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J. M. Navarro Cordón, T. Calvo Martínez: Historia de la Filosofía (Anaya), unidad 8 (pp. 166- 175)
DESCARTES
En la unidad anterior hemos señalado con insistencia que la filosofía moderna
comienza, en sentido estricto, con R. Descartes (1596-1650). Descartes es el
introductor del racionalismo.
Educado en la filosofía escolástica -de tradición aristotélica y de talante medieval-,
Descartes llegó pronto al convencimiento de que esta filosofía resultaba obsoleta y
cargada de prejuicios, y que se hacía necesario reconstruir el sistema entero del
conocimiento desde sus cimientos. El edificio del conocimiento ha de construirse
desde la razón misma. Los rasgos que en la unidad anterior (2.1.) hemos señalado
como característicos del racionalismo -la Matemática como modelo de saber y el
ideal deductivo del conocimiento, la autosuficiencia de la razón y el innatismo de
las ideas-, atraviesan y dirigen todo el pensamiento cartesiano. Sobre estas ideas
se asientan también las teorías de los filósofos racionalistas N. Malebranche
(1638-1715), B. Spinoza (1632-1677) y W. G. Leibniz (1646-1716).
1. RAZÓN Y MÉTODO
1.1. UNIDAD DEL SABER Y DE LA RAZÓN
En la primera de sus Reglas para la dirección del espíritu afirma Descartes:
"Todas las diversas ciencias no son otra cosa que la sabiduría humana, la cual
permanece una e idéntica, aun cuando se aplique a objetos diversos, y no recibe
de ellos más distinción que la que recibe la luz del Sol de los diversos objetos que
ilumina". Las distintas ciencias y los diversos saberes son, pues, manifestaciones
de un saber único.
En último término, esta concepción unitaria del saber proviene de una concepción
unitaria de la razón. La sabiduría (bona mens) es única porque la razón es única:
la razón que distingue lo verdadero de lo falso es la misma que distingue lo
conveniente de lo inconveniente, la razón que se ocupa del conocimiento teórico
de la verdad y del ordenamiento práctico de la conducta es una y la misma aunque
se aplique en tareas y ámbitos distintos.
1.2. LA ESTRUCTURA DE LA RAZÓN Y EL MÉTODO
Puesto que la razón, la inteligencia, es única, interesa de manera prioritaria
conocer su estructura y su funcionamiento para poder aplicarla correctamente y,
de este modo, alcanzar conocimientos verdaderos y provechosos.
Descartes (Navarro Cordón – Calvo Martínez, Historia de la Filosofía, Anaya
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Hay dos modos de conocimiento, según Descartes: la intuición y la deducción. La
intuición es una especie de "luz o instinto natural" que tiene por objeto las
naturalezas simples: por medio de ella captamos inmediatamente conceptos
simples emanados de la razón misma, sin posibilidad alguna de duda o error. La
intuición es definida por Descartes del siguiente modo (Regla III): "Un concepto de
la mente pura y atenta, tan fácil y distinto que no queda duda ninguna sobre lo que
pensamos: es decir, un concepto no dudoso de la mente pura y atenta que nace
de la sola luz de la razón, y es más cierto que la deducción misma".
Todo el conocimiento intelectual se despliega a partir de la intuición de naturalezas
simples. En efecto, entre unas naturalezas simples y otras, entre unas intuiciones
y otras, aparecen conexiones que la inteligencia descubre y recorre por medio de
la deducción. La deducción, por más que se prolongue en largas cadenas de
razonamientos, no es, en último término, sino una sucesión de intuiciones de
naturalezas simples y de las conexiones entre ellas.
Como la intuición y la deducción constituyen el dinamismo interno y específico del
conocimiento, éste ha de aplicarse en un proceso de dos pasos: 1) En primer
lugar, un proceso de análisis hasta llegar a los elementos o naturalezas simples.
2) En segundo lugar, un proceso de síntesis, de reconstrucción deductiva de lo
complejo a partir de lo simple. A estos momentos se refieren las reglas segunda y
tercera del Discurso del método: "Dividir cada una de las dificultades en tantas
partes como sea posible y necesario para resolverlas mejor" (Regla II); y "conducir
por orden mis pensamientos comenzando por los objetos más simples y fáciles de
conocer, para subir poco a poco, por pasos, hasta el conocimiento de los más
complejos; suponiendo incluso un orden entre aquellos que no se preceden
naturalmente los unos a los otros" (Regla III).
Esta forma de proceder no es, pues, arbitraria: es el único método que responde a
la dinámica interna de una razón única. Hasta ahora, piensa Descartes, la razón
ha sido utilizada de este modo solo en el ámbito de las Matemáticas, produciendo
resultados admirables. Nada impide, sin embargo, que su utilización se extienda a
todos los ámbitos del saber, para que produzca unos frutos igualmente
admirables.
2. LA PRIMERA VERDAD Y EL CRITERIO
2.1. LA DUDA METÓDICA
Como decíamos al caracterizar e! racionalismo (unidad séptima, 2.1.2.), el
entendimiento ha de encontrar en sí mismo las verdades básicas a partir de las
cuales sea posible deducir el edificio entero de nuestros conocimientos. Este
punto de partida ha de ser una verdad absolutamente cierta, de la que no sea
posible dudar en modo alguno. Solo así el conjunto de! sistema quedará
firmemente fundamentado.
La búsqueda de un punto de partida absolutamente cierto exige la tarea previa de
eliminar todos los conocimientos, ideas y creencias que no aparezcan dotados de
Descartes (Navarro Cordón – Calvo Martínez, Historia de la Filosofía, Anaya
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una certeza absoluta: hay que eliminar todo aquello de que sea posible dudar. De
ahí que Descartes comience con la duda. Y esta duda es metódica, es una
exigencia del método en su momento analítico. Descartes propone tres motivos o
razones para dudar. El escalonamiento de estos motivos hace que la duda
adquiera la máxima radicalidad.
1) La primera y más obvia razón para dudar de nuestros conocimientos se halla en
las falacias de los sentidos, que nos inducen a veces a error. Ahora bien, ¿qué
garantía existe de que no nos inducen siempre a error? La mayoría de los
hombres consideran altamente improbable que los sentidos nos induzcan siempre
a error, pero la improbabilidad no equivale a la certeza y, por eso, la posibilidad de
dudar acerca del testimonio de los sentidos no queda totalmente eliminada.
2) Cabe, pues, dudar de que las cosas sean como las percibimos por medio de los
sentidos, pero ello no nos permite dudar de que existan las cosas que percibimos.
De ahí que Descartes añada una segunda razón -más radical- para dudar: la
imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño. A veces, los sueños nos
muestran mundos de objetos con extremada viveza, y al despertar descubrimos
que tales universos no tienen existencia real. ¿Cómo distinguir el estado de sueño
del de vigilia y cómo alcanzar certeza absoluta de que el mundo que percibimos es
real? (Como en el caso de las falacias de los sentidos, la mayoría de los hombres
-si no todos- cuentan con criterios para distinguir la vigilia del sueño: pero estos
criterios no sirven para fundamentar una certeza absoluta).
3) La imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño permite dudar de la existencia
de las cosas y del mundo, pero no parece afectar a ciertas verdades, como las
matemáticas: dormidos o despiertos, los tres ángulos de un triángulo suman 180
grados en la geometría de Euclides. De ahí que Descartes añada el tercer y más
radical motivo de duda: tal vez exista algún espíritu maligno -escribe Descartes"de extremado poder e inteligencia, que pone todo su empeño en inducirme a
error" (Meditaciones, I). Esta hipótesis del "genio maligno" equivale a suponer que
tal vez el entendimiento humano es de tal naturaleza que se equivoca
siempre y necesariamente cuando piensa captar la verdad. Una vez más se
trata de una hipótesis improbable, pero que nos permite dudar de todos nuestros
conocimientos.
2.2. EL COGITO Y EL CRITERIO DE VERDAD
La duda llevada hasta este extremo de radicalidad parece abocar irremisiblemente
al escepticismo. Esto pensó Descartes durante algún tiempo hasta que, por fin,
encontró una verdad absoluta, inmune a toda duda, por muy radical que sea esta:
mi existencia como sujeto que piensa y duda. Si pienso que el mundo existe,
tal vez me equivoque en cuanto a la existencia del mundo, pero no cabe error en
cuanto a que yo lo pienso; igualmente, puedo dudar de todo menos de que yo
dudo. Mi existencia, pues, como sujeto que piensa (que duda, que se equivoca,
etc.), está exenta de todo error y de toda duda posible. Descartes lo expresa con
su célebre frase: "Pienso, luego existo": cogito, ergo sum.
Descartes (Navarro Cordón – Calvo Martínez, Historia de la Filosofía, Anaya
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Mi existencia como sujeto pensante no es solo la primera verdad y la primera
certeza: es también el prototipo de toda verdad y de toda certeza. ¿Por qué la
existencia del sujeto pensante es absolutamente indubitable? Porque se percibe
con toda claridad y distinción. De aquí deduce Descartes su criterio de certeza:
todo cuanto perciba con igual claridad y distinción será verdadero y, por
tanto, podrá afirmarse con inquebrantable certeza: "En este primer
conocimiento no existe sino una percepción clara y distinta de lo que afirmo; lo
cual no sería suficiente para asegurarme de la certeza de una cosa, si fuera
posible que lo que percibo clara y distintamente sea falso. Por tanto, me parece
que puedo establecer como regla general que todo lo que percibo clara y
distintamente es verdadero" (Meditaciones, III).
3. LAS IDEAS
3.1. LAS IDEAS, OBJETO DEL PENSAMIENTO
Tenemos ya una verdad absolutamente cierta: la existencia del yo como sujeto
pensante. Esta existencia indubitable del yo no parece implicar, sin embargo, la
existencia de ninguna otra realidad. En efecto, aunque yo lo piense, tal vez el
mundo no exista en realidad (podemos, según Descartes, dudar de su existencia);
lo único cierto es que yo pienso que el mundo existe. ¿Cómo demostrar la
existencia de una realidad extramental, exterior al pensamiento? ¿Cómo conseguir
la certeza de que existe algo aparte de mi pensamiento, exterior a él?
El problema es enorme, sin duda, ya que a Descartes no le queda más remedio
que deducir la existencia de la realidad a partir de la existencia del pensamiento.
Así lo exige el ideal deductivo: de esta primera verdad -del “Yo pienso”- han de
extraerse todos nuestros conocimientos, incluido, claro está, el conocimiento de
que existen realidades extramentales. Antes de seguir adelante con la deducción,
veamos, como hace Descartes, qué elementos tenemos para llevarla a cabo. El
inventario nos muestra que contamos con dos: el pensamiento como actividad (yo
pienso) y las ideas que piensa, En el ejemplo citado, "yo pienso que el mundo
existe", esta fórmula nos pone de manifiesto la presencia de tres factores: el yo
que piensa, cuya existencia es indudable; el mundo como realidad exterior al
pensamiento, cuya existencia es dudosa y problemática, y las ideas de "mundo" y
de "existencia" que indudablemente poseo (tal vez el mundo no exista, pero no
puede dudarse de que poseo las ideas de "mundo" y de "existencia", ya que si no
las poseyera, no podría pensar que el mundo existe).
De este análisis concluye Descartes que el pensamiento siempre piensa ideas. Es
importante señalar que el concepto de "idea" cambia en Descartes con respecto al
vigente en el pasado. Para la filosofía anterior, el pensamiento no recae sobre las
ideas, sino directamente sobre las cosas: si yo pienso que el mundo existe, estoy
pensando en el mundo y no en mi idea de mundo (la idea sería algo así como un
medio transparente a través del cual el pensamiento recae sobre las cosas: como
una lente a través de la cual se "en las cosas, sin que ella misma sea percibida).
Para Descartes, por el contrario, el pensamiento no recae directamente sobre las
cosas (cuya existencia no nos consta en principio), sino sobre las ideas: en el
Descartes (Navarro Cordón – Calvo Martínez, Historia de la Filosofía, Anaya
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ejemplo utilizado, yo no pienso en el mundo, sino en la idea de mundo (la idea no
es como una lente transparente, sino como una representación o fotografía que
contemplamos). ¿Cómo garantizar, pues, que a la idea de mundo corresponde la
realidad del mundo?
3.2. LA IDEA: REALIDAD OBJETIVA Y ACTO MENTAL
La afirmación de que el objeto del pensamiento son las ideas lleva a Descal1es a
distinguir cuidadosamente dos aspectos en ellas: las ideas en cuanto que son
actos mentales ("modos del pensamiento", en expresión de Descal1es), y las
ideas en cuanto que poseen un contenido objetivo. Como actos mentales, todas
las ideas poseen la misma realidad: en lo que se refiere a su contenido, su
realidad es diversa: "En cuanto que las ideas son solo modos del pensamiento, no
reconozco desigualdad alguna entre ellas, y todas ellas parecen provenir de mí del
mismo modo, pero en tanto que la una representa una cosa, y la otra otra, es
evidente que son muy distintas entre sí. Sin duda alguna, en efecto, aquellas ideas
que me representan sustancias son algo más y poseen en sí, por así decirlo, más
realidad objetiva que aquellas que representan solo modos o accidentes" (Meditaciones, III).
3.3. CLASES DE IDEAS
Hay, pues, que partir de las ideas. Hay que someterlas a un análisis cuidadoso
para descubrir si alguna de ellas nos sirve para romper el cerco del pensamiento y
salir a la realidad extramental. Al realizar este análisis, Descartes distingue tres
tipos de ideas:
1. Ideas adventicias, las que parecen provenir de nuestra experiencia externa (las
ideas de hombre, de árbol, los colores, etc.). Hemos escrito "parecen provenir" y
no "provienen" porque aún no nos consta la existencia de una realidad exterior.
2. Ideas facticias, aquellas que construye la mente a partir de otras ideas (la idea
de un caballo con alas, etc.).
Es claro que ninguna de estas ideas puede servirnos como punto de partida para
la demostración de la existencia de la realidad extramental: las adventicias, porque
parecen provenir del exterior y, por tanto, su validez depende de la problemática
existencia de la realidad extramental: las facticias, porque al ser construidas por el
pensamiento, su validez es cuestionable.
3. Existen, sin embargo, algunas ideas (pocas, pero las más importantes) que no
son ni adventicias ni facticias. Ahora bien, si no pueden provenir de la experiencia
externa ni tampoco son construidas a partir de otras, ¿cuál es su origen? La única
contestación posible es que el pensamiento las posee en sí mismo, es decir, que
son innatas. (Henos aquí ya ante la afirmación fundamental del racionalismo de
que las ideas primitivas a partir de las cuales se ha de construir el edificio de
nuestros conocimientos son innatas. Véase el tema anterior, 2.1.2.). Ideas innatas
Descartes (Navarro Cordón – Calvo Martínez, Historia de la Filosofía, Anaya
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son, por ejemplo, la de “pensamiento” y la de "existencia", que no son construidas
por mí ni proceden de experiencia externa alguna, sino que las encuentro en la
percepción misma del "pienso, luego existo".
4. LA ESTRUCTURA DE LA REAUDAD
4.1. LA EXISTENCIA DE DIOS Y DEL MUNDO
Entre las ideas innatas Descartes descubre la idea de infinito, que se apresura a
identificar con la idea de Dios (Dios = infinito). Con argumentos convincentes
demuestra Descartes que la idea de Dios no es adventicia (evidentemente, ya que
no poseemos experiencia directa de Dios), y con argumentos menos convincentes
se esfuerza en demostrar que tampoco es facticia. Contra la opinión tradicional de
que la idea de infinito proviene, por negación de los límites, de la idea de lo finito,
Descartes afirma que la noción de finitud, de limitación, presupone la idea de infinitud: esta no deriva, pues, de aquella; no es facticia.
Una vez establecido que la idea de Dios -como ser infinito- es innata, el camino de
la deducción queda definitivamente expedito:
a) La existencia de Dios es demostrada a partir de la idea de Dios. Entre los
argumentos utilizados por Descartes merecen destacarse dos: el llamado
“argumento ontológico”, ya utilizado en la Edad Media por San Anselmo (puede
verse suprd, unidad cuarta 3.2.2.), y un argumento basado en la causalidad
aplicada a la idea de Dios. Esta última prueba parte de la realidad objetiva de las
ideas y puede formularse así: "La realidad objetiva de las ideas requiere una
causa que posea tal realidad en sí misma, no solo de un modo objetivo, sino de un
modo formal o eminente"; es decir, la idea como realidad objetiva requiere una
causa real proporcionada: luego la idea de un ser infinito requiere una causa
infinita; luego ha sido causada en mí por un ser infinito; luego el ser infinito existe.
b) La existencia del mundo es demostrada a partir de la existencia de Dios. Puesto
que Dios existe y es infinitamente bueno y veraz, no puede permitir que me
engañe al creer que el mundo existe, luego el mundo existe.
Dios aparece así como garantía de que a mis ideas corresponde un mundo, una
realidad extramental. Conviene, sin embargo, señalar que Dios no garantiza que a
todas mis ideas corresponda una realidad extramental. Descartes (como Galileo,
como toda la ciencia moderna) niega que existan las cualidades secundarias, a
pesar de que tenemos las ideas de los colores, los sonidos, etc. Dios solo
garantiza la existencia de un mundo constituido exclusivamente por la extensión y
el movimiento (cualidades primarias). A partir de las ideas de extensión y
movimiento puede deducirse la Física, las leyes generales del movimiento,
deducción que el propio Descartes procuró realizar al desarrollar las virtualidades
de su sistema.
Descartes (Navarro Cordón – Calvo Martínez, Historia de la Filosofía, Anaya
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4.2. LAS TRES SUSTANCIAS
De lo anteriormente expuesto se comprende fácilmente que Descartes distinga
tres esferas o ámbitos de I realidad: Dios o sustancia infinita, el yo o sustancia
pensante, y los cuerpos o sustancia extensa. (En el párrafo anterior hemos
señalado que, según Descartes, la esencia de los cuerpos es la extensión: para él
no existen las cualidades secundarias). El concepto de sustancia es fundamental
en Descartes y, a partir de él, en todos los filósofos racionalistas. Una célebre
definición (que no es la única ofrecida por Descartes, pero sí la más significativa)
establece que sustancia es toda cosa que existe de tal modo que no necesita de
ninguna otra cosa para existir. Tomada esta definición de un modo literal, es
evidente que solo podría existir la sustancia infinita (Dios), ya que los seres finitos,
pensantes y extensos, son creados y conservados por Él. Descartes mismo
reconoce (Principios 1, 51) que tal definición solo puede aplicarse de modo
absoluto a Dios, si bien la mantiene como indicador de la independencia mutua
entre la sustancia pensante (alma) y la sustancia extensa (cuerpo. materia), que
no necesitan la una de la otra para existir.
OBSERVACIÓN
El objetivo último de Descartes al afirmar que alma y cuerpo, pensamiento y
extensión, constituyen sustancias distintas, es salvaguardar la autonomía del alma
con respecto a la materia. La ciencia moderna (cuya noción de materia comparte
Descartes!, imponía una concepción mecanicista y determinista del mundo
material, en el que no queda lugar alguno para la libertad. La libertad -y con ella el
conjunto de los valores espirituales defendidos por Descartes- solo podía
salvaguardarse sustrayendo el alma de la necesidad mecanicista lo que, a su vez,
exigía situarla como una esfera de la realidad autónoma e independiente de la
materia. Esta independencia del alma y el cuerpo es la idea central aportada por el
concepto cartesiano de sustancia.
La autonomía del alma con respecto a la materia se justifica, por lo demás, en la
claridad y distinción con que el entendimiento percibe la independencia de ambas:
"Puesto que, por una parte, poseo una idea clara y distinta de mí mismo en tanto
que soy una cosa que piensa e inextensa y, de otra parte, poseo una idea distinta
del cuerpo en tanto que es solo una cosa extensa y que no piensa, es evidente
que yo soy distinto de mi cuerpo y que pueda existir sin él" (Meditaciones, VI).
5. RAÍCES ANTROPOLÓGICAS DEL RACIONALISMO
Hasta ahora hemos insistido preferentemente en los aspectos relativos a la teoría
del conocimiento racionalista: innatismo de las ideas, ideal de un sistema
deductivo cuyo prototipo es el saber matemático, concepción de la realidad como
un orden racional, etc. Se trata, sin duda, de elementos esenciales y significativos
del racionalismo, Sin embargo, la motivación última de la filosofía racionalista no
se halla tanto en su interés por el conocimiento científico-teórico de la realidad,
Descartes (Navarro Cordón – Calvo Martínez, Historia de la Filosofía, Anaya
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cuanto en una honda preocupación por el hombre, por la orientación de la conducta humana, de modo que sea posible una vida plenamente racional.
Esta preocupación por la conducta humana aparece explícitamente afirmada por
Descartes en la primera parte del Discurso del método, al exponer la trayectoria de
su propia actividad filosófica: "Sentía continuamente un deseo imperioso de
aprender a distinguir lo verdadero de lo falso, con el fin de ver claro en mis
acciones y caminar con seguridad en esta vida", El objetivo último que Descartes
persigue a través de la filosofía es, pues, la solución de un problema
antropológico: el de fundar la libertad en la razón a fin de que su uso racional haga
posible alcanzar la felicidad y la perfección humanas,
5.1. EXPERIENCIA CARTESIANA DE LA LIBERTAD
Al ocuparnos de la concepción platónica del alma en la unidad 2 (3.2.) veíamos las
dificultades que tenía Platón a la hora de explicar las relaciones existentes entre la
parte racional y las partes inferiores del alma. Descartes separa el alma del cuerpo
de una manera más radical aún que lo hiciera el platonismo, considerándolos
sustancias autónomas y autosuficientes. De este modo se agudiza el problema de
la relación, calificada por Descartes como "combate", entre las partes inferior y
superior del alma, entre los apetitos naturales o pasiones, de un lado, y la razón y
la voluntad, de otro. ¿Cuál es el origen de las pasiones, cómo afectan a la parte
superior del alma y cuál es el comportamiento de ésta con respecto a aquellas?
¿En qué consiste y qué papel corresponde a la libertad frente a las pasiones?
5.2. LAS PASIONES
Pasiones son, para Descanes, las percepciones o sentimientos que hay en
nosotros y que afectan al alma sin tener su origen en ella. Su origen se halla en
las fuerzas que actúan en el cuerpo, denominadas por Descartes "espíritus
vitales". Las pasiones, por tanto, son 1) involuntarias: su aparición, su surgimiento,
escapa al control y al dominio del alma racional, ya que no se originan en ella; 2)
inmediatas y 3) no siempre racionales, es decir, no siempre acordes con la razón,
de ahí que puedan significar para el alma una cierta servidumbre: "Las pasiones
agitan diversamente la voluntad, y así hacen al alma esclava e infeliz".
En este punto, Descartes toca el tema, típicamente estoico, del autodominio, del
autocontrol. Por lo demás, la actitud cartesiana ante las pasiones no es
absolutamente negativa. No hay que rechazarlas o erradicarlas por principio, por
el mero hecho de su existencia; no hay que enfrentarse a las pasiones como tales,
sino a la fuerza ciega con que tratan de arrastrar la voluntad de un modo
inmediato, sin dejar lugar para la reflexión razonable,
La tarea del alma en relación con las pasiones consiste, pues, en someterlas y
ordenarlas conforme al dictamen de la razón. La razón, en efecto, descubre y
muestra el bien que, como tal, puede ser querido por la voluntad. La razón
suministra no sólo el criterio adecuado con respecto a las pasiones, sino también
la fuerza necesaria para oponerse a ellas; las armas de que se vale la parte
superior del alma, escribe Descartes, son "juicios firmes y determinados, referidos
Descartes (Navarro Cordón – Calvo Martínez, Historia de la Filosofía, Anaya
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al conocimiento del bien y del mal, según los cuales ha decidido conducir las
acciones de su vida".
5.3. EL YO COMO PENSAMIENTO Y LIBERTAD
Con el término "yo" expresa Descartes la naturaleza más íntima y propia del ser
humano, Del yo poseemos un conocimiento directo, intuitivo, claro y distinto, que
se manifiesta en el "yo pienso". El yo como sustancia pensante (res cogitans) es
centro y sujeto de actividades anímicas que, en último término, se reducen a dos
facultades, el entendimiento y la voluntad: "Todos los modos del pensamiento que
experimentamos en nosotros pueden reducirse, en general, a dos: uno es la
percepción u operación del entendimiento; el otro, la volición u operación de la
voluntad. En efecto, el sentir, el imaginar y el entender puro no son sino diversos
modos del percibir, así como desear, rechazar, afirmar, negar, dudar, son distintos
modos de querer" (Principios de la filosofía 1,32). La voluntad se caracteriza por
ser libre, y la libertad ocupa un lugar central en la filosofía cartesiana:
a) La existencia de la libertad es indudable: es -dice Descartes- "tan evidente que
ha de considerarse una de las nociones primeras y máximamente comunes que
hay innatas en nosotros" (ibíd, 1, 39).
b) La libertad es la perfección fundamental del hombre (ibíd, 1,37).
c) El ejercicio de la libertad, en fin, constituye un elemento básico del proyecto de
Descartes: la libertad nos permite ser dueños tanto de la naturaleza (para
Descartes, el objetivo último del conocimiento, como era también para Bacon, es
el dominio de la naturaleza), como de nuestras propias acciones. (Entre las
acciones significativas que hacen posible la libertad figura la duda, la decisión de
dudar de que, como vimos, parte toda la filosofía de Descartes).
¿En qué consiste exactamente la libertad, su ejercicio? Según Descartes, la
libertad no es la mera indiferencia ante las posibles alternativas que se ofrecen a
nuestra elección: la pura indiferencia entre los términos opuestos no significa
perfección de la voluntad, sino imperfección e ignorancia del conocimiento. La
libertad no consiste tampoco en la posibilidad absoluta de negarlo todo, de decir
arbitrariamente a todo que no. La libertad consiste en elegir lo que es propuesto
por el entendimiento como bueno y verdadero.
La libertad no es, pues, la indiferencia ni la arbitrariedad, sino el sometimiento positivo de la voluntad al entendimiento, que descubre el orden de lo
real, procediendo de un modo deductivo-matemático.
Descartes (Navarro Cordón – Calvo Martínez, Historia de la Filosofía, Anaya
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