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Leopoldo Solís y la realidad
económica mexicana
Enrique Cárdenas / Jaime Zabludovsky
vida y pensamiento de México
coords.
VIDA Y PENSAMIENTO DE MÉXICO
LEOPOLDO SOLÍS Y LA REALIDAD ECONÓMICA
MEXICANA
Leopoldo Solís
y la realidad económica
mexicana
ENRIQUE CÁRDENAS
JAIME ZABLUDOVSKY
(Coordinadores)
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Primera edición, 2012
Cárdenas, Enrique, y Jaime Zabludovsky (coords.)
Leopoldo Solís y la realidad económica mexicana / coord. de Enrique Cárdenas, Jaime Zabludovsky. — México : FCE, 2012
353 p. : tabs., gráfs. ; 23 x 17 cm — (Colec. Vida y Pensamiento de México)
Contiene: bibliografía de Leopoldo Solís
ISBN 978-607-16-0998-4
1. Solís, Leopoldo — Vida y obra 2. Economía — México — Siglo XX I. Zabludovsky, Jaime, coord. II. Ser. III. t.
LC HC135
Dewey 923.3 S839 C133l
Distribución mundial
Diseño de portada: Paola Álvarez Baldit
D. R. © 2012, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.
Empresa certificada ISO 9001:2008
Tel. (55) 5227-4672; fax (55) 5227-4640
Comentarios: [email protected]
www.fondodeculturaeconomica.com
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere
el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.
ISBN 978-607-16-0998-4
Impreso en México • Printed in Mexico
SUMARIO
Introducción
9
Primera Parte
Semblanza autobiográfica
13
Segunda Parte
Testimonios 25
Tercera Parte
Artículos, trayectoria académica y profesional
Cuarta Parte
Contribuciones de Leopoldo Solís
a la economía mexicana 121
Quinta Parte
Temas de actualidad
263
Bibliografía de Leopoldo Solís
Índice
349
329
59
INTRODUCCIÓN
Hace más de 40 años, en junio de 1970, apareció la primera edición de un
libro central en la vida moderna de nuestro país: La realidad económica
mexicana: retrovisión y perspectivas, de Leopoldo Solís. De entonces a la fecha,
las reediciones y reimpresiones han alcanzado niveles de best seller: cerca de
70 000 ejemplares. Sobra decir que, en nuestro entorno, son muy pocos los
libros especializados que registran tales niveles de ventas, los que, seguramente, han hecho de esta obra el texto de economía de un autor mexicano
con mayor difusión e influencia.
No es exagerado afirmar que generaciones enteras de economistas, sociólogos, politólogos y, en general, todos aquellos interesados en comprender
a nuestro país han aprendido mucho leyendo y releyendo La realidad económica mexicana. En su momento, el libro constituyó uno de los primeros esfuerzos sistemáticos de aplicación del herramental de la teoría económica
moderna, los modelos de crecimiento económico y los métodos econométricos para presentar una visión integral y de largo plazo de la economía de
México. También ahí se presentaron los resultados de los primeros esfuerzos
—a los que contribuyó Leopoldo— por conjuntar las cuentas nacionales y las
estimaciones detalladas del producto interno bruto, por sectores, desde
1885, exceptuando los años de la Revolución.
La realidad… combina una visión histórica de México, desde la Colonia
hasta nuestros días, con un análisis sectorial de las principales actividades
económicas y de la incidencia de las políticas públicas adoptadas en los diferentes periodos del país. Fiel a la tradición de Joseph A. Schumpeter, Solís
afirma categóricamente que un buen economista debe saber teoría económica, matemática y estadística, e historia económica. Su libro utiliza ampliamente ese enfoque.
La publicación de la obra no pudo ser más oportuna. Coincidente con el
inicio de la administración de Luis Echeverría, fue pionera en apuntar los
cuellos de botella del modelo de sustitución de importaciones y del crecimiento hacia dentro, que entonces comenzaban a hacerse evidentes. De alguna manera, el libro identificaba los cambios indispensables que era necesario emprender.
La realidad económica mexicana, sin embargo, no se quedó en los años
setenta. Además de las múltiples reimpresiones, Leopoldo Solís continuó
su actualización para analizar en ediciones posteriores los periodos que siguieron al “desarrollo estabilizador”: el “desarrollo compartido” y el auge
petrolero de los setenta; la estabilización macroeconómica y la reforma es9
10
INTRODUCCIÓN
tructural de los ochenta, y la internacionalización de la economía de los
noventa.
Como podemos ver, la autoría original y las actualizaciones sucesivas de
este libro serían motivo suficiente de celebración y reconocimiento. La obra
de Leopoldo Solís, sin embargo, va mucho más allá. Como académico, como
funcionario público, como creador de instituciones y como formador de capital humano, su huella es enorme.
Como académico, Leopoldo Solís es probablemente el economista más
prolífico del México contemporáneo. La temática que ha tocado en sus escritos de economía es exhaustiva. Ha abordado el pensamiento económico, la
micro y la macroeconomía, las finanzas internacionales y el sistema financiero mexicano, sectores específicos como el comercio y la agricultura, así
como temas internacionales de muy diversas especialidades. En el anexo
presentamos su bibliografía, con temor de haber dejado fuera algún texto
pertinente. Solís ha sido también un funcionario público visionario y ejemplar. En el Banco de México, la institución que lo acogió en un inicio y a la
que estuvo ligado prácticamente toda su vida profesional, fue pionero, entre
otras cosas, del desarrollo de series económicas en diversos temas e incluso
del Sistema de Cuentas Nacionales.
A principios de los setenta, desde la Secretaría de la Presidencia, pugnó
por un ambicioso paquete de reformas económicas que permitieran construir sobre lo logrado en el desarrollo estabilizador, corrigiendo, al mismo
tiempo, los cuellos de botella que asfixiaban ya a la economía mexicana. El
paquete propuesto, anclado en una profunda reforma fiscal y una apertura
económica, hubiese ampliado la base tributaria y permitido programas de
gasto social distributivos, sin amenazar la tan preciada estabilidad macroeconómica que México mostraba desde la segunda mitad de los cincuenta. Incluso propuso la adopción de un sistema de flotación del tipo de cambio tras
la caída del sistema monetario de Bretton Woods, en concordancia con los
avances mundiales en la materia. Finalmente, luego de que el gobierno del
presidente Echeverría rechazara la reforma fiscal y, en su lugar, promulgara
una ley de inversión extranjera proteccionista y una política de gasto público
muy expansiva financiada por emisión monetaria, Leopoldo dejó su cargo
para hacer un periodo sabático en la Woodrow Wilson School de la Universidad de Princeton. Desde ahí, escribió un valiente testimonio sobre la oportunidad de reforma perdida. A casi 40 años de distancia seguimos hablando sobre la tan necesaria reforma fiscal, aunque no es tan fácil encontrar a quienes
estén dispuestos a sacrificar sus posiciones por defenderla.
También hizo aportaciones desde la Secretaría de Comercio y Fomento
Industrial, a principios de los setenta, cuando la encabezaba Fernando Solana. Entonces inició el estudio sistemático del comercio interior del país para
darle mayor coherencia funcional a este sector.
A finales de los años setenta, ya de regreso en el Banco de México, dirigió
INTRODUCCIÓN
11
el diseño de los certificados de la Tesorería (los Cetes, como hoy los conocemos). Años más tarde, como coordinador general del Comité de Asesores
Económicos del presidente Miguel de la Madrid, participó en el ambicioso
proceso de reforma económica de la segunda mitad de los ochenta. Ahora,
presidiendo el Instituto de Investigación Económica y Social Lucas Alamán,
continúa analizando los problemas contemporáneos y promoviendo el liberalismo económico.
Como académico en El Colegio de México y en el Instituto Tecnológico
Autónomo de México, y a través de las muy importantes posiciones que ocupó en el sector público, Leopoldo ha sido uno de los formadores de economistas más destacados del país. No es exagerado afirmar que fue el primero
en impulsar, sistemática y permanentemente, a jóvenes economistas mexicanos a realizar programas doctorales en los Estados Unidos. El reconocimiento y la amistad hacia Leopoldo de los académicos estadunidenses fueron las
llaves que abrieron las puertas de las universidades más prestigiadas a varias
generaciones de economistas del país. Y si hoy México tiene escuelas de economía de prestigio internacional se debe, en buena medida, a las semillas
sembradas por él desde las diferentes trincheras que ha ocupado.
Para conmemorar el cuadragésimo aniversario de La realidad económica
mexicana y reconocer, así sea modestamente, las deudas con su autor, hemos
reunido esta colección de ensayos y testimonios.
El libro se organizó como sigue. La primera parte la integra una semblanza autobiográfica. En un par de amenas conversaciones de sobremesa,
Leopoldo tuvo la generosidad de platicarnos su vida: cómo se alejó de la vocación familiar médica para incursionar en la economía; su camino desde la
Escuela Nacional Preparatoria hasta la Universidad de Yale, y su paso por
diferentes áreas del gobierno mexicano. En la segunda parte, Luis de Pablo,
Francisco Gil Díaz, Fernando Solana, Guillermo Ortiz, Ernesto Zedillo, Aurelio Montemayor y Jorge Espinosa de los Reyes presentan testimonios de su
relación personal y profesional con Leopoldo. Tres de estos textos, los de
Gil Díaz, Ortiz y Zedillo, son transcripciones de sus intervenciones en el acto
conmemorativo del cuadragésimo aniversario de La realidad económica mexicana, llevado a cabo el 22 de noviembre de 2010 en el Club de Industriales
de la Ciudad de México y en el que participaron también Jaime Serra Puche
y Soledad Loaeza, con José Enrique Espinosa Velazco como moderador.
En los artículos de la tercera sección, Rodolfo de la Torre, Arturo Díaz
León, Soledad Loaeza y José Sidaoui presentan sendas semblanzas de la trayectoria académica y profesional de Solís, y analizan sus muy importantes
contribuciones a la disciplina económica en México y a la formación de cuadros profesionales e instituciones académicas.
La cuarta parte contiene siete ensayos sobre temas en los que Solís ha
hecho contribuciones a lo largo de su trayectoria profesional. Carlos Jarque
y Antonio Puig Escudero escriben sobre cuentas nacionales; Jaime Serra
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INTRODUCCIÓN
Puche acerca de comercio interior; Luciano Barraza se ocupa de funciones
de producción con capital externo; Enrique Barraza de educación; Sergio
Cházaro de agricultura; Pascual García Alba de planeación económica, y Enrique Espinosa de derechos de propiedad. Tres artículos sobre temas de actualidad integran la quinta parte: Francisco Gil Díaz, David Ibarra y Manuel
Camacho Solís escriben sobre la crisis financiera internacional y algunos de
los retos que enfrenta la economía mexicana. Finalmente, se incluye la bibliografía con las principales publicaciones y trabajos de Solís.
La calidad y pluralidad de los colaboradores que integran este volumen
es el mejor testimonio de la huella intelectual de Leopoldo Solís. A todos
ellos nuestro agradecimiento por el entusiasmo y la dedicación con que participaron en esta empresa. También queremos reconocer a Pepe Carral y al
personal del Club de Industriales por su apoyo para la realización del acto
conmemorativo; a Karla Romero Cervantes por la organización del mismo, y
a José Luis Barros, Odracir Barquera y Laura González por su colaboración
en la integración y edición de este volumen. Finalmente, nuestro agradecimiento al Fondo de Cultura Económica y a su director Joaquín Díez-Canedo
por el entusiasta apoyo para su publicación.
ENRIQUE CÁRDENAS
JAIME ZABLUDOVSKY
PRIMERA PARTE
SEMBLANZA AUTOBIOGRÁFICA
Con la colaboración de
ENRIQUE CÁRDENAS Y JAIME ZABLUDOVSKY
ECONOMISTA, NO MÉDICO
Yo estudié economía pese a los deseos de mi papá, que era médico y quería
que todos sus hijos estudiaran medicina y pusieran una clínica. Opté por la
economía cuando estaba en tercer año de la secundaria, que se llamaba Iniciación Universitaria. Estaba prácticamente a un lado de Palacio Nacional,
entre las calles de Moneda y Guatemala. Si bien esta secundaria dependía de
la UNAM, la universidad de hecho funcionaba a partir de la preparatoria. Mi
papá me inscribió ahí para asegurarse de que me aceptaran en la Escuela
Nacional Preparatoria, y de ahí pasar a la Escuela Nacional de Medicina de
la UNAM.
Sin embargo, en la secundaria tuve un profesor de civismo que era abogado, muy buen maestro, y su curso era en realidad una atractiva introducción
a la administración de empresas; supongo que él mismo era empresario. Yo
le pregunté en dónde podía estudiar algo similar, y su respuesta fue que en la
Escuela Nacional de Economía. Y ahí voy. Cuando entré en la Escuela Nacional Preparatoria, en San Ildefonso, escogí el bachillerato en ciencias sociales
con ese objetivo.
Mis dos hermanos sí entraron a medicina, pero uno de ellos, Marco Aurelio, terminó también como economista. Inicialmente siguió los deseos de
mi papá, y cuando llegó al cuarto año se tuvo que enfrentar con pacientes
internos y las clases clínicas. Decía que eso de estar con gente que sufría dolores no era para él. Así que le anunció a mi papá que estudiaría otra carrera.
Mi padre, quien creía que medicina era la gran cosa, le respondió que debía
terminar el cuarto año —terminarlo bien—, y entonces estudiar lo que le diera la gana. Así lo hizo, terminó cuarto año e ingresó a economía un año después que yo. Le ha ido muy bien en cuestiones comerciales del cacao. Mi
otro hermano, Jorge, sí acabó la carrera en la Facultad de Medicina de la
UNAM, y luego se fue becado a la Clínica Mayo. Ahí estuvo como ocho o 10 años.
Mi papá quería que se regresara, pero le tuvo que ofrecer un complemento
de ingresos para que pudiera vivir aquí sin problemas económicos graves.
Gracias a eso volvió a México. Le fue extraordinariamente bien como cirujano
gastroenterólogo y ahora está jubilado.
Puesto que yo me encontraba en la Nacional Preparatoria, lo más sencillo era pasar a la UNAM a estudiar economía. Fue a finales de la década de
1940 cuando ingresé. Era una escuela bastante mala, en manos de marxistas.
Si uno se declaraba marxista o miembro del Partido Comunista, no había
15
16
SEMBLANZA AUTOBIOGRÁFICA
problema: obtenía buenas calificaciones, aunque no estudiara. Muchos economistas que posteriormente tuvieron puestos importantes, como Octaviano
Campos Salas y Emilio Mújica Montoya, fueron en su momento rojillos, porque en la Escuela Nacional de Economía había que ser eso para que no te
mentaran la madre.
AL BANCO DE MÉXICO POR PRESIÓN PATERNA
En ese tiempo las clases en economía eran nocturnas. Entonces mi papá, que
era bien codo, me preguntó qué pensaba hacer por las mañanas. “Leer”, fue
mi respuesta. Y la suya, que tenía que ponerme a trabajar. Por ese entonces
apareció en el tablero de la escuela un aviso de que el Banco de México
(Banxico) buscaba estudiantes para fungir como auxiliares de economista en
el Departamento de Estudios Económicos. Yo sabía que el banco becaba
gente para estudiar fuera de México, que era una de mis ambiciones, por lo que
me interesó. Así me aproximé al Banxico, por presión paterna, porque a mi
papá no le gustaba tener flojos en casa.
Al llegar al edificio Guardiola, sede de la institución, le tuve que preguntar al policía de la entrada dónde estaba el departamento de personal o dónde empezaba a hacer los trámites de ingreso. Me mandaron al tercer piso del
edificio del banco en la calle 5 de Mayo, en donde inicié el papeleo. De ahí
me enviaron al Departamento de Investigación Especial, donde estaban los
policías que encabezaba Alfonso Quiroz Cuarón. Posteriormente me llegó un
telegrama en el que me convocaban a entrevista. Me dijeron que las contrataciones eran para estudiantes de tercer año de economía en adelante, a los
que pagaban 325 pesos al mes, y que a mí, como era de segundo, me ofrecían
250; yo, muy generoso, me sacrifiqué por esa cantidad. En esa época el director general del Banxico era Carlos Novoa.
¿Y qué tipo de trabajo hacía ahí? Era vil achichincle en estadísticas bancarias. En ese entonces los bancos comerciales llenaban un cuestionario detallado sobre sus balances, que debían enviar a la Comisión Nacional Bancaria. Allí se vaciaban los datos en unas máquinas y se elaboraban unas tarjetas
con la información de todos los bancos. La comisión nos daba copia de los
estados financieros de los bancos. Había que crear una estadística bancaria
agregada a partir de esos datos. Esto era en la sección de Moneda y Banca.
Nos pasábamos el día con sumadoras mecánicas, para después llenar unas
verdaderas sábanas de información. Era una friega.
Cuando estuve en Estudios Económicos se reintegró al banco Ernesto
Fernández Hurtado, quien venía de hacer una maestría en Harvard. En ese
entonces, quien hubiera estudiado ahí era considerado toda una autoridad;
se convirtió por ello en una especie de gurú, que lo orientaba a uno sobre
qué debía leer. Fernández Hurtado alcanzó pronto mucho éxito en el banco y
SEMBLANZA AUTOBIOGRÁFICA
17
fue nombrado jefe de la Oficina Técnica de la Dirección General, formada
por un pequeño grupo de economistas que asesoraban al director, que para
entonces ya era don Rodrigo Gómez.
Don Rodrigo era contador privado, lo que equivalía a haber terminado la
preparatoria y nada más. Era muy inteligente, simpático y, además, marrullero. Digo marrullero, mañoso, porque sabía tratar con el secretario de Hacienda, con el presidente. Incluso era medio tramposo. Por ejemplo, si la reserva internacional iba aumentando mucho, no la metía en el balance, sino
que la apartaba en una cuenta especial, para que el aumento no fuera evidente. Don Rodrigo la llamaba “el escondido”, y de vez en cuando venía la
pregunta: “A ver, Leopoldo, ¿cuánto tenemos en el escondido?” Sumando esa
cantidad, se tenía la verdadera reserva monetaria. Y, cuando hacía falta, sacaba del escondido y lo pasaba a la reserva. Eso ayudó a evitar una devaluación en momentos en que, por ejemplo, se tenía un súbito deterioro en los
términos de intercambio. Era prácticamente un imperativo, con un tipo de
cambio fijo y libertad de cambios, el tener un poco de doble contabilidad.
Posteriormente, como director general del Banco de México, Fernández Hurtado también maquillaría los montos de la reserva internacional.
Fue el mismo Fernández Hurtado quien me llevó de Estudios Económicos a la Oficina Técnica de la Dirección General, que encabezaba. Éramos
cinco o seis economistas. Por esa oficina pasó gente como Diego López Rosado y Agustín López Munguía. Era un buen lugar, y tener acceso al director
general, por supuesto, resultaba muy importante. A don Rodrigo, por ejemplo, yo le llevaba una información semanal que recibíamos de la Comisión
Nacional Bancaria, una especie de informe provisional semanal de los bancos; él siempre quería estar bien informado de qué estaba pasando.
ECONOMÍA, PERO EN SERIO: YALE
Le caí bien a don Rodrigo. Un día me dijo: “Ay, Leopoldo, yo quiero platicar
con usted”. Estábamos en su oficina, enorme, que daba a la orilla de 5 de
Mayo y el callejón, y tenía un escritorio igualmente gigantesco. Me preguntó
sobre mis planes para cuando terminara la carrera, qué tipo de orientación
profesional quería seguir. La verdad, no me acuerdo ni qué le contesté, pero
sí la frase que entonces me soltó: “Oiga, ya decidí que es tiempo de que se
vaya usted al desapendeje”. Y prosiguió: “Mire, está aquí en México el profesor Robert Triffin, de la Universidad de Yale. Me preguntó qué gente iba a
mandar el banco becada a Yale. Yo le dije que usted. Vaya a hablar con él,
conózcalo, pues quiere que platiquen”. Siempre me he preguntado si tuvo
razón y de veras me desapendejaron en Yale. Ojalá que sí. Hice una cita con
Triffin, que se hospedaba en una pequeña suite del Hotel del Prado, frente a
la Alameda. Él hablaba español más o menos bien, pero me puso a hablar en
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SEMBLANZA AUTOBIOGRÁFICA
inglés, del que yo tenía un dominio regular. “Ya me dijo don Rodrigo que lo
va a mandar allá con nosotros. Espero que le vaya muy bien, ahí va a aprender economía.”
¡Carajo, qué razón tenía, porque llegaba a Yale después de la UNAM! Eso sí
fue sufrir en serio. Había varias clases de posgrados en economía en Yale,
especie de maestrías light de un año de duración, que buscaban atraer estudiantes extranjeros. Pero en mi caso, gracias a la recomendación de Triffin,
entré directamente al programa del doctorado. Pasar de la UNAM a la Universidad de Yale fue un choque cultural terrible. El rigor intelectual era muy
estricto, y en ninguna de las materias tenía idea de qué me estaban hablando. Recuerdo que me la pasaba estudiando todo el día. Mi mujer, con quien
me casé antes de ir a Yale, es estadunidense, e inmediatamente encontró trabajo allá. Gracias a eso teníamos una situación económica más o menos bonancible. Pero si yo no estaba en clases, durmiendo o comiendo, entonces
estaba estudiando; absolutamente en friega.
Mi profesor de teoría económica, la materia más importante al principio
de la maestría, era James Tobin. No era su materia, pues impartía teoría monetaria, pero el profesor Feller, el titular, estaba de sabático y entonces lo
sustituyó Tobin, que era un hombre muy inteligente y con una cultura económica amplísima. Y con él, como con todo buen profesor, todo el mundo
que llegaba ahí era un pendejo pero con el potencial de desapendejarse. Otro
curso que fue fundamental fue el de economía agregada, impartido por Arthur Okun, quien posteriormente encabezaría el Consejo de Asesores Económicos en el gobierno estadunidense. En ese entones era una materia novedosa y diferente; en aquel curso no se describían modelos integrales, sino que
se enseñaba a construir modelos atendiendo a la preocupación analítica del
estudiante. En Yale, además, tuve la oportunidad de leer con detenimiento a
John Maynard Keynes. Aun cuando ya había leído a Keynes, y lo había hecho con cuidado, distaba mucho de haberlo entendido.
La gran mayoría de mis compañeros eran estadunidenses, lo que significaba que tenían varias ventajas. Primero, estaban estudiando en su idioma.
Además, si habían ingresado a Yale significaba que procedían de un sistema
educativo muy bueno, porque en esa época se aceptaba a uno de cada 25 aspirantes que reunían los requisitos. Tuve compañeros extraordinarios, como
William C. Brainard y T. N. Srinivasan. Brainard era prácticamente un genio,
con una mente muy parecida a la de Tobin; era medio flojo y parecía medio
idiota, pero no tenía un pelo de tonto. Y en la clase de estadística, cuando el
profesor enfrentaba algún problema con una demostración, le preguntaba a
Srinivasan, quien tenía estudios profesionales de estadística en el Indian
Statistical Institute y una licenciatura en matemáticas por la Universidad de
Madrás. Para Srinivasan, simplemente era un juego de niños lo que nos estaban enseñando.
SEMBLANZA AUTOBIOGRÁFICA
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DOCTORADO SABOTEADO; ECONOMISTA “MULTICHAMBAS”
Al cabo de dos años, concluida la maestría, solicité al Banco de México que
me extendiera la beca por un tercer año, para escribir mi tesis de doctorado.
La respuesta fue que no. Y el que provocó esa respuesta fue Ernesto Fernández Hurtado. Como él tenía una maestría de Harvard, consideraba que una
maestría era más que suficiente para cualquiera. Yo tenía la alternativa de
quedarme en Yale con una beca de la universidad. Eran unas becas infames,
pero además debía renunciar al banco. La otra opción era regresar a México
y reintegrarme a él. Y opté por el camino más fácil, que era volver.
Yo le tengo mucho cariño a la Universidad de Yale, un lugar excelente
donde a uno no sólo le enseñaban economía, sino además buenos hábitos de
trabajo. Había que trabajar extremadamente duro, sobre todo para obtener
buenas calificaciones. Y, claro, se tenían esas estrellas de profesores. Pero el
profesor no te iba a hacer ningún favor, por bien que le cayeras. Fue mi experiencia con Triffin, que tenía un gran prestigio. Triffin era belga, y estaba
muy enterado de cuestiones como la de la Unión Europea de Pagos, en esa
época en que había una escasez de dólares. Sin embargo, como profesor era
bastante malo.
Cuando regresé al banco en 1957 seguía al frente don Rodrigo. Entré al
área de Investigación Económica, de nuevo como vil achichincle; esto es, de
analista en el área de estudios económicos. Éramos como 10 personas, entre
las que se encontraba Rigoberto González. El Trimestre Económico publicó
en 1960 mi primer artículo, que era el proyecto de mi tesis doctoral: “Un modelo de análisis a corto plazo para países en desarrollo”.
Tuve que buscar ingresos adicionales. Los sueldos en el banco eran muy
bajos, y no me alcanzaba. Mi mujer estaba en el Mexico City College, lo que
después se transformaría en la Universidad de las Américas, estudiando su
maestría en antropología. Buscando mayores ingresos, me iba a ir a trabajar
al Fondo Monetario Internacional (FMI), lo que implicaba renunciar al banco. Víctor Urquidi, que era asesor del secretario de Hacienda, se enteró. Nos
conocíamos, aunque no mucho. Me preguntó por qué me iba al FMI, y cuando le dije que mis ingresos no eran suficientes me propuso trabajar con él,
como un empleo complementario. Tenía una oficina en la Torre Latinoamericana, y yo salía del banco y me iba a la torre a trabajar con Víctor. Tenía,
pues, dos chambas. No hubo problema, porque en esa época el Banco de
México permitía hacer cosas adicionales. Esto fue por 1959-1960, ya en el
sexenio de López Mateos.
Una de las cosas que hacía para Urquidi era ser parte del grupo HaciendaBanco de México, que formalmente estaba ubicado en Motolinía 20. Primero lo había presidido Daniel Cosío Villegas y después Urquidi. La Secretaría
de Hacienda estaba encabezada por Antonio Ortiz Mena, un hombre inteli-
20
SEMBLANZA AUTOBIOGRÁFICA
gente, de percepción rápida; si bien era abogado de profesión, resultó muy
buen financiero. Además, Víctor me introdujo a El Colegio de México, que en
ese entonces se encontraba en la colonia Roma (en el número 125 de la calle
Guanajuato). Empecé a dar clases en 1962, año en que también fui profesor
en el Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos (CEMLA) y en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), pero en el Colmex me mantuve
durante la década siguiente, hasta 1972, impartiendo entre otros cursos los
de teoría económica, teoría monetaria y desarrollo económico, y un seminario sobre la economía mexicana.
Así mantuve una cantidad diversa de trabajos por varios años; de hecho,
hasta que murió Rodrigo Gómez en agosto de 1970. Al parecer, don Rodrigo
falleció por beber agua en el Banco de México, que por las obras del metro se
había contaminado. Tratando de demostrar que era potable, tomó un vaso y
agarró una infección terrible que lo mató. Yo estaba encargado del banco
junto con Ernesto Fernández Hurtado, a quien se había nombrado provisionalmente director general.
FRUSTRACIONES EN (Y CON) LA PRESIDENCIA
Para entonces ya conocía extraordinariamente bien a Fernández Hurtado.
Era un hombre inteligente y honesto, pero un tanto soberbio intelectualmente, con el mundo dividido básicamente entre aquellos que no eran tan listos,
por una parte, y él, por la otra. Entonces, cuando lo nombraron director general provisional, tuve que enfrentarme a una decisión: irme a trabajar a otro
lado o seguir con Ernesto. Un amigo mío que era subsecretario de la Presidencia, Porfirio Muñoz Ledo, me ofreció que me fuera a trabajar allá, y acepté. Ernesto se portó muy bien conmigo, porque me aconsejó no renunciar al
banco, sino pedir un permiso. De esa forma, si no me gustaba, podía regresar. Y entré a la Secretaría de la Presidencia, cuyo titular era Hugo Cervantes
del Río, a quien me presentó Muñoz Ledo.
Al llegar a Presidencia tuve que organizar una dirección de investigación
económica que antes había dirigido Emilio Mújica Montoya. En los hechos
lo que hacía era investigación económica, aunque formalmente le pusieron
el nombre de Dirección General Coordinadora de la Programación Económica y Social, o sea, que yo oficialmente ocupaba el cargo de director general. Formé un grupo de gente muy buena, como Luis de Pablo, e integré
a estudiantes destacados de economía, así fueran de escuelas malas; por
ejemplo, a Ernesto Zedillo, que estudiaba en el Instituto Politécnico Nacional, una escuela tan mala como la UNAM, y de esta misma a Guillermo Ortiz
Martínez.
La experiencia, sin embargo, fue inmensamente frustrante, por decir lo
menos. Por ejemplo, con lo que siguió al rompimiento del sistema de Bretton
SEMBLANZA AUTOBIOGRÁFICA
21
Woods, el 15 de agosto de 1971, cuando el presidente estadunidense Richard
Nixon anunció el fin de la convertibilidad entre el dólar y el oro al precio de
35 dólares por onza. Es importante recordar que el peso mexicano se encontraba sobrevaluado desde mediados de la década de los sesenta. Era, pues,
una oportunidad dorada para hacer flotar la moneda y corregir ese problema
de sobrevaluación ya existente, pero culpando a la inestabilidad del dólar y
la inflación estadunidense. En un memorándum al presidente argumenté a
favor de esa medida, aduciendo además que permitiría aumentar el crecimiento económico, reducir los desequilibrios con el exterior e incrementar
la recaudación fiscal. Esto es, era una estrategia para tratar de cumplir con
el cacareado “desarrollo compartido” de Echeverría. El consejo de las autoridades hacendarias fue mantener fija la paridad de 12.50 pesos por dólar, y
por desgracia fue escuchado. No deja de ser irónico que, menos de dos años
más tarde, el secretario de Hacienda, Hugo B. Margáin, fuera obligado a dejar el cargo en parte por estar en desacuerdo con la política cambiaria.
Al año siguiente vino otra decepción. Durante 1972 se inició una verdadera explosión del gasto público, combinada con una laxitud en la política
monetaria. El creciente déficit de las finanzas del gobierno hacía imperativa
una reforma fiscal que aumentara sustancialmente los ingresos. Hacienda
había considerado optar por una vía menos radical, pero de forma sorpresiva fue prácticamente empujada por Echeverría para presentar una reforma
fiscal en pocas semanas. Finalmente, fue el mismo presidente quien canceló
dicha propuesta en el último momento. Inexplicablemente, se reunió solo,
sin el secretario de Hacienda ni ningún otro asesor, con cinco o seis empresarios privados, quienes le advirtieron que iba a haber una fuga de capitales
de tal magnitud que acabaría con la reserva del Banco de México. Y entonces
le dijo a Cervantes del Río, y con seguridad a Margáin también, que no habría reforma impositiva. Una absoluta estupidez. Por presión presidencial se
había improvisado una propuesta de reforma fiscal, y Echeverría optó por su
cancelación en el último momento, a finales de diciembre. Por eso, ni siquiera se adoptaron las medidas originalmente planeadas por Hacienda, que incluían el aumento en precios clave como los de la gasolina y la electricidad,
que habían permanecido inalterados por más de 10 años. Fue lo peor de los
dos mundos, y el déficit fiscal resultante en mucho explica el estallido inflacionario de 1973. Los años siguientes del sexenio echeverrista marcaron la
misma pauta de esquizofrenia, con el agregado de una inflación no vista en
décadas, un endeudamiento externo explosivo y la retórica demencial, en particular contra el sector privado, que caracterizó a Echeverría.
Uno de los aspectos positivos de mi paso por la Secretaría de la Presidencia fue que despertó mi interés intelectual por el comercio. Éste surgió cuando nos encargaron el análisis costo-beneficio de la construcción de la nueva
central de abastos del Distrito Federal. Se me hizo fascinante porque no había antecedentes: uno debía ingeniárselas para tratar el asunto, buscar, con
22
SEMBLANZA AUTOBIOGRÁFICA
muy poco apoyo, la manera de poner el problema en condiciones que resultaran manejables. Fue importante comprender con mayor conocimiento la
forma en que las actividades comerciales contribuyen considerablemente al
desarrollo; cuándo transmiten a los sectores agrícola e industrial las señales
apropiadas, y cuándo incorporan a los productores a un sistema donde la
incertidumbre se reduce al mínimo.
Pero fuera de esos momentos y temas específicos, yo estaba harto. Por
fortuna, además me desempeñaba como asesor del director general del Banco de México, Fernández Hurtado. Trataba con mucha gente y eso era muy
estimulante. En ese sentido, puede decirse que nunca dejé el banco. Entre
otras ocupaciones, además de Presidencia y el banco, era miembro del Comité de Planificación del Desarrollo, un órgano consultor del secretario general de las Naciones Unidas formado por 15 expertos de distintas áreas.
Entre ellos se encontraba un profesor estadunidense que estaba en la Woodrow Wilson School of Public Affairs de la Universidad de Princeton. Yo me
llevaba bien con él y un día le pregunté si podía pasar un sabático en Princeton. Me dijo que sí. Decidí ir a Princeton a reflexionar sobre los inútiles intentos de modificar la política económica. Renuncié a la Secretaría de la Presidencia en 1975 y pedí una extensión de mi licencia al Banco de México.
Debo decir que fueron de lo más generosos en Princeton, universidad en la
que estuve un año. Había un seminario que yo presidía, en el que prácticamente charlaba con los alumnos. Y entre otras cosas, aproveché el sabático
para escribir de mis amargas experiencias dentro del gobierno mexicano.
Este escrito habría de sumarse a otros trabajos que ya había publicado. Princeton no tuvo influencia en mi forma de pensar; fue un tiempo de volver
a leer con cuidado, volver a tener la sensación de ser economista, bueno
o malo.
LA REALIDAD ECONÓMICA MEXICANA Y OTROS ESCRITOS
Víctor Urquidi estaba muy involucrado en las actividades de El Colegio de
México, y de hecho llegaría a ser su presidente en 1966. Urquidi y yo diseñamos el Centro de Estudios Económicos y Demográficos del Colmex, iniciando con un programa de investigación. Cuando yo trabajaba en el grupo Hacienda-Banco de México él me había encargado un análisis de la situación
económica del país con un antecedente histórico. Entonces yo escribí el primer artículo —o ensayo, porque era más largo que eso— sobre la realidad
económica mexicana: “Hacia un análisis general a largo plazo del desarrollo
económico de México”. Víctor se lo presentó a Antonio Ortiz Mena, que era
el secretario de Hacienda, y lo editaron como un libro pequeño en una serie
de publicaciones llamada “Jornadas”, del Colmex. Ya era el principio de un
ensayo largo, al que fui agregando complementos, capítulos, hasta que lo
terminé. La idea era dar una visión de largo plazo del desarrollo económico
SEMBLANZA AUTOBIOGRÁFICA
23
del país, englobando todo lo que se conoce y detectando así las carencias
más importantes. Era ver hacia atrás y hacer historia económica. Tenía ya
un libro, y entonces empecé a buscar quién me lo publicara. Siglo XXI era
una editorial de formación reciente, y con ellos salió la primera edición de
La realidad económica mexicana. Esto fue más o menos en 1970. La versión
original y más pequeña, publicada por el Colmex, apareció alrededor de 1967.
Sin embargo, estrictamente hablando, el primer libro mío que se publicó
fue uno que escribí con Dwight S. Brothers como coautor. Dwight era profesor de la Universidad de Rice, en Texas, y había recibido un apoyo financiero
de la Brookings Institution para escribir un libro. Lo que yo tenía hecho por
esa época y lo que él desarrolló se ajustaban muy bien para una obra conjunta. El resultado fue Mexican Financial Development, que la Universidad de
Texas publicó en 1966. Al año siguiente salió en español como Evolución financiera de México, editado por el Centro de Estudios Monetarios Latinoamericano (CEMLA).
El libro importante que siguió a La realidad… fue sobre controversias en
torno al crecimiento económico y la distribución del ingreso. Lo publicó el
Fondo de Cultura Económica en 1972. El tema era una preocupación típica
en ese tiempo, producto tanto del cambio de modelo por parte del gobierno
mexicano, que había pasado del llamado “desarrollo estabilizador” al “desarrollo compartido”, como de la evidencia presentada por Simon Kuznets desde
1955. Kuznets era un hombre muy agradable. En cierta forma era como
don Rodrigo Gómez, una especie de contador metido a economista. Orador
excelente, escribía un discurso y lo memorizaba, y lo daba de forma extraordinaria como si no estuviera leyendo. Al año siguiente, como parte de la Serie
de Lecturas del Fondo de Cultura Económica, se publicaron los dos volúmenes de La economía mexicana, con el primer tomo enfocado en cuestiones
sectoriales y el segundo centrado en temas de política y desarrollo.
Podemos decir que los escritos sobre desarrollo económico que siguieron, los posteriores a 1977, muestran un cambio. No un cambio en mi concepción de la economía, pero sí en el nexo que tiene con la estructura cultural, reflexión que me obligó a buscar un cuadro de análisis más amplio que
el puramente económico y social, incluir variables culturales y tratar de entender la influencia de la cultura.
REINTEGRACIÓN PLENA AL BANCO DE MÉXICO
El regreso a México después de Princeton marcó el inicio de una época muy
agradable y fructífera. En primer lugar, implicó otra incursión académica,
de nuevo en El Colegio de México, como investigador asociado del Centro de
Estudios Económicos y Demográficos. Curiosamente, las actuales instalaciones del Colmex se las debemos a otra locura de Echeverría que me tocó ates-
24
SEMBLANZA AUTOBIOGRÁFICA
tiguar. Todo ocurrió en una recepción en el viejo Colmex, de instalaciones
ciertamente vetustas. Y llegó Echeverría, revisó los centros y dictaminó que
una institución tan importante no podía estar en ese lugar. El Fondo de Cultura Económica, que por ese entonces dirigía Francisco Javier Alejo, tenía
unos terrenos muy grandes junto a lo que era el Canal 13. Víctor Urquidi,
como presidente del Colmex, concretó la donación de esos terrenos. Ése fue
el origen de la construcción del actual Colegio de México, con Teodoro González de León y Abraham Zabludosvky como arquitectos. Una locura (afortunada) de Echeverría, quien inauguró las nuevas instalaciones poco antes de
terminar su sexenio, en septiembre de 1976. Precisamente en los meses que
pasé en el Colmex fue el cambio de sede.
La reintegración plena al Banxico ocurrió a fines de 1976, con Gustavo
Romero Kolbeck como director general. Mi nombramiento como subdirector general me permitió gozar de una posición influyente en el banco. Llevé a
gente a trabajar a la institución e impulsé a muchos para que se fueran becados al extranjero. Hacíamos exámenes y nos recomendaban a estudiantes
brillantes; era una contribución a la formación de una clase meritocrática.
Yo conocía a Romero Kolbeck de muchos años antes, porque éste había trabajado en el banco cuando era estudiante de la carrera de economía; era
muy generoso y simpático.
Y aparte yo tenía otro trabajo, pues era subsecretario de Planeación Comercial en la Secretaría de Comercio. El titular de la secretaría era Fernando
Solana Morales, un hombre muy inteligente y buen político, excelente burócrata y funcionario público. Básicamente, Solana me permitía escribir lo que
deseaba.
Nota de los editores: Aquí termina el testimonio que nos obsequió Leopoldo Solís en
las entrevistas que tuvimos con él. Leopoldo ingresó a El Colegio Nacional el 13 de
octubre de 1976, y el 1º de diciembre de ese año fue nombrado subsecretario de Planeación Comercial de la Secretaría de Comercio y Fomento Industrial (1976-1977) y
subdirector del Banco de México, donde permaneció hasta la expropiación bancaria
del 1º de septiembre de 1982. A raíz de la expropiación, ocupó la dirección general de
Banca Confía por poco tiempo. Durante el gobierno del presidente Miguel de la Madrid (1982-1988) presidió el Comité de Asesores Económicos de la Presidencia de la
República. En 1989 fundó el Instituto de Investigación Económica y Social Lucas
Alamán, A. C., del cual es presidente y desde donde continúa incansablemente su trabajo de análisis económico y social.
SEGUNDA PARTE
TESTIMONIOS
COORDINADORA PARA LA PROGRAMACIÓN
ECONÓMICA Y SOCIAL
LUIS DE PABLO
CONOCÍ a Leopoldo Solís en 1966, empezando el año. Era gerente de Estudios Económicos en el Banco Central y maestro en El Colegio de México;
tenía 38 años, yo 23. No hacía mucho había publicado con Dwight Brothers,
para la Universidad de Texas, el libro Mexican Financial Development.1 Su
investigación, con base en datos de nuestra economía a partir de los años
cuarenta, describe un notable crecimiento y el inicio de un desarrollo continuo. En la cubierta se afirma que el mejor conocimiento de nuestro pasado
permitirá una mejor valoración de los problemas contemporáneos y facilitará la elección de políticas inteligentes para el futuro. Esto no se logró, o,
cuando menos, no como se deseaba. Sabemos, como el propio Solís lo explicó bien más tarde, que precisamente por esos años tuvieron inicio graves
y persistentes dificultades. No obstante, en la atmósfera de la época el libro
presentó al autor como un estudioso serio, capaz de proponernos con objetividad políticas económicas consistentes para ligar la evolución del sistema
financiero con la estabilidad de precios y el desarrollo. Es cierto que, como se
reconoce en el propio texto, estudios anteriores de Gustavo Petriccioli y Miguel
de la Madrid fueron particularmente útiles para sustentar las propuestas del
trabajo, recomendaciones, en lo fundamental, coincidentes con quienes apenas unos años más tarde tendrían la responsabilidad de instrumentar esas
políticas.
Me importa, antes que destacar el éxito del académico, describir un poco
las circunstancias de aquel momento, verdadera plataforma de la actuación
del maestro en la formación y proyección de un grupo de economistas responsables en diversos ámbitos de la conducción económica nacional en los
años siguientes, así como también el papel determinante de Leopoldo Solís
en mi evolución profesional. Me referiré, además, a algunos otros aspectos
de su historia política y personal.
De carácter inquisitivo, Leopoldo Solís es un investigador sin egoísmo
para comentar y compartir sus avances, para invitar a la cooperación múltiple, de muchos, que aprendimos rigor en el método, disciplina y constancia.
A pesar del notable número y extensión de sus trabajos: libros, conferencias,
1
Edición en español: L. Solís y D. Brothers, Evolución financiera de México, Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos, México, 1970.
27
28
TESTIMONIOS
artículos, ponencias, etc., no puede presumirse que su propuesta de mayor
eficiencia y cuidado en la conducción de los asuntos de economía pública
haya sido completamente atendida. El Colegio Nacional y el Instituto Lucas
Alamán han recogido un muy prolijo catálogo de estudios con un solo tema
central, México; analizando desde muy diversos ángulos nuestros problemas
económicos y las medicinas empleadas en la curación de nuestras dificultades. En el estudio de la historia económica contemporánea del país las investigaciones de Solís son indispensables.
Me ocuparé con mayor cuidado de los 10 años anteriores al fin del gobierno de Luis Echeverría, años en que nuestro trato fue directo y frecuente,
principalmente en esa administración. Después de Yale y antes de Princeton,
antes de los doctorados, antes de El Colegio Nacional, pero sin duda la época
de mayor importancia en su vida como formador de capital humano, de economistas activos en tareas de gobierno. Quienes trabajamos con él durante
esos años, y quienes sin colaborar con él de forma inmediata en Presidencia
tuvieron contacto con su actividad profesional o académica, ocupamos un
muy notable número de responsabilidades en la vida política nacional.2
SI DESCUBRES QUE ESTÁS CON LA MAYORÍA,
ES TIEMPO DE CAMBIAR
Antes de terminar mis estudios en la Facultad de Derecho de la UNAM, en las
escuelas de Economía y Ciencias Políticas tuve la oportunidad de acercarme
a la discusión de los problemas de la economía política y de la política económica de México. Por los padres de mis amigos, por Lajous y Martínez Ostos, por mis maestros entendí que si pretendía con seriedad entender nuestra
circunstancia debía entrar en El Colegio de México. Sólo que los tiempos para
concluir la carrera y la tesis en derecho no empataban con la primera promoción para los estudios de la maestría en el Colmex. Mis compañeros abogados que simultáneamente estudiaban en Economía, José Antonio Meade, Gabriel Zorrilla y Francis Suárez, me sugirieron esperar seis meses para tomar
un curso propedéutico.
No fue fácil entrar al colegio. La experiencia de la primera promoción en
economía y demografía invitaba a asegurar un conocimiento previo adecuado en estadística y cálculo integral. Yo no sabía sumar quebrados, menos
derivar; con la ayuda de un actuario, buen amigo, y del Schaum’s (ejercicios
2
En el sector público, en distintos gobiernos, este grupo encabezó las instituciones siguientes: Presidencia de la República; secretarías de Gobernación, Relaciones Exteriores, Hacienda y
Crédito Público, Comunicaciones, Educación, Desarrollo Urbano y Vivienda, y Agricultura, Departamento del Distrito Federal; gobierno del estado de Nuevo León; Banco de México; Infonavit; Nafinsa; Luz y Fuerza del Centro; Ferrocarriles Nacionales de México; Conacyt; Comisión de
Fomento Minero y embajada de México en Suiza.
COORDINADORA PARA LA PROGRAMACIÓN ECONÓMICA Y SOCIAL
29
con problemas resueltos) superé la prueba. Conocí a todos los profesores, la
mayoría más jóvenes que José Gaos y Víctor Urquidi. El doctor Nieto de Pascual, Gerardo Bueno, Gustavo Cabrera, Carlos Tello, Jesús Silva Herzog, Eliseo Mendoza y, claro, Leopoldo Solís. Él nos dio una combinación de macroeconomía y desarrollo económico, en dos cursos. Pronto nos extenuamos
con Klein, Samuelson, Kuznets, Tobin y A. Lewis e infinidad de artículos de
El Trimestre Económico y la American Economic Review. Y con Modigliani y
Dusemberry, con la guía de Solís pude explicarme cómo se modifica la propensión marginal al ahorro de quien se saca la lotería (siempre y cuando el
sujeto no esté loco y el premio sea grande).
En estas materias, lejos de exigirnos memoria, nos ayudó a formarnos
juicios. Su enseñanza era estimulante y provocadora. La precisión de sus
explicaciones, el rigor intelectual y la apertura de criterio, de la mano de una
inflexible honestidad teórica, nos fueron formando. Su erudición y agudeza,
su ironía y capacidad crítica nos marcaron con un denominador común, sobre todo a quienes dedicamos más tiempo y cercanía (pasión) a las clases.
Sus alumnos vivimos un reto constante. Aprendí muchas cosas, algunas más
importantes que la economía. Sin exagerar, aprendí a leer, aprendí a estudiar. Aprendí disciplina y constancia, a usar la imaginación, a preguntar y a
contestar. Y estuve contento, muy contento. Enfrenté la conveniencia de enseñarme a descubrir por mí mismo, a formular preguntas que yo debería
poder contestar. Y, sobre todo, descubrí la importancia de poder explicar lo
que iba conociendo.
Con mis compañeros: Ruiz Chiapetto, Urdanivia, Daniel Flores Cano,
Rafael Pedrero, Carlos Bazdresch, Rolando Torres Monroy y otros más, compartí y competí por saber y aplicar ese conocimiento. Hombre de insaciable
y permanente curiosidad, Solís me dijo que un buen economista, como Keynes, debería ser multidimensional, conocer de todo un poco, formarse una cultura amplia sin fronteras distintas a la ética personal. Siempre con un libro
en la mano, sereno, de carácter bien definido, mostraba una tranquila resolución interior. Economista por instinto y oficio de la generación 47-51 de la
Escuela de Economía, luego en Yale —y antes egresado de la Nacional Preparatoria, donde Erasmo Castellanos le dio clases de literatura—, Solís vestía
un saco de tweed, camisa de botones en el cuello y mocasines; llevaba anteojos de concha y el pelo sobre la frente. Tenía un Ford Mustang. Pero los más
importantes dividendos esperados de estas notas no tienen que ver con el
atuendo o las actitudes de Solís, sí con el propósito de que aun quien no lo
conozca en persona, lo conozca y reconozca por su obra.
Muchas veces después de clase hablábamos largo: de Proust, de Rulfo,
de la Regenta, de Philip Roth; del cine de John Huston y Visconti; de pintura.
De comidas, vinos, de futbol americano: Kansas, Dallas, Green Bay; en ocasiones veíamos los juegos de los lunes por la noche en su casa. De esas sesiones
guardo un cariñoso recuerdo y agradecimiento de Janet Long-Solís, investi-
30
TESTIMONIOS
gadora y señora de calidez y categoría.3 Hablábamos también de política y
de grilla, y mucho, naturalmente, de economía. Todo esto fue para mí de
enorme importancia. Conocí a sus amigos: Horacio Labastida, Rafael Izquierdo, David Ibarra, Tito Monterroso, Arturo González de Cosío, Enrique
González Pedrero, Raúl Béjar, Ramiro Yáñez Córdoba, Raúl Cosío; a sus hermanos Jorge, el doctor, y Marco Aurelio, el economista. Alguna vez lo acompañé a la mesa en Sanborns con Gustavo Romero Kolbeck, Jorge Leipen,
Francisco González Vázquez, Edmundo Flores, Jorge Hernández Campos y
muchos más. Leopoldo Solís fue un eje de este grupo; su plática y su actuar
público complementaron y dieron validez, firmeza a los conocimientos que
matrices, derivadas parciales y la Cobb-Douglas me dejaron como herramientas de análisis.
Por esas fechas empecé a escribir sobre los temas que estudiaba. Con el
doctor Ernesto Marcos, escribí un artículo sobre criterios de política para
reducir la pobreza.4 Con Alberto Saracho y el propio Solís, para lo que se
llamó El perfil de México en 1980,5 un artículo sobre un esquema de distribución de poder, así como diversos ensayos, parte de los cursos en el Colmex. Al
terminar los estudios de la maestría pude ingresar al Banco de México. Mis
maestros decidieron mi suerte. Buena suerte. Empecé en la Oficina Técnica
de la Dirección General, buscando la oportunidad de salir a estudiar para
complementar mi formación. En el banco central tuve el privilegio de conocer
y tratar a Rodrigo Gómez y a Ernesto Fernández Hurtado. Ellos, con el consejo de mis compañeros de trabajo Manuel Armendáriz, García Torres, Luis
Chico Pardo, Oteyza, Ghigliazza y otros más, la orientación de mi jefe Silva
Herzog y el apoyo del propio Solís, hicieron posible que al cabo de un año
iniciara, en el Williams College, estudios de desarrollo económico y ciencia
política. Con frecuencia, durante esos meses de acentuada intranquilidad política, resultado sobre todo del movimiento estudiantil y su represión policiaca, hablábamos y hablábamos de las posibilidades de cambio en la estructura
política y de los obstáculos a esta intención entre la burocracia más tradicional y algunos grupos empresariales muy favorecidos por la protección del
gobierno. A menudo en los días de trabajo, luego de comer en el propio banco,
hacíamos un breve paseo por el centro de la ciudad con escalas en la American Book Store y La Puerta del Sol. Hablábamos mucho.
Solís me presentó —en una carta amable y exagerada— con Paul Clark y
Henry Bruton, mis profesores en los Estados Unidos. Luego de mucho trabajo, papers y desveladas obtuve el grado, y pude extender mi estancia casi un
año más trabajando en el Banco Mundial.
3
Janet Long-Solís es autora de Capsicum y cultura: la historia del chilli, FCE, México, 1986.
L. de Pablo y E. Marcos, Comercio Exterior, vol. 26, núm. 2, Banco de Comercio Exterior,
México, 1976.
5
L. de Pablo, A. Saracho y L. Solís, “La distribución del poder (un modelo de análisis político)”, en El perfil de México en 1980, vol. 3, Siglo XXI, México, 1972.
4
COORDINADORA PARA LA PROGRAMACIÓN ECONÓMICA Y SOCIAL
31
En México, durante los últimos meses del sexenio del presidente Díaz
Ordaz, se recrudecieron notablemente la incomodidad pública y la crítica,
de forma y fondo, a las políticas de su gobierno. A los propósitos de estabilidad y crecimiento se sumaba el deseo de una mayor equidad. Después de la
conclusión violenta del movimiento estudiantil, el rechazo de grupos intelectuales y de jóvenes fue multiplicando la conciencia de que era necesaria una
mayor apertura: abrir nuevos espacios y ventilar temas políticos, sociales y
económicos hasta ese momento postergados. Todo ello le dio un carácter
distinto a la campaña del candidato del gobierno: LEA.
Las verdades aceptadas desaparecieron y surgieron, por el contrario,
mentiras aparentes. Sí, claro está, errar es humano, y culpar a terceros de los
errores propios, más. Sólo que las explicaciones oficiales ya no convencían y
con frecuencia lastimaban. Cualquier esfuerzo para interpretar con objetividad la situación y proyectarla a futuro generaba un gran interés. La verdad
siempre es irreverente. Urgían interpretaciones que, sin negar el marco estructural del momento, analizaran los caminos para cambiarlo, rutas viables
para una mayor participación en lo político y un menos injusto reparto de la
producción y las oportunidades. Las expectativas formaron un caldo nuevo e
inestable.
En la integración del nuevo gobierno se evidenciaron los cambios: hacían falta alternativas reformistas que cancelaran exigencias revolucionarias. Esencialmente, se requería gente nueva, personas con autoridad moral.
Solís, nunca conformista, había venido trabajando en la presentación de una
explicación consistente y seria del pasado inmediato así como de los riesgos
de continuar con los mismos esquemas. En 1970, precisamente, apareció su
libro La realidad económica mexicana: retrovisión y perspectivas,6 que todavía
hoy, 21 ediciones más tarde, puede aceptarse como el más importante intento por entender el resultado de las políticas económicas posrevolucionarias,
su declinación y el peligro de extender un sistema que ya había dado sus
mejores frutos.
Con el nuevo gobierno se manifestaron esos propósitos renovadores.
Desde la campaña se generó una gran expectativa por las declaraciones
del candidato y su distanciamiento de prácticas anteriores. En la estructura de la administración y en la composición del gabinete se evidenció el
contraste.7
EL GRUPO
La Secretaría de la Presidencia pretendía convertirse en órgano de equilibrio
frente a la tradicional influencia, definitiva, de la Secretaría de Hacienda y
6
L. Solís, La realidad económica mexicana: retrovisión y perspectivas, Siglo XXI, México, 1970.
L. Solís, A Monetary Will-O’-The Wisp: Pursuit of Equity Through Deficit Spending, Woodrow
Wilson School of Public and International Affairs, Princeton, 1976.
7
32
TESTIMONIOS
Crédito Público en materia presupuestal, y también mejorar la supervisión
de las inversiones públicas. En paralelo, se juzgó necesario extender el horizonte de los programas de gasto y asegurar su congruencia entre sí.
Las semejanzas, aunque fueran sólo en los términos, entre lo que se pretendía y los esquemas de planeación centralizada y autoritaria generaron algunas resistencias, sobre todo en el sector empresarial privado. Se formó la
Dirección General Coordinadora para la Programación Económica y Social,
que en su largo título no ocultaba la intención de hacer intervenir a grupos y
sectores diversos en el diseño y la aplicación de políticas de desarrollo, y de
acudir a la consulta popular. La seriedad, prestigio, transparencia intelectual
y autonomía de criterio de Solís, junto con su rechazo a la autocomplacencia, lo hacían la persona ideal para formar un equipo que por su fuerza (calidad) pudiera atender esos propósitos.
Conviene dedicar un espacio a los personajes. En la Secretaría de la Presidencia encabezada por un político como los de antes, Cervantes del Río,
eran subsecretarios —al principio— dos funcionarios del nuevo cuño, jóvenes: Porfirio Muñoz Ledo y Fausto Zapata. Los otros puestos principales los
ocupaban Pedro Vázquez Colmenares, Fernando Hiriart, Julio Patiño, Manuel Velázquez Carmona, Fernando Córdoba Lobo, Víctor Maldonado y, un
poco después, Alejandro Carrillo y Gilberto Ruiz Almada, quien remplazó a
Pedro Ojeda Paullada. En la coordinadora estaba Leopoldo Solís, quien al
final del periodo se fue a la Universidad de Princeton, circunstancia que permitió se me designara director general en su lugar.
En Palacio Nacional, al fondo del pasillo en el cuarto piso, estaban las oficinas donde se reunió el grupo, relativamente pequeño pero que por sus características ocupó rápidamente un lugar en el diseño de políticas. Veíamos
todo lo que queríamos ver pero, en cambio, a nosotros se nos veía poco; sólo
algunos tuvimos contactos cotidianos con el resto del aparato burocrático y
la gestión política. Bien estimulados, obstinados y sin cortapisas, casi subversivos, buscamos nuevas respuestas en un ambiente fresco y cohesionado
encabezado por un observador increíblemente adiestrado. Federico Nietzsche
juzgó que quien no se obedece a sí mismo es gobernado por otros. Esto no le
ocurrió a Solís. Siempre nos alentó para opinar con libertad y claridad.
El desarrollo estabilizador (como se bautizó a las políticas económicas
anteriores) tuvo como intenciones principales alentar el crecimiento y lograr
una doble estabilidad: precios y tipo de cambio. En estas direcciones los resultados fueron buenos —muy buenos tal vez, y duraderos—. No obstante,
en materia de empleo y distribución del ingreso, no fue posible reducir siquiera un poco la presión social que siguió al agravamiento de los indicadores en estos rubros. La herencia de los años sesenta desembocó en fuertes
apremios en el mercado laboral, y en un significativo debilitamiento en las
posibilidades de captación fiscal y en el saldo del intercambio comercial con
el exterior. La imposibilidad de aumentar el gasto social por un lado, y la so-
COORDINADORA PARA LA PROGRAMACIÓN ECONÓMICA Y SOCIAL
33
brevaluación del peso, por el otro, condicionaron drásticamente el objetivo
de impulsar un mejor reparto del ingreso y simultáneamente originaron
nuevas presiones sobre el nivel general de precios. Para un gobierno de intenciones democráticas, una desigual, injusta distribución del ingreso, la riqueza y las oportunidades de educación y movilidad social representa el más
grave problema, el que explica, antes que otras razones, nuestras mayores
dificultades presentes.
Además, de manera expresa se iniciaron esfuerzos por lograr una cierta
independencia económica, tradicionalmente obstaculizada por el desequilibrio en la cuenta corriente y el crecimiento de la deuda con el exterior. El
desarrollo estabilizador no contemplaba este nuevo acento. La política exterior de México está fincada en nuestras dolorosas experiencias históricas y,
consecuentemente, postula la igualdad soberana de los estados, la no intervención, la prohibición del uso de la fuerza y la solución pacífica de las controversias. Nada de esto cambió con Echeverría y, sin embargo, se trabajó
muy activamente para que en el plano mundial se reconociera la identidad
entre los intereses básicos nacionales y los de los países no alineados, primero, y los subdesarrollados después, los agrupados con la denominación genérica de Tercer Mundo. En esos seis años se establecieron relaciones con 58
países en adición a los 67 con que México mantenía trato formal. Se firmaron 74 acuerdos y 115 tratados, especialmente en materias de cooperación y
asuntos comerciales. Intervine regularmente en la elaboración de una comunicación mensual, “Carta de México”, con información económica, que periódicamente se empezó a enviar a nuestras embajadas. Desde un punto de
vista económico, hasta hace relativamente poco, estos cambios han merecido menos atención de los especialistas. Las comparecencias presidenciales
en la ONU, la OEA y el Club de Roma; las afirmaciones sobre independencia
alimentaria y autonomía tecnológica, y el cambio en las reglas a los inversionistas foráneos tienen, para entender lo ocurrido entonces a nuestra economía, un papel fundamental. Todo ello, y el falso debate entre crear riqueza
primero para distribuirla después, generaron una manifiesta incomodidad
entre los grupos más tradicionalistas.
Así como la igualdad formal que establece la ley oculta formas de desigualdad real, a escala mundial la disparidad es aún más injusta. Pero lo
factible y lo justo no son iguales. En esta materia no se parecen siquiera, situación que no se corrige naturalmente. A partir de esos años, nuestra identidad con los países del Tercer Mundo puede encontrarse en la decreciente
participación como grupo de la riqueza mundial.
La intervención del Estado en la economía; la permanencia de las entonces llamadas “reglas del juego”que fijaban las relaciones con el sector de los
particulares, y el descubrimiento de un nuevo paradigma, la ecología, como
costo económico que debía ser cubierto por el gobierno, alteraron drásticamente los equilibrios anteriores. Hasta entonces no se había considerado en
34
TESTIMONIOS
forma explícita el costo del agua y el aire limpios, el enorme perjuicio social
de distintas formas de contaminación. Estos elementos también obligaron a
encontrar nuevos instrumentos de política y a consolidar el ritmo de adelanto para alcanzar los objetivos económicos tradicionales de un desarrollo estable pero no sostenible.
En México el debate sobre controles a la inflación —que se aceleraba—,
el nivel de gasto social y el freno a la inversión extranjera junto al estímulo
de la nacional (de una gran carga política) no impidieron que al mismo tiempo, en lo administrativo, se reformara la Constitución para crear los estados
de Baja California Sur y Quintana Roo, y en materia de vivienda se establecieran fondos mixtos, de manejo tripartita: el Infonavit y el Fovissste, base firme para la evolución del sector. En el área de la Secretaría de la Presidencia
se creó, con funciones operativas, la Comisión de Estudios del Territorio Nacional (Cetenal, origen del actual INEGI) para realizar un levantamiento fotográfico de todo el país e interpretarlo, para distribuir mapas que apoyaran
una planeación más útil de las grandes obras públicas; se formó el programa
de Inversiones Públicas para el Desarrollo Rural (Pider), y se estableció la
Comisión Nacional Coordinadora del Sector Agropecuario (Cocosa). Estos
esfuerzos en materia de programación tuvieron su mayor alcance al crearse
los comités de desarrollo socioeconómico en todos los estados del país, trabajo que se inició en 1971 para llegar a cubrir la totalidad de las entidades en
1975, mismo lapso que media entre el Jueves de Corpus y el incidente entre
estudiantes y el presidente en la Facultad de Medicina de la UNAM.
LA PLANEACIÓN
El propósito gubernamental de acelerar el crecimiento y de manera simultánea el progreso social, modificando los factores que lo obstaculizaban, obligó
a planear: elaborar un diagnóstico de la situación, especificar objetivos y metas, seleccionar los programas y proyectos que permitieran lograr los propósitos fijados, establecer los recursos que se necesitaban y los mecanismos
de control para identificar los fracasos, así como perfeccionar continuamente las
medidas que se pusieran en práctica.8 En teoría, en un sistema democrático
la fuerza del gobierno se deriva de su capacidad para interpretar los intereses
de la mayoría. Idealmente, un plan de desarrollo debería ser una tarea compartida en la que intervinieran todos los interesados hasta asegurar un consenso general. De cualquier forma, la elaboración de planes en documentos
escritos, por completos que resulten, tiene menor relevancia que la aplicación y coordinación de las políticas que los mismos establecen. La informa8
L. de Pablo, M. Maydón y L. Solís, La planeación nacional y el sector público, Temas Mexicanos, Secretaría de la Presidencia, México, 1975.
COORDINADORA PARA LA PROGRAMACIÓN ECONÓMICA Y SOCIAL
35
ción incompleta y, fundamentalmente, la falta de armonía entre los objetivos y
los instrumentos disponibles se agravan por dificultades de comunicación.
Dificultades para el economista que, como el propio Solís señala, constituyen una carencia especialmente seria para la profesión.9 Todo ello explica
una muy amplia gama de actividades: teóricas y prácticas, de difusión y convencimiento.
El ámbito de trabajo de la Dirección General Coordinadora para la Programación Económica y Social era muy vasto. Aún más por atender cuestiones ligadas a problemas de administración y de vínculo con otras áreas de
gobierno, así como por el papel que en política nacional, en ese momento,
tenían la Secretaría y el secretario en la sucesión presidencial. Estaba además su activa participación en organismos internacionales (la presidencia de
la delegación mexicana a la Conferencia Mundial de Hábitat, por ejemplo) y
latinoamericanos, específicamente. En el discurso se insistía en la planeación como medio para lograr formas más democráticas de gobierno. La reforma administrativa, la creación de unidades de organización y métodos,
de unidades de programación en todas las entidades federales y de comités
promotores del desarrollo socioeconómico en los estados, demandaban mucho trabajo, carga que aumentó conforme al paso del tiempo se hacía más
próximo el destape del licenciado López Portillo.
El marco de estabilidad civil que se establece en los preceptos constitucionales de 1917: las garantías individuales y los derechos sociales, no se corresponde con la realidad nacional. El ritmo y la dirección del crecimiento
económico no satisfacen las expectativas de la mayoría de la población. Aumentan la pobreza y la marginalidad, medida ésta como el porcentaje de personas que no satisfacen sus necesidades básicas. Esta disparidad, lentamente pero sin pausas, ha venido creando frustración. La delincuencia y la
agitación social —ahora tan evidentes y dañinas— no pueden combatirse
sólo a través de medidas directas. Es indispensable acelerar el crecimiento y
asegurar una mayor participación ciudadana en los conflictos políticos: modificar paulatina y pacíficamente la estructura de poder. La distancia entre
estos objetivos, que mantienen su vigencia, y la situación actual no debe atribuirse, como lo analiza Leopoldo Solís en su discurso de ingreso a El Colegio Nacional, “a la mayor participación actual [de los economistas] en la
formulación y desempeño de la política económica mexicana [que] coincide
con el deplorable estado de la economía nacional”.10 En diversos grupos de
economistas del gobierno, sin embargo, se argumentaba diferente. Para Horacio Flores de la Peña, secretario de Patrimonio Nacional, “uno de los factores más perturbadores de los últimos tiempos es el fracaso de la teoría eco9
L. Solís, “El lenguaje y el pensamiento económico”, discurso de la Academia Mexicana de
la Lengua, Academia Mexicana de la Lengua, México, 1987.
10
L. Solís, “Economía, ciencia e ideología”, discurso de ingreso a El Colegio Nacional, El
Colegio Nacional, México.
36
TESTIMONIOS
nómica, en particular la neoclásica, y de los economistas en su intento por
explicar las contradicciones de las economías capitalistas contemporáneas”.11 De cualquier forma, el número y nivel de los economistas en tareas
de gobierno aumentó mucho, y en muy buena medida ese cambio tuvo origen precisamente entonces.
La coordinadora se integraba por un grupo de profesionistas, en su gran
mayoría economistas muy jóvenes; con seguridad el promedio de edad no
rebasaba los 25 años.12 No tengo recuerdos desagradables de esa época. Algunos de mis compañeros en Presidencia son hoy mis mejores amigos. Con
muchos de quienes acababan de dejar la escuela —antes o después de sus
estudios de posgrado, a los que como regla siempre favorecimos— tuve un
trato cercano y frecuente. Se había acordado aceptar únicamente a los mejores. Con este propósito se les practicó un examen exigente, riguroso. Me enorgullece acordarme de los resultados. Magníficos. Pudo reunirse, en capacidad y títulos, un grupo de excelencia. Con Clemente Licón Ávila, Juan Gabriel
Valencia, Héctor Félix y Esteban Moctezuma trabajé directamente. Tengo
muy presentes sus bromas, inteligencia y empeño, su compañerismo y disposición para atender cuestiones de todo tipo. La pluma de Juan, que hoy lo
distingue, como entonces, por su claridad y contundencia, fue siempre un
apoyo muy valioso. Por limitaciones de espacio, Esteban hubo de compartir
escritorio con Ernesto Zedillo, como también lo hicieron Clemente y Ramiro
Sosa. La cercanía facilitó un buen entendimiento para labores de equipo.
Participamos juntos en conferencias, discursos y ponencias.
Las cuestiones de pagos, compras y nómina, y los asuntos de personal en
lo general, estaban atendidos por Consuelo Mendoza, quien intervenía en la
asignación de las secretarias que daban apoyo a varios de los funcionarios
del grupo. Tengo presentes especialidades que han desaparecido, como la de
Lolita, una “cuadrista” (la información estadística la registraba en cuadros,
11
Horacio Flores de la Peña, “Un punto de vista conservador sobre un nuevo modelo de desarrollo”, Nueva Política, vol. I, núm. 4, marzo de 1977.
12
Formaban parte del grupo Abelardo Gómez Shears, Alberto Saracho, Alicia Cazorla, Armando Ortega, Armando Palerm, Arturo Ortega Blake, Aurelio Montemayor, Carlos Bazdresch, Clemente Licón Ávila,* Consuelo Mendoza, Cristina Huitrón, David Euresti, Donaciano Quintero,
Eliezer Tijerina, Ernesto Marcos, Ernesto Zedillo, Esteban Moctezuma, Fernando Agraz, Fernando Sánchez Ugarte, Francisco Gil Díaz, Francisco Javier Mayorga, Francisco Núñez, Francisco Patiño, Gabriel Vera, Gerardo Dávila, Gerardo Cruz Vasconcelos, Gloria Terán, Guillermo
Ortiz Martínez, Gustavo Corona, Héctor Félix, Héctor González, Isabel Moctezuma, Jaime
Mondragón, Joaquín Xirau,* Jorge Cabrera, Jorge Gutiérrez, Jorge Hernández Campos,* José
Gómez de León,* José Luis Aburto, José Silos, Juan Díez-Canedo, Juan Gabriel Valencia, Julio
Genel, Leopoldo Solís, Luis de Pablo, Luis Seiffert, Luis Vicente Echeverría, Luz María Bassoco,
Manuel Camacho, Marín Gómez Daza, Marín Maydón,* Mina Lona, Nila Isabel Ortiz, Patricia
Jara Nieto, Rafael Rubio, Ramiro Sosa, Raúl Domínguez, Raúl Santoyo, Roberto Cánovas, Rodolfo Villarreal, Saúl Trejo y Sócrates Rizzo.
Esta lista es seguramente incompleta, como mi memoria. Me disculpo por las omisiones.
Aparecen con asterisco los ya fallecidos.
COORDINADORA PARA LA PROGRAMACIÓN ECONÓMICA Y SOCIAL
37
indispensables para ordenar las cifras en casi toda presentación). Por lo común, con excepción de la señora Nila, secretaria del director, el trabajo se
distribuía de acuerdo con su importancia o su urgencia, antes que por su
autor. Todo ello dio origen a una hipervaluación en la autoestima del grupo.
La relación no fue sólo profesional. Cambiaron los papeles y los colaboradores se hicieron autoridades, pero quiero pensar que el vínculo de confianza y
el sentido de pertenencia al grupo no han desaparecido.
Del estudio cuidadoso de las delicadas cuestiones de política económica
de largo plazo que he descrito, parte esencial de las funciones de la Dirección
Coordinadora, nos distraían muchos y diversos asuntos. Firme, casi descortés en la argumentación y defensa de sus ideas, Solís, cuando era posible,
delegaba su participación en las inacabables sesiones de trabajo en Los
Pinos; en las giras e inauguraciones de escuelas, caminos o presas; en las ceremonias cívicas de todo tipo; en las visitas oficiales de mandatarios extranjeros: el mariscal Tito, los presidentes Salvador Allende y Pérez Jiménez, el
sha de Irán, el emperador de Japón. Era forzoso apoyarse en los muchachos,
que con una peculiar combinación de sensibilidad, audacia y paciencia representaron muy bien a la dirección y a la Secretaría en esta tan variada ensalada de encomiendas.
No debo omitir que, paralelamente a estas responsabilidades, Solís fue
nombrado en 1971 presidente del Banco Internacional. Sus oficinas en la
avenida Reforma le permitían, al dividir su tiempo, acordar con la dirección
del banco y revisar los asuntos pendientes del trabajo regular en la Secretaría de la Presidencia. Si me acuerdo bien, a Carlos Bazdresch, a Armando
Ortega y a mí nos designó consejeros en oficinas regionales del Internacional
con la misión de asistir a las reuniones que, una vez por mes, tenían lugar en
las plazas de la región que correspondiera. El contacto institucional con intereses y apreciaciones locales mejoró nuestra perspectiva para las labores
de planeación.
A FUERZA DE TOLERAR
LLEGARÁ LO QUE NO PUEDE SOPORTARSE
En nuestro aprendizaje las actividades de política partidista no tuvieron un espacio muy relegado. Solís alentó el aprovechamiento de las ventajas relativas de
los integrantes de su grupo. En el Instituto de Capacitación Política (Icap)
del PRI dimos clases de estructura económica de México, y a todos se les estimuló, si querían intervenir, en la Liga de Economistas Revolucionarios, en el
Injuve y en el IEPES. Por todos esos motivos recorrimos el país entero. Todas las
ciudades grandes, en todos los estados. Un privilegio. Tengo presentes las discusiones sobre la ocupación productiva como objetivo de la política económica.
¿Cómo evitar que la aplicación indiscriminada de políticas de pleno empleo
resultara en un mayor nivel de desocupación? ¿Cómo abatir la pobreza extre-
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TESTIMONIOS
ma? Recuerdo bien los comentarios de Reyes Heroles sobre la presentación
de Solís acerca de estos temas en el cine Roble durante la VII Asamblea Nacional Ordinaria del Revolucionario Institucional, en octubre de 1972.
Pero no se hace mayonesa sin romper los huevos. Tuvimos que intervenir, como he descrito, en cuestiones ajenas al análisis económico y la planeación, no todas interesantes, algunas inútiles. Para organizar la ignorancia
burocrática no fuimos exitosos. Si por fortuna muchos de los propósitos de
nuestro quehacer quedaron registrados en documentos, no siempre tuvieron
continuidad, ni cambiaron el fondo o siquiera el modo de hacer las cosas. De
todas maneras, vivir intensamente compensa cualquier esfuerzo.
Una anécdota: se nos pidió revisar el índice de precios del Banco de México, no conceptualmente, sino acudiendo a los mercados de la ciudad para
comprar arroz, frutas, carne, leche y directamente medir la inflación que por
entonces se desbocaba. Aprendí que la mejor forma de convencer a cualquiera de un error es hacerle caso. Los costales de alimentos podridos en los
corredores no permitieron valorar mejor el alza de precios. Me acuerdo del
desencanto y la necesidad de replantear conclusiones a pesar del frecuente y
cuidadoso respaldo de un experto en computación; su enorme máquina siempre nos contestó “sin respuesta” a las cuestiones deficientemente formuladas.
Empezamos trabajando para procurar cambiar las cosas. Casi todos lo
seguimos haciendo después, para no parecernos mucho a lo que entonces
criticamos.
CARPE DIEM
No todo fue trabajo. Si bien en los tiempos libres discutíamos los mismos
problemas, hacerlo con otras personas y en circunstancias distintas, agradables, representó una forma de descanso. El interés de Solís por la comida
(más gourmet que gourmand) fue el origen de un grupo de amigos que, con
una motivación parecida, nos reuníamos con regularidad. Al principio en La
Lorraine, el Normandie en la calle de López, el Jena, el Richelieu o el Rivoli,
el Tampico o el Loredo, y más tarde, a invitación de Antonio Martínez Camacho, mensualmente en su casa de la calle de Medellín. ¡Ah!, y en el Don Chon
en La Merced.
Poco a poco el número de asistentes al Chateau Camach fue creciendo.
Con el tiempo y el interés, a Solís se le ocurrió darle un carácter más formal
a esa camaradería de buena comida y buen vino. Eran reuniones en que se
favorecía una plática muy libre. Cito sólo a algunos de los más asiduos de las
primeras ocasiones: José Campillo Sainz, Salvador Trueba, Luis Ortiz Macedo, Eugenio Méndez Docurro, Toni Enríquez Savignac y, por el sector privado
—si bien debo decir que esta división no se hizo entonces—, Gonzalo Gout,
Agustín, Alejandro, Eduardo y Ricardo Legorreta, Ernesto Barroso y el licenciado Jacobo Zabludovsky.
COORDINADORA PARA LA PROGRAMACIÓN ECONÓMICA Y SOCIAL
39
Restaurar el conocimiento y disfrute de la cocina mexicana: la más común, la de los hogares, el fideo; la más delicada, como los chiles en nogada,
y la que sólo es mexicana por sus principales ingredientes, como el soufflé de
chicharrón o las crepas de huitlacoche y cangrejo. Preferíamos el Borgoña y
el plato estrella: el pescado Malitzin. ¡Gracias, Toño, inventor genial de ese
sincretismo en la buena comida! Algunos más jóvenes, buenos amigos, nos
acompañaron varias veces: Emilio Lozoya, Carlos Salinas y Manuel Camacho, y con mayor frecuencia Luis Martínez el Colorado, Paco Patiño, Sergio
Cházaro, Bosco Muro y varios más.
La repetición exitosa dio cuna a la Asociación Mexicana Gastronómica
El Molcajete, A. C. Los que respaldamos entusiastas el proyecto firmamos
años más tarde, en junio de 1982, el acta constitutiva. El notario Carlos de
Pablo como secretario, Juan José Páramo como tesorero —era responsable
de la Tesorería de la Federación— y, obviamente, Leopoldo Solís como presidente. Algunos de los miembros que suscribieron ese documento (a otros
más ya los he mencionado) fueron Julio Mariscal, Eduardo Cué, Pedro Cerisola, Francisco Labastida, Salvador Castillo, Adolfo Cásares, Gerardo Cortina, Mario Padilla, Guillermo Salas, Juan Bertholot, José Carral y el indispensable Alberto Córdoba.
RETIRADA
En el 75, durante el verano, Solís dejó la secretaría. Se fue a Princeton, a la
Woodrow Wilson School of Public and International Affairs. El 22 de septiembre, reunido el PRI en el cine Versalles, en sesión plenaria y con el tema “El
programa antes que el hombre”, conocimos de la candidatura de José López
Portillo. Recuerdo un desconsuelo casi total (para otros, en cambio, fue una
esperanza: la oportunidad de que el principal funcionario de las áreas económicas ocupara la Presidencia era evidencia de la gravedad de los problemas
de ese orden). Unos días después Everardo Moreno Cruz, secretario del licenciado Cervantes del Río, nos comunicó que éste también dejaba su cargo.
Lo sustituyó el ex secretario del presidente, Ignacio Ovalle. Sin la efervescencia de los meses previos, el nuevo secretario de la Presidencia se dedicó a
consolidar y poner en práctica los instrumentos de planeación en que se había trabajado y a atender el interés presidencial por asuntos de orden internacional vinculados a las Naciones Unidas, dos temas en lo fundamental: la
Carta de Deberes y Derechos Económicos de los Estados y la preparación de
acuerdos en materia de asentamientos humanos.
En el escenario mundial, esos años estuvieron marcados por la extensión
a Camboya de la guerra de Vietnam, el golpe de Estado en Chile y la renuncia de Nixon. Al finalizar el sexenio, en lo interno, el asesinato de un empresario de gran prestigio y la devaluación añadieron tirantez a los acontecimientos. Testigo privilegiado de las más importantes decisiones de política,
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TESTIMONIOS
Solís dejó su responsabilidad en la coordinadora sin alegría y sin compromiso. Erguido, como siempre, no participó de las medidas que al final del sexenio se aplicaron para contrarrestar el alza de precios y el abatimiento en
el ritmo de crecimiento. En la coordinadora desechamos el desencanto.
Con representantes y embajadores de la Secretaría de Relaciones Exteriores
(Juan Gallardo, Aída González y Jorge Montaño) presidimos la delegación
mexicana a la Conferencia Mundial de Hábitat en Vancouver, Canadá, reunión a la que asistió el presidente Echeverría. Estos trabajos fueron base del
establecimiento posterior de las secretarías de Asentamientos Humanos y de
Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat). Al encabezar la participación latinoamericana hubo oportunidad de visitar muchos lugares para
organizar, con la ayuda de expertos en estas materias, un planteamiento que
contribuyó al éxito de la conferencia. El licenciado Ovalle concretó y dio
conclusión feliz a los trabajos de la secretaría, y obtuvo un justo reconocimiento de sus compañeros y colegas. Y Leopoldo Solís regresó, al cambio de
gobierno, como subsecretario de Planeación Comercial.
A mi maestro, mi jefe y mi amigo Leopoldo Solís Manjarrez, y a todos
aquellos con quienes participé de los trabajos de la Dirección General Coordinadora para la Programación Económica y Social, permítanme desearles
que disfruten estos apuntes con el mismo gusto —y algo de nostalgia— con que
yo los escribí. Es cierto, estoy seguro: “La economía, a fin de cuentas, es un
instrumento, nunca un sustituto, de una clara ideología política”.13
13
L. Solís, “Economía, ciencia e ideología”, cit.
LEOPOLDO SOLÍS, FORMADOR DE ECONOMISTAS*
FRANCISCO GIL DÍAZ
MUCHAS gracias a Jaime Zabludovsky y a Enrique Cárdenas por la distinción
tan honrosa que me hacen de poder hablar acerca de mi maestro y jefe
Leopoldo Solís.
No acostumbro hablar en primera persona, pero la trayectoria profesional que pude seguir se debe —y así es la vida, en la que se van presentando
providencialmente las oportunidades, de una manera yo diría determinante— a que en algún momento se apareció Leopoldo en el ITAM a dar una clase
de teoría monetaria.
En esa época el licenciado Baillères llevaba a cabo un esfuerzo para depurar al ITAM y eliminarle la reputación que tenía de “academia Vázquez”, a
la cual los padres mandaban a sus hijos que salían de primero o segundo de
secundaria, de preparatoria o, incluso, de la universidad sin poder aprobar
sus materias, para que sacaran algún título. En esta depuración del ITAM se
separa la carrera de economía de las demás, se le reubica en una casa antigua, bonita, que había sido de Amalia Hernández, en la calle de Guadalajara,
frente al Parque España, y se readapta con aulas y biblioteca. Se contrata a
un maestro de inglés, un maestro de matemáticas y, como director, a un economista egresado de Harvard, Luis Székely, que trabajaba con los Siete Sabios de la Organización de Estados Americanos; y, también, se invita a un
equipo nutrido de economistas del Banco de México, formado por Leopoldo,
Miguel Mancera, Gustavo Petriccioli, Manuel Uribe y muchos otros. Estos
economistas tenían que impartir las materias de un plan de estudios nuevo.
Posiblemente, no lo sé —habría que preguntárselo a Porfirio Muñoz
Ledo—, pero imagino que debe de estar arrepentido de haberle dado la autonomía al ITAM en 1963, porque eso le permitió al instituto una libertad para
diseñar su programa de estudios que le abrió las puertas de una nueva etapa.
Se convierte así la carrera de economía en el pivote que con los años transformaría a la universidad. Y Leopoldo fue, entre otros economistas, un elemento clave para que eso empezara a suceder.
Leopoldo, seguramente con una opinión bastante atrevida e infundada,
me invita a trabajar en el Banco de México, a lo que era entonces la Jefatura
de Investigación Económica o de Estudios Económicos. Entrar al Banco de
México en la época de don Rodrigo Gómez era algo realmente privilegiado,
* Palabras en el Homenaje a Leopoldo Solís, 22 de noviembre de 2010.
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TESTIMONIOS
aunque cuando le dije a mi abuelo, con quien vivía desde los ocho años de
edad, después de la muerte de mi padre, que me habían invitado a trabajar
en el banco él me replicó: no me gusta, ahí no hay economistas, hay puros
“ecomunistas”. Bueno, la verdad yo no tenía noción de la ideología de los
profesionistas del Banco de México, pero si mi abuelo estaba preocupado
por cómo iba yo a evolucionar, qué equivocada se dio.
Bueno, pues en el Banco de México Leopoldo me puso a trabajar haciendo sumas, restas y multiplicaciones; un trabajo verdaderamente infame; no
sabía yo si realmente me había invitado a trabajar como economista o como
esclavo. Trabajaba con unas máquinas Friden que hacían un ruido infernal;
el cursor se movía de un lado al otro y regresaba para sólo hacer una multiplicación. Había unos “genios”, ahí en el banco, que a base de ligas y de palillos las habían logrado medio “programar” para que dando un teclazo hicieran
cuatro o cinco operaciones. Yo nunca logré dominar eso y me pasaba horas
haciendo tablas de logaritmo para el ingeniero Soto Báez, quien preparaba
las cifras financieras para don Rodrigo. Nunca se lo había platicado a Polo y,
ciertamente, nunca me hubiera atrevido a hacerlo en esa época, pero recuerdo que recién ingresado al banco el ingeniero Soto Báez me dijo: “Mire,
Paco, no se le vaya a ocurrir proponer algo, porque aquí en el banco, cuando
alguien propone algo, se lo encargan”.
Pues permanecí un tiempo en el banco, y como Polo siguió con una opinión demasiado generosa de mí, en algún momento, de una manera totalmente dictatorial, sin darme alguna opción, me dijo: “Te vas a ir a estudiar
economía a la Universidad de Chicago; te vas a ir a Chicago porque estoy
sembrando economistas por todos lados y soy amigo de Arnold Harberger, y
si le escribo yo una carta para que te acepte, te va a aceptar”. Y, efectivamente, me dio una carta, mucho muy generosa y, como él lo había sentenciado,
me aceptaron en Chicago. Eso sirvió para que al regresar del posgrado, Javier Beristain, mi querido amigo y compañero de generación, me invitara,
primero, a dar clases y, luego, a dirigir la escuela de economía del ITAM. Para
reclutar la plantilla de profesores eché mano de muchos economistas, algunos de los cuales están en este evento, egresados de la Universidad Autónoma de Nuevo León, que bajo el liderazgo, poco reconocido, de Consuelo Meyer, se había convertido en el primer semillero de economistas de calidad de
México.
Como ya se ha dicho, la influencia de Leopoldo no se limitó a la formación de economistas. También ha tenido una contribución académica importante y de suma actualidad. En el Banco de México, recién regresado de su
posgrado en la Universidad de Yale, Leopoldo escribió junto con Dwight
Brothers un trabajo pionero sobre el sector financiero, que tiene mucha actualidad y resulta muy relevante para la crisis financiera internacional de
2008-2009. El ensayo que he preparado para el libro conmemorativo sobre
La realidad económica mexicana tiene que ver, precisamente, con estos temas,
LEOPOLDO SOLÍS, FORMADOR DE ECONOMISTAS
43
y también con el hecho de que fue Leopoldo el que despertó en mí el interés
para leer y meditar sobre estos asuntos.
Soledad Loaeza se espantó al ver que traigo aquí la copia de ese capítulo;
son 32 cuartillas, que es lo que iba a leer en esta ocasión. No lo voy a hacer y
tampoco voy a hacer muchos comentarios al respecto, con excepción de uno
solo: si algo hemos aprendido de los errores que hemos cometido en México,
y que se cometieron ahora en los Estados Unidos y en otros países, es lo frágil que resulta un sistema de banca fraccionada y lo fácil que es crear fórmulas
que estimulen conductas irresponsables, provoquen burbujas en los valores
de los activos, y lleven a las quiebras financieras y macroeconómicas que hemos observado.
Lo que trato de demostrar en este trabajo no es, como muchos afirman,
que experimentamos un fracaso de la economía de mercado, sino el fracaso
de un conjunto de políticas públicas en el cual hubo una falta de supervisión
del Banco de la Reserva Federal, de las distintas autoridades financieras de
los Estados Unidos —incluyendo, por supuesto, al Departamento del Tesoro—
y de las diferentes administraciones presidenciales y legislativas de ese país,
sin distingo de signo, ideología o partido. No fue culpa exclusiva de republicanos o demócratas: todos se encargaron de sumarle al problema y todos
fueron responsables de desechar advertencias oportunas de cómo se estaba
cebando la bomba que finalmente explotó. Pero no voy a abundar sobre el
tema, para que compren el libro.
Actualmente hay decenas, si no centenas, de estudiantes que en su origen,
como yo, fuimos hijos intelectuales de Polo. Estoy seguro de que ahora hay
nietos y bisnietos intelectuales de Polo, y no sé si ande por ahí ya gestándose
un tataranieto. Es una verdadera constelación de economistas resultado de
su, como se dijo correctamente, enorme generosidad. Si algo logró inculcar
en muchos de nosotros fue lo que tanto insistía y machacaba: que fuésemos
economistas profesionales. Y también el otro aspecto de que siguiéramos el
enfoque neoclásico no como una ideología, sino como un enfoque metodológico. Se puede ser neoclásico independientemente de la ideología.
Finalmente, quiero que sepan que si hay algún culpable, un responsable
último de la cantidad de Chicago Boys que hay en México, es Leopoldo Solís.
Muchas gracias.
Una de las referencias obligadas en el pensamiento
económico mexicano tiene un nombre: Leopoldo
Solís. Éste se ha distinguido no sólo en el ámbito
académico como profesor e investigador en las instituciones de educación
superior más importantes de México, sino que ha contribuido al fortalecimiento y solidez de las instituciones económicas nacionales, además de
ser un verdadero formador de capital humano.
En 1970 se publicó La realidad económica mexicana: retrovisión y perspectivas, obra de gran trascendencia y, por cierto, en constante actualización; en ella, Solís hizo uno de los primeros esfuerzos sistemáticos de
aplicación de la teoría económica moderna, los modelos de crecimiento
económico y los métodos econométricos, para presentar una visión integral y de largo plazo de la economía de México desde tiempos de la
Colonia. En este merecido homenaje, coordinado por Enrique Cárdenas
y Jaime Zabludovsky, se presenta una colección de ensayos y testimonios
cuya finalidad es conmemorar la publicación de esta obra fundamental,
además de reflejar la profunda huella intelectual que Leopoldo Solís ha
dejado en toda una generación de economistas liberales del México
moderno, entre los que se encuentran Luis de Pablo, Francisco Gil Díaz,
Fernando Solana Morales, Ernesto Zedillo Ponce de León, Manuel Camacho Solís, Jaime Serra Puche, Guillermo Ortiz y David Ibarra.
“Leopoldo Solís es un economista que creó escuela […] alguien intelectualmente vigoroso, inquebrantablemente honesto y creativamente ima-
www.fondodeculturaeconomica.com
ginativo.”
9 786071 609984
Fernando Solana