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EL CORAZÓN SOBRE LA CRUZ
La cruz que viene entregada al devoniano cuando emite la primera profesión religiosa, lleva un corazón que
es el símbolo del Corazón de Cristo, pero indica también la entrega del propio corazón a Cristo. La vida del
Beato P. Dehon, desde el inicio al final, ha estado signada por la cruz que él ha aceptado y ofrecido en
espíritu de amor y reparación por el corazón de Cristo, y también por su Congregación. No obstante el P.
Dehon no ha sido nunca un “dolorísta”, es más, externamente aparentaba una serenidad casi imperturbable
y frecuentemente coloreada de un fino humorismo.
La cruz, lo sabemos, no es solo el instrumento de nuestra redención, sin también el paso obligado para la
edificación del Reino. Si miramos la vida del P. Dehon, aparece evidente que la existencia de la
Congregación de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús tiene ciertamente su fundamento en la
voluntad de Dios, pero a la vez ha sido generada por los sufrimientos padecidos y ofrecidos por el P. Dehon.
Nuestra tesis es que la cruz se entrecruza tan íntimamente y constantemente con la vida del P. Dehon que
no es posible no ver en esto, por una parte, la consecuencia lógica de su voto de víctima y por otra parte un
preciso designio de Dios que ha querido edificar esta Congregación en la dinámica de muerte y de
resurrección de su Fundador.
A estas conclusiones se llega a través de una mirada retrospectiva y sincrónica que percibe es sentido de la
totalidad solo cuando se ha llegado al final. Es lo que intentaremos hacer en los límites breves de un artículo
que podría llevar a un estudio más profundo y documentado.
1. El signo de la cruz.
No hay duda que la emisión del voto de víctima que el P. Dehon ha unido a la profesión de los votos
religiosos el 28 de Junio de 1878, es el punto discriminante. El ofrecerse a Dios como víctima por el amor y
la reparación, entiéndase como se quiera entender, consistirá siempre en un ponerse voluntariamente sobre
el altar junto a Jesús, Víctima Divina, ofrecida la Padre par la remisión de los pecados. Que Dios toma en
serio esta ofrenda victimal aparece evidente, no solo en la vida del P. Dehon, sino también en la de nuestros
primeros Padres que siguieron su ejemplo.
Si en la evolución espiritual del Padre el voto de víctima adquiere un peso discriminante, se debe decir que
también en su vida precedente no ha faltado la cruz, en la que, como veremos, tampoco ha faltado la caricia
de Dios.
Si es cierto que era de alta estatura, el joven León Dehon no ha sido nunca un coloso de salud. Su carácter
inteligente y vivaz escondía una constitución frágil, debida a algunas enfermedades de la infancia que han
dejado secuelas para toda su vida.
Tenía apenas cuatro años, cuando padeció unas fiebres cerebrales malignas que, años anteriores, habían
llevado a la muerte a un hermanito suyo. Curó, pero le quedó una tendencia a los dolores de cabeza. En
edad escolar, le sucedió un feo accidente justo en el camino de vuelta de la escuela. Estaba oscuro y caía
una tormenta de nieve. Caminaba por la carretera bien encapuchado y fue achocar contra un caballo que
tiraba de un carro. El mismo atribuye al ángel de la guarda el hecho de no haber caído bajo las ruedas, pero
el golpe que recibió en la cabeza le ocasionó por días un bufar en los oídos y de por vida una cierta sordera.
En su viaje a Oriente y Tierra Santa (agosto 1868 – junio 1865), en sus notas, el nos cuenta dos hechos
extraordinarios. El primero hace referencia a una llaga dolorosa en un pié, producida por las largas
caminadas y por la subida al monte Carmelo. Se encomendó a la Virgen y por la mañana la llaga había
desaparecido. El segundo, mientras estaban visitando Triade junto con su amigo Palustre, padeció unas
fiebres que le abatieron y dejaron sin fuerza y tuvo que quedarse en cama. También en esta ocasión se
confió en la Virgen y, dos días después, pudo continuar viaje.
Avanzando en el tiempo, nos encontramos en roma donde estaba preparándose al sacerdocio. Esta vez está
en riesgo su vida. Es el año 1868, un año en el que se concentran una serie de trabajos que lo llevarán al
agotamiento. Elegido entre los 24 estenógrafos para el concilio Vaticano I, a las normales fatigas de las
clases y estudios de teología, se añaden los cursos de estenografía. Además, en el mismo tiempo, estaban
presentes en roma sus padres durante dos meses y esto implicaba el estar con ellos, acompañarles y visitar
la ciudad. Justamente por esta presencia de sus padres en Roma, le viene concedida la dispensa papal para
poder anticipar en algunos meses la ordenación sacerdotal.
Era inevitable que todo este cúmulo de acontecimientos incidiera sobre su salud.
Efectivamente, cayó en un estado de profundo agotamiento hasta el punto que no se tenía de pié, devorado
por una fiebre que hacía sospechar la presencia de la tisis. Estaba en peligro su vida, mientras en Francia lo
esperaban para la primera misa. Fue en este preciso momento que sucedió algo extraordinario. No se sabe
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quién le envió un paquete anónimo, en el que había una botella de agua de Lourdes y un cíngulo llamado de
San José. Don León bebió el agua de Lourdes y curó, de tal manera que pudo tomar el tren y acercarse a su
pueblo para la celebración de la primera misa. ¡Gracias a Dios! Pero su aspecto era tal mente macilento que
alguno llegó a comentar: “Este pobre cura no dirá muchas misas”.
¿Qué decir de estos hechos? Estamos al inicio de su misión y ya la precariedad de su salud aparece como un
desafío para el futuro. Pero la mano de Dios estaba sobre él y nosotros, hoy, sabemos el por qué.
2. El voto de víctima.
Aquel pobre cura, para el que no se preveía un gran futuro, celebrará muchas misas. Con cuatro doctorados,
lo vemos coadjutor en San Quintín metido en un mar de actividades y de obras sociales. Atento a la voz del
Señor, se siente llamado a fundar un nuevo instituto dedicado al amor y al culto del Corazón de Cristo. El 28
de junio de 1878, fiesta del Sagrado corazón, P. Dehon termina su noviciado y emite sus votos religiosos,
añadiendo el de víctima. De aquel día Él escribe: “Me entregué sin reservas al Corazón de Jesús, y en mi
pensamiento los votos eran ya perpetuos. Mi emoción fue muy profunda. Sentía que tomaba la cruz sobre
mis hombros, donándome a nuestro Señor como reparador y como fundador de un nuevo instituto”.
Se trata de una gran meta. P. Dehon era consciente de las consecuencias de su consagración y, en las
frases citadas, el mismo nos da la clave de lectura de todo lo que vendrá después.
Estamos ante el núcleo de la espiritualidad reparadora así como la entiende el P. Dehon y sus primeros
discípulos. Es iluminante, a este respecto, lo que escribe esa espléndida figura de Dehoniano que fue el P.
Alfonso Rasset: “Creo que, consagrándose al Sagrado Corazón, se obtienen sobre todo grandes fracasos,
humillaciones, derrotas y catástrofes intercalados por acontecimientos increíbles que nos maravillan si
tenemos cuenta de la pobreza de los instrumentos…”. Una convicción y una constatación, sobre todo un
modo de hacer por parte de Dios.
Muchas veces el P. Dehon ilustra su modo de ver la espiritualidad victimal. Acerca de la reparación y de la
consolación al Corazón de Cristo tenía ideas muy precisas, si bien no disponía de las actualizaciones
teológicas que vendrán después. Por ejemplo, cuando el P. Guillaume escribe que nuestro Fundador “más
que a reparadores, habían intentado reagrupar a consoladores”, P. Dehon tuvo que precisar de inmediato:
“Vosotros no conocéis todavía los particulares de nuestros inicios. No he querido hacer una Obra de
consolación sin reparación. No he querido nunca hacer otra cosa que una Obra de reparadores y de
víctimas… He hecho voto de víctima y nuestro Señor lo ha tomado en serio, enviándome una detrás de otra
las pruebas más crucificantes , algunas de las cuales menciono en mis Memorias”.
En estas tres líneas no solo precisa el fin de su Obra, si no también cómo él ve en todos los acontecimientos
de su vida una directa correlación con su voto de víctima.
Nótese que el P. Dehon no se adhiere al filón de rigorismo penitencial que caracterizaba la espiritualidad de
Madre Verónica, fundadora de las Víctimas del Sagrado Corazón. A esta escuela pertenecía el P. Andrés
Prévot, que había pertenecido al núcleo de sacerdotes reagrupados en torno a la Madre Verónica. P. Dehon,
por su parte, precisa: “Yo prefiero dejar en manos de nuestro Señor el mango del látigo. Insisto menos
sobre las mortificaciones personales, si bien son necesarias, pero recomiendo mayormente el abandono
paciente a las pruebas que nuestro Señor nos envíe. Nuestro Señor no se ha crucificado sino que se ha
dejado crucificar”.
3. Cuando Dios te toma la palabra.
Varias veces el P. Dehon insinúa las pruebas dolorosas que ha sufrido en su vida y las ve como una
aprobación del voto de víctima. El ha ce siempre una lectura desde la fe. Si miramos su vida, aparece
evidente que se le ha pedido sacrificar todo: la pérdida de los bienes materiales y la destrucción de sus
obras, la supresión temporánea de su Instituto, la calumnias más lesivas a su honor y hasta la
incomprensión y la agresión moral por parte de algunos de sus hijos espirituales. Una especie de agonía
progresiva hasta la muerte moral que él llamará su “consummatum est”.
Si ahora nosotros, levantamos el velo de algunos de estos acontecimientos dolorosos, lo hacemos con temor
y temblor, leyéndolos también nosotros a la luz de aquella fe con la que P. Dehon los ha trasformado y
vuelto fecundos en el amor de Cristo.
a) Al precio de la vida.
La vida larga y activa del P. Dehon esconde un secreto de amor y de muerte. Nos hemos ya encontrado en
el terrible morbo de la tisis, pero ahora reaparece de la forma más dramática. En sus primeros años de
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actividad como coadjutor P. Dehon se había embarcado en tal variedad de trabajos que podía dedicar
poquísimo tiempo a la oración, al estudio y al descanso. Justamente cuando iba a dar inicio al nuevo
Instituto, vino el envite. La enfermedad que estaba encubando rompió virulenta, vuelven los vómitos de
sangre. En poco tiempo la situación se vuelve insostenible, hasta el punto de reducirlo al límite de la vida. En
este momento interviene la mano de Dios. Cuando las Esclavas del S. Corazón, de las que era director
espiritual y confesor, llegan a conocer la gravedad de la enfermedad del Padre y que los médicos no le
daban más de tres meses de vida, de inmediato abren una serie de oraciones y de penitencias para arrancar
el milagro de su curación. En particular, Sr. María de Jesús, hermana menor de la Madre fundadora (Madre
Ulrico), ofrece su vida al puesto de la del Padre Dehon. Pone por escrito su decisión, pidiendo el espacio de
15 meses (según los misterios del Rosario) para prepararse a su muerte. De forma fulminante le entra la
tisis y, después de 10 meses, Dios la considera ya preparada para el cielo. El P. Dehon se recupera y
trabajará infatigablemente hasta los 82 años, sin olvidar nunca a qué precio Dios le había prolongado la
vida.
Cuando P. Dehon escribía que Dios había tomado en serio su voto de víctima, sabía lo que decía. Nosotros
permanecemos sobrecogidos ante el misterio de muerte y de resurrección que circunda su vida. Sana, pero
nunca del todo. Enfermedades y sufrimientos, incluidos los achaques de la vejez, lo acompañarán durante
toda su vida. Para confirmarlo citamos una frase suya de los años 1915: “No puedo más. La bronquitis
crónica me hace toser con frecuencia y escupir sangre”, y algunas veces corre el peligro de ahogarse.
b) Dios da y Dios quita.
Todas las primeras casas, cuna de la Congregación y construidas a expensas de su notable patrimonio
personal, sufrieron la suerte de la expropiación o de la destrucción. Primero con la guerra franco-prusiana,
después con las leyes antirreligiosas de los gobiernos masónicos del inicio del siglo XX que implicaron la
expulsión de los religiosos de Francia y la confiscación de todos sus bienes, finalmente con la gran guerra
del 1914 al 1918. Al final de la gran guerra, cuando P. Dehon, después de tres años de exilio, tocó tierra
francesa y vio la ruina de sus casas, no pudo evitar las lágrimas, pero su fe le hizo decir: “Con la ayuda del
Sagrado Corazón recomenzaremos por tercera vez”.
Efectivamente, no solo las casas fueron reconstruidas, sino que se abrieron otras en varias naciones y en las
misiones (Ecuador, Brasil, congo). Todavía hoy, teniendo cuenta también de la precariedad económica
debida a las guerras, nos es difícil imaginar como hiciera para encontrar fondos para llevar adelante tantas
obras. Sus fondos personales se habían agotado y solo quedaba fiarse de la Providencia: “Los recursos
faltan, los bienhechores disminuyen, necesitamos una confianza ciega en la Providencia”.
Estas tremendas dificultades no consiguieron nunca desmoralizar al P. Dehon, sino al contrario, acrecían en
él la fe y la esperanza. No podía ser otra la explicación de su decisión de dar inicio en roma, en tiempos de
gravísima crisis económica, a la construcción del gran Templo de Cristo Rey.
Aún animada por Benedicto XV, aparecía una empresa demencial, pero cuando estaba convencido de que
eran una obra querida por el Señor, no había nadie capaz de pararlo. Y mucho menos el aspecto financiero,
porque también este debía entrar en los planes de Dios. Lo que, naturalmente, no le dispensaba de los
escalofríos de una fe que a veces tocaba el heroísmo, pero que la fidelidad de Dios no dejaba desilusionada.
Dedicó las últimas energías de su vida a la obra romana que sus hijos espirituales fatigosamente
consiguieron ultimar (1934) diez años después de su muerte.
c) Si el grano de trigo no muere…
Hemos tocado los desastres materiales, pero son nada ante la tragedia que golpeará bien pronto a la joven
congregación del P. Dehon. Hablando de esta desgracia, viene a la mente la frase evangélica: “Si el grano
de trigo que cae en tierra no muere, permanece solo; si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24).
En primer lugar se dio la calumnia directa a destruir su honorabilidad moral. Salió limpio, pero todos
sabemos el efecto devastador del barro de la calumnia. Si bien en el origen estuvieron personas claramente
desequilibradas o movidas por viles intereses, no es difícil imaginar la vergüenza y el deshonor del P. Dehon
en su ciudad donde era por todos conocidos y valorado.
Sucesivamente la agresión se dirige a toda su Obra que vendrá, si bien temporalmente, completamente
destruida. Aquí no es posible entrar en el entramado de los hechos, de malentendidos, de falsedades
calumniosas, de presiones provenientes incluso de algunos Padres del Instituto, que llevarán al Obispo local,
Mons. Thibaudier (Obispo de Soissons) a perder la confianza en P. Dehon. Por otra parte, parecía que la
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Obra dependiese demasiado de ciertas “revelaciones” (Sor maría de San Ignacio) y a presuntas visiones
extraordinarias (P. Tadeo Captier scj). Resumiendo, el Obispo, que debía dar la aprobación diocesana de la
Congregación, buscó consejo en instancias superiores y la cosa fue llevada a roma, al Santo Oficio. El Obispo
pedía solo un consejo, y le llegó un decreto de supresión. La obra debía ser desmantelada, porque se
fundaba en presuntas revelaciones no auténticas y por tanto privada de credibilidad.
El decreto del Santo Oficio llevaba fecha de 28 de noviembre de 1883, pero por casualidad o por Providencia
divina, fue entregado al P. Dehon el 8 de Diciembre, fiesta de la Inmaculada. Seguramente fue la Virgen
Inmaculada la que ayudó al Padre Dehon en esa prueba terrible. El mismo lo dice: “He recibido esta
sentencia de muerte en la bella fiesta del 8 de Diciembre. Dios sabe lo que he sufrido durante aquellos días
de muerte. Sin una gracia especial habría perdido la razón y la vida.
Es su “consumatum est” particular. Todo lo que había tratado de construir, convencido que era voluntad de
Dios y confirmado por sus directores espirituales (incluso San Juan Bosco) venía desaprobado y destruido. A
un abogado como él no podía pasarle por alto que aquellas conclusiones no estaban suficientemente
motivadas, por lo que se podía pensar en un recurso. Pero el Padre permaneció fiel a su voto de víctima,
vive en espíritu de abandono a la voluntad de Dios, no busca defensas ni justificaciones, sino que mas bien
atribuye toda la culpa a sí mismo.
Retirándose a la capilla, escribe una nobilísima y conmoverte carta a su Obispo, en la que aparece evidente
la fuerza y la cualidad de su espiritualidad, “Nuestro Señor me pide ahora destruir lo que me había pedido
construir”. El sufrimiento es indecible: “La muerte sería cien veces mejor”. Es un hombre despojado de todo,
no le queda nada: “Todo esta roto y destrozado: el honor, los recursos empleados, la esperanza y mucho
más de lo que yo pueda expresar. Pero lo que más me tortura es un pensamiento que no puedo evitar:
Nuestro Señor ha querido esta Obra, yo la he hecho fallar con mi infidelidad”.
En este momento supremo P. Dehon no sale de la lógica de la fe y de la humildad más auténtica.
He aquí como concluye: “En cuanto a mí, Monseñor, le ruego que no se preocupe de mi persona. Estaré
muy contento de poder, con mis humillaciones y destrucciones, reparar las faltas del pasado y ofrecer
alguna recompensa a Nuestro Señor”. Y Pone en manos del Obispo su disponibilidad: “Haré todo lo que
vuestra Excelencia me mandará hacer en nombre de la santa Iglesia y cuando lo quiera”.
Esta carta, si se piensa en las dramáticas circunstancias de aquella hora, equivale a un monumento y puede
bastar a dar la medida espiritual del hombre, del sacerdote, del fundador. Ningún intento de autodefensa.
Su postura es el de la víctima inmolada sobre el altar que todo lo acepta en expiación de sus pecados y
“para ofrecer alguna compensación al Señor”.
Justamente en esos años (1882-1883), a colmar la medida del sufrimiento, se añade la muerte de su padre
y de su madre, a brevísima distancia entre ellos.
Viene a la mente la figura de Job: “Entonces Job se levantó y rasgó sus vestiduras, se afeitó la cabeza, se
postró por tierra y dijo: “Desnudo salí del seno de mi madre, y desnudo volveré a él. Es señor me lo ha
dado, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor”. (¡, 20-21). Los sentimientos podían ser estos,
pero P. Dehon los vivió en aquella dimensión de fe, abandono, humildad, obediencia, que dan forma al
heroísmo cristiano.
La muerte será la última palabra?
Si es lícito comparar las cosas humanas con las divinas, podemos hacer referencia a la pasión del Señor:
“Después de haber cumplido todo lo que de él se había escrito, lo bajaron de la cruz y lo enterraron. Pero
Dios lo ha resucitado de la muerte” (Hch. 13,29). Después de la muerte y de la sepultura está aquel “pero”
que cambia la situación. También la Obra del P. Dehon estaba destruida, pero Dios quería verdaderamente
aquella obra. Por eso, después de las obligadas explicaciones que el Obispo llevó a Roma, solo cuanto meses
después del decreto de muerte, llegaba un nuevo decreto que permitía su resurrección (28 de marzo 1884).
En el nuevo decreto se dice que la supresión no se debía a culpas de personas, sino al hecho de que estaba
fundada y gobernada sobre la base de supuestas revelaciones. Por eso, eliminadas estas, la Sociedad podía
retornar con otro nombre: no más Oblatos sino sencillamente Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús.
Por tanto, de la muerte a la nueva vida: “Soy yo quien da la muerte y hago vivir, yo doy la enfermedad y yo
doy la salud” (Dt. 32,39). Padre Dehon escribe: “Era la vida con sufrimiento, pero vida”. Una vida
necesariamente purificada. Por que es siempre cierto que Dios sabe sacar el bien del mal. Efectivamente,
sacando cuentas, esta tempestad ha sido también una purificación de elementos espurios , llevando a una
mayor radicación de la Obra en la Palabra de Dios y en las directivas eclesiales.
Gracias a Dios, la fundación del P. Dehon renace, pero una prueba como esta inevitablemente dejará
secuelas sangrantes en su persona y en su misma Obra. Después del tormento que se puede imaginar, se
debe añadir que los documentos depositados ante el Santo Oficio, no obstante la rehabilitación sucedida,
por muchos años continuaron a formar una especie de barrera que se oponía al reconocimiento definitivo de
la Congregación, una barrera que será superada solo con la intervención directa y personal del Papa Pío X.
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d) Los sufrimientos morales
Enfermedades, destrucciones de casas, aniquilación de la Obra, son hechos bien visibles y constatables, pero
¿qué decir de los sufrimientos internos o morales que en muchos aspectos son los peores?
Ya hemos dicho algo al respecto, añadiremos algo siguiendo los apuntes personales del P. Dehon, pero otras
muchas serán dejadas a aquella intuición que ella sola puede ir más allá del velo del pudor y de la
discreción.
Debemos decir de inmediato que P. Dehon debió afrontar una batalla durísima tanto al interno como al
externo de su congregación.
¿Qué sucedió?
a) Dificultades al externo del Instituto.
Hablando en general y sobre el plano eclesial, P. Dehon era muy estimado, admirado por su competencia y
sus múltiples iniciativas en el campo social, por aquella su versatilidad volcánica que conseguía poner en
función muchas y contemporáneas actividades.
Debe ser notado que no siempre encontró plena aceptación en el presbiterio de San Quintín. Con solo 33
años había sido nombrado canónico honorario y no todos sus colegas sacerdotes veían con buen ojo los
ascensos de este joven sacerdote. Envidias y críticas no le faltaron y no le facilitaron el asentamiento de sus
obras sociales en la ciudad. En la diócesis se sucedieron varios Obispos, algunos de los cuales tenían
prevenciones contra el P. Dehon, por informaciones negativas y , a veces, calumniosas sobre él. De aquí las
dificultades en las relaciones, las interferencias molestas, las órdenes contradictorias. Se debe decir que no
le resultó fácil la práctica de la obediencia a sus Obispos.
Hemos hablado ya de los efectos negativos provocados por ciertas calumnias que intentaron arrojar fango
sobre su moralidad, como también de aquel informe depositado ante el Santo Oficio de Roma que había
provocado la temporal destrucción de la congregación. Si bien las calumnias se hayan desenmascarado y las
dificultades romanas superadas, estos hechos han constituido como las espinas que han lacerado
profundamente el corazón y la personalidad del Fundador.
Para consuelo suyo permanece el hecho de que, no obstante todas las tempestades que cayeron sobre él y
sobre su obra, P. Dehon no perdió nunca la confianza ni el apoyo de todos los Papas de su tiempo: Desde
Pío IX, hasta Pío XI pasando por León XIII, Pío X y Benedicto XV. Con todo y ello estas cosas lo tuvieron
siempre en un estado de humildad y con aquel atosigamiento en el corazón que no le permitía respirar en
paz.
b) Dificultades internas en el Instituto.
En las historia de los inicios hay un capítulo muy amargo que refiere las relaciones del P. Fundador con
algunos de sus discípulos. Tomando el ejemplo de San pablo, se podría hablar de agresiones por parte de
“falsos hermanos”.
Entre los primeros sacerdotes que tomaron parte de la Congregación, algunos venían de experiencias poco
felices en otros institutos religiosos. Algunos tenían un carácter problemático, inestable, presuntuoso,
inclinados a ilusiones místicas. Muy pronto el Fundador se encontró ante una división interna entre los que
seguían una línea espiritual y apostólica y quienes defendía una línea más contemplativa, casi monástica. La
ruptura llegó a ser de tal magnitud que los opositores llegaron a intentar la destitución del Padre Fundador.
Para conseguir este fin, se llegó a implicar al Obispo, inventando un montón de denuncias calumniosas.
P. Dehon se encontró, no solo a no tener ya el apoyo del Obispo, sino a sufrir todo tipo de desplantes, hasta
el punto que en pleno Capítulo General, fue hecha la propuesta de quitarlo de Superior General de la
Congregación. Es lo peor que le puede suceder a un Fundador.
También en este caso, P. Dehon reaccionó según la lógica de su espiritualidad. Aceptó que no era persona
grata a algunos de los miembros de su Congregación, y desde aquel momento, en todos los Capítulos
Generales presentaba su dimisión, que era regularmente rechazada por la mayoría.
En todos estos dolorosos e increíbles acontecimientos no es difícil imaginar el estado de ánimo del P. Dehon,
quien en todo momento aceptó estas cosas en espíritu de amor y de reparación que se traducía en una
actitud de amor y de comprensión incluso con sus oponentes. Algunos de ellos se marcharán de la
Congregación, otros, gracias a Dios, poco a poco abrieron los ojos y se pacificaron pidiendo perdón por lo
hecho.
Entendemos fácilmente que para el p. Dehon estos sufrimientos, como escribió, fueron más dolorosos que
los precedentes, por que estaba puesta en juego su persona, su credibilidad y su dignidad.
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Si queremos comprender estos acontecimientos dolorosos y también dramáticos, deberemos tener en
cuenta muchos elementos objetivos que iban más allá de las divergencias doctrinales. Por ejemplo, sus
largas ausencias de las casas de la Congregación, debidas a sus viajes, a los congresos y a las conferencias
para las que se le llamaba a hacerlas incluso fuera de Francia, como también el aislamiento provocado por
las guerras, no podían no decolorar su persona y provocar una cierta distancia de los suyos y una
disminución de su autoridad.
Podemos intuir su estado de ánimo sufriente en algunas notas de su Diario (1896), donde entre otras cosas,
confiesa que se encuentra bien solo en Roma: “Es para mí un agujero azul en el cielo nublado, un oasis en
el desierto de estos años bastante tristes”. A uno de sus colaboradores escribe: “Decid a mis amigos que no
se inquieten por mi suerte, amo Roma y aquí vivo feliz. San Quintín es para mí el exilio, Roma es mi patria”.
Expresiones como estas, aún teniendo en cuenta que en Roma tenía muchísimos amigos, empezando por el
Papa (entonces León XIII), Cardenales, Obispos y muchos ilustres de la nobleza romana, tienen algo de
increíble, sobre todo de boca de un francés.
4. Todo por el Corazón de Jesús.
Después de este recorrido por las principales aventuras dolorosas que han entrabado la vida del P. Dehon,
debemos llegar a hacer una valoración de conjunto.
Como hemos visto, la larga vida del P. Dehon estuvo atormentada por muchas y graves enfermedades y se
parece a un árbol despojado de sus ramas, dejado casi solo, abandonado por sus amigos, renegado por
algunos de los suyos, agredido por todas partes, desautorizado por roma, desolado ante la destrucción de
casi todas sus casas durante las guerras y la expoliación del gobierno masón y anticlerical francés. Le fue
pedido el sacrificar todo, como a Job, incluso el honor. Pero es justamente de esta dramática situación
existencial que emerge la plena estatura espiritual del hombre y del Fundador. Cuando todo se hundía ante
él, creyó con fe indestructible, se puso ciegamente en las manos de Dios y esperó contra toda esperanza.
Cuando todo parecía ponerse en su contra, no culpó a nadie, excepto a sí mismo y ha sufrido y ofrecido
todo por el amor y la reparación. Incluso cuando su corazón sangraba, externamente aparecía siempre
sereno, optimista e incluso bromista. De su voto de víctima y del abandono en las manos de Dios sacaba
una fuerza increíble y una imperturbabilidad inalterada. Y es un misterio como conseguía, incluso en los
momentos mas cruciales, concentrarse en una continua actividad de búsqueda y de composición de las más
variadas publicaciones.
Si la primera alabanza la dirigimos a Dios que es siempre admirable en sus santos, no podemos evitar la
conclusión de que la Congregación de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús ha nacido del
sufrimiento de su Fundador, aceptada y ofrecida por amor. Él muriendo nos ha dejado en heredad el más
precioso de los tesoros, el corazón de Jesús, pero a la vez tenemos también la heredad de su santidad, que
Dios ha sacado hermosa del crisol de la cruz. Aquella cruz en la que está impreso el Corazón que es el
lenguaje más elocuente del amor, recibido y donado.
P. Mario Panciera scj
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