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Al límite: La Revolución frente al abismo; por Luis García
Mora
Luis García Mora · Sunday, July 6th, 2014
Cellular Secrets Popping Sound (2011), de Dianne Bowen
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Es evidente que el régimen cree (y apuesta) que aguanta el impacto de la actual crisis,
aunque primero en la jugada deba salvar su voto duro de la debacle.
Es por eso que aumentan más la velocidad de la máquina de hacer billetes del Banco
Central: para aumentar de nuevo el salario del sector público, por ahora en 43%, con
dinero inorgánico. Eso mientras por todas partes se van las costuras.
Como en el caso del querido Hospital Clínico Universitario, que ha tenido que cerrar
sus emergencias y sus puertas ya francamente cercado (o tomado) por el hampa.
“Patognomónico”, diría el doctor Clemente. ¿Sobre qué? Sobre los dos síntomas
básicos que, en confluencia en el espacio y en el tiempo, hoy caracterizan esta
gravísima enfermedad que afecta la totalidad de Venezuela: la corrupción y el crimen.
El problema de la corrupción es severo porque ya se puede considerar un dato firme
(casi rígido, mineral) de un Estado gerencial y humanamente descompuesto.
Como decía un banquero hace poco, en medio de unos tragos: “Estos tipos sólo están
por la plata”.
Y es duro decirlo. Más cuando ese “ojo mediático” democrático e independiente está a
punto de cerrarse de manera definitiva.
Vamos a ver qué pasa con El Universal, ya vendido.
Pero, como en una novela negra de James Ellroy (quizás América, Seis de los grandes
o Jazz Blanco), nos involucramos cada vez más en una narrativa en la que los hechos
son tan brutales que suplican ser relacionados.
Todo muy bang-bang.
Una narrativa en la que muertes, palizas y extorsiones son sólo gajes del
oficio. Ellroy en un país que jamás fue inocente y en el que jamás se puede perder lo
que no se ha tenido nunca.
Y donde la nostalgia como técnica de mercado nos tiene enganchados a un pasado que
tampoco existió.
Al menos no como nos lo cuentan.
Más bien Hammett. Los hermanos Coen. Miller`s Crossing.
Ahí está la caliente y valiente entrevista-río que mi amigo y colega Héctor Landaeta
acaba de hacerle a Mildred Camero y que leo en la Editorial Libros Marcados del
insólito Fausto Masó: Chavismo, narcotráfico y militares, cuyos planteamientos
espeluznantes nos hablan de cómo eso que llaman el mundo del narcotráfico y las
drogas ha tomado por asalto los más insospechados estamentos.
Y al país.
Nos explica cómo nos hemos convertido en un paraíso para los grandes negocios del
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narcotráfico. Y, como dice Camero, “el ejército obtiene mayor protagonismo en
operaciones de drogas y comienza la competencia no sólo con la GN, sino con las
policías científicas y preventivas y los grupos u organizaciones civiles, se desata
prácticamente una guerra entre estos, donde adquiere un papel preponderante el
Ejército”.
Una novela o mejor una telenovela en la que, como diría Ellroy, “la hagiografía
convierte en santos a políticos mediocres y corruptos, y reinventa sus gestos más
oportunistas para hacerlos pasar por acontecimientos de gran peso moral”. Este
período en nuestras incautas vidas en el que ya comenzamos a experimentar en carne
y hueso El poder del perro, esa otra agria novela esta vez del extraordinario Don
Winslow, que ahonda en las razones del poder de la droga en todos los estamentos del
Estado.
Un trago duro.
No es poca cosa lo que desnuda Mildred Camero. Un país que se va acercando poco a
poco a Ciudad Juárez y donde, por hacer un mero ejercicio de exploración, si trazamos
un corte sincrónico de la situación en lo estrictamente político, nos encontramos que
al mismo tiempo que Venezuela comienza a metamorfosearse, el Presidente sólo atina
a anunciar que ahora sí, que vamos a otro viraje, pero como otra revolución en la
revolución.
Otra vuelta de campana.
El viraje total.
¿Pero para qué? ¿Para saltar por encima de la inmundicia, la corrupción y el pillaje?
¿Para qué es esto que llama una revolución total y profunda en la administración
pública, en la administración del Estado?
“Una revolución dentro de la revolución”. ¿Para qué?
Viniendo de quien viene, el Jefe del Estado, no puede tratarse de nada baladí. Y uno
que le toma la palabra ante un tema central, se pregunta: “¿Una revolución en torno a
qué?”
¿A una mayor eficiencia? ¿A un mejor gobierno? ¿A controlar la inflación y el grave
desabastecimiento? ¿En torno al regreso de la confianza? ¿A la liberación de los
presos políticos? ¿A que se respeten el estado de derecho, la propiedad privada y se
les devuelvan las tierras y las empresas a sus legítimos dueños?
¿A que se ataque esta corrupción galopante?
Es a eso a lo que uno, pobre masa de átomos de carbono, se remite en este estadio
pre-Ciudad Juárez, cuando escucha un anuncio o una escalada calificada de manera
tan rimbombante como “revolucionaria” para que la economía comience a crecer.
¿Cómo?
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Por ejemplo: me señalaba alguien muy alerta que el gran dilema de la oposición
nicaragüense es que su economía está creciendo. ¡Sí! Ese pedazo de Centroamérica al
que nuestro país adoptó al parecer marcha mejor. Y que entre tantas vicisitudes y
violencia anticonstitucional, con una represión focalizada en algunos sectores de la
oposición (no en todos) hoy tiene una economía en crecimiento, una inflación
controlada y le llega inversión extranjera.
Y en Ecuador pasa lo mismo. Correa, ese energúmeno antidemocrático y autoritario
que ha transitado casi todas las violaciones constitucionales y que acude a la
represión de los medios y de los periodistas como si de cucarachas se tratara, se
mantiene ahí gracias a una buena gestión pública, con una economía que crece al
igual que la inversión extranjera, con los empresarios apoyando al Gobierno.
Y en Bolivia igual.
Estamos hablando de países otrora muy pobres. Tanto, que el padre de estos quince
años de expansión y crecimiento casi galáctico les abrió un chorro de nuestra riqueza,
porque dizque nos sobraba.
Vaya…
¿Y entonces? ¿Nosotros en qué estamos?
Es aquí, Maduro, donde a ti te confluyen los retos. O el reto. ¿Cuál? Deslastrarte de
ese legado verdadero de Chávez. No el galáctico: éste; el real; el que nos mantiene
contemplando el abismo, mientras los otros vuelan, cambian, se desarrollan,
progresan y hasta se burlan.
De ti, de nosotros, de Chávez. De lo terriblemente estúpidos que somos, hombre.
Deslástrate.
No sólo de Giordani y de su ala radical, sino de lo que es peor y verdaderamente
catastrófico: el modelo de gestión que heredaste.
Acéptalo. Chávez, después de encontrarse con una gestión de Estado moderno (que sí
lo había) y una burocracia de carrera (no tan buena, pero ahí) la cambió por una
gestión cuartelaria. Chávez no convocaba: mandaba. Era más un Jefe que un Líder. Un
Hombre Fuerte, copia fiel no de Deng Xiaoping sino de Juan Vicente Gómez, pero con
ese tono de locutor de Fidel Castro.
Más nada, poeta. Y el dilema tuyo es el de ser fiel al ese legado (el de un Jefe) pero sin
ser más que un político. Y sólo eso. Gracias a Dios.
De lo contrario, imagínate.
No estás acostumbrado a lidiar con una división de poderes civilizados a lo
Montesquieu, como lo hace Obama, por ejemplo. ¡Imagínate a ti lidiando con el Tea
Party o con el Congreso de los Estados Unidos! O como Santos con los poderes
públicos o con el Congreso de Colombia.
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Ni a Cabello, que de político ni la neurona.
Y el poder lo tienes, como lo tuvo en su momento Hugo Chávez. Y tú también (ustedes)
lo tienes demasiado fácil. Y al mismo tiempo demasiado difícil, si no enfrentas con
coraje y con ánimo civilista. Así lo hace Mildred Camero al iluminarte con ovarios la
zona podrida de este régimen.
Tienes que enfrentar la ineficiencia estructural cuartelaria del Estado venezolano que
impuso tu antecesor, porque se expresa hasta en las detestables decisiones de este
supuesto Poder Judicial, al que sin ambages alguien ordena mandar las órdenes de
captura a sus adversarios, como si de Anastasio Somoza se tratara, y que mantiene
contra viento y marea a Simonovis preso, así como a Leopoldo, a los estudiantes y a
quienes solamente se les ocurrió protestar.
Esa manera de gestionar caracterizada por el “Yo le rindo cuentas al Jefazo, a más
nadie”, esa ineficiencia estructural cuartelaria, también quedó puesta en evidencia en
la manera en que se asignaron los dólares en CADIVI. Por cierto: aún estamos
esperando a que nos digan a quién se los entregaron de manera tan discrecional.
Porque con la desaparición de esa instancia, esta administración ha quedado algo así
como acéfala. Porque toda o casi toda esta Administración, desde los chiquitos hasta
los grandotes, al parecer sólo le rendían cuentas a él.
Y a más nadie.
Y eso es complejo en una estructura estatal como la nuestra, con tres millones de
adheridos a ella como un rencor y sin control, acostumbrados al lo que está aquí es
mío, ¿okey?, mientras hay un grupo que asiente mientras espera que le toque lo
suyo porque el botín es infinito. O lo parece. Y más sin alguna mínima visión
administrativa, hermano.
Eso aquí no existe.
Así que o regresas al equilibrio de los poderes de Montesquieu, al modelo eficiente de
gestión del estado moderno, o caes al abismo. Que, como decía Ellroy, te asomas a él y
te devuelve tu propia mirada.
Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, entre los 25
países con las tasas de homicidios más altas, Venezuela (después de Honduras) ocupa
el segundo lugar en el mundo, con 53,7. Es una situación que da la impresión de que,
hasta hoy, no la controla nadie. Es decir: se te fue de las manos y, en consecuencia, el
país se anarquizó.
¿Cómo resuelves esta situación?
¿Con un asesor cubano como Orlando Borrego, Vinagreta, dando charlas con más de
medio siglo de desfase? ¿Con él piensas en verdad reestructurar y modernizar tu
Gobierno? ¿Un experto en una economía anclada en el siglo antepasado, de
destrucción productiva? ¿Un tipo que no debe conocer ni la libertad ni el derecho?
Oh, amigo… creo que debes leerte Chavismo, narcotráfico y militares. Y a James
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Ellroy. Así podrás asomarte al abismo y ver si te ves en él.
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on Sunday, July 6th, 2014 at 8:00 am and is filed under Actualidad
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