoveses, juntamente con los alemanes, representaban el capital internacional del s.
XVI especialmente en su segunda mitad. Su riqueza estaba adornada por un apoyo
incondicional a las artes. Era tan admirada por los intelectuales y artistas europeos como
codiciada por las potencias del momento. Desde la paz de Lodi de 1454, que abrió un período
de relativa calma, Italia conoció una etapa de prosperidad y de florecimiento artístico.
Este mundo próspero y culto carecía de la más minima unidad política. Ni siquiera
contaban con algo semejante a la unidad moral o virtual que daba el Imperio a Alemania. El
número de sus estados podía rondar los veinte y se agrupaban en repúblicas [(como Florencia o
Venecia)] […], ducados [(como Saboya o Milán)] […] y marquesados [(como Messa o
Monferrato)] […]. Algunos [(p.ej. Asti o Guastalla)] […] eran minúsculos. Sólo Milán,
Venecia, Florencia, los Estados Pontificios y Nápoles tenían una verdadera entidad territorial
y política. En realidad, salvo Venecia, los demás estaban dominados por el príncipe, con
frecuencia descendiente de un condottieri que se había servido de las guerras entre territorios
vecinos o entre familias para imponer su autoridad [(como en el caso de los Sforza de Milán)]
[…].
Esta división, las rivalidades entre estados, incluso los ancestrales bandos familiares, además
de su riqueza y envidiable prestigio, convertían a Italia en una tentación para los monarcas más
ambiciosos del momento. La monarquía francesa y la Monarquía Universal Católica,
esgrimiendo viejos derechos o acudiendo en ayuda de una de las facciones rivales, se disputaron
la posesión de ciertos territorios considerados estratégicamente imprescindibles.
[…]
7.5. Protagonistas y fases de la pugna por Italia
(FLORISTÁN, 179 – 182)
1. La intervención de Francia y España en Italia (1494 – 1515): hegemonía francesa en el norte
y española en el sur
1.1. El primer intento francés de conquista de Nápoles por parte de Carlos VIII (1494 –
1495). La forja de una liga antifrancesa. Consecuencias diplomáticas de las alianzas
La rivalidad hispano – francesa no era a fines del s. XV un hecho reciente. Mientras Castilla
había mantenido unas tradicionales relaciones de amistad con la monarquía francesa, acudiendo
Javier Díez Llamazares
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incluso en su ayuda contra Inglaterra durante la Guerra de los Cien Años, la historia de la
política exterior de la Corona de Aragón no puede explicarse sin su plurisecular enfrentamiento
con sus vecinos del norte […]. Uno de los motivos fundamentales de hostilidad a finales del s.
XIII se produjo por el dominio de Sicilia. La Corona de Aragón apoyó un levantamiento en
aquella isla, en 1282, contra el dominio de la casa francesa de los Anjou conocido como
Vísperas Sicilianas. Su resultado fue la vinculación a partir de entonces de Sicilia a la casa real
aragonesa. La ocupación de Cerdeña por parte de la Corona de Aragón se inició en el primer
cuarto del s. XIV y en 1442, Alfonso [V] el Magnánimo culminó la conquista del reino de
Nápoles. Ahí nos encontramos por lo tanto con una presencia muy importante de la Corona de
Aragón en Italia, aunque el dominio sobre Nápoles fuera efímero, ya que se desligó de ella a la
muerte de su conquistador en 1458, al legarlo a su hijo ilegítimo Ferrante […].
Las relaciones de Ferrante con la aristocracia napolitana distaron de ser afables. Un sector de
los barones opuesto al dominio aragonés solicitó la intervención del rey de Francia para
liberarlos de un rey extranjero […]. En febrero de 1494, Carlos VIII, con el beneplácito de
Milán, con el pretexto de apoyar a los barones proangevinos napolitanos, penetró en Italia al
frente de un poderoso ejército. La conquista francesa de Nápoles pretendía ser el jalón inicial de
otra empresa más ambiciosa y quimérica, que aspiraba concluir con una cruzada contra el infiel.
Entre 1492 y 1493 la diplomacia gala había pactado la no intervención de diversas potencias
extranjeras […]. Al mismo tiempo, tanto el duque de Milán, como los Médicis en Florencia,
para evitar dificultades se mostraron dispuestos a franquear sin oposición el paso del ejército
galo. El Imperio, por el tratado de Senlis, fue recompensado por Francia con el Artois y el
Franco – Condado. Con España, Carlos VIII firmó el tratado de Barcelona en 1493. Por ese
acuerdo, Fernando el Católico a cambio de recuperar el Rosellón y la Cerdaña, en manos
francesas desde 1463, se comprometió a no intervenir contra Francia en su campaña en Nápoles,
mientras no fuera atacada la Santa Sede. La condición feudataria del reino de Nápoles respecto
al Pontífice fue el móvil que permitió, sin embargo, a la monarquía española […] no cumplir lo
pactado y actuar militarmente en Italia.
Carlos VIII, favorecido en su tarea de conquista por la rebelión antiaragonesa que estalló
primero en los Abruzzos y después en la mayor parte del reino napolitano, se encontró sin
embargo pronto con dificultades ante un ejército que amenazaba con cortarle la retirada hacia el
norte. Junto a España se aliaron Venecia, Génova, Milán, el Papa, el Imperio e Inglaterra. Al
aislado monarca francés no le quedó más remedio que emprender la retirada camino hacia
Francia, teniendo que abrirse paso con las armas en Fornovo (1495). La victoria no se decantó
por ninguno de los dos bandos, pero el grueso del ejército francés sólo logró pasar a cambio de
dejar un importante botín de guerra. Las fuerzas venecianas e hispánicas atacaron las
guarniciones francesas en Nápoles […]. El trono fue devuelto al hijo de Ferrante, Ferrante II
[…]. Había comenzado un período de guerras hispano – francesas en Italia que había de
prolongarse con intermitencias hasta la paz de Cateau – Cambrésis (1559).
La alianza antifrancesa de 1495 fue reforzada diplomáticamente por medio de enlaces
matrimoniales destinados a tener un gran futuro político[: bodas de los hijos de los Reyes
Católicos con los herederos del emperador Maximiliano de Habsburgo y de Enrique VII de
Inglaterra] […].
1.2. Segunda intervención francesa en Italia. Conquista del Milanesado y reparto de
Nápoles con España. Guerra hispano – francesa. Hegemonía francesa en el norte y española en
el sur
Carlos VIII de Francia tenía intención de retornar a Italia, pero murió de improviso en 1498.
Su sucesor, Luis XII, intervino muy pronto de nuevo en la política italiana. Convencido de
disponer [de] derechos sobre el ducado de Milán, su primer objetivo fue el dominio del
Milanesado, que le serviría de escala para intentar de nuevo la conquista de Nápoles. Promesas
territoriales para Venecia le atrajeron en este caso su alianza, así como la de Inglaterra, Felipe
de Habsburgo y los cantones suizos. Tras una primera ocupación en 1499, la batalla de Novara
(1500) le permitió arrebatar Milán a sus poseedores desde 1450, los Sforza [(la desafección
de los milaneses hacia el duque Ludovico Sforza también contribuyó al éxito)] […]. La lucha
por la hegemonía en la península italiana se centró en estos dos ámbitos: el Milanesado y
Nápoles. En 1500 Luis XII, dueño ya de Milán, firmó con Fernando el Católico el pacto
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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secreto de Granada en el que ambas potencias acordaron conquistar y repartirse Nápoles […].
Ambos ejércitos se adueñaron del reino sin dificultades en 1501, pero las discrepancias sobre la
delimitación de las diversas zonas motivó que los aliados rompieran pronto su acuerdo inicial. A
mediados de 1502 estalló un nuevo conflicto hispano – francés. El ejército hispánico, mandado
por Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, venció en varias batallas […] a los
franceses y obtuvo el dominio definitivo sobre Nápoles, que quedó vinculado a partir de
entonces a la corona española durante más de dos siglos. En 1504, quedaba asegurado el
dominio hispánico sobre el sur de Italia, mientras el Milanesado, en el norte, permanecía en
manos francesas. Luis XII, por el tratado de Lyon, reconoció a Fernando el Católico como
rey de Nápoles.
1.3. Viraje hispánico. Tratado de Blois de amistad con Francia. Liga antiveneciana de
Cambrai. Nueva ruptura de relaciones hispano – francesas y expulsión de Francia del
Milanesado. Reconquista francesa de esta estratégica región
Tras la muerte de Isabel la Católica en noviembre de 1504, Fernando imprimió un rotundo
viraje a su política internacional. Para congraciarse a la nobleza castellana e intentar neutralizar
las apetencias de su yerno Felipe el Hermoso sobre la gobernación de Castilla, firmó un pacto
con Francia, el tratado de Blois en octubre de 1505, en el que se estipuló el cese de hostilidades
entre ambas potencias y como testimonio de amistad se acordó su matrimonio con una princesa
francesa, Germana de Foix […]. En caso de que hubiese descendencia, el heredero se
convertiría en el futuro rey de Nápoles, y de no ser así, Nápoles se incorporaría a la monarquía
francesa […].
Ambas potencias –Francia y España— participaron en 1508 en la liga de Cambrai,
articulada por el papa Julio II, junto al Imperio, contra Venecia. El peso principal de aquella
contienda recayó sobre las tropas francesas que ocuparon el resto de Lombardía que se hallaba
en manos venecianas, redondeando de esta manera sus posesiones en el norte de Italia, mientras
Fernando el Católico aprovechó la oportunidad para conquistar las bases ocupadas por Venecia
en Apulia, en Nápoles, a fines del s. XV. Pero esa coalición en la que ingresó después Inglaterra
se tornó contra Francia tres años más tarde [(constitución de la Santa Liga en 1511)], al
considerar Julio II provechoso expulsar a los franceses de Italia, y logró, a pesar de la batalla
de Rávena, su desalojo del Milanesado en 1512, donde fueron restaurados los Sforza.
Génova, ocupada por Francia desde 1507, se sublevó también contra ella. Dos de las
consecuencias colaterales de este conflicto fueron la caída de la república instaurada en
Florencia, en 1494 y el retorno del gobierno de los Médicis, y la anexión del reino de
Navarra, aliada entonces de la monarquía francesa, a Castilla. Un intento francés de recuperar
Milán, apoyado por Venecia, en 1513, fue contenido en Novara (1513) por parte de la Liga de
Malinas integrada por el Papa, el Emperador, España e Inglaterra.
El nuevo soberano francés Francisco I, recién accedido al trono en 1515, quiso recuperar de
inmediato la presencia francesa en el norte de Italia, con una nueva ocupación de Milán, que
consiguió a raíz de la batalla de Marignano en 1515. Al año siguiente el tratado hispano –
francés de Noyon ratificaba diplomáticamente esta conquista, en una nueva fase de
aproximación hispánica a Francia protagonizada por los consejeros flamencos de Carlos I,
muerto ya Fernando el Católico […]. El tratado de Noyon marcó un momentáneo modelo de
concordia hispano – francés, inspirado desde Flandes, del que España, por imperativo de las
acciones hostiles de Francisco I tuvo que desmarcarse muy pronto. El equilibrio italiano,
mediante la hegemonía francesa en el norte y la española en el sur, no se prolongó más de una
década, hasta la batalla de Pavía, que dio la supremacía definitiva en Italia a la monarquía
española durante casi dos siglos […].
(BENNASSAR, 271 – 273)
Las guerras de Italia
Conocemos también la situación original: Italia, rica y hermosa, es débil en el aspecto
político. El recurso al extranjero, que algunos Estados italianos van a practicar, hará de la
península el centro de las ambiciones rivales de España y Francia.
Francia, que acaba de heredar Provenza, hace valer las pretensiones dinásticas legadas por
René d’Anjou, que implican derechos sobre Nápoles, donde los angevinos se habían
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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establecido en la Edad Media. Más tarde, cuando a Carlos VIII le sucede su primo Luis XII, éste
se acuerda de que tiene derechos sobre Milán: en efecto, es el nieto de Valentina Visconti. Así,
pues, el rey de Francia cae en la tentación de nombrarse heredero de los Visconti, a expensas de
la familia reinante en Milán, los Sforza, que habían eliminado a los Visconti. España tiene
intereses opuestos. Por una parte es heredera de la política mediterránea de los reyes de Aragón,
marcada por la conquista de Sicilia y Cerdeña, de la que Nápoles parece como continuación
lógica. Además, España tenía también “derechos” sobre el país. Por una parte, el emperador
Maximiliano y su sucesor Carlos V eran absolutamente contrarios a la dominación francesa
sobre el Milanesado, pues el Imperio había ejercido durante mucho tiempo una especie de
protectorado sobre el norte de Italia.
Conocemos ya las peripecias y resultados de la lucha por Nápoles. Quisiéramos solamente
describir aquí el proceso de conflictos que se desarrollaron en Italia de 1494 a 1516 y que, con
algunas variantes, se producen siempre de la misma manera.
a) En una primera fase, las divisiones de Italia son un factor esencial. Algunos Estados
italianos recurren al extranjero para solucionar querellas [(p.ej. la llamada del papa
Inocencio VIII a Carlos VIII contra Nápoles en 1494, la alianza de Luis XII y Venecia
contra Milán en 1499, el entendimiento con España en lo concerniente a Nápoles tras la
firma del tratado de Granada, etc.)] […].
b) Pero cada vez se produce una segunda fase que destruye buena parte de los resultados
obtenidos al finalizar la primera. Cuando acaban sus querellas, los italianos
encuentran molesta la presencia de extranjeros, “bárbaros”, y tratan de
liquidarlos enfrentándolos unos con otros, es decir, arrojando a los franceses contra
los españoles o los imperiales con la eventual ayuda de los suizos. Las batallas más
duras se produjeron siempre en esta segunda fase, porque oponían ejércitos que sabían
combatir. […]
[…] El año 1516 marca el final de las guerras de Italia, en el estricto sentido de la
expresión, gracias a toda una serie de acuerdos: el concordato de Bolonia firmado
entre Francia y León X; el tratado de Noyon establecido entre los reyes de Francia y
de España; la “paz perpetua” entre Francia y Suiza. Italia paga los gastos de la paz,
pues, ésta consagra la división de las influencias entre Francia (Milanesado, Piamonte,
Génova) y España (Nápoles y Sicilia); solamente Venecia y el papado conservan una
independencia real.
7.6. Las transformaciones militares en los comienzos de la modernidad
(FLORISTÁN, 178 – 179)
[…]
Por otro lado desde finales del s. XV y comienzos del s. XVI asistimos a cambios
importantes en el arte de la guerra. Se fue popularizando el uso de armas de fuego. De las
bombardas y culebrinas de comienzos del cuatrocientos se pasó a los cañones, primero de
bronce y después de hierro de los siglos XVI y XVII. La artillería cada vez más potente puso
a prueba la resistencia de unas no tan inasequibles murallas, que debieron adaptarse para no
caer ante el fuego artillero. Muros, torreones y fortalezas comenzaron a cambiar su fisonomía
durante la segunda mitad del s. XV y el s. XVI. Se construyeron en su entorno anchos
terraplenes protectores, que servían también para abrir fuego contra el enemigo, y se
edificaron gruesos bastiones poligonales, formando salientes, que permitían el tiro oblicuo en
varias direcciones, diseñados por ingenieros militares. La altura de las torres se limitó y dejó
de ser un objetivo ya que constituían un blanco demasiado fácil para la artillería. Progresó la
técnica de las minas, cuya potencia podía resquebrajar la mole de las fortificaciones operando
desde el subsuelo. La arcabucería y las largas picas usadas por la infantería hicieron
retroceder el decisivo papel jugado hasta entonces por la caballería. La guerra produjo una
fuerte demanda de armas de fuego. La aparición de la artillería no supuso una mutación radical
del arte de la guerra y una desaparición del armamento clásico usado hasta entonces. Las armas
tradicionales, las armas blancas y las de carácter defensivo –lanzas, flechas, espadas, escudos,
puñales, alabardas— siguieron siendo abundantemente empleadas y la caballería tampoco
Javier Díez Llamazares
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sufrió una crisis repentina. Pero su efectividad fue más limitada al tener que enfrentarse al uso
cada vez más generalizado del nuevo armamento. Los ejércitos no eran permanentes. Se
nutrían fundamentalmente de mercenarios, de procedencia plurinacional y de creencias
multirreligiosas, reclutados específicamente para una o varias campañas, que, en ocasiones,
faltos de paga, protagonizaron desmanes y llegaron a cometer abusos, como el saqueo de
ciudades para procurarse beneficios a través del botín.
[…]
(RIBOT, 211, 275 – 280)
B.1. Las empresas bélicas
[…]
Los buenos resultados obtenidos por algunos estados se debieron a una serie de
transformaciones en la organización, las tácticas y el armamento militares. Algunos autores han
calificado los cambios en la guerra durante el Renacimiento y el s. XVI como una “revolución
militar”, que permitió a los estados protagonistas obtener una ventaja decisiva en la lucha por la
hegemonía. En primer lugar, el uso masivo de la artillería junto con el desarrollo de la
ingeniería militar […] plantearon los asedios en términos nuevos. Lo mismo puede decirse de
las armas personales de fuego, que otorgaron el protagonismo en los combates a una infantería
disciplinada y oscurecieron a la caballería. Los ejércitos crecieron, se crearon unidades más
operativas, los soldados se especializaron en diversos cuerpos y la disciplina pasó a ocupar un
lugar relevante. Una renovada generación de jefes, cuyas dotes de mando emanaban de la
experiencia acumulada y el aprovechamiento del aumento de la capacidad destructiva de las
armas, pasó a dirigir ejércitos cada vez más profesionales. La guerra se abrió como una rentable
actividad para los especialistas, bien pagados y requeridos por todos los príncipes […]. La
nueva organización de los contingentes desterró poco a poco la dependencia de las milicias
privadas y colocó definitivamente la actividad bélica dentro de la esfera estatal[, quedando
abierto el camino hacia el ejército permanente] […]. Sin embargo, […] [todo esto implicó] un
crecimiento desmesurado del gasto militar, que obligó a reformas fiscales y al aumento de la
presión tributaria […].
[…]
C. El ejército y la guerra terrestre
Todavía durante la mayor parte del s. XVI fueron pocos los soberanos de Europa que
contaron con ejércitos permanentes bien adiestrados y preparados para combatir. Los
monarcas tenían su guardia personal, las fortalezas clave estaban bien guarnecidas, y
ciertos servicios, como el de pagaduría o artillería, eran fijos, pero en caso de guerra había que
recurrir a las levas feudales, a reclutar voluntarios y a contratar a los imprescindibles soldados
mercenarios. De hecho, los ejércitos de los grandes príncipes se componían de elementos muy
heterogéneos, y todavía contaban a la hora de movilizar fuerzas los antiguos contingentes
feudales, armados solamente en tiempos de guerra. La obligación feudal del servicio militar,
pese a la mediocridad de sus aportaciones, siguió siendo a menudo invocada por los soberanos.
El noble aún era educado para la guerra, pero el papel táctico de la caballería había disminuido y
el principal problema era conseguir una buena infantería. Las milicias de origen popular eran
más baratas y planteaban menos problemas que los soldados mercenarios, pero carecían del
adiestramiento y del nervio de las tropas profesionales, y eran más susceptibles al pánico en
combate. Las de mercenarios a sueldo, en cambio, sobre todo si se trataba de veteranos,
constituían la fuerza de choque más importante y efectiva: Alemania, Suiza y Valonia
acabaron siendo los grandes mercados de mercenarios europeos. El gran peligro de estas tropas,
con frecuencia díscolas y exigentes, era el amotinamiento en caso de no ser pagadas
puntualmente.
Los años que transcurren desde las primeras guerras de Italia hasta la de los Países Bajos
fueron más decisivos en la evolución de las artes bélicas que cualquier período subsiguiente
hasta el s. XVIII. Época de cambios importantes –se habla de “revolución militar”, incluso—,
pero época también de transición[: empleo indistinto de viejas y nuevas armas y técnicas hasta
que fueron evaluados correctamente los méritos respectivos] […].
Javier Díez Llamazares
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Ya en las primeras guerras de Italia los ejércitos españoles comenzaron a ganar fama en
Europa. El contingente más esencial, la infantería estaba compuesta –a imitación de los
suizos— por formaciones macizas de piqueros, auxiliados cada vez más por arcabuceros y
mosqueteros que había desplazado a arqueros y ballesteros. La infantería era apoyada, a su vez,
por dos tipos de caballería, la pesada –con armadura completa, lanza larga, y cuya importancia
fue decayendo rápidamente—, y la ligera –sin armadura y con lanza corta y espada—. La
artillería ligera, capaz de seguir con facilidad la marcha de los ejércitos, fue haciéndose cada
vez más importante, con un eficacia demostrada tanto en el sitio de plazas fuertes –lo que obligó
a un reforzamiento de las fortificaciones— como en el campo de batalla. Sólo la falta de
unificación en los tipos y calibres podía dificultar el aprovisionamiento de munición. De
hecho, la potencia de fuego de la artillería y de las armas portátiles acabaría siendo el factor más
importante a la hora de dar la victoria a uno de los contendientes.
La estrategia militar, en cambio, sufrió menos variaciones. Continuó predominando la
guerra de desgaste, consistente en ganar posiciones con el asalto de plazas fuertes, y
obstaculizar el avituallamiento del enemigo asolando el país o cortando sus líneas de
comunicación. Las grandes batallas, de resultado incierto, eran rehuidas, mientras se
multiplicaban los asedios.
La guerra se hizo más lenta y, por consiguiente, más cara. […] [De manera que] sólo los
grandes príncipes, con un fuerte respaldo hacendístico –y, aun así, a duras penas—, podían
permitirse conflictos prolongados.
El peso de la opinión pública en los conflictos internacionales fue siempre pequeño, pero
no por eso los príncipes renunciaron a presentar siempre sus conflictos armados como “guerras
justas” y, con el desarrollo de la producción impresa, la publicística, como instrumento
polémico de discusión de los asuntos internacionales, fue cobrando importancia. Pese a
algunos lentos progresos en los principios jurídicos del derecho internacional, y pese a las
llamadas de algunos círculos humanistas para entablar una paz perpetua entre los príncipes
cristianos, en la cotidianidad se impuso un realismo mucho más pragmático, y la guerra –con
todas sus secuelas de ruina y sufrimiento— fue a menudo considerada como un fenómeno
inevitable, consustancial a la naturaleza humana como la enfermedad o el hambre, un estado
casi permanente de la humanidad. Pocos fueron los avances humanitarios que se consiguieron
en el desarrollo de la guerra: se recurría habitualmente a la práctica de la tierra quemada para
impedir el avituallamiento del enemigo, las ciudades eran sometidas, por regla general, al pillaje
sistemático de los asaltantes, y sólo se mantenía con vida a los prisioneros si se tenía la
esperanza de cobrar un rescate. Y, aunque la práctica de la “buena guerra” fuera defendida por
algunos, los avances solían ir seguidos de retrocesos, como ocurrió durante las guerras de
religión, cuya fuerte carga emocional las hizo aún más violentas y crueles.
D. La marina
Todavía en el s. XVI, la guerra en el mar solía ser no una contienda entre estados, sino entre
súbditos, no entre marinas reales, sino entre corsarios y mercantes armados. La práctica
indiferenciación de las unidades mercantes y de guerra –sobre todo, en el Atlántico—, hacía
que éstas últimas fuesen muy a menudo barcos mercantes mejor armados para la ocasión y
abarrotados de tropas. La guerra en el mar, entonces, seguía estando estrechamente vinculada al
comercio, del que dependía y con el que competía por los escasos recursos de navíos y
marineros.
Del mismo modo que las tropas permanentes representaban sólo una pequeña parte de los
ejércitos en tiempos de guerra, los navíos reales constituían sólo una pequeña proporción de
las flotas reunidas para el combate. Sólo dos potencias mediterráneas, Venecia y el Imperio
Otomano, disponían de una poderosa marina de guerra permanente y sostenían astilleros para la
construcción continua de galeras.
Volcada tanto hacia el Mediterráneo como hacia el Atlántico, España se constituyó a lo largo
del siglo como una primerísima potencia naval, pero a través de un proceso lento y con
numerosas dificultades. Cuando era necesario organizar una flota, la Corona solía estipular
contratos con particulares para el alquiler de embarcaciones –casi siempre forzosos—, y se
encargaba de artillar y preparar las naves para el combate. En momentos de emergencia eran
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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corrientes las requisas de navíos de cualquier nacionalidad que se encontrasen en los puertos. Y
la construcción de grandes navíos, susceptibles de armarse en tiempos de guerra, se estimulaba a
través de subvenciones oficiales o mediante un derecho de prioridad en los fletes, pero las
unidades de gran tonelaje seguían siendo poco rentables para el comercio en tiempos de paz
[…].
Como las terrestres, la táctica y la estrategia navales sufrieron modificaciones a lo largo
del siglo. En el Mediterráneo se utilizaban preferentemente las galeras, cuya autonomía
propulsora las hacía ideales para surcar las aguas tranquilas del Mare Nostrum. En el combate,
la artillería desempeñaba un papel secundario y el abordaje era el factor decisivo, razón
por la que se embarcaban grandes contingentes de infantería.
En el Atlántico, en cambio, se utilizaba el galeón, navío “redondo” de alto bordo, coronado
por elevados castillos, y más y mejor artillado cada vez. La artillería, en concreto, se convirtió
en el elemento más caro de la guerra naval. La sustitución del hierro forjado por el bronce en la
fabricación de piezas artilleras disparó su precio, y sólo el dominio inglés de la técnica del alto
horno permitió la obtención de artillería de hierro colado abundante y a precios razonables. El
combate entre la Armada Invencible y la flota inglesa en las aguas del canal de la Mancha puso
en evidencia la importancia que iba a tener en adelante el fuego artillero como elemento
primordial de combate en la guerra naval. De ahí que, hacia finales del siglo, se impusiera la
necesidad de diferenciar progresivamente las unidades de combate de los mercantes armados,
haciendo crecer –según las líneas trazadas por Inglaterra— los tonelajes de los buques de guerra
para que fueran capaces de transportar artillería más numerosa y de mayor calibre; esta
evolución se concretaría en la universalización del navío de línea, heredero y sucesor del
galeón, mientras los comerciantes tenderían con el tiempo a preferir el velero de poco tonelaje,
rápido y ágil, y cómodo para completar la carga.
(BENNASSAR, 265 – 270)
Los ejércitos
[…]
[…] Pero en Europa sólo tres ejércitos eran de consideración: el español (a veces confundido
con el imperial), el francés y el turco. Fuera de Europa, los ejércitos marroquí, persa y mogol
(el de la India) alcanzaron, ciertamente, un poder militar considerable. Aquí podemos considerar
con más detalle los ejércitos español y francés.
a) El ejército español. Con los Reyes Católicos apareció en España un ejército
permanente. Teóricamente, el servicio militar podía ser obligatorio, pero sólo un
hombre de cada 15 ó 20 era llamado efectivamente al servicio, lo que permitía no
emplear más que voluntarios a los que se pagaba un sueldo regular.
Durante las guerras de Italia, la eficacia demostrada de las armas de fuego indujo a
Gonzalo de Córdoba, “el Gran Capitán”, a fundar el famoso tercio, es decir, una
unidad de combate que contaba con tres armas: infantería, caballería y artillería. El
arma esencial, la infantería, estaba compuesta a su vez de tres categorías de infantes:
los piqueros (un 40 por 100 de los cuales tenía a la vez espada corta y pica), los
mosqueteros y los arcabuceros (uno de cada cinco), cuya eficacia fue mucho mayor a
partir de Pavía, gracias al encendido automático y al aligeramiento del arma […].
Estaba apoyada por una caballería que implicaba dos variantes: una caballería pesada,
los “gendarmes”, con armadura completa, lanza y daga, cuyos caballos estaban
protegidos por un peto, y los “caballos ligeros”, sin armadura, con lanza corta, espada
y daga. Hasta Pavía, la caballería pesada fue la más importante, pero después su papel
decayó rápidamente. El tercio se apoyaba igualmente en la artillería, que no iba a dejar
de progresar en el curso del siglo […]. Un cirujano, un médico, algunos barberos y un
capellán completaban el efectivo de cada tercio.
Además, durante las guerras de Italia, el tercio español consiguió una gran rapidez y
precisión de maniobra, que la división en compañías (unidades relativamente poco
numerosas) hacía más fácil. Gonzalo de Córdoba exigía una gran disciplina de fuego,
pero en otros aspectos dejaba gran libertad. Dio a su ejército una verdadera preparación
Javier Díez Llamazares
20
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
b)
TEMA 7
psicológica, cultivando el orgullo de cuerpo y exaltando la dignidad individual[, lo que
atrajo a muchos hidalgos de la pequeña nobleza] […].
Los efectivos de este ejército no fueron nunca muy elevados, sin duda nunca más de
40.000 hombres […].
Este ejército, en el que abundaban los combatientes de élite, bien equipado, estuvo
también bien mandado […]. Pero estuvo mal administrado: cuando estaban
acantonadas, las tropas cometían excesos […]. Es cierto que el pillaje se debió en
muchos casos al retraso en el pago de la soldada […].
Este ejército, acompañado de mujeres para satisfacción de los soldados (se ha dicho
que formaba el 8 por 100 de los efectivos), no tenía uniforme, sino una elegancia, a
menudo ostentosa, en los desfiles (sombrero de plumas, jubón de colores vivos). Los
soldados que se habían distinguido por sus hazañas iban inmediatamente detrás de los
oficiales y suboficiales: eran los “aventajados” […].
El ejército francés. Siguió una evolución paralela a la del ejército español y por las
mismas razones, pero más tardías, lo que puede contribuir a explicar la ventaja tomada
por los españoles en la primera mitad del siglo. Estaba formado por elementos de base,
permanentes (ban y arrière – ban, compañías de ordenanza y de arqueros que
databan de fines del s. XV), y por un elemento teóricamente extraordinario, pero que
iba a convertirse en permanente durante el s. XVI: las compañías de mercenarios a pie
o a caballo.
- El ban y el arrière – ban eran una supervivencia feudal: proporcionaban los
contingentes debidos por los vasallos directos e indirectos del rey a título de
servicio de hueste. Después de los estados generales de 1484, se reconocía y se
aplicaba el principio de retribución. Pero el papel de este elemento no dejaba de
decaer […]. Los gentilhombres a los que les gustaba el ejército, preferían servir
en compañías regulares, mientras no dejó de crecer el número de ancianos
ineptos o reemplazantes, presurosos por acabar, en las filas de los contingentes
feudales.
- Las compañías de ordenanza, creación de Carlos VII y núcleo esencial del
ejército hasta el fin de las guerras de Italia, eran unidades de gentilhombres
jóvenes, todos voluntarios, llamados gendarmes que servían a caballo
acompañados de arqueros y seguidores. Con armadura completa y lanza grande
al principio, después pistola, debían presentarse en tiempos de paz a las
“muestras” trimestrales para verificar el estado de su equipo y su nivel de
entrenamiento. Otras compañías eran los cuerpos de elite que formaban parte de
la Casa Real: “Cien Suizos”, compañía de arqueros escoceses, compañía de
arqueros franceses.
Los arqueros francos, igualmente creados bajo Carlos VII, eran infantes reclutados
entre la burguesía y las clases populares […]. Pero la decadencia de la institución llevó
a su supresión en 1535. En esa fecha, las compañías de mercenarios eran ya la base
del ejército.
Las transformaciones del armamento y de la táctica y la obligación de aumentar los
efectivos para hacer frente a la amenaza imperial, impusieron el creciente recurso a los
mercenarios, cuyas unidades, sin tradición, permitían más fácilmente la adopción de
nuevos procedimientos […]. Además, el papel cada vez más importante de la infantería
no hacía ya posible el recurso a los gentilhombres que no concebían servir más que a
caballo […].
[….] Para tratar de conservar cierto carácter nacional en el ejército, la disposición de 24
de julio de 1534 creó 7 legiones de hombres a pie […], correspondientes a las diversas
regiones del reino. Después de un buen comienzo, la institución decayó rápidamente a
pesar de un intento de reforma en 1558 […].
Las compañías de caballos ligeros […], arcabuceros y pistoleros, estuvieron
compuestas sobre todo de alemanes. La artillería fue sin duda el arma mejor organizada,
quizás porque era nueva […].
Javier Díez Llamazares
21
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
c)
TEMA 7
En resumen, el ejército francés hacia 1560 no era más que un conjunto bastante
heterogéneo de cuerpos diferentes […].
La evolución general. Cualquiera que sea el ejército que se examine, la evolución es la
misma: la potencia de fuego es cada vez mayor, y, a igualdad de fuerzas, el ejército que
posea más llevará ventaja, con sólo tener un mínimo de experiencia […].
[…]
Las flotas
A comienzos del s. XVI existían cuatro flotas de guerra de gran importancia: la portuguesa,
la española, la veneciana y la turca. Pero los portugueses, que actuaban sobre todo en el
océano Índico o en el Atlántico, no tenían que temer nada más que a los corsarios berberiscos.
Las flotas de Génova y de Francia, sin ser desdeñables, eran de menor importancia.
Inglaterra quedaba al margen, pero los corsarios de diversas nacionalidades representaban un
elemento con el que había que contar. Según su área de acción, estos marinos basaban su poder
en las galeras […], generalmente (con todas las variantes: galeazas, galeotes, bergantines), o
en navíos de alto bordo: galeones, carabelas, carracas, que combinaban las velas triangulares
con las velas cuadradas, se elevaban mucho más sobre el agua y no tenían remos. Los barcos del
primer tipo predominaban en el Mediterráneo y los del segundo en el Atlántico. Desde finales
del s. XV, se instaló artillería a bordo de los navíos de guerra, especialmente en los turcos y
venecianos. Y en el curso del s. XVI, muchos navíos destinados al comercio se equiparon
igualmente con cañones.
a) La flota veneciana. La flota veneciana es la que se conoce mejor. En tiempos de paz,
Venecia disponía generalmente de 24 trirremes armadas […]. Pero en tiempos de
guerra, Venecia era capaz de aumentar su flota en enormes proporciones gracias a la
notable organización de su gigantesco astillero, que empleaba a unos 3.000 obreros
[…].
[…]
b) Las demás flotas no poseían una organización tan perfecta, a pesar de la superioridad de
medios de los Estados. Los turcos, quizá, eran capaces de equipar una flota en algunos
días, pues, el Astillero de Constantinopla era muy grande […]. Pero las galeras turcas,
construidas por lo general de madera demasiado verde, a menudo, no aguantaban más
que una sola temporada. Para alcanzar la superioridad numérica, los turcos tuvieron que
recurrir, incluso, a la ayuda de los corsarios [norteafricanos] […].
En el curso del s. XVI, España desarrolló sobre todo su escuadra atlántica [(para el
Mediterráneo contaba con la alianza genovesa y su escuadra)] […]. En esta época, los
mejores marinos españoles eran vascos y Vizcaya proporcionaba el mayor número de
naves. A pesar de todo se siguieron construyendo galeras […].
Las tripulaciones se reclutaban entre los condenados de derecho común y los cautivos
turcos o moros. La chusma no tenía, pues, ningún espíritu nacional, la disciplina era
muy relajada y se admitían numerosas mujeres a bordo […].
[…]
La flota francesa permaneció débil durante el s. XVI a pesar de un esfuerzo notable
entre 1540 y 1560 sobre todo en la época de Enrique II […]. De hecho, en el
Mediterráneo Francia actuó sobre todo por intermediarios (en particular corsarios
berberiscos), pues, sus corsarios de Dieppe y La Rochelle no evolucionaban más que
en el Atlántico.
c) El corso [cristiano, eslavo o musulmán] intervino a menudo, en efecto, como elemento
decisivo. Infestó el Mediterráneo durante todo el siglo y adquirió una creciente
importancia en el Atlántico durante la década de los 60.
[…]
Javier Díez Llamazares
22
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 8
Tema 8: La hegemonía de España y el orden europeo (1492 –
1598)
0.0. Sumario
8.1. Los Reyes Católicos y el comienzo de la hegemonía hispana. Reconquista peninsular y
expansión mediterránea
8.2. El imperio de Carlos V. Herencias y componentes territoriales
8.3. Enemigos y guerras: Francia, turcos y protestantes
8.4. La época de Felipe II. Nuevos enemigos y conflictos
8.5. La rebelión de los Países Bajos
8.6. El mundo báltico: el fin de la unión de Kalmar y la lucha por la hegemonía
0.1. Bibliografía
BENNASSAR: Historia Moderna, Tres Cantos, Ediciones Akal, 2005, p. 138 – 140 (Bennassar
– Jacquart), 142 – 149 (Bennassar – Jacquart), 306 – 308 (Bennassar – Jacquart) y 384
(Bennassar – Jacquart).
FLORISTÁN: Historia Moderna Universal, Barcelona, Editorial Ariel, 2002, p. 143 – 149 (M.
Millán), 163 – 165 (Colás), 182 – 199 (Vidal) y 240 – 241 (Salvador).
RIBOT: Historia del Mundo Moderno, Madrid, Editorial ACTAS, 2006, p. 285 – 286 (G.
Centurión).
0.2. Lecturas recomendadas
BENNASSAR: Historia Moderna, Tres Cantos, Ediciones Akal, 2005, capítulo 4 (Bennassar –
Jacquart) y capítulo 12 (Bennassar – Jacquart); p. 271 – 279 (Bennassar – Jacquart), 303 – 306
(Bennassar – Jacquart), 367 – 370 (Bennassar – Jacquart) y 376 – 383 (Bennassar – Jacquart).
FLORISTÁN: Historia Moderna Universal, Barcelona, Editorial Ariel, 2002, capítulo 9
(Salvador); p. 149 – 152 (M. Millán), 216 – 220 (Benítez), 228 – 230 (Salvador), 235 – 236
(Salvador) y 240 (Salvador).
RIBOT: Historia del Mundo Moderno, Madrid, Editorial ACTAS, 2006, p. 286 – 312 (G.
Centurión).
8.1. Los Reyes Católicos y el comienzo de la hegemonía hispana. Reconquista
peninsular y expansión mediterránea
(FLORISTÁN, 143 – 149)
3. Hacia la formación de la Monarquía hispana
3.1. La Monarquía de los Reyes Católicos
La diversidad de reinos y territorios que los Reyes Católicos lograron reunir bajo sus
personas durante las últimas décadas del s. XV y comienzos del s. XVI contrasta fuertemente
con la frágil estructura administrativa e institucional que los articulaba, ya que no existieron
instituciones comunes a todos ellos que permitieran crear una entidad nueva. Ello hace pensar
en la importancia que tuvieron las relaciones personales para mantener unidad la
Monarquía al mismo tiempo explica el deseo de los monarcas por integrar las elites de los
distintos territorios en el gobierno con el fin de mantener la unidad e integración de los mismos.
La Monarquía de los Reyes Católicos –como se conoce a este conglomerado de reinos—
estaba compuesta por las Coronas de Castilla y Aragón, a las que se unió, poco después, el
reino de Navarra.
La organización institucional de la Corona de Castilla. Los Reyes Católicos apenas crearon
en Castilla nuevas instituciones; ahora bien supieron colocar sabiamente a los representantes de
las elites del reino en los organismos de gobierno que habían surgido durante la baja Edad
Javier Díez Llamazares
1
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 8
Media. El conjunto de organismos que se denominaba “administración central” componían la
Corte, definida ya por Alfonso X el Sabio en la Segunda Partida y repetida, con ligeras
variantes, por los tratadistas de la Edad Moderna como “conjunto o cuerpo de todos los
Consejos, tribunales superiores, ministros, criados y oficiales de la Casa Real, y otras personas
que asisten y sirven a las personas reales, cuya cabeza es el Rey o Príncipe soberano”. Según
esta definición, la Corte estaba formada por tres grandes áreas que gravitaban en torno al
monarca: el gobierno de las Casas Reales, el gobierno de la Monarquía integrado por los
consejos y los tribunales y, finalmente, el séquito cortesano.
La Casa Real castellana y las facciones cortesanas. La Casa Real castellana [–compuesta
en 1504 de los siguientes módulos o gremios: la Capilla, la Cámara, los oficios de la Casa y la
guardia—] fue de la reina Isabel. El núcleo de la Casa estaba compuesto por los mismos
personajes que simultáneamente ocupaban cargos en el Consejo Real y en la administración del
reino. Aparentemente, el grupo presentaba gran heterogeneidad; sin embargo, Isabel había
conseguido introducir en su servicio personal a los miembros más representativos de las elites
que dirigían la sociedad: por una parte, se formaba una fuerte cohesión entre la elite dirigente
de la corte y la del reino, que daba paz y tranquilidad a la Monarquía; por otra parte, esto había
propiciado un considerable crecimiento del número de oficiales […].
Dentro de este gran “partido isabelino” y de la Casa de la reina se apreciaban varias
procedencias[: hijos de los servidores o consejeros de Juan II, que la habían apoyado durante la
guerra contra Enrique IV; e hijos de destacados dirigentes de las ciudades o de la nobleza
territorial] […].
Entre 1498 y 1504 el número de servidores que componían la Casa de la reina Isabel creció
desmesuradamente. Ello resulta tanto más contradictorio cuando se constata que, durante los
mismos años, el influjo y capacidad de decisión de la reina en el gobierno de la monarquía fue
descendiendo en la misma proporción en que aumentó el número de sus servidores […].
Frente al grupo “isabelino” surgió otra facción, bajo la protección del rey Fernando, que
alcanzó plena cohesión tras la muerte del príncipe Juan. El núcleo de este partido estaba
formado por servidores aragoneses de origen judeo – converso que, en su mayor parte, habían
servido en la casa de Juan II, padre del Rey Católico, que se allegaron a Castilla una vez que
Fernando consiguió asentarse definitivamente. A ellos se unieron una serie personajes
castellanos que propiciaron y ayudaron a que se produjera el matrimonio del príncipe aragonés
con la reina Isabel, así como buena parte de los servidores del príncipe Juan (hijo de los Reyes
Católicos), aunque el grupo “fernandino” se componía de un número menor de partidarios en
la corte que el de la reina Isabel y, además, sus miembros se encontraban fuera del gobierno de
las ciudades, muy pronto consiguieron dominar los principales puestos de las instituciones que
tenían su sede en la corte y las del gobierno municipal; para ello, no dudaron en utilizar la
Inquisición para sus fines políticos. Como resulta fácil de deducir, los componentes de la
facción “isabelina”, una vez muerta la reina y sintiéndose perseguidos por los “fernandinos”,
apostaron por la llegada al trono de Felipe el Hermoso y su esposa, la reina Juana.
Resulta de suma importancia tener en cuenta la lucha de estas facciones para entender la
evolución política, la ideología religiosa y los movimientos sociales que existieron en Castilla
durante el primer cuarto del s. XVI.
Consejos y Audiencias. Además de la Cámara, que era un organismo informal, compuesto
por los personajes de mayor confianza de los reyes, que se ocupaba de tareas tan importantes
como las relacionadas con la gracia y merced, la instancia más alta en el gobierno de Castilla
fue el Consejo […] Real, órgano colegiado de consulta, gobierno e, incluso, justicia que se
había formado en la Edad Media (1385), pero que fue reformado en cuanto a su composición,
funcionamiento y competencias por los Reyes Católicos. El despacho personal del rey se hacía a
través de los secretarios, quienes, a menudo, se convertían en los intermediarios entre monarca
y Consejo Real. Dada la diversidad de asuntos a tratar, terminaron por especializarse por temas,
lo que –a veces— fue punto de partida para futuros Consejos especializados, que constituyeron
secciones más o menos duraderas del Consejo Real. No obstante, los Reyes Católicos crearon
con carácter definitivo el Consejo de Inquisición y el Consejo de Órdenes Militares, que,
Javier Díez Llamazares
2
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 8
además de ocuparse de sus materias específicas, trataban de ajustar una espinosa cuestión
jurisdiccional, ya que ambos organismos poseyeron jurisdicción mixta: eclesiástica (en sus
respectivos presidentes) y real (en los miembros de los Consejos). La Audiencia Real también
fue una institución cortesana a pesar de que su fijación en Valladolid le hiciera permanecer
alejada de los monarcas [(denominada Real Chancillería por ser la depositaria de los sellos de
la Corona)] […]. En 1494 se creó una segunda Audiencia en Ciudad Real, que pasó a tener su
sede en Granada en 1505.
El peso principal de la gestión de la hacienda real recaía sobre la Contaduría Mayor de
Hacienda, que tenía control sobre los ingresos y los gastos, al mismo tiempo que enviaba los
documentos pertinentes a la Contaduría Mayor de Cuentas para que las pudiera tomar a los
que hubieran tenido manejo del dinero del rey[; trabajos todos ellos que eran supervisados por
unos Contadores Mayores] […].
El realengo o territorio sujeto directamente a la jurisdicción de la Corona se hallaba dividido
en numerosas ciudades y villas que, a su vez, también poseían capacidad jurisdiccional sobre
pequeñas villas. Las ciudades se gobernaban a través de una serie de cargos y oficios; a saber:
los regidores, en un principio elegidos por la Corona, que gobernaban los cabildos o
regimientos sobre la base de un fuero, sobre los ordenamientos y privilegios reales y sobre las
ordenanzas que ellos mismos emitían. El regimiento elegía anualmente a los alcaldes, quienes
se encargaban de administrar justicia, si bien en algunas ciudades, los alcaldes también eran
elegidos por el rey. Los jurados, por el contrario, no dependían del regimiento, sino que eran
elegidos por el vecindario de cada collación o parroquia.
En los aspectos generales, el control de los poderes urbanos se hacía a través del Consejo
Real, del que dependían los corregidores, quienes transmitían las disposiciones comunes a
todas las ciudades[; oficio éste antiguo, de época de Alfonso XI, pero instaurado de manera
sistemática por los Reyes Católicos en todas las ciudades castellanas, que no alteraba el régimen
institucional de las mismas] […].
Las Cortes castellanas actuaron durante el reinado de los Reyes Católicos como órganos de
representación política de las ciudades en su relación con la Monarquía. La escasez de
convocatorias de Cortes antes de 1498 se debió a que las elites de las ciudades estaban
asentadas, mientras que, a partir de esta fecha, su poder sobre la sociedad se vio amenazado por
otros grupos que pretendían conquistar los cargos municipales, aprovechando las continuas
alternativas que se produjeron en el trono […]. Es preciso recordar que en las Cortes castellanas
en tiempos de los Reyes Católicos no se reunían ya los tres estamentos (nobleza, clero y
ciudades), sino que tan solamente era la reunión de 18 ciudades […], a la que cada una enviaba
dos regidores. Con todo, no se puede pasar por alto la gran importancia política que tuvieron
las Cortes de Madrigal de 1476 y las de Toledo de 1480.
La organización institucional de la Corona de Aragón. La Casa Real era el lugar desde
donde los monarcas, como pater familiae, articularon su autoridad sobre sus reinos,
anexionando y ampliando sobre los miembros de las elites políticas y sociales su propio
dominio e integrándolos como parientes y servidores. Mediante la concesión de oficios de su
casa, el rey conciliaba el derecho a elegir libremente a sus asesores y, a la vez, atraer a las elites
dirigente[s] al poder. La organización de la Casa y corte de los reyes de la Corona de Aragón
fue acabada bajo Pedro IV. En las Ordinacions de Cort (dictadas entre 1338 y 1355), el rey
estableció que la preeminencia sobre “toda la casa” recaía en el mayordomo, incluida la reina;
le seguía el camarlengo a quien le correspondía el mantenimiento de toda la casa desde su
espacio central, la cámara. El tercer lugar en la precedencia lo ocupaba el canciller, jefe de la
escribanía encargada de la expedición, registro y validación de los documentos, al mismo
tiempo que custodiaba los sellos. Junto a él se adscribió un auxiliar, el vicecanciller, que suplía
a aquél en cuestiones criminales. La compleja administración de los gastos e ingresos necesarios
para su manutención quedaba en manos del Maestre Racional, administrador del patrimonio y
rentas reales, disponiendo a tal efecto de un nutrido grupo de oficiales, agrupados bajo dos
asesores principales, el bayle general, que supervisaba la gestión del patrimonio real, y el
tesorero general, que administraba las sumas.
Javier Díez Llamazares
3
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 8
Si se aborda la Casa, Corte y Consejo de los reyes de Aragón desde el punto de vista
institucionalista, se podría pensar que la unión de los oficios con las posesiones de la Corona era
muy endeble. Desde dicho enfoque se percibiría que desde la corte se articulaba tan sólo el
gobierno político porque, en la mayoría de los casos, los virreyes o lugartenientes, eran
quienes se reservaban el ejercicio pleno de la jurisdicción mientras el rey estaba ausente, y que
la Casa y Corte no guardaban relación con la vida política de la comunidad, de manera que la
Corona de Aragón no era otra cosa que una “confederación” de Estados independientes con
un centro débil y poco operativo. Pero esta idea estaría en contradicción con el interés de los
poderes del reino (nobles, ciudades y corporaciones) por mantener su presencia y comunicación
con la Casa Real.
Las reformas que emprendió Fernando el Católico en su reinado apenas tocaron el
ordenamiento jurídico existente. Como su padre y antecesores, tuvo en la Casa Real y en las
lugartenencias los soportes fundamentales de su gobierno, siendo en última instancia la persona
del soberano quien lo articulaba.
En 1494, por medio de la pragmática super modo procedendi in causis dirimendis in regio
consilio Aragonum (documento “fundacional” del Consejo de Aragón), el rey agilizó los
negocios de justicia que le eran remitidos al Consejo Real, reglamentando el procedimiento
[por el cual, y esto es lo novedoso, el rey designaba a una serie de personas –no a funciones o
cargos del Consejo— para reunirse, comisionados por el monarca como Consejo o comisión ad
hoc] […].
Por consiguiente, la Casa Real era la única institución común a todos los estados de la
Corona de Aragón., los lugartenientes y oficiales que concurrían con él en el servicio real
formaban nostra cort en lo regne. Eran familiares y consiliarios de la Casa Real y su ubicación
en uno u otro lugar no debe confundirse con una concepción territorial del servicio sino como
una manifestación de la encarnación del rey en cada comunidad. El conjunto de los
servidores del rey formaba un solo cuerpo y así también su Consejo.
Los distritos territoriales en los que actuaban representantes gubernativos y judiciales del
monarca no se modificaron en tiempos de los Reyes Católicos con respecto a tiempos
anteriores. Eran: las veguerías […] en Cataluña y Mallorca; los justiciazgos […] en Valencia y
las cuatro gobernaciones en que se dividió el reino; las juntas aragonesas y, en el reino de
Navarra, las merindades […].
El régimen municipal estaba formado en las principales ciudades de la Corona de Aragón
desde los tiempos de Jaime I. En su base había siempre una asamblea, integrada por vecinos de
varias categorías Socioprofesionales o de las diversas parroquias, con capacidad normativa y de
elección de los diversos oficios urbanos. Dado que en este esquema de gobierno no había lugar
para intervenciones de la Corona comparables a la ejercida en Castilla a través de los
corregidores, la política fernandina actuó orientada a la pacificación de los bandos y
divisiones internas que se pudieran producir en las ciudades y, de esta manera, se consolidasen
las oligarquías ciudadanas, garantía de paz.
En la Corona de Aragón había Cortes propias en Cataluña, Valencia y Aragón, pero no en
Mallorca. Su organización institucional y la manera de representación eran a través de brazos o
estamentos. La función de las Cortes, como garantes del sistema legislativo y del pacto entre el
rey y el reino, continuó en toda su plenitud.
(BENNASSAR, 142 – 149)
Las Españas
Cuando Isabel se convirtió en reina de Castilla en 1476 (siendo su marido asociado al poder)
y Fernando rey de Aragón en 1479, Castilla y Aragón habían adquirido el hábito de convivir.
Habían unido sus fuerzas con ocasión de empresas comunes, como la conquista de Granada o
la del reino de Nápoles. La evolución interior se había realizado a veces en el mismo sentido:
así, por ejemplo, en el aspecto religioso[, con la conversión y/o expulsión de judíos y moriscos]
[…]; también se había realizado el mismo esfuerzo en los dos reinos para restablecer la
seguridad y reducir el poder de los nobles feudales. Sin embargo, subsistían entre ellos
diferencias profundas, y su peso respectivo en el seno del país como, después de 1519 en el seno
del Imperio, no era equivalente.
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 8
a) El reino de Castilla. Desde finales del reinado de los Reyes Católicos, Castilla tenía un
peso mucho mayor. Era más extensa y estaba mucho más poblada[: 3 millones de
habitantes frente a 1.200.000 de Aragón] […].
Castilla se aproximaba más al Estado moderno que Aragón: esto significa que la
evolución de sus instituciones iba en el sentido del fortalecimiento del poder central, del
dominio del rey sobre sus súbditos. Pero no significa, sin embargo, que la fórmula
política de Castilla fuera más feliz que la que prevalecía en Aragón.
En apariencia, Castilla poseía instituciones representativas semejantes a las de
Aragón: las Cortes formaban una asamblea donde se reunían los representantes de los
tres estamentos: nobleza, clero y burguesía. Esta Cortes tenían un papel financiero
importante [(p.ej. en la votación de los servicios solicitados por el rey)]; [asimismo,]
tenían un papel legislativo notable[, dado que representaban las peticiones, que,
examinadas por el gobierno real, podían dar lugar a textos legislativos] […]. Sin
embargo, faltaba mucho para que la representatividad de las Cortes de Castilla
fuera lo suficientemente fuerte y capaz como para originar, con el tiempo, un régimen
de monarquía moderada o controlada. Y esto por muchas razones:
- Porque ni los textos ni las costumbres habían previsto la periodicidad de las
reuniones. Las Cortes no eran convocadas más que cuando lo requería el
soberano […].
- Porque ningún texto obligaba al monarca a tener en cuenta las peticiones
de las Cortes. Es cierto, sin embargo, que la costumbre se orientaba en ese
sentido.
- Porque, bajo el pretexto de que el papel de las Cortes era con frecuencia fiscal,
los nobles y el clero que pretendían no tener deberes fiscales rehusaban
acudir y practicaban el absentismo, hasta tal punto que no volvieron a ser
convocados después de 1539. De hecho, nobles y prelados preferían participar
en el gobierno en tanto que hombres del rey […], investidos de una función de
autoridad, más que como representantes de su estamento […].
- Porque sólo 18 ciudades estaban representadas en las Cortes, a razón de dos
diputados (procuradores) por ciudad […]. Su distribución geográfica era muy
significativa: Castilla la Vieja y León tenían ellas solas la mitad de la
representación, y algunas regiones no estaban representadas más que por medio
de diputados de ciudades cuyos intereses eran completamente diferentes [(esta
situación favorecía a las ciudades que habían dirigido la Reconquista)] […].
Como los diputados en las Cortes no eran designados en su mayoría más que
por los consejos municipales (Ayuntamientos o Regimientos) […], sin
ninguna intervención de las poblaciones de los territorios afectados, y como las
ciudades privilegiadas se opusieron constantemente a que otras ciudades fueran
representadas a su vez, la institución de las Cortes se condenó ella misma a una
débil representatividad […]. Y muy a menudo, las colectividades rurales o
urbanas preferían hacer oír su voz por otros canales que las Cortes[, como la
Cámara de Castilla] […].
Además, muchas regiones escapaban al régimen común [(p.ej. las propiedades
señoriales o las tres provincias vascas)] […].
En el gobierno local existían tres tipos de jurisdicciones: la real o realenga, con mucho
la más extendida y preferida por el pueblo […]; la eclesiástica o abadenga y la
señorial, ejerciéndose estas dos últimas en enclaves de dimensiones desiguales y, a
veces, sobre ciudades importantes […]. Bien entendido, esta jurisdicción no dispensaba
a las poblaciones de todo deber fiscal respecto al rey.
En toda la extensión del dominio real, el poder era ejercido por funcionarios
nombrados y revocados por el rey: los corregidores, creados por los Reyes Católicos,
cuyas atribuciones eran muy grandes[: presidencia de las sesiones de los consejos
municipales, funciones judiciales en primera o segunda instancia y de policía. Estos
corregidores, presentes en las 18 ciudades con representación en Cortes, podían estar
presentes en otras si la extensión de los territorios o “provincias” a controlar era muy
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 8
grande, con el mismo título o con el de alcalde mayor. Estos funcionarios eran
reclutados entre los licenciados, diplomados en las universidades, conformando un
auténtico cuerpo de agentes regios similares a los intendentes franceses] […].
En cambio, el papel de las magistraturas urbanas o rurales […] no dejó de declinar
salvo en casos muy concretos [como los de los territorios vascos] […]. Por lo demás,
los consejeros municipales, regidores en Castilla, veinticuatros en Andalucía, eran la
mayor parte de las veces designados en el seno de las oligarquías […], titulares de sus
cargos por vía hereditaria e incluso por compra […].
La organización de la justicia, relativamente simple, reforzaba las posiciones del control
real: los magistrados locales (alcaldes, merinos, etc.), eventualmente los justicias
señoriales, y después los corregidores o alcaldes mayores, formaban las dos primeras
instancias. Por encima se encontraban los dos grandes tribunales de apelación, las
Audiencias o Chancillerías de Valladolid y Granada[: la primera de ellas con una
sección especial, presidida por el “gran juez de Vizcaya”, para examinar las
apelaciones referentes a los territorios vascos]. Los eclesiásticos y los estudiantes
dependían de jurisdicciones especiales […]. Sin embargo, el Consejo de la Inquisición
se atribuía todos los asuntos concernientes a la religión y algunos asuntos de
costumbres. Finalmente, el Consejo real era la jurisdicción suprema de apelación […].
En la época de Carlos V, ninguna ciudad podía ser considerada como la auténtica
capital. El rey, el gobierno y la corte eran itinerantes […].
Los recursos fiscales de Castilla aumentaron mucho entre finales del s. XV y mediados
del XVI, gracias sobre todo a la aportación cada vez más impresionante de las Indias
occidentales[: el quinto real, sobre el producto de las minas de oro y de plata, los
tributos sobre los indios y las rentas de las aduanas o almojarifazgo de Indias] […].
Los demás impuestos procedían casi todos del consumo y del comercio exterior [(p.ej.
puertos secos o alcabala)] […].
[…]
Sin embargo, las finanzas de Castilla adolecían de una grave debilidad [...] [:] Castilla
no tenía nada que se pareciera a un banco del Estado, capaz de administrar las
recaudaciones del fisco y de servir de organismo de crédito al gobierno. Por tanto,
Carlos V se vio obligado a recurrir constantemente a banqueros privados, […] que
percibían un interés elevado defraudando al país. Además, el gobierno reembolsaba a
menudo los adelantos de los banqueros por medio de asignaciones sobre el producto de
diversos impuestos […].
[…]
b) El reino de Aragón. El caso de Aragón plantea un problema difícil de resolver. Este
país se había convertido, a partir del s. XIII, en una gran potencia europea gracias al
dinamismo de los catalanes, que habían llevado a cabo una expansión comercial que
abarcaba las dimensiones de la cuenca mediterránea y una expansión militar que les
había proporcionado posiciones clave en el Mediterráneo occidental […]. Por otra parte,
los historiadores catalanes exaltaron, a menudo con justicia, las instituciones de Aragón,
más deseosas de representatividad real que las de Castilla, y que respetaban las
diversidades regionales: Aragón mucho menos vasto que Castilla, había mantenido la
existencia de tres Cortes distintas, Aragón, Cataluña y Valencia, convocadas y reunidas
separadamente […].
En estas Cortes se encontraban realmente presentes las tres órdenes o brazos […]. En
ellas se discutía y se reducía, a menudo, el monto del servicio reclamado por el rey;
ejercían una función legislativa auténtica, pues votaban las leyes. También la presión
fiscal resultó más moderada en Aragón que en Castilla. En el propio Aragón, un juez
inviolable velaba por el respeto a los fueros, es decir, los privilegios o franquicias de
las ciudades y provincias. En definitiva, el poder real estaba mucho más limitado que
en Castilla y respetaba una especie de contrato. La monarquía aragonesa tenía un
carácter “federalista” y “pactista” […].
Javier Díez Llamazares
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TEMA 8
En estas condiciones, el oscurecimiento de Aragón en el curso del s. XVI parece
demasiado considerable para ser explicado únicamente por los problemas demográficos
y económicos […].
De hecho, parecer ser que el oscurecimiento de Aragón fue consecuencia de una crisis
interior muy grave de naturaleza social que, durante la mayor parte del s. XV, opuso en
Cataluña la nobleza al campesinado y que terminó, en 1486, por un arbitrio real: la
Sentencia de Guadalupe[, que suprimió los “malos usos”, es decir, los derechos
personales que ejercían los nobles a expensas de los campesinos] […]. Esta lucha había
agotado a Cataluña, punta de lanza del reino, y el poder económico de Barcelona, así
como el de la marina catalana, había decaído mucho. Las guerras de Italia exigieron un
esfuerzo más […].
Añadamos, finalmente, que la anexión de Navarra en 1512 se hizo también bajo el
signo de la unión personal. Navarra conservó sus Cortes, reunidas anualmente a partir
de 1527, a petición de sus diputados […], su Diputación provincial (especie de poder
ejecutivo), su moneda y sus privilegios.
c) El gobierno de las Españas: los consejos. La comunidad de destino y, especialmente,
de política exterior entre Aragón y Castilla a partir de los Reyes Católicos provocó la
creación de organismos de gobierno comunes a los dos reinos, mientras que la extensión
del imperio demandaba otros organismos de vocación regional. Así, el Consejo de
Estado instituyó bastante pronto un aparato inorgánico sin periodicidad y sin
composición definida; pero cuyo papel era importante porque reunía alrededor del
soberano (o del regente) determinado número de grandes personajes que daban su
opinión sobre las cuestiones esenciales de política interior y, sobre todo, exterior […].
El Consejo de guerra reunía más o menos a las mismas personas que el Consejo de
Estado. El de la Inquisición, que velaba por la pureza de la fe, era igualmente común
para los dos reinos.
La conquista impuso la creación de otros consejos [(p.ej. el Consejo de Indias o el
Consejo de Italia)] […]. Sin embargo, los dos consejos más importantes, creados en la
época de los Reyes Católicos, fueron el Consejo de Aragón y, sobre todo, el Consejo
de Castilla [o Consejo real] […], cuyas reuniones eran muy frecuentes y que se dividía
en varias secciones especializadas. Algunas de estas secciones acabaron por tener una
existencia autónoma y por constituir verdaderos consejos [–p.ej. el Consejo de las
Órdenes militares o el Consejo de finanzas (Hacienda)—] […]. La creciente
importancia de los consejos hizo que España fuera administrada durante todo el s. XVI
(y durante gran parte del XVII) por letrados que habían adquirido el grado de
licenciados o de doctores en las grandes universidades […].
Sin embargo, la división del trabajo entre los Consejos corría el riesgo de hacer
desaparecer la unidad de objetivos y, por tanto, la coherencia de la acción política. El
peligro fue poco patente en la época de los Reyes Católicos y de Cisneros, que no
salieron de España. Pero, en la época imperial, las cosas eran de otra manera, pues,
Carlos V viajaba sin cesar […]. Entonces se hizo fundamental la función del canciller y
luego del secretario […].
8.2. El imperio de Carlos V. Herencias y componentes territoriales
(RIBOT, 285 – 286)
3. El Imperio de Carlos V
Muerto en enero de 1519 el emperador Maximiliano, el 28 de junio de aquel mismo año
era elegido para asumir el título imperial, en competencia con la candidatura del soberano
francés, su nieto Carlos de Habsburgo. Carlos había reunido una fabulosa herencia territorial,
fruto de la intensa política matrimonial de sus antecesores. La muerte de su padre, Felipe el
Hermoso, ocurrida en 1506, puso en sus manos la herencia borgoñona de Carlos el Temerario:
los Países Bajos y el Franco Condado, mientras el ducado de Borgoña, bajo soberanía
francesa, pasaría a constituir una reivindicación permanente. De su abuelo Fernando de
Aragón, recibió en 1516 la corona aragonesa –incluido el reino de las Dos Sicilias—, y de su
Javier Díez Llamazares
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abuela Isabel, Castilla –incluidos el reino de Navarra y los territorios americanos recién
descubiertos—, aunque nominalmente compartiría durante años el gobierno de ésta con su
madre, Juana, encerrada en Tordesillas a causa de sus trastornos mentales. La muerte de
Maximiliano había añadido las tierras patrimoniales de la Casa de Habsburgo y la
posibilidad de recibir la corona del Sacro Imperio Romano Germánico.
Sin duda alguna, la elección imperial abrió una nueva fase en la historia de las relaciones
internacionales. Justo cuando el ideal del Imperio parecía haber periclitado definitivamente en
Europa, se hablará durante décadas de la posibilidad de construir una Monarquía Universal bajo
la dirección de los Habsburgo. La inmensidad del poder reunido en manos de César Carlos –
que prácticamente no conocía antecedentes en la historia europea—, su profundo sentido de la
responsabilidad que entrañaba la dignidad imperial, la necesidad de detener el avance
turco, y la aparición del luteranismo, que amenazaba con romper de una vez por todas la
unidad espiritual de la Cristiandad medieval, fueron factores decisivos que contribuyeron a
convencer al Emperador del papel fundamental que estaba llamado a desempeñar en la historia
europea. Para financiar tan costosa política, Carlos contará con el recurso fundamental de la
hacienda castellana y de los tesoros americanos que, a pesar de todo, no siempre fueron
suficientes para sostener sus empresas.
Los retratos legados por la historiografía sobre Carlos V nos lo presentan a menudo como el
último Emperador que intentó hacer valer los derechos universalistas de su título. Pero en el día
a día de su política internacional los conflictos a los que tuvo que hacer frente comparecen con
un carácter más realista y conservador, menos utópico. El conflicto con los príncipes alemanes
dentro del Imperio era ya una historia vieja, aunque la Reforma viniera a darle un nuevo cariz;
lo mismo puede decirse de la lucha contra el Islam que, en todo caso, pierde valor de referencia
y capacidad de movilización en Europa; y, en cuanto al monumental enfrentamiento con los
Valois, no es sino la amplificación de los conflictos que décadas antes habían enfrentado a
Francia con España y con los Habsburgo. A la luz de esta política real, el César Carlos parece,
sobre todo, un afortunado heredero de territorios con tradiciones e intereses a menudo
divergentes, de cuya contraposición y heterogeneidad derivarán las complicaciones y los
fracasos de su política en Europa. El Imperio fue, más que nada, la expresión de una voluntad
dinástica y el sueño de algunos círculos intelectuales.
(BENNASSAR, 138 – 140)
1. Formación y composición territorial del Imperio de Carlos V
[…]
1) Bien entendido, conviene distinguir entre los territorios pertenecientes a la familia de
los Habsburgo [(Austria, Estiria, Carniola, Carintia, Alsacia, Franco – Condado,
Bohemia, Moravia y Silesia)] […] y los territorios del Imperio, del que formaban
parte casi todos los Estados alemanes, y, teóricamente, la Italia del Norte (excepto
Venecia), la confederación helvética (independiente de hecho), Provenza y el
Delfinado, por los que el rey de Francia era vasallo del Emperador.
2) Hay que añadir a los dominios de Carlos V […] el Milanesado, conquistado
definitivamente a partir de 1525, y las posesiones españolas en el norte de África
(Ceuta, Melilla, Peñón de Vélez, Mers – el – Kebir, Orán) y en Toscana; y, más
tarde, las Filipinas.
Independientemente de las “tierras del Imperio”, de las que Carlos V no era más que el
soberano, los dominios de los que era “señor natural” eran inmensos: comprendían una gran
parte de la Europa occidental y algunas de sus regiones más ricas y desarrolladas (Países Bajos,
Milanesado, Andalucía del Guadalquivir); además, debido a la conquista americana, conocieron
una crecimiento constante.
La extensión territorial del Imperio por una parte, y la autonomía administrativa de los
diferentes Estados por otra, exigían que el soberano se hiciera representar a un nivel muy
elevado en las regiones donde ordinariamente no residía. Este representante ostentaba el título
de virrey en los países que tenían la condición de reino: Aragón, Nápoles, Méjico o Nueva
España y Perú; o incluso el de rey[, como fue el caso de su hermano Fernando como rey de
Bohemia y de Hungría a partir de 1526] […]. La administración de los Países Bajos fue
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confiada a un “gobernador” de sangre real […]. En cuanto al Milanesado, estaba dirigido por
un Gobernador.
De este modo, todas las partes del Imperio tuvieron a su cabeza a un personaje de rango lo
bastante elevado para que fuera capaz de tomar iniciativas importantes. Esto era indispensable,
porque si es verdad que la verdadera distancia es el tiempo, el Imperio de Carlos V era inmenso
[…].
Además, a diferencia, por ejemplo, del imperio turco, construido sin solución de continuidad,
el de Carlos V estaba muy parcelado: algunas partes estaban separadas de las otras por
territorios extranjeros, lo que perjudicaba la coherencia de la acción política […].
8.3. Enemigos y guerras: Francia, turcos y protestantes
(FLORISTÁN, 182 – 199)
2. La rivalidad Francisco I – Carlos I, la expansión otomana en el Danubio y el Mediterráneo y
el avance del protestantismo en Alemania
Carlos I y Francisco I, los soberanos de las monarquías española y francesa, fueron en gran
parte dos vidas paralelas. Ambos protagonizaron un enfrentamiento constante durante toda su
existencia. Entre 1521 y 1544 mantuvieron cuatro guerras […]. Y una quinta guerra en la de los
cincuenta, una vez fallecido Francisco I y abdicado Carlos V, no fue sino un epígono de las
anteriores. Francisco I había accedido al trono francés en 1515. Carlos I fue proclamado titular
de la monarquía hispánica en los Países Bajos en 1516. Sus consejeros flamencos fueron
partidarios y estuvieron interesados en mantener una política conciliatoria con Francia, pero la
realidad de los hechos motivó que esa alternativa fuera pronto abandonada. Ambos soberanos
rivalizaron en la elección imperial de 1519 tras la muerte de Maximiliano I, que se inclinó a
favor de Carlos I, que fue a partir de entonces conocido como Carlos V.
Carlos V aspiró a una monarquía universal en la que su dinastía estaría destinada a una
hegemonía europea, basada en unas relaciones pacíficas entre las distintas monarquías
cristianas, que le permitirían unir sus esfuerzos, liderados por él, como Emperador, contra los
infieles, contra los turcos. Era lo que en la lengua de la época se denominó el ideal de la
Universitas c[h]ristiana. De acuerdo con el ideario imperial, al frente de esa Universitas
c[h]ristiana debía existir en los asuntos temporales –en los espirituales no cabía discusión— un
poder de alcance universal, entendido este último en relación siempre con la totalidad del orbe
cristiano. Carlos V estaba imbuido del ideal de cruzado medieval. Pero una cosa fue lo que el
Emperador pretendió, pensó y quiso hacer en Europa y otra lo que pudo hacer. Jamás pudo
liderar una Europa cristiana unida contra los turcos, porque en todo momento se lo
impidieron por un lado los franceses y por otro los protestantes alemanes. La pax christiana,
verdadero lugar común de la publicística imperial, requisito sine qua non para poder desarrollar
una campaña eficiente contra los infieles no pasó de ser una utopía política. Los particularismos
de la época –político y religioso— no permitieron el despliegue del universalismo. La Europa
de la primera mitad del s. XVI no evolucionaba hacia la unidad sino hacia la división, tanto
política como religiosa. La consolidación de las monarquías nacionales del Renacimiento se
oponía a las aspiraciones de un poder universal por parte del titular del Imperio, y la unidad de
la Iglesia cristiana, que había perdurado durante un milenio, era cuestionada por los luteranos,
se resquebrajaba y se estaba perdiendo irreversiblemente.
El acceso al trono de Carlos I fue coetáneo con el estallido de la Reforma luterana y con la
ruptura de relaciones con Francia, entre otros factores, a causa del dominio del norte de Italia.
Carlos V, imbuido inicialmente de un ideal erasmista, que no perduró durante toda su vida,
consideraba que un concilio general podía ser la fórmula más adecuada para debatir los
problemas teológicos y encarar las oportunas reformas tanto en el dogma como en la
disciplina de la Iglesia, pero ni los luteranos por un lado ni el Papa por otro desearon realmente
un compromiso de este tipo. Aparte de las diferencias doctrinales, el problema con los luteranos
se enconó políticamente. Muchos príncipes germánicos abrazaron la causa de la Reforma para
usarla como móvil de oposición política contra el Emperador y beneficiarse de la secularización
de los bienes de la Iglesia. El Emperador quiso transformar su poder más simbólico que de
otro tipo en el Imperio en otro realmente fuerte, frente al progresivo robustecimiento del de
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los príncipes alemanes aspirantes a disfrutar de una soberanía real que incluyera también la
confesionalidad de sus estados. Por otra parte, el rey de Francia, con tal de debilitar a su
adversario, no tuvo excesivos escrúpulos ideológicos en pactar con los protestantes y apoyar las
reivindicaciones de los príncipes; y el Papa, celoso de una excesiva tutela imperial sobre la
Iglesia, actuó en muchas ocasiones más como soberano temporal que como pastor ecuménico de
la cristiandad[, lo que le llevó a no poner mucho empeño en convocar un concilio para resolver
las discrepancias, dado que temía ver menoscabado su poder; y que, cuando lo hizo (en Trento),
ya era demasiado tarde] […].
El hecho de que en la Dieta de Frankfurt (28 de junio de 1519) Carlos saliera elegido por
unanimidad Emperador supuso un gran triunfo político en Europa de la Casa de Austria […].
Francisco I de Francia se vio desplazado y ello motivó que se preparara inmediatamente para la
guerra.
2.1. Primera guerra hispano – francesa entre Francisco I y Carlos I. Batalla de Pavía.
Control hispánico del Milanesado y hegemonía en Italia. Tratado de Madrid de 1526
La primera coyuntura propicia que tuvo Francisco I se la brindaron los comuneros
castellanos, y Francia inició sus hostilidades contra el Emperador e invadió sus Estados por
Navarra y Flandes en 1521, sin éxito. Pero la principal manzana de la discordia fue el
Milanesado, territorio entonces en poder de Francia, pero crucial para Carlos V, cuyo control le
permitiría soldar sus dominio centroeuropeos con los mediterráneos y usarlo como glacis
de protección para asegurarse el dominio del sur de Italia, de las “dos Sicilias” que ya
poseía. El gran canciller del Emperador, el piamontés Mercurino de Gattinara, fue el
diseñador de un modelo de Imperio en el que se detectaba la influencia de la cultura jurídico –
política noritaliana. El modelo de Gattinara reflejaba una fuerte impronta gibelina, en virtud de
la cual el norte de Italia debía convertirse en el centro del Imperio, al mismo tiempo que
presentaba un Emperador firmemente decidido a rechazar cualquier interferencia papal en
la dirección de los asuntos temporales de ese Imperio.
Aprovechando la ruptura de hostilidades con Francia, que sus tropas estaban divididas entre
un frente norte y otro en el sur, el descontento de un sector de los milaneses hacia el gobierno
francés y que el papa León X tenía como objetivo expulsar a los franceses del ducado de Milán
para obtener Parma y Plasencia, tropas imperiales y pontificas […] atacaron a las francesas en
Lombardía y […] tomaron Milán. Los mercenarios suizos que combatían a favor de Francia
desertaron y los ejércitos carolinos se apoderaron de la mayor parte del ducado. Parma y
Plasencia retornaron al dominio de la Santa Sede y contadas plazas lombardas quedaron en
manos francesas. Carlos V consiguió instalar de nuevo a un Sforza al frente del ducado milanés.
Francisco I, cercado por dominios y aliados imperiales, estaba empeñado en impedirlo […].
Francia intentó de nuevo recuperar el Milanesado […]. Después de la batalla de La Bicoca
(1522) los franceses fueron rechazados del norte de Italia conservando exclusivamente la
ciudadela de Cremona […]. El papa Adriano VI, después de La Bicoca, reconvino a su
antiguo discípulo para que sellara la paz, mientras lanzaba la voz de alarma por el avance los
turcos en el Mediterráneo[, reprochándole no haber acudido en defensa de Rodas] […]. El
Emperador supo responderle con los medios propagandísticos a su alcance: que era
precisamente la actitud de Francia la que no le permitía acudir en defensa de la cristiandad
frente a los otomanos […]. Nuevos intentos galos para recuperar sus posiciones en el norte de
Italia en 1523 – 1524 se saldaron en fracasos. Al desbaratar la hostilidad de Francisco I los
esfuerzos del Papa por instaurar la paz, éste se unió definitivamente a la liga antifrancesa que
ya habían constituido el Emperador, su hermano Fernando, e Inglaterra. En ella ingresaron la
mayor parte de Estados italianos, incluida Venecia […]. La deserción ese mismo año [(1523)]
del servicio al rey de Francia de uno de los grandes señores feudales franceses, el condestable
de Borbón y su oferta de apoyo al Emperador debilitó aún más la posición francesa. Sin
embargo, a fines de 1524 el propio Francisco I avanzó de nuevo con un poderoso ejército, cruzó
los Alpes y a través de Saboya, en una operación relámpago logró entrar en Milán […] y asediar
Pavía […]. Las tropas imperiales enviadas desde el norte para socorrer la plaza infligieron una
tremenda derrota a las francesas en la batalla de Pavía [(1525)] […], donde el propio rey de
Francia cayó prisionero de los españoles.
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Trasladado a Madrid, firmó allí un tratado humillante [–Tratado de Madrid (1526)—] […],
por el que recuperó su libertad, comprometiéndose a entregar el ducado de Borgoña, a
renunciar a cualquier pretensión sobre Nápoles y Milán y a tomar como esposa a la
hermana del Emperador, Leonor[, viuda del rey Manuel I el Afortunado de Portugal] […].
También se obligaba a restituir bienes y dignidades al condestable de Borbón. Como
garantía de que iba a cumplir lo estipulado, su libertad fue canjeada por el cautiverio de sus dos
hijos mayores […] y doce de los principales personajes del reino. Sin embargo, Carlos V no
logró recuperar jamás Borgoña. Francisco I, una vez en Francia, anunció que se había visto
obligado a firmar el tratado de Madrid y que no pensaba devolver Borgoña […]. El Milanesado
fue devuelto a sus antiguos poseedores, los Sforza, bajo protectorado hispánico. El formidable
poder conferido a Carlos V tras ese tratado motivó la defección de algunos de sus hasta entonces
aliados[, el Papado e Inglaterra] […].
2.2. Segundo conflicto hispano – francés. Avance turco en el Danubio y conquista de
Hungría. El Saco de Roma de 1527. La transferencia al bando imperial de la flota genovesa.
Las paces de Barcelona y Cambrai de 1529
[…] El papa Clemente VII y los Estados italianos independientes –Venecia, Florencia y
Milán—, temerosos del excesivo poder hispánico en aquella península, formaron con Francia e
Inglaterra otra liga, la Liga de Cognac o Liga Clementina (1526). Si hasta entonces las
coaliciones se habían concertado sobre todo para frenar la expansión de Francia, en 1526 se
forjó una en torno a Francia para mermar el poder de Carlos V. Fue un auténtico viraje de
alianzas [(primera coalición contra los Habsburgo)] […]. Mientras, los turcos iniciaban, tras el
acceso al trono de Solimán I[…] el Magnífico (1520 – 1566), una nueva ofensiva en el
Danubio. Los ejércitos de Solimán pasaron en menos de una década de la conquista de
Belgrado, en 1521, al asedio de Viena, en 1529 […]. Como consecuencia de la muerte de Luis
II [Jagellón, rey de Hungría, en la batalla de Mohacs, que supuso la ocupación de dos terceras
partes de Hungría por los turcos], las coronas de Bohemia y Hungría recayeron en Fernando de
Austria, el hermano del Emperador, que adquirió así nuevos compromisos. El acceso a las
coronas de Bohemia y Hungría de un miembro de la Casa de Austria alteró la situación político
– militar y la estructura jurídica y de poder en Centroeuropa. La posición de Fernando se volvió
más difícil y expuesta al convertirse en vecino inmediato del Imperio turco […]. Las
consecuencias de estas guerras fueron favorables para los luteranos alemanes, que no hallaron
oposición en sus reivindicaciones en la Dieta de Spira en 1526.
El desarrollo de la segunda guerra hispano – francesa, en tiempos de Carlos I y Francisco I,
se saldó con dos hechos importantes: el Saco de Roma de 1527 por las tropas impagadas e
indisciplinadas de Carlos V, que tuvo una enorme resonancia internacional anticarolina [–
culpándole de este hecho; a lo que respondió rechazando toda responsabilidad en el saqueo e
interpretándolo, a través de su secretario Alfonso de Valdés, como un castigo divino a las
iniquidades de Roma y las bajezas de la Iglesia (no obstante, a finales de 1527, se concertó la
paz con el papa y éste fue liberado—], y el abandono del almirante genovés Andrea Doria de
su temporal alianza con Francia y su transferencia a la causa imperial (1528) [–hecho este
último de gran trascendencia, puesto que la flota genovesa garantizó al Emperador la
supremacía naval en la parte occidental del Mediterráneo no controlada por los norteafricanos–]
[…].
[…]
Durante este conflicto concluyó la vía flamenca en la política imperial deseosa de una
concordia con los Valois […]. En 1529 se firmaron las paces de Barcelona entre España y la
Santa Sede, y de Cambrai o de las Damas […] con Francia. Ésta renunciaba de nuevo a sus
aspiraciones sobre Milán, Génova y Nápoles –y con ellas a la política que había propiciado en
Italia desde hacía años— y Carlos V dejaba sus reivindicaciones –esta vez definitivamente—
sobre Borgoña […] [y liberaba en 1530 a los dos hijos del monarca francés, previo pago de un
rescate]. Esa paz consagraba la hegemonía española en Italia. Desde la óptica española el
norte de Italia era imprescindible e irrenunciable no sólo para comunicarse con el Tirol austríaco
sino, sobre todo, para conservar el sur, y el círculo político hispánico probelicista frente a
Francia no estaba dispuesto a sacrificarlo en aras de la paz. El ducado de Milán quedó en manos
de sus antiguos poseedores, los Sforza, satelitizados políticamente por Carlos V […]. Sancionó
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dicho éxito la solemne coronación imperial de Carlos V […] por el papa Clemente VII en
Bolonia en febrero de 1530[; si bien los posteriores emperadores ya no serían coronados por el
Papa] […]. En su viaje a Italia, Carlos no aparecía ya como invasor sino como protector […].
2.3. Los esfuerzos de reunificación religiosa: la Dieta de Augsburgo. La guerra contra los
turcos. La fase mediterránea de la política de Carlos V. La toma de Túnez. La tercera guerra
hispano – francesa (1536 – 1538). El fracaso de Argel de 1541
La esperanza de la reunificación religiosa y de paz universal en la cristiandad, unida al
espíritu de concordia erasmista, estaba en estas fechas muy lejana. Muchos problemas habían
entretenido al Emperador durante la década de 1520. En el tratado de Barcelona de 1529 se
pospuso el concilio y se adoptó una solución política en la que ni el Emperador actuó como
monarca universal ni el papa como pastor de la cristiandad. Fue un arreglo entre las casas de
Habsburgo y de Médicis […]. [Fruto del anterior tratado,] Un ejército imperial entró en
territorio florentino para imponer su restauración [(la de los Médicis)] y aprovechó para
convertir también a la rica zona de Toscana en un área de influencia española. A mediados de
siglo esta influencia se vio acrecentada por la posesión de algunas posiciones militares
estratégicas, que quedaron en poder hispánico para proteger la navegación entre Nápoles y
Génova y que fueron conocidas como los presidios de Toscana.
La paz con Francia duraría en esta ocasión siete años. Pero la actividad diplomática
antihispánica de la monarquía francesa no cesó durante este tiempo. De ella son destacables la
intensificación de sus relaciones con el Imperio turco […] y su apoyo a la liga de príncipes
protestantes de Smalkalda […].
Los turcos, en 1529, había protagonizado un primer asedio a Viena, que repitieron de nuevo
en 1532, mientras tanto ellos como sus aliados berberiscos desarrollaban una fuerte campaña de
hostigamiento contra los dominio hispánicos en el Mediterráneo, que clamaban una defensa más
eficiente por parte de su soberano, contra el que lanzaban reproches de abandonismo […]. [La
devastación de la región de Estiria, tras el sitio de la fortaleza húngara de Güns,] […] fue la
última amenaza grave que sufrió el Imperio por su flanco oriental en época carolina. Fernando,
rey de Bohemia y Hungría, firmó treguas con los turcos a partir de 1533 y el Emperador pudo
desentenderse durante un tiempo del frente terrestre con Turquía.
En estos años, el Emperador intentó también zanjar el problema religioso alemán, suscitado
por la difusión del luteranismo, mediante una solución de compromiso en la Dieta de
Augsburgo (1530) […]. Se realizaron allí por ambas partes importantes esfuerzos para la
concordia. Pero ésta no se logró a pesar de las concesiones ante la oposición del ala radical del
protestantismo, apoyada por los grandes magnates feudales, que oponían las libertades
germánicas a las pretensiones de Carlos V de transformar el Sacro Imperio Germánico en una
monarquía preeminencial como las de la Europa occidental. Las esperanzas depositadas por el
ala moderada del protestantismo desagradaron al bando papal. La reacción de los príncipes
germánicos se concretó en la forja de la liga de Smalkalda, instigada […] para defenderse de
una posible ofensiva armada imperial [(1530)] […]. La liga selló en 1532 una alianza con
Francisco I de Francia […]. Entre ambos asedios [de Viena por los turcos] había tenido lugar, en
1531, la elección de Fernando, hermano de Carlos V, como Rey de Romanos, lo que
implicaba su reconocimiento como sucesor al Sacro Imperio y gobernador del mismo, durante
las ausencias del Emperador […]. Fernando llegó pronto al convencimiento de que era preciso
iniciar una negociación con los protestantes para superar las dificultades político – religiosas
surgidas a raíz de la Dieta de Augsburgo […]. La larga ausencia del Emperador [de los
territorios germánicos, desde 1532 a 1540,] tuvo un efecto muy desfavorable sobre el dominio
de los Habsburgo en el Imperio.
Su política, condicionada por la agregación de territorios y comunidades heredadas, se
orientó en esta ocasión hacia el Mediterráneo. Entre 1533 y 1543 tuvo lugar el período que
Jover caracterizó como fase mediterránea […]. Carlos V tenía vastos dominios en el
Mediterráneo, tanto hispánicos como italianos, hostigados constantemente desde el norte de
África por los musulmanes. El Emperador protagonizó ahí una política sobre todo de
contención del adversario. De acuerdo con su mentalidad patrimonialista, debía conservar los
territorios heredados y transmitirlos íntegros a su heredero. Pero también intervino aquí el ideal
de cruzada, de defensa de la cristiandad y de lucha contra el infiel. Dicha defensa la ejerció
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Carlos V a través de una política de control de la situación, en la que tuvo cabida la cesión de
algunos territorios[, como en el caso de Malta y Trípoli a los caballeros de la Orden de San Juan
del Hospital de Jerusalén, que habían sido expulsados de Rodas por los turcos,] y el
establecimiento de relaciones de vasallaje con autoridades de reinos musulmanes[, como fue el
caso del jefe de la dinastía hafsí de Túnez, Muley Hassan] […]. La conquista de Túnez por
parte de Barbarroja, aliado de Solimán I[…], en 1534, motivó la correspondiente réplica.
[…] Carlos V […] en el verano de 1535 conquistó La Goleta y Túnez, liberó a miles de
cautivos y restableció en el trono a su aliado Muley Hassan. El éxito de Túnez elevó en gran
manera la consideración que se tenía de Carlos V en Europa […]. Sin embargo, Barbarroja no
quedó tan deshecho y roto como supuso el Emperador, ya que en septiembre de 1535 tomó y
saqueó Mahón, en Menorca, dejándolo prácticamente despoblado e indefenso. La expedición a
Túnez fue criticada por parte de los consejeros hispánicos del Emperador, que hubieran
preferido que aquélla se dirigiera contra Argel[, la principal base de las operaciones y razias
piráticas] […].
[…]
En 1535 murió sin descendencia el duque de Milán Francisco II Sforza, casado con
Cristina de Dinamarca, sobrina de Carlos V. Francisco I reivindicó inmediatamente el ducado
para uno de sus hijos, que aspiraba a casarse con la duquesa viuda, arrumbando lo estipulado en
Cambrai. La cesión del Milanesado a Francia suponía para Carlos V renunciar a lo que habían
supuesto las ganancias de las guerras del período comprendido entre 1521 y 1529[,
considerando, además, que era un precio demasiado alto]. Al negarle el tránsito de sus tropas, el
rey francés invadió Saboya y el norte del Piamonte en 1536. […] [A lo que Carlos V]
respondió con una invasión militar de Provenza […].
El tercer conflicto hispano – francés durante los reinados de Francisco I y Carlos V concluyó
por medio de la tregua de Niza (1538) […], que mantuvo la situación anterior aunque supuso
un avance para los franceses al dejar Saboya y Piamonte en sus manos. Ahí se adoptaron, no
obstante, compromisos teóricamente importantes como los de unir las fuerzas de ambos
monarcas contra los turcos, intentar detener el avance del luteranismo y apoyar la
convocatoria de un concilio […]. Sin embargo[, y a pesar de los apoyos del monarca francés al
Emperador durante la rebelión de Gante], la tregua […] fue efímera ya que sólo duró cuatro
años.
La cooperación de las flotas francesa y otomana en el Mediterráneo y la amenaza y los
saqueos de las costas italianas constituyeron móviles de aproximación hispano – pontificios
para actuar contra los turcos. Durante este tiempo asistimos a una ofensiva antiturca en el
Mediterráneo oriental [mediante la formación de una coalición marítima entre España, el
Papado y Venecia, que derrotó, aunque no de manera decisiva, a los turcos en la batalla de La
Prevesa (batalla que demostró que la superioridad alcanzada por la flota turca sólo podía ser
contrarrestada mediante una coalición naval de estados cristianos y no de manera individual)] y
al intento de conquistar Argel (1541) […]. En 1541, por otra parte, se había reavivado la
guerra con los turcos en Hungría, donde Fernando se encontró con dificultades para conservar
sus menguadas posiciones en el norte y en el oeste del país. En el Mediterráneo la situación se
fue decantando progresivamente a favor de los otomanos y de sus aliados, los Estados bereberes
norteafricanos.
2.4. Nuevo conflicto hispano – francés. La paz de Crépy de 1544. ¿Milán o los Países
Bajos?
[…] En julio de 1542, Francisco I de Francia rompió de nuevo la tregua, aprovechando la
investidura del príncipe Felipe como nuevo duque de Milán y el fracaso de Carlos ante Argel,
variando de escenario y atacando en esta ocasión los Países Bajos […]. España contó de nuevo
con la alianza inglesa. La alianza franco – turca y la acogida hecha en los puertos franceses a
Barbarroja aproximó a los príncipes alemanes al Emperador, que en un intento de acercamiento
aceptó las secularizaciones realizadas por ellos […]. El conflicto fue liquidado con la paz de
Crépy – Meudon en septiembre de 1544, cuando ambos contendientes comenzaban a dar
síntomas de cansancio[; especialmente la hacienda castellana, que comenzaba a estar en una
situación crítica] […].
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En Crépy se planteó el problema para España de ¿Milán o los Países Bajos? La paz
implicaba ceder uno de los territorios al segundo hijo de Francisco I, el duque de Orleans, que
debería contraer matrimonio en el plazo de un año [con una princesa de la Casa de Austria] […].
La elección quedaba reservada al Emperador [y ésta tenía importantes consecuencias
territoriales en aquel momento, incluso en el futuro, en función de cuál fuese la princesa con la
que se casase el duque de Orleans] […]. La primera alternativa matrimonial[, con la princesa
María, hija del Emperador,] suponía la aportación en dote de los Países Bajos y el Franco
Condado. La segunda[,con la archiduquesa Ana, hija del hermano del Emperador], el
Milanesado […]. Por este tratado Francisco I, que volvía a renunciar a cualquier derecho que
tuviese sobre el reino de Nápoles, el ducado de Milán y el condado de Asti, debería devolver
Saboya y el Piamonte y renunciar a sus derechos sobre Flandes y el Artois. Carlos V
pretendía por medio de este pacto integrar definitivamente a Francia en su sistema imperial y
concluir los largos problemas con esta monarquía. Un escollo importante fue la postura del
Delfín […]. El Emperador, en febrero de 1545, después de muchas deliberaciones y consultas,
comunicó su decisión a favor de la boda del duque de Orleans con la hija de Fernando y con ello
su determinación de cederle Milán[; si bien la muerte del duque antes de que espirara el plazo
para la toma de esta decisión permitió a Carlos V conservar el Milanesado y a Francia la
Saboya] […]. En 1545 se firmó otra paz entre Solimán y Fernando, ratificada por el tratado de
Estambul de 1547 […].
2.5. La actividad del Emperador en Alemania. La guerra contra la liga de Smalkalda. La
batalla de Mühlberg
La paz de Crépy dejó las manos libres al Emperador para actuar en Alemania. Una de las
cláusulas de Crépy comprometía a Francisco I a solicitar del papa la convocatoria de un
concilio, que finalmente inició sus sesiones en Trento en diciembre de 1545, aunque no fue ya
un lugar de encuentro entre católicos y protestantes para resolver sus discrepancias y
salvaguardar la unidad del cristianismo. Los protestantes se inhibieron y la reunión conciliar
quedó reducida al ámbito católico. El Emperador, como cabeza armada de la cristiandad, estaba
dispuesto a afrontar la extirpación del protestantismo alemán por la vía de la negociación
o por la fuerza de las armas, y a restaurar la unidad religiosa en el Imperio […]. Al darse
cuenta de que por aquella vía[, la de la negociación,] no se progresaba [por la intransigencia de
algunos sectores del catolicismo y el luteranismo, como quedó comprobado en los coloquios de
Hagenau, Worms y Ratisbona], el Emperador, cansado de diálogos inútiles, decidió
postergarla al empleo de la fuerza contra los luteranos alemanes. En la Dieta de Ratisbona
(1546) logró colocar fuera de la legitimidad por motivos puramente políticos a los principales
líderes de la Liga de Smalkalda […]. Carlos planteó el conflicto como una lucha armada entre
el Emperador y unos vasallos rebeldes y no entre católicos y protestantes […]. Ésta [(la
guerra)] se desarrolló en dos fases: en la primera, a orillas del Danubio, en 1546, consiguió la
sumisión del sur de Alemania; en la segunda, en 1547, los ejércitos imperiales a orillas del Elba
derrotaron a los de la [Liga de] Smalkalda en la batalla de Mühlberg en Sajonia[, que supuso
la desarticulación de la liga y la captura de sus líderes] […].
Tras su victoria de Mühlberg, Carlos V quiso reformar la constitución del Imperio en un
sentido monárquico, que incluía la forja de una liga militar bajo la égida imperial, y trató de
imponer una solución religiosa al problema protestante. Un amplio frente opositor integrado
por los Estados imperiales comenzó a forjarse contra los planes políticos del Emperador, ligados
a la reforma del Imperio, consistente en un fortalecimiento del poder central y a una reducción
de los derechos de los Estados […]. Quienes más habían apoyado al Emperador se mostraron
escasamente entusiastas ante su reforma. La solución religiosa que intentó imponer el
Emperador en Alemania a través del Interim de Augsburgo (mayo de 1548), consistía en una
hipotética reconciliación entre las dos iglesias rivales por medio del restablecimiento del
catolicismo en toda Alemania, con concesiones a los protestantes [(p.ej. matrimonio de los
sacerdotes, comunión bajo las dos especies o el silencio ante la posible devolución de los bienes
secularizados)] […]. Esto no satisfizo ni a católicos ni a protestantes, encastillados en
posiciones cada vez más irreductibles […]. El resultado fue que la victoria imperial no modificó
prácticamente las fronteras religiosas en Alemania y tras ella se produjo el derrumbe del
programa político – religioso de Carlos V y la reanudación de la guerra […]
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3. La quiebra del ideal de monarquía universal carolino y de la unidad de acción de la Casa de
Austria. Nuevas guerras contra los protestantes y contra Francia. La paz religiosa de
Augsburgo de 1555
A finales de la década de los cuarenta, Carlos V planteó una reforma en la sucesión al
Imperio no prevista hasta entonces por las instituciones por la que éste se regía. Su sucesor al
Imperio debía ser su hermano Fernando, como estaba estipulado desde 1531 cuando fue
elegido Rey de Romanos. Su hijo Felipe […] estaba destinado a heredar el resto de sus
dominios. En 1548, Carlos V decidió desgajar a los Países Bajos del Imperio, asestando un
golpe frontal a las aspiraciones de su sobrino Maximiliano que esperaba la entrega de estos
territorios después de su casamiento con María, la hija del Emperador. Carlos previó además,
entre 1549 y 1550, otro cambio: que Felipe fuera elegido segundo rey de Romanos, e intentó
implicar a su hermano Fernando en un acuerdo, por medio del que se establecería una sucesión
alternada en el Imperio [(Carlos Æ Fernando Æ Felipe, hijo de Carlos Æ Maximiliano, hijo de
Fernando)] […]. Esta alternativa sucesoria provocó la resistencia de los parientes austriacos del
Emperador y la de los príncipes imperiales […]. Pero finalmente [y tras algunos desencuentros],
bajo la presión, en marzo de 1551, se firmó un Pacto de Familia por el que Fernando se
comprometía, tras la muerte de Carlos y una vez Emperador, a gestionar por todos sus medios la
elección de Felipe como Rey de Romanos, y Felipe, una vez convertido en Emperador,
prometió esforzarse en la elección de Maximiliano como Rey de Romanos, o en su defecto, de
su hijo. Este Pacto de Familia causó una alienación entre ambas ramas de la Casa de Austria
y contribuyó a la quiebra del sistema global de Carlos V, que finalmente se fisuró en dos
sistemas parciales. Este acuerdo echaba por otro lado combustible a las llamas germánicas, al
privar a los príncipes electores de su competencia electoral, al ver convertido el Imperio en
una monarquía hereditaria vinculada a la Casa de Austria.
[…] Pero no sólo fue la oposición de Maximiliano al tratado de Augsburgo la que provocó el
fracaso de la unidad de la Casa de Austria, sino también el problema religioso en el Sacro
Imperio. El desarrollo de los acontecimientos permitió a la rama germánica de la Casa de
Austria emanciparse totalmente de Carlos V entre 1552 y 1555. La tensión familiar que los
intentos de rectificación de Carlos produjeron facilitó el alzamiento de varios príncipes
luteranos, y algunos incluso católicos, contra el Emperador, contando con la alianza de Francia,
cuyo nuevo rey, Enrique II, el sucesor de Francisco I, pactó con los revoltosos el tratado de
Chambord y convenció además al sultán de Turquía para que desencadenara una nueva
ofensiva contra los Austrias en Hungría[, a lo que se sumó: el estallido de un conflicto en Italia,
la derrota de la flota de Andrea Doria frente a la otomana o la pérdida de varios presidios
norteafricanos españoles] […].
[…] [Las sucesivas debacles de Carlos V, especialmente el fracaso de la recuperación del
obispado de Metz o la huida del propio Emperador de Innsbruck, le obligaron a un cambio de
estrategia:] cedió la iniciativa de la negociación a su hermano Fernando. Fernando logró
perfilarse en estos momentos en el Imperio como el mediador entre católicos y protestantes
[…]. Católicos y protestantes acordaron en 1552, en Passau, no intentar la solución a los
problemas religiosos por la fuerza de las armas […].
Los resultados de las negociaciones de 1552 fueron uno de los últimos pasos para la quiebra
del sistema global y colectivo de la Casa de Austria por el que había luchado toda la vida Carlos
V. La paz estipulada inicialmente en Passau (1552), donde ya se anuló el Interim de
Augsburgo, no se alcanzó definitivamente hasta 1555 en Augsburgo, en la que se oficializó la
división religiosa del mundo germánico entre católicos y protestantes, dándose plena
libertad de conciencia a los príncipes y obligando a los súbditos a abrazar la fe de sus
señores, permitiéndoles únicamente el derecho a emigrar en caso de mantener su disidencia. Era
el principio del cuius regio eius religio, o sea, que la tolerancia religiosa era sólo para los
príncipes y los súbditos se veían constreñidos a seguir el credo de sus soberanos. El negociador
de esta paz fue Fernando, que fue capaz de dialogar y de llegar a pactos con los príncipes, con lo
que pudo exhibir la faceta tolerante de la familia, mientras que el intransigente Carlos aparecía
como el fracasado erradicador del protestantismo por medio de las armas y el gobernante
incapaz de llegar a un compromiso estable en materia de religión. Su sistema de gobierno se
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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tambaleaba fuertemente [y Carlos, que no quiso tener nada que ver con la paz establecida con
los luteranos, comunicó a su hermano, antes de la finalización de la Dieta de Augsburgo, su
voluntad de renunciar a la dignidad imperial, lo que se produjo tres meses después] […].
4. La alianza hispano – británica, la abdicación de Carlos V en Bruselas, la guerra hispano –
francesa de 1557 – 1559 y la paz de Cateau – Cambrésis de 1559
La católica María [I] Tudor, convertida en reina de Inglaterra a la muerte de su hermano
Eduardo VI –el sucesor de Enrique VIII— en 1553, contrajo matrimonio en enero de 1554 con
el príncipe Felipe de España –el futuro Felipe II—. Esta boda, última gran jugada de la
diplomacia carolina, reconstituía la tradicional alianza anglo – borgoñona[, no sin algunos
obstáculos que resultaron infructuosos, como la interferencia del hermano del Emperador,
Fernando de Austria] […]. Este matrimonio parecía facilitar una gran alianza europea contra
Francia, así como la fundación de una tercera rama de la Casa de Austria en Inglaterra y los
Países Bajos[, dejando a Francia mucho más aislada y con la posibilidad de que, de haber
descendencia de este matrimonio, el heredero fuera soberano de Inglaterra y de los Países Bajos
(el resto de posesiones pasarían al hijo primogénito de Felipe II, el príncipe Carlos)] […].
La crisis del sistema político y la imposibilidad de acabar con la herejía en Alemania
llevaron a Carlos V a adoptar la resolución de abdicar de sus Estados […]. Carlos V fue
traspasando sus territorios en Bruselas en el mismo orden como los había ido adquiriendo: en
primer lugar entregó los Países Bajos a su hijo Felipe en octubre de 1555. Le cedió a
continuación la soberanía de los reinos hispánicos en enero de 1556, y finalmente la abdicación
del Imperio tuvo lugar en agosto de 1556, no haciéndose efectiva hasta febrero de 1558, cuando
fue elegido su hermano Fernando. Para pacificar la transición, Felipe II firmó en febrero de
1556, la tregua de Vaucelles con Francia, que aunque fue de duración efímera, no dejaba de ser
relativamente ventajosa para los franceses ya que les permitía conservar Saboya y el Piamonte.
Un nuevo conflicto hispano – francés, epígono de las guerras anteriores, demostró de nuevo
la superioridad de las armas hispánicas […]. La lucha tuvo lugar en los Países Bajos y el norte
de Francia y en Italia, donde Enrique II intentó aprovecharse de la actitud favorable del papa
Paulo IV para poner fin a la hegemonía española […]. Francia fue […] derrotada gravemente
en las batallas de San Quintín (1557) y Gravelinas (1558) […]. Las dificultades financieras
impidieron a los españoles explotar sus victorias, con lo que Francia pudo todavía en 1558
conquistar Calais a los ingleses, lo que contribuyó a aumentar la impopularidad de su alianza
con España […].
La paz de Cateau – Cambrésis (1559) cerró las guerras de Italia hispano – francesas y
coincidió con el inicio de una fase de repliegue interior de Francia, desgarrada pronto por las
guerras de religión. Ahí se estipuló el matrimonio de Felipe II con Isabel de Valois, hija de
Enrique II, y de Margarita, hermana del rey francés, con Manuel Filiberto de Saboya, que
recuperaba de Francia Saboya y Piamonte a excepción de cinco plazas fuertes […], que, unida
al marquesado de Saluzzo, aseguraban todavía a la monarquía francesa una importante cuña en
el norte de Italia. Francia conservaba los tres obispados de Lorena, recuperaba San Quintín
y otras fortalezas septentrionales, y mantenía durante ochos años el dominio de Calais, al
término de cuyo plazo debería devolverlo o ejercer un derecho de compra […]. Renunciaba a
sus pretensiones sobre Nápoles y el Milanesado, así como a sus derechos sobre el Artois y
Flandes y se veía obligada a devolver la recién conquistada […] isla de Córcega a Génova
[…].
La situación en el Mediterráneo supuso una serie de retrocesos para la monarquía española
en el norte de África en la década de los cincuenta. Las plazas conquistadas se encontraron con
dificultades para ser mantenidas [(p.ej. la pérdida de Trípoli (1551) por los caballeros de la
Orden de Malta ante los musulmanes de Dragut)] […]. Pero Carlos V se vio en la necesidad de
olvidar para el norte de África todo aquello que no fuera control y contención. No podía
permitirse ningún experimento y prefirió dar vía libre al abandono [(p.ej. los abandonos de las
plazas de Susa, Monastir o Mahdia)], ante la prioridad de sus intereses en otros asuntos […].
Favoreció al Emperador la disparidad de intereses entre franceses y turco – berberiscos […].
La situación financiera del imperio de Carlos V, muy deficitaria en la década de los cincuenta y
en especial desde 1554, no le permitió reforzar los presidios norteafricanos para que dejaran
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de padecer precariedades, que pudieran dar al traste con ellos […]. Buena parte de las
conquistas realizadas en la primera década de la centuria, en tiempos de Fernando el Católico,
se perdieron en la de los cincuenta[: especialmente grave fue la pérdida de Bujía] […].
8.4. La época de Felipe II. Nuevos enemigos y conflictos
(FLORISTÁN, 221 – 228, 230 – 232, 234 – 235, 236 – 240)
1. España potencia hegemónica
La España de Felipe II constituye una magnífica atalaya desde la que contemplar las
relaciones internacionales europeas. Y lo es porque nunca la política exterior española se ha
parecido tanto al conjunto de las relaciones internacionales como en ese casi medio siglo
que transcurre entre 1559 y 1598 […]. Las razones de ello son evidentes. En primer lugar,
porque resulta casi imposible a las potencias hegemónicas sustraerse a protagonizar ciertas
acciones ofensivas, encaminadas a cambiar el panorama político existente en beneficio
propio. De otra parte, porque provocan por su mismo liderazgo la animadversión de otros
países, sobre todo de aquellos que albergan la esperanza de sucederles en su papel protagonista.
Pero, también, porque cualquier conflicto, por nimio y alejado que parezca, les afecta, puesto
que una de las grandes servidumbres de las grandes potencias es la de intervenir para hacer
sentir su presencia y mantener su reputación.
Sea, pues, en acciones ofensivas, defensivas o de arbitraje es perfectamente constatable la
omnipresencia de los poderosos; y España lo fue en aquella segunda mitad del s. XVI. Es cierto
que Felipe II no heredó el conjunto de los territorios de su padre Carlos V[, como ya se ha visto
en el anterior epígrafe de este tema] […]. Pese a esta ostensible disminución territorial –que más
tarde se encargaría de subsanar Felipe II con la incorporación de Portugal—, el Rey Prudente
ostentó en la Europa de su tiempo un auténtico liderazgo, apoyado por la otra rama de los
Habsburgo, con la que constituyó el eje Madrid – Viena. Por su parte, Polonia, la avanzada de
la catolicidad en Oriente, llegó a situarse como primera potencia militar del Báltico. Dada la
ubicación de estas tres formaciones políticas en el mapa de Europa y su confesionalidad
mayoritaria, han sido calificadas en su conjunto como diagonal de la contrarreforma. Mientras
la hegemonía de Felipe II trascendió el área geográfica de la Europa occidental para convertirse
en planetaria, la de los Habsburgo austríacos apenas rebasó el ámbito del Reich alemán y la de
los reyes de Polonia el espacio báltico.
2. Un intento de periodización
[…]
La primera fase[, caracterizada por el predominio de los escenarios de guerra mediterráneos
(1559 – 1578),] se iniciaría en 1559. Aunque desde 1556 Felipe II era rey de la monarquía
hispánica, por abdicación de su padre Carlos I, la etapa comprendida entre 1556 y 1559 se
puede considerar como el epílogo de la política exterior carolina […].
Estos cambios relacionados con la monarquía hispánica [–como fueron la muerte de María I
Tudor y, por lo tanto, el truncamiento del deseo de Carlos V de situar en el trono inglés a un
hijo de este matrimonio; o la boda de Felipe II con Isabel de Valois, a raíz de la paz de Cateau –
Cambrésis—] coincidieron, además, en el tiempo con una serie de relevos de poder al más alto
nivel en otros países[: en Inglaterra, Isabel I sucedió a su hermanastra María I Tudor; y en
Francia, Enrique II fue sucedido por sus hijos Francisco II (1559) y Carlos IX (1560)] […]. En
otros escenarios geográficos más alejados el año 1558 marcó el inicio de la primera guerra por
el dominio del Báltico [(acumulación tal de acontecimientos tan cercanos entre sí que parecen
avalar la elección de 1559 como punto de arranque del reinado de Felipe II)] […].
El hecho de concluir esta primera fase en 1578 viene respaldado también por la coincidencia
en ese año y en su entorno próximo de acontecimientos asimismo relevantes [como: el inicio de
las treguas hispano – otomanas, la muerte del rey don Sebastián de Portugal (que supondría el
inicio de la preparación del acceso al trono portugués de Felipe II unos años después) o la
constitución de la Unión de Arrás y la Unión de Utrecht entre 1579 y 1580 (de gran
relevancia en la rebelión de los Países Bajos)] […].
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En el final de la segunda y última etapa contemplada[, caracterizada por la basculación del
interés de Europa hacia el océano Atlántico (1578 – 1598),] se dieron cita también
acontecimientos con notables repercusiones a escala internacional, como la firma de la paz
hispano – francesa de Vervins en mayo de 1598 y la muerte de Felipe II […].
3. Las rivalidades básicas
[…] Ciertamente, la política exterior de Felipe II [(exclusivamente hispana)], respecto a la de
su padre, se simplificó desde el principio al no ostentar la dignidad imperial ni la soberanía
sobre las diversas tierras incluidas en lo que genéricamente denominamos archiducado de
Austria, lo que liberó al monarca español de muchas de las contradicciones insolubles con las
que había chocado su padre en materia internacional [en función de las orientaciones
diplomáticas de sus diferentes territorios] […]. Pero, aparte de ello, fue mucho lo que
permaneció, lo que Felipe II heredó del reinado anterior, y, en primer término, las rivalidades
básicas. Franceses, protestantes y turcos […] continuaron siendo los mayores enemigos de
su hijo. Con dos de ellos –turcos y protestantes—, la rivalidad política se reforzaba con
incompatibilidades confesionales; con el otro –Francia—, la oposición careció del componente
religioso.
[…] Tanto para Carlos V como para Felipe II la relación con la católica Francia [(la frontera
política, como la denominó Pierre Chaunu)] […] captó su máxima atención […]. A la larga, la
evolución de los acontecimientos internacionales vendría a darle [a Felipe II] la razón, al
convertir a Francia en la principal responsable de la quiebra del liderazgo español, aunque a esta
tarea de doblegar a la monarquía hispánica contribuyeron también la monarquía protestante
sueca, al desplazar a Polonia a un segundo puesto en el espacio báltico, y el imperio turco, al
reanudar su enfrentamiento con los Habsburgo[…] austríacos[; se trata del nuevo eje Francia –
Suecia – Turquía, que acabará sucediendo, ya en la segunda mitad del s. XVII, en su posición
hegemónica a la diagonal de la contrarreforma] […].
El hecho es que en el reinado de Felipe II se mantuvieron activas las fronteras con turcos,
protestantes y franceses, aunque experimentaran cambios con el paso del tiempo. Así, la larga
pugna hispano – otomana, en plena efervescencia al principio, desapareció a partir de 1578
con el consenso de ambos rivales, lanzados hacia frentes divergentes [(Atlántico y Persia)]
[…]. Las posteriores ofensivas islámicas quedaron reducidas a los ataques de los
norteafricanos, cuyas operaciones respondían más a las características de la guerrilla que a las
de la guerra convencional.
La oposición con el mundo protestante, en su versión luterano – germana, perdió interés
para la España de Felipe II, ya no implicada directamente en el problema religioso alemán. Sin
embargo, le afectará muy de cerca la rápida expansión de la ideología protestante por tierras
situadas bajo la soberanía del Rey Prudente, como los Países Bajos. Simultáneamente a la
difusión del protestantismo, las posturas, tanto en el sector católico como en el protestante, se
radicalizaron […]. [Y si bien se evitó que en Francia se instalara una dinastía protestante, no se
pudo evitar que el protestantismo arraigara en Inglaterra bajo el reinado de Isabel I.]
[…] El relevo de Francia, como fundamental enemiga de España [debido al inicio de las
guerras de religión en este país], lo tomó Inglaterra, país con el que la monarquía hispánica
había mantenido habitualmente buenas relaciones […].
[…]
4. La fase esencialmente mediterránea (1559 – 1578)
4.1. El encuentro de Felipe II con el Mediterráneo. Entre la precipitación y el éxito
[…]
De momento, turcos y berberiscos se enfrentaban en solitario a la monarquía hispánica. Por
eso Felipe II, nada más regresar a España en septiembre de 1559, inició un programa para
proteger el Mediterráneo hispano de la presión islámica. El aumento y rehabilitación de los
baluartes costeros y la intensificación de la actividad de los astilleros se encuentran entre las
primeras medidas tomadas por el monarca español. Sin embargo, la impaciencia por poner a
prueba la eficacia de sus logros le llevó al fracaso inicial [en el intento de recuperar Trípoli en
1560].
Javier Díez Llamazares
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Fracasada la expedición, que se saldó con notables pérdidas, Felipe II prosiguió los planes
de reconstrucción naval, lo que le permitió defender las plazas españolas de Orán y
Mazalquivir del ataque argelino de 1563 y al año siguiente pasar a la ofensiva con la
recuperación del Peñón de Vélez de la Gomera […].
La respuesta otomana al ataque español no se hizo esperar[: una flota otomana tomó parte de
la isla de Malta, aunque fue obligada a regresar a sus bases de Estambul gracias a la réplica de
los caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén y a una flota hispana procedente de Sicilia
(hecho que para Braudel marca el final de la supremacía turca en este mar)] […].
4.2. Reanudación y clausura del Concilio de Trento
[…]
Si mucho había costado hacer realidad la reunión del concilio, por el que se venía clamando
desde hacía mucho tiempo desde sectores diversos, su desarrollo tampoco resultó sencillo.
Convocado finalmente para Trento […] [, l]a tercera última [fase], ya reinando Felipe II, se
perfilaba más que nunca como un concilio católico, abandonado el intento inicial de convertirlo
en foro de diálogo entre protestantes y católicos […]. Faltaba el entendimiento básico entre las
cabezas visibles de la catolicidad europea –desde la óptica religiosa y política,
respectivamente—, es decir, el papa y el monarca español. La situación cambió con el acceso al
solio pontificio de Pío IV (1559 – 1565) y la distensión internacional, de la que la paz hispano –
francesa de Cateau – Cambrésis constituyó el ejemplo más destacado. Durante casi dos años,
entre enero de 1562 y diciembre de 1563, los teólogos católicos se dedicaron a debatir sobre
cuestiones de dogma y moral, ya no con vistas a la antes ansiada reintegración cristiana, sino
con el objetivo de dotar al sector católico de “armas” para enfrentarse al sector protestante
[…]. La fase postrera del concilio de Trento, cuyos decretos ratificó Pío IV por la bula
Benedictus Deus et Pater, constituyó, pues, el pórtico de diversos enfrentamientos armados que
afectaron a la Europa occidental, y muy especialmente a la monarquía hispánica, desde esa
década de los años sesenta.
[…]
4.3. Ampliación de los frentes conflictivos: Francia y los Países Bajos
[…]
Los progresos del calvinismo en Francia y los cambios de monarca abonaron el terreno para
que se manifestaran todo tipo de descontentos, en los que a la pugna entre hugonotes y católicos
se sumaba el forcejeo por el control del poder.
La inesperada muerte de Enrique II en 1559 situó en el trono de Francia a su hijo Francisco
II (1559 – 1560) y produjo el acceso al poder de los Guisa, tíos de su mujer la reina de Escocia
María [I] Estuardo, los cuales desde el gobierno llevaron a cabo una política decididamente
anticalvinista. En la oposición a los Guisa, los hugonotes […] contaron con el apoyo de muchos
nobles descontentos y desocupados tras la paz de Cateau – Cambrésis […].
Pero el temprano fallecimiento de Francisco II trastocó de nuevo el panorama político
francés. Su sucesor y hermano, Carlos IX (1560 – 1574) era menor de edad, por lo que el
gobierno fue asumido por la reina madre Catalina de Médicis, en calidad de regente.
Desaparecidos los Guisa del poder, la regente trató de seguir una política conciliatoria respecto
a los hugonotes, lo que desagradó a la facción católica […]. [El levantamiento en armas de los
protestantes en 1562 supone el inicio de las Guerras de Religión, disturbios de carácter civil,
en principio, que no deberían haber afectado al orden internacional] […]. Ya desde su inicio se
produjo la intervención de Felipe II, apoyando con hombres y dinero al sector católico. Más
tarde, en la fase siguiente, la injerencia del Rey Prudente se incrementó con la propuesta de su
hija Isabel Clara Eugenia como candidata al trono francés. Francia, por su parte, aunque
mermada en sus capacidades ofensivas por los problemas internos, sacó fuerzas de flaqueza para
seguir desempeñando, a escala muy inferior, su papel de debilitar la monarquía española,
encontrando en la sublevación de los Países Bajos frente a Felipe II una baza importante a jugar.
[…]
La ayuda prestada por Ginebra y por la reina Isabel de Inglaterra a los calvinistas y por
Felipe II a los católicos tiñó ya de internacionalidad la primera de estas contiendas. El edicto de
Amboise (1563), con el que concluyó, reconocía la libertad de conciencia de los franceses. […]
[En la reunión mantenida en Bayona (1565) entre la reina española Isabel de Valois y el duque
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de Alba, y la reina madre y Carlos IX, el duque de Alba instó a la regente a un cambio en la
política de reconciliación religiosa dado que podía contribuir a debilitar la posición de la
monarquía francesa] […].
[…] Precisamente la demostración de fuerza que significó la marcha del ejército del duque
de Alba desde Italia a los Países Bajos para tratar de controlar la explosiva situación por la que
atravesaban aquellos territorios, sirvió de detonante para iniciar la segunda guerra en 1567.
Durante esta breve contienda los hugonotes contaron con el apoyo militar del elector del
Palatinado. Pero el temor de la intervención española en Francia contra los hugonotes impulsó
a la regente a forzar la paz y a aproximarse al sector católico, propiciando la vuelta de los Guisa
al poder.
[…]
La situación hugonote mejoró, además, desde el comienzo de la década de los setenta, al
instalarse el partido calvinista, a través del entendimiento entre Coligny y Carlos IX, en la
corte, de la que fueron alejados una vez más los Guisa. Coligny, en su calidad de miembro del
Consejo real y gracias a la influencia que ejercía sobre el monarca, trató de canalizar los
ímpetus franceses, enzarzados en las ruinosas confrontaciones civiles, hacia la lucha con Felipe
II, en apoyo de la sublevación de los Países Bajos […].
Los proyectos de Coligny en territorio flamenco, sin embargo, eran vistos con recelo por
Catalina de Médicis y por muchos miembros del Consejo real. […] [Posteriormente, los hechos
de la famosa matanza de la noche de San Bartolomé (1572), con el asesinato de la mayor
parte de los dirigentes protestantes, no supusieron una disminución de la influencia protestante,
dado que a estos sectores se había unido el duque de Alençon, hermano del rey, que seguiría
causando problemas al nuevo monarca y hermano suyo también Enrique III (1574 – 1589)]. La
principal reacción ante esa recuperación protestante fue la formación de la Liga Católica
(1576), integrada por los católicos más radicales. Dos años después la nobleza católica del sur
de los Países Bajos, descontenta con los extremismos calvinistas ofreció el gobierno [al duque
de Alençon, algo bien visto por el rey y la corte francesa para alejarlo de Francia] […], la
habilidad del nuevo gobernador de los Países Bajos, Alejandro Farnesio (1578 – 1592),
impidió que este proyecto llegase a consolidarse.
[…]
4.4. El Mediterráneo entona su canto del cisne
El incuestionable éxito de Malta hizo concebir esperanzas sobre el futuro de la confrontación
cristiano – islámica, esperanzas que se incrementaron con la muerte del gran sultán Solimán
I[…] el Magnífico (1566) y el inicio del pontificado de Pío V (1566 – 1572), decidido partidario
de organizar una liga antiturca. Sin embargo, pronto aparecieron en el horizonte hispano negros
nubarrones que empañaron aquellas expectativas y convirtieron el año 1568 en uno de los más
críticos del reinado de Felipe II –forzado a atender frentes simultáneos— […]. Cuando sólo
habían transcurrido poco más de tres años desde el sitio de Malta, los moriscos granadinos se
alzaron en armas contra su rey Felipe II, mostrando de nuevo la íntima conexión entre las
cuestiones internas y las internacionales. Porque la sublevación de las Alpujarras, aparte del
temor que generó ante la utópica posibilidad […] de una coalición panislámica, fue aprovechada
por turcos y berberiscos para infligir severas derrotas a los cristianos en escenarios bien alejados
de la revuelta alpujarreña[: conquista de Túnez por el argelino Euldj Alí (1570) y ataque del
sultán Selim II a Chipre] […]. La gravedad de la presión turco – berberisca, por una parte, y la
conclusión de la revuelta granadina (1570), por otra, decidieron la formación de la anhelada
liga. Suscrita en mayo de 1571, recordaba otra Liga Santa formada en 1538[, tanto por los
componentes que la formaban (España, Venecia y los Estados Pontificios), como por al
contribución de cada uno de ellos a la empresa] […]. Pero si en la década de los treinta la
actuación de los ligueros tuvo escasas consecuencias, la Liga Santa de 1571 pasaría a la
historia como la Liga Santa por antonomasia al apuntarse el éxito de [la batalla de] Lepanto
[…]. La victoria moral para los cristianos fue enorme; no en balde era el primer gran éxito
cristiano en aguas del Mediterráneo oriental, el “lago turco”.
Sin embargo, el triunfo de Lepanto no se pudo explotar convenientemente[: la muerte del
papa (1572) y la defección de Venecia dieron al traste con la Liga] […]. A pesar de ello, ya en
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solitario, la monarquía hispánica continuó sus acciones contra el Islam[: recuperación
momentánea de Túnez (1573), que se perdería poco después junto con La Goleta] […].
A partir de entonces se iniciaron las acciones diplomáticas conducentes a la ya
mencionada tregua hispano – turca de 1578 […]. La suspensión de las hostilidades entre
España y Turquía se debió básicamente al hecho de que ambos contendientes fueron reclamados
por asuntos de mayor importancia: la lucha contra los protestantes, en el caso de España, los
enfrentamientos con la Persia chiíta, en el caso del imperio turco. El paralelismo entre las
situaciones respectivas de ambos rivales resulta evidente […].
El hecho es que, con ambas tendencias divergentes, el Mediterráneo dejaba de ser
escenario de la gran guerra, aunque no de la pequeña, la “guerrilla”.
5. La fase atlántica (1578 – 1598)
5.1. Felipe I de Portugal y II de España o el Imperio más vasto de todos los tiempos
La larga e intensa política matrimonial, seguida sin desmayo desde el comienzo de los
tiempos modernos por los últimos Trastámara y sus sucesores los Habsburgo con la casa
portuguesa de Avís, dio su fruto con Felipe II. Un hecho fortuito, como la muerte del rey don
Sebastián de Portugal en la batalla de Alcazarquivir (1578), inició la crisis sucesoria,
clausurada con el reconocimiento en las Cortes de Thomar (abril de 1581) del rey de España
como Felipe I de Portugal.
Entre ambas fechas se inscribe, además del corto reinado del cardenal Enrique [I (1578 –
1580)], una intensa actividad diplomática y una breve pero contundente intervención militar
[contra don Antonio, prior de Crato, candidato al trono como descendiente por línea bastarda
de Manuel I,] que acabarían doblegando la resistencia de los opositores al soberano español
[…].
Aunque el soberano español se ganó el favor del cardenal – rey y de otros muchos notables
de Portugal, gracias a la labor diplomática, dirigida con notable acierto por el portugués al
servicio de España Cristóbal de Moura, la opinión pública portuguesa se mostraba muy
dividida. En líneas generales, los sectores sociales más relevantes del país apoyaban la
candidatura de Felipe II[: nobleza y clero, deseosos de un poder fuerte; la burguesía mercantil,
necesitada un gobierno que acabase con las continuas agresiones que recibía el comercio
ultramarino] […]. Las clases populares, en cambio, de larga tradición anticastellana, depositaron
su confianza en la solución “nacional” representada por el prior de Crato.
El hecho es que el cardenal Enrique murió sin haber despejado la cuestión sucesoria, que
Felipe II se encargaría de resolver por las armas […].
Pero las Cortes de Thomar de 1581 zanjaban en principio el conflicto con la proclamación
del nuevo rey, quien lograba de esta forma la tan ansiada unión peninsular y el enorme
imperio colonial portugués […]. Aunque se trataba de una unión personal, similar a la que
había presidido la formación de la monarquía hispánica con los Reyes Católicos, en la que cada
territorio mantenía su organización político – administrativa, Felipe II logró reunir bajo su
soberanía la mayor cantidad de territorios que ha conseguido monarca alguno. Portugal le
proporcionaba, además, una amplia fachada atlántica en un momento en el que el
desplazamiento del grueso de la actividad internacional al Atlántico era un hecho. Felipe II
desaprovechó, sin embargo, la gran oportunidad de dirigir desde el litoral portugués […] la
política internacional y también la de consolidar su posición en su nuevo reino […].
[…]
5.3. Inglaterra recoge la antorcha antiHabsburgo
La lucha armada anglo – española constituye posiblemente el episodio que mejor diferencia
a escala internacional las dos mitades del s. XVI. En efecto, frente al reinado de Carlos V,
caracterizado por el predominio de la amistad hispano – inglesa, en el de su hijo Felipe II esa
buena relación acabó desembocando en guerra abierta […].
Sin embargo, tanto Felipe II como Isabel I (1558 – 1603), a pesar de haber fracasado el
proyecto de matrimonio entre ellos, mantuvieron sus relaciones iniciales en parámetros
similares a los heredados, por mutua conveniencia. En el caso de Isabel su necesidad de
afianzarse en el trono y de retomar el proceso de anglicanización del país, tras el paréntesis de
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su antecesora María I, desaconsejaban embarcarse en acciones exteriores de envergadura. Para
Felipe II la continuación de la alianza con Inglaterra resultaba decisiva para el control de los
Países Bajos y la vigilancia de Francia.
Dos cuestiones, sin embargo, vinieron a complicar el panorama. En primer lugar, el exilio de
la depuesta reina de Escocia, la católica María [I] Estuardo, en Inglaterra a partir de 1568
hizo concebir esperanzas a la oposición político – religiosa a Isabel sobre la posibilidad de que
María llegase a ocupar el trono de Inglaterra. Dos años más tarde, en 1570, la excomunión de
la reina inglesa –que Felipe II había tratado infructuosamente de evitar— por el papa Pío V
(bula Regnans in excelsis) situó a la soberana en una incómoda posición, toda vez que la
excomunión liberaba a sus súbditos católicos del juramento de fidelidad a ella prestado. Sin
embargo, esta excomunión llegaba algo tarde, pues a la altura de 1570 el anglicanismo se
encontraba sólidamente establecido. Lo que no fue óbice para que los descontentos de Irlanda e
Inglaterra aprovechasen esta circunstancia para protagonizar varias conspiraciones, en alguna de
las cuales se vieron implicados los embajadores españoles […]. Las cada vez más difíciles
relaciones entre Inglaterra y España fueron fomentadas también por aquélla patrocinando
operaciones de saqueo contra las posesiones españolas en América […].
La ruptura llegó en 1585, cuando Felipe II decretó el embargo de buques ingleses surtos
en puertos españoles, respondido de la misma forma por Isabel I respecto de los navíos
españoles. El envío del conde de Leicester en auxilio de las Provincias Unidas y nuevas
acciones de Drake contra Vigo y distintos puertos americanos no hicieron sino ratificar el
creciente desencuentro entre Felipe II e Isabel I.
La respuesta española fue fraguada entre Felipe II y sus consejeros. El proyecto final lo
aportó el propio monarca y consistía en la invasión de Inglaterra. La escuadra española, al
mando del marqués de Santa Cruz [–aunque finalmente la comandaría el duque de Medina
Sidonia, por la muerte del marqués—], partiría de Lisboa con dirección a los Países Bajos, en
donde recogería a las tropas de Alejandro Farnesio, para desembarcar a continuación en
Inglaterra […].
La muerte de María [I] Estuardo, ordenada por un tribunal extraordinario inglés (febrero de
1587), aceleró la conclusión de los preparativos e hizo vislumbrar la posibilidad de que Isabel
Clara Eugenia pudiese llegar a ser reina de Inglaterra […].
[…]
[La derrota española, al margen de otros avatares acontecidos, suponía el triunfo de los
“cañones y velas” sobre los infantes y remeros, es decir, la victoria de la guerra auténticamente
marítima, en la que el abordaje quedaba en un muy segundo plano.]
[…]
Aunque la derrota [de la mal llamada “Armada Invencible”] no admitía paliativos, la
recuperación de la flota española fue rápida [como quedó demostrado en los fracasos ingleses
contra La Coruña y Lisboa en 1589 o la derrota infligida a la escuadra inglesa del almirante
Howard] […].
5.4. Por fin la guerra con Francia
La intervención de Felipe II en los asuntos internos de Francia durante los primeros años de
las Guerras de Religión en apoyo del sector católico frente a los hugonotes no supuso en modo
alguno un enfrentamiento con la monarquía francesa […].
Lo que trocó el intervencionismo español en oposición a la monarquía francesa, primero, y
en guerra abierta con ella, después, fue la negativa de Felipe II a aceptar la decisión de
Enrique III de designar al hugonote Enrique de Borbón como su heredero y la propuesta
de Isabel Clara Eugenia, hija del monarca español, como candidata al trono francés,
respectivamente. La reacción frente a la sucesión hugonote se plasmó en el tratado de Joinville
(31 de diciembre de 1584), por el que Felipe II y los Guisa, rectores de la Liga Católica,
propusieron como alternativa al católico cardenal de Borbón. Ello suponía la oposición frontal
al monarca francés, quien, no obstante, unos años después daría nuevas pruebas de su falta de
energía y de su errático comportamiento, al ceder a las presiones de Felipe II y de los católicos
franceses y suscribir un tratado por el que nombraba lugarteniente general del reino al duque
de Guisa y renunciaba a la sucesión hugonote (julio de 1588). Este nuevo entendimiento
forzado entre el rey y los Guisa concluiría, sin embargo, muy pronto. El desconcierto creado por
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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la derrota de la armada española frente a Inglaterra fue aprovechado por Enrique III para
ordenar la muerte del duque de Guisa y de su hermano el cardenal de Guisa, mientras el
cardenal de Borbón era hecho prisionero.
Estos acontecimientos provocaron el levantamiento contra Enrique III de gran parte de su
pueblo, que encontró en París, centro principal de la Liga Católica, su fundamental reducto.
Cuando la capital era sitiada por las tropas realistas, Enrique III fue víctima de un atentado
(agosto de 1589). Según su última voluntad, la sucesión de Enrique de Borbón quedaba
condicionada a su conversión al catolicismo. De acuerdo con lo estipulado en Joinville los
ligueros se apresuraron a designar como rey al cardenal de Borbón, con el nombre de Carlos X.
por su parte, Felipe II ordenó a Alejandro Farnesio trasladarse a Francia para levantar el sitio de
París [a pesar de la resistencia del gobernador de los Países Bajos a abandonar estos territorios,
dado el momento delicado que vivían] […].
Pero las relaciones hispano – francesas iban a dar un nuevo giro con la muerte del
proclamado por la Liga Carlos X. Fue entonces cuando se propuso la candidatura de Isabel
Clara Eugenia, hija de Felipe II y nieta de Enrique II de Francia. Contra esta pretensión, que
amenazaba con apuntalar la hegemonía española con un miembro de la dinastía Habsburgo
instalado en el trono francés, se alzaron las Provincias Unidas y los príncipes protestantes
alemanes, que enviaron tropas y dinero para apoyar a Enrique IV. Alejandro Farnesio se vio
forzado otra vez a salir de los Países Bajos […].
En enero de 1593, ante los Estados Generales, el embajador español duque de Feria solicitó
la proclamación de Isabel Clara como reina de Francia. Pero aquéllos se negaron a derogar la
ley sálica, paso imprescindible para que una mujer pudiese ocupar el trono francés.
La conversión al catolicismo de Enrique de Borbón en julio de 1593, ratificada
solemnemente con su coronación en la catedral de Chartres (1594), fue seguida por la salida de
la guarnición española, establecida en París. La oportuna conversión del rey de Francia había
sido suficiente para acallar a gran parte de la oposición francesa.
Sintiéndose más seguro en el trono, Enrique IV declaró la guerra a España en enero de 1595.
A lo largo de su desarrollo se sucederían victorias y reveses en las zonas siempre débiles de las
fronteras comunes. Pero más que a las armas, en esta ocasión el triunfo de Enrique IV se debió
al soporte que le prestaron los políticos, católicos y protestantes, empeñados en una solución
“nacional” que aunase los esfuerzos de todos los franceses al margen de sus creencias frente a
la injerencia extranjera, representada en este caso por España. Por eso no puede sorprender que
el fin oficial de la guerra con España (Paz de Vervins del 2 de mayo de 1598, por la que Felipe
II renunciaba a la candidatura de su hija al trono francés y reconocía al nuevo monarca galo)
fuese inmediatamente precedido por el edicto de tolerancia de Nantes (13 de abril), que
significaba el final de las Guerras de Religión, con la reconciliación de los franceses.
[…]
5.5. La gran coalición antifilipina y el viraje hacia la paz
En plena guerra hispano – francesa la posición española sufrió un serio quebranto con la
formación de la coalición de Greenwich (1596). Es cierto que los coaligados –Francia,
Inglaterra y las Provincias Unidas— ya se habían opuesto bélicamente a la España de Felipe II,
pero lo habían hecho con notable descoordinación. En 1596 decidieron, en cambio, aunar sus
fuerzas contra el enemigo común, España. La coalición presentaba, además, una peculiaridad,
que conviene destacar. Dos viejas monarquías como Francia e Inglaterra no tuvieron
inconveniente en suscribir en pie de igualdad un pacto con unas provincias, cuya
autodeclarada independencia aún no había sido reconocida […] por la monarquía hispánica
[…].
[…] Pero el fracaso de los planes de invasión de Inglaterra, junto a la continuación de los
ataques ingleses a las colonias españolas y a los grandes gastos que todo ello comportaba a una
monarquía, como la hispánica, que acababa de decretar una nueva suspensión de pagos,
impulsaron a Felipe II a buscar la paz con los integrantes de la coalición de Greenwich.
La ya aludida paz de Vervins de 1598 constituyó el primer paso efectivo para romper aquella
coalición. Efectivamente, con ella se iniciaba una línea de actuación pacifista, de acuerdo con la
cual España fue signando la paz uno tras otro con todos los miembros de la coalición de
Greenwich. A los pocos días de la firma de esta paz Felipe II cedía la soberanía de los Países
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Bajos a su hija Isabel Clara Eugenia y a su prometido el archiduque Alberto, gobernador
de los Países Bajos, en cuya descendencia se perpetuarían aquellos territorios, que en caso
contrario revertirían a España, como así ocurrió […]. Ahora bien, la suspensión de hostilidades
con las Provincias Unidas, que no acataron la decisión de Felipe II, no se lograría hasta la
tregua de los Doce Años (1609), a la que había precedido la paz con Inglaterra (1604),
suscritas ambas por el sucesor de Felipe II […].
(BENNASSAR, 306 – 308)
2. La España de Felipe II
Aparentemente, la España de Felipe II continúa la de Carlos V. Las instituciones se
estabilizan. La empresa del poder real se afirma sobre el país y no vuelve a ser discutida. Sin
embargo, en profundidad, España cambió: sus estructuras se endurecen y el marco social es
mucho más rígido.
El rey y el gobierno
a) El rey. Felipe II no era Carlos V; todo el mundo está de acuerdo en eso, pero raras veces
la figura de un príncipe ha suscitado tantas controversias […].
Nacido en España, donde permaneció casi constantemente durante la segunda mitad de
su vida, amado, según parece, de sus súbditos castellanos, Felipe II no daba,
ciertamente, el tipo español [por sus rasgos físicos] […]. Reservado, secreto,
acostumbrado a reflexionar largamente antes de tomar una decisión. Felipe II no fue, a
diferencia de su padre, el hombre de los grandes designios, y pareció más preocupado
por conservar que por agrandar sus dominios. Los historiadores están hoy de acuerdo en
reconocer su extrema conciencia profesional, el cuidado que ponía en los asuntos, su
aptitud para mantener su libertad de decisión. Nunca se dejó subyugar por un favorito.
Pero están también de acuerdo en reconocer en él un gusto exagerado por los detalles,
cierta estrechez de perspectivas, irresolución y una desconfianza hacia sus servidores.
Después de la muerte de Felipe II, el embajador veneciano Nani formuló un juicio
conciso que tiene la ventaja de tener en cuenta la evolución del personaje: “El rey era
religioso, justo, parco y pacífico. La primera de estas virtudes se transformó en razón
de Estado; la segunda, en cruel severidad; la tercera, en avaricia; la cuarta, en deseo
de ser árbitro de la Cristiandad”. Sin embargo, absolvamos a Felipe II del pecado de
avaricia. Las dificultades financieras de su reinado justifican su comportamiento en la
materia.
Se conoce bastante mal al hombre Felipe, a pesar de la publicación por Gachard, de las
cartas a sus hijas Isabel y Catalina, por las que parece que tuvo gran cariño […].
b) El personal de gobierno. Lo que distingue al gobierno de Felipe II es su carácter ultra
– castellano. Este gobierno se realiza cada vez en mayor grado por medio de los
Consejos. Las cortes castellanas votan, sin oposición, más que por cuestiones formales,
los servicios exigidos, incluso los de finales del reinado, muy gravosos […]. Las cortes
de Aragón se reúnen muy raramente.
En cuanto a los miembros de los Consejos y a los secretarios, son casi todos
castellanos […]. Tanto al principio del reinado, como en medio, como al final, los
castellanos dominan ampliamente.
Parece que hubo dos facciones en el Consejo, al menos hasta 1570. La primera
alrededor de Ruy Gómez y de Mendoza, favorable en todas las circunstancias a la
negociación, a una España “abierta”. La segunda, dirigida por el duque de Alba,
partidaria de soluciones de fuerza, de una política “dura”. Pero Felipe dejó que se
enfrentaran ambas facciones para controlarlas mejor, decidiendo en última instancia él
mismo, y ninguno de los secretarios desempeñó el papel de Los Cobos bajo Carlos
V, sobre todo después del asunto Antonio Pérez […].
Al margen de la alta política, el país está bien administrado. Los Consejos realizan
grandes encuestas […] para conocer mejor a la población, los recursos y los problemas
del país […]. Los corregidores entregan al rey informes regulares. La situación
económica no se degrada más que a partir de 1575 y, sobre todo, de 1591 […]. Los
grandes problemas políticos son a menudo ignorados por la población.
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
c)
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Los medios. Bajo Felipe II se acentúa la centralización. La capital se establece en
Madrid en 1561. La Corte y los órganos de gobierno se instalan en ella casi
definitivamente[, salvo durante el período 1601 – 1606, reinando Felipe III, que se
traslada a Valladolid]. La elección de Madrid, que destrona a Toledo y a Valladolid, se
explica por las ventajas de una ciudad nueva en la que no existen los privilegios ni
intereses locales amenazados (lo que no era el caso de Toledo) y por razones de
geopolítica que eliminaban a Valladolid. Con el aumento de las llegadas de metales
preciosos procedentes de las Indias, Sevilla se convierte en el centro vital del Imperio
español.
[…]
Así, el traslado de la capital a Madrid corresponde al irresistible deslizamiento de la
monarquía castellana hacia el Sur.
Pues, en estos momentos, adquiere mayor importancia el metal americano, sobre todo
después de 1575, cuando empieza la gran explotación de la plata de Potosí, asociada al
mercurio de Huancavelica […]. Es cierto que el aumento de la alcabala fue en
proporción igual de fuerte [que el producto del quinto], y que, en el reinado de Felipe
II, las rentas del Estado aumentaron más deprisa que los precios, lo que permitía la rey
de España llevar a cabo una política de poder. Pero las necesidades eran tan grandes que
Felipe II tuvo que resignarse por tres veces a la bancarrota […]. Hay que subrayar una
vez más la importancia de la ausencia de grandes casas de Banca en Castilla. Los
enormes gastos ocasionados por la rebelión de los Países Bajos y por el esfuerzo naval
contra los turcos y los ingleses hicieron el resto.
8.5. La rebelión de los Países Bajos
(BENNASSAR, 370 – 376)
3. La rebelión de los Países Bajos
Los orígenes del conflicto
[…] En 1566 se desencadena la revuelta de los Países Bajos contra la administración
española y contra su soberano “natural”, Felipe II. Pero desde hacía 15 años, la situación no
había dejado de deteriorarse.
La guerra llevada a cabo por el emperador, y después por Felipe II, contra Francia, hasta
Cateau – Cambresis, es responsable del considerable aumento de la fiscalidad […]. En
tiempos de paz entregaban aproximadamente un millón y medio de ducados por año [frente a
los 17 millones que entregaron en el período bélico 1551 – 1558], una parte importante de los
cuales estaba consagrada al mantenimiento de las tropas españolas que la población soportaba
cada vez peor a causa de su altivez y su insolencia. Las clases ricas, descontentas ante la
importancia de los impuestos, tenían también agravios políticos. Margarita de Parma, hija
natural de Carlos V, que sucedió en 1559 como “gobernadora” de los Países Bajos a María de
Hungría, no parece haber tenido la misma inteligencia política que aquélla. Además, Felipe II,
al marcharse del país ese mismo año, debió darle consignas estrictas: gobernar con la opinión
de tres consejeros, el Conde de Berlaymont, como consejero militar, Aytta Van Zwicken
(llamado Vigliers), excelente jurista frisón, y principalmente con Antonio Perrenot de
Granvela, nombrado cardenal – obispo de Malinas. Los grandes señores, que, en la época de
Carlos V e incluso en el reinado de Felipe II habían desempeñado un papel importante en los
tres consejos de gobierno, tuvieron la impresión de verse reducidos a simples figurantes. Como
conservaban a los ojos de la opinión una parte de responsabilidad en las decisiones impopulares,
algunos grandes señores se vieron obligados a “insolidarizarse con el gobierno y ponerse a la
cabeza de la oposición, siendo aún miembros del Consejo de Estado”. Este fue el caso de los
condes de Egmont y de Hornes (o Hoorn), y también del príncipe de Orange, Guillermo de
Nassau. No resignándose a su eclipsamiento, obtuvieron de Felipe II en 1561, la retirada de las
tropas; y después, a consecuencia de una verdadera requisitoria contra Granvela, la marcha de
este último en 1564.
Pero la protesta fiscal y política que era el principal motivo de queja de los señores y de la
burguesía estaba acompañada de una disidencia religiosa cada vez más importante. La opinión
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 8
pública había aceptado sin ningún entusiasmo la creación de 14 nuevos obispados, que
representaban una carga financiera suplementaria. Se impuso también una reforma de los
capítulos, que apartaba de los canonatos a los hijos menores de la nobleza, que hasta entonces
habían tenido ahí una provechosa sinecura. Además, la represión contra la difusión del
calvinismo y también del anabaptismo, que se había hecho muy severa, empobrecía al país, que
abandonaron numerosos protesta[ntes] […]. El conde de Egmont fue enviado a Madrid para
pedir que se relajase la severidad. No obtuvo nada: por el contrario, las cartas de Felipe II del 17
y 20 de octubre de 1565 exigían la aplicación estricta de los edictos contra la herejía y
anunciaban la introducción de la Inquisición en los Países Bajos. Esta noticia aumentó el
descontento y los calvinistas lo aprovecharon elaborando contra los edictos un manifiesto
moderado llamado “compromiso”, que consiguió la adhesión de numerosos católicos. En abril
de 1566 se envió una petición contra los edictos a Margarita de Parma, a instancias del príncipe
de Orange, y se concluyó la alianza de Saint – Trond el 14 de julio de 1566, entre los grandes
señores y los calvinistas. Se dio, pues, la conjunción de una fronda feudal y una disidencia
religiosa.
En efecto: la toma de posición de los grandes señores, a imitación de Egmont y de Orange,
se debía más a razones de tipo político que religioso. Los grandes señores de los Países Bajos
eran casi indiferentes en materia religiosa. Educados por humanistas, habían recibido una
formación liberal y se preocupaban poco de adecuar su vida a las obligaciones religiosas […].
Pero Egmont y Orange eran personajes muy poderosos, cuya elección inicial sería decisiva a
causa de su gran prestigio […].
La primera fase de la rebelión: 1566 – 1571
La alianza de Saint – Trond se había adelantado un poco a los primeros disturbios. Estos
estallaron el 10 de agosto de 1566 en la región de Armentières y de Hondschoote, donde
actuaron como fuerza de choque los obreros del sector textil. Luego se extendieron a Flandes
[…], Zelanda, Holanda e incluso Frisia. Se caracterizaron sobre todo por actitudes iconoclastas
y violencia contra las iglesias y los monasterios. La opinión pública, cuya mayoría era
católica, reaccionó vivamente[: huida de anabaptistas flamencos a Francia y derrota de las
tropas de Guillermo de Orange y Luis de Nassau, su hermano, por las de Margarita de Parma
en 1567] […].
El error de Felipe II fue el de desatar una represión violenta, tanto más inútil cuanto que
Margarita de Parma, a partir de noviembre de 1566, había restablecido su autoridad al amparo
de los excesos calvinistas. Obligado a diferir su réplica a causa de una ofensiva turca en el
Mediterráneo, Felipe II confió esta represión al Duque de Alba […]. Provisto de grandes
poderes civiles y militares, hizo arrestar a los condes de Egmont y de Horn, provocando la
dimisión de Margarita de Parma, y estableciéndose después el Tribunal de los tumultos, en el
que los principales papeles estaban desempeñados por magistrados españoles. Este Consejo
redujo mucho la importancia de las instituciones normales. La sustitución de personas del país
por españoles en la dirección de los asuntos […], y la ejecución de los condes de Egmont y de
Horn […], el 5 de junio de 1568, transformó la revuelta en un conflicto que enfrentaba a dos
naciones.
Sin embargo, la opinión estaba más aterrada que exasperada por la violencia de la represión.
Luis de Nassau y Guillermo de Orange que intentaban invadir, uno el norte y el otro el sur del
país, fueron derrotados por el Duque de Alba. Los Estados Generales convocados en Bruselas
aceptaron fuertes aumentos de impuestos para pagar a las tropas […]. Felipe II, juzgando que
había alcanzado sus objetivos otorgó un “gran perdón” proclamado en Bruselas el 16 de julio
de 1570 […].
Reanudación de la rebelión
Pero, en abril de 1572, los calvinistas refugiados en el extranjero, que habían organizado una
flota y que disfrutaban del apoyo de los corsarios de la Rochelle y de Inglaterra, desembarcaron
en La Brielle y tomaron el control de las bocas del Escalda. Simultáneamente estallaron
rebeliones por todo el norte […]. Luis de Nassau, desde Francia (con la ayuda de los hugonotes
franceses) y Guillermo de Orange, procedente de Alemania, invadieron el país y se apoderaron
de algunas plazas fuertes. Pero los sucesos de la Noche de San Bartolomé contrariaron los
planes de los rebeldes; las plazas flamencas fueron recuperadas por los españoles y el Duque
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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de Alba emprendió la reconquista del norte, ocupando Haarlem. Allí, el duque fue relevado
de su mando a favor del gobernador del Milanesado, Luis de Requesens. Este relevo
significaba un cambio político. Felipe, asustado por el coste de las operaciones, deseaba la
pacificación: de ahí el “perdón” del mes de marzo de 1574, y la promesa de la supresión del
Consejo de los Disturbios y de una reducción de los impuestos. Pero las negociaciones
emprendidas con los rebeldes fracasaron, y la muerte de Requesens complicó la situación
(marzo de 1576). Privadas de su soldada, las guarniciones españolas se amotinaron, y los jefes
militares, sin órdenes superiores, no sabían qué iniciativas tomar. Don Juan de Austria, que
había sido nombrado para sustituir a Requesens, retrasó demasiado tiempo su llegada. Mientras
Zelanda y Holanda se organizaban en federación bajo la dirección de Guillermo de Orange,
el poder español se desintegraba […]. De repente, los estados de Brabante, que habían realizado
por propia iniciativa una convocatoria de los estados generales, y los delegados calvinistas del
norte, llegaron a un acuerdo para firmar la pacificación de Gante (8 de noviembre de 1576). El
acuerdo tenía como objetivo enfrentarse a las tropas españolas, cuya partida se exigía; se
autorizaba la libertad de culto en Holanda y Zelanda, esperando la decisión de los estados
generales; en otras partes, solamente se reconocía a la religión católica, pero se abandonó la
represión. Don Juan, que llegó en ese momento, se vio obligado a aceptar la pacificación de
Gante y a alejar a las tropas españolas (edicto perpetuo del 12 de febrero de 1577), esperando
la continuación de los acontecimientos en Namur.
[…] Pero Felipe II no se resignaba: envió refuerzos a don Juan de Austria, a cuyo frente iba
Alejandro Farnesio. Éste reanudó la ofensiva y obtuvo una amplia victoria sobre el ejército de
los estados generales, el 31 de enero de 1578. En el mismo momento, la opinión católica estaba
asustada por el comportamiento de los calvinistas, que no respetaban la pacificación de Gante
[…]. Guillermo de Orange, consciente del peligro, propuso a los estados generales una “paz de
religión”, pero era demasiado tarde […].
Unión de Arrás y Unión de Utrecht. Norte contra Sur
En el sur, principalmente en Flandes, el calvinismo había tomado la forma de un
movimiento democrático de tendencias igualitarias que se oponía tanto a la nobleza y sus
privilegios como a la Iglesia. Pero, al mismo tiempo, el calvinismo se había revelado como
muy intolerante. En las zonas en las que el pueblo había permanecido adicto al catolicismo, la
unión contra los calvinistas reunió a todas las clases de la sociedad […]. El 6 de enero de 1579,
los diputados de Artois, de Hainaut y Douai, crearon la Unión de Arrás sobre la base de la
pacificación de Gante[, sabiendo que podían contar con amplios apoyos en Brabante y el
sudeste de los Países Bajos] […].
Los calvinistas replicaron con la constitución de la Unión de Utrecht (23 de enero de 1579),
que agrupaba a todas las provincias del norte […], además de Amberes. El sucesor de Don Juan,
Alejandro Farnesio, iba a manifestarse como un jefe militar y un espíritu político de primer
orden, y habría podido obtener una victoria total si no se hubiera visto obligado a intervenir en
Francia en diversas ocasiones (1590 – 1592). Se firmó la paz de Arrás (mayo 1579), que
aceptaba los principios de la pacificación de Gante, preveía la partida de las tropas españolas
seis meses después del restablecimiento de la paz y prometía que los puestos importantes de la
administración se reservarían a los nacionales. Alejandro Farnesio podía comprometerse en este
sentido tanto más cuanto que la nobleza del Sur había tomado partido por el catolicismo; y de
hecho, la paz de Arrás impedía la práctica del culto protestante […].
La secesión del país estaba contenida en los acontecimientos de 1579, de la misma forma
que a la cabeza de Guillermo de Orange se le había puesto precio. El príncipe respondió por
medio de la Apología dirigida a los estados generales, en la que apelaba a la soberanía nacional
contra Felipe […]. Intentando una última maniobra, propuso ofrecer la corona a otro príncipe,
por ejemplo, el duque de Anjou, hermano de Enrique III, que aceptó y realizó su juego personal
en 1582 – 1583, pero fracasó. Durante este tiempo, Alejandro Farnesio daba la medida de su
talento […]. A partir de 1584 su tarea se vio facilitada por la desaparición de Guillermo de
Orange […].
Alejandro Farnesio había emprendido la reconquista de las provincias del norte cuando fue
detenido en plena victoria por la orden de ir a levantar el sitio de París, asediado por las tropas
de Enrique de Navarra. Desde entonces, la suerte de las armas le resultó menos favorable: los
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estados generales del Norte renunciaron por fin a la ficción de la legitimidad que les hacía
buscar la garantía de un príncipe extranjero y, a partir de 1588, se organizaron con sus propias
fuerzas bajo la dirección de Mauricio de Nassau, hijo de Guillermo de Orange […]. Muerto
Alejandro Farnesio en 1592 […], ninguno de sus sucesores dio prueba de cualidades
comparables a las suyas […]. En 1598 el rey de España se resignaba, al menos
provisionalmente, a la pérdida del Norte y, para mejor asegurar la posición del Sur, cedió los
Países Bajos a su hija Isabel Clara Eugenia y a su esposo, el archiduque Alberto de
Austria, lo que podía aparecer como una posibilidad de concesión de la autonomía[, con la
cláusula de que si no hubiera descendencia, como así ocurrió, estos territorios retornarían a
España]. Los españoles conservaban sus guarniciones en las plazas fuertes de las fronteras. La
tregua de los Doce años (1609) y los tratados de 1648 sancionarían la situación de hecho de
1598.
[…]
8.6. El mundo báltico: el fin de la unión de Kalmar y la lucha por la hegemonía
(FLORISTÁN, 163 – 165, 232 – 234, 240 – 241)
3. Las Monarquías del norte de Europa: Dinamarca – Noruega y Suecia
Hasta comienzos del s. XVI, las coronas de Dinamarca, Noruega y Suecia formaban la
Unión de Kalmar, aunque cada país tenía plena autonomía. Esta unión terminó violentamente
en 1521. El rey Cristián II [(1513 – 1523)] pretendió romper las condiciones de Kalmar, lo que
provocó una sublevación general y el fin de la unión. A partir de este momento se sucede una
etapa de inestabilidad. Es elegido rey de Dinamarca Federico I [(1523 – 1533)] en 1523. Al
año siguiente fue reconocido por Noruega, pero, a su muerte, el rey destronado Cristián II y el
hijo de Federico, Cristián III [(1553 – 1559), se disputarán el trono danés. El primero contaba
con el apoyo de Lubeck, que buscaba el control del estrecho del Sund, de burgueses e incluso
de los campesinos de Jutlandia, que se habían rebelado contra sus señores. El segundo, con la
nobleza, los suecos y fuerzas de los ducados de Holstein y Schleswig. En 1537 fue coronado
Cristián III que murió en 1559. Le sucedió Federico II [(1559 – 1588)]
Durante este tiempo, Dinamarca conoció un notable desarrollo. Como en Polonia, la
monarquía y la nobleza constituían las grandes fuerzas del país, especialmente tras la Reforma.
El triunfo del luteranismo a partir de 1536 permitió el reparto de las tierras de la Iglesia, en
torno al tercio del total, entre el rey y los nobles[; aunque a diferencia de Polonia, la corona
danesa disponía de muchos más recursos económicos] […].
La nobleza formaba una sociedad cerrada. Monopolizaba los cargos administrativos y
utilizaba su hegemónica posición para someter al campesino, que vio gravemente
deteriorada su condición jurídica y su situación económica con nuevas y pesadas cargas, aunque
no llegó al extremo de su homónimo polaco. La pequeña nobleza vivía al amparo de este
sistema, que no dudaba en apoyar y defender, mientras que los burgueses permanecerán al
margen del mismo hasta mediados del s. XVII.
Dinamarca y especialmente su monarquía contarán con otro recurso económico excepcional:
el peaje del Sund, que proporcionará ingresos cuantiosos. Todo ello permite a la monarquía
disponer de un potencial excepcional que utilizará en crear una administración central y su
funcionariado, en organizar la navegación creando un código marítimo y en engrandecer
sus ciudades. Federico II pudo con sus barones controlar Noruega, cuya autonomía fue
respetada. Noruega, diezmada por la peste negra y desprovista de nobleza, era un pueblo de
marinos, pescadores y habitantes de los bosques sin pretensiones marítimas.
En 1593, cuando Cristián IV [(1588 – 1648)] empieza su reinado, Dinamarca se ha
convertido en la primera potencia del norte. El auge del comercio por el Báltico permitió que el
peaje del Sund proporcionara los dos tercios de los ingresos del Estado, y dio al monarca un
extraordinario potencial.
Suecia había protagonizado varias revueltas con el propósito de romper la Unión de Kalmar.
De los tres socios, los suecos nunca se habían sentido identificados con la unión. La torpe
política de Cristián II favoreció sus propósitos de romper con un statu quo con el que nunca
habían estado de acuerdo. En 1523, la Dieta de Sneugnäss reconoció rey de Suecia a Gustavo
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 8
[I] Vasa [(1523 – 1560)], uno de los responsables de la sublevación de Dalecarlia, aunque no
pudo consolidarse en el poder hasta 1527. Pero aún entonces no lo tuvo fácil. Durante unos años
debió hacer frente a los partidarios de Cristián II y a otra serie de rebeliones protagonizadas por
la aristocracia, el campesinado y el clero. Sólo después de 1532 pudo desarrollar su plan de
gobierno. Creó una administración central mientras hacía sentir la presencia real en las
provincias a través de representantes, con frecuencia burgueses, enviados desde la corte. Entre
sus mayores éxitos, en este mundo de reyes electos, debe apuntarse el haber conseguido que la
Dieta de Orebrö otorgase en 1544 la condición de hereditaria a su monarquía. Su apoyo a
Cristián III contra los hanseáticos le permitió liquidar en 1536 los privilegios comerciales que
había concedido a Lubeck en 1523 en compensación del dinero que le había prestado para la
lucha contra Cristián II. Paralelamente impulsó la Reforma protestante, que le permitió
quedarse con las tierras de la Iglesia aproximadamente el 20 % del total, y con ellas gozar de
unos recursos que le garantizaban un poder real fuerte. Quizás la sociedad sueca era más
parecida a la occidental que la danesa y, sobre todo, que la polaca. La importancia de la nobleza
era, como en el resto de Europa, incuestionable, pero la burguesía desempeñaba su papel y los
campesinos se habían mostrado agresivos en la defensa de sus derechos.
Durante el s. XVI Suecia experimentó un notable crecimiento económico y una presencia
cada vez mayor en el comercio exterior con la exportación de hierro, cobre, mantequilla y
pieles. Sin embargo, su desmedida presencia exterior y sus debilidades internas le impidieron
desempeñar un papel importante en la región hasta el s. XVII. Los descendientes de Gustavo
Vasa practicaron una política exterior ambiciosa que hipotecaron durante años el futuro de la
monarquía y de la propia Suecia. Erik XIV (156[0] – 156[8]) se enfrentó a Dinamarca y
Polonia en la llamada guerra de los Siete Años (1563 – 1570). Fue destronado por la nobleza,
que nombró en su lugar a su hermano Juan, duque de Finlandia, que reinó como Juan III
[(1568 – 1592)]. El nuevo rey tuvo que recompensar a la nobleza confirmándole sus privilegios
y liquidar la política de su hermano. Una fuerte indemnización y la isla de Gotland fueron el
precio de la paz de Stettin. La experiencia no sirvió de mucho. Poco tiempo después disputaba
Ingria y Carelia a Rusia. En el interior, los avances de la Contrarreforma apoyada por Juan III
provocaron la división del país a favor del monarca o de su hermano Carlos, quien acabó
venciendo. Primero se enfrentó a su rey y más tarde a su sobrino Segismundo, que por entonces
era rey de Polonia. Se proclamó regente en 1595 y rey en 1600.
[…]
4.5. La primera guerra por el dominio del Báltico
El espacio báltico fue en la primera parte del s. XVI testigo de notables cambios, que
afectaron a su estructura de poder y que desembocaron en una confrontación general,
desarrollada –con no pocas intermitencias— entre 1558 y 1582 […].
Durante la primera mitad del quinientos había tenido lugar la crisis de tres formaciones
medievales: la Unión de Kalmar, la Hansa y la Orden Teutónica. Creada a finales del s. XIV,
por la asociación de las coronas de Noruega, Suecia y Dinamarca, la Unión de Kalmar sufrió la
amputación de Suecia, de la que fue proclamado rey Gustavo [I] Vasa (1523) tras vencer en su
enfrentamiento con Dinamarca, rectora de la Unión. A partir de entonces quedó establecido en
el Báltico un auténtico dualismo sueco – danés. Por otra parte, la Hansa, asociación de
ciudades mercantiles, que había ejercido desde sus orígenes en el s. XII una especie de
monopolio sobre el comercio báltico al distribuir los productos que llegaban por el eje Venecia
– Augsburgo – Lübeck, entró también en crisis por la conjunción de dos fenómenos
interrelacionados: los grandes descubrimientos geográficos (con el establecimiento del nuevo
eje económico Sevilla – Lisboa – Amberes – Copenhague y la consiguiente penetración en el
Báltico de mercaderes occidentales, sobre todo holandeses) y el impulso hacia el mar de los
estados ribereños (replegados antes en una economía agropecuaria, se opondrían con éxito a
las tendencias monopolistas de la Hansa). Asimismo, prosiguió el desmoronamiento de las
propiedades de la Orden Teutónica. Fundada a fines del s. XII sobre la base territorial de
Pomerania, se había unido en la primera mitad del s. XIII a los Hermanos de la Espada (que
aportaron Livonia y Curlandia), conquistando después Prusia y Estonia. Tras la pérdida de
Pomerania, a fines de la Edad Media, el ducado de Prusia secularizado se convirtió en vasallo
Javier Díez Llamazares
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TEMA 8
de Polonia en 1525. Fue precisamente la crisis de la Orden Teutónica la que provocó la
primera guerra por el dominium maris baltici. La riqueza agrícola de sus territorios de la
cuenca oriental del Báltico (Estonia, Livonia y Curlandia) y el hecho de controlar el comercio
ruso con Occidente despertaron las apetencias de las principales potencias bálticas. Las
enfrentadas Dinamarca y Suecia, por un lado, y las también rivales Polonia y Rusia, por otro,
trataron de recoger la herencia de los caballeros teutónicos. Para Dinamarca, vigía de los
estrechos entre el Mar del Norte y el Báltico, ocupar tierras en la cuenca oriental de este mar
significaba apoderarse de las fuentes del comercio ruso; para Suecia y Polonia, además de ello,
representaba su prolongación territorial hacia el Sur (en el caso de Suecia, de la que dependía
Finlandia) o hacia el Norte (por lo que respecta a Polonia); el mayor interés de Rusia, por el
contrario, radicaba en prescindir de intermediarios en su comercio con Occidente, obteniendo
una salida libre al Báltico. A lo largo del conflicto las alianzas entre los principales implicados
variaron, pero respetando siempre los dualismos básicos sueco – danés y polaco – ruso.
Hitos fundamentales en esta confrontación fueron la conquista del puerto de Narva en
Estonia por los ejércitos rusos de Iván IV el Terrible en 1558, la aceptación dos años después
por la Suecia de Erik XIV de la invitación de la ciudad de Reval (hoy Tallin) para que la
protegiese de los rusos, la ocupación por los daneses de Federico II de la isla de Oesel en 1561
y el ofrecimiento de vasallaje de la mayoría de Livonia y Curlandia a Segismundo II de
Polonia el mismo año. De las negociaciones que precedieron a la paz de Stettin (1570) fueron
excluidos los rusos, pero acudieron, además de los representantes de los otros países bálticos en
pugna, los de potencias no bálticas, como España e Inglaterra, demostrando así el interés que
despertaban los asuntos de aquel ámbito septentrional. Aunque las cuatro potencias bálticas
enfrentadas seguían conservando posesiones antes pertenecientes a la Orden Teutónica,
Polonia, la más beneficiada, pasaba a ejercer en el Báltico una auténtica hegemonía, que
prolongará hasta 1598 e incluso más allá, aunque ya con menos fuerza.
Sólo un año antes de que se llegara a esta solución de compromiso, por la Unión de Lublín
de 1569 se había declarado la unión perpetua de Polonia y el Gran Ducado de Lituania, que a
partir de entonces tendrían una Dieta y una capital común, que se estableció en Cracovia,
aunque antes de concluir el siglo Segismundo III la trasladaría a Varsovia. Pero en 1572 el
país habría de sortear el escollo de la extinción por línea masculina de la dinastía Jagellón a la
muerte de Segismundo II. Aunque la corona polaca era electiva, de hecho los Jagellón (al igual
que los Habsburgo en el Imperio) venían relevándose en el trono. El tema de la sucesión polaca
captó el interés de las cortes europeas, incluso de la Santa Sede, proclive a que se siguiera
extendiendo en Polonia el espíritu contrarreformista, difundido por los jesuitas establecidos en
el país durante el reinado de Segismundo II. Para las distintas sectas protestantes de Polonia, en
cambio, el elegido debía de ser, si no un protestante, por lo menos alguien tolerante con sus
creencias. Tras no pocas peripecias, y vencer el impacto que la matanza de San Bartolomé
causó, la elección recayó en el candidato francés, Enrique de Valois, duque de Anjou (mayo
de 1573), quien tuvo que comprometerse a respetar las diferencias confesionales de sus nuevos
súbditos. Después de un breve y decepcionante reinado, el monarca huyó literalmente de
Polonia nada más conocer la muerte de su hermano, el soberano francés Carlos IX (junio de
1574), que lo convertía en su sucesor. Ante la evidencia de abandono, la Dieta designó rey a
Esteban Báthory, príncipe de Transilvania (diciembre de 1575). De confesión católica, se
esforzó por difundir los principios contrarreformistas como en tiempos de Segismundo II, con
una de cuyas hijas, Ana Jagellón, contrajo matrimonio. Tolerante, sin embargo, con las
minorías protestantes de Polonia, vio en la guerra contra Rusia la mejor forma de acabar con los
problemas internos y unir a los polacos en una acción conjunta contra el enemigo tradicional.
De acuerdo con este proyecto, al comenzar el año 1578, Esteban Báthory se disponía a atacar al
zar Iván IV el Terrible.
[…]
5.6. Segismundo III, el “Felipe II del Norte”
Este segundo período se inició en el ámbito del mar Báltico en 1578 con un nuevo episodio
bélico entre Polonia y Rusia, con el que el monarca polaco Esteban Báthory confiaba reforzar la
cohesión interna del país, como se ha indicado antes. Favorable a Polonia, la confrontación
Javier Díez Llamazares
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TEMA 8
concluyó cuatro años después con el tratado de Jam Zapolski (1582), por el que Rusia
renunciaba a sus antiguas conquistas en los territorios de la Orden Teutónica, que transfería a
Polonia. Rusia, que abandonaba así su sueño de mantener su salida al Báltico y buscaba en su
expansión a Siberia una forma de paliar su derrota, se sumió sólo dos años más tarde, a la
muerte de Iván IV el Terrible (1584), en la profunda crisis de la “época de los disturbios”.
El fructífero reinado de Esteban Báthory concluyó en 1586 con su fallecimiento. La sucesión
recayó, tras la correspondiente elección, en Segismundo III Vasa, príncipe de Suecia, ante
quien se habría un largo y desigual reinado (1587 – 1632). Hijo de Juan III de Suecia y de
Catalina Jagellón, heredó en 1592 el trono sueco a la muerte de su padre. Esta unión personal
entre Suecia y Polonia, que reforzaba la posición del monarca en el Báltico, acabó causándole
graves problemas. Ferviente católico por influencia de su madre, Segismundo III llevó a cabo
una notable ofensiva contrarreformista, dirigida por los jesuitas desde la Universidad de
Cracovia, que le ha valido el sobrenombre de “Felipe II del Norte”. Su política de
intransigencia religiosa contribuyó decisivamente a cohesionar la oposición contra él, en un país
como Suecia de mayoría protestante, que además veía con recelo su postergación política en
beneficio de Polonia. Los descontentos encontraron en el luterano duque Carlos de
Södermanland, hijo menor del fundador de la dinastía Vasa Gustavo I y por tanto tío de
Segismundo III, la persona capaz de llevar a buen puerto sus deseos de independencia respecto a
Polonia. El enfrentamiento entre tío y sobrino se zanjó prácticamente con la severa derrota de
las fuerzas de Segismundo III en Stangebro (1598) […]. En 1599 Segismundo III fue
oficialmente depuesto como rey de Suecia y en 1604 –una vez concluida la guerra civil que se
desató a continuación— reconocido como tal Carlos IX. Ello no impidió que Polonia, ya en
solitario, tratase de capitalizar en beneficio propio la difícil situación por la que atravesaba su
vecina oriental, invadiendo territorio ruso y llegando a instalar tropas polacas en el mismo
Kremlin […].
[…]
(BENNASSAR, 384)
7. La crisis rusa y la guerra en el Este
[…] Sin embargo, hay que tener en cuenta los importantes hechos siguientes:
a) A favor de la “época de las perturbaciones”, después de la muerte de Iván IV, los rusos
tuvieron que ceder las posiciones conquistadas en el Oeste sobre el Báltico. Por una
parte, Polonia, que conservaba todo su impulso en la época de Esteban Bathory (1575 –
1587), volvía a ocupar Livonia y se instaló en la Rusia Blanca, en Polosk, a orillas del
Duina (1582). De 1610 a 1612 los polacos iban a llegar hasta Moscú. Por su parte,
Suecia se apoderó de Estonia, cuya posesión le fue reconocida en la paz de Tausina
(1595). También los suecos entraron en Moscú en 1610.
b) En cambio, y a pesar de los disturbios, Rusia se extendió hacia el Este, sobre todo en la
época de Boris Godunov (zar de 1598 a 1605, pero en el poder desde 1585). Se
multiplicaron los establecimientos rusos en el Volga (Samara, Saratov), en las estepas
del sur (Voronej), en los Urales (Ufa) e incluso en Siberia occidental, donde se creó el
puerto de Tobolsk en 1587. La frontera del Sur estaba fortificada, y en el Norte Rusia
arrebató la Carelia a los suecos. Esto permitió salvar lo esencial hasta que se
produjeron las grandes catástrofes (1605 – 1613).
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 9
Tema 9: La monarquía francesa. Las guerras de Religión
0.0. Sumario
9.1. La Francia de mediados del siglo XV
9.2. Las primeras reformas: Luis XI, Carlos VIII y Luis XII
9.3. La consolidación del poder real en la primera mitad del siglo XVI: Francisco I y Enrique II
9.4. Las guerras de Religión: causas
9.5. Las guerras de Religión: fases y desarrollo
9.6. El fin de la guerra y el edicto de Nantes (1598)
0.1. Bibliografía
BENNASSAR: Historia Moderna, Tres Cantos, Ediciones Akal, 2005, p. 202 – 219 (Bennassar
– Jacquart) y 326 – 348 (Bennassar – Jacquart).
FLORISTÁN: Historia Moderna Universal, Barcelona, Editorial Ariel, 2002, p. 126 – 133 (M.
Millán) y 204 – 206 (Benítez).
0.2. Lecturas recomendadas
BENNASSAR: Historia Moderna, Tres Cantos, Ediciones Akal, 2005, p. 215 – 219 (Bennassar
– Jacquart) y 325 – 326 (Bennassar – Jacquart).
FLORISTÁN: Historia Moderna Universal, Barcelona, Editorial Ariel, 2002, p. 206 – 210
(Benítez).
RIBOT: Historia del Mundo Moderno, Madrid, Editorial ACTAS, 2006, p. 267 – 269 (Barrio).
9.1. La Francia de mediados del siglo XV 1
(BENNASSAR, 202 – 215)
3. Francia
[…]
A pesar del lastre de las aventuras exteriores a las que la arrastraban las ambiciones
caballerescas de sus reyes […], prosiguió, desde 1494 (comienzo del reinado personal de
Carlos VIII) a 1559 (muerte accidental de Enrique II) su transformación en Estado moderno.
La construcción del Estado monárquico
El período contempla el paso de una monarquía paternalista, todavía medieval en muchos
aspectos, a una monarquía que ya se puede vincular al absolutismo, aunque los obstáculos y
los límites siguieran siendo importantes. Esta construcción supone una dirección firme,
sostenida por una ideología y por las instituciones, medios humanos y materiales y cierto
consentimiento del cuerpo social.
a) Los soberanos y el gobierno central. La monarquía reposa en la persona del rey […].
La concepción del poder real continúa evolucionando, bajo la influencia de juristas
antihumanistas, alimentados por la imagen ideal del Imperium romanum. A las viejas
nociones medievales del rey como primer señor y vértice de la pirámide de relaciones de
vasallaje, el Ungido del Señor, descendiente de San Luis y escogido por el santo entre
los santos, por el Justo, al que sus súbditos se pueden dirigir como a un padre, se añade
ya la idea imperial del poder absoluto, desligado de toda contingencia terrena, y la del
rey heorizado, al que sus virtudes colocan naturalmente a la cabeza del cuerpo social[;
concepción que exponen, con gran refuerzo de referencias a la antigüedad, Guillaume
Baudé, en su obra L’Institution du Prince (1518), el canciller Duprat o Jean Bodin]
1
En este epígrafe, se trata el período comprendido entre la segunda mitad del s. XV y finales del s. XVI,
es decir, todo el período de la historia de Francia en la primera parte de la Edad Moderna comprendida en
este tema, al no ser posible deslindar este apartado de los relativos al resto de epígrafes en la bibliografía
recomendada para la asignatura.
Javier Díez Llamazares
1
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 9
[…]. Pero esta evolución hacia la concepción de un poder absoluto deja subsistir, en las
ideas y en los hechos, algunas limitaciones. Como primer servidor del Estado, el rey
tiene deberes hacia la Corona y hacia sus súbditos: asegurar la buena administración
de la justicia, la prosperidad de todos y las condiciones de su eterna salvación. De
modo que no puede hacer lo que quiere, “sino solamente lo que es bueno y equitativo”.
En su actuación está sometido a las leyes de Dios, a las “buenas costumbres” y al
respeto por las “libertades naturales” de sus súbditos.
El rey debe pedir consejo antes de decidir soberanamente. Por tradición, el consejo del
rey comprende a sus parientes, a sus familiares, a sus servidores más próximos, a los
nobles, clérigos y gentilhombres. Desde finales del s. XV, las funciones propiamente
jurídicas del Consejo habían sido separadas de las funciones políticas. Pero en este
terreno, al lado del Consejo de Estado, demasiado numeroso, el rey se confía más bien a
un pequeño grupo de fieles, elegidos libremente por él sin tener en cuenta su rango. El
papel esencial corresponde a este Consejo secreto o de Affaires […].
En el gobierno central hay que señalar a los oficiales de la Corona, que amplían sus
atribuciones. El canciller¸”vicario y lugarteniente general del rey en los hechos de la
ley y la justicia”, es el personaje esencial. Guarda de los Sellos, garante de la
conformidad de las ordenanzas con las costumbres (que se acaban de poner en forma
escrita en todo el reino) y con las leyes fundamentales del reino, dispone del numeroso
personal de la Cancillería: los 120 notarios y secretarios del rey, que redactan las
actas; los maîtres de requêtes de l’Hotel, que informan ante los Consejos, forman un
tribunal ante el cual el rey trata de los procesos referentes a sus familiares y pueden ser
enviados en misiones de investigación. Su número crece al mismo tiempo que su
importancia […]. El condestable conserva poderes cada vez más amplios, ya que la
guerra es casi permanente. Pero el fortalecimiento del ejército profesional supone el
riesgo de que llegue a ser peligroso[, quedando este oficio muchas veces vacante por esta
razón] […].
El perfeccionamiento del gobierno central se señala sobre todo por la importancia
creciente de los cuatro secretarios de Finanzas, escogidos entre los secretarios del rey
por sus cualidades de discreción y eficacia. Encargados en un principio de dar forma a
las decisiones del Consejo, al que asistían, preparaban los informes, seguían los asuntos
y, cada vez más, aconsejaban al soberano. En 1547 un reglamento establece sus
atribuciones: cada uno de ellos recibe la administración de una cuarta parte del reino y el
cuidado de las relaciones con los países limítrofes de su jurisdicción […]. Primer paso
hacia la futura división por materias. En 1599 reciben el título, tomado de España, de
secretarios de Estado.
b) Los medios de acción del rey en el reino. Hay que tener en cuenta los problemas
materiales planteados por el espacio. Aunque son menos difíciles de resolver en el caso
de Francia que en el del Imperio de Carlos V, complican a pesar de todo la acción del
poder, lo mismo que la diversidad de costumbres, los privilegios de algunas
provincias recientemente sometidas al dominio real [(caso de Provenza o de Bretaña)]
[…] y la existencia de los patrimonios de los príncipes de sangre (aunque la
confiscación de bienes considerables por parte del condestable permite ejercer el poder
más directamente en todo el centro de Francia).
Para administrar el país, la monarquía dispone, a principios de siglo, de un conjunto de
cuerpos de oficiales que mezclan estrechamente las atribuciones judiciales y
administrativas y se organizan, más o menos perfectamente, en jerarquías. Los miembros
de estos cuerpos, nombrados en sus cargos por cartas reales, son inamovibles, excepto
en el caso de prevaricación o traición (a partir de 1467). Así pues, gozan de la seguridad
de su empleo y disfrutan de una independencia real en relación con el poder, pero saben
que aumentan su poder y su influencia en la medida en que intenten extender las
intervenciones reales […]. Por el contrario, el soberano multiplica estos cargos (es cierto
que los vende, lo que aumenta sus recursos) y acepta poco a poco la patrimonialidad de
los oficios […]. Los cuerpos de oficiales, aunque aseguran la administración ordinaria
con menos gastos, muestran rápidamente sus inconvenientes. Al actuar de forma
Javier Díez Llamazares
2
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TEMA 9
colegiada y lenta, escapan al control del poder, retardan o deforman la ejecución de
las órdenes reales y son sensibles a las presiones locales. Desde mediados de siglo, el
soberano busca medios más eficaces y más rápidos de imponer su voluntad al país. En
primer lugar utiliza los servicios de los gobernadores de provincia. Estos grandes
señores, en número de doce, eran, en su puesto, lugartenientes dotados de amplios
poderes: atribuciones militares, transmisión de órdenes, vigilancia de las
autoridades locales, policía general. Pero el refuerzo de su poder presentaba algunos
peligros. Ausentes muy a menudo a causa de largas estancias en la Corte, su acción era
discontinua; deseosos de conseguir una clientela local, llevaban a cabo una política
personal, y el hábito de dejar el mismo gobierno en la misma familia acentuaba
peligrosamente su influencia. En 1542 fueron revocados los poderes de los
gobernadores. Sin embargo, la institución subsistió, perdido su contenido real en épocas
normales, pero rica en posibilidades para un ambicioso favorecido por las circunstancias.
Desde hacía mucho tiempo, el rey, para llevar a buen término ciertos asuntos, utilizaba el
sistema de la comisión: poder limitado en el tiempo, el espacio y la competencia, dado a
un cortesano o a un funcionario en servicio extraordinario […]. Se tomó el hábito de
elegir a estos comisarios[, denominados como “comisarios enviados para la ejecución
de las órdenes del rey”,] entre los maîtres de requêtes de l’Hotel, a los que se enviaba en
“cabalgada” […]. En 1552 se cuenta una veintena de ellos, y sus poderes son muy
amplios: tienen que informar sobre el estado de las provincias, coordinar la lucha
contra la herejía, vigilar a los jueces y, en caso de necesidad, revisar sus sentencias;
asegurar la disciplina de las tropas y vigilar la buena administración de las
finanzas. Algunos reciben el título de intendente de justicia. Pero si bien hay que ver
en ellos el origen de los intendentes de la monarquía absoluta, hay que subrayar también
que no se trata más que de una institución extraordinaria, intermitente y que choca con la
hostilidad de las gentes.
c) Justicia, policía y finanzas […].
Justicia y administración general están aún estrechamente vinculadas. Son los mismos
hombres, dentro de la jerarquía oficial, los que se encargan de ellas. Por encima de los
prévotés royales (a veces llamados veguerías o vizcondados), que juzgan en primera
instancia, en toda la extensión de su jurisdicción, en lo civil y en lo criminal, y en
primera instancia sobre las justicias señoriales para las causas civiles y que aseguran, al
nivel más simple, la transmisión y ejecución de las ordenanzas, se encuentran l[a]s
bailías o senescalatos […]. Alrededor del baile, elegido entre la nobleza local y cuyas
atribuciones están ya limitadas a la convocatoria del bando para el reclutamiento, el
Conseil de Bailliage [–1 teniente general + 1 teniente civil (a veces) + consejeros—]
[…], es al mismo tiempo un tribunal y un órgano de administración (administración del
patrimonio real, decretos de aplicación de las actas reales, policía general). Los
parlements […] tienen un papel más importante. Formados por varias cámaras
(Peticiones, Investigación, Criminal, Gran Cámara), dotados de numeroso personal
(consejeros, presidentes, procuradores y abogados del rey), constituyen tribunales
superiores de justicia, a los que se reservan determinadas causas y a donde llegan las
apelaciones, y son también consejos de administración, que dan fuerza de ley a las actas
reales, registrándolas y vigilando su aplicación[; de entre ellos el parlamento de París
es el más antiguo y poderoso, pues representa a la antigua Curia Regis, juzga a los Pares
y tiene jurisdicción sobre un tercio del reino] […]. Constituida de este modo, esta
jerarquía se ve completada en 1552 con la creación de los présidiaux, tribunales
intermedios entre bailías y parlamentos. El refuerzo del poder real se manifiesta por la
disminución de la importancia de la justicia especial (tribunales señoriales, tribunales
eclesiásticos), por las grandes ordenanzas que intentan unificar la legislación y, sobre
todo, por la creación del Gran Consejo, forma judicial del Consejo del Rey, cuyas
sentencias tienden a imponerse a todos los tribunales.
Los observadores extranjeros […] comprueban que la fuerza esencial del rey de Francia
procede de la abundancia de sus recursos y su derecho a establecer impuestos sobre sus
súbditos sin que estos expresen su consentimiento […].
Javier Díez Llamazares
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Desde comienzos de siglo, si bien se siguen distinguiendo los recursos ordinarios (el
patrimonio real propiamente dicho, los derechos señoriales del soberano y los derechos
de regalía) y los recursos extraordinarios, como los impuestos, no hay que dudar del
carácter permanente y esencial de estos últimos […]. El sistema fiscal de la monarquía
comprende un impuesto directo, la taille, que pesaba sobre los plebeyos y se cobraba en
el marco de las parroquias, al que se añadían “aumentos” proporcionales, un impuesto
sobre el consumo de la sal, la gabela, y numerosas tasa[s] indirectas sobre el consumo y
los intercambios, las ayudas [(sólo la taille se percibe directamente, el resto de
impuestos y las rentas del patrimonio son arrendados)] […].
A principios de siglo, la administración financiera refleja, en su complejidad, la
distinción artificial de los recursos. La administración de las finanzas ordinarias es
confiada a los recaudadores de las bailías en su jurisdicción: percepción o
arrendamiento de los derechos, control local de los gastos. Los excedentes se envían a
los cuatro tesoreros de Francia, uno por généralité […]. Cuatro Généraux de finances
dirigen esta administración. El vínculo entre los dos sistemas está asegurado por la
reunión periódica de los cuatro tesoreros que establecen la estimación anual de las
recaudaciones y situación real al finalizar el ejercicio. Su poder es considerable:
procedentes de las mismas familias, unidos por el interés y por numerosos matrimonios,
desempeñan el papel de prestamistas, hacen adelantos al soberano y se enriquecen
escandalosamente […]. La administración financiera se completa por medio de
jurisdicciones especializadas: Chambre des Comptes, en número igual al de los
parlamentos, Cour des Aides […] y Cour du Trésor.
En 1523, Francisco I empezó a reformar este edificio demasiado complejo e ineficaz en
tiempos de necesidad y falto de organización de la tesorería. Se suprimió el colegio de
los generales y de los tesoreros y el Consejo del rey se convirtió en el órgano
supremo […]. Los impuestos pasaron simbólicamente a las fuentes ordinarias, bajo la
gestión contable del trésorier de l’Epargne (1524), aunque los recursos extraordinarios
(especialmente los beneficios de la venta de oficios) dependían del receveur général des
Parties casuelles. Después de 1547, los movimientos de fondos fueron vigilados por dos
controladores generales de Finanzas (uno solo después de 1554). Si bien la dirección
de las finanzas estaba centralizada al más alto nivel, es decir, el del rey en su Consejo,
las operaciones estaban ampliamente regionalizadas, para evitar las transferencias
incómodas de fondos, por la creación, en 1542, de dieciséis recettes générales que
dividían el reino en otras tantas généralités. La reforma se completó en 1552 por la
formación de los bureaux de finances en cada una de las circunscripciones que se
convirtieron más tarde en las jurisdicciones de la intendencia. Los fondos recaudados se
reunían en la généralité, utilizada para regular todos los gastos regionales, antes del
envío de los excedentes al Trésor de l’Epargne.
Estas profundas reformas se ven acompañadas, a todo lo largo del período, de un
refuerzo de la fiscalidad[: triplicación de la taille, creación de nuevos impuestos o
aumento de la gabela] […]. Estas fuentes, aumentadas, siguieron siendo insuficientes y
justificaron el recurso a los expedientes[: ventas de oficios, costosos prestamos
solicitados a banqueros o emisión de rentas] […].
d) Monarquía y grupos sociales. En línea con la política trazada a finales del s. XV, el
soberano se esfuerza en reducir el papel de los cuerpos intermedios, que podrían
limitar su libertad de decisión, y en someter a los diferentes grupos de la sociedad.
Desde 1484, y su tentativa para obtener reuniones periódicas, no se vuelven a convocar
los estados generales […]. Son reemplazados por asambleas de notables elegidos por
el rey. Los estados provinciales ven sus poderes reducidos [al igual que en el caso del
parlamento de París] […]. Pero subsiste una amplia autonomía administrativa al
nivel de las comunidades aldeanas y urbanas.
La nobleza, antigua o moderna, es a la vez mimada, honrada y controlada. El gran
aumento de los efectivos de la corte no es más que una manifestación de prestigio.
Permite conseguir, por medio de cargos honoríficos, de dones y pensiones, una clientela
noble, más fácil de vigilar. El favor real se convierte en un elemento esencial […]. A
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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pesar de todo, la riqueza y las vastas posesiones de [algunas grandes familias nobles,
como los Albret – Navarre] […] son otros tantos peligros para la autoridad real […].
El control sobre el clero, preparado desde hacía tiempo por la vigilancia de las
elecciones episcopales, se ve asegurado por el concordato de Bolonia (1516), que
concede al rey la disposición de los principales beneficios […] y reserva al papa la
investidura canónica. Los beneficios se convierten en un medio de recompensar a un
servidor, de ayudar a una familia fiel […]. Si bien la vida religiosa se resiente de ello, la
monarquía obtiene un poder suplementario.
Como en los siglos anteriores, la monarquía sabe al mismo tiempo halagar a la
burguesía y utilizarla. Se favorece su ascensión social por la venta de oficios que
permiten pasar del ejercicio del comercio al servicio del rey, se cierran los ojos ante las
compras de feudos y de señoríos que conducen naturalmente a la usurpación de la
nobleza y se ayuda a las empresas de los comerciantes. Pero estos favores tienen como
contrapartida la reducción de las libertades municipales (práctica del candidato oficial)
y las exigencias financieras.
En cuanto a las masas populares, todos los grupos sociales dominantes tenían el mismo
interés en mantenerlas en la obediencia. La monarquía no tuvo que hacer frente a
ninguna sublevación de envergadura, excepto las revueltas antifiscales del sudoeste entre
1543 y 1548 […]. En realidad, parece tener lugar, por encima de los particularismos
provinciales, un oscuro sentimiento de vinculación a la persona real o de patriotismo.
[…]
Prosperidad económica y evolución social
[…] Hasta 1540 se puede considerar que la prosperidad va acompañada de un
crecimiento relativo y de una transformación, limitada, pero real, de las mentalidades y de
las estructuras.
En la base de esta prosperidad se encuentra, como en toda Europa, el crecimiento
demográfico, el impacto de las nuevas técnicas, la ampliación de mercados, el flujo monetario y
el desarrollo de la noción de beneficio. Pero el grado de evolución de la economía francesa
permanece bastante retrasado en relación con los Países Bajos, con las viejas ciudades italianas
e incluso con los jóvenes polos de desarrollo que se crean en Alemania e Inglaterra.
La riqueza esencial del país procede de su agricultura, de la cantidad y variedad de sus
productos. Es ella la que sostiene el edificio económico y social, asegurando la subsistencia de
una población en rápido crecimiento, ocupando al mayor número de hombres y proporcionando
las rentas de todos los beneficiarios del régimen señorial.
Parece cierto que la producción fundamental, la de los granos, aumentó sensiblemente, al
menos hasta 1530 – 1540 […] ¿A qué atribuirlo? Los métodos de cultivo no se modifican. La
prosperidad de la ganadería en los primeros decenios permite abonos más regulares y, quizá,
una ligera mejoría del rendimiento medio. Queda la puesta en cultivo de nuevas tierras [–p.ej.
desecamiento de pantanos en el oeste atlántico o roturación de lindes forestales (lo que lleva al
soberano a tomar medidas para proteger las zonas forestales)—] […]. Conquistas limitadas, y
cuya rentabilidad decrece rápidamente.
Los progresos habría que buscarlos, como a finales del s. XV, en el desarrollo de cultivos y
actividades especulativas, allí donde el mercado lo permite. El viñedo gana aún más terreno[:
distinguiéndose un viñedo de calidad, productor de vinos que se exportan, y un viñedo más
popular, abastecedor de vinos en los mercados urbanos franceses] […]. Asimismo, el olivo gana
terreno en el Languedoc y en Provenza. Por el contrario, en el oeste de Francia tiende a
desarrollarse la ganadería en las praderas naturales y las landas, mientras que los extrarradios,
sobre todo alrededor de París, hacen de “cebadores” […]. Igualmente, los cultivos industriales
(cáñamo y lino, plantas tintoreras) mejoran la rentabilidad del suelo.
La influencia del naciente capitalismo sobre la vida agrícola se nota en un nuevo deseo de
beneficios, de mejor utilización del suelo y de adaptación a las nuevas necesidades del
mercado. Se nota sobre todo porque la inversión se lleva a cabo de forma diferente. Desde
hacía mucho tiempo, la adquisición de la tierra, y especialmente de la tierra de los nobles, era,
para los ciudadanos enriquecidos por el comercio, una inversión y un medio de promoción
social. La novedad reside en la nueva amplitud del fenómeno: mientras que los funcionarios
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 9
reales buscan feudos y señoríos, los comerciantes y artesanos se lanzan a la conquista de tierras
a censo que venden los campesinos más pobres. El fenómeno se limita de modo natural a las
inmediaciones de las ciudades […]. Esta política de compras se orienta a la constitución de
patrimonios, formando otras tantas células de explotación rentables, si es posible, reunidas
[…].
Esta creciente influencia de la ciudad sobre los campos que la rodean, que completa el
control de la Iglesia y de la nobleza sobre una amplia proporción del suelo, conduce
naturalmente al desarrollo del aprovechamiento indirecto. Si la aparcería, en la que el
propietario aporta la mitad del capital de explotación, aparece como una forma bastante
conservadora, el arrendamiento rústico […] supone, en el mismo seno del campesinado, la
existencia de un grupo de “labriegos” provistos del material, de la cabaña, de la experiencia y
de los capitales necesarios para la revalorización de grandes granjas […]. Estos explotadores
aparecen como empresarios, más apegados a su arrendamiento que a sus propios bienes.
Abiertos al mercado, vendedores de grano y de ganado, ofrecen trabajo a los campesinos peor
situados y acumulan las ocasiones de beneficios haciéndose receptores de diezmos o de
derechos señoriales. Tienden, de este modo, a dominar el mundo campesino. Pero todavía no
se los encuentra más que en algunas provincias privilegiadas. En todos los demás sitios
predomina la pequeña explotación, la pequeña propiedad y la sociedad aldeana se ve menos
contrastada.
[…]
Igual que la producción agrícola, la producción artesanal aumentó de 1500 a 1550, lo
mismo que había ocurrido en el medio siglo anterior […]. Al lado de las ya tradicionales, este
período se caracteriza por el desarrollo de actividades nuevas, destinadas al abastecimiento de
productos hasta entonces importados o exigidos por el mercado. Hemos señalado más arriba la
extensión de la pañería ligera y de la hilatura, fenómeno europeo que afecta al norte de
Francia. Hay que asignar un puesto especial a la industria de la seda. Introducida en Tours por
Luis XI hacia 1470, se desarrolla rápidamente gracias a la presencia de la corte en el valle del
Loira […]. El interés de esta industria consiste en que pone de manifiesto el papel desempeñado
por el poder en materia económica: subvenciones y monopolios de fabricación. Lo mismo se
verá en la fabricación del cristal de lujo […]. Igualmente se comprueba el desarrollo de las
forjas en todas partes donde se encuentran reunidos río, mineral y bosque[: si bien, en 1560, la
producción es importante, pero de calidad mediocre debido a unos minerales menos ricos y a
unas técnicas menos evolucionadas] […].
La pequeña empresa, de horizontes limitados, que produce poco, y sólo moviliza escasos
capitales, predomina ampliamente. Los fenómenos de pre – capitalismo siguen siendo
excepcionales en la fase de la producción […]. En Francia, como en otras partes, se observan
las formas nuevas en la fase de la comercialización. En realidad, el sistema de gremios, en su
diversidad geográfica y jurídica, podía aparecer como un obstáculo para el desarrollo de la
producción. En su esfuerzo por controlar el máximo de actividades nacionales, la monarquía
interviene para intentar unificar la condición de las empresas y alinearlas en el estatuto de los
oficios jurados. Se dispusieron varias ordenanzas en este sentido, pero sin gran éxito.
En realidad son los progresos de los intercambios los que marcan mejor el paso a una
economía más abierta y los que permiten la acumulación de capitales. En este terreno Francia
no tenía las tradiciones de las ciudades italianas o flamencas. Las técnicas comerciales
siguieron siendo arcaicas durante todo el siglo: escasa utilización de la contabilidad por partida
doble, de las letras de cambio y pequeño tamaño de las empresas. Pero el horizonte comercial
se ve ampliado bajo el impulso de hombres de negocios y de marinos atrevidos. Los progresos
más notables tienen lugar en el Mediterráneo, en dirección a Levante y a las costas berberiscas
[…].
Pero el Atlántico y las nuevas tierras atraen igualmente a los capitales y a las empresas. A
pesar de la vigilancia de españoles y portugueses, los marinos franceses toman parte en los
viajes de los descubrimientos [(p.ej. la expedición de Verrazzano o la partida de Jacques
Cartier hacia las costas de América del Norte), con unos éxitos bastante limitados y siendo
generales los fracasos en este período] […]. El imperio español estaba bien defendido, pero no
lo suficiente como para que no tuviera lugar la competencia y el contrabando, justificados por
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 9
los conflictos entre los dos países. Quedaban las fabulosas Indias [–p.ej. la expedición a Oriente
de los hermanos Parmentier, empresa patrocinada por el armador Jean Ango, de Dieppe; y
Verrazzano, que no llegó a China, pero sí a Sumatra (viaje sin futuro inmediato, pero que
suponía el inicio de las futuras empresas indias)—] […].
Sin embargo, hay que pensar que el gran volumen del comercio exterior del país sigue
realizándose en las direcciones tradicionales: Países Bajos, Italia, España, Inglaterra.
Las formas de la nueva economía se notan mejor en los progresos del crédito y su
organización. El desarrollo de la banca es un elemento importante. Al lado del papel original
de los funcionarios de finanzas, que utilizan los fondos públicos o que obtienen de sus funciones
posibilidades de crédito, se crean o se refuerzan numerosas bancas. La plaza de Lyon, mercado
importante de capitales a causa de las ferias, agrupa a la mayor parte de estos establecimientos[,
que en su mayoría están en manos de italianos o de alemanes] […]. Este dominio extranjero
sobre el mercado del dinero es un signo del retraso francés en este terreno.
Por el contrario, Francia, junto con Castilla, es la iniciadora del crédito público entre los
grandes Estados […]. La burguesía ve inmediatamente en ello una buena inversión, con la
garantía de la capital [(Ayuntamiento de París)]. Las desilusiones (quartiers retrantranchés)
vendrán más tarde […]. La renta constituida, creada por contrato entre dos particulares, tiene
igualmente gran éxito. A pesar de las precauciones exigidas por el derecho civil […] adquiere
suficiente flexibilidad para convertirse en un instrumento de crédito. Pero su misma extensión
demuestra la preferencia de los poseedores de capitales en Francia por las rentas fijas más que
por las inversiones. Y la compra de oficios, si bien es un instrumento de promoción social de la
burguesía, inmoviliza una cantidad importante de créditos[; esto concuerda muy bien con la
denominada “traición burguesa” (F. Braudel), rasgo predominante en la sociedad francesa
caracterizado por el abandono de la tradicional actividad económica por el servicio al rey (lo
que desembocará posteriormente en su entrada en la nobleza)].
[…]
La prosperidad económica y el equilibrio social del reino de Francia se resienten, después
de 1540, del malestar general, consecuencia de una coyuntura menos favorable[:
superpoblación, imposibilidad técnica del aumento de las subsistencias, primeros efectos de
desequilibrio monetario y el peso de las continuas guerras sobre el presupuesto estatal] […].
Las víctimas son los más pobres. En el campo aumenta el número de campesinos
condenados por la exigüidad de su explotación a endeudarse y a enajenar una parte de su escaso
patrimonio. Pero donde más se notan las tensiones sociales es entre las gentes de oficio. En el
momento del estancamiento, los salarios reales están orientados a la baja, o se mantienen,
mientras que los precios suben y el desempleo crece. Muchos obreros van a engrosar la masa
permanente de mendigos y vagabundos. Así, las grandes ciudades se convierten en teatro de
conflictos sociales de caracteres muy modernos […]. El poder se alinea del lado de los
patronos, deseoso ante todo de mantener el orden en un momento de conflictos exteriores y,
también, de problemas interiores, planteados por la extensión de la Reforma.
9.2. Las primeras reformas: Luis XI, Carlos VIII y Luis XII
(FLORISTÁN, 126 – 129)
1. La estructuración de la Monarquía francesa durante la primera mitad del siglo XVI
1.1. La organización de la Monarquía durante los reinados de Carlos VIII y Luis XII (1483
– 1515)
Luis XI murió el 30 de agosto de 1483, sucediéndole en el trono su hijo Carlos VIII, quien,
tras quince años de reinado, murió sin descendencia el 7 de abril de 1498. Esta vez, la Corona
recayó en su tío Luis, de la Casa Valois – Orléans. Nada más ser proclamado rey, Luis XII
hizo anular su primer matrimonio con Juana, hija de Luis XI, e, inmediatamente después, se
casó con Ana de Bretaña, viuda de Carlos VIII; de esta manera conservaba el ducado bretón y
conseguía mantener unida Bretaña a la Monarquía francesa. Ambos monarcas, Carlos VIII y
Luis XII (muerto en 1515) dejaron fama entre sus súbditos de haber sido “reyes buenos”; es
más, este último fue aclamado en la Asamblea de notables de 1506 como “padre del pueblo”.
Se pueden alegar numerosas razones para explicar el surgimiento de esta opinión (no exigir
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 9
mayores tributos, dar posibilidad de triunfo a los ambiciosos, etc.), pero considero que la más
importante fue la integración que ambos llevaron a cabo de las elites dirigentes en los
organismos de gobierno de la Monarquía.
Los principales organismos e instituciones de gobierno de la Monarquía francesa habían
nacido durante el s. XV y en su mayor parte eran organismos colegiados que respondían a esa
necesidad por parte del monarca de contar con las elites dirigentes del reino para gobernar. Los
principales fueron:
1. El Consejo Real fue un organismo único con competencias universales. Sin duda, sus
componentes formaban una oligarquía política (su número osciló entre 30 a 60
personas) entre los que se encontraban príncipes de sangre, grandes linajes del reino,
intelectuales y, por supuesto, el clero. A veces, para discutir asuntos específicos, el
monarca se reunía con un pequeño grupo de consejeros, al que se denominaba Conseil
étroit, sin que derivase en un organismo distinto con vida autónoma, excepto en el
campo de la justicia, en el que una parte del Consejo se especializó desde los tiempos de
Carlos VIII, siendo organizado por las Ordenanzas de 1497 y 1498 bajo la forma
denominada Grand Conseil, pues los consejeros recibían una autoridad igual a la de los
oficiales del Parlamento.
2. Los tribunales estaban constituidos por un conjunto de oficiales del rey, que ostentaban
su poder por delegación real, y estaban especializados en justicia o finanzas. Se
denominaban soberanos porque juzgaban en última instancia.
Los Parlamentos. Cuando Carlos VIII llegó al trono, había cinco Parlamentos[, a los
que Luis XII agregaría otros dos] […]. Estos eran tribunales que juzgaban, en grado
de apelación, los asuntos enviados por las jurisdicciones inferiores y en primera
instancia ciertas causas particulares. Los Parlamentos tenían otras atribuciones, tales
como algunas competencias administrativas, registraban las Ordenanzas y leyes
reales y también realizaban las críticas y quejas al rey bajo la forma de
remontrances.
Los tribunales de finanzas. En primer lugar, estaba la Cámara de cuentas de París
[(aunque también existía este organismo en otras ciudades)], que verificaba las cuentas
de los oficiales contables y juzgaba los litigios concernientes a ellos […]. Además,
existía en París la Cour des aides [(también existen en Rouen y Montpellier)] […] y que
se ocupaban de registrar los edictos concernientes a los impuestos, los que modificaban
la situación fiscal, juzgaban los procesos relativos a la repartición, percepción, etc.
Relacionada con la Cámara de cuentas hasta 1552, se encontraba la Cour des monnaies,
que registraba la ordenanzas concernientes a las monedas, trabajos de fabricación, etc.
Finalmente, la Cour du Trèsor era un organismo que se encargaba de la administración
y poseía jurisdicción sobre los recursos del dominio regio. Todos estos tribunales, por la
imbricación de sus funciones administrativas y judiciales, pero sobre todo porque las
decisiones reales eran debatidas en su seno, se consideraban los guardianes del reino.
3. Las Asambleas representativas. Estas asambleas (Estados generales y provinciales,
asambleas de notables) constituían los lugares por excelencia de diálogo entre el rey y
los súbditos. La representación que ellas aseguraban era cualitativa y no cuantitativa;
por eso, sus miembros pertenecían a las elites del reino que por su posición social,
riqueza y competencia, parecían las más aptas para explicar al rey los problemas más
acuciantes de la Monarquía.
Los Estados Generales estaban constituidos por los delegados de los tres órdenes o
estamentos. Hasta la segunda mitad del s. XVI, solamente fueron convocados durante la
minoría de edad de Carlos VIII (del 15 de enero al 14 de marzo de 1484) en Tours.
Carlos VIII y Luis XII no quisieron reunirlos, sino que prefirieron consultar a sus
súbditos a través de asambleas más reducidas y manejables, tales fueron: las asambleas
de notables y los Conseils élargis. Los Estados provinciales, que poseyeron las
grandes provincias periféricas [(p.ej. Bretaña o Borgoña)] […], al igual que los
territorios pirenaicos [(p.ej. Foix o Baja Navarra)] […]. Los Estados de Guyena
tuvieron una existencia periférica hasta su reforma en tiempos de Enrique II. Estaban
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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compuestos por los representantes de los tres estamentos y eran convocados por el rey;
su función principal era la de votar impuestos.
Los teóricos de la nueva Monarquía. El teórico que mejor expresó la constitución de la
Monarquía francesa de la época fue Claudio Seyssel (1450 – 1520) en su obra La Grand
Monarchie de France (1519). De origen saboyano, Seyssel pasó largos años de su vida al
servicio de los reyes de Francia (sobre todo de Luis XII) en tareas administrativas, diplomáticas
y episcopales, poniendo por escrito sus experiencias y reflexiones en su retiro final. A pesar de
los inconvenientes que denunciaba, considera que la Monarquía es la mejor forma de
gobierno, si bien el poder real debe estar sujeto por tres frenos: las obligaciones de la
conciencia del rey (carácter cristiano de la Monarquía), los Parlamentos y las buenas leyes y
costumbres. No delimita con precisión los poderes del rey ni de los parlamentos y la
constitución de la Monarquía (leyes y costumbres) presenta las mismas ambigüedades; afirma
que el rey no puede derogar la Ley Sálica, pero define cuáles eran las leyes fundamentales del
reino. Está persuadido que la estructura de la sociedad asegura a cada cual el lugar que le
corresponde y cree que los privilegios de los órdenes o estamentos aseguran un equilibrio
contrario a toda tiranía. En resumen, defiende una Monarquía “corporativa” (a semejanza del
cuerpo humano) en la que el príncipe representa la cabeza muy de acuerdo con esa idea de
participación de los monarcas mencionados.
Política de Carlos VIII y Luis XII. La política llevada a cabo por Luis XI permitió a la
monarquía francesa recuperarse del desgate producido por la denominada “Guerra de los Cien
Años” y anexionar –al final de su vida— una serie de territorios que ensancharon la Monarquía
[(p.ej. las provincias de Anjou y la Provenza, o la Picardía y el ducado de Borgoña)] […].
El problema más agudo que heredó Carlos VIII fue el ducado de Bretaña, que permaneció
independiente de la corona francesa. En 1488 murió el duque Francisco II dejando el ducado a
su hija Ana. Carlos VIII invadió el territorio y sólo consintió retirar su ejército una vez que la
heredera se casara con él. El tratado de Laval sellaba este matrimonio; a cambio, el monarca se
comprometía a respetar la autonomía de Bretaña. Fue entonces cuando Carlos VIII emprendió
su campaña de Nápoles, resucitando los derechos de los duques de Anjou al reino de las Dos
Sicilias. La petición de ayuda de Ludovico el Moro, duque de Milán, le decidió a atravesar los
Alpes. Desde su comienzo, la expedición a Nápoles le supuso grandes sacrificios: para mantener
en paz a Inglaterra, le pagó gruesas indemnizaciones (tratado d’Etaples); por la misma razón
se vio obligado a entregar el Rosellón y la Cerdaña a Fernando el Católico (tratado de
Barcelona) y el Franco Condado, Artois y Charolais al emperador Maximiliano (tratado de
Senlis). Francia cedió buena parte de lo que había obtenido de la herencia borgoñona y, como
consecuencia, la frontera nordeste del reino se vio comprometida durante siglos.
Luis XII no cambió la política de su antecesor y a las ambiciones por conquistar Nápoles
unió también la de anexionarse el ducado de Milán, donde entraba el 2 de septiembre de 1499;
ahora bien, en Nápoles era vencido por los españoles en las batallas de Ceriñola (28 de abril de
1503) y Garellano (29 de diciembre del mismo año), por lo que, el 4 de febrero de 1504,
firmaba la tregua de Blois con la que pretendía contentar a todo el mundo: el reino de Nápoles
lo daba a los españoles, el Milanesado a los franceses, al mismo tiempo que prometía a su nieta
Claudia con el nieto de Maximiliano, Carlos de Gante.
Con todo, los españoles no fueron los únicos enemigos de Luis XII en Italia. En 1503 había
sido nombrado papa el cardenal Della Rovere bajo el nombre de Julio II. Su obsesión era
imponer su dominio en Italia y expulsar de la península a los franceses. Para ello, propuso al
emperador Maximiliano formar una liga contra Venecia, a la que quería arrebatar Rávena,
Rímini y Faenza. Es la liga de Cambrai de 1508, pues el pretexto oficial era la lucha contra los
turcos. Florencia se adhirió, mientras que el rey de Francia se dejó arrastrar y puso tal celo que
hizo todo el trabajo, derrotando a los venecianos en 1509, con lo que el papa se apoderó de las
ciudades que pretendía. Poco después, se formó otra vez la Liga (con Venecia, Aragón, los
cantones suizos y, finalmente, Inglaterra), esta vez para expulsar a los franceses de Italia. La
contienda tuvo tintes teológicos porque Luis XII convocó el concilio de Pisa en noviembre de
1511, que no autorizó el papa. En respuesta, Julio II convocó el V concilio de Letrán en la
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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primavera de 1512. A partir de entonces, Luis XII entró en una dinámica de fracasos: comenzó
venciendo en la batalla de Rávena (11 de abril de 1512), pero fue vencido por los suizos en
Novara (5 de junio de 1513) perdiendo el Milanesado; los aragoneses conquistaron la alta
Navarra, mientras los ingleses, aliados de los imperiales, vencían en Guinegatte, cerca de San
Omer.
9.3. La consolidación del poder real en la primera mitad del siglo XVI: Francisco I y
Enrique II
(FLORISTÁN, 129 – 133)
1.2. El nuevo estilo de la Monarquía de Francisco I (1515 – 1547) y Enrique II (1547 – 1559)
Luis XII contrajo matrimonio por segunda vez (el 9 de octubre de 1514) con María Tudor,
hermana de Enrique VIII, con el fin de obtener descendencia masculina, pero moría el primero
de enero de 1515, con lo que la rama Valois – Orléans era sustituida en el trono francés por la
de Valois – Angulema. Francisco I tenía 20 años cuando llegó al poder. La guerra de Italia le
permitió satisfacer su deseo de gloria logrando la victoria de Mariñano (septiembre de 1515)
[…].
En el interior del reino, hizo comprender de manera clara que él sólo quería gobernar.
Aunque ya en la sesión real que el Parlamento de París tuvo el 13 de marzo de 1515, Francisco I
–a través de su canciller Duprat— mostró sus intenciones de gobernar sin tener en cuenta los
órganos colegiados, el primer enfrentamiento serio entre el joven monarca y dichos organismos
surgió con motivo de registrar el Concordato de Bolonia, firmado por León X en 1516, que
reemplazaba la Pragmática Sanción de Bourges (1438). El Concordato suprimió la elección de
obispos, de abades y priores conventuales y los atribuyó a la nominación del rey, dejando para
el papa la investidura canónica. El Parlamento de París, galicano, que se consideraba con
independencia dentro de la iglesia de Francia, rehusó registrar el Concordato, desobedeciendo al
rey. La resistencia se mantuvo durante dos años, pero finalmente lo registró en 1518. La crisis
estalló de nuevo en 1527, cuando Francisco I reafirmó de nuevo su autoridad humillada por la
cautividad que tuvo que pasar en Madrid (tras la batalla de Pavía) y por las audacias de dicho
Parlamento. Esta vez tendió la Lit de justice –según la historiadora americana S. Hanley— por
primera vez. Fue entonces cuando el presidente Carlos Guillart pronunció delante del rey un
discurso célebre en el que reconocía el poder absoluto del monarca, no ligado a las leyes,
aunque le demandó someter su poder absoluto al de la razón.
Cambio en la imagen del rey. Esta práctica autoritaria del poder fue acompañada de una
serie de cambios en la imagen del rey, representada en pinturas y esculturas, que traducían una
concepción nueva de la autoridad monárquica. La imagen real fue interpretada tradicionalmente
según dos registros: cristiano y profano. La representación cristiana del rey se tradujo en la
figura del Buen Pastor que vela por su rebaño. Esta asimilación a Cristo se reforzó con el
tema del sufrimiento y del sacrificio, que se desarrolló paralelamente al de la cruzada, a la
cual fueron comparadas las expediciones italianas. Desde el punto de vista profano, las
ilustraciones de Francisco I se insertaron en una larga tradición de los Francos, bajo
Carlomagno, a la vez de la soberanía imperial y cultura antigua, haciendo así a los reyes de
Francia herederos de los Césares. Estas referencias a la antigüedad estuvieron
metamorfoseadas por el reconocimiento de la sola realeza de Cristo. El contacto con Italia dio a
los franceses la oportunidad de descubrir una visión más pagana del poder terrestre.
Esta evolución de la imagen monárquica del rey reforzó la reflexión teórica de los juristas
que, desde hacía tiempo, venían reuniendo un conjunto de argumentos favorables al poder del
príncipe y que, en su lucha contra los poderes feudales, habían comenzado a diseñar los
derechos que pertenecían al rey, que fueron llamados regalías o privilegios del rey. Bajo
Francisco I apareció publicada la obra titulada Insignia peculiaria christianissimi Francorum
regni numero viginti de Juan Ferrault. Las prerrogativas concernían a la independencia del
rey de Francia y a su jurisdicción. Estas características o marcas fueron aumentadas en nuevos
tratados [–p.ej. el Catalogus Gloriae Mundi (1529) de Bartolomé de Chasseneux enumeraba
208—] […]. Estos catálogos […] aportaron su grano de arena a la construcción de la Monarquía
Javier Díez Llamazares
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francesa en la medida en que los derechos enumerados comenzaron a ser llamados de
“soberanía”.
Las transformaciones de las instituciones de la Monarquía. La construcción de la
Monarquía –como en el resto de Europa— aparece durante estos reinados como fruto de las
circunstancias y efecto de unos intereses políticos, no de “centralización”, como a veces se
dice. Se trataba de un proceso de articulación de la sociedad de acuerdo a unas estructuras
institucionales que perdurasen en el tiempo más allá de lo que podían garantizar las puras
relaciones personales.
El Consejo Real conservó su competencia universal. No obstante, la sección restringida del
Consejo, compuesta por un pequeño número de consejeros escogidos a los que rey llamaba por
su competencia, se impuso lentamente. Francisco I y Enrique II recurrieron a esta manera de
gobierno, al que se le denominó Conseil étroit o Conseil des affaires e incluso, a veces, Conseil
secret. No obstante, el Consejo del Rey en sentido amplio siguió ocupándose eminentemente de
funciones políticas. En cuanto a la justicia, funcionó como tribunal para las demandas y asuntos
judiciales presentados al rey por los particulares, las sesiones consagradas a otros procesos
civiles tomaron el nombre de Conseil des parties o, a veces, Conseil privé. Las demandas eran
presentadas por los Maîtres des Requêtes de l’Hotel du roi. Asimismo, existían sesiones
especiales en las que se trataban las finanzas, que se conocían con el nombre de Conseil des
finances. Es preciso advertir que este papel fue asumido después de las reformas de 1523 –
1524. Los asuntos eran llevados por los intendentes de finanzas (creados en número de tres en
1552), que no eran oficiales como los maîtres de requêtes, sino comisarios, con poder creciente.
La lista de los grandes oficios de la Corona fue fijada por Enrique III en 1582; no obstamte,
ya existían de tiempos anteriores. El primero en la jerarquía establecida era el Condestable, jefe
de los ejércitos. Fue ocupado por un gran noble de acuerdo a la dignidad y gran poder que
conllevaba […]. El Canciller era el jefe de la justicia, pero también tenía responsabilidades
financieras importantes. Presidía el Consejo en ausencia del rey. Las actas legislativas eran
elaboradas bajo su dirección y redactadas por la Gran Cancillería, que presidía en tanto que
guardián del Sello[: en 1551, Enrique II creó un oficio separado de Guarda del Sello] […]. El
Almirante de Francia tenía todo el poder sobre la navegación, el comercio marítimo y la
defensa de las costas. Su jurisdicción se ejercía por los tribunales del almirantazgo […].
Finalmente, no se puede olvidar los secretarios de Estado. El nombre como tal aparece en
1558. La aparición de los secretarios de estado es inseparable al de una gran innovación: un
nuevo modo de validación, el de la firma, competencia del régimen del sello. A partir de
entonces desaparecen una serie de documentos de origen medieval […] con los que el rey daba
órdenes a sus agentes, siendo sustituidos por los escritos refrendados por los secretarios de
Estado. Además de los secretarios, otro tipo de oficiales vinieron a fortalecer la
institucionalización de la Monarquía: los gobernadores (príncipes de sangre o miembros de la
alta nobleza que representaban al rey en las provincias […]) y los comisarios de los consejos,
antecedentes claros –en opinión de Michel Antoine— de los intendentes, que comenzaron a
existir con Enrique II.
El impuesto directo era la taille, que había comenzado a ser permanente desde Carlos VII.
Era personal y lo pagaba toda la población no privilegiada […]. [Enrique II estableció, además,
el taillon para pagar la gendarmería]. Entre los impuestos indirectos se encontraban la gabelle
sobre la sal, y las aides sobre las mercancías […].
Las manifestaciones de la renovación cultural y espiritual en Francia. A lo largo del s.
XV, el movimiento de retorno a la estricta observancia religiosa, es decir, a la aplicación
rigurosa de las reglas monásticas, ganó terreno en la mayor parte de las órdenes. El efecto de
este impulso renovador se extendió a los laicos. Un ejemplo de esta difusión fue la devotio
moderna, que se extendió a partir de los Países Bajos. El ideal que proponía era el de un
desprendimiento progresivo de las tentaciones del mundo por la humilde imitación de la vida
de Cristo, la práctica del examen de conciencia y sobre todo la oración mental solitaria
frente a la oración colectiva ritualizada. Esta espiritualidad se extendió en Francia a finales del
s. XV gracias a predicadores y educadores, el más conocido fue Juan Standonck […], que
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
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llegó al colegio de Montaigu de París en 1483. Los dos principales difusores de esta corriente
fueron Jacques Lefèvre d’Etaples y Erasmo, quienes además defendían la lectura de las
Sagradas Escrituras.
Este movimiento hacia la lectura más atenta del Evangelio y reforma de la Iglesia produjo en
Francia una experiencia original, el movimiento que el obispo Guillermo Briçonnet estableció
en Meaux. Briçonnet […] tomó en serio la imposición de la disciplina eclesiástica en su abadía
de San Germán y después en la diócesis de Meaux. En esta última, primeramente restauró su
autoridad, reformó a los clérigos e introdujo el francés en la liturgia; pero chocó con la
resistencia de los franciscanos[, que se quejaron a Roma,] y del clero secular[, que se quejó al
Parlamento] […]. Fue entonces cuando decidió hacer un equipo de predicadores [encabezado
por Jacques Lefèvre d’Etaples, que fue nombrado vicario general] […]. Todos tenían el mismo
propósito: conocer el Evangelio y hacerlo conocer a los fieles.
No obstante, desde el verano de 1521, la Facultad de Teología de París comenzó a alarmarse
por ciertos aspectos de la predicación de Lefèvre d’Etaples y de Masurier; condenó los libros
de Lutero en abril y su síndico, Noel Beda, acusó al grupo de Meaux de difundir el luteranismo.
Briçonnet, preocupado de manifestar su ortodoxia, expulsó a los predicadores (abril de 1523)
para comprometerse de nuevo con todos excepto con Farel, que se fue a Basilea y se orientó
hacia Zwinglio. Aunque la ortodoxia de Briçonnet era manifiesta, tenía ideas muy parecidas a
las de Lutero en cuanto a la preeminencia de las Escrituras, la superioridad de la fe sobre las
obras, etc., y dispuso de armas eficaces para difundirlas y detener el oleaje que se levantó contra
él: la propia familia real […]. No obstante, la derrota de Pavía y la prisión de Francisco I
privaron al obispo de la protección real; en agosto de 1525, la Facultad, seguida por el
Parlamento, suprimió todas las traducciones (totales o parciales) de la Biblia al francés. La
protección de Margarita de Navarra y su marido, Enrique Albret, impidió que fueran
condenados al fuego la mayor parte del grupo de Meaux, pero no pudo evitar que sus miembros
tuvieran que dispersarse definitivamente. Ahora bien, la dispersión del grupo de Meaux no
marcó el fin del movimiento evangélico en Francia.
De 1526 a 1540, el “contagio luterano” se extendió rápidamente, primero en las ciudades y
de allí a los ámbitos rurales. Si bien es verdad que el movimiento se propagó sobre todo en las
clases populares, no es menos cierto que muy raramente fue unido a movimientos sociales,
excepto en Meaux y en Lyon donde, en 1529, se vivió una agitación obrera conocida con el
nombre de “Grande Rebeine”. La influencia de las ideas luteranas se dejó sentir en los
ambientes dominados por el reformismo fabrista o erasmiano; lo que no quiere decir que ambos
movimientos fueran continuación uno del otro. Con todo, después de 1525, la acción luterana se
camufló, no manifestándose más que en la difusión de libros prohibidos, destrucción de
estatuas y ataques aislados contra el ayuno. El movimiento se enardeció a partir de 1533 […].
El nuevo rector de la universidad, Nicolás Cop, pronunció ante las cuatro facultades un discurso
que escandalizó a la concurrencia[: utilizando muchas citas de Lutero y Erasmo, oponía el
espíritu de la Ley al espíritu del Evangelio]. Cop y Calvino huyeron de París para evitar
represalias. No obstante, mucho más grave fue el asunto de los cartelones (placards) que se
fijaron en determinadas ciudades […] durante la noche del 17 al 18 de octubre contra el
sacrificio de la misa católica, claramente protestante; pero para esta fecha resultaba imposible
que se implantase en Francia al carecer de jefes de gran relieve: Guillermo Farel y Calvino.
Ahora bien, hacia finales del reinado de Enrique II, la Reforma se organizó y se constituyó
en partido político. Las clases superiores se sintieron atraídas por el prestigio de Calvino y,
buena parte de la burguesía, por causas de orden económico y social […]. Esta ascensión del
calvinismo en la escala social quedó confirmada hacia 1558 por la adhesión de varios grandes
del reino: Antonio de Borbón, el príncipe de Condé y el almirante Coligny. En las
provincias, los nobles que se pasaron al calvinismo se consideraron protectores de la iglesia y de
sus fieles. Aprovechando el debilitamiento de la autoridad real, que tuvo lugar en estos años,
toda esta jerarquía de gentileshombres se constituyeron no sólo en los cuadros de una iglesia,
sino también de una facción política.
(BENNASSAR, 215 – 219)
Los principios de la Reforma
Javier Díez Llamazares
12
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 9
[…]
b) La represión y la extensión del movimiento reformado. El edicto de Fontainebleau
(junio de 1540) marca una nueva etapa en la represión de la herejía. Ante la lentitud de
las oficialidades, los tribunales reales reciben la misión de informar y juzgar. Pronto se
creará a tal efecto una Cámara especial del Parlamento de París. La subida de Enrique II
al trono está marcada por un fortalecimiento de las medidas represivas: los edictos de
Chateaubriant (1551) y de Compiègne (1557) agravan las penas, organizan la
vigilancia de las imprentas, prohíben la emigración y decretan la confiscación de los
bienes de los herejes […]. Pero los progresos de la Reforma no se vieron afectados por
ello.
A partir de 1540, la Reforma francesa, después de haber dudado mucho tiempo entre la
corriente luterana y la corriente sacramentaria, encuentra al mismo tiempo su doctrina y
su jefe. Desde Ginebra, Calvino alienta la fe de los protestantes, les exhorta y les envía
pastores formados en Lausanne […].
[…]
En el momento en que un estúpido accidente provocó la muerte de Enrique II, el reino de
Francia tenía una buena imagen entre los Estados europeos. Conservaba su primacía
demográfica, y había aumentado su riqueza y atraído, por la ampliación de sus intercambios,
una parte de los tesoros de las Indias. Sus instituciones permiten una eficaz actuación del poder.
De todos los países de Europa, es donde la monarquía es más fuerte y mejor dotada de medios
de gobierno. Finalmente, la tormenta religiosa no par[e]ce tener en ella las mismas
consecuencias que en Alemania o en Inglaterra. Sin embargo, se ponen de relieve los límites y
las debilidades[: la firma de un tratado con la enemiga España y la grave situación de las
finanzas] […].
Esta ruina de las finanzas públicas, que coincidía con el advenimiento de un soberano menor
de edad, con la transformación del movimiento reformado en un partido deseoso de obtener por
la fuerza lo que sus plegarias no habían logrado, y con el choque de las ambiciones de los
Grandes, preparó la crisis de la monarquía francesa en la segunda mitad del siglo.
9.4. Las guerras de Religión: causas
(FLORISTÁN, 204 – 206)
2. Crisis y restauración del poder monárquico en Francia
2.1. Los orígenes de las guerras de Religión (1559 – 1562)
En 1559 Francia se enfrentaba a una crisis que combinaba aspectos financieros, políticos y
religiosos. La larga lucha con los Habsburgo había forzado a un incremento de la presión
fiscal, de la venta de oficios públicos y del endeudamiento. En 1558, Enrique II se ve
obligado a suspender pagos y a recurrir a los Estados Generales, que no se habían reunido desde
1484, y estos aprovecharon para tratar de reafirmar su papel en el Estado. A la oposición
parlamentaria se sumó el enfrentamiento entre facciones aristocráticas. Las grandes familias
habían constituido una amplia red de clientela entre la nobleza local de sus ámbitos de
influencia [(p.ej. los Guisa en el noreste o los Borbones en el sudoeste)] […]. El objetivo de
lucha era incrementar su influencia sobre la monarquía y colocar a sus miembros en los
principales cargos. En este momento eran los Guisa los que parecían triunfar, pero Enrique II
mantenía las disputas controladas.
Sin embargo, el problema mayor y que junto al financiero condujo a la paz de Cateau –
Cambrésis, fue el religioso. En la segunda mitad de los años cincuenta habían surgido multitud
de iglesias protestantes, de confesión calvinista, en el oeste y sur de Francia animadas por la
llegada de predicadores y pastores de Ginebra. Se configuraron de forma independiente y se
agruparon en consistorios y sínodos. Recibieron especial fuerza gracias a la conversión de los
líderes de dos familias principales: de los Borbón, Luis, príncipe de Condé, y su hermano
Antonio de Borbón junto con su mujer Juana [III] de Albret, reina de Navarra; de los
Montmorency – Châtillon, Gaspar II de Coligny, almirante de Francia. A ellos se sumaron
multitud de pequeños nobles y miembros de la alta magistratura y de la burguesía comercial. Se
Javier Díez Llamazares
13
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 9
estima que alcanzaban el millón de personas. En mayo de 1559 celebraron un primer sínodo
nacional en París.
Enrique II sólo tuvo tiempo para iniciar la represión ya que murió en julio como
consecuencia de un accidente dejando como heredero a un hijo, Francisco II, de 15 años y mala
salud. El gobierno quedó bajo control de sus tíos, los Guisas –Francisco, duque de Guisa, y
Carlos, cardenal de Lorena— fervientes defensores del catolicismo que continuaron la
represión contra los protestantes. Como reacción, algunos hugonotes –como se conoce a los
calvinistas franceses— proyectaron un golpe para hacerse con la persona del Rey y arrebatar el
poder a los Guisa. El fracaso de la conspiración de Amboise trajo como consecuencia el
abandono de la causa por Antonio de Borbón, y la captura del príncipe de Condé, que se salvó
de la condena a muerte gracias al fallecimiento de Francisco II (diciembre 1560). Dado que el
nuevo rey, Carlos IX, era legalmente menor de edad, la regencia correspondió a su madre
Catalina de Médicis, que tendrá un papel clave en las primeras guerras de religión. Estaba
dispuesta a situar los intereses de la Corte por encima de las confesiones religiosas y para
ello, con ayuda del canciller Michel de l’Hôpital y del partido de los “políticos”, pretendió
solucionar el conflicto religioso por medios pacíficos para evitar el debilitamiento de la
monarquía. Los Guisa perdieron el control del poder y vieron con malos ojos que Antonio de
Borbón asumiera la lugartenencia general del reino y se coaligaron en su contra. A pesar de
contar con pocos apoyos, Catalina de Médicis intentó un acercamiento de las posturas entre
católicos y protestantes y para ello convocó en Poissy (septiembre 1561) un coloquio religioso
que acabó en fracaso ante la intransigencia mutua, manifestación clara de que el tiempo de los
compromisos en materia religiosa había pasado. Sólo quedaban como alternativas la represión
o la tolerancia. Catalina se inclinó por la segunda, y por el edicto de Saint – Germain (enero
1562) otorgaba a los hugonotes libertad de culto privado en las ciudades y público en los
arrabales. La matanza por el duque de Guisa y sus seguidores de una treintena de hugonotes en
una celebración religiosa ilegal en Vassy (marzo 1562), condujo a la movilización calvinista –
dejando de lado la oposición del propio Calvino a la resistencia armada— y al nombramiento de
Condé por los hugonotes como protector de la Corona francesa. Los Guisa replicaron
solicitando de Carlos IX la revocación del edicto de tolerancia. Las luchas entre las facciones,
complicadas con el enfrentamiento entre confesiones religiosas, iban a conducir a la guerra
civil.
9.5. Las guerras de Religión: fases y desarrollo
(BENNASSAR, 326 – 331, 332 – 343)
Las primeras guerras (1562 – 1584)
Desde 1562 hasta los últimos coletazos de la Liga, la tradición distingue ocho guerras de
religión, más o menos largas, más o menos generalizadas a escala del reino, pero en realidad son
treinta años de desórdenes constantes, de expediciones militares interrumpidas por treguas que
se violan no bien han sido firmadas. Se produce una crisis general, política, económica y social.
Sin embargo, en esta confusión, la fecha de 1584 señala un corte importante con la muerte del
último Valois apto para suceder a Enrique II, la amenaza del advenimiento de un heredero
legítimo pero hereje y la intervención abierta de las potencias extranjeras en los asuntos del
reino. En la compleja maraña de acontecimientos se pueden establecer algunos nexos.
a) De 1562 a 1572, Catalina de Médici, regente hasta 1563, y después principal consejera
del débil Carlos IX, busca una política que preserve la autoridad real. De ahí sus
cambios de partido, desconcertantes pero lógicos […]. Los Grandes firman la paz,
sancionada por el edicto de Amboise (19 de marzo de 1563) que limita la tolerancia de
los gentilhombres. Catalina aprovecha la tregua de armas para reafirmar la autoridad
real en el interior (viaje de dos años del joven rey y de su madre […]: mostrar el
soberano a su pueblo era encender el fervor monárquico) y en el exterior [(p.ej.
mediante la adquisición definitiva de Calais o la no promulgación de los cánones del
concilio de Trento)] […]. Pero la política de tolerancia encuentra sus límites en el
fanatismo de los dos partidos […] y en la negativa de desarme.
Javier Díez Llamazares
14
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
b)
TEMA 9
En 1567, inquietos por la ofensiva del duque de Alba en los Países Bajos, los
protestantes movilizan sus fuerzas. Condé intenta apoderarse del joven rey en Meaux.
Fracasa, pero vuelven a empezar las hostilidades alrededor de París, para finalizar en la
paz de Longjumeau (marzo de 1568). Es la corroboración del fracaso: el canciller cae
en desgracia y la opinión pública católica desea la guerra (formación de las primeras
Ligas). El joven duque de Anjou (futuro Enrique III) dirige la campaña […]. Pero
falta dinero y los Grandes intrigan. El edicto de Saint – Germain (8 de agosto de 1570)
da amplias satisfacciones a los reformados: libertad de conciencia, libertad de culto
allí donde ya existía en 1568, así como en los dominios de los señores detentadores de
la alta justicia, y en dos ciudades por bailía. Todo esto se garantizaba mediante la
posesión de cuatro plazas de seguridad en las que los protestantes podrán mantener
guarnición. Pero la reina no ha aceptado más que para ganar tiempo.
Los dos años siguientes son los más complejos. La revuelta de los Países Bajos daba
ocasión a Francia de hacer valer sus derechos y sus ambiciones, pero Catalina no se
comprometió nunca claramente al lado de los insurrectos. Coligny, que se había
convertido en consejero de Carlos IX, intentó convencer al soberano para que actuase.
En el verano de 1572 la reina madre tomó partido contra esta política. La presencia en
París de los jefes reformados, que habían ido para asistir a la boda de Enrique de
Navarra con Margarita de Valois, hizo concebir la idea de aplastar para siempre el
partido: es la matanza de San Bartolomé (24 de agosto), propuesta por Catalina,
aceptada por el rey, ejecutada por el pueblo de París y alabada en el exterior por Felipe
II y por el papa.
De 1572 a 1584 los dos partidos se organizan de forma más eficaz para la lucha con
nuevos jefes (el joven duque Enrique de Guisa, el joven rey de Navarra), mientras que
el arbitraje real, a pesar del sentido político de Catalina y de Enrique III, que sucede
en 1574 a su hermano, se hace sentir cada vez menos. Sin embargo, el período se
caracteriza por la formación del partido de los “Políticos”, católicos moderados
deseosos de eliminar la influencia de los Guisa y de llegar a un acuerdo con los
reformados. Desgraciadamente, este grupo esta dominado por el último hijo de Enrique
II, Francisco, duque de Alençon, ambicioso y turbulento.
A su vuelta de Polonia, Enrique III opta por el partido católico, combate en el Oeste y
en el Midi […] sin éxito y tiene que firmar el edicto de Beaulieu (6 de mayo de 1576)
que da satisfacción a los protestantes (rehabilitación de las víctimas de San Bartolomé,
aumento de la libertad de culto y elevación a ocho del número de plazas seguras) y a los
“descontentos” [(p.ej. Alençon recibe Anjou, Turena y Berry en apanage)] […].
Cambiando otra vez de política, Enrique III, ante la formación de la Liga católica, se
pone a la cabeza del movimiento. A esto sigue una sexta guerra, que termina con la paz
de Bergerac, y el edicto de Poitiers, que reduce las concesiones hechas un año antes
(septiembre de 1577). Nuevo conflicto en 1579 – 1580 y nueva paz, firmada en Fleix en
noviembre de 1580.
Parece que ahora se alcanza cierto equilibrio entre los partidos al conservar cada
uno una parte del territorio nacional y organizarse en estado independiente. Los
años siguientes están dominados por las ambiciones del duque de Anjou, deseoso de
hacerse un reino en los Países Bajos […]. Pero el príncipe muere en junio de 1584. A
falta de herederos directos, por la ley sálica corresponde a Enrique de Navarra ser el
futuro rey. Los católicos reaccionan y en diciembre de 1584 los Guisa firman con
Felipe II el tratado de Joinville, en el que se decide la formación de una Liga santa
para aplastar la herejía en Francia y en los Países Bajos […].
La guerra civil generalizada (1584 – 1594)
El decenio que transcurre entre la rápida resurrección de la Liga y la entrada de Enrique IV
en su capital se caracteriza por el violento enfrentamiento de las pasiones religiosas y
políticas. De la defensa del catolicismo se pasa al problema fundamental de la devolución de la
corona.
Javier Díez Llamazares
15
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
a)
b)
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De 1584 a 1589 la actitud del rey es determinante. La Liga reagrupa, bajo la
dirección de los Guisa y el patronazgo del viejo cardenal de Borbón que le da una
apariencia de legitimidad, a la masa católica fanatizada por las predicaciones populares
de los clérigos y de los frailes mendicantes. Expone su programa en el manifiesto de
Péronne, mezclando las críticas contra los validos y los excesos fiscales con la
reivindicación del restablecimiento de la unidad religiosa y con la petición de reuniones
regulares de los estados generales. Enrique III acepta estas condiciones (tratado de
Nemours, julio de 1585) y reemprende la persecución contra los reformados. Las
operaciones vuelven a empezar […].
Enrique III intenta recuperar su poder amenazado. Pero la sublevación parisiense
(jornada de las Barricadas, 10 de mayo de 1588) le obliga a abandonar la capital, que
se otorga a una organización revolucionaria e invita a las ciudades a que se unan a ella.
Superado por los acontecimientos, Enrique III capitula, nombra a Guisa lugarteniente
general del reino, acepta al cardenal de Borbón como heredero y convoca los estados
generales en Blois. Ante esta asamblea, dominada por los partidarios de la Liga, intenta
reafirmar la unidad del poder monárquico, pero no encuentra la confianza de los
diputados. Entonces decide un golpe de fuerza y manda asesinar a Guisa y al
cardenal de Lorena y encarcelar a los jefes de la Liga. Entonces la Francia de la Liga
deja de reconocerlo y se hace disidente. París está a la cabeza del movimiento […]. Las
grandes ciudades de provincias la siguen.
Al rey no le queda entonces más solución que acercarse al rey de Navarra. Los dos
soberanos unen sus fuerzas y marchan sobre París […]. El asedio comienza, pero un
monje fanático¸Jacques Clément, asesina a Enrique III (1 de agosto de 1589). El rey
tiene tiempo de reconocer a Enrique de Navarra, pero los jefes católicos del ejército real
son más reticentes. El nuevo soberano debe prometer mantener la religión
tradicional e instruirse por medio de “un buen, legítimo y libre concilio”. Es
reconocido con condiciones y debe levantar el sitio de la capital.
De 1589 a 1594 el rey realiza poco a poco la conquista del reino y de sus súbditos por
las armas, pero aún más por las concesiones, la persuasión y la distribución de favores.
Mientras en las provincias la lucha sigue confusa entre encarnizados partidarios de la
Liga y realistas más o menos resignados, todo el interés se centra alrededor de la
capital.
París sigue siendo el centro de la Liga, pero las diferentes corrientes que se manifiestan
dudan sobre la política a seguir. Si se concluye un acuerdo para rechazar al rey hereje,
la solución es difícil, sobre todo después de la muerte del cardenal de Borbón
(Carlos X). Los más fanáticos están dispuestos a aceptar un príncipe extranjero [(p.ej.
la propuesta de Isabel Clara Eugenia, nieta de Enrique II, por parte de Felipe II)] […].
Otros desean un príncipe francés y católico, y Mayenne puede tener pretensiones para él
o para el joven duque de Guisa. En el seno del Consejo de la Liga, una tendencia
popular y violenta (la de los Dieciséis […]) se opone a los príncipes, deseosos de
mantener el orden social y de prepararse las eventuales retiradas. Los Estados generales
de la Liga, que no representan más que una parte del reino, se reúnen en abril de 1593.
Los españoles intentan conseguir el nombramiento de la infanta, pero chocan con el
nacionalismo de la asamblea. Paralelamente se negocia una tregua en Suresnes con los
católicos realistas. Tres golpes teatrales jalonan la evolución: el anuncio del deseo de
conversión del rey, la suspensión del Parlamento de París el 28 de junio de 1593
apelando a la ley fundamental de sucesión y la abjuración en Sain[t] – Denis el 25 de
julio.
Lo que no pudieron conseguir las victorias de Enrique IV en Arques e Ivry y los ataques
contra la capital […], se alcanza ahora fácilmente. Se multiplican las alianzas, unas
sinceras y otras compradas. En París, los excesos fanáticos de los partidarios de la Liga
alejaron a los notables. La ciudad se entregó el 22 de marzo de 1594 […].
Durante todo este período las potencias extranjeras intervinieron abiertamente en
los asuntos del reino[: entrada de tropas saboyanas en el Delfinado, levantamiento del
Javier Díez Llamazares
16
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 9
sitio de París por tropas españolas al mando de Alejandro Farnesio o recepción de
subsidios españoles por parte de la Liga] […].
[…]
2. La crisis del Estado monárquico
[…]
Debilitamiento del poder monárquico
La crisis de autoridad se manifiesta en primer lugar en la cumbre del Estado.
a) La personalidad de los soberanos desempeña, evidentemente, un papel. Los tres hijos
de Enrique II y Catalina de Médici arrastran una pesada herencia. Todos son
desequilibrados, físicamente […] y psicológicamente […]. Enrique III añade a ello
tendencias homosexuales, mezclando el platonismo renacentista y una excesiva
devoción y sensualidad. Pero estos príncipes no eran fantoches[: todos habían
recibido una esmerada educación] […]. Según Enrique de Navarra, el único hombre de
la familia era Catalina de Médici, la reina madre (1519 – 1589). Deseosa de reinar de
forma efectiva y de preservar la autoridad monárquica y habituada a las intrigas de las
cortes italianas, intentó dividir a sus adversarios. Pero subestimó la fuerza de las
pasiones religiosas, dudó entre diversas posiciones políticas y comprometió a la
monarquía por sus incesantes virajes y su incumplimiento de los compromisos
contraídos.
b) La crisis procedía también de las divisiones de la familia real […]. Estas rivalidades se
tradujeron en los enfrentamientos de los partidarios de los príncipes incluso en el seno
del consejo privado, invadido por los Grandes […].
c) El desorden de los servicios públicos, que eran los medios de acción de la monarquía
en el reino, pone de manifiesto también este debilitamiento. En primer plano hay que
situar la crisis financiera permanente […]. A pesar del monstruoso aumento del
régimen tributario […], a pesar de la multiplicación de expedientes […], la monarquía
no pudo hacer frente a los enormes gastos acarreados por la guerra civil, por los favores
destinados comprar fidelidades frágiles y por la prodigalidad de la fastuosa corte de los
Valois […].
La impotencia para hacer aplicar las ordenanzas reales es también un signo de
degradación del poder. Sin embargo, la actividad legislativa de los últimos Valois fue
considerable […] [.]
[…]
d) Este retroceso de la influencia real sobre el reino se ve acentuado por la venalidad y la
heredi[tabilidad] de los oficios. Bajo la presión de los funcionarios y el apremio de la
necesidad, el rey se vio obligado a aceptar, a partir de 1568, la libertad de las futuras,
por medio del pago de una tasa igual al tercio del valor del oficio. Después se admitió la
herencia de los cargos, que se convirtieron así en un elemento del patrimonio familiar.
La única preocupación del soberano era obtener provecho del sistema por la percepción
de tasas […]. Las consecuencias de este movimiento fueron la disolución de las
responsabilidades, la incoherencia de la gestión, la tendencia a la autonomía local y
la solidaridad del grupo contra el Estado.
e) Los soberanos fueron conscientes de este peligro e intentaron restablecer los medios
de control y de acción en el país. Enrique III reorganizó el gobierno central para
intentar luchar contra la influencia de los Grandes. Los cuatro secretarios de Estado […]
continuaron dividiéndose geográficamente los asuntos, pero en adelante se
especializaron en un sector de la administración […]. Desde 1588 se reúnen en
sesión con el Consejo. Se refuerza el papel del superintendente de Finanzas, por
encima de otros responsables. En 1577 se organizan las oficinas de finanzas de las 17
generalidades. Finalmente, el empleo de los maîtres de requêtes de l’Hotel para
misiones de inspección y de control se convirtió en un medio eficaz de gobierno. Pero el
desarrollo de la anarquía generalizada impidió que estas reformas dieran sus frutos […].
El retroceso del orden monárquico
Javier Díez Llamazares
17
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 9
La anarquía se generaliza en el reino a lo largo de la crisis y es total en los últimos años de la
lucha.
a) Los partidos se organizan contra el Estado en verdaderos grupos revolucionarios que
sustraen al poder legítimo una parte del territorio. Los protestantes son los primeros en
hacerlo a partir de 1559, sirviéndose de los cuadros eclesiásticos a través de los
consistorios y apoyándose en los gentilhombres reformados […]. A partir de San
Bartolomé, que afectó profundamente la confianza y la fe monárquica, empieza a tomar
forma el Estado protestante. El reglamento de Millau (diciembre 1573) crea, en las
provincias ganadas para la Reforma […], consejos y asambleas que administran,
cobran los impuestos y garantizan el servicio de policía. Este texto se ve completado, en
1575, por la asamblea de Nîmes, que redacta una especie de constitución en 184
artículos [(cada provincia envía 3 diputados a las asambleas generales)] […].
[…]
Si bien el Estado protestante controla una cuarta parte del reino, se constituye
igualmente un Estado de los partidarios de la Liga contra los herejes y contra el poder
monárquico a un tiempo, al que juzgaban demasiado complaciente. Las primeras ligas,
en 1568 y en 1576, son organizaciones locales de autodefensa contra la amenaza de la
Reforma. Pero el movimiento se federa en 1585 cuando la muerte de Alençon hace de
Enrique de Navarra el presunto heredero. Si bien los Guisa son los jefes indiscutibles
del partido, la base desborda a menudo su política. Después de la jornada de las
barricadas y, sobre todo, después del asesinato de Enrique III, la Liga se considera
depositaria del poder del Estado. Los impuestos se cobran en su nombre, y en él se
hace justicia y se reclutan las tropas. Desde París se envían órdenes o consejos a los
oficiales y a los gobernadores […].
En el seno de estos dos partidos surgen dos corrientes diferentes. Los Grandes que las
dirigen intentan utilizarlas en función de sus ambiciones, pero la masa popular, ya
fuera atraída por las ideas reformadas o permaneciera fiel al catolicismo, manifiesta
otros sentimientos. Aparecen reivindicaciones sociales […] y políticas […],
reivindicaciones que son testimonio de la fermentación de los espíritus.
b) La tendencia general es el despertar de las autonomías y de los privilegios frente a las
tendencias centralizadoras del estado monárquico. La crisis del poder, el descrédito o el
rechazo de la autoridad legítima y el desorden que aísla al gobierno y a las provincias
conducen a una dislocación de la unidad nacional. Cada comunidad –pueblo, ciudad,
provincia— intenta sobrevivir organizándose de una forma más o menos autónoma. Los
gobernadores de provincia, cuyos poderes habían sido menoscabados por Francisco I,
utilizan sus competencias militares y sus responsabilidades de mantenimiento del orden
para actuar con toda independencia […]. A menudo son apoyados por los Estados
provinciales donde todavía existen estos […]. La anarquía se extiende por las ciudades,
que rechazan la tutela real, recuperan la libertad de elecciones y reclaman el
restablecimiento de sus privilegios. Se extiende también entre los señores locales. Esta
aspiración general dirigida contra el fortalecimiento del poder central se expresa
igualmente con ocasión de las sesiones de los estados generales del reino […].
La discusión teórica
[…] Los protestantes primero, y después los católicos, intentaron justificar su rebelión contra
el poder legítimo por medio de una argumentación lógica, basada en antiguas referencias,
escriturarias o históricas. Este gran movimiento de ideas dio lugar a innumerables libelos, a
eruditos tratados y a largas controversias […].
a) En primer lugar es una crítica al absolutismo, a medida que éste tendía a afirmarse, lo
que se encuentra en estos escritos. Se apoya, como François Hotman en la Franco –
Gallia (1573), en argumentos históricos: la monarquía es electiva y el consentimiento
del pueblo es necesario; los estados generales deben recuperar su papel de
consejero natural y de defensor de la costumbre. Por lo demás, “los magistrados han
sido creados para el pueblo, y no el pueblo para los magistrados”, lo que implica una
especie de contrato que obliga a las dos partes. Se defiende el derecho a la
insurrección cuando el poder ya no se ejerce por el bien común, sino que degenera
Javier Díez Llamazares
18
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 9
en tiranía. Es entonces cuando los Grandes y los estados tienen que presionar sobre el
soberano para que corrija su acción. De todos estos escritos surge el rechazo a la
centralización y el deseo de preservar los privilegios locales. Pero la propia
monarquía nunca es rechazada como forma normal del poder.
b) Después de 1584 la discusión se centra en el problema de la sucesión. Mientras los
protestantes se convierten en defensores de la legitimidad de Enrique de Navarra, los
teólogos y los pensadores de la Liga justifican su rechazo. A veces se rechaza la Ley
Sálica por ser de reciente introducción (argumento de los españoles) o bien se recurre al
poder pontificio que excomulgó a Enrique de Navarra y desligó a sus súbditos de todo
vínculo de vasallaje, o bien se apela al consenso popular que exige un rey católico. La
conversión de Enrique IV anula algunos de estos argumentos, pero muchos católicos
esperarán la absolución pontificia (septiembre de 1595) para reconocer al rey legítimo y
algunos miembros recalcitrantes de la Liga persistirán en su rechazo.
Finalmente, los escritos políticos plantean también el problema del tiranicidio. Si bien
todos están de acuerdo en considerar que el poder procede de Dios, las opiniones divergen sobre
la actitud que hay que tener frente al mal ejercicio de la autoridad legítima, en particular cuando
se cuestionan los “derechos de Dios”. Teodoro de Beza rechaza las rebeliones particulares,
pero los protestantes, después de San Bartolomé, parecen aceptar […] la rebelión colectiva,
dirigida por los demás poderes del Estado (príncipes, magistrados, cuadros intermedios). Los
miembros de la Liga iban más lejos, reconociendo la legitimidad del tiranicidio cuando “el
pueblo” rechaza al soberano: éste no es más que una persona particular, privada de la protección
divina […].
Si bien se puede ver en estos escritos de circunstancias los gérmenes de ideas futuras sobre
la naturaleza del poder y sus límites, conviene no exagerar […]. En el momento culminante de
la crisis [sucesoria francesa], en 1576, Jean Bodin, en la República, daba una definición estricta
de la soberanía absoluta, única, inalienable y perpetua y exaltaba la superioridad de la
monarquía, en la que reside por completo (la soberanía), concentrada en una sola persona.
3. La crisis económica y social
[…]
Las causas de la crisis económica
Algunas son generales y tienes que ver con las estructuras mismas de la antigua
economía, especialmente con los bloqueos provocados por el desequilibrio entre las
subsistencias y las necesidades, a los efectos de la atomización de la explotación rural y las
dificultades de los intercambios. Tienen que ver también con la coyuntura europea del período
[…]: aceleración de la inflación monetaria, efectos del comienzo de la “pequeña edad
glacial” y retroceso del dinamismo económico.
A todo ello hay que añadir causas más puramente francesas.
a) El peso de la guerra debe ser subrayado como un factor fundamental. El paso de tropas
mal pagadas e indisciplinadas se traduce, en primer lugar, en el saqueo de casas y
cosechas de la población campesina, en la frecuente destrucción de los edificios de
explotación, en las exigencias financieras de los capitanes y en el aumento de consumo
que suponía el acantonamiento de los soldados y caballos […]. Además, los períodos de
paz permiten subsistir a tropas más o menos desbandadas que dominan el campo y
viven a costa de sus habitantes. A medio plazo estas pruebas afectan al potencial de
producción (cabaña ganadera e instrumentos agrícolas, molinos y forjas) y
desorganizan las corrientes de intercambios tradicionales. Si bien las ciudades, al
abrigo de sus murallas, sufren menos los movimientos de las tropas, experimentan
ocasionalmente asedios, asaltos y saqueos […]. Para ellas el gran problema es el del
abastecimiento de su población, aumentada por la llegada de masas rurales en busca
de refugio […].
b) La guerra es generadora de inflación. Tanto en Francia como en España, acelera y
agrava la tendencia coyuntural de finales del siglo, aumentando, más allá de toda
medida, la fiscalidad del Estado, multiplicando los gastos parasitarios y creando
pecuaria y escasez. Proporciona una nueva gravedad al desorden monetario. La
Javier Díez Llamazares
19
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 9
llegada masiva de plata a partir de 1550 entraña una plusvalía del oro acuñado.
Regularmente, el curso comercial de los metales sobrepasa al curso legal […]. En
realidad, el curso comercial de la moneda se aleja sin cesar de su valor legal y se oculta
la buena moneda, mientras que se acuñan, en cantidades crecientes, malas piezas de
cobre sobrevaloradas, que nadie quiere. La anarquía monetaria es total después de 1585.
Lo mismo que sucede en otras épocas de disturbios, vuelven a aparecer formas de
trueque, mientras que los que tienen capitales se apresuran a convertirlos en bienes
reales.
Los aspectos de la crisis económica
a) Todavía se conocen mal los efectos demográficos del período. Los testimonios
contemporáneos, al menos en el caso de algunas provincias […], les confieren un
carácter catastrófico […]. Pero es conveniente matizar. El gran movimiento de aumento
de la población, favorecido por la coyuntura de comienzos de siglo, prosigue, como
hemos subrayado, hasta 1580 aproximadamente […]. Solamente en los últimos
decenios es cuando se asiste a un descenso de la natalidad […], en los mismos
momentos en que las grandes mortandades de fin de siglo, provocadas por las
hambrunas y las epidemias, hacen estragos entre la población […].
b) El descenso de la producción agrícola es cierto e importante. En todas partes, los datos
de los diezmos y arrendamientos, las quejas de los propietarios y de los explotadores,
dan testimonio, después de 1575 ó 1585, según las regiones, de un debilitamiento de las
cosechas cerealícolas que puede ser quizás del orden de una cuarta parte […]. Pero la
crisis afecta también a los demás aspectos de la producción [(p.ej. las viñas, cuyo daño
se tarda más en reparar, ya que hay que replantar y esperar al pleno rendimiento)] […].
La cabaña está diezmada por los saqueos, por las epizootias, por la falta de forraje y por
las incautaciones de los agentes del fisco […]. Pero la crisis de la agricultura se debía
a causas más generales que la guerra civil […].
c) El descenso de la actividad artesanal no es menos cierto. El desorden de la vida rural
afecta a las industrias aldeanas y el descanso del consumo popular y la desorganización
de los intercambios limitan la demanda […]. Las industrias de lujo, como la sedería,
fueron las más afectadas […]. La imprenta, a pesar de la multiplicación de escritos
políticos, está también en crisis. Y la construcción ve frenada su actividad: las ruinas no
se restaurarán hasta más tarde, y todavía no ha llegado el momento de las
construcciones fastuosas.
d) De todo ello se desprende que los intercambios sufren las consecuencias de este
descenso de actividad. Los disturbios, la inseguridad y el deficiente mantenimiento de
las vías de comunicación dificultan el comercio interior, que se reduce a las exigencias
de abastecimiento de las ciudades. El caos afecta igualmente al comercio exterior […].
El retroceso es bastante tardío en el caso del comercio del Norte y el de Levante, que se
mantienen hasta 1580. Pero es espectacular en lo que se refiere al gran centro lionés
[…].
[…] La rapidez de recuperación después del restablecimiento de la paz podría hacer creer
que no fue tan profunda, pero la mediocridad del dinamismo económico en los primeros
decenios del s. XVII demuestra que su alcance es real […].
Las consecuencias sociales: víctimas y beneficiados
a) La época de los disturbios se caracteriza en primer lugar por un endurecimiento de las
tensiones sociales, perceptible a partir de los años 1530 – 1550 […]. La crisis de los
ingresos de la tierra, que sostenían la vida de los notables; la depreciación de las rentas,
pagadas por el Estado de forma irregular; los excesos fiscales; el retraso de los salarios
en relación con la subida de precios, que sigue siendo sensible hasta fin de siglo, todo
contribuía a perjudicar a todas las clases de la sociedad y a enfrentarlas. En más de una
provincia, los enfrentamientos religiosos enmascaran conflictos de otro orden […].
b) Tres grupos pagan la larga lucha y son víctimas de la coyuntura y de los
acontecimientos. En primer lugar, el clero. Fue víctima, en sus miembros y en sus
bienes, de sus adversarios reformados. Gran propietario y perceptor de diezmos, sufrió
el descenso de las rentas, la caída de la producción, las protestas que se elevaban contra
Javier Díez Llamazares
20
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 9
el cobro del diezmo. Pero, sobre todo, la monarquía le hizo financiar la lucha contra la
herejía […]. El clero, comprometido en la lucha que condicionaba su supervivencia, se
mezcló en los excesos de la Liga y olvidó que tenía que reformarse […]. Pero la crisis
permitió a la Iglesia de Francia perfeccionar su organización[: reuniones periódicas de
asambleas de las diócesis que discutían sobre cuestiones de orden, discusión con el
soberano sobre la promulgación de los decretos conciliares, esfuerzos de los concilios
provinciales para luchar contra los abusos, etc., poniendo las bases de la renovación
espiritual] […]. En resumen, el clero pasó la prueba.
No ocurrió lo mismo en el caso de la pequeña nobleza campesina, que había entrado
en combate por fidelidad religiosa, por pertenecer a la clientela de un grande o por
deseos de aventura. Pero los gastos de la guerra, los rescates exigidos por los
prisioneros y el gusto por el lujo se tragaban las fortunas, comprometidas por una mala
administración y por las consecuencias de la crisis económica […].
Pero las víctimas más numerosas se encuentran entre el campesinado. El proceso de
endeudamiento, de empobrecimiento y de expropiación que se había iniciado, desde
1540, con el hundimiento de la coyuntura, se acelera bajo el creciente peso de las cargas
fiscales, de las consecuencias de la guerra y de la necesidad de comprar el pan cotidiano
[…].
La suerte de las masas populares ciudadanas no es mucho mejor. La relativa subida
de los salarios está lejos de compensar la de los precios y las crisis agravan
periódicamente las condiciones de vida. Por lo demás, la caída de la actividad
económica extiende el paro y la miseria […].
Del exceso de miseria puede nacer la rebelión[: multiplicación de los conflictos sociales
en los gremios o de las huelgas] […]. Deseoso de mantener el orden, el poder condena
las coaliciones. Las masas rurales generalmente se resignan y se contentan con una
resistencia pasiva. Pero pueden organizarse en asociaciones de defensa, para alejar a la
soldadesca y proteger las cosechas. A veces se asiste a una revuelta, dirigida contra el
fisco, contra los soldados o contra los “grandes” […] [:] son los mismos jacqueries, sin
programa y sin verdaderos jefes […].
c) Los beneficiados son menos numerosos. En primer lugar están las grandes familias de
la aristocracia. A la hora de las alianzas, de los perdones y de las recompensas, pueden
preservar su poder y su riqueza[, independientemente del partido por el que optaron]
[…].
Junto con ellos se encuentra el grupo de todos los que tenían reservas de dinero,
mercancías o víveres, ya fueran burgueses de las ciudades o grandes terratenientes de
los campos. Evidentemente sufrieron las desgracias propias de la época, pero también
encontraron innumerables ocasiones para aprovecharse de las circunstancias […].
9.6. El fin de la guerra y el edicto de Nantes (1598)
(BENNASSAR, 331, 343 – 348)
[…]
Liquidación de la época de los disturbios (1594 – 1598)
Dueño de la capital, consagrado en febrero de 1594, reconocido por parte de las ciudades y
de las provincias, Enrique IV pudo liquidar los restos de la Liga. Pero no pudo hacerlo más
que negociando duramente con los jefes del movimiento. Las ciudades pedían privilegios e
introducían cláusulas restrictivas sobre el ejercicio del culto reformado […], los gobernadores
de provincias se hicieron confirmar en sus cargos y los Grandes pidieron dones, pensiones y
cargos […].
Sin embargo, el rey intentaba unir al país para la lucha exterior. La ofensiva saboyana
fue rápidamente detenida por el gobernador del Delfinado […], pero la amenaza española seguía
en pie. Enrique IV pasó a la ofensiva en Borgoña […] y después en Flandes. Pero el avance
español en el Somme y la caída de Amiens (marzo de 1597) pusieron el país en peligro. La
ciudad fue reconquistada en septiembre. Ambas partes deseaban poner fin a la lucha y se firmó
el Tratado de Vervins el 2 de mayo de 1598.
Javier Díez Llamazares
21
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 9
[…]
4. Enrique IV y la reconstrucción de Francia
Enrique IV, rey en teoría desde 1589, y dueño de la capital desde 1594, tiene que superar
en primer lugar las secuelas de las guerras civiles antes de ocuparse del restablecimiento de
la autoridad monárquica y de la reconstrucción material de la nación.
El restablecimiento de la paz
[…] Así se restablece la paz[, tras la firma del Tratado de Vervins, en el que se vuelve a los
términos del Tratado de Cateau – Cambrésis], pero no la confianza: no la corona ninguna
alianza matrimonial, contrariamente a las costumbres de la época. También era necesario firmar
la paz con Saboya. Carlos – Manuel firma un tratado en Lyon (7 de enero de 1601), después
de una presión militar que lleva a los franceses a Chambéry. El duque conserva Saluces (lo que
constituye el signo de la renuncia francesa en Italia), pero abandona la Bresse y Bugey […].
Estos dos tratados señalan una desaparición provisional de Francia en los asuntos europeos.
a) La paz interior era más difícil de restablecer. Se trataba, en primer lugar, después de la
sumisión de las últimas ciudades y provincias de la Liga (Bretaña en 1598), de
instaurar la seguridad, combatiendo el bandolerismo, reduciendo a los soldados a la
obediencia, reprimiendo los levantamientos rurales y prohibiendo la tenencia de armas.
Pero el problema central era el de asegurar la coexistencia de las dos religiones […].
El edicto de Nantes (13 de abril de 1598) restablece la tradición de los edictos de
tolerancia, pero durará hasta 1685. Comprende tres elementos: el acta oficial restablece
el culto católico en todo el reino (comprendida Navarra, pero esta promesa es
“olvidada” por Enrique IV), otorga la libertad de conciencia a los protestantes y
regula la libertad de culto (privado en las mansiones de los señores de horca y
cuchillo, público en dos ciudades por bailía y donde lo permitía el edicto de Poitiers,
prohibido en cinco leguas a la redonda de París, pero la ley se incumplirá y se celebrará
el culto en Ablon y después en Charenton). El edicto establece el estatuto civil de los
reformados: libertad de acceso a los empleos y a los cargos y subsistencia del
“derecho regalista”, garantizado por la creación de cámaras divididas en dos partes en
los parlamentos. El edicto se completa con 56 artículos particulares y secretos (2 de
mayo de 1598) y con dos títulos avalados por la palabra real. Uno asegura el pago a los
ministros y el otro concede a los reformados la celebración regular de sus sínodos y
les otorga, durante ocho años, un centenar de plazas de seguridad en las que
dispondrán de guarniciones en nombre del rey [(concesión ésta que origina el “Estado
protestante”)] […].
El edicto de pacificación se aceptó con reticencias […]. Pero prevaleció la resignación y
se impuso la tolerancia, si no de corazón, sí de derecho.
El restablecimiento del orden monárquico
[…]
a) En primer lugar, se impone el restablecimiento del centro de gobierno. El rey tiene
capacidad para ello […]. Llena su Consejo de adictos, tomados de todos los sectores
[…]. Los Grandes son alejados del poder político y ceden el paso a los hombres de
leyes. Se reorganizan los servicios del Consejo y de la Cancillería. Por encima de todos
se encuentra la voluntad real, que resuelve en última instancia. El rey restaura
igualmente los instrumentos de su poder en las provincias. Los gobernadores,
generalmente procedentes de la alta nobleza, son reducidos a la obediencia, y ven sus
poderes limitados a los asuntos militares. En cambio, se reanuda el ir y venir de los
maîtres de requêtes […].
b) Sin duda, la obra de restauración más completa es la que se realiza en el sector
financiero. Enrique IV fue secundado por su fiel compañero Maximiliano de Béthune,
marqués de Rosny y después duque de Sully (1560 – 1641). Sin intentar trastonar el
sistema tradicional, el superintendente, por medio de numerosas disposiciones, por la
persecución de exenciones abusivas y por un mayor control de los administradores,
obtuvo resultados satisfactorios. El fin de la guerra permitió bajar el nivel de la
presión fiscal, con gran alivio de las masas campesinas que soportaban el mayor peso
Javier Díez Llamazares
22
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 9
[…]. Todavía conviene subrayar que la situación se degradó de nuevo después de 1604,
implicando la utilización de expedientes, empréstitos y creación de oficios. En 1604,
para poner fin a los equívocos y a los fraudes que entrañaba el sistema de futuras, el
rey aceptó la herencia de los cargos, gravándolos con un derecho anual[, llamado
Paulette,] equivalente a 1/60 del precio del oficio […].
c) Este restablecimiento de la acción del soberano en el reino chocó con numerosas
resistencias. Enrique IV reemprendió la política de sumisión de los cuerpos
constituidos inaugurada por los Valois [(p.ej. la no convocatoria de los estados
generales, la reducción de las sesiones de los estados provinciales o la limitación de la
autonomía municipal)] […].
Los grupos sociales que hubieran podido obstaculizar la voluntad real fueron vigilados
y controlados […]. La nobleza fue protegida en sus bienes y en su dignidad, pero fue
invitada a la obediencia, lo mismo que el clero, colmado de atenciones, pero obligado a
contribuir a las necesidades del Estado.
Sin embargo, esta restauración del poder monárquico dejó subsistir debilidades reales. El
poder de los Grandes, fuertes por sus dominios, por sus vasallos y por sus vínculos familiares,
siguió siendo muy peligroso […]. La herencia de los oficios daba a los funcionarios, y
especialmente a los miembros de los tribunales del Parlamento, una independencia de hecho a
la que sólo le faltaba expresarse. La política financiera de Sully disgustaba a los Grandes, cuyas
pensiones se veían menoscabadas, a los oficiales de finanzas, estrechamente vigilados, y a los
rentistas […]. Y, por encima de todo, algunos católicos se preocupaban por la evolución de
la política real [(p.ej. la alianza de hecho con los rebeldes de las Provincias Unidas, la
reanudación de acciones diplomáticas hostiles contra los Habsburgo después de 1606 o la vida
privada del soberano)] […]. Antes del de Ravaillac[, que causaría la muerte del soberano en
1610], se perpetraron contra el rey diversos atentados, de los que se declaró cómplices a los
jesuitas […].
La restauración material
[…] La restauración de la economía fue rápida, lo que atestigua la vitalidad del reino […].
a) La vuelta de la paz fue suficiente para colocar la agricultura en condiciones
favorables. El poder adoptó algunas medidas circunstanciales […], pero la puesta en
explotación del suelo fue ante todo obra de los propios campesinos, ayudados
materialmente por los propios terratenientes, que permitieron cancelaciones de los
arrendamientos, adelantos de fondos, de ganado o de material. El nivel de las cosechas
subió rápidamente, aunque sin alcanzar el de los años buenos de mediados de siglo. El
viñedo fue reconstituido y se estimularon los nuevos cultivos, como el de la morera
[…]. Esta reconstrucción de los campos, lo mismo que la de finales del s. XV, se hizo
en los marcos tradicionales: señoríos y comunidad campesina. Pero la extensión de la
propiedad burguesa, favorecida por la crisis del campesinado, aumentó el papel de la
explotación indirecta, acentuó la separación entre labradores y braceros e intercaló la
renta territorial entre la renta bruta del campesino y los demás impuestos (señor, iglesia,
fisco) […].
b) El particular interés demostrado por Enrique IV en relación con las manufacturas es
un elemento importante de su política económica. Apoyado en las ideas de Bartolomé
de Laffemas, nombrado en 1600 controlador general del comercio, practicó un
mercantilismo de buena ley. Se trataba de evitar salidas de oro y de plata desarrollando
las industrias en declive y de exportar más para obtener divisas extranjeras. Se llamaron
técnicos y se formaron compañías para crear los talleres necesarios. Los difíciles
comienzos de estas empresas fueron asegurados por monopolios de fabricación y
venta, por préstamos del Tesoro, por privilegios sociales y por derechos de aduana
proteccionistas […]. Algunas sólo tuvieron una existencia precaria, pero otras pudieron
desarrollarse […]. Por lo demás, los sectores tradicionales del artesanado recuperaron
su prosperidad y sus mercados […]. Enrique IV, al reanudar la política de sus
predecesores, […] intentó imponer a todos los oficios su transformación en gremios
reglamentados por el Estado, pero el edicto de 1597 se aplicó sólo de forma incompleta
[…].
Javier Díez Llamazares
23
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 9
c) El despertar de la actividad económica se manifiesta igualmente por la reanudación de
las corrientes de intercambios, tanto en el interior como en el exterior. La política regia
favorece esta actividad, primero mediante la reforma monetaria de 1602, que registra
la devaluación de hecho de la moneda consiguiendo a la vez su readecuación, y después
por la reparación de la red viaria […], por la política aduanera y por la diplomacia.
Los comerciantes hacen el resto […].
El fin del reinado
El envejecimiento del rey coincide con un cambio en el panorama europeo [(p.ej. las muertes
de Felipe II, en 1598, y de Isabel I, en 1603)] […]. El debilitamiento de la monarquía española,
las rivalidades políticas y religiosas en el Imperio, la tradicional amistad de las Provincias
Unidas en rebeldía, la presencia de un Papa bastante favorable a Francia en el trono de San
Pedro, autorizaban una política de intervención. La ocasión se presentó con motivo de la
sucesión de los ducados de Clèves y de Juliers (1609). El emperador deseaba apoderarse de
esta posición estratégica en el Rhin inferior. Los protestantes alemanes, agrupados desde 1608
en la Unión evangélica, se inquietaron. Enrique IV ofreció su apoyo y preparó la guerra. Pero
así disgustaba a los medios católicos adictos a la Reforma tridentina, deseosos de evitar una
lucha con los campeones de la religión y las masas populares, afectados ya por el aumento de
las cargas del estado. Incluso entre los más allegados al rey hay enfrentamiento entre los
partidos. La reina María de Médici se adhiere al partido devoto y consigue ser coronada y
designada como regente durante la campaña (13 de mayo de 1610). Al día siguiente, un
exaltado, con toda seguridad desequilibrado, asesina al soberano.
Enrique IV dejaba un reino en una situación bastante favorable tanto política como
materialmente. Pero la fragilidad de su obra es evidente. Su desaparición abre la puerta a las
ambiciones y a los desórdenes de una nueva minoría[: dejaba como heredero a un niño de nueve
años, Luis XIII, bajo la regencia de su madre María de Médicis].
Javier Díez Llamazares
24
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 10
Tema 10: Inglaterra. Centralización política y Reforma
0.0. Sumario
10.1. La guerra de las dos Rosas (1455 – 1485)
10.2. Las reformas de Enrique VII (1485 – 1509)
10.3. Enrique VIII y la ruptura con Roma
10.4. Eduardo VI y María Tudor
10.5. El reinado de Isabel I (1558 – 1603)
10.6. Economía y sociedad en la Inglaterra de la primera Edad Moderna
0.1. Bibliografía
BENNASSAR: Historia Moderna, Tres Cantos, Ediciones Akal, 2005, p. 116 – 118 (Bennassar
– Jacquart), 219 – 222 (Bennassar – Jacquart) y 351 – 365 (Bennassar – Jacquart).
FLORISTÁN: Historia Moderna Universal, Barcelona, Editorial Ariel, 2002, p. 94 – 96
(Floristán), 133 – 143 (M. Millán), 211 – 216 (Benítez).
0.2. Lecturas recomendadas
BENNASSAR: Historia Moderna, Tres Cantos, Ediciones Akal, 2005, capítulo 11 (Bennassar
– Jacquart).
RIBOT: Historia del Mundo Moderno, Madrid, Editorial ACTAS, 2006, p. 255 – 257 (Barrio).
10.1. La guerra de las dos Rosas (1455 – 1485) 1
Inglaterra […] va a terminar los últimos años de la Edad Media sumid[a] en el caos interno
generado por la rivalidad de dos grandes familias de origen real, los Lancaster y los York, que
lucharon entre sí por el poder, dando lugar a la llamada Guerra de las Dos Rosas, roja de
Lancaster y blanca de los York.
El resultado final fue una solución de compromiso, entre las dos familias, que facilitó al
ascenso al trono de Enrique VII Tudor (1485 – 1509) que unió, con su matrimonio, las dos
ramas. Con esta nueva dinastía la monarquía volvió a adquirir en el interior, el prestigio perdido,
gracias al apoyo que le prestó la nobleza y la burguesía de las ciudades, cansadas de una larga y
estéril lucha dinástica que frenaba la prosperidad del reino.
Los desastres militares y los ataques de demencia de Enrique VI provocaron un estado de
anarquía en el que se desataron las contenidas rivalidades dinásticas entre ramas distintas de
descendientes de los hijos de Eduardo III.
[En la] conocida Guerra de las Dos Rosas […] [, la] lucha se realizó entre distintas ramas de
descendientes de los hijos de Eduardo III (1327 – 1377). Cuando muere Enrique V, en 1422, los
territorios ingleses en Francia fueron regidos por el duque de Bedford, Juan, hermano del
soberano difunto, pero la minoría de Enrique VI (1422 – 1461) propició el enfrentamiento por el
poder entre las dos ramas de los Lancaster[:] por un lado los Beaufort, bastardos legitimados de
Juan de Gante, cuyo jefe era Enrique, obispo de Winchester y canciller del reino; y por otro,
Humphrey, duque de Gloucester, tío de Enrique VI.
1
Dado que no existe ninguna referencia relativa a este epígrafe en la bibliografía recomendada, se han
utilizado las siguientes obras para su elaboración:
™ ÁLVAREZ PALENZUELA: Historia Universal de la Edad Media, Barcelona, Editorial Ariel, 2002,
p. 743 y 746.
™ CLARAMUNT: Historia de la Edad Media, Barcelona, Editorial Ariel, 1992, p. 320 – 321.
™ DONADO: Historia Medieval Universal [Guía didáctica], Madrid, Universidad Nacional de
Educación a Distancia (UNED), 2002, p. 115 – 116.
™ GARCÍA DE CORTAZAR: La Edad Media, Madrid, Nájera Ediciones, 1987, p. 498 – 499.
™ VALDEÓN: Manual de Historia Universal, 4. Baja Edad Media, Madrid, Historia 16, 1996, p. 155 –
157.
Javier Díez Llamazares
1
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 10
La mayoría de edad de Enrique VI en 1437, supuso la ruptura del precario equilibrio entre las
dos facciones, ya que sólo aceptaba los consejos de sus primos, los Beaufort y el conde
Guillermo de Suffolk. La situación se agravó con el impopular matrimonio del monarca con
Margarita de Anjou (sobrina del rey francés), consecuencia de las treguas con Francia de 1444. La
sospechosa muerte del duque de Gloucester (1447), la simultánea de Beaufort y el envío del
duque Ricardo de York a Irlanda dejaron el poder en manos de Suffolk, que no pudo evitar la
sucesión de derrotas en Francia. En 1450 la pérdida de Normandía, el levantamiento del
campesinado de Kent dirigido por Jack Cade, coincidieron con el regreso desde Irlanda de
Ricardo de York, miembro de una rama menor de los descendientes de Edmundo de York (hijo
menor de Eduardo III). El duque de York encabezó a los descontentos.
En el año 1453 coinciden: la derrota final en Francia, el regreso de las tropas derrotadas, la
primera crisis de locura de Enrique VI y el nacimiento del heredero Eduardo […]. [La] posibilidad
de que el poder pasará a Margarita de Anjou, […] decidieron a Ricardo de York a tomar el poder
por la fuerza de las armas.
Ricardo de York, aprovechando la locura de Enrique VI, se hizo nombrar protector del reino y
presidente del consejo real y encerró a sus enemigos en la Torre de Londres. La recuperación del
rey, en 1455, obligó a Ricardo a buscar refugio entre los Neville, parientes de su mujer,
comenzando la guerra civil. En Saint Albans, Ricardo de York fue derrotado. Al dividirse las
instituciones del reino entre los bandos enfrentados, esta batalla se convirtió en el primer acto del
conflicto civil conocido como Guerra de las Dos Rosas, que enfrentó durante 30 años a las casas
de Lancaster y de York.
Fundamentalmente, fue una lucha entre familias aristocráticas. El conflicto estalló debido a
diversos factores, entre los más importantes la incidencia negativa de la derrota inglesa en la
Guerra de los Cien Años […]. Los desastres militares en Francia, repercutieron rápidamente en
Inglaterra. El Parlamento se negaba a dar subsidios para una guerra que iba de mal en peor. Los
barones intimidaban a los oficiales reales y sembraban la anarquía en el país […] [;] los
males se agravaban por la debilidad del monarca, Enrique VI, y la impopularidad de la reina,
Margarita de Anjou. La numerosa descendencia de Eduardo III suponía la existencia de un
poderoso sector de la alta nobleza, ligado familiarmente al monarca y deseoso de ocupar los
puestos claves del gobierno […]. Desde la subida al trono del niño Enrique VI, en 1422, la lucha
adquirió una gran virulencia.
[L]os graves problemas de gobierno [se enmarcaban] en un escenario en el que la nobleza
había alcanzado cotas de fuerza y poder sin precedentes y en el que[,] además, buena parte de sus
miembros estaban relacionados entre sí y/o con el monarca por complejos vínculos de parentesco
que se habían ido engendrando como resultado de la propia retroalimentación del grupo
aristocrático para seguir siendo la elite dominante. Es por ello que las fases que caben
denominarse como contiendas civiles, tal como es el caso de la Guerra de las Dos Rosas, deben
entenderse sobre todo como conflictos de carácter intra nobiliario, en los que el resto de los
miembros del cuerpo social actuaban de acuerdo con los lazos de signo feudo – vasallático que los
unían a las capas superiores y a cambio de los posibles beneficios que pudieran recibir […].
Deben interpretarse más como luchas de bandos – linajes que como guerras civiles según el
sentido posterior que ha llegado a poseer esa acepción […].
A mitad del [s.] XV, la lucha en la corte de Enrique VI estaba centrada, en Ricardo de York,
por una parte, el clan de los Beaufort[, por la otra] […]. Ricardo aspiraba a la sucesión ya que el
rey no tenía descendientes […]. En 1453, el rey enfermo […] abandonó el gobierno, Ricardo de
York solicitó la regencia, [y] en aquel mismo año nació un heredero. Enrique VI repuesto de su
enfermedad comprendió que Ricardo era un peligroso rival y preparó su ruina.
Ricardo de York recuperó brevemente el poder, pero sufrió una segunda expulsión en 1459 a
manos de los Lancaster agrupados por la reina Margarita de Anjou, que logró la proscripción de
los York en el Parlamento de Coventry. Un año después los yorkistas [derrotaron] a sus
enemigos en Northampton y Ricardo reclamó el trono, obligando a Enrique VI a nombrarle
heredero. Sin embargo, el 30 de diciembre de 1460 el duque de York fue derrotado y muerto en la
batalla de Wakefield.
Javier Díez Llamazares
2
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 10
El triunfo de los Lancaster, tampoco fue definitivo[, dado que] Eduardo de la Marche, hijo de
Ricardo de York, y entronizado por sus partidarios, […] derrotó a los Lancaster en Towton
(1461).
Poco después entró en Londres y alegando la locura de Enrique VI se proclamó rey como
Eduardo IV con el decisivo apoyo de Ricardo de Neville, duque de Warwick. [E]l rey, la reina
y el príncipe heredero huyeron a Escocia. Eduardo IV (1461 – 1483) había sido el triunfador. Los
York habían suplantado a los Lancaster.
Eduardo IV protagonizó un agitado reinado marcado por las maniobras de duque de Warwick
y por la fragilidad de la victoria de los York. Enrique VI, Margarita de Anjou y el heredero,
Eduardo, se refugiaron en Francia, de modo que la Guerra de las Dos Rosas degeneró rápidamente
en una prolongación de la Guerra de los Cien Años. Eduardo IV consolidó su poder en 1465,
encerrando a Enrique VI en la Torre de Londres. Su estabilidad dependió siempre del apoyo de los
clanes fronterizos (Percy, Pembroke, Jasper, Tudor, Neville). El matrimonio de Eduardo IV con
Elisabeth Woodville supuso el auge de su familia y el desplazamiento de Warwick, lo que
precipitó la alianza de éste con Margarita de Anjou (1469). Un año después el duque de Warwick
liberó y restauró a Enrique VI. Eduardo IV huyó entonces junto a su pariente Carlos el Temerario,
pero regresó en 1471 y con apoyo borgoñón y de la Hansa derrotó al duque de Warwick en
Barnet y a las tropas de Enrique VI y del príncipe Eduardo en Tewkesbury. Las muertes de sus
tres enemigos y la derrota total de los Lancaster dejó el trono en manos de Eduardo IV. Éste tomó
grandes represalias en las que murió Enrique VI (mayo 1471). Hasta 1483 Eduardo IV dirigió
firmemente el reino, aunque nunca consiguió consolidar su dinastía en el trono. En su política
exterior destaca la firma de la paz con Luis XI (Picquingy, 1475), considerada el último acto
oficial de la Guerra de los Cien Años. El rey inglés renunció a su alianza con Borgoña y al trono
de Francia a cambio de 75.000 escudos más una renta de 50.000 anuales. Eduardo IV murió en
1483, dejando el trono a sus hijos menores Eduardo y Ricardo de York tutelados por su
hermano Ricardo, duque de Gloucester.
El heredero de Eduardo IV era un niño de doce años, Eduardo V. Del gobierno se encargó su
tío Ricardo, duque de Gloucester. Ricardo se declaró protector, encerró al príncipe Eduardo y a su
hermano, Ricardo, en la Torre de Londres; los declaró bastardos y reclamó para sí el trono. Se
convirtió en el rey Ricardo III (1483 – 1485). La muerte de los dos niños indignó a todo el país,
muchos de sus partidarios pasaron al bando de los Lancaster, que se recompuso bajo el mando de
Enrique Tudor, con el apoyo financiero de Francia; en Brosworth Ricardo fue derrotado y
muerto, era el último episodio de la Guerra de las Dos Rosas. Enrique Tudor (Enrique VII) casó
con Isabel de York, hija de Eduardo IV, efectuándose la unión simbólica de las dos familias.
Con Ricardo III se inicia la fase final del conflicto de las Dos Rosas. En un ambiente de hastío
por la guerra y los abusos del feudalismo bastardo surgido en la época, se formó una coalición
entre los familiares de los asesinados, antiguos yorkistas y legitimistas de ambos bandos en un
amplio partido apoyado por Francia. Como cabeza se sitúo Enrique Tudor, heredero colateral de
los Lancaster y futuro marido de Isabel de York, hija de Eduardo IV. Esta coalición derrotó a
Ricardo III en la batalla de Brosworth (1485), en la que murió el usurpador. Enrique Tudor se
proclamó entonces rey con el nombre de Enrique VII (1485 – 1509) y puso fin a la Guerra de las
Dos Rosas. Con él comenzaba el gobierno de los Tudor y la reorganización de la monarquía
autoritaria moderna en Inglaterra.
10.2. Las reformas de Enrique VII (1485 – 1509)
(FLORISTÁN, 133 – 135)
2. Las transformaciones de la Monarquía inglesa en los inicios de la Modernidad
2.1. Los primeros cambios institucionales durante el reinado de Enrique VII
A finales del s. XV, la Monarquía inglesa estaba estructurada en torno a dos focos de poder:
el Consejo y la Casa Real. Estos dos poderes centrales ya habían sido identificados por Sir
John Fortescue, quien, en su libro The Governance of England, había distinguido entre el
Consejo del rey, necesario constitucionalmente, y la influencia de los hombres de la Cámara y
Casa real, quienes no debían aconsejarle.
Javier Díez Llamazares
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Organización de la administración central. La administración se componía del Exchequer,
que controlaba las finanzas, y una compleja secretaría dividida en tres despachos de los tres
sellos: el Gran Sello, el Sello Privado y el Sello. Las instrucciones del monarca pasaban a cada
una de estas secretarías, quienes, a su vez, las repartían a los respectivos departamentos de
gobierno. A finales del s. XV, este sistema había sido desplazado por otro de autentificación de
documentos más moderno y menos formalizado: la firma manual del rey. Los dos viejos
oficios, el Exchequer y el Canciller, que negociaban con el Gran Sello, tuvieron sus propios
despachos permanentemente. Los registros de la Cancillería eran guardados en los Rolls
Chapel in Chancery Lane, cerrados por los letrados del tribunal de la Corte, quienes repartían
muchos de sus negocios; el Exchequer tenía su propia residencia en Westminster. El Sello
Privado y el Sello, sin embargo, seguían al rey en sus viajes. Por lo general, las cabezas de esos
cuatro departamentos (el Tesorero, el Canciller, el Lord del Sello Privado y el Secretario)
eran los más importantes miembros del Consejo. Pero el Consejo, a diferencia de los
departamentos administrativos, no era en sentido estricto una institución; además, su
composición, tamaño e incluso funciones variaron de un rey a otro.
Este sistema tenía dos grandes defectos: por una parte, a excepción del Exchequer, había
poca especialización funcional entre los departamentos; por otra, no existía una
maquinaria que coordinase la actuación del gobierno, esta tarea pertenecía al rey.
Estructura de la Casa Real. El otro centro de poder era la Casa Real, cuyos servidores
permanecían mucho más cerca del rey. La administración tenía su sede en Westminster y, a
mitad de año, durante el período legal cuando la Law Court estaba en sesión, el Consejo
normalmente se encontraba también allí. Ahora bien, el rey no permanecía inmóvil, sino que
recorría el reino, por lo que durante varios meses se hallaba separado físicamente de su Consejo;
en cambio, su Casa le acompañaba siempre. La organización de la Casa Real se comprende
fácilmente si se tiene en cuenta la distribución geográfica de los palacios reales. Estos se
componían de dos grandes áreas separadas, que se unían en un gran vestíbulo. En su origen, este
vestíbulo había servido de comedor común en el que el rey comía en el estrado, mientras sus
sirvientes y acompañantes lo hacían en la parte baja del mismo. El conjunto del vestíbulo, los
oficios domésticos adyacentes, como la cocina, despensa, etc., formaban un área del palacio. El
estrado y el primer piso constituía el área privada del monarca o Cámara y formaba el otro
cuerpo de la Casa Real; el segundo constituía las habitaciones privadas del monarca. Los
servidores de la planta baja estaban agrupados en un departamento de la Casa Real bajo las
órdenes del Mayordomo mayor, mientras que los del primer piso formaban otro cuerpo bajo el
mandato del Gran Chambelán. Los dos departamentos eran conocidos respectivamente como
Household y Chamber.
Composición del gobierno de Enrique VII y sus reformas. La importancia del Consejo y de
la Corte en el gobierno de la Monarquía dependió de la personalidad de cada rey. Enrique VII,
el primer Tudor, llegó al trono en 1485 después de vencer y asesinar a Ricardo III en la
batalla de Bosworth. Educado en la dura escuela de la penuria y el exilio, llegó al poder por la
fuerza y nunca permitió delegarlo. El Consejo fue grande; esencialmente, tuvo un papel
consultivo y sus diversas comisiones fueron los principales instrumentos ejecutivos de su
gobierno. La situación no varió mucho en la Casa.
La historiografía ha presentado a Enrique como “lancasteriano”, pero los orígenes políticos
tan diversos de sus seguidores denuncian que la situación fue más compleja. Algunos de sus
seguidores habían pertenecido como caballeros en la Casa de Eduardo IV de York; otros
tenían afinidades con los Woodvilles, la familia de la reina, esposa de Eduardo IV; finalmente,
otros eran clientes de Reginaldo Bray, persona de toda confianza de Margarita Beaufort,
madre de Enrique Tudor. Lo que rompió la unión de este grupo tan diverso fue la violenta
usurpación del trono por parte de Ricardo de Gloucester, hermano de […] [Eduardo] IV.
Ricardo desheredó y asesinó a sus sobrinos, el joven Eduardo V y su hermano, herederos de
Eduardo IV y de Isabel Woodville. El primer foco de rebelión contra Ricardo III, erróneamente
conocida como rebelión de Buckingham, tuvo lugar en 1483 y fue un fracaso. Algunos de sus
líderes fueron ejecutados, otros huyeron para unirse a Enrique Tudor en Bretaña. Pero todos se
Javier Díez Llamazares
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justificaron con el triunfo de Bosworth dos años después. De esta manera, establecieron fuertes
vínculos que duraron todo el reinado.
Cuando Enrique VII subió al trono, la reforma de la Monarquía comenzó con el cambio de
estructura del propio palacio. Al principio, la Cámara había sido una gran habitación en la que,
como en un dormitorio real, muchas funciones conflictivas habían sido incluidas. Durante los
siglos XIV y XV, sin embargo, la habitación individual había sido reemplazada por una
estancia, dividida en varios apartados: la Sala de Espera, donde permanecían los caballeros de
la guardia; la Sala de Audiencia, en la que estaba el trono y la Cámara Privada, que constituía
las habitaciones privadas del monarca. El acceso a estas habitaciones era muy limitado, mientras
que bajo los Tudor, un complejo e incluso más secreto “alojamiento privado” de dormitorios,
biblioteca y retretes era construido por detrás.
Este cambio, si bien era deseable en sí mismo, tuvo el efecto de trastocar la estructura del
palacio de acuerdo a la nueva organización de la Casa Real. Ahora había dos áreas distintas en
el piso superior, pero solamente un grupo de servidores. La disyuntiva perduró hasta la década
de 1490. La Cámara Privada fue separada de las otras dos áreas y tuvo su propia
organización. A la cabeza permaneció el Groom of the Stool, cuya ocupación principal había
consistido en cerrar la silla real o cómoda y de presentar sus respetos al rey cuando le ayudaba a
sentarse o levantarse de ella. Para el Groom y sus oficiales se transfirió la entera responsabilidad
del servicio privado del rey. Mientras que al departamento del Lord Chambelán se le dejó
solamente el ceremonial público de las dos Cámaras externas.
Con la sustitución de la Cámara Privada por las Cámaras, Enrique VII cambiaba el tipo de
servicio personal característico de la Monarquía feudal a otro nuevo propio de un príncipe
italiano. El año exacto en que la Cámara Privada se fundó no resulta conocido, pero todo apunta
–en opinión de D. Starkey— que fue en 1495[: año en que fueron descubiertos los tratos
secretos de sir William Stanley, tío de Enrique VII, con Perkin Warbeck, pretendiente al
trono por la Casa de York, y en los que estuvieron implicados también el Mayordomo mayor,
Lord Fitzwalter y, probablemente, el personal de la Cámara] […]. Traicionado por ambos
departamentos de su Casa –piensa Starkey— Enrique crearía otro nuevo en el que se retraería
para su seguridad, atendido por personas de origen humilde, incapaces de llevar a cabo altos
juegos políticos. A partir de entonces, todo el poder estuvo concentrado en sus manos, lo que
dio fortaleza al gobierno.
(BENNASSAR, 219 – 221)
4. Inglaterra
Inglaterra, que tuvo que renunciar al sueño francés en el s. XV, era una potencia secundaria
en los umbrales del s. XVI. La guerra de las Dos Rosas (treinta años de espantosas guerras
civiles y de matanzas sin cuento, desde la primera batalla de Saint – Albans en 1455 a la de
Bosworth en 1485) la arruinaron casi por completo: el país estaba devastado, la arbitrariedad
reemplazaba a la justicia, el poder real se había hundido […].
La “Reconstrucción”
a) La pacificación. La victoria de Enrique VII (de Lancaster) sobre Ricardo III (de
York), vencido y muerto en Bosworth en 1485 creó las condiciones de la paz: en efecto,
al año siguiente, Enrique VII se casaba con Isabel de York, hija mayor de Eduardo
IV, el hermano muerto de Ricardo III. Así se reconciliaron las dos grandes familias que
habían hecho de Inglaterra el escenario de su rivalidad.
La gran nobleza inglesa había sido “liquidada” en parte. Varias de las grandes familias
habían desaparecido físicamente víctimas de las matanzas […]. Sin embargo, durante
una parte de su reinado, Enrique VII tuvo que reprimir las revueltas fomentadas por
algunas de las familias supervivientes […]. Por lo demás, el poder de Enrique VII no
fue discutido.
b) Los medios del poder. Para reconstruir su reino, Enrique VII practicó una política
pacífica que respondía a los deseos de la población después de tantos años de tumulto y
furor. Aumentó considerablemente sus medios financieros reorganizando la
administración de los patrimonios de la Corona (especialmente de las tierras) […].
Incrementó la renta procedente de las aduanas[: mediante la concesión por el
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Parlamento de los derechos de importación, que se añadieron a las tasas sobre
exportación] […]. Las rentas feudales, los derechos de tutela (wardship), de
suministro (purveyance), y el importe de las multas de justicia, se cobraron más
estrictamente […]. La Cámara del rey administraba el patrimonio y el Exchequer se
ocupaba de las aduanas. En cuanto a los subsidios extraordinarios[, que dependían del
Parlamento (hasta 1/5 de la renta en los condados y 1/10 en las ciudades),] […] Enrique
VII consiguió pasarse sin ellos durante la mayor parte de su reinado, y dejó a su sucesor
unas finanzas prósperas. Aprovechó la coyuntura internacional para realizar sin gastos
provechosas operaciones [(p.ej. el tratado de Etaples por el que obtuvo de Carlos VIII
de Francia 750.000 escudos a cambio de no inmiscuirse en las guerras de Italia)] […].
Las revueltas le dieron la ocasión de percibir fuertes multas y efectuar confiscaciones
importantes.
El rey se ocupó de asegurar su poder y el de sus agentes. Gobernó con ayuda de su
Consejo privado, en el que introdujo a quien quiso, y con los grandes personajes del
Estado. El Consejo, además de su papel político, administraba el país y actuaba como
tribunal supremo. En los condados, los sheriff (u “oficiales del condado”) cuyo
origen se remontaba a la conquista normanda y que se encargaban de mantener el orden,
de la supervisión de las elecciones, de la ejecución de los juicios civiles y de recibir a
los funcionarios itinerantes de la Corona, habían alcanzado mayor independencia
durante la guerra de las Dos Rosas, aprovechando los disturbios, y algunos habían
cometido toda clase de abusos. Enrique VII castigo duramente a los sheriffs culpables
de actos de arbitrariedad evidentes y favoreció el traslado de sus responsabilidades a
los justice of peace: gentilhombres que ejercían benévolamente estas funciones
obteniendo por ello gran influencia en el terreno local, pero que no la conservaban más
que un tiempo limitado en virtud de una commission confiada por el rey, que distinguía
sucesivamente a las principales familias del Condado. La institución tenía así un doble
sentido, político y social, hacía de la gentry, bien controlada por el rey, un verdadero
poder intermedio entre el rey y el resto de la población […].
Por otra parte, los tres grandes tribunales de Westminster: Court of Common’s Pleas
(asuntos civiles); King’s Bench (asuntos criminales); Exchequer (asuntos financieros)
conocieron la competencia de un nuevo tribunal dependiente directamente del canciller
(Court of Chancery) cuyo procedimiento expeditivo, poco costoso y equitativo
contrastaba con los costosos y lentos de Westminster.
[…]
10.3. Enrique VIII y la ruptura con Roma
(FLORISTÁN, 135 – 142)
2.2. La nueva forma de gobierno de Enrique VIII
Las cosas ocurrieron de modo muy diferente durante el reinado de Enrique VIII. Pronto
estuvo claro que la Casa Real y el Consejo recobrarían su independencia y protagonismo, si
bien se necesitó que transcurriera más de una década, desde su ascenso al trono, para que
emergieran tales cambios. Lo primero que cristalizó fue el papel del Consejo. El descuido del
monarca por los negocios dio al Consejo mayor libertad e iniciativa; asimismo, su fracaso
para actuar como coordinador del gobierno, hizo emerger a Thomas Wolsey como ministro
principal, ocupando el puesto del rey en la administración diaria. De esta manera, Wolsey
absorbió virtualmente los poderes del Consejo; su posición se consolidó en esta tarea a partir de
1515. Los asuntos de la Casa Real también resultaron mucho más fluidos y sus cambios no
resultaron significativos hasta 1518 – 1519 con la llegada de los denominados “favoritos” y la
creación del oficio de Gentleman de la Cámara Privada.
Una vez sucedido esto, el armazón de la estructura política del reino quedó establecido. El
poder de la Casa fue concentrado y articulado en manos de la Cámara Privada, mientras el poder
del Consejo estaba en Wolsey. Así, a partir de entonces, hubo dos centros de poder
concentrados en torno al monarca, quien se vio sometido a su influencia y manipulación.
Inevitablemente, los dos quisieron dirigir la política e influir en la voluntad del monarca, por la
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que la lucha entre ambos organismos fue continua a través de las facciones, grupos formados
por cortesanos y consejeros para perseguir su provecho político.
El sistema de gobierno de T. Wolsey. Desde el comienzo de su reinado, Enrique VIII
introdujo una separación entre los servidores de su padre y los suyos propios. El joven monarca
aspiraba a la grandeza de la Monarquía y los consejeros que heredó de su padre no compartían
esta visión, mientras que los escogidos por él la vislumbraban, pero eran incapaces de llevarla a
cabo. En estas circunstancias surgió Wolsey […], sobresaliendo por encima del resto de
consejeros reales. A partir de entonces, el control de la corte por parte de Wolsey fue completo,
si bien, aún tuvo que vencer la influencia de los jóvenes cortesanos en la voluntad real […].
Todos ellos (a los que se les denominó los “favoritos”) fueron entrando paulatinamente en la
Cámara Privada y cambiaron la imagen de la corte. Desde luego, el efecto […] fue […] hacer de
contrapeso al poder que ejercía Wolsey. Mientras los favoritos estaban junto al rey y
controlaban su Casa e influían su voluntad, Wolsey dominaba el Consejo y la administración y
su mayor debilidad era la distancia que le separaba del monarca. […] [E]n mayo de 1519,
Wolsey maniobró para que los favoritos fueran despedidos de la corte. La expulsión de los
favoritos dejó cuatro plazas vacantes en la Cámara Privada, que fueron ocupadas por personajes
fieles a Wolsey […].
Aprovechando la paz que Inglaterra firmaba con Francia (tratado de El Moro, agosto de
1525), Wolsey dispuso publicar nuevas Ordenanzas sobre la Casa [(finales de 1525:
publicación de órdenes distintas para la Household y la Chamber)] con el fin de controlar la
Cámara y de neutralizar el impacto de la última guerra, que había afectado a la Casa Real
de dos maneras: primero, por la demanda de cargos de los que habían servido en la guerra
contra Francia; segundo, para ajustar las finanzas reales […].
La cuestión del divorcio y la ruptura del sistema de Wolsey. El modelo de gobierno
impuesto por Wolsey fue roto en 1527 con la aparición de Ana Bolena y el deseo del rey de
divorciarse. Ana Bolena había nacido en torno a 1501 […]. Había recibido una educación
enteramente francesa, en cuya corte residió buena parte de su adolescencia y juventud. En 1522
volvió a Inglaterra cuando lo francés estaba de moda y, si bien la expulsión de los “favoritos”
de la corte […] fue un duro revés para sus aspiraciones de medro social, el deseo de Enrique
VIII de tener un hijo, lo que resultaba imposible con Catalina de Aragón, la iban a convertir en
la nueva reina.
Efectivamente, en 1527, Enrique VIII manifestaba la intención de divorciarse. Su efecto
inmediato fue la destrucción del sistema pacientemente elaborado por Wolsey. El Consejo y
la Cámara Privada se dividieron en facciones, provocando un cambio rápido de alianzas
personales. Pero lo más importante fue que Ana Bolena, no sólo provocó una facción sino que
también introdujo una ideología. Ella era una convencida evangélica y una decidida protectora
de la “nueva religión”. No era la única, pero sí la primera que había ocupado un cargo alto. El
efecto fue polarizar la corte, unos quisieron la reforma, mientras otros querían mantenerse en
la vieja fe. De esta manera, a partir de entonces, la política y la religión formaron parte de la
facción. Con la aparición de las facciones en los últimos años de Wolsey, el estilo político de
Enrique VIII maduró. El férreo control que Wolsey mantuvo sobre la Cámara Privada y sobre el
Consejo se desmoronó […]. Wolsey luchaba por su preeminencia, mientras que el hermano de
Ana [(Georges Boleyn)] y su padre [(Thomas Boleyn)], ahora conde de Wiltshire, eran
partidarios de ella; por su parte [el marqués de] Exeter[, primo del rey,] y Moro defendían a
Catalina. Como resulta fácil deducir, la división del Consejo no era solamente por las personas,
sino que cada uno de estos grupos llevaba consigo una política. Los dos grandes temas eran el
divorcio y la continuidad de Wolsey como ministro […].
La crisis fue provocada por los acontecimientos que Inglaterra no podía controlar. En junio
de 1529, los imperiales vencieron a los franceses en Italia y firmaban la paz de Cambrai. Esto
cercenaba cualquier posibilidad de que el papa acordase el divorcio de Enrique y Catalina, lo
que hizo caer a Wolsey que era lo que siempre había aspirado conseguir para mantenerse en el
poder. Partidarios de Ana Bolena y Catalina de Aragón se unieron contra él. El nuevo líder fue
Thomas Cromwell.
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La “revolución” institucional de T. Cromwell y el nuevo sistema de facciones. Tras la
caída de Wolsey, Enrique VIII determinó asumir el control directo del gobierno, ayudado
por una extraña mezcla de adversarios y favoritos. El resultado fue confusionismo e ineficacia.
En estas circunstancias, Thomas Cromwell vino como llovido del cielo. Sus ideas eran
evangélicas, de origen humilde y estudioso de la retórica como Wolsey.
En 1529, desde el Parlamento, se había lanzado un fuerte ataque contra una clase de abusos
clericales que tocaron el bolsillo de los sectores superiores. Ahora bien, los intentos de
reforma no tuvieron éxito porque se mezclaron con la persecución a Wolsey. Pero el ataque
fue retomado en 1532, ahora, la presión parlamentaria forzó el Acta de Sumisión del Clero que
quitaba a la Iglesia inglesa la voluntad y capacidad de resistir a Enrique, mientras la condicional
Acta de Restricción de Annatas cortaba al papa los ingresos que producían las rentas
eclesiásticas, al mismo tiempo que rompía toda relación de nombramientos de obispos y
recursos a Roma. A partir de entonces, los acontecimientos se precipitaron. El anciano
Warham, arzobispo de Canterbury moría en agosto de 1532 y Thomas Cranmer, protegido
de Ana Bolena, era nombrado en su lugar. Desde el 3 de febrero de 1533, el Parlamento gobernó
a través del Acta de Restricción de Apelaciones que permitió que el divorcio fuera sentenciado
en Inglaterra sin posibilidad de recurrir a Roma.
Fue entonces cuando Cromwell se decidió a llevar a la práctica las ideas que pululaban en el
ambiente social inglés: la creación de un reino autónomo que se bastara así mismo; esto es,
una estado soberano al que, aplicando el concepto de imperium, no reconociese autoridad
superior. De acuerdo a este planteamiento, su más importante aportación a la estructura politica
de la Monarquía inglesa fue que este “imperio” podía ser representado por la legislación del
rey en su parlamento, o sea, por las actas. De esta manera, liberaba a las actas del parlamento
de la limitación, según la cual, debían ser supeditadas a una ley reconocida universalmente (ley
natural) y aseguraba que tenía jurisdicción sobre todas las causas y debían ser obedecidas. De
acuerdo con este planteamiento, el parlamento aprobó tres actas que produjeron la definitiva
separación:
a) Acta de Supremacía (3 de noviembre de 1534), mediante la cual, el rey era declarado
“Jefe Supremo de la Iglesia inglesa” (Anglicana ecclesia).
b) Acta que exigía a los adultos juramento de fidelidad al monarca.
c) Finalmente, otra que consideraba traidor a todo aquel que dijese que el rey era
hereje o cismático.
Tales actas fueron juradas sin oposición por la mayor parte de los dirigentes leales al
monarca; sin embargo, hubo personajes que se negaron[, entre ellos, el canciller Thomas
Moro, que fue ejecutado en 1535] […]. Así, la cuestión del divorcio, que había pasado a un
segundo término entre tanta disquisición política, se resolvía por sí misma[: el arzobispo
Cranmer, haciendo uso de los poderes de esta nueva estructura político – religiosa, anulaba el
matrimonio real y casaba al monarca con Ana Bolena] […].
El vencedor fue Cromwell […]. Sin embargo, él tenía que compartir el poder con una hábil e
inteligente reina y ambos tenían que hacer cara a una oposición de corte conservadora. Todas
estas trabas fueron rotas en 1536 a causa del nuevo matrimonio del rey, ya que, al año siguiente
del matrimonio […] comenzaron a surgir problemas de caracteres. Los conservadores esperaron
su oportunidad[, que no llegó hasta 1536] […]. El instrumento fue Juana Seymour,
completamente distinta a Ana Bolena. Ahora bien, no todo fueron diferencias de caracteres.
Además, los conservadores en la Cámara Privada aconsejaron a Juana sobre la conducta que
debía seguir: que en ninguna circunstancia debía rendirse a los deseos del rey excepto por
derecho de matrimonio […]. Cromwell estaba, aparentemente, muy ligado a la reina tanto en
política como en ideas religiosas evangélicas; pero en realidad había muchos puntos de tensión
entre ambos […] [,] principalmente, en dos cuestiones: por el control del patronazgo y por la
dirección de la política exterior [(Ana era pro – francesa y Cromwell pro – emperador)] […].
Así pues, Cromwell estaba feliz del hundimiento de Ana; pero el complot contra Ana no dejó
triunfar a los conservadores –como era de prever— porque el mismo Cromwell lo impidió.
Primero ganó la confianza de las tres figuras principales del partido conservador: Carew, el
embajador imperial (E. Chapuys) y la misma María Tudor. Después les aplicó el mismo
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proceso. Ana no era ahora destronada por un tecnicismo de derecho canónigo, sino por una
acusación de traición [mediante la imputación de un crimen de adulterio] […]. Para Enrique, la
gran ventaja que le aportaba este método es que Ana era asesinada; los conservadores, por su
parte, le recordaron que su antigua mujer, Catalina de Aragón, había sido repudiada y que debía
volver con ella, por lo que le metieron en un aprieto que se resolvió con su oportuna muerte en
1536. Para Cromwell también tuvo ventajas: […] no sólo podría obtener la muerte de la reina,
sino también la de sus seguidores.
[…] El 12 de octubre de 1537 nacía el príncipe Eduardo y una semana después, el hermano
mayor de Juana Seymour era nombrado conde de Hertford, mientras el otro hermano era
nombrado caballero.
Cromwell, por supuesto, no destronó a una reina para reemplazarla por otra reina
política. Habiendo usado a los conservadores para destruir a Ana y sus amigos, él volvió a sus
antiguos aliados y acusó a los conservadores de trabajar para restaurar en el trono a María
Tudor, a quien se le dijo que, a menos que ella rehusara firmemente y reconociese formalmente
la disolución del matrimonio de su madre y su propia bastardía, sus amigos estaban perdidos.
Bajo esta presión, ella capituló. La vida de la facción conservadora estaba salvada, pero su
influencia quedó rota […].
En conclusión, Cromwell erradicó completamente a la facción cortesana de Ana Bolena
y diezmó a la de los conservadores, de esta manera se aseguró un dominio completo y sin
precedentes sobre la Casa Real y sobre el Gobierno.
La caída de Cromwell y las reformas institucionales. Pero la revolución de Cromwell
también había producido un dramático cambio social. Los hombres a quienes Cromwell había
ejecutado o anulado políticamente eran cortesanos de nacimiento; los hombres que puso en su
lugar había hecho sus carreras como mercaderes, letrados o preceptores […]. El ministro
burócrata había llegado a ser jefe del cuerpo de sirvientes del rey [(1539, presidencia de la
Cámara Privada; 1540, Lord Gran Chambelán de Inglaterra)]. Todo esto ayuda a explicar por
qué, en el invierno de 1539 – 1540, Cromwell se metió en el lío (una vez que había muerto
Juana Seymour) de buscar nueva esposa al rey[: la obtención de una mujer de la Casa de
Cleves, un estratégico condado entre los Países Bajos y el Imperio, tras la imposibilidad de
lograr la mano de una princesa Habsburgo o Valois] […].
El proyecto salió mal, pues el rey no pudo disimular su desagrado cuando conoció Ana de
Cleves e intentó echar marcha atrás en su matrimonio, pero Cromwell lo empujó, viendo las
ventajas que le podía reportar tal boda en su proyección exterior. La unión se celebró el 6 de
junio 1540, pero Enrique no soportaba a la de Cleves[, por lo que Cromwell se vio obligado a
deshacer el reciente matrimonio] […]. Era una situación incómoda que hubiera podido resolver
con éxito si no hubiera sido porque no controlaba el otro centro de poder de los Tudor, el
Consejo, en el que Cromwell tenía poderosos enemigos […]. La carga [de algunos de ellos
contra el fiasco del matrimonio real (incluyendo una acusación de herejía sacramental o
negación de la presencia real)], con sus tonos anabaptistas y de anarquía, no pudo pararla
Cromwell y el monarca lo mandó ejecutar.
Cromwell, arquitecto de la reforma y archipolítico de facción no fue reemplazado. A partir
de entonces, Enrique gobernó solo. Eso no fue obstáculo para que volviera a casarse por quinta
vez [con Catalina Howard, quien sería ejecutada en 1542 tras una denuncia de Thomas
Cranmer] […].
Desde el punto de vista institucional, el Consejo venía dejando (desde agosto de 1540) su
tradicional existencia y era puesto sobre unas bases más formales. Tuvo su propio secretario
y libro registro, al mismo tiempo que se fijó en diecinueve el número de sus componentes, que
se reunían diariamente, hasta el punto de que llegó a ser la Cámara Privada. La opinión
comúnmente aceptada que el cambio administrativo y sus reformas fueron obra de Cromwell es
verdad, pero no se debe olvidar la influencia que también ejerció la nobleza en ello. Los
hombres que destruyeron a Cromwell constituían esencialmente el “partido aristocrático”
[…]. La nobleza se deshizo de Cromwell e impuso su propia visión política. Su centro fue el
nuevo Consejo Privado que, distinto del viejo Consejo, estaba compuesto casi exclusivamente
por altos cargos. Los de más peso en número y prestigio fueron los soportes de estas diferentes
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entidades, los “grandes oficios del reino”. Estos oficios tenían dos linajes distintos: unos
pertenecían a la antigua Casa y oficios militares de los reyes anglo – normandos; otros eran
los cabezas de la administración de la última Monarquía medieval.
Pero hacia la mitad del s. XVI, la diferencia entre ambos grupos de oficiales fue
erosionada. Casi todos habían visto desvanecerse sus funciones originales o caer en desuso.
Solamente sobrevivía el halo de antigüedad y prestigio […]. El Acta de Precedencia de 1539
fusionó todos los grandes oficios dentro de una sola categoría de rangos, mientras que la
reforma conciliar de 1540 hizo de todos ellos miembros del Consejo Privado. El Acta de 1539
enumeró once grandes oficios, de los que seis eran exclusivamente ocupados por Pares,
mientras los otros cinco, en la práctica, también fueron ocupados por nobles. En consecuencia,
el Consejo se ennobleció y la nobleza se politizó.
Por lo demás, la Cámara Privada permaneció esencialmente como Cromwell la dejó,
como terreno propicio de sus seguidores radicales […]. El resultado de todo esto fue que,
durante los últimos años de reinado, había unas fuerzas iguales contrapuestas: un revitalizado y
conservador Consejo Privado y una radical Cámara Privada […].
Los conflictos entre la Casa y el Consejo habían sido endémicos, por lo que surgieron las
conspiraciones[: acusaciones contra destacados miembros de la Cámara Privada o contra el
arzobispo Cranmer, orquestados desde los sectores más poderosos del Consejo] […]. Pero en el
momento en que el asunto salió a la luz, el monarca, ante el asombro de todos, se casaba de
nuevo [con Catalina Parr, una joven viuda inclinada a la “nueva religión”] […]. Dos meses
más tarde de la celebración del matrimonio, eran perdonados los miembros sospechosos de la
Cámara Privada.
Fue este hecho el que hizo naufragar la reacción conservadora de la década de 1540. Ellos
habían prescrito a los disidentes religiosos, destronado el principal arquitecto de la reforma y
gozaban de una clara mayoría en el Consejo Privado. Solamente la Cámara Privada tenía
equilibrio de fuerzas entre sus miembros; pero para los “evangélicos” resultó suficiente para
proteger a sus clientes […]. Se sospecha que la reina supo parar esos golpes.
La situación cortesana durante los últimos años de Enrique VIII. A mediados de la década
de 1540, la situación era propicia para quien fuera joven, pues la mayor parte estaba pensando
en hacer carrera en el reinado siguiente […].
No obstante, la fuerza con que contaba cada facción era muy diferente. Los conservadores
carecían de un patrón eficaz de lucha política cortesana: unos habían muerto (como
Suffolk), eran viejos (Norfolk) o inadecuados (Surrey […] [o] Gardiner […]). En cambio, la
facción que componían los jóvenes aparecía mucho mejor organizada: contaba con Edward
Seymour, conde de Hertford, personaje ambicioso que esperaba explotar sus buenas
relaciones con el príncipe Eduardo, y con John Dudley, vizconde de Lisle, que compartía su
inclinación al protestantismo con Hertford, además de poseer una excelente reputación como
militar. Ambos se unieron a Sir Anthony Denny y a Sir William Paget, quien apoyó a
Hertford para alzarse con el poder. Con todo, para conseguirlo fue preciso superar importantes
obstáculos: la mayoría conservadora en el Consejo Privado, el poder de los Howards y la
influencia del obispo Gardiner.
[…] La caída en desgracia de Gardiner y la destrucción de los Howards fue la cara negativa
del golpe diseñado por los “jóvenes”. Lo positivo fue que el príncipe Eduardo pasó a ser
custodiado por Hertford y Dudley […].
(BENNASSAR, 222 – 226)
Del renacimiento inglés a la vuelta de los disturbios (1509 – 1559)
a) La penetración del Renacimiento: Enrique VIII. A comienzos del s. XVI, penetró en
Inglaterra el espíritu del Humanismo y del Renacimiento. John Colet y Tomás Moro
estaban en relación con los otros grandes humanistas de Europa […]. [Mientras Tomás
Moro publicaba su obra La Utopía en 1518,] […] Colet atacaba a los monjes y los
abusos del clero, y se asiste a un resurgimiento de la herejía de los lollards del s. XIV,
que afirmaba abiertamente la inutilidad de los sacramentos y la invisibilidad de la
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 10
Iglesia. En este clima de rechazo de los dogmas y de la disciplina creció el príncipe
Enrique […].
Pero también creció en un ambiente de placer y de fiestas, favorecido por el nuevo
aspecto de la vida de los príncipes, según el cual se buscaba la compensación de la luz y
la belleza. El fin de la guerra y la vuelta de la seguridad permitieron añadir varios patios
a los castillos, que se adornaban con balaustradas y con galerías de varias ventanas y
construir grandes galerías interiores iluminadas por varios sitios. Sin embargo, la
huella del gótico persistía con las torres, las líneas verticales, con los aguilones
triangulares y las almenas. La influencia italiana se hacía sentir más bien en la
distribución interior y la decoración que en la arquitectura […]. En cambio, en la
pintura y la escultura, los maestros eran extranjeros […].
Enrique VIII tenía dieciocho años cuando subió al trono, fue un príncipe típico del
Renacimiento: bello, muy instruido, amante de las letras, de las artes y de los ejercicios
físicos, muy sensual y amante del lujo. Inteligente, sin duda, y dotado de un gran
sentido político; pero de un egoísmo despiadado y de un orgullo inmenso, inclinado a
la mala fe y a la crueldad […].
Sin embargo, la primera parte del reinado de Enrique VIII fue feliz y pareció prolongar
el reinado anterior [(ÉPOCA DEL CARDENAL WOLSEY)] […].
[…]
c) La evolución política. Como hemos vito, el origen de la reforma inglesa tuvo un
carácter político muy claro. Igualmente, las circunstancias y la consolidación del cisma
tuvieron consecuencias políticas importantes: el fortalecimiento de la institución del
Parlamento. Pues Enrique VIII se apoya sobre el Parlamento para todas las decisiones
importantes […]. Desde entonces, el papel del Parlamento en la historia inglesa no
dejará de aumentar a pesar de algunas reacciones de la monarquía, de las que la
principal será el intento de Carlos I en el s. XVII.
El Parlamento, cuyo origen se remonta a la segunda mitad del s. XII (Enrique II
Plantagenet), procedía del antiguo Consejo del rey. A partir de 1340 quedó constituido
por dos cámaras que celebraban sus sesiones por separado: la cámara de los Lores
(antiguo Magnum Concilium), que se hicieron hereditarios (constituyendo la carta de
convocatoria firmada por el rey un derecho para el heredero de quien la había
recibido), al menos los lores temporales, pues los lores espirituales (arzobispos y
obispos) lo eran de derecho; la cámara de los Comunes (antiguo Commune
Concilium), cuyos miembros, gentilhombres y burgueses, eran elegidos por los notables
de los condados y de las ciudades desde el s. XV, según diferentes modalidades. Pero
sólo las ciudades que figuraban en la lista fijada por los soberanos enviaban diputados a
los Comunes[: lista que no cambiará desde Isabel I hasta 1832] […].
El papel del Parlamento se había definido poco a poco en función de la costumbre
mucho más que de la ley escrita. Este papel era de orden financiero (votación de
nuevos impuestos o de subsidios extraordinarios), legislativo (en conjunto con el rey) y
judicial (procedimiento del impeachment o procesamiento de una persona por una falta
política). Pero ni la costumbre ni la ley escrita determinaban la periodicidad y la
duración de las sesiones parlamentarias. Toda apelación del rey al Parlamento
engrandecía su papel. Enrique VII no convocó el Parlamento más que siete veces en
veinticuatro años, y su hijo siguió este ejemplo hasta 1529; pero, a partir de esta fecha,
las dificultades políticas y religiosas obligaron a Enrique VIII a apoyarse en una
fracción de la opinión para desafiar a la Iglesia y a los católicos. No podía hacerlo más
que por medio del Parlamento […].
Sin embargo, Enrique VIII había tenido cuidado de desarrollar paralelamente medios de
acción dependientes por completo de él: la Secretaría de Estado, cuyo titular fue
Tomás Cromwell hasta 1540, y también la Cámara Estrellada (Star Chamber),
creada al margen del Consejo privado más o menos en la misma época, especie de
tribunal de seguridad del Estado, de procedimiento expeditivo y juicios severos, y que
un siglo después iba a revelarse como uno de los más seguros auxiliares del
absolutismo.
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 10
De hecho, después de 1530, se suceden durante treinta años las condenas a muerte
seguidas de ejecuciones capitales […]. Las intrigas de palacio por la conquista de
poder o de influencia, las oposiciones religiosas y los conflictos de alcoba alimentan
estas matanzas, organizadas por un despiadado brazo secular […].
[…]
(FLORISTÁN, 94 – 96)
3.4. El cisma inglés y la reforma anglicana
[…] Sin embargo, el “anglicanismo” solemos asociarlo a la voluntad de un rey, de Enrique
VIII. Inglaterra evolucionó, de forma lenta y sinuosa, desde el cisma disciplinar de 1534 hasta
la afirmación plena de un modo particular de iglesia protestante, en 1559. Los problemas
sucesorios y las alianzas diplomáticas forzaron los cambios en uno u otro sentido, impuestos
siempre desde arriba con el apoyo del Parlamento.
El drama de conciencia de Enrique VIII (1509 – 1547) fue decisivo en el inicio de la
ruptura con Roma (G. Elton). En 1525 el rey se encontró con que no era razonable esperar
descendencia masculina de su mujer Catalina de Aragón (1485 – 1536). Sólo una hija y cinco
nacimientos malogrados avalaron su aprensión de vivir en pecado con la que había sido mujer
de su hermano Arturo, y de ser castigado por ello. También es cierto que la casa de Tudor
había ascendido al trono muy recientemente (1485), tras la guerra civil de las Dos Rosas:
necesitaba un heredero varón indiscutible. Para ello intentó anular su matrimonio con la [hija]
[…] de los Reyes Católicos y casarse de nuevo. El proceso de nulidad, impulsado por el
canciller Thomas Wolsey en Inglaterra, fue avocado por Clemente VII en Roma en 1529 y
ralentizado por los intereses diplomáticos de Carlos V, sobrino de Catalina. Entonces el rey
decidió romper con la jurisdicción de Roma.
En 1533, Thomas Cranmer, el nuevo primado de Canterbury, declaró nulo el primer
matrimonio del rey y validó el contraído con Ana Bolena, ya embarazada. En 1534, el
Parlamento aprobó las grandes leyes cismáticas con Roma, y entre ellas el “Acta de
Supremacía”: el rey sería “the Only Supreme Head of the Church of England”. La ruptura,
política que no religiosa, contó con amplio respaldo parlamentario pero también con la
oposición de algunos católicos [(con las primeras persecuciones y las ejecuciones del obispo de
Rochester, John Fischer, y del ex – Canciller, Tomás Moro, en 1535)] […]. La supresión de
291 pequeños conventos y monasterios en 1536, seguida de la de los mayores (1537 – 1540) y
de otras rentas de cofradías y obras pías, puso en manos del rey enormes propiedades, con la
que generó una clientela nobiliaria y eclesiástica agradecida. Pero también provocó el
descontento campesino, que resultó endémico en los condados del N, celosos de los usos
colectivos de la tierra que los nuevos “cercamientos” suprimían [(protesta campesina del
“Pilgrimage of Grace” acaudillada por Robert Aske)] […].
Enrique VIII, con apoyo del Parlamento, reguló la doctrina y la liturgia de la iglesia de
Inglaterra con gran prudencia y una calculada ambigüedad. Aunque rebelde a Roma, siguió
siendo visceralmente antiprotestante, como se había manifestado en su Afirmación de los siete
sacramentos (1521) contra Lutero, que le había valido de León X el título de Defensor Fidei.
La Confesión de los diez artículos (1536) y el Libro de los obispos (1537), aunque
esencialmente católicos, adelantaron algunos de los cambios de la Reforma: supremacía de la
Escritura, imposición de la liturgia en inglés, celibato sacerdotal voluntario, reprobación
de indulgencias y reliquias, obligación de los párrocos a predicar. Otras normas posteriores
(Acta de los seis artículos de 1539, Libro del rey de 1543) dieron marcha atrás reafirmando los
ritos católicos tradicionales […]. Con todo, en estos años se fue difundiendo el uso de la Biblia
en inglés, acompañada de un Homiliario reformista de Cranmer.
El breve reinado de un menor, Eduardo VI (1547 – 1553), permitió a los elementos más
claramente protestantes, encabezados por Cranmer, avanzar, esta vez sí, en el sentido de la
auténtica Reforma doctrinal. Los Cuarenta y dos artículos de la fe (1553) combinaron
formulaciones luteranas y zwinglianas junto con elementos todavía católicos. Pero lo que el
pueblo pudo percibir, como en todas partes, fueron los cambios litúrgicos que conllevaban. La
misa dejó de contener la idea de sacrificio y de presencia real de Cristo: los altares se
sustituyeron por simples mesas de madera, la liturgia volvió al inglés, cobró más importancia la
Javier Díez Llamazares
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Palabra (predicación, rezo y canto de salmos), desapareció la misa diaria, los vasos litúrgicos y
otros objetos fueron incautados, se abolieron las fundaciones de misas. Obispos y presbíteros
mitigaron su condición sagrada: pudieron volver a casarse. Sólo se reconocieron dos
sacramentos, Bautismo y Cena: los rituales del matrimonio, de difuntos, de ordenación
perdieron su antiguo esplendor. Lo mismo que con Enrique VIII, los cambios se introdujeron
como obligación uniforme para todos, mediante “Actas de uniformidad” y “Libros de
preces” aprobadas por el Parlamento y por juntas de obispos afectos, y marginando a los
renuentes.
Un nuevo cambio en el trono alteró radicalmente la evolución de la iglesia en Inglaterra,
pero también por poco tiempo. María [I] Tudor (1553 – 1558), hija de Catalina de Aragón,
casada con Felipe II de España, pretendió la restauración del catolicismo. Para ello se ayudó del
episcopado más moderado que había promovido su padre, en particular de Gardiner al que
nombró canciller. El cardenal Reginald Pole, exiliado en Roma desde 1536, […] regresó como
legado papal plenipotenciario y fue hecho [arz]obispo de Canterbury. No hubo problemas en
cuanto al Parlamento, que derogó disciplinadamente la legislación anterior; a cambio, Paulo III
les absolvió del cisma y reconoció las secularizaciones que se habían producido. Aunque todos
le aconsejaron prudencia, quizás en un exceso de celo religioso, procedió a la purificación del
reino mediante la quema de 273 herejes […]. Si, hasta entonces, el pueblo inglés había asociado
la causa protestante al expolio de las iglesias, a la irreverencia y a la anarquía religiosa, ahora
comenzó a verla como modelo de virtud y de resistencia nacional frente a la tiranía papista (O.
Chadwick).
El largo gobierno de Isabel I (1558 – 1603) permitió la afirmación paulatina del
“anglicanismo” como una variante de la Reforma protestante […]. En 1559, el Parlamento
restableció el Acta de Supremacía, el Acta de Uniformidad y el Libro de Rezos. Los Treinta y
nueve artículos de la fe (1563), refundición de los de Cranmer de 1553, tenían un aire un poco
más calvinista.
[…] La reina se negó a una reforma en sentido presbiteriano, como en Escocia, que
suprimiera el episcopado, uno de los principales soportes de su poder. En 1603, la “Iglesia
Católica de Inglaterra” –así se denominó oficialmente— mantenía un credo básicamente
católico salvo en lo referente a la eclesiología, lo que explica el fluido retorno de anglicanos al
catolicismo durante los siglos XIX y XX.
(BENNASSAR, 116 – 118)
Los comienzos de la reforma inglesa: el primer anglicanismo
El anglicanismo ofrece el ejemplo de una reforma querida y dirigida por el príncipe, que, a
pesar de su carácter artificial original, se mantiene hasta la época contemporánea, sin duda
porque respondía a una necesidad.
a) La aspiración a una reforma de la Iglesia es tan fuerte en Inglaterra como en el
continente. A principios del s. XVI se constatan en este país los mismos abusos […], la
misma piedad popular y las mismas exigencias de los medios intelectuales. Pero a ello
hay que añadir la riqueza de la Iglesia, las quejas contra las exacciones financieras de la
Curia, el papel de la monarquía en la elección de prelados y la confusión entre lo
temporal y lo espiritual. Por otra parte, el recuerdo de las doctrinas heréticas de John
Wycliff (†1384) había sido conservado en el interior de pequeños grupos. Finalmente,
Inglaterra, a finales del s. XV, ve la constitución de una escuela humanística en torno de
Linacre, John Colet y Tomás Moro […]. Pero aquí, igual que en otras partes, la
influencia del humanismo cristiano queda limitada a los intelectuales.
b) Al principio, las ideas de Lutero son bien acogidas por los ambientes deseosos de
reforma, mientras que el soberano, Enrique VIII, que se precia de teólogo, se ocupa de
redactar una refutación que le vale el título de Defensor de la fe. La ruptura entre
Erasmo y Lutero conduce la formación de un pequeño grupo más atrevido. Mientras
Oxford permanece fiel al Humanismo cristiano, Cambridge se constituye en la
“pequeña Alemania”. Thomas Cranmer (1489 – 1556) adopta una parte de las tesis del
reformador, y Tyndale traduce el Nuevo Testamento (1525). Si bien Enrique VIII es
hostil a las nuevas ideas, no deja de preocuparle la excesiva influencia de Roma sobre
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
c)
d)
TEMA 10
un clero al que desea controlar mejor y cuya riqueza contrasta con la debilidad de los
medios materiales de la monarquía. Sin embargo, su cambio de política está
determinado por motivos personales […].
Una vez consumada la ruptura, es necesario organizar la Iglesia de Inglaterra. Enrique
VIII deja esta tarea a su consejero, Thomas Cromwell, convertido a las ideas luteranas
y partidario de la supremacía del Estado sobre la Iglesia, y a Cranmer […]. En ellos
[(los Diez artículos, de 1536)] se establece el equilibrio entre las tendencias: si bien se
reducen a tres los sacramentos de institución divina (bautismo, penitencia y
comunión), se les reconoce un valor a los demás, así como se admite que las obras
inspiradas por la caridad ayudan a la justificación y se permite honrar a los santos
aunque se rechace su intercesión. La doctrina eucarística sigue siendo ortodoxa por
voluntad del soberano […]. Se suprimen los votos religiosos, pero subsiste el
sacerdocio, se mantiene el episcopado y se exige el celibato a los clérigos […] [,] los
oficios se dicen en lengua vulgar, y la lectura de la Biblia en la traducción orientada de
Tyndale […]. Hacia 1538 está muy claro el avance luterano […].
Después de 1538, la reacción real detiene el desarrollo de la Reforma. Enrique VIII,
por convicción, detesta la herejía y se inquieta con sus progresos. Frena las iniciativas
de Cranmer, destituye a Cromwell y restablece la ortodoxia […]. En 1543, un texto
redactado por el propio Enrique VIII, la Necesaria Doctrina, acentúa el papel del libre
arbitrio en la salvación […]. En esta fecha [(1547)], el anglicanismo es un catolicismo
no romano, un cisma más que una herejía […].
10.4. Eduardo VI y María Tudor
(FLORISTÁN, 142 – 143)
2.3. La Reforma inglesa bajo Eduardo VI (1547 – 1553). El primer “Book of common Prayer”
Enrique VIII moría el 28 de enero de 1547, sucediéndole en el trono su hijo Eduardo VI
(1547 – 1553), que contaba solamente con 9 años cuando subió al trono, por eso tuvo que
gobernar con el duque de Somerset (Edward Seymour), su tío, y con el duque de Warwick
(John Dudley) como regentes. Durante este período se intentó superar la fase meramente
cismática por programas de reforma netamente protestantes, tendiendo la Iglesia anglicana a
identificarse con las corrientes calvinistas. Con todo, es preciso distinguir dos etapas en el
reinado. Durante el corto período que estuvo como regente (1547 – 1549), Somerset siguió la
política religiosa de Enrique VIII, apoyado por los sectores sociales que se habían beneficiado
de la desamortización de los bienes eclesiásticos católicos. Publicó el primer Book of common
Prayer (1547), que demuestra su política moderada; pero se vio obligado a dimitir ante
determinados levantamientos sociales católicos que se produjeron en el sur de Inglaterra. La
Reforma tomó nuevos rumbos bajo la regencia del duque de Warwick (1549 – 1553). El
Prayer – Book fue revisado y nuevamente publicado en 1552. Se impuso una nueva liturgia
sobre la comunión. El parlamento votó por la quema de imágenes y libros litúrgicos
antiguos, pero tan radical reforma se vio cortada por la muerte del rey el 6 de julio de 1553.
2.4. La restauración del catolicismo. María Tudor (1553 – 1558)
La sucesión al trono recayó en su hermana María [I] (1553 – 1558), hija de Catalina de
Aragón. Si bien, nada más hacer su entrada en Londres (el 12 de agosto de 1553) afirmaba que
no tenía intención de oprimir o forzar las conciencias de sus súbditos, resultaba clara la
intención de la reina de implantar el catolicismo. En las primeras reuniones del Parlamento
durante su reinado se derogaron las leyes dictadas en las épocas de Enrique VIII y Eduardo
VI, si bien no se llevó a cabo ninguna persecución y la conciliación con Roma no se produjo
hasta un año después. Sin embargo, tras el matrimonio de María con el monarca hispano Felipe
II (1554), la imposición del catolicismo se hizo de manera intransigente. No sólo fueron
colocados en los puestos principales de la administración aquellos católicos que habían sido
apartados en los reinados anteriores, sino que también se persiguió con saña a los protestantes,
teniendo que huir al extranjero si no querían morir en Inglaterra. Al final de su reinado, las
víctimas contabilizadas fueron 273; aunque Inglaterra era tan católica como antes de Enrique
Javier Díez Llamazares
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TEMA 10
VIII empezara a dudar de la validez de su matrimonio, el régimen impuesto había destruido toda
posibilidad de que Roma volviera algún día a regir la Iglesia en Inglaterra. El odio al
catolicismo y el ascendiente de la Monarquía hispana se combinaron con la reacción contra
la persecución para empujar a la sociedad inglesa a romper con su pasado inmediato. Ello se
hizo patente en el reinado de su hermana Isabel.
10.5. El reinado de Isabel I (1558 – 1603)
(FLORISTÁN, 211 – 216)
3. Isabel I de Inglaterra
3.1. La instauración del régimen isabelino
Isabel [I (1558 – 1603)], hija de Enrique VIII y de Ana Bolena, subió al trono inglés a la
muerte de su hermanastra María en 1558, cuando tenía 25 años. Después del cisma religioso
provocado por Enrique VIII, los cortos reinados de sus hijos se habían caracterizado por virajes
religiosos radicales […]. Se planteaba ahora cuál sería la orientación religiosa de la nueva
Reina. Tampoco era sencilla la situación dinástica: Isabel estaba soltera y de inmediato se
planteó el problema del matrimonio y de la sucesión. Además, María [I], reina de Escocia,
reclamaba el trono como descendiente de Enrique VII. La cuestión religiosa y dinástica se
complicaba con el enfrentamiento con Francia, heredado de reinados anteriores, dadas las
estrechas relaciones entre la reina de Escocia y la corte francesa[: María [I] Estuardo estaba
emparentada con los Guisa y casada con Francisco II de Valois] […]. La amenaza católica,
francesa y escocesa se dejaba sentir. Era difícil predecir que se iniciaba un largo y estable
reinado. Esta estabilidad fue el resultado de la habilidad de Isabel y del deseo de paz de la
mayoría de la clase dirigente inglesa. Sólo una minoría de exaltados religiosos, tanto católicos
como protestantes, se opondrán abiertamente a la política isabelina, caracterizada por el
conservadurismo y el autoritarismo […]. No obstante, en los comienzos del reinado era
imprescindible establecer cuáles iban a ser las nuevas directrices religiosas, sucesorias y
políticas.
La cuestión más importante y urgente era fijar la orientación religiosa del estado. Como no
se consideraba conveniente el pluralismo religioso, debía proponerse una formula de fe y un
modelo de Iglesia que fuera aceptable para la mayoría de los ingleses. Muy posiblemente el
sentimiento mayoritario del pueblo inglés en 1558 estuviera en la línea dogmática y eclesial
fijada por Enrique VIII, es decir, lo que se ha denominado “catolicismo enriciano”:
mantenimiento del dogma y de la liturgia católica pero separación de la Iglesia anglicana
de la obediencia a Roma. Sin embargo, la postura de la Reina era claramente protestante. El
problema era, entonces, cómo establecer el protestantismo sin provocar conflictos civiles
graves. Hay que señalar que uno de los postulados básicos de su política religiosa fue “no hacer
ventanas en los corazones y las mentes”: exigiría la conformidad exterior con la Iglesia
oficial, pero no indagaría en la conciencia de sus súbditos. En 1559 logró que el Parlamento
aceptara las Actas de Supremacía y Uniformidad, no sin una notable resistencia de los lores
[(grupo en el cual había obispos católicos designados por María I)] […]. Isabel era declarada
“gobernadora suprema” de la Iglesia de Inglaterra, introduciendo un sutil matiz con relación a
su padre que fue ”cabeza suprema”, y debía ser reconocida como tal por todos los clérigos,
oficiales reales y graduados universitarios […]. La mayor dificultad estuvo en fijar el marco
litúrgico y eclesial de la nueva Iglesia, ya que Isabel era una protestante muy moderada que en
su capilla real mantenía cirios y crucifijo. Se vio, no obstante, obligada a aceptar la postura
litúrgica algo más radical de sus consejeros. No se introdujeron, en cambio, modificaciones en
el modelo eclesial que siguió siendo jerárquico y contando con obispos.
Otro problema grave para la monarquía era asegurar la sucesión. El matrimonio de Isabel
se convirtió en una cuestión de estado que provocó tensiones entre la Reina y sus consejeros y
parlamentos. Isabel consideró que la decisión formaba parte de la prerrogativa regia y no debía
estar sometida a la discusión parlamentaria. En el fondo temía perder el control político […]. Su
resistencia a designar sucesor obedecía a causas similares, ya que el heredero podía convertirse
en un foco de tensiones cortesanas.
Javier Díez Llamazares
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Isabel gobernó de forma autoritaria ayudada por un consejo privado seleccionado por ella
y donde cada vez más figuraban burócratas profesionales […]. El consejo proponía las líneas de
acción política pero era la Reina la que tenía la decisión final, que no siempre coincidía con la
deseada por sus consejeros. La Corte isabelina se caracterizó por un alto grado de consenso y
por un bajo nivel de conflicto entre las facciones. Las causas son múltiples: por una parte
incidió la homogeneidad protestante de los cortesanos a partir de 1570 y el deseo de evitar
las terribles tensiones del reinado de Enrique VIII. La estabilidad provino también de la
continuidad en el control de los cargos por las mismas familias, a lo que contribuyó la
separación entre la casa real y la Corte […]. Esto no quiere decir que no hubiera rivalidades
personales y familiares, sino que éstas, a diferencia de la corte francesa, no implicaron
diferencias confesionales y estuvieron controladas por la Reina.
El Parlamento, con sus dos cámaras, la de los Comunes y la de los Lores, era una pieza
clave de la política inglesa. En la época isabelina se consideraba que la soberanía residía en la
unión del rey y el Parlamento. Las tensiones entre ambos poderes no eran, por tanto, una lucha
por la soberanía, sino que se centraban en enfoques distintos de la política […]. Isabel distinguía
entre materias de la commonwealth que podían ser discutidas a propuesta de los
parlamentarios, y materias de estado [(p.ej. materias religiosas, el matrimonio de la reina, la
sucesión o la política exterior)] que sólo podían tratarse con su aprobación […].
Otra de las razones de la tranquilidad del reinado está en la evolución de la política
internacional. Isabel no tenía aspiraciones expansivas en el exterior y manejó con prudencia
la intervención inglesa en los conflictos de la época. La principal amenaza a comienzos del
reinado provenía de los vínculos familiares entre Francia y Escocia, pero el mutuo temor a la
hegemonía francesa aproximó inicialmente los intereses de Isabel y Felipe II, lo que unido a la
crisis de la monarquía Valois otorgó a la reina un tiempo precioso para consolidar su poder. Su
repugnancia ante la desobediencia contra la autoridad le hizo ser especialmente cauta en su
apoyo a los rebeldes de los Países Bajos, a pesar de las simpatías confesionales de los ingleses.
Pero, finalmente, su papel de defensora de la causa protestante ante la amenaza católica […]
sirvió de parachoques a las críticas internas. Una hábil propaganda la presentó como heroica y
virtuosa defensora de la verdadera fe frente al papismo.
3.2. El desafío puritano
La exaltación final de Isabel contrasta con las críticas internas que desde el ámbito
protestante se dirigieron al modelo eclesial establecido a comienzos del reinado y defendido
celosamente por la Reina. Los críticos fueron denominados “puritanos” porque trataban de
purificar la Iglesia de los residuos papistas. El puritanismo no debe considerarse una
doctrina opuesta al anglicanismo, sino un movimiento multiforme dentro de la Iglesia
anglicana, con unas bases sociales muy diversas, que quería una piedad y una organización
eclesiástica más acordes con las directrices calvinistas. No se trataba de diferencias
teológicas ya que la Iglesia de Inglaterra aceptaba la doctrina calvinista de la predestinación.
Las pretensiones básicas de los puritanos eran depurar la liturgia para adecuarla al modelo
reformado e incrementar la instrucción doctrinal y la disciplina moral en las parroquias.
Los más radicales, conocidos como presbiterianos, pretendían, además, acabar con la
estructura eclesiástica de tipo medieval y configurar una nueva siguiendo el modelo calvinista,
es decir, abolir el episcopado y el sistema jerárquico e instaurar una organización con
participación de los laicos que partiera de las parroquias (presbiterios) para irse agrupando
regionalmente de forma ascendente hasta los sínodos nacionales.
El desafío puritano se manifestó en diversos episodios [–p.ej. la querella sobre las
vestimentas eclesiásticas de 1565 o las demandas presbiterianas ante el Parlamento (como la
Admonición al Parlamento de John Field y Thomas Wilcox de 1572)—] […]. La Reina no
estaba dispuesta a aceptar modificaciones a lo establecido, en particular aquellas que pudieran
afectar a su autoridad sobre la Iglesia o provocar malestar religioso en el pueblo, y se opuso a
las reformas […]. Las duras críticas a los obispos, que se produjeron a fines de los años ochenta,
hicieron decaer las simpatías puritanas de las elites, y la represión acabó con sus
manifestaciones mientras se incrementaba la propaganda en favor de la Iglesia oficial.
3.3. El desafío católico
Javier Díez Llamazares
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Isabel tuvo éxito en conseguir una transición relativamente tranquila de un Estado católico a
otro protestante, aunque el proceso pasó por momentos difíciles. En los primeros años del
reinado la mayoría era católica y bajo la protección de la gentry conservadora muchos clérigos
católicos siguieron ejerciendo su ministerio, pero debieron ser pocos los recusantes que se
negaron a aceptar el Acta de Supremacía y acudir a las iglesias anglicanas. La Reina
prefirió no perseguir a los recusantes y confiar en que el tiempo iría disolviendo los residuos del
catolicismo. Un paso importante en el proceso fue la sustitución de los antiguos obispos
católicos por otros protestantes. Significaba que a medio plazo, al ir desapareciendo los
antiguos sacerdotes, ya no habría clero católico[; si bien, William Allen estableció un seminario
en Douai, en los Países Bajos españoles] […].
Otro desafío peligroso lo protagonizó la presencia en Inglaterra de María [I] Estuardo,
reina de Escocia, que había sido obligada a abandonar su trono. En torno a ella se van a centrar
una serie de conspiraciones que aúnan las esperanzas de restauración católica con un cambio
dinástico[: en este último sentido, se sitúa la fallida rebelión de los señores del norte,
encabezada por el protestante duque de Norfolk, de 1569] […].
La tensión religiosa se incrementó, en especial, como consecuencia de la excomunión de
Isabel por Pío V en 1570, decretada en contra de la opinión de Felipe II. En su bula, el papa la
deponía del trono por hereje y ordenaba a los católicos negarle obediencia. La Cámara de los
Comunes quiso endurecer las penas contra los recusantes, pero la Reina se resistió[,
autorizando, sin embargo, la condena a aquellos que la llamaran hereje, le negaran su derecho al
trono o tuvieran en sus manos la bula o cualquier objeto devocional católico] […]. En definitiva,
la bula de excomunión empeoró la situación de los católicos ingleses, sin lograr el objetivo de
provocar una sublevación generalizada contra la Reina[, tan sólo un nuevo complot para
reinstaurar el catolicismo en el que estaban implicados María Estuardo y Norfolk y que acabó
con la primera encarcelada y con el segundo condenado a muerte] […].
A mediados de los años setenta se dejó sentir el efecto de las predicaciones de los
seminaristas formados en Douai con un aumento del número de recusantes, lo que inquietó
a las autoridades. La actuación de los misioneros se vio dificultada por el incremento de la
presión política y militar de los líderes católicos, Felipe II y el papa, en contra de Isabel […]. En
este contexto, los primeros jesuitas que llegaron en 1580 a Inglaterra se enfrentaban a una tarea
casi imposible: pretendían que su misión era espiritual y no católica [(p.ej. el caso de
Edmund Campion es significativo: reconoció a Isabel como soberana, pero rechazó el Acta de
Soberanía, lo que le llevaría a ser condenado a muerte)] […]. Como consecuencia, el
Parlamento quiso acabar con los recusantes, pero, una vez más, Isabel orientó las medidas al
ámbito político dejando a salvo el de la conciencia: se condenaría por traición a quien
convirtiera a alguien al catolicismo, si éste negaba la obediencia a la Reina, y se endurecerían
las penas contra los que no acudieran a los servicios de la Iglesia anglicana. En la práctica, sólo
se podía ser católico de forma oculta y practicando exteriormente el anglicanismo […]. [La
ejecución de María Estuardo en 1587, tras otra conspiración católica] […], junto con el fracaso
de la Armada española, hizo disminuir la presión del desafío católico[, perdurando tan sólo el
llamado “catolicismo señorial” en torno a la gentry católica, si bien su importancia decayó y ya
no se le consideró un peligro político] […].
3.4. Los últimos años y la conjura de Essex
Los últimos años del reinado se caracterizaron por la lucha de facciones en la Corte, la
oposición del Parlamento y el malestar económico del Reino. El crecimiento demográfico y
las malas cosechas habían provocado un aumento del desempleo y del número de pobres y
vagabundos. Se adoptaron diversas medidas para hacer frente al problema, entre las que
destacan las Leyes de Pobres de 1597, que organizaron un sistema nacional de atención a los
pobres [a través de las parroquias, que se encargaban de sacar a los pobres de las calles
(recluyendo en hospitales a los enfermos, enseñando un oficio a los niños y obligando a trabajar
a los sanos), y de una tasa establecida con carácter general para poder financiarlo todo] […]. Por
otra parte, entre 1597 y 1601 el Parlamento desarrolló una política contraria a los
monopolios comerciales con que la Reina favorecía a sus servidores, que la forzó a cancelar la
mayoría de las concesiones.
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 10
Pero el problema mayor fue la lucha de las facciones, que culminó con la rebelión de Essex
en 1601. El joven conde de Essex, Robert Devereux, se convirtió en el favorito de la Reina en
un momento en que se había producido una especie de vacío político por la muerte de los
dirigentes más ancianos del régimen isabelino. Essex quiso convertirse en la cabeza indiscutible
de la Corte oponiéndose a Robert Cecil[, sucesor de su padre, el anterior secretario] […].
Descubierto el complot y fracasado el levantamiento, Essex fue ejecutado […]. Robert Cecil
logró hacerse con el control casi absoluto de la Corte, anunciando la situación que se produciría
con los primeros Estuardos. Isabel murió el 24 de marzo de 1603, a la edad de 69 años, y le
sucedió Jacobo [VI o I] Estuardo, hijo de María, rey de Escocia.
(BENNASSAR, 351 – 358)
1. Isabel y el absolutismo Tudor
[…]
La reina
[…] [L]a mayoría de los historiadores están de acuerdo en reconocer su inteligencia política,
su lucidez y su arte para maniobrar, su instinto de las pasiones populares y su habilidad para
adelantarse a la opinión del país. Aunque para algunos el gobierno de Isabel haya sido sobre
todo el de sus ministros, los juicios están divididos respecto a la mujer. Su obstinación por
permanecer soltera a pesar de los numerosos pretendientes […] ha sido explicada por algunos
como el hecho de una voluntad política, la de una mujer que quería seguir siendo dueña de sus
actos y del gobierno; pero la coquetería y sensualidad de Isabel […], sus numerosas relaciones
empezadas precozmente […] y prolongadas hasta muy tarde […] y sus celos respecto a María
Estuardo, especialmente después del nacimiento del hijo que María tuvo con Darnley, hacen
sospechar otras razones que la inconstancia amorosa de los favoritos hace plausible,
especialmente una malformación anatómica […].
Isabel se preocupa poco de la teoría del poder […]. En ella hay poco del “monarquismo”
de los Estuardo. Lo que le interesaba era la práctica del poder.
La decadencia de la aristocracia
Quizás es por esto por lo que Isabel no hizo nada para frenar la decadencia de la
aristocracia, cuyas rentas fijas habían sido devaluadas por la fuerte subida de los precios de la
segunda mitad del s. XVI. Se acordaba de las violentas luchas de las facciones que se habían
producido después de la muerte de Enrique VIII y de la ambición de los grandes feudatarios
[…]. Isabel elevó muy pocos nobles a la dignidad de pares, limitándose a reemplazar las
familias extinguidas […]. Igualmente dejó que sus rentas disminuyeran en el seno de un país
que se iba enriqueciendo […]. Para llegar a este resultado, Isabel no tuvo más que dejar actuar
el proceso económico y medir sus favores.
Por otra parte, reaccionó duramente contra las revueltas de la aristocracia. A decir
verdad, sólo tuvo importancia, la del Norte, en los años 1569 – 1570. El Norte era la única
región del país en donde la aristocracia estuvo siempre formada por viejas familias católicas
[(los Percy, los Neville o los Dacre)] […], arraigadas desde hacía siglos y cuyos jefes estaban
considerados por los campesinos como sus señores naturales.
[…]
La práctica del absolutismo y sus límites
a) El gobierno central y el gobierno local. Isabel innovó poco en materia de instituciones.
Gobernó con su Consejo privado […]. Sin duda disminuyó la importancia del papel
del Canciller y del Lord del Sello privado. El del Lord Tesorero […] aumentó
gracias a la longevidad y a la competencia de su titular. Parece seguro que la reina
conservó realmente su poder de decisión frente a las opiniones, a menudo divergentes,
de sus consejeros.
Para controlar mejor el Norte y el país de Gales, la monarquía organizó dos Cortes vice
– regias, una en York y otra en Ludlow Castle […], que deberían hacerles más
inmediata a los habitantes de estas lejanas regiones la existencia de la monarquía. Los
hombres de leyes celebraban sus sesiones en ellas y el presidente del Consejo era, en
general, un gran señor local con función de Lord – Lugarteniente y cuya audiencia
estaba formada por la gentry local […]. Estas proyecciones del poder eran tanto más
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
b)
TEMA 10
necesarias cuanto que los desplazamientos de Isabel a sus provincias fueron poco
numerosos […].
En cambio, a la reina le gustaba reafirmar los vínculos que le unían a su pueblo
dejándose ver por los londinenses y por los habitantes de los campos próximos a la
capital. Se desplazaba gustosamente de uno a otro de sus castillos […]. Los grupos de
espectadores se arrodillaban al paso de la reina. Su Corte era alegre, sin excesivo
formalismo, se bailaba en ella con buen humor y, al principio de su reinado, el
embajador de España se asombraba de ver a la reina tan cerca de sus súbditos y de
recibirles a veces para escuchar sus quejas contra los abusos de sus oficiales. Quizás fue
precisamente por esta razón por lo que Isabel permaneció hasta el fin de su reinado en
profundo acuerdo con la opinión inglesa. Pero esta Corte tenía preocupaciones
intelectuales y artísticas, y un cierto fasto […]. La propia reina era bastante culta y sabía
latín, francés y español […].
[…] [La figura de los justice of peace, ya vista en el epígrafe 10.2 de este tema] tuvo
una creciente importancia bajo Isabel: a partir de 1563 los justice of peace se
encargaron de fijar el nivel de los salarios en su condado en función de la situación
económica, de hacer aplicar el estatuto de los artesanos y, después, las leyes de pobres.
Los justice of peace tenían como agentes ejecutivos a oficiales de policía o constables.
La gentry, más alejada de la reina que la aristocracia […], siguió siendo para la reina, al
menos como clase, el grupo intermediario por excelencia.
Los límites del absolutismo: justicia y finanzas. Aparte de la distancia, límite habitual
del absolutismo en esta época, el poder de la reina podía ser limitado por la
organización de la justicia y de las finanzas.
En la Inglaterra de los Tudor subsistían islotes de jurisdicción señorial
correspondientes a los grandes dominios de la aristocracia. Los justiciables dependían
aquí del tribunal manorial presidido por el mayordomo o steward, asistido por un
jurado formado por los principales tenentes del dominio. Este tribunal arbitraba las
disputas entre vasallos, oía las quejas y los informes procedentes de los constables de
las pequeñas comunidades de los alrededores, reprimía los abusos a propósito del
apacentamiento del ganado o de la apertura de tabernas sin licencia, los juegos de
dinero e imponía multas. Pero, como vemos, no se trataba en él más que causas
menores, y estas jurisdicciones no concernían más que a una fracción del país.
En lo esencial, la justicia era ejercida por profesionales del derecho, contratados por
los tribunales de la common law, derecho común que se había impuesto a mediados de
la Edad Media. Pero el derecho inglés era consuetudinario y juzgaba en función de
precedentes. No todos los casos habían sido previstos. La administración de los Tudor
se aprovechó de ello para organizar un nuevo aparato judicial, las prerogative courts,
cuyos magistrados eran nombrados todos por el canciller, que entre otras cosas, conocía
causas no previstas, pronunciando sentencias “de equidad”, es decir, de sentido
común. El procedimiento rápido, equitativo y poco costoso fue la causa del éxito de
estos tribunales que no se vio desmentido hasta 1590 aproximadamente. Sabemos que el
edificio estaba rematado por los grandes tribunales reales: el King’s Bench para lo
criminal, el Exchequer para los asuntos financieros y la Court of Common Pleas para
los asuntos civiles. La Cámara Estrellada y el Tribunal de la Alta Comisión
completaban el sistema. Bajo Isabel la justicia fortaleció, pues, el control real, a pesar
de la existencia del “derecho común”.
No ocurrió exactamente lo mismo con las finanzas. Durante los reinados de los Tudor
no existía distinción entre las rentas de la Corona y las del Estado. El soberano tenía
que vivir, por consiguiente, de los recursos del “dominio”. Hemos visto que estos
recursos procedían sobre todo de las tasas de carácter feudal, de las tierras de la
Corona y de las aduanas. Pero en tiempos de Isabel los ingresos de la tierra
aumentaron mucho gracias a las confiscaciones de los años 1560 – 1570 y a las
realizadas en el reinado de Enrique VII[I] a expensas de los monasterios (a pesar de las
enajenaciones en provecho de los cortesanos). Asimismo, el producto de las aduanas
aumentó mucho gracias al impulso del comercio marítimo. La reina obtuvo también
Javier Díez Llamazares
19
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
c)
TEMA 10
dinero de las ventas de los monopolios comerciales, pero no abusó de este sistema
impopular. Sin embargo, las empresas militares del reinado costaron caras y, a la muerte
de la reina, la deuda del Estado alcanzaba las 400.000 libras[, que, no obstante, era una
deuda bastante moderada] […]. Para limitarla a este nivel había sido necesario en
diversas ocasiones solicitar un subsidio del Parlamento.
Los límites del absolutismo: el Parlamento. Hemos visto que el número de los lores no
había aumentado durante el reinado de Isabel, mientras que su poder económico e
influencia declinaban. Los lores espirituales, es decir, los obispos, se mantuvieron
adictos a la reina desde 1563 o 1570. El control del absolutismo no podía proceder más
que por parte de los Comunes.
Es cierto que los miembros de la Cámara de los Comunes estaban mejor preparados
que en el pasado para desempeñar su papel político[: así, muchos habían pasado por
una universidad o una escuela de Derecho (Inn of Court)] […]. No es menos cierto que
los diputados de los Comunes tenían una elevada idea de su función, cualquiera que
fuera su representatividad y sobre la cual no se interrogaban […]. Pero no hay que
olvidar que ningún texto, ninguna costumbre, obligaba a la reina a convocar el
Parlamento, ni fijaba la duración de las sesiones […]. Además, la iniciativa de las leyes
procedía de la Corona tanto como del Parlamento, incluso en mayor medida. Pero, en
conjunto, teniendo en cuenta la política de expansión llevada a cabo por Isabel, la
fracción de la gentry que dominaba el Parlamento era una clase ascendente, satisfecha,
de acuerdo con el poder. Por consiguiente, el Parlamento no ejerció sobre el gobierno
de Isabel más que un control episódico, insuficiente para poner límites al
absolutismo. En definitiva, la oposición a la Corona era quizá, principalmente, de
naturaleza religiosa.
[…]
10.6. Economía y sociedad en la Inglaterra de la primera Edad Moderna
(BENNASSAR, 221 – 222, 226 – 228, 358 – 365)
[ECONOMÍA Y SOCIEDAD EN LOS REINADOS DE ENRIQUE VII A MARÍA I
TUDOR (1485 – 1558)]
[…]
c) Los progresos económicos. Gracias a la paz, Inglaterra realizó notables progresos
económicos. Ciertamente, el reino seguía estando poco poblado: menos de 4.000.000 de
habitantes. Pero el desarrollo de la industria y el comercio desempeñó un papel
estimulante. Mientras Inglaterra había exportado durante siglos sus lanas en bruto (y a
veces incluso en vellón), la industria de la pañería conoció un impulso importante a
partir de 1450, acelerado después de 1485 por la vuelta de la paz. Las principales zonas
productoras fueron sobre todo los distritos rurales del sudoeste […]; igualmente las
regiones de Salisbury, Winchester y Norfolk desarrollaron sus industrias domésticas,
organizadas a veces, como en los Wiltshire, por los capitalistas de las ciudades. Los
Comerciantes Aventureros organizados desde el s. XV se beneficiaron en 1504 de la
protección de Enrique VII: ellos serían los que asegurasen la difusión en el extranjero
de las hermosas telas inglesas. La sustitución de la venta de la lana por la de la tela
supuso la conquista de un importante valor añadido por el trabajo industrial. El
gobierno real favoreció igualmente a los armadores ingleses promulgando las dos
primeras Actas de Navegación (1485 y 1489) que concedían a los barcos ingleses el
monopolio de la importación de vinos y algunos otros géneros accesorios.
El auge de la pañería y de la demanda de lana fue responsable de la aparición de un
fenómeno que iba a tener gran importancia en la historia inglesa: el de las enclosures
(en español: cercados). Los propietarios rodeaban sus tierras de cercas para dedicarlas
al pasto para criar ovejas; al mismo tiempo sustraían esas tierras al libre pasto de los
ganados de los habitantes de la parroquia entre la cosecha y la siembra o en los
barbechos, y desposeían a los tenentes que no tenía más que una tenencia precaria, para
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 10
confiar sus tierras a los grandes arrendatarios. Aunque muy limitado, este movimiento
provocó un escándalo y la oposición de los moralistas, de los economistas, del clero y
del gobierno. Chocaba totalmente con las costumbres de pensamiento y de vida de una
sociedad que había permanecido profundamente solidaria, si no colectivista.
En la Inglaterra de esta época, las ciudades eran pequeñas, excepto Londres[, que
hacia 1563 debía tener unos 93.000 habitantes]. Las demás ciudades no alcanzaban los
10.000 habitantes […].
[…]
[…]
d)
Una nueva sociedad. Desde el fin de la guerra de las Dos Rosas, la monarquía inglesa
se había convertido en la mayor propietaria del reino gracias a las confiscaciones y a
las tierras sin herederos a causa de la extinción de numerosas familias. En la década de
1530, sus dominios crecieron desmesuradamente a causa de la confiscación de los
bienes de los monasterios […]. Enrique VIII vendió o regaló aproximadamente los dos
tercios de las tierras así recuperadas. Creó, pues, una nueva aristocracia, de alguna
forma deudora suya y que le debía su elevación, pues, abstracción hecha de los
simples regalos, las condiciones de venta fueron excepcionalmente ventajosas […].
Así se engrandecen las nuevas familias que van a componer la aristocracia Tudor,
prolongada en muchos casos bajo los Estuardo […].
La renovación de la aristocracia es tanto más compleja dado que las únicas grandes
familias que habían resistido bien la guerra de las Dos Rosas, los grandes señores del
Norte […], que habían seguido siendo católicos, desataron una importante sublevación
en 1536, llamada “La peregrinación de gracia” [(aplastada por Enrique VIII, pero que
no logró acabar con esta nobleza, ya que recuperan por última vez sus dominios con
María I Tudor)]. Estos barones, verdaderos soberanos en sus tierras, habían conservado
una gran influencia sobre las poblaciones locales […].
La nueva aristocracia, mucho menos enraizada en la historia, y cuyas relaciones
afectivas con el campesinado son débiles, depende mucho más del favor real y de los
cargos públicos. No rechaza tampoco las empresas especulativas. Sin embargo, esta
época favorece el ascenso de la gentry (caballeros, y, sobre todo, escuderos o squires y
gentilhombres), nobleza rural que aprovecha la adquisición a buen precio de las tierras
monásticas, las transformaciones de la economía agraria y que, a veces, tiene intereses
en la industria textil o en el comercio de largo alcance. Sin embargo, la East India
Company, la Moscovy Company, la Africa Company, sociedades aún modestas
formadas para períodos limitados, pero que van a desempeñar un papel cada vez más
importante en el desarrollo de la riqueza nacional, no se constituirán hasta la segunda
mitad del siglo.
La orientación de la agricultura hacia la cría de ganado lanar para satisfacer la creciente
demanda de lana, el auge de la industria textil rural, que escapa de los reglamentos de
las corporaciones; la destrucción de los monasterios y de algunas de sus fundaciones de
asistencia […] crean ciertas tensiones sociales después de 1530. Los artesanos de las
ciudades […], muy organizados en guildas o corporaciones, […] ven limitados sus
beneficios por la competencia de las industrias rurales o de las compañías de
monopolio. Un cierto número de campesinos es despojado de sus tierras a pesar del
esfuerzo del gobierno para garantizar la seguridad (estatuto de 1527), y los jornaleros
de algunos condados de los Midlands pierden su trabajo a causa del movimiento, aún
limitado, de las enclosures, precisamente en el momento en que los pobres pierden la
ayuda de los conventos. No es, pues, extraño que estallen algunas revueltas, en las que a
veces se mezclan motivos religiosos o políticos […].
El Estado intentó resolver estos problemas promulgando las primeras leyes de los
pobres[, con su carácter a la vez protector y represivo] […].
[…]
[ECONOMÍA Y SOCIEDAD EN EL REINADO DE ISABEL I (1558 – 1603)]
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 10
3. Las transformaciones de Inglaterra. El enriquecimiento del país
En conjunto, el período isabelino se caracterizó por un notable auge económico del país
[…]. El enorme botín conseguido entonces gracias a la actividad pirática enriqueció a un
pequeño número de empresarios y capitalistas, así como a los capitanes corsarios, pero
estimuló la economía de todo el país, contribuyendo a una amplia difusión de la prosperidad. En
cambio, después de 1593, la reacción de España, que disminuyó mucho las ganancias del corso,
las tasas de guerra, las malas cosechas en cadena y la peste, se conjugaron para provocar una
coyuntura adversa que se prolongó hasta la muerte de la reina. Pero el balance del reinado
siguió siendo, en materia económica, ampliamente positivo. Es cierto, por otra parte, que el
impulso demográfico se prolongó hasta 1590 – 1595[, duplicándose la población existente
durante el reinado de Enrique VII] […].
La Inglaterra isabelina seguía siendo, en lo esencial, un país rural, lo que no es sorprendente
[…], pero las ciudades se desarrollaban y el crecimiento de Londres aparece como un fenómeno
extraordinario.
La evolución de la Inglaterra rural
La agricultura evolucionó lentamente. Algunas regiones permanecieron fieles a las
costumbres ancestrales de vida y de explotación […]. Sin embargo, los bosques retroceden ante
las roturaciones provocadas por el impulso demográfico, aunque quedan todavía gamos y
ciervos para las cacerías de la Corte o de la aristocracia. En Kent, y principalmente en los
condados del este de los Midlands, el movimiento de cercados, que sustituye el openfield por
un bocaje de setos vivos y los cereales por el pasto para las ovejas, progresa a pesar de la
oposición de los pequeños tenentes y de las trabas que pone el Gobierno […].
Por lo demás, no hay cambios importantes aparte de los progresos del lúpulo en el Sur y las
plantas forrajeras en East Anglia, y algunas especializaciones locales como los quesos de
Cheshire y Suffolk. El openfield domina la mayor parte del país sin modificación en los
sistemas de cultivo, con el incómodo arado de madera, mejorado por una reja de hierro y
arrastrado más por bueyes que por caballos.
Por contra, la época isabelina contempla una notable expansión de industrias, que,
dispersas a través de los campos, no van más allá de las necesidades locales[: hulleras de
Tyneside, forjas en las áreas ricas en bosques o industrias textiles] […].
La gentry dominaba la vida rural […]. Un escritor de la época, Thomas Wilson, calculaba
en 1600 que la mayor parte de los gentilhombres era muy rica y observaba el desarrollo de sus
ambiciones capitalistas […]. Para no dividir los patrimonios, la gentry envía a sus hijos
menores a hacer fortuna en la industria, el comercio o el ejercicio de la ley, que puede
llevarlos a la política y al Parlamento. También pone en práctica para su propio beneficio la
“revolución de la educación” enviando a sus hijos a las mejores escuelas, a las universidades y
a las facultades de derecho.
Sin embargo, en esta época, el campesinado medio sigue siendo importante: los yeomen
que agrupan a los propietarios libres y a los arrendatarios, e incluso a una parte de los
copyholders [–se trata de un campesino que podía mostrar la copia del papel del tribunal que
certificaba las condiciones en que un antepasado suyo había obtenido su posesión—], se vieron
favorecidos por la fuerte subida de los precios agrícolas […].
El desarrollo urbano. Londres
A finales del s. XVI, Inglaterra conoce un verdadero auge urbano, cuyo principal
protagonista fue Londres. Pero también se desarrollaron notablemente otras ciudades[, como
Bristol, York o Norwich] […]. Además, determinado número de pueblos comenzaban a
convertirse en pequeños centros industriales cuya población aumentaba y que se debatían
entre los problemas de una primera revolución industrial [(p.ej. Manchester, administrada por
una corte señorial anacrónica mal adaptada a los problemas de la ciudad)] […].
En las ciudades que tenían estatuto de villa el creciente poder de los comerciantes les
permitió adueñarse de los consejos municipales, cuyas atribuciones eran considerables, ya que
se situaban por encima de todos los funcionarios reales. Los aldermen o mayors se reclutaban
casi únicamente entre estos comerciantes, entre los hombres de leyes y los terratenientes,
excluyendo a los artesanos y trabajadores. Los consejos se ocupaban de la policía, de mercados
y precios, tabernas y despachos de bebidas, así como las reglas del aprendizaje, y vigilaban la
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 10
higiene y la seguridad pública. Evidentemente, los progresos de los comerciantes estaban en
relación con los del comercio y, especialmente, con los del comercio exterior.
Pero el fenómeno más espectacular fue el extraordinario crecimiento de Londres que
duplicó su población durante el reinado. Este crecimiento preocupó al gobierno real que, a partir
de 1580 intentó en vano controlarlo prohibiendo las construcciones nuevas[, lo que llevó a
dividir las casas existentes y a construir sin permiso con materiales de mala calidad] […]. La
ciudad crece sin cesar, principalmente hacia el Oeste. El equipamiento urbano mejora un tanto.
Algunas partes de la ciudad son provistas de agua por medio de una estación de bombeo y
canalizaciones de plomo en 1594. En Londres se instalan médicos graduados en Oxford o
Padua, pero sólo las clases ricas pueden retribuir sus servicios.
Todo esto otorga a Londres su inmensa influencia, su papel de “cuarto estado del país”
puede resumirse así: en primer lugar, la función política[, como sede la corte y del Parlamento]
[…], del que proceden las leyes y decisiones y hacia el que convergen las élites provinciales
[…]. El gobierno atrae a juristas, abogados y procuradores […], y la corte de grandes nobles
[…]. Después y cada vez más la actividad comercial[, dado que se sitúan las 12 grandes
compañías para administrar sus negocios] […]. Los beneficios de las compañías y de los
accionistas son a menudo muy sustanciosos en esta época y el tráfico aumenta a un ritmo
vertiginoso […]. Los comerciantes ingleses sustituyen poco a poco a los extranjeros y los
hanseáticos son expulsados en 1597. La ciudad tiene grandes mercados […]. Y desde 1566 una
bolsa fundada por Thomas Gresham, llamada Royal Exchange a partir de 1570. Finalmente,
Londres desempeña una función educativa y cultural creciente: es la ciudad de los principales
Inns of Court, donde los hijos de la gentry hacen sus estudios de derecho, se inician en las leyes
y en la política y se impregnan también de las ideas de moda expresadas en el teatro, actividad
en la que esta ciudad sobresale por encima de cualquier otra […].
Desde 1580 las ciudades se ven amenazadas por la invasión de los pobres, resultado del
auge demográfico, pero también de las mutaciones que afectan a la economía y a la sociedad
[…]. Londres es la ciudad más vulnerable. La sociedad reacciona protegiendo a los pobres,
pero también reprimiéndoles. Se multiplican las instituciones de asistencia (tanto más
indispensables cuanto que las órdenes religiosas habían sido suprimidas) […]. Sin embargo,
todo esto no basta y la legislación de los poor laws, importante desde 1563, hasta la gran ley de
1601, se preocupa de prevenir el peligro. Para retener a los pobres en sus parroquias de origen
se reconoce el principio de responsabilidad local de su asistencia y de su mantenimiento. La
caridad privada tiene que bastar en tiempo normal, pero en época de crisis el gobierno local
contribuye por medio de impuestos sobre los ricos. Al mismo tiempo se crean vigilantes de los
pobres, que pueden obligarlos a trabajar por el importe establecido de los salarios o proceder a
su “encierro”.
El estilo de vida: el enriquecimiento
En la época de Isabel, el estilo de vida de la sociedad inglesa había evolucionado
sensiblemente […]. Es evidente que el país vivió, al menos hasta 1590 – 1595, un proceso de
enriquecimiento que afectaba a una gran parte de la sociedad, aun agravando el desclasamiento
de los having not […], y que hacía muy importante el pauperismo. ¿Cuáles son los elementos
más visibles de este enriquecimiento?
a) La casa. En este aspecto, la mejoría es sensible a todos los niveles. En el grado más alto
de la escala hay que citar algunos palacios extravagantes para la época [–p.ej.
Theobalds (Hertfordshire)—] […]. Los ciudadanos más ricos, a menudo nuevos ricos
[…], se situaba[n] así al nivel de los reyes, en estos palacios que tenían casi las
dimensiones de los castillos del Loira, y cuya amplitud y exuberante decoración
llevaban la marca de la euforia de la época. Debajo había numerosos manors, de
dimensiones mucho más modestas pero todavía muy bastas [(p.ej. Chastleton House)]
[...]. Estos manors se distinguían por novedades como las numerosas chimeneas
cubiertas, con frecuencia admirables y las ventanas más numerosas y más anchas, en las
que el vidrio reemplazaba a las persianas de madera de la Edad Media. El deseo de una
vida más agradable se manifiesta por la aparición de escaleras más anchas, de galerías
amplias destinadas al paseo en los días lluviosos, de accesorios que permitían practicar
una serie de ejercicios físicos, pero también por la forma en que se cuidan los jardines
Javier Díez Llamazares
23
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 10
[…], donde se introducían plantas nuevas […], especies exóticas procedentes de
Canarias o de América.
Sin embargo, los arrendatarios y yeomen continuaban habitando mayoritariamente en
sus casas de adobe, que empezaban a dividir en varias piezas […], excepto en Gales,
donde siguió siendo la regla la pieza única.
Por lo que respecta al mobiliario, el progreso fue casi general [(p.ej. ricas tapicerías o
vajillas de plata en las casas de los nobles)] […] [.]
[…]
La mejora es notable por lo que se refiere a la ropa de cama. Mientas que hacia 1550
un hombre pasaba por rico si contaba con un colchón de pluma, treinta años más tarde
vemos la difusión de los colchones de lana, sábanas, mantas y almohadas, aunque este
accesorio fuese juzgado afeminado en ciertas regiones. En las casas ricas se hicieron
corrientes las camas con dosel y columnas. Cambio notable en la vajilla sustituyéndose
la madera por el estaño o la plata. Para beber se usaba con bastante frecuencia cristal
de Venecia; ya se conocía la cuchillería de Sheffield, pero el tenedor era una pieza
insólita. Hasta los campesinos y artesanos tenía tapicerías, manteles y ropa blanca de
valor. En cambio, las sillas eran un lujo y los sanitarios casi desconocidos, mientras
que se intensificaba el uso del jabón, así como el del baño delante de la chimenea.
El lujo de los vestidos llegó también a las clases medias[: los yeomen llevaban telas
finas tejidas en casa, y los campesinos y artesanos bastos paños de Surrey o Hampshire]
[…].
En lo que se refiere a la alimentación, los extranjeros ponen de relieve que era muy
rica [y, especialmente, que la población, en general, se alimentaba igual de bien que los
reyes] […]. Sin duda la alimentación era bastante poco variada [(en general, mucha
carne y algo de pescado)], las verduras estaban poco extendidas y los únicos manjares
exóticos, todavía reservados a los ricos, eran las naranjas y los limones. Los
campesinos consumían sobre todo cereales, coles, nabos, carne de cordero, aves y
jabalí. El porridge hace su aparición. La cerveza y la sidra eran las bebidas más
comunes[; sólo nobles y comerciantes bebían alguna vez vino clarete] […].
Conclusión
Esta forma de vida en la que se afirman el gusto por el lujo y los deseos de disfrutar, que
abarca también las diversiones […], conoce, sin embargo, la oposición de la pasión puritana
de las clases trabajadoras de la nación: yeomen, artesanos, pequeños comerciantes, que
predican el temor de Dios y la ascesis. Ahí se encuentra, sin duda, un poderoso germen de
división para el futuro. Pero los progresos del país y su enriquecimiento desarrollaron también
en Inglaterra una orgullosa conciencia del poder nacional. Después del desastre de la Armada
[Invencible], Drake o Hawkins habían soñado incluso, mucho más que la lúcida Isabel, con el
hundimiento de España y el advenimiento de su país al “leadership” mundial. En este sentido,
el puritanismo fue un incentivo más: concibió la predestinación en un plan nacional. A
finales del s. XVI se hace perceptible un verdadero mesianismo inglés […] [.]
[…]
Javier Díez Llamazares
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HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 11
Tema 11: Otros estados europeos
0.0. Sumario
[11.0. Introducción]
11.1. El Portugal de los Avís
11.2. Los estados de Italia
11.3. El Imperio, Austria, Hungría y Bohemia
11.4. El Báltico: Dinamarca y Suecia
11.5. El engrandecimiento de Polonia con los Jagellón (1444 – 1572)
11.6. La formación de Rusia
0.1. Bibliografía
BENNASSAR: Historia Moderna, Tres Cantos, Ediciones Akal, 2005, p. 187 – 194 (Bennassar
– Jacquart), 231 – 240 (Bennassar – Jacquart) y 242 – 244 (Bennassar – Jacquart).
FLORISTÁN: Historia Moderna Universal, Barcelona, Editorial Ariel, 2002, p. 155 – 172
(Colás).
11.0. Introducción
(FLORISTÁN, 155)
El absolutismo ha sido presentado como el régimen político que cubre los tiempos
modernos hasta la llegada de las revoluciones burguesas. Pero esta apreciación resulta excesiva.
El modelo que define sólo sirve para la Europa occidental. Al este y norte de esta misma
Europa encontramos una monarquía bien distinta. En Polonia, Hungría, Dinamarca y Suecia,
las coronas, como el propio Imperio, eran electivas. Más al este, en las tierras que lentamente
configurarán el estado ruso, se desarrollaba desde el s. XV una monarquía sin más límites a
su autoridad que los impuestos por la costumbre y que además asumía en sí misma la
máxima autoridad secular y religiosa. Estas diferencias políticas con la monarquía absoluta,
que responden al distinto tejido social y cultural que las sustenta, se mantendrán en los siglos
venideros hasta configurar una evolución histórica diferenciada del Occidente europeo.
[…]
(BENNASSAR, 231)
1. La otra Europa
Alrededor del Báltico y en la gran llanura rusa se consolidan o se forman nuevas naciones.
En todos los casos, la existencia nacional se afirma mediante un gobierno monárquico capaz
de imponerse a los grandes señores feudales o de realizar su unión, y los “interregnos”
implican fases de disturbios, de decadencia o de retroceso ante el extranjero (después de la
muerte del último Jagellón en Polonia; durante la minoría de edad de Iván IV o después de su
muerte en Rusia) o de competencias dinásticas (a comienzos de siglo en Dinamarca, entre
Cristián II y Federico I, y a finales del mismo siglo, en Suecia, entre Segismundo y su tío
Carlos). Esta Europa no se encuentra aislada del resto del mundo: las influencias de la Europa
atlántica penetran cada vez más, en el terreno cultural y religioso (Humanismo,
Renacimiento, Reforma y Contrarreforma), lo mismo que en el económico (alza de precios, gran
comercio).
[…]
11.1. El Portugal de los Avís
Javier Díez Llamazares
1
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 11
(BENNASSAR, 187 – 194)
1. El Imperio portugués
[…] Ni por extensión [(89.000 km2)], ni por población [(1.000.000 de habitantes a principios
del s. XV y 1.400.000 entre 1525 – 1530)], parecía destinado este país a desempeñar un gran
papel. Y, sin embargo, hasta 1530, su poder económico basado en una notable fuerza naval, es, sin
duda, superior al de España y, hasta 1550 ó 1570, al de Inglaterra. Porque Portugal había sabido
tomar un considerable adelanto en cuanto a las técnicas de navegación de largo alcance, y, gracias
a este avance había podido construir el primer imperio de dimensiones planetarias.
Génesis del desarrollo del Estado
a) El poder del Estado. Liberado de la dominación árabe desde mediados del s. XIII,
Portugal escapó al régimen feudal. El Estado se hizo con todo el poder, toda la
autoridad que exigía el esfuerzo multisecular de la Reconquista. El rey ejerció
constantemente la justicia suprema. Gran propietario, por su parte, pagaba los servicios
militares de los propietarios nobles, los fidalgos. Servidumbre económica, sin duda,
pero que le daba el derecho de ser exigente. Así, la autoridad real que, en el s. XV se ve
fortalecida por una creciente riqueza, es más precoz que en otros lugares de Europa.
También la conciencia nacional se desarrolla. Se forja durante las luchas contra los
moros y se consolida en el conflicto de los castellanos, que derrotados en Aljubarrota
(1385), tuvieron que reconocer la independencia de Portugal, basada en una lengua propia
que ya había reemplazado al latín en los textos jurídicos. El poder de la dinastía de Avís,
especialmente de Juan I (1385 – 1433) y de Juan II (1481 – 1495), fue un poder,
apoyado por un fisco productivo (sises o impuestos indirectos sobre todas las ventas o
compras). El desarrollo intelectual y científico era notable[, con la Universidad de
Coimbra y la Escuela de Sagres, que fue un auténtico laboratorio de la ciencia náutica
del Atlántico en el s. XV] […].
Sin embargo, este auge no tiene nada que ver con una burguesía comerciante […]. El
Portugal de finales del s. XV es un pueblo de campesinos, de marinos y de soldados.
b) Las tensiones económicas. En este país mal cultivado (vastos eriales, grandes bosques)
quizá por la avidez de los grandes señores, la agricultura no bastaba para alimentar a
la población; el déficit de cereales era muy frecuente y constituía una de las razones de la
expansión. Asalariados agrícolas y pastores eran grupos turbulentos dispuestos a las
sublevaciones y a la aventura. Para solucionar el problema de la subsistencia, el país había
dirigido su mirada al mar desde hacía mucho tiempo [(p.ej. en los siglos XIV y XV,
tanto en la pesca de altura y en la del atún en las costas del Algarve, como en las salinas
de Setúbal y de Aveiro)] […]. […] [U]n historiador [(Vitorino Magalhaes – Godinho)] ha
presentado así los factores que determinaron la primera fase de los descubrimientos y
conquistas de ultramar.
- El hambre de oro y los inconvenientes debidos a la escasez de circulación
monetaria en los medios comerciales;
- Las devaluaciones monetarias, que envilecían las rentas fijas e impulsaban a los
nobles a emprender otras actividades;
- El déficit de cereales, que la insuficiencia de medios de pago para comprarlos en
el extranjero hacía más agudo;
- El dinamismo de los intereses azucareros: el cultivo de la caña se desarrolló en
Portugal a partir de 1400, lo que hizo centrar la atención en las regiones
azucareras como Ceuta, Tánger y el Sous;
- La demanda de esclavos para servir de mano de obra en las plantaciones de caña
y los “ingenios” azucareros;
- La demanda de laca y de colores para el teñido;
- La demanda de cueros y pieles para calzado y marroquinería;
- La ampliación del área de las pesquerías.
c) El progreso técnico. Todos estos factores actuaron simultáneamente y es precisamente su
combinación lo que explica la serie de establecimientos y de conquistas. Hay que añadir
que, visitado regularmente por las flotas mediterráneas […] o nórdicas […], Portugal se
benefició de las aportaciones técnicas de todos estos pueblos y de sus propias
Javier Díez Llamazares
2
HISTORIA MODERNA UNIVERSAL
TEMA 11
investigaciones para poner a punto, en el curso del s. XV, un notable instrumento de
descubrimiento: la carabela, una nave ligera (50 a 100 toneladas por término medio, con
tendencia a aumentar […], de alto bordo, con cuatro mástiles y velas cuadrangulares o
latinas, de las que había dos tipos principales: el tipo largo […] y el tipo redondo […].
Naturalmente, la carabela adoptó, como las demás marinas europeas, el gobernalle de
codaste, que permite un más fácil gobierno de la nave, y gracias al cual sería posible
contornear las regiones de los alisios a lo largo de las costas. Junto con la brújula, el
astrolabio y la cartografía, los portugeses dispusieron de un conjunto técnico que fue
uno de los principales motivos de su éxito. A este respecto, los portugueses, asimilando el
esfuerzo mediterráneo y vizcaíno y asociándolo a su propia iniciativa¸ alcanzaron
conocimientos muy notables a principios del s. XVI[: un buen ejemplo de ello es la obra
Esmeraldo de situ orbis] […] [.]
[…]
El primer imperio portugués
La expansión portuguesa, bien preparada en la Edad Media […], construyó un primer imperio
ya en el s. XV: se trata de la expansão quatrocentista hacia Marruecos, el Atlántico oriental y
los archipiélagos. Ya sabemos cómo el avance de los portugueses a lo largo de las costas de
África les condujo en 1488 a las costas de Natal, después de doblar el cabo de Buena Esperanza.
Todos estos viajes de descubrimiento tenían intenciones especulativas. De hecho, desde 1440
a 1510 – 1514, “la trata de negros, el tráfico de oro, de malagueta y de marfil sudanés lo
dominaron casi en su totalidad las carabelas portuguesas”. Así, la factoría de Arguin en primer
lugar, al norte de Senegal, y después las de Cantor en Gambia y São Jorge da Mina en el golfo
de Guinea, desviaron en provecho de los portugueses el tráfico de oro sudanés que desembocaba
hasta entonces en Berbería, después de haber atravesado el Sahara [–p.ej. entre 1500 y 1520, la
Mina proporcionó anualmente a Lisboa 410 kilos de oro (unos 100.000 cruzados)—] […].
Lo mismo ocurrió con los esclavos, aunque los musulmanes conservaron muchos mercados:
los portugueses accedieron a los grandes mercados de esclavos uolofs del Senegal, donde
traficaron sin limitaciones. Consiguieron igualmente en mejores condiciones y en mayores
cantidades las especias africanas[: la malagueta que, procedente de la Alta Gambia y el Alto
Níger, era utilizada en el sur de Europa desde el s. XIII como condimento y medicina; o la
pimienta de Benin] […]. Cada una de estas especias alimentó un comercio notable […], pero
muy inferior al de las especias asiáticas. Benin era también un lugar de compra de marfil y de
esclavos.
[…]
El gran imperio
a) La ruta de la India y el imperio de las especias. Una vez reconocido y doblado el cabo de
Buena Esperanza, quedaba asegurado el viaje marítimo desde el oeste de Europa hasta la
India. Pues la navegación en el océano Índico no era nada nuevo. En 1488 Bartolomé
Díaz llegó al cabo de Buena Esperanza. Diez años más tarde, la armada de Vasco de
Gama llega a Calcuta. Mientras Cabral descubre Brasil en 1500, quizá intentando
mejorar la ruta hacia la India, los portugueses llevan rápidamente a cabo el
descubrimiento del océano Índico. No transcurre más que un decenio entre la llegada a
Calcuta y la llegada a Malaca. Mientras que la exploración del continente americano y de
sus límites va a necesitar medio siglo, los portugueses se aprovechan de las
aportaciones de culturas anteriores, más allá del cabo de Buena Esperanza [(p.ej.
árabes, guyeranos o malavos)] […].
Con estos datos se explica mejor la rápida construcción del imperio portugués: el segundo
viaje de Vasco de Gama tuvo ya como fin la conquista y la organización de los territorios
conquistados. Vasco de Gama ostenta, en 1502, el título de Almirante de las Indias, y
dispone una poderosa flota bien provista de artillería. Para poder hacer relevos funda
factorías en Sofola y Mozambique, en la costa oriental de África; venga cruelmente a los
mercaderes portugueses masacrados en Calcuta y funda la primera factoría portuguesa en
la India en Cochin. Alburquerque continúa su obra apoderándose de Socotora y de
Ormuz […], fundando la capital del imperio en Goa en 1510, tomando Malaca, primera
plaza del comercio del océano Índico, en 1511 y llegando a las Molucas, una de las
Javier Díez Llamazares
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TEMA 11
grandes zonas de producción de especias. En el curso de los años siguientes, los
portugueses fundaron varias ciudades, de las que Diu y Macao fueron las más duraderas.
Portugal estaba demasiado poco poblado para planear una conquista territorial y una
colonización amplia. Así, pues, el imperio portugués fue esencialmente comercial. El
carácter discontinuo de la ocupación y de los establecimientos portugueses puede
autorizar incluso la expresión de imperio insular, al vivir cada factoría, incluso las
continentales, como islas, unidas al exterior por medio de flotas. Esto explica que la
seguridad e incluso la existencia de este imperio dependieran de la supremacía marítima
portuguesa en el Atlántico Sur y en el océano Índico. Pero ello no impedía la empresa
comercial: al apropiarse de la ruta de las Indias, los portugueses conquistaron, al menos
parcialmente, el servicio de las importaciones a Europa de la seda, de las piedras
preciosas y, sobre todo, de las especias asiáticas [–p.ej. jengibre de Malabar, clavo de
las Molucas o, sobre todo, pimienta de Malabar y Sumatra (única especia que daba lugar
a un comercio masivo)—] […]; y drogas muy utilizadas en medicina y perfumería [(p.ej.
almizcle u opio)] […]. A cambio, los portugueses llevaban los productos manufacturados
en Europa, como armas y objetos de oro y plata. Pero, además, habían reemplazado a los
árabes en el comercio de India en India, es decir, que desde Ormuz, Calcuta o Goa
hasta Malaca y Macao, servían de intermediarios entre chinos, malayos e indios. Servicio
provechoso que no podía ser mantenido más que por medio del poder militar. Por esta
razón, el imperio portugués alcanzó su cénit durante la primera mitad del s. XVI y, sin
duda, de 1525 a 1550. Después de esta fecha, perdió su monopolio del gran comercio y la
situación de los portugueses se debilitó lentamente.
Brasil ocupa un lugar aparte en este imperio. Región descubierta por azar y despreciada
en un principio porque no parecía rica, iba a convertirse en una gran isla en el corazón de
las tierras españolas. Su inmensidad y su débil población indígena, así como la ausencia
de civilizaciones desarrolladas hicieron de ella la única colonia verdadera de población
portuguesa. Por lo demás, en 1534, Juan III entregó el Brasil a la empresa privada,
repartiéndolo entre varios de sus capitanes. Hacia finales del s. XVI, el desarrollo de
plantaciones de caña de azúcar y de molinos en el Norte aumentó sensiblemente la
importancia de Brasil, consagrada por el establecimiento del gobernador general Tomé
de Souza en Bahía en 1548.
b) Organización de los viajes y explotación económica. La enormidad de las distancias
impuso una organización estricta de los viajes, casi siempre en convoyes: después de la
oración colectiva y la bendición en la capilla de Restelo, luego iglesia de Belem, las
armadas aparejaban para el océano Índico. Casi siempre en marzo o abril […]. La
duración del viaje era raramente inferior a cuatro meses, pero en los casos en los que era
necesario invernar, por avería o accidente climático, podía ser mucho mayor, llegando
incluso a durar, en ocasiones, año y medio […]. El viaje era relativamente seguro, al
menos hasta 1586 […]. Es cierto que en los primeros años, Portugal envió poderosas
flotas para romper la resistencia musulmana.
El comercio de la India, al principio, fue libre. Los que disponían del capital necesario
podían fletar una o varias naves, enviarlas a la India y traer de allí las mercancías que
quisieran con la única condición de pagar un derecho de aduana del 5 por 100 y de
pasar por la Casa da Mina (creada para el comercio africano), que era a la vez aduana y
almacén de tránsito […].
Pero a partir de 1504, los precios se hundieron a causa del exceso de oferta. Desde
entonces se modificó el régimen. La libertad de venta desapareció en primer lugar y la
Casa da Mina permaneció como el único organismo de venta de precio único. En
1506 se estableció un régimen de monopolio en beneficio de la Corona (administrado
por la Casa da India) que aparejaba las naves, compraba y exportaba las mercancías y la
plata e importaba y vendía las especias. Este régimen duró hasta 1570, pero en la práctica
hubo numerosas excepciones legales [(p.ej. el pago de los honorarios o deudas del
monarca portugués con licencias de importación; o el derecho de funcionarios, oficiales y
marinos a importar por su cuenta algunas cantidades de especias)] […]. A partir de 1570,
tanto el flete como los viajes se alquilaron.
Javier Díez Llamazares
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TEMA 11
El hecho de que el rey de Portugal se convirtiera en el mayor capitalista de su imperio
supuso la creación de factorías del Estado, las más importantes de las cuales se
establecieron en Kulam, Cochin, Cannanore, Calicut […], Chalyat y Mongadore.
Cada flota estaba administrada por un factor, pero se hizo necesario establecer dos
administraciones paralelas: una en Lisboa, la Casa da India, y otra en las Indias. Los
principales personajes de esta última fueron los veedores [(integrados en la Veeduría de
las Cargas de Naos, organismo creado a mediados del s. XVI para asegurar, mediante
estrecha vigilancia e inspecciones de los cargamentos de los buques, el monopolio real,
conviviente con determinadas licencias concedidas a algunos mercaderes)], responsables
del cargamento de los barcos y de la dirección de las factorías de especias. Se instauró
todo un sistema de proyección de los pequeños reinos que habían firmado un tratado de
amistad con los portugueses. El virrey, que residía en Goa, tenía la dirección política y
militar del conjunto[, cargo desempeñado por hombres notables] […]. En el último confín
del imperio se creó una capitanía de las Molucas y de Banda en 1522, apoyada en la
fortaleza y en la factoría real de Ternate. A pesar de algunos intentos en contra por parte
española, el poder de los portugueses se implantó durante mucho tiempo en esta región.
No se puede dudar que este comercio supuso grandes beneficios para Portugal […]. Una
vez deducidos los gastos de inversión (barcos sobre todo), salarios y primas e inversiones
en infraestructura política, militar o comercial, el beneficio seguía siendo importante. Pero
después de 1580, el beneficio se hunde junto con el comercio a pesar del alza de los
precios. Es cierto también que aumentaron los beneficios de la trata de esclavos a
expensas de la población africana […].
c) El apogeo portugués. Estos beneficios explican bastante satisfactoriamente el apogeo
portugués, que corresponde a los reinados de Manuel [I] el Afortunado (1495 – 1521) y
de Juan III (1521 – 1557). Es la gran época del Estado portugués moderno, “imperial,
mercantilista y emprendedor”. El soberano puede dedicarse al mecenazgo, actividad de la
que procede la expresión “estilo manuelino”, aplicada a numerosos monumentos de
Lisboa de esta época […].
El comercio con la India impulsa numerosas industrias portuguesas: en primer lugar,
astilleros navales, los más importantes de los cuales se encuentran en Lisboa, Viana y
Lagos; bizcochos; pesca de atún, cuyas almadrabas se organizan en el Algarve; impulsa
también las plantaciones de viñedos y olivos. A pesar de los beneficios que se llevan los
capitalistas extranjeros, sin duda quedan fondos disponibles para desarrollar las
industrias textiles de las regiones de Covilha y Guimaraes, las numerosas alfarerías,
marmolerías, industrias del cuero y fábricas de conservas alimenticias (higos secos,
pasta de almendras, atún). Pero, sin duda, hubiera hecho falta mucha más mano de obra
para este desarrollo.
El apogeo portugués está marcado, además, por otros rasgos. El impulso religioso había
desempeñado un papel relativamente débil en los inicios del descubrimiento y de la
conquista. Pasado el primer tercio de siglo, los jesuitas portugueses desempeñan un
papel importante en la evangelización, especialmente en las Indias y en China. Los
nuevos mundos ocupan amplio espacio en la literatura de la época, la más brillante de la
historia del país; por ejemplo, en Os lusiadas, de Camoens, que permaneció mucho
tiempo en Goa y Macao, y en las crónicas de João de Barros y Damião de Gois. Pero
cuando los rivales de Portugal recuperaron su atraso en materia de navegación y de
armamento, la escasez de población no le permitió mantener a Portugal la extraordinaria
posición que había conquistado.
11.2. Los estados de Italia
(FLORISTÁN, 155 – 159)
1. Italia
Italia era, en palabras del político austriaco del s. XIX Metternich, “una expresión
geográfica”. Pero estaba muy bien poblada. Contaba con una próspera agricultura, una
industria pañera y sedera que competía en toda Europa y un poderoso comercio. Los
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TEMA 11
banqueros genoveses, juntamente con los alemanes, representaban el capital internacional del s.
XVI especialmente en su segunda mitad. Su riqueza estaba adornada por un apoyo
incondicional a las artes. Era tan admirada por los intelectuales y artistas europeos como
codiciada por las potencias del momento. Desde la paz de Lodi de 1454, que abrió un período
de relativa calma, Italia conoció una etapa de prosperidad y de florecimiento artístico.
Este mundo próspero y culto carecía de la más minima unidad política. Ni siquiera
contaban con algo semejante a la unidad moral o virtual que daba el Imperio a Alemania. El
número de sus estados podía rondar los veinte y se agrupaban en repúblicas [(como Florencia o
Venecia)] […], ducados [(como Saboya o Milán)] […] y marquesados [(como Messa o
Monferrato)] […]. Algunos [(p.ej. Asti o Guastalla)] […] eran minúsculos. Sólo Milán,
Venecia, Florencia, los Estados Pontificios y Nápoles tenían una verdadera entidad territorial
y política. En realidad, salvo Venecia, los demás estaban dominados por el príncipe, con
frecuencia descendiente de un condottieri que se había servido de las guerras entre territorios
vecinos o entre familias para imponer su autoridad [(como en el caso de los Sforza de Milán)]
[…].
Esta división, las rivalidades entre estados, incluso los ancestrales bandos familiares, además
de su riqueza y envidiable prestigio, convertían a Italia en una tentación para los monarcas más
ambiciosos del momento. La monarquía francesa y la Monarquía Universal Católica,
esgrimiendo viejos derechos o acudiendo en ayuda de una de las facciones rivales, se disputaron
la posesión de ciertos territorios considerados estratégicamente imprescindibles.
Entre los grandes estados cabe destacar en primer lugar, por la condición de su titular, los
Estados Pontificios, que se extendían a ambos lados de los Apeninos centrales, aunque el poder
del papa, como príncipe secular, no era tan sólido y uniforme como en un principio se le supone
[(p.ej. en Romaña, las Marcas y Umbría sólo era nominal; el Lacio estaba en manos de las
poderosas familias de los Colonna y los Orsini, con gran influencia en el Sacro Colegio
Cardenalicio; y en Roma, el espíritu republicano no se había extinguido)] […]. El papa era
uno de los soberanos italianos más débiles. La Curia se ocupaba el gobierno secular. Los
negocios exteriores corrían a cargo de un cardenal secretario y la hacienda, del camarlengo.
Con demasiada frecuencia, los cargos más importantes fueron encomendados a miembros de la
familia del Santo Padre, lo que llevó a calificar el régimen pontificio de nepotista. Como
cualquier otro soberano de la época, aunque lo hizo circunstancialmente, el Papado se esforzó
por imponer su autoridad sobre sus dominios […]. Más importante fue su participación en
los conflictos del momento. La condición de jefe de la Cristiandad y de soberano temporal le
dio un especial protagonismo en la Europa del momento, convulsionada por la Reforma, las
rivalidades entre la monarquía francesa y la Monarquía Universal Católica y el asedio de los
turcos. En este juego de fuerzas, el titular de la cátedra de San Pedro se decantó por uno de los
contendientes y le apoyó con su prestigio y sus recursos, pero también participó en coaliciones
encaminadas a frenar el avance del gran enemigo del cristianismo y de la civilización
occidental: el turco.
Venecia era la más poderosa de las repúblicas aristocráticas. Había extendido sus dominios
por la llanura del Po hasta el Adda […]. Además había llegado a construir un vasto imperio
colonial que se extendía más allá del Adriático […] en la costa oriental y por las islas del mar
Jónico y del Egeo […].
Venecia contaba con una constitución que fijaba los derechos de sus naturales y unas
instituciones prestigiosas. El dux o dogo era el jefe del estado. Se le representó siempre
ostentosamente pero el gobierno lo desempeñaba el Gran Consejo, con cerca de 2.000
miembros. A él le competía legislar y el nombramiento de cargos. Elegía el Senado, unos 300
miembros, que se ocupaba de la política exterior y recibía de sus embajadores las famosas
relaciones, que constituyen un documento histórico de gran interés. Todos los cargos estaban en
poder de la nobleza, pero, a diferencia de lo que ocurre en la Europa del momento, el grupo
tenía un carácter muy abierto. Esta condición y la corta duración de los cargos contrarrestaban
los posibles abusos de su monopolio.
Bien gobernada, Venecia disponía de un buen ejército y de una flota de galeras movida
con voluntarios venecianos. La república dispuso de una potencia militar muy superior al resto
de los estados italianos. Su imperio chocó frontalmente con el turco, forzándole a mantener un
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TEMA 11
difícil equilibrio en el que combinó con acierto las treguas con alianzas en su contra [lo que no
impidió la pérdida de sus colonias a manos de los otomanos] […]. Más grave para su economía
que la pérdida de sus colonias fue la aparición, en el horizonte económico, de las Indias
Orientales y el control del mercado de las especias por los portugueses primero, y los
holandeses, después.
El ducado de Milán fue la pieza más disputada en las guerras de Italia. En 1535 fue ocupado
por Carlos V que más tarde se lo cedió a su hijo Felipe II. Pero, ya para entonces, el gran estado
construido por los Visconti había perdido jirones importantes de su territorio a manos de los
suizos y del propio Papado, hasta el extremo de quedar reducido al espacio comprendido entre
el Essio y el Adda. Sin embargo, estos cambios apenas alteraron sus instituciones, fijadas
sólidamente desde los tiempos de los Sforza. Durante el período de dominación francesa, Luis
XII creó un Senado de 15 miembros con funciones judiciales semejantes al Parlamento de
París. En 1541, Carlos V otorgó una nueva constitución, en la que cabe destacar como figuras
más importantes: un gobernador, que representaba al soberano, y el archicanciller, que
presidía el Consejo Secreto. En 1543, las protestas de las ciudades por un nuevo tributo dieron
origen a la Congregationi di Stato, asamblea que limitó en cierto sentido los poderes del
gobernador.
En Florencia, los Médici acabaron con la endémica inestabilidad social. Sus reformas
dotaron al gobierno de la fuerza y la continuidad suficientes para hacer de Florencia una
república poderosa. Con este fin modificaron algunos puntos de la constitución. La elección por
sorteo fue sustituida por una junta previamente seleccionada, que permitía que la Signoria
–la magistratura suprema— estuviera siempre dominada por los amigos de los Médici. En 1480
fue instituido el Consejo de los setenta, de donde se elegía una junta encargada de la hacienda
y de los asuntos exteriores. Durante su gobierno, aceptado sin reparos por la mayoría de los
ciudadanos, Florencia conoció una época de prosperidad económica, pero también artística,
debido al mecenazgo que desempeñó la familia. Incluso el potencial económico de estos
banqueros y su sapiencia política dieron a Florencia una incuestionable presencia en los asuntos
de Italia.
El ducado de Saboya, que se extendía al oeste de los Alpes y entre Francia e Italia,
difícilmente puede considerarse un estado italiano. En la propia Saboya, los marquesados de los
Saluzzos y de Monferrato eran independientes. Durante el mandato del duque Carlos III (1504
– 15[5]3), sufrió una dura crisis. La expansión de la Reforma provocó un período de
inestabilidad y pérdida de algunos territorios, que fueron ocupados por Berna, quien a su vez
favorecía la independencia de Ginebra. La situación fue utilizada por Francisco I para hacerse
con los territorios situados al oeste de los Alpes, excepto Niza, y con la parte norte del
Piamonte. La ocupación francesa se prolongó hasta la firma del tratado de Cateau –
Cambrésis, verdadero punto de partida del ducado de Saboya que jugará un papel importante
en el futuro. El duque Manuel Filiberto [(1553 – 1580)] recuperó la mayor parte del territorio
que había caído en manos de los franceses y suizos, y gobernó como soberano absoluto.
El reino de Nápoles era español desde 1504, pero su conquista no modificó sus instituciones.
Simplemente, el soberano se hizo representar por un alter ego, un virrey, que contaba con el
asesoramiento de un consejo. La administración provincial estaba en manos de los
gobernadores y de tribunales, denominados, como en España, Audiencias. Nápoles presentaba
diferencias con el resto de estados italianos. La nobleza tenía un fuerte peso dentro de la
sociedad napolitana, donde encontramos un feudalismo semejante al que podemos hallar en
otros territorios europeos.
11.3. El Imperio, Austria, Hungría y Bohemia
(FLORISTÁN, 159 – 163, 171 – 172)
2. El Imperio Germánico
El Sacro Imperio era, en 1500, un heterogéneo agregado de territorios con lazos tan tenues
que resulta difícil definir sus límites geográficos. Para explicar este impreciso mundo, los
historiadores distinguen entre un Imperio real, que tendría su centro en Alemania, y otro
virtual o teórico, que integraría también a aquellos territorios que tienen con el resto algún tipo
Javier Díez Llamazares
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TEMA 11
de vinculación. El real era un puzzle de piezas dispares. Daba cabida a unos treinta principados,
de los que cabe destacar como más importantes el Palatinado, Alta y Baja Baviera,
Würtemberg, Sajonia, Mecklenburgo y Brandemburgo, unos cincuenta dominios
eclesiásticos, en torno a cien condados y sesenta ciudades libres [(p.ej. Aquisgrán, Colonia o
Worms)], que eran muy abundantes en Renania y Suabia […]. Un mosaico de territorios con un
acendrado individualismo que imposibilitó la superación de las fronteras particulares en aras de
una entidad superior: el Imperio. Por lo demás, era un mundo rico y bien poblado, aunque
turbado por los problemas sociales y por la vida poco ejemplar de amplios sectores del clero. El
Imperio teórico comprendía los Países Bajos, Suiza, Bohemia y el norte y centro de Italia pero
en unos casos la pertenencia no era nada más que un recuerdo del pasado y en otros, los poderes
del emperador se limitaban al nombramiento de ciertos cargos que apenas superaban la
condición de honoríficos.
El Imperio continuaba rigiéndose por la Bula de Oro de 1356. El emperador, llamado rey
de romanos, era elegido por los siete electores: tres eclesiásticos (los arzobispos de Maguncia,
Tréveris y Colonia) y cuatro seglares (el rey de Bohemia, el duque de Sajonia –
Wittemberg, el margrave de Brandemburgo y el conde palatino del Rin). Una Cancillería
áulica, presidida por el arzobispo de Maguncia con el título de archicanciller, un Tribunal
Imperial y la Dieta (Reichstag), constituida por los siete electores, la segunda nobleza (condes,
margraves y landgraves) y por representantes de las ciudades más importantes, configuraban
todo el aparato institucional. A la Dieta competía aconsejar al emperador y aprobar las leyes,
impuestos y reformas que afectaban a todo el territorio. No había ejército permanente, ni
impuestos fijos, ni funcionarios que hicieran cumplir las órdenes. El título de emperador era,
ante todo, prestigio. El poder del césar y sus recursos provenían de sus estados
patrimoniales. La debilidad del Imperio frente a la fortaleza de los estados explica los avatares
de Carlos V con los príncipes alemanes en la cuestión de la Reforma.
El progresivo fortalecimiento de los poderes regionales hizo más acusada la fragilidad del
césar. Como ocurre en el resto de Europa, los príncipes practicaron una política de afirmación
de su autoridad, centralización administrativa y articulación del territorio. En el desarrollo
de su política contaron con juristas expertos en derecho romano que defendían a ultranza la
autoridad indiscutible de su señor y se sirvieron de burgueses que fueron desplazando a la
nobleza de determinados puestos. Una asamblea constituida por la nobleza y las ciudades, que
se supone que representaba al conjunto del territorio principesco, votaba impuestos y aconsejaba
al príncipe.
Desde 1438 hasta la desaparición del Imperio, el emperador fue siempre un miembro de la
familia de los Habsburgo. Sus estados patrimoniales estaban constituidos por los cinco
condados que se extendían desde Viena hasta el Adriático: Austria, Estiria, Carintia,
Carniola y el Tirol[, con aproximadamente 2.000.000 de habitantes] […]. Se les conocerá
como Habsburgo o Austria por ser este condado el más importante. El primer emperador de la
Edad Moderna, Maximiliano I [(1493 – 1519)], casó en 1477 en Gante con María de
Borgoña, hija de Carlos el Temerario, que aportó a su matrimonio los Países Bajos, Borgoña
y el Franco Condado: la herencia de la Casa de Borgoña.
A finales del s. XV, la situación social del Imperio preocupaba tanto a los príncipes como al
propio emperador. Había inquietud por acabar con ciertas pervivencias medievales, que
permitían guerras privadas, y con el bandidaje de los caballeros que, perdida su función
militar por el desarrollo de la nueva tecnología militar y arruinados por la devaluación de su
renta, intentaban sobrevivir mediante el pillaje. Los cambios económicos han ido dejando una
masa cada vez mayor de proletarios y de pobres que se han visto desplazados de sus oficios y de
las tierras comunales. También inquietaba en determinados ambientes la vida disipada del
clero[, especialmente, la conducta de algunos prelados que reunían en sus personas la condición
de altos jerarcas de la Iglesia y la de príncipes seculares] […]. La fragmentación territorial era
también motivo de preocupación.
Emperador y príncipes aspiraban a remediar esta situación, aunque disentían en el alcance de
la reforma y en los medios para imponerla. Los primeros planes de reforma fueron esbozados ya
a mediados del s. XV por el cardenal Nicolás de Cusa. Después, Maximiliano continuó con la
misma política reformadora. Como cualquier soberano del momento, pretendía fortalecer su
Javier Díez Llamazares
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autoridad imperial y la integración del territorio. Con este propósito propuso la creación de una
Cancillería, que se ocuparía de sus estados patrimoniales y del Imperio, un Consejo y una
Cámara. Pero nada cuajó. Los príncipes reclamaban medidas que aseguraran la paz y el orden:
atajar el cáncer de la anarquía sin alterar el statu quo. El archicanciller Bertoldo de
Hennenberg fue el mentor y portavoz de los príncipes. Las dos partes protagonizaron
encendidos debates. A favor de aquellos jugó la política exterior de Maximiliano. Mientras
exigía cambios, intentaba someter a Suiza al Imperio, disputaba la herencia de su mujer al
monarca francés, hacía valer sus derechos al trono de Hungría – Bohemia e intervenía en
Polonia. Esta política y sus fracasos exteriores fueron bien utilizadas por los príncipes para
afirmarse sobre el emperador. Así, tras la derrota de Dormach en 1499 ante los suizos, se vio
obligado a aceptar en la Dieta de Augsburgo de 1500 la formación de un Consejo de Estado
integrado por veinte miembros. El emperador, que era reconocido como presidente, quedaba
reducido a un cargo honorífico aunque, para compensarle de alguna manera, se le prometía una
leva de tropas y un subsidio extraordinario.
La herencia de Maximiliano quedó reducida a la división de Alemania en
circunscripciones y a la creación de una Cámara Imperial de Justicia que extendería los
principios del Derecho romano a ámbitos cada vez más extensos […]. En sus estados
patrimoniales, los resultados son bien distintos. Llevó a cabo una política de integración
territorial y centralización que ha llevado a algunos historiadores a considerarle, junto con su
nieto Fernando, hermano de Carlos V, fundador de lo que andando el tiempo se convertirá en el
Imperio Austríaco.
A la muerte de Maximiliano, fue elegido emperador en 1519 su nieto Carlos [V]. Pero fue
preciso comprar el voto de los electores […]. Además, en política exterior y de justicia se vio
obligado a contar con los electores o la Dieta. El poder imperial quedó todavía más limitado.
Como su abuelo, Carlos intentó sin éxito encontrar una fórmula capaz de conciliar el gobierno
del Imperio con el de sus estados austríacos. Para hacer frente a su absentismo, creó un Consejo
de Regencia en la Dieta de Worms de 1521. Poco después nombró a su hermano Fernando, a
quien hizo venir de España, representante permanente en el Imperio, y le cedió, por el
tratado de Bruselas de 1522, los territorios austríacos de los Habsburgo. Poco después sería
nombrado rey de Bohemia y Hungría, reino que había quedado profundamente recortado por el
avance turco en los Balcanes especialmente tras la derrota de Mohacs de 1526.
La estabilidad social y el orden político se vieron convulsionados por la doctrina de
Lutero. Sus escritos desataron discursos mucho más radicales y alimentaron una contestación
que, larvada durante años, terminó en sangrientas explosiones de violencia entre 1522 y 1525: la
rebelión acaudillada por los caballeros Hutten y Sickingen y la de los campesinos […]. Con sus
escritos [(los de Lutero)] sobre los campesinos[, a quienes calificó de hordas ladronas y
asesinas,] de 1525 se ganó definitivamente a un sector de los príncipes, que vieron además en
su doctrina sobre la autoridad del príncipe un medio de acentuar su poder. Tales propuestas se
completaban con el traspaso del enorme potencial económico de la Iglesia a su patrimonio.
Contando con esta oferta, los intentos de Carlos V por frenar o erradicar la doctrina luterana
terminaron en un rotundo fracaso. La paz de Augsburgo de 1555 sancionó la existencia de dos
religiones –luterana y católica— y admitió la secularización de los bienes eclesiásticos anterior
a 1552. En 1555 – 1556, cuando decide retirarse del mundo, dejó sus estados patrimoniales a su
hijo Felipe II y los asuntos del Imperio a su hermano Fernando, a quien en 1558, unas semanas
antes de su muerte, cedió la corona imperial. Durante los reinados de Fernando I (1558 – 1564)
y de Maximiliano II (1564 – 1576), el Imperio todavía mantuvo cierta entidad para quedar
reducido después a un término sin apenas contenido.
[…]
6. Hungría – Bohemia
A fines del s. XV, los reinos de Hungría y Bohemia, que habían tenido su propia historia,
quedaban unidos bajo la corona de un único monarca: Ladislao [II] Jagellón [(1471/1490 –
1516)]. Primero fue elegido por Bohemia, tras la muerte de [Jorge de Poděbrady] [(1458 –
1471)] en 147[1], pero debió jurar mantener su independencia frente a terceros, respetar su
religión y no conceder cargos a extranjeros. Unos años más tarde, también tras la muerte del
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monarca Matías [I] Corvino [(1458 – 1490)], los húngaros le entregaban su trono en 1490. En
Hungría la elección no fue tan fácil. La corona húngara tenía varios pretendientes, entre ellos un
hijo bastardo de Matías, Juan Corvino, y el propio Maximiliano de Austria. Fue impuesto el
preferido por los magnates, que debieron contar con el ejército negro de Matías Corvino y con
dinero para sobornar voluntades. Ladislao era un hombre débil, y ésta fue precisamente la
condición que le convirtió en el candidato de la nobleza después del gobierno autoritario de su
predecesor. Maximiliano fue bien recompensado. Recuperó las provincias austríacas tomadas
por Matías y obtuvo la promesa de ser elegido el sucesor de Ladislao si éste moría sin
descendientes. Los Austrias se aseguraban así el trono de Hungría. Desde 1515 Hungría fue un
satélite de los Habsburgo y, a partir de 1526, tras la derrota de Mohacs, el territorio que dejaron
los turcos pasó a formar parte de la corona austríaca. En 1494, Ladislao y su hermano menor,
Juan Alberto, rey de Polonia desde 1492, firmaban un tratado de ayuda mutua por 25 años.
Bajo la rama primogénita de los Jagellón quedaban el reino de Bohemia al que se unieron en
1490 Moravia, Silesia y Lusacia, y Hungría, que comprendía, además del territorio húngaro,
Serbia y Bosnia. Un territorio relativamente amplio, amenazado por los turcos y víctima de una
aristocracia que había dejado al monarca sin poder y al reino sin recursos para hacer frente a los
otomanos. Tras la muerte de su rey Matías Corvino, los magnates recuperaron los privilegios
que éste les había arrebatado. Además, el nuevo rey debía jurar la constitución y nuevas
condiciones que le fueron impuestas. El poder real quedaba profundamente limitado por la
ley. La debilidad de Ladislao lo redujo a nada. Sin un poder central fuerte, Hungría quedó a
merced de la nobleza, que plasmó su posición hegemónica en las instituciones. En Bohemia, la
evolución fue semejante. La nobleza se aprovechó de la debilidad del nuevo rey para hacerse
con el poder. Hungría y Bohemia eran en realidad repúblicas aristocráticas como Polonia. Los
nobles se autoproclamaron depositarios del poder político. Se atribuyeron la condición de que
sólo ellos eran libres y el resto de la población eran siervos. Bajo tales supuestos, pronto los
campesinos fueron sometidos a servidumbre. Después las ciudades fueron expulsadas de la
Dieta, aunque en Bohemia conseguían recuperar su posición en la asamblea a cambio de
renunciar a ciertos derechos.
La muerte de Ladislao dejó el trono en la persona de Luis [II de Hungría y I de Bohemia
(1516 – 1526)], un niño de diez años. La anarquía dominó en ambos territorios durante años. En
Bohemia se pelearon sin piedad los bandos utraquista y católico. En Hungría los regentes
dilapidaron la hacienda real hasta el extremo de que era imposible acudir a las necesidades del
monarca. La propia nobleza pugnaba por hacerse con parte del botín mientras los caballeros
eran abandonados a su suerte. La situación pervivió hasta la desaparición de ambos reinos.
En estas circunstancias, poco se podía hacer frente al avance de los poderosos otomanos.
Cuando se acabaron los últimos restos de las reformas militares y de las fortificaciones
levantadas por Matías Corvino, sólo la agreste orografía y la decisión de los caballeros de
frontera fueron capaces de inquietar a los turcos. En 1490, cuando Ladislao es elegido rey de
Hungría, el Imperio turco, tras las últimas conquistas de Mehemet II, ha llevado sus límites
hasta Serbia, aunque los húngaros conservan Belgrado y una parte de Bosnia cuya aristocracia
abrazó el Islam y desempeñó en el futuro un importante papel en la defensa de la frontera y en
los ataques lanzados contra Hungría y Austria. El reinado de Ladislao fue relativamente
tranquilo. Desde sus enclaves de Serbia y Bosnia, los otomanos lanzaron diversas incursiones
sobre territorio húngaro, pero fueron contenidos por los defensores de las fronteras. Las cosas
cambiaron con Selim I y con su hijo Solimán [I] el Magnífico […]. En 1526 la batalla de
Mohacs acabó con lo que quedaba del reino de Hungría – Bohemia. La muerte de Luis II sin
descendencia dejó a los Habsburgo el trono húngaro y la parte del territorio que no pudieron
ocupar los turcos, tal como había quedado acordado en 1490.
11.4. El Báltico: Dinamarca y Suecia
(FLORISTÁN, 163 – 165)
3. Las Monarquías del norte de Europa: Dinamarca – Noruega y Suecia
Hasta comienzos del s. XVI, las coronas de Dinamarca, Noruega y Suecia formaban la
Unión de Kalmar, aunque cada país tenía plena autonomía. Esta unión terminó violentamente
Javier Díez Llamazares
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en 1521. El rey Cristián II [(1513 – 1523)] pretendió romper las condiciones de Kalmar, lo que
provocó una sublevación general y el fin de la unión. A partir de este momento se sucede una
etapa de inestabilidad. Es elegido rey de Dinamarca Federico I [(1523 – 1533)] en 1523. Al
año siguiente fue reconocido por Noruega, pero, a su muerte, el rey destronado Cristián II y el
hijo de Federico, Cristián III [(1533 – 1559)], se disputarán el trono danés. El primero contaba
con el apoyo de Lubeck, que buscaba el control del estrecho del Sund, de burgueses e incluso
de los campesinos de Jutlandia, que se habían rebelado contra sus señores. El segundo, con la
nobleza, los suecos y fuerzas de los ducados de Holstein y Schleswig. En 1537 fue coronado
Cristián III que murió en 1559. Le sucedió Federico II [(1559 – 1588)].
Durante este tiempo, Dinamarca conoció un notable desarrollo. Como en Polonia, la
monarquía y la nobleza constituían las grandes fuerzas del país, especialmente tras la Reforma.
El triunfo del luteranismo a partir de 1536 permitió el reparto de las tierras de la Iglesia, en
torno al tercio del total, entre el rey y los nobles. Pero a diferencia de Polonia, la corona danesa
disponía de muchos más recursos económicos lo que le daba un mayor poder.
La nobleza formaba una sociedad cerrada. Monopolizaba los cargos administrativos y
utilizaba su hegemónica posición para someter al campesino, que vio gravemente
deteriorada su condición jurídica y su situación económica con nuevas y pesadas cargas, aunque
no llegó al extremo de su homónimo polaco. La pequeña nobleza vivía al amparo de este
sistema, que no dudaba en apoyar y defender, mientras que los burgueses permanecerán al
margen del mismo hasta mediados del s. XVII.
Dinamarca y especialmente su monarquía contarán con otro recurso económico excepcional:
el peaje del Sund, que proporcionará ingresos cuantiosos. Todo ello permite a la monarquía
disponer de un potencial excepcional que utilizará en crear una administración central y su
funcionariado, en organizar la navegación creando un código marítimo y en engrandecer
sus ciudades. Federico II pudo con sus barones controlar Noruega, cuya autonomía fue
respetada. Noruega, diezmada por la peste negra y desprovista de nobleza, era un pueblo de
marinos, pescadores y habitantes de los bosques sin pretensiones marítimas.
En 1593, cuando Cristián IV [(1588 – 1648)] empieza su reinado, Dinamarca se ha
convertido en la primera potencia del norte. El auge del comercio por el Báltico permitió que el
peaje del Sund proporcionara los dos tercios de los ingresos del Estado, y dio al monarca un
extraordinario potencial.
Suecia había protagonizado varias revueltas con el propósito de romper la Unión de Kalmar.
De los tres socios, los suecos nunca se habían sentido identificados con la unión. La torpe
política de Cristián II favoreció sus propósitos de romper con un statu quo con el que nunca
habían estado de acuerdo. En 1523, la Dieta de Sneugnäss reconoció rey de Suecia a Gustavo
[I] Vasa [(1523 – 1560)], uno de los responsables de la sublevación de Dalecarlia, aunque no
pudo consolidarse en el poder hasta 1527. Pero aún entonces no lo tuvo fácil. Durante unos años
debió hacer frente a los partidarios de Cristián II y a otra serie de rebeliones protagonizadas por
la aristocracia, el campesinado y el clero. Sólo después de 1532 pudo desarrollar su plan de
gobierno. Creó una administración central mientras hacía sentir la presencia real en las
provincias a través de representantes, con frecuencia burgueses, enviados desde la corte. Entre
sus mayores éxitos, en este mundo de reyes electos, debe apuntarse el haber conseguido que la
Dieta de Orebrö otorgase en 1544 la condición de hereditaria a su monarquía. Su apoyo a
Cristián III contra los hanseáticos le permitió liquidar en 1536 los privilegios comerciales que
había concedido a Lubeck en 1523 en compensación del dinero que le había prestado para la
lucha contra Cristián II. Paralelamente impulsó la Reforma protestante, que le permitió
quedarse con las tierras de la Iglesia aproximadamente el 20 % del total, y con ellas gozar de
unos recursos que le garantizaban un poder real fuerte. Quizás la sociedad sueca era más
parecida a la occidental que la danesa y, sobre todo, que la polaca. La importancia de la nobleza
era, como en el resto de Europa, incuestionable, pero la burguesía desempeñaba su papel y los
campesinos se habían mostrado agresivos en la defensa de sus derechos.
Durante el s. XVI Suecia experimentó un notable crecimiento económico y una presencia
cada vez mayor en el comercio exterior con la exportación de hierro, cobre, mantequilla y
pieles. Sin embargo, su desmedida presencia exterior y sus debilidades internas le impidieron
desempeñar un papel importante en la región hasta el s. XVII. Los descendientes de Gustavo
Javier Díez Llamazares
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Vasa practicaron una política exterior ambiciosa que hipotecaron durante años el futuro de la
monarquía y de la propia Suecia. Erik XIV (156[0] – 156[8]) se enfrentó a Dinamarca y
Polonia en la llamada guerra de los Siete Años (1563 – 1570). Fue destronado por la nobleza,
que nombró en su lugar a su hermano Juan, duque de Finlandia, que reinó como Juan III
[(1568 – 1592)]. El nuevo rey tuvo que recompensar a la nobleza confirmándole sus privilegios
y liquidar la política de su hermano. Una fuerte indemnización y la isla de Gotland fueron el
precio de la paz de Stettin. La experiencia no sirvió de mucho. Poco tiempo después disputaba
Ingria y Carelia a Rusia. En el interior, los avances de la Contrarreforma apoyada por Juan III
provocaron la división del país a favor del monarca o de su hermano Carlos, quien acabó
venciendo. Primero se enfrentó a su rey y más tarde a su sobrino Segismundo, que por entonces
era rey de Polonia. Se proclamó regente en 1595 y rey en 1600.
(BENNASSAR, 233 – 236, 240, 243 – 244)
[…]
b) Dinamarca. Dinamarca poseía también una monarquía desde el s. XII. Pero en los
últimos siglos medievales había sido incluida, junto con los otros países del mundo
escandinavo, en la esfera de influencia hanseática. Los alemanes había llegado a
controlar poco a poco una gran parte de la riqueza danesa, y en 1448 se instaló en el
país una dinastía alemana, la de Oldemburgo. La “Unión de las tres coronas”
(Noruega, Suecia y Dinamarca), llamada de “Kalmar”, que no mermaba la autoridad
de cada país, se mantuvo mal que bien hasta comienzos del s. XVI. Tenía solamente el
sentido de un contrato de asociación entre la monarquía y las noblezas de los tres
países. Pero se rompió definitivamente en 1521 cuando Cristián II, después de haber
sometido a su autoridad al joven regente de Suecia, Sten Sture, quiso reducir la
autonomía de los magnates suecos. La matanza de Estocolmo provocó una sublevación
general y el fin de la unión. Cristián II “el Malo” fue destronado entonces por la nobleza
danesa, y su sucesor, Federico I, renunció a Suecia: las dietas de Viborg y Roskilde,
en 1523, le proclamaron rey de Dinamarca, y al año siguiente fue reconocido en
Noruega. Gobernó de acuerdo con los nobles, pero su muerte, en 1533, fue la señal de
una nueva serie de disturbios. El rey destronado Cristián II intentó recuperar el poder
con ayuda de gentes de Lubeck –que pretendían recuperar el control de los estrechos del
Sund—, de burgueses, incluso de campesinos de Jutlandia rebelados contra sus señores.
Por su parte, el hijo de Federico, el futuro Cristián III, contaba con el apoyo de la
nobleza, de los suecos y de las fuerzas militares de los ducados de Holstein y
Schleswig. Finalmente, Cristián III fue coronado rey en 1537.
Durante su reinado (hasta 1559) y el de su sucesor, Federico II, Dinamarca conoció un
notable desarrollo. Como en Polonia, la monarquía y la aristocracia constituían las
grandes fuerzas del país, notablemente reforzadas por la Reforma y la secularización
de los bienes de la Iglesia, que, hasta 1535, poseía un tercio de las tierras. Así pues, a
partir de 1536, estas tierras pasaron exclusivamente a poder de la Corona y de los
nobles. Pero la monarquía era mucho más poderosa que en Polonia, porque ella sola
poseía aproximadamente la mitad de la riqueza territorial, repartiéndose la otra mitad
entre unos 400 propietarios nobles[, de los que ⅓ (unas 150 familias) controlaba las ¾
partes de las tierras nobles] […]. En el caso de la Dinamarca del s. XVI (y hasta 1650)
más que en el de Polonia, se puede hablar de la asociación en el poder del soberano y
de los grandes nobles. Añadamos que estos formaban una sociedad cerrada,
inaccesible[.]
[…]
Además, el ejercicio monopolista de los cargos administrativos por la nobleza […]
aumenta su influencia en la sociedad; se aprovecha de ello para hacer retroceder, e
incluso desaparecer, al campesinado libre y para establecer corveas y censos, aunque no
tan pesados como en Polonia; la pequeña nobleza, cuya riqueza territorial no era muy
grande, consagró todos sus esfuerzos a proteger “el sistema de prerrogativas
económicas y jurídicas concebido para proteger el impulso y el esplendor de la
nobleza durante el período que iba de 1439 a 1558… Los privilegios se habían
Javier Díez Llamazares
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convertido en una salvaguardia contra el ascenso del patriciado urbano y contra la
pérdida de la propiedad en provecho de ese patriciado” [(E. Ladewig Petersen)]. En
1560, es cierto, la burguesía se opone aún a esos privilegios. Define a sus miembros
como “humildes ramas a la sombra de Vuestra Majestad y de la nobleza de
Dinamarca”.
La fuerte concentración territorial en provecho de un pequeño número de familias no
podía menos que proporcionar a éstas sustanciosos beneficios. Pero el gobierno real
tuvo su parte de ellos. Además, gracias al auge del comercio marítimo, el peaje del
Sund, cuya tarifa había sido aumentada en 1567, proporcionaba rentas crecientes:
Dinamarca pudo recuperar la isla de Bornholm, organizar la navegación
promulgando un código marítimo, instalar el observatorio de Uranienb[o]rg para el
astrónomo Tycho Brahé, fundar o embellecer sus ciudades y crear una administración
central dotada de funcionarios. Federico II consiguió someter a los enclaves
irreductibles de Ditmarschen y del condado de Holstein y controlar, por medio de sus
barones, el reino de Noruega, cuyas leyes y costumbres fueron respetadas. Es cierto
que Noruega, horriblemente diezmada por la peste negra y desprovista de nobleza, era
sobre todo un pueblo de marinos, de pescadores y de habitantes de los bosques, sin
pretensiones políticas, que se beneficiaban del renacimiento del comercio internacional.
En 1595, cuando Cristián IV empieza su reinado personal, Dinamarca se ha convertido
en la primera potencia del Norte. La riqueza real del Estado está en relación directa
con el notable desarrollo del gran comercio del Báltico, pues el peaje del Sund
proporciona los dos tercios de las entradas presupuestarias.
c) Suecia. Los suecos no habían aceptado de buen grado la Unión de los tres reinos y
habían provocado varias revueltas. En 1520 – 1521, las torpezas y al crueldad de
Cristián II provocaron la ruptura definitiva de la unión y la subida al trono de Gustavo
[I] Vasa, en 1528. Este príncipe, nacido en una gran familia, los Jonson, originaria del
centro histórico de Suecia, Upland, era un personaje bastante extraordinario, un
verdadero vikingo, que no llegó al poder más que después de extraordinarias aventuras
y de haber provocado la sublevación de la Dalecarlia. La dieta de Sneugnäss le
reconoció como rey en 1523, pero hasta 1527 (dieta de Vasteras) no consiguió
establecer sólidamente su poder. Como los demás soberanos de la Europa del Noroeste
y del Norte, Gustavo I se procuró los medios de la autoridad, es decir, la riqueza,
secularizando los bienes de la Iglesia, que representaban aproximadamente un 20 por
100 de la fortuna del país. Es precisamente la dieta de Vasteras la que permite este
cambio decisivo. Desde mediados del s. XV, Suecia ofrecía la originalidad de una dieta
(o Riksdag) que reunía a los delegados de los cuatro órdenes: clero, nobleza,
burguesía y campesinado. Gustavo, auténtico tribuno del pueblo, consiguió realizar la
unidad de los tres órdenes contra el clero y obtener así la autorización para administrar
él mismo el patrimonio de la Iglesia y de cobrar las rentas eclesiásticas mientras
esperaba la secularización total, después de haber abrazado la Iglesia sueca el
luteranismo a partir de 1530.
Hasta 1532, Gustavo tuvo que reprimir varias revueltas: la de los partidarios del antiguo
regente Sten Sture, agrupados alrededor de Cristián II, convertido en pirata; una
revuelta campesina en Dalecarlia; una sublevación aristocrática en 1529; una tentativa
desde Noruega del antiguo arzobispo de Upsala, Gustavo Tulle, arrastrado en la caída
de Cristián II, y, finalmente, la “rebelión de las campanas” a consecuencia de un
nuevo impuesto sobre las iglesias en 1532. A partir de esta fecha, el rey pudo extender
su influencia sobre el país, creando una administración central y enviando a las
provincias agentes, elegidos a menudo entre los burgueses. Se aprovechó de la guerra
llevada a cabo por Cristián III de Dinamarca contra los hanseáticos para apoyar a este
príncipe y librarse así, en 1536, de los privilegios comerciales concedidos a Lubeck en
1523, como devolución de los adelantos concedidos a Gustavo durante su lucha contra
Cristián II. Consiguió también que se reconociera la hereditariedad de la Corona en
su familia por la dieta de Orebrö en 1544. Durante su reinado, la nacionalidad sueca
se vio fortalecida por la emancipación de la lengua, que se diferenció más claramente
Javier Díez Llamazares
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del danés: la traducción de la Biblia al sueco debida a Olaus Petri y la “crónica
sueca” del mismo autor desempeñaron un gran papel en este sentido.
La sociedad sueca era más abierta que la danesa gracias al papel de los burgueses y a
la resistencia del campesinado libre. Pero la política demasiado ambiciosa de Erik XIV
(1560 – 156[8]) y, sobre todo, la terrible guerra de los Siete Años (1563 – 1570) contra
Dinamarca y Polonia, le dejó en manos de la nobleza, que le destronó a favor de su
hermano Juan, duque de Finlandia, que se convirtió en Juan III en 156[8]. Este tuvo
que confirmar solemnemente los privilegios de la nobleza y firmar la paz de
Stettin, por la que Suecia perdió la isla de Gotland y tuvo que pagar una fuerte
indemnización para recuperar su puerto de Elfsberg. Una vez recuperadas las fuerzas, el
país emprendió en el Este las guerras con Rusia por la posesión de Ingria y Carelia.
Pero, una vez más, el país se vio perturbado por las disensiones internas, esta vez por
motivos religiosos: Juan III, esposo de una Jagellón, favorecía los progresos de la
Contrarreforma católica intentando conciliar luteranismo y catolicismo (nueva liturgia
de 1576); se seguía apoyando en la burguesía, mientras su hermano Carlos, el hijo más
joven de Gustavo, se aliaba con los nobles primero y luego contra ellos con los demás
estamentos y se hacía nombrar regente en 1595 y, finalmente rey en 1600, en perjuicio
de su sobrino Segismundo [III], a la sazón rey de Polonia.
A pesar de las dificultades casi incesantes, Suecia se beneficia del impulso económico;
exporta cada vez más hierro, cobre, mantequilla y pieles. Pero sus debilidades
internas le impedirán desempeñar un papel importante durante todo el s. XVI.
[…]
[HUMANISMO Y RENACIMIENTO EN DINAMARCA, NORUEGA Y SUECIA]
[…]
Los otros países del este y del oeste de Europa participan de manera más modesta en las
manifestaciones del espíritu y del arte del Renacimiento. En Dinamarca y en Suecia, por
ejemplo, se identifica la corriente humanista de la corriente reformadora, quizá porque los
clérigos escandinavos iban a estudiar a Alemania y principalmente a Wittenberg. Sin embargo,
hay que distinguir el caso de Paul Eliae, que, en el colegio de los carmelitas de Copenhague,
abierto en 1518, proponía interpretaciones erasmianas de la Biblia y enseñaba latín y griego.
Pero, en conjunto, los agentes del humanismo fu