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DESCARTES
CONTEXTUALIZACIÓN, NOCIONES Y TEMAS DE DESCARTES.
1. CONTEXTUALZACIÓN.
Descartes es el representante máximo del Racionalismo.
En la historia de la Filosofía se entiende por tal un
movimiento que se desarrolla a lo largo del siglo XVII en el
continente europeo y cuyos principales representantes son
Descartes, Malebranche, Spinoza y Leibniz.
Las características distintivas del Racionalismo
podemos resumir en los puntos siguientes:
las
1. Exaltación de la razón humana como facultad
cognoscitiva y, en consecuencia, una confianza absoluta
en el conocimiento racional. El único conocimiento válido
será, por tanto, el obtenido por la razón.
2. Depreciación subsiguiente del conocimiento sensible.
Todo conocimiento procedente de los sentidos, de la
experiencia sensible, será sospechoso al menos y, con
frecuencia, claramente falso. Esta característica, lo
mismo que la anterior, son de manifiesta influencia
platónica.
3. La afirmación de la existencia de ideas innatas, de ideas
que surgen en la mente humana con independencia de la
experiencia sensible. Precisamente, para el Racionalismo,
las ideas más importantes serán las de este tipo.
4. La aspiración a crear una ciencia universal, una filosofía
universal, válida para todo ser racional. Este anhelo de
una mathesis universalis será las más alta, aunque
fallida, aspiración de los racionalistas, con la que
quisieron terminar con el cúmulo de sistemas filosóficos
que se sucedían unos a otros ininterrumpidamente.
5. Admiración por las Matemáticas, verdadero motor y
causa de todas las características anteriores. Las
Matemáticas se presentaban a los racionalistas como el
arquetipo de la sabiduría humana. Era una ciencia
segura, exacta, progresiva, universalmente válida. No
1
hay que olvidar que muchos de los racionalistas fueron
grandes creadores matemáticos, como Descartes y
Leibniz, y los otros – Malebranche y Spinoza – buenos
conocedores de la misma. De ahí el deseo de los
pensadores racionalistas por edificar una filosofía “a
escuadra” o, como dirá Descartes, more mathematico,
una filosofía con una estructura similar a las
Matemáticas.
VIDA DE DESCARTES.
Nuestro pensador René Descartes nació a finales del
siglo XVI (1596) en La Haye, ciudad de la Turena francesa.
De familia acomodada, estudió con los jesuitas del célebre
colegio de La Flèche, uno de los más prestigiosos de la
Europa de entonces. Participó en la guerra de los Treinta
Años, combatiendo al lado de los protestantes. En ella tuvo
algunas experiencias interesantes, como el sueño que tuvo
en Neuburg (Alemania) en 1619 – el famoso sueño de
Descartes – y en el que creyó descubrir el fundamento de
una ciencia admirable, una mathesis universalis, una
matemática universal, que sería la síntesis de todas las
ramas de la Matemática. Sólo después descubriría que esa
mathesis universalis no era otra ciencia sino la Filosofía, por
lo que pasó a considerar aquella revelación onírica como un
aviso celeste sobre su misión filosófica, planteándose la
misma pregunta que san Agustín: Quod vitae sectabor iter?
= ¿Qué camino seguiré en la vida?
Al volver de la guerra, vendió todas sus propiedades
con el fin de vivir sin preocupaciones el resto de sus días y
dedicarse a pensar, por lo que marchó a Holanda para
pensar allí libremente. Sus adversarios católicos y
protestantes arreciaron en sus críticas contra él y la vida en
Holanda se le hace incómoda. Marcha a Estocolmo, invitado
por la reina Cristina de Suecia, quien le pidió recibir clases
de filosofía a las cinco de la mañana, por lo que contrajo
una pulmonía que dio fin a sus días en 1650.
2
OBRAS.
La producción filosófica y científica de Descartes es
extraordinaria en cantidad y calidad. Como obras
filosóficas, aspecto que más nos interesa, destacamos
Discurso del método y Meditaciones metafísicas.
DOCTRINA.
Toda la pretensión cartesiana consistirá en la búsqueda
de un nuevo método de filosofar, algo no encontrado por
tantos excelentes ingenios – así los llama él – como le
precedieron. Naturalmente que Descartes es consciente de
la dificultad de este intento, pero él tiene un hilo de Ariadna
que le permite hallar sin demora el método buscado. Este
hilo son las Matemáticas. El saber matemático se presenta
como un saber paradigmático en el que sí hay progreso y
en el que no tienen cabida los pluralismos. Pero, ¿en qué
consiste este método? Siguiendo a Euclides, en:
 Búsqueda de una o varias verdades evidentes,
indubitables, cuya negación implique contradicción (los
axiomas).
 Establecimiento de un conjunto de reglas de deducción
seguras, ciertas y eficaces, que nos permitan, partiendo
de los axiomas, demostrar otras verdades.
Descartes, para emplear este método en filosofía, lo
sintetizará en estas cuatro fases:
1. La evidencia como criterio de verdad.
2. El análisis.
3. La síntesis.
4. La comprobación de los análisis y síntesis ya realizados.
Los pasos que seguirá son: La duda metódica, la certeza
del cogito, ergo sum, la evidencia del alma como sustancia
spiritualis o res cogitans y, finalmente, la demostración de
la existencia de Dios, como garantía que nos permite
superar la duda.
3
La convicción cartesiana de que la Razón autónoma es la
única guía posible para el hombre, tanto en el ámbito de la
teoría como en el de la conducta, determinará el carácter
racionalista de toda la filosofía moderna. Este “optimismo
dogmático” en el poder ilimitado de la razón suscitará
contra él la posterior reacción del Empirismo y de Kant. Por
otro lado, el papel preponderante que Descartes confiere a
Dios como garante de nuestra certeza cognoscitiva y de la
comunicación entre la res cogitans y la res extensa, será
otro problema que tendrá que dilucidar la filosofía posterior
en sus investigaciones sobre la Razón y su método
(recuérdese Kant). El Idealismo será también una
consecuencia lógica del Racionalismo.
Para concluir, digamos que el pensamiento de Descartes
tuvo una enorme resonancia en Europa. Filósofos y
teólogos se vieron obligados a tomar postura. Las
universidades dominadas por la escolástica cerraron sus
puertas
al
cartesianismo,
que
sólo
fue
acogido
favorablemente fuera del ámbito universitario, porque el
sistema cartesiano no sólo abría nuevos caminos, sino que
planteaba importantes problemas. El primero se refiere a la
concepción de la razón y el método. El segundo, a la
realidad del mundo extramental. Pero el problema más
debatido fue el de la comunicación de las sustancias:
alma y cuerpo. Descartes no aportó una solución
satisfactoria, pero al hacer de Dios la clave de la bóveda de
su sistema, había sugerido ya la solución que adoptarán
sus continuadores, entre los que se encuentran Nicolás
Malebranche y la abadía de Port-Royal, con Antonio Arnauld
– autor de la celebérrima Lógica de Port-Royal – como
máxima figura. En Port-Royal vivió también Blas Pascal,
que estableció los límites de la razón cartesiana: el
corazón. En efecto, el corazón será capaz de comprender lo
que la razón, movida por el espíritu de geometría, no puede
alcanzar: el misterio del ser humano. De ahí la célebre
expresión pascaliana: Le coeur a de raisons que la raison
ne connais pas: El corazón tiene razones que la razón no
comprende.
4
1ª NOCIÓN:
DUDA Y CERTEZA
Como arquetipo del racionalismo, Descartes pretende
conocer la verdad mediante el uso de la razón. Para ello va
a utilizar un método de razonamiento claro y seguro, el
proporcionado por la matemática, es decir, deducir, a partir
de unos primeros principios, un sistema de verdades que
nos informen acerca de lo que es el mundo. De este modo
pretendía lograr, en el ámbito filosófico, la exactitud y el
rigor lógico de dicha ciencia (las matemáticas).
Para ello propone su método o duda metódica,
consistente en rechazar cualquier tipo de autoridad
(autores clásicos o medievales) y confiar en la razón para
lograr un conocimiento cierto, que esté formado por ideas
claras y distintas. La duda recomendada por Descartes es:
 Universal, es decir, se aplica a todo aquello que puede
ser dudado.
 Metódica, pues no es una duda real, como la de los
escépticos, sino un método preliminar en la búsqueda de
la certeza. Es decir, es un paso previo a la certeza, un
instrumento para obtener un conocimiento firme y
seguro de las cosas. La duda es la antesala de la verdad.
 Provisional, ya que Descartes no se propone sustituir
las proposiciones en las que creía por otras nuevas.
 Teórica, en el sentido que debe limitarse al ámbito de la
razón y no extenderse a la conducta.
La búsqueda de un punto de partida absolutamente
cierto exige la tarea previa de eliminar todas las ideas,
conocimientos y creencias que no aparezcan dotados de
una certeza absoluta: hay que eliminar todo aquello de lo
que sea posible dudar. De ahí que Descartes comience con
la duda. Y esta duda será metódica, es decir, es una
exigencia del método en su momento analítico. Las razones
o motivos que alega Descartes para dudar son tres: a)
Duda sobre el testimonio de los sentidos, b) sobre las
demostraciones de la razón y c) sobre la realidad de las
cosas, pues podrían ser un sueño. El escalonamiento de la
5
duda hace que esta adquiera la máxima radicalidad.
Veamos. La duda no es negación, sino suspensión del juicio
ante la posibilidad de error. Descartes entra en la duda
para no caer en el error, pero siempre con la intención de
salir de ahí mediante una certeza, o verdad indudable. La
duda cartesiana, pues, no es un punto de llegada, resultado
del cansancio intelectual como en el escepticismo, sino un
punto de partida para encontrar después una certeza. Esta
certeza no es una simple certeza moral o relativa, que
satisface al sentido común, sino una certeza metafísica o
absoluta, como exige la filosofía. En Descartes, la duda
está integrada en un método, a través del cual se aplica
paso a paso, de manera progresiva. Así, cabe distinguir
dos niveles de duda, uno más radical o atrevido que el
otro. La duda expresa la limitación e imperfección del
conocer y del ser humanos. Un ser perfecto no duda; por
eso, la existencia del yo, establecida por una certeza
descubierta metódicamente a través de una duda previa,
resultará por ello una existencia finita, imperfecta. La duda
cartesiana sólo afecta al conocimiento, a la pura teoría, y
no a la vida práctica y a la acción, pues esta vida y su
dinámica hacen vitalmente imposible la duda.
Pues bien, cabe presentar la filosofía de Descartes como
una investigación que alterna la duda y la certeza según un
orden metódico. En el Discurso del método, Descartes
presenta una versión simplificada del proceso de duda y
certeza mientras que en las Meditaciones metafísicas este
proceso lo desarrolla de manera más extensa.
2ª NOCIÓN:
extensa)
ALMA Y CUERPO
(Res cogitans y Res
Descartes identifica el yo con una sustancia, que es el
alma, a la que él llama también res cogitans, es decir, una
sustancia que piensa. Descartes entiende por sustancia una
realidad que permanece a través del cambio, y que existe
en sí o por sí misma, con independencia de cualquier otra.
El alma es independiente del espacio y de la materia, por
tanto, es independiente del cuerpo. Y la esencia de esta
sustancia consiste precisamente en pensar (en el sentido
6
amplio del término), ya que podemos concebir el alma sin
el cuerpo, pero no la podemos concebir sin el pensamiento.
Conocimiento del yo: la evidencia con que somos
conscientes de nosotros mismos es mayor que la evidencia
con que percibimos nuestro propio cuerpo. Así, puestos a
dudar, la duda recae sobre el cuerpo, al que él denomina
como res extensa, es decir, como una cosa extensa,
mensurable materialmente, que tiene no piensa, etc. La
filosofía de Descartes juega con la hipótesis de una mente
sin cuerpo, considerando la posibilidad de que este sólo sea
un sueño. De hecho, a menudo soñamos sensaciones y
actividades de nuestro cuerpo; y, al despertar, vemos que
nos habíamos engañado al respecto. El dualismo mentecuerpo: la mente es pensamiento, y no tiene extensión; y
el cuerpo tiene extensión, pero no piensa (es como una
máquina sujeta a las leyes de la mecánica). Al separar
radicalmente mente y cuerpo, a Descartes se le plantea el
problema de la relación entre una y otro, problema que deja
sin resolver: si mi conciencia, si mi libertad y voluntad
pertenecen al orden del pensamiento, entonces ¿cómo
puedo yo mover siquiera el brazo, que no es
pensamiento, sino extensión?
El objetivo último de Descartes al afirmar que alma y
cuerpo, es decir, pensamiento y extensión, constituyen
sustancias distintas, es salvaguardar la autonomía del
alma con respecto a la materia. La ciencia moderna,
cuya noción de materia comparte Descartes, imponía una
concepción mecanicista y determinista del mundo material,
en el que no queda lugar alguno par la libertad. La libertad –
y con ella el conjunto de valores espirituales defendidos por
Descartes – sólo podía salvaguardarse sustrayendo el alma
de la necesidad mecanicista, lo que, a su vez, exigía situarla
como algo autónomo e independiente de la materia. Esta
independencia del alma y el cuerpo es la idea centra
aportada por el concepto cartesiano de sustancia: “Puesto
que, por una parte, poseo una idea clara y distinta de mí
mismo en tanto que soy una cosa que piensa e inextensa, y,
de otra parte, poseo una idea distinta del cuerpo en tanto
que es sólo una cosa extensa y que no piensa, es evidente
que yo soy distinto de mi cuerpo y que puedo existir sin él”
(Meditaciones metafísicas, VI).
7
3ª NOCIÓN:
PENSAMIENTO E IDEAS.
En el Discurso del Método nos encontramos con una
verdad absolutamente cierta: la existencia del yo como
sujeto pensante. Esta existencia indubitable del yo no
parece implicar, sin embargo, la existencia de ninguna otra
realidad. En efecto, aunque yo lo piense, tal vez el mundo
no exista en realidad (podemos, según Descartes, dudar de
su existencia); lo único cierto es que yo pienso que el
mundo existe. ¿Cómo demostrar la existencia de una
realidad extramental, exterior al pensamiento? ¿Cómo
conseguir la certeza de que existe algo aparte de mi
pensamiento, exterior a él?
El problema es enorme, sin duda, ya que a Descartes
no le queda más remedio que deducir la existencia de la
realidad a partir de la existencia del pensamiento. Así lo
exige el ideal deductivo: de esta primera verdad —del "yo
pienso"— han de extraerse todos nuestros conocimientos,
incluido, claro está, el conocimiento de que existen
realidades extramentales.
Antes de seguir adelante con la deducción, veamos,
como hace Descartes, qué elementos tenemos en nuestras
manos para deducir la existencia de dichas realidades
extramentales. Descartes nos dice que contamos con dos:
el pensamiento como actividad (yo pienso) y las ideas
que piensa. En el ejemplo citado, "yo pienso que el mundo
existe", esta fórmula nos pone de manifiesto la presencia
de tres factores: el yo que piensa, cuya existencia es
indudable; el mundo como realidad exterior al pensamiento, cuya existencia es dudosa y problemática, y las
ideas de "mundo" y de "existencia" que indudablemente
poseo (tal vez el mundo no exista, pero no puede dudarse
de que poseo las ideas de "mundo" y de "existencia", ya
8
que si no las poseyera, no podría pensar que el mundo
existe).
De este análisis concluye Descartes que el
pensamiento siempre piensa ideas. Es importante
señalar que el concepto de "idea" es en Descartes muy
distinto al vigente en el pasado. Para la filosofía anterior, el
pensamiento no recae sobre las ideas, sino directamente
sobre las cosas: si yo pienso que el mundo existe, estoy
pensando en el mundo y no en mi idea de mundo (la idea
sería algo así como un medio transparente a través del
cual el pensamiento recae sobre las cosas: como una lente
a través de la cual se ven las cosas, sin que ella misma sea
percibida). Para Descartes, por el contrario, el pensamiento
no recae directamente sobre las cosas (cuya existencia no
nos consta en principio), sino sobre las ideas: en el
ejemplo utilizado, yo no pienso en el mundo, sino en la
idea de mundo (la idea no es como una lente transparente,
sino
como
una
representación
o
fotografía
que
contemplamos). ¿Cómo garantizar, pues, que a la idea de
mundo corresponde la realidad del mundo?
La afirmación de que el objeto del pensamiento son
las ideas lleva a Descartes a distinguir cuidadosamente
dos aspectos en ellas: las ideas en cuanto que son actos
mentales ("modos del pensamiento", en expresión de
Descartes) y las ideas en cuanto que poseen un
contenido objetivo. Como actos mentales, todas las
ideas poseen la misma realidad; en lo que se refiere a su
contenido, su realidad es diversa: "En cuanto que las ideas
son sólo modos del pensamiento, no reconozco desigualdad
alguna entre ellas, y todas ellas parecen provenir de mí del
mismo modo, pero en tanto que la una representa una
cosa, y la otra, otra, es evidente que son muy distintas
entre sí. Sin duda alguna, en efecto, aquellas ideas que me
representan sustancias son algo más y poseen en sí, por así
decirlo, más realidad objetiva que aquellas que representan
sólo modos o accidentes" (Meditaciones, III).
9
CLASES DE IDEAS. Descartes distingue tres tipos de
ideas:
1.
Ideas adventicias, las que parecen provenir de
nuestra experiencia externa (las ideas de hombre, de
árbol, los colores, etc.). Hemos escrito "parecen
provenir", y no "provienen", porque aún no nos consta
la existencia de una realidad exterior.
2. Ideas facticias, aquellas que construye la mente a
partir de otras ideas (la idea de un caballo con alas,
etc.).
3. Ideas innatas. Es claro que ninguna de estas ideas
puede servirnos como punto de partida para la
demostración de la existencia de la realidad
extramental: las adventicias, porque parecen provenir
del exterior y, por tanto, su validez depende de la
problemática existencia de la realidad extramental; las
facticias, porque al ser construidas por el pensamiento,
su validez es cuestionable. Sin embargo, existen
algunas ideas (pocas, pero las más importantes) que no
son ni adventicias ni facticias. Ahora bien, si no pueden
provenir de la experiencia externa ni tampoco son
construidas a partir de otras, ¿cuál es su origen? La
única contestación posible es que el pensamiento las
posee en sí mismo, es decir, que son innatas. (Henos
aquí ya ante la afirmación fundamental del
racionalismo de que las ideas primitivas a partir de las
cuales se ha de construir el edificio de nuestros
conocimientos son innatas. Véase el tema anterior,
2.1.2.) Ideas innatas son, por ejemplo, la de
"pensamiento" y la de "existencia", que no son
construidas por mí ni proceden de experiencia externa
alguna, sino que las encuentro en la percepción
misma del "pienso, luego existo".
10
PRIMER TEMA:
EL COGITO Y EL CRITERIO DE
VERDAD
Descartes advierte que hay una evidencia más cierta y
segura que la evidencia de las mismas verdades
matemáticas, una certeza acerca de la cual nadie, ni
siquiera un espíritu con voluntad y poder de engañarle,
podría hacerle dudar. Esta certeza indudable es la evidencia
de su propia existencia. En efecto, puedo dudar de todo lo
que quiera, pero no puedo dudar de que existo mientras
dudo. Así, si dudo, si me engaño, si sueño, por lo menos
existo, aunque sea como algo que duda, se engaña o
sueña. Por tanto, mi conciencia implica existencia; para
pensar, para dudar, se precisa ser. En consecuencia, yo
existo, y existo precisamente como "cosa que piensa".
Descartes expresa esa verdad con la famosa fórmula
"Pienso, luego existo", que no debe interpretarse mal: a)
"Pienso" tiene una significación muy amplia; significa
cualquier actividad de la mente; en este sentido, soñar y
engañarse es pensar; b) "luego existo" no es la conclusión
de un razonamiento, sino la intuición (es decir, la captación
directa e inmediata) de una evidencia. Esta fórmula tiene
la virtud y el privilegio de conectar, inmediatamente., el
acto de pensar o de dudar con la certeza de la existencia
como contenido necesario de ese acto. Dicho más
claramente: no es que dudemos aquí, y encontremos una
certeza allá, y relacionemos una cosa con otra de manera
externa; es que, al dudar, la certeza se nos muestra en el
interior mismo de la duda, como una implicación suya,
como su otra cara.
El Criterio de verdad. Las ideas son los hechos de
conciencia más simples: son como imágenes que
representan cosas. Desde el punto de vista de su
evidencia, o certeza patente e inmediata, las ideas se
dividen en claras y oscuras; y las claras, en distintas y
confusas. Una idea es clara cuando, por decirlo así,
manifiesta o transparenta las cosas; si las encubre u
oculta, es oscura. Una idea es distinta cuando está
11
separada de cualquier otra idea, de modo que pueda ser
definida; si no admite definición, entonces, aunque sea
clara, resultará confusa (si percibimos o recordamos con
nitidez un color, un olor o un sabor, tendremos ideas claras
al respecto, pero no distintas, sino confusas, porque tales
cualidades sensibles no se dejan definir). La claridad y
distinción de las ideas constituye el criterio de verdad, es
decir, la norma para identificar o reconocer la verdad
como tal. Se formula así: "Todo lo que veo con claridad y
distinción es verdadero". Esta regla tiene su origen en el
"Pienso, luego existo", en el siguiente sentido: si esa
verdad particular es clara y distinta, entonces cabe
sostener, con carácter general, que todo lo que sea claro y
distinto resultará verdadero. El criterio garantiza que a toda
evidencia subjetiva (vivida mentalmente con claridad y
distinción) corresponde siempre, fuera del sujeto, una
verdad objetiva. Sin embargo, la validez y fiabilidad de tal
criterio no es absoluta, porque, puestos a dudar, cabe la
posibilidad de que sea objetivamente falsa una cosa
concebida por nosotros de manera clara y distinta: hipótesis
del genio maligno (resulta más atrevido y radical, y tiene
más interés filosófico, dudar de cosas presentadas por ideas
claras y distintas - segundo nivel de duda- que dudar de
cosas presentadas por ideas oscuras y confusas - primer
nivel de duda-).
Problemas. Sin embargo, ahora comienzan los
verdaderos problemas de la filosofía cartesiana. Porque
sobre esa certeza, que tenía que funcionar como primera
piedra del edificio de la filosofía, no se puede edificar nada.
La evidencia de la propia existencia resulta un callejón sin
salida, que no conduce a ninguna parte. De esta verdad
evidente no cabe deducir conclusión alguna. En su círculo
de certeza, el sujeto pensante se garantiza a sí mismo
como algo real, pero desde ahí no puede fundamentar
nada. Tal es la soledad y cierre absoluto de la conciencia:
a ella le resulta imposible aventurar juicio alguno en
relación con otra cosa que no sea su propia existencia.
Así, el hipotético genio maligno sólo ha sido neutralizado
en parte. Pues, aunque no puede engañamos respecto a
nuestra propia existencia (una existencia - no se olvide 12
puramente mental), sí puede hacerlo con relación a
cualquier otra cosa que caiga fuera del circuito de certeza
del yo: ¡y son todas, excepto el yo! Cuatro son los temas
que se convierten en problemas al no quedar garantizados
por la evidencia de la propia existencia. Decir que son
problemáticos es decir que están sujetos a duda: un
hipotético genio maligno podría engañarnos al respecto.
Estos cuatro problemas son: el de la existencia del propio
cuerpo, el de la existencia de los otros (otras mentes), el
de la existencia del mundo y el de la validez de las verdades
matemáticas.
SEGUNDO TEMA:
DEMOSTRACIÓN DE LA
EXISTENCIA DE DIOS
Descartes ofrece tres pruebas de la existencia de
Dios, pruebas que repite, con variantes, en cuatro obras
suyas {Discurso del método, Meditaciones metafísicas,
Principios de filosofía y Respuestas a las segundas
objeciones). En todas esas pruebas juega con la idea de
Dios (la idea de un ser perfecto e infinito), utilizando su
criterio de verdad o regla de la evidencia (es verdadero lo
que percibo clara y distintamente). Éstas son las que
presenta en el Discurso del método:
Primera demostración. Va del efecto a la causa. El
punto de partida es la idea de Dios en mí. A esta idea se le
aplica el principio de causalidad. Y el punto de llegada es
Dios, entendido como la causa de esa idea. Formulación:
1) Yo existo como un ser imperfecto, puesto que dudo. Y
tengo en mí la idea de un ser más perfecto que yo. 2) Esta
idea no puede proceder de la nada (porque de la nada,
nada puede salir) ni de mí mismo (porque lo más perfecto
no puede provenir de lo menos perfecto). 3) Luego esa
idea ha sido puesta en mí por un ser más perfecto que yo,
poseedor de todas las perfecciones, es decir, por Dios
mismo... Así, pues, la existencia de Dios se demuestra por
el hecho de que su idea está en nosotros. Esta idea reclama
una causa superior a mí, exige a Dios mismo como causa
13
suya. Aplicar el principio de causalidad a las ideas en
general y a la idea de Dios en particular es una novedad, y
Descartes es plenamente consciente de ello. En la
Meditaciones metafísicas ofrece una versión más rigurosa
de esta demostración.
Segunda demostración. También va del efecto a la
causa. El punto de partida ahora es el yo que tiene la idea
de Dios. A este yo se le aplica el principio de causalidad. Y
el punto de llegada es Dios, entendido como la causa,
creadora y conservadora, de mi ser imperfecto o
contingente. Formulación: 1) Conozco perfecciones que
no tengo (sé esto al considerar la idea de Dios en mí). 2)
Ahora bien, si sólo existiera yo, independiente, y de mí
procedieran las perfecciones que tengo, hubiera podido
tener también las perfecciones que no tengo, y ser infinito,
eterno, omnisciente y omnipotente. 3) Luego no soy el
único ser que existe, sino que hay otro más perfecto que
yo, del que dependo, y del cual he adquirido las
perfeccionas que tengo. Dicho más claramente: yo mismo
dependo de Dios en un doble sentido, que arroja luz sobre
su esencia o naturaleza. A) Él me ha creado, dándome la
existencia. En efecto, puesto que conozco una serie de
perfecciones que me faltan, yo dependo de Dios; pues si
dependiese de mí mismo, me habría dado sin duda todas
aquellas perfecciones. B) Por otra parte, Él me conserva
en la existencia. En efecto, como compuesto de mente y
cuerpo, yo dependo de Dios, que no es compuesto, sin
cuyo poder no podría subsistir un sólo instante... Así, pues,
el ser que tiene la idea de Dios, y no es Dios, tiene que ser
causado por Dios. Algunos consideran esta demostración
como un complemento y una aclaración de la anterior.
Tercera demostración. Es el famoso argumento
ontológico de San Anselmo. El punto de partida es la idea
de Dios en sí misma. En el proceso de prueba se establece
una implicación lógica o conexión necesaria entre esta idea
y la existencia misma. Y se llega a Dios, entendido como el
ser cuya existencia está implícita en su esencia.
Formulación: 1) Tengo la idea de un ser perfecto. 2) En esta
idea está contenida necesariamente la existencia como
atributo esencial (como en las definiciones del triángulo o
de la esfera están contenidas sus correspondientes
14
propiedades). 3) Luego Dios existe... Descartes compara
las verdades matemáticas con la verdad "Dios existe", y ve
que estas verdades son igualmente evidentes, con la
siguiente diferencia: la definición de los distintos objetos
matemáticos no implica su existencia; la de Dios, sí. Así,
pues, el existir pertenece al concepto y a la naturaleza de
Dios. Cuando intuimos a Dios como un ser perfecto,
intuimos a la vez su existencia. El argumento ontológico ya
fue rechazado por Santo Tomás, que veía en esta prueba
un paso ilegítimo del orden ideal al orden real. Kant
también criticará ese argumento. Según él, la existencia de
una cosa no es una simple perfección o cualidad más que
se añade a ella, sino la cosa misma, con todas sus
perfecciones o cualidades.
Planteamiento de la cuestión. En rigor, Descartes no
se pregunta si existe Dios. Se pregunta si existe algo más
que uno mismo (pregunta muy general y escandalosa para
el sentido común). Porque él tiene ideas, pero no tiene
ninguna seguridad de que, fuera, existan las cosas a que se
refieren esas ideas. Pero la existencia de realidades
exteriores al sujeto sólo se prueba "desde dentro", desde la
conciencia, a partir de las correspondientes ideas. Por
tanto, se trata de saber si, entre las ideas que hallo en mí,
hay alguna que me remita a una cosa fuera de mí; se trata
de encontrar en mí una idea tal, que me lleve a alguna
realidad exterior a mí. Naturalmente, quedan excluidas
aquellas ideas cuya causa pueda ser yo, porque, al
explicarse por mí, no me valen para salir de mí, para
demostrar que existe algo más que yo. La idea de Dios.
Pues bien, la idea de Dios es la idea buscada. Ya sea
considerada
como
efecto
que
exige
una
causa
proporcionada, ya sea considerada en sí misma (argumento
ontológico), esta idea tiene la virtud de llevarnos a una
realidad más allá de nosotros, a una existencia distinta del
yo. que no es otra que la existencia de Dios. Por otra
parte, digamos lo siguiente: Santo Tomás daba por
supuesta la existencia del mundo; por eso podía partir del
mundo para demostrar la existencia de Dios. Pero tal
camino se le cierra a Descartes, desde el momento en que
la duda pesa sobre el mundo. Descartes no da por supuesta
la realidad del mundo y, además, tiene que demostrar la
15
existencia de Dios. Está claro que, durante esa
demostración, no podrá apoyarse en el mundo," pues el
mundo también tiene que ser demostrado. Por tanto, se ve
que la única salida que le quedaba a Descartes era probar la
existencia de Dios a partir de la idea de Dios, o del yo que
tiene esa idea, y luego probar la existencia del mundo a
partir de Dios.
Necesidad de Dios. Pero es que Descartes, por el
planteamiento que ha hecho, está obligado a recurrir a
Dios; en su filosofía, el tema de Dios no aparece por
casualidad o capricho, sino por necesidad. En efecto:
terminar apelando a Dios es el precio que Descartes tendrá
que pagar por sus anteriores excesos críticos, por haber
ido tan lejos con la duda. Al cuestionarlo todo, Descartes
se ha metido en un atolladero, del que no cabe salir si no
es con el recurso a la existencia de Dios. Este Dios será la
otra cara de una moneda cuya cruz era aquel genio
maligno, hipótesis con la que se proyectaba una sombra de
duda sobre todas las cosas.
Contraste en la filosofía de Descartes. Puede parecer
sorprendente que Descartes, tan crítico, tan escrupuloso en
materia de prueba, que no da por supuesto nada, ni
siquiera la realidad del mundo y la validez de las
verdades
matemáticas,
acepte
las
anteriores
demostraciones, no encontrando reparo alguno en ellas. Es
como si, a última hora, se produjese una pérdida de
exigencia en su filosofía. En este sentido, muchos lectores
de Descartes ven defraudadas sus primeras expectativas
con relación a esta filosofía. Necesidad de Dios. Pero es que
Descartes, por el planteamiento que ha hecho, está
obligado a recurrir a Dios; en su filosofía, el tema de Dios
no aparece por casualidad o capricho, sino por necesidad.
En efecto: terminar apelando a Dios es el precio que
Descartes tendrá que pagar por sus anteriores excesos
críticos, por haber ido tan lejos con la duda. Al
cuestionarlo todo, Descartes se ha metido en un
atolladero, del que no cabe salir si no es con el recurso a la
existencia de Dios. Este Dios será la otra cara de una
moneda cuya cruz era aquel genio maligno, hipótesis con la
que se proyectaba una sombra de duda sobre todas las
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cosas. En este sentido, la existencia de Dios funciona,
extrañamente, como una certeza de la certeza, o una
garantía de la garantía; pero tiene que ser así en la medida
en que la verdad "Yo existo" sólo se garantiza a sí misma.
Por eso, el ateo, al prescindir de semejante garantía, no
puede saber nada con certeza. En el texto, Descartes
presenta a Dios como garantía del criterio de verdad. Dios
garantiza que a la claridad y distinción de nuestras ideas
corresponde, fuera de nosotros, una verdad. Adviértase que
Descartes realiza aquí una fundamentación circular:
apoyándose en el criterio de verdad (claridad y distinción de
las ideas), antes ha demostrado la existencia de Dios (cuya
idea es clara y distinta); y apoyándose en la existencia de
Dios, ahora garantiza la validez de ese criterio.
OTRA CONTEXTUALZIACIÓN:
LA FILOSOFÍA DE DESCARTES.
SIGNIFICADO Y MARCO HISTÓRICO.
Descartes (1596-1650) es el primer gran filósofo de la
época moderna, fundador del movimiento filosófico
llamado racionalismo. Pero, para comprender en toda su
profundidad esta fórmula, esta carta de presentación,
convendrá tener en cuenta que "época moderna" significa,
aquí, el momento en que:
- Las ciencias comienzan a cobrar auge y
protagonismo, al margen de la filosofía, desarrollándose
cada una en diversos campos y direcciones (matemáticas:
geometría,
cálculo,
álgebra;
física:
mecánica,
astronomía;
medicina:
anatomía, fisiología), con un
cierto peligro de dispersión del saber humano
(a
partir del Renacimiento surge, precisamente, la separación
y progresiva incomunicación entre las ciencias, por un lado,
y las letras y las artes, por otro, abismo únicamente
superado por algunos humanistas de cultura universal,
como Leonardo).
- La física ha encontrado un método, el método
hipotético-deductivo (experiencia^razón^experiencia), en
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el que la experiencia sensorial juega un' papel
fundamental, como punto de partida y de llegada, o de
control, de la teoría (ya Occam, al final de la Edad Media,
desde un empirismo radica! había criticado la pretensión,
que nene la razón filosófica, de proporcionar conocimientos
sin recurrir a la experiencia).
- La concepción finitista y geocéntrica, en física, es
sustituida por una concepción infinitista y heliocéntrica,
con lo cual el hombre deja de entenderse a sí mismo
como estando en el centro del sistema solar y del
universo;
fuera
de
ese
lugar
privilegiado, ahora se siente perdido en la inmensidad
cósmica (el antropocentrismo de los humanistas del
Renacimiento intentará, de manera más o menos
consciente, contrarrestar este hecho).
Pues bien, Descartes responde, en nombre de la
filosofía, al reto intelectual de la época moderna, de la
siguiente forma:
- Intenta unificar el conocimiento humano, es decir,
intenta fundamentar las distintas ciencias en la filosofía.
- Y eso, mediante un método (inspirado en los
procedimientos de la matemática), que sea expresión de
la razón, entendida como pura intuición, antes que
deducción, y que ponga en duda todas aquellas verdades
que no resulten evidentes para la intuición.
- Tal método gira alrededor del yo, que se convierte
en el centro de la problemática filosófica, en un doble
sentido: a) el yo es el comienzo metódico, o inevitable
punto de partida de la investigación; b) el yo es la
certeza que esa investigación encuentra y. por tanto, es
el nuevo gran tema de la filosofía. Así, mientras que la
filosofía antigua y medieval tiene como objetos casi
exclusivos de reflexión los temas del mundo (de las ideas,
en Platón, o de la Naturaleza, en Aristóteles) y de Dios
(Santo Tomás)» la filosofía moderna, con Descartes,
descubre como tema propio al hombre, aunque entendido
sólo como conciencia o yo. Se trata, justamente, de ese
hombre que, como acabamos de decir, ha sido colocado
por la física moderna en una posición excéntrica; de esta
forma, el hombre, aunque abandona, físicamente hablando,
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el centro del universo, ocupa por primera vez, como
conciencia o yo. el centro de la filosofía, y la filosofía, no se
olvide, es universal.
Al centrar la investigación filosófica en el yo, al
"encerrarse" en el yo, Descartes llega al idealismo; según
esta postura, no podemos conocer la realidad
directamente, en sí misma, sino de forma indirecta, a
través de una "idea" (por lo cual, en rigor, quizá no
conozcamos realidad alguna).
Los idealistas se dividen en racionalistas y empiristas,
según que conciban aquella idea como un concepto lógicomatemático de la razón, no derivable de la experiencia
(idea innata), o como una imagen sicológica de la memoria
y de la imaginación, elaborada a partir de la experiencia
sensorial.
En cualquier caso, la filosofía moderna, frente a la
filosofía antigua y medieval que eran profundamente
realistas, parece estar de acuerdo en el idealismo: en que la
información que recibimos de las cosas exteriores está
necesariamente filtrada o modificada por nuestras
peculiares estructuras intelectuales y sensoriales, de
manera que, desde nuestro encierro, no podemos
garantizar que esas cosas sean tal como nos son conocidas
(Kant dejará claro esto, poniendo fin, de paso, al diálogo de
sordos entre racionalistas y empiristas).
Expresión de este idealismo, de este "callejón sin
salida" que es el yo, es tanto un problema que a Descartes
se le va a plantear, el problema de la existencia del mundo,
como la solución que dará a ese problema: apelar a Dios,
entendiéndolo como la única certeza desde la que
garantizar aquella existencia.
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