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EL ORDEN CULTURAL
LOS COMPONENTES DEL SISTEMA CULTURAL Y SUS RELACIONES CON EL MEDIO
ORGANIZACIÓN SOCIAL
Entendemos por organización social la manera como los miembros de la especie humana se aglutinan
alrededor de objetivos relacionados con la reproducción humana, la producción material y el poder social.
De allí surgen las tres formas básicas de la organización social: La familia, la economía y la política. La
reproducción, sin embargo, puede referirse tanto a la perpetuación de la especie, como también a la
transmisión de la cultura. Las instituciones diseñadas para reproducir el sistema cultural también forman
parte de la organización social. Tal es el caso del sistema educativo.
Cada una de estas formas organizativas es distinta en las diferentes culturas. Así, por ejemplo, las formas de
reproducción de la especie pueden establecerse sobre la unión de una mujer con varios hombres en los
sistemas de poliandria, o de un hombre con varias mujeres en la poliginia o de un hombre y una mujer de
manera estable o transitoria dentro de las formas modernas de monogamia.
Algo similar podemos decir de las organizaciones que se forman alrededor de la producción. Las culturas
más sencillas conocen sólo una división familiar del trabajo productivo. En las culturas modernas, en cambio,
se ha complejizado enormemente la división del trabajo. Ello ha sucedido igualmente con relación a los
sistemas educativos. Las culturas más sencillas no requieren sofisticadas instituciones de transmisión de la
herencia cultural, como son los colegios o las universidades modernas. Les basta lo que ha dado en llamarse
la educación endógena, en la que los conocimientos se trasmiten al interior de la familia nuclear o ampliada.
Las organizaciones políticas, o sea, las que se aglutinan al rededor del ejercicio del poder social, también han
ido evolucionando a lo largo de la historia. De la organización familiar sometida directamente al jefe,
hombre o mujer, se pasó al cacicazgo, que reúne bajo su dominio varias tribus y, más tarde, al Estado
propiamente dicho, que disuelve en gran medida las particularidades de las culturas regionales y se organiza
en complejas estructuras para la administración del poder.
Nos enfrentamos, por tanto, en el caso de la especie humana, a una complejización cada vez mayor de las
organizaciones sociales, de la misma manera que observábamos, en los aspectos analizados hasta el
momento, una mayor complejidad y sofisticación en la plataforma técnica. Es este carácter evolutivo de la
cultura lo que diferencia fundamentalmente al hombre de las otras especies. Ya observamos que lo que
caracteriza a la especie humana no es tanto la utilización de instrumentos, sino el hecho de que esa
plataforma técnica evolucione y se complejice a lo largo de la historia, trayendo consigo necesariamente una
complejización de las instituciones que se encargan de trasmitir el conocimiento. No hay que perder de vista
que la complejización no se da sólo en la organización social sino en toda la Plataforma Instrumental.
La validez de plantearse la formación de las sociedades como un proceso evolutivo ha sido muy cuestionado
por las corrientes estructuralistas. Levi-Strauss, basándose en el nominalismo de Boas, reacciona contra el
historicismo que considera la cultura actual como el paradigma hacia el cual evoluciona necesariamente
cualquier sociedad. Fletcher habla del agotamiento de la mentalidad evolucionista en ciencias sociales.
Parece, sin embargo, difícil negar un proceso de acumulación cultural, que no necesariamente es
ascendente, como lo explicaremos más adelante.
El estructuralismo tiene razón al afirmar que el solo criterio evolutivo no explica la complejidad cultural. Hay
que añadirle el concepto de estructura. La cultura es un sistema en el que todos sus componentes se
organizan de manera articulada. La articulación no significa necesariamente armonía. El balance puede
darse entre polos opuestos. La relación estructural entre tecnología, organización social y mundo simbólico
ha sido el terreno de discusión más fértil y polémica de las ciencias sociales. Es en este campo en el que se
enfrentan idealismos y materialismos. Para los primeros el motor de cambio son las ideas. Para las
corrientes materialistas es la práctica tecnológica o social. Las corrientes materialistas no se han puesto de
acuerdo sobre la preeminencia de las determinaciones. Dentro de las corrientes marxista, Lefebvre explica
el paso de la producción esclavista al feudalismo por el descubrimiento de la collera, del timón de codaste o
del molino de agua, mientras para Docquès, por el contrario, este desarrollo es el colorario de las luchas
sociales.
Como hemos visto, la mayor parte de las corrientes modernas se inclinan o por un abierto idealismo, que
implica un orden descendente de las determinaciones, desde el Olimpo de las ideas hasta el mundo material
de la técnica o por un cierto eclecticismo, con predominio de las ideas, como el que predomina en el
método estructuralista de Levi-Strauss, en el que el apriori kantiano de las ideas mantiene sus privilegios.
Algunas de las corrientes, sin embargo, aceptan la importancia del estudio de la instrumentalidad física, para
entender las organizaciones sociales. La escuela conceptualizante francesa ha dado especial importancia al
análisis de las estructuras materiales. Para Duby la estructura de una sociedad no puede ser comprendida
sin un análisis del espacio que los hombres han ocupado, transformado y explotado. Ello no significa para
esta escuela la aceptación del determinismo de la técnica. Duby o Braudel ven en los sistemas simbólicos o
en las organizaciones sociales algo similar a líneas paralelas que no coinciden con los modos de producción
material.
A estos criterios puramente culturales hay que añadirle el concepto de adaptación al medio. Existe un cierto
desplazamiento del proceso evolutivo, que va desde la transmisión genética a la transmisión de las formas
de organización cultural. Algunas tendencias como, por ejemplo, la Ecología Humana, la Antropología
estructuralista o el materialismo cultural han puesto énfasis en los aspectos organizativos de la cultura,
mirados desde la perspectiva de su inserción en el medio. Sólo la etología y la sociobiología y algunas
corrientes de la antropología social han intentado penetrar en los caminos evolutivos para explicar el
comportamiento social del hombre. Sus conclusiones, sin embargo, no aportan mucha claridad para
entender el problema ambiental o el problema humano.
Dentro de las corrientes ambientalistas se ha venido fortaleciendo el método de análisis para comprender
las organizaciones sociales como estrategias adaptativas. La mayor parte de estas corrientes sólo merecen el
nombre de ecológicas, porque estudian los impactos sobre el medio de las distintas formaciones sociales.
Tal es el caso de Donald Hughes, Karl Butzer o Donald Worster. Otras corrientes de avanzada, como el
materialismo cultural, que estudiamos antes, o los trabajos de A. Crosby, intentan abordar de manera más
sistemática las mutuas determinaciones entre ambiente y sociedad.
Sociedad y evolución
Para un análisis ambiental de las formas organizativas adquiridas por la especie humana es útil estudiar,
aunque sea de manera somera, sus diferencias con las formas de organización social de las otras especies. La
organización no es una prerrogativa del hombre. Más aún, podemos decir que es una característica
inherente al proceso mismo de la evolución biológica e incluso física, al menos en la concepción de
Prigogine. La evolución consiste precisamente en la manera como se han venido complejizando las formas
organizativas de la materia. El átomo, la molécula, la célula, el organismo, el ecosistema son manifestaciones
de ese proceso de complejización.
Nos interesa, sin embargo, el análisis de lo que podemos llamar organización social y que podemos definir,
de manera muy general y desde la perspectiva evolutiva, como la distribución de las funciones al interior de
una especie o de un nicho. Como vimos, cada especie ejerce una o varias funciones al interior del
ecosistema. Lo característico de la organización social es que el ejercicio de esta función se reparte al
interior de la especie.
Una de las páginas más interesantes de la biología consiste en el estudio de estas formas organizativas, que
se van complejizando a lo largo del proceso evolutivo. Los mamíferos han llegado a formas organizativas
muy complejas, pero estas no son en absoluto prerrogativa de esta clase. Los insectos y las aves también
han desarrollado sistemas complejos de organización. No todos los animales son, sin embargo, sociales.
Algunos de los grandes predadores, como el tigre, permanece la mayor parte del tiempo solo y se une
exclusivamente para el apareamiento.
Las razones, evolutivas o no, que han llevado a los animales a formar "sociedades" han sido analizadas
extensamente por los etólogos. Influyen muchos factores como la defensa del territorio, la estrategia
defensiva contra los predadores o las exigencias de la caza. La relación social básica es la familia. Sin
embargo, la familia no puede ser el centro permanente de la vida social.
La estrategia evolutiva defiende las especies de una excesiva endogamia que acabaría por disminuir el
material genético. De hecho la vida social tiene que contar con el desprendimiento del seno familiar. En las
aves son generalmente las hembras las que emigran del núcleo familiar, mientras los mamíferos, que por lo
general son matriarcales, desplazan al macho. Entre los leones, las hembras son las que mantienen el grupo,
mientras lo machos se dispersan integrándose y fecundando diferentes grupos.
Las organizaciones sociales de los insectos son las que han llamado quizás más la atención por sus
características inéditas. Es bien conocido el caso de las abejas. Un panal es un verdadero matriarcado o
mejor aún, es una verdadera tiranía de la reina madre. Es ella la única que reproduce la especie. Las demás
hembras son estériles y están sometidas "biológicamente" al trabajo. No tienen ninguna posibilidad de
aspirar a reemplazar algún día a la reina, porque ésta es la única que escoge a su sucesora y la prepara
proporcionándole un alimento especial. Los machos, por su parte, no trabajan. Son zánganos, producidos de
huevos estériles y que, en consecuencia, sólo poseen la mitad de la genes de las hembras.
Más compleja aún es la comunidad de los termes. La organización social como estrategia adaptativa, llega
aquí a una extraña perfección. Los termes son tan vulnerables como los gusanos y no tienen medios de
defensa. Sus posibilidades de subsistencia consisten solamente en sus curiosas formas de organización
social. Maeterlinck los ha descrito con encanto poético. Los termes han logrado hacer ciudades casi
inexpugnables, en las que conservan la humedad y el calor requeridos para su subsistencia. Aquí la reina no
gobierna sola. De hecho, ella es sólo una máquina gigantesca de poner huevos. No hace más, pero ya tiene
suficiente trabajo, porque pone un huevo cada veinte segundos, lo que significa aproximadamente un millón
y medio al año. La pareja real es vitalicia. Los obreros son ciegos y carecen de alas. Los soldados, por su
parte, son los únicos que poseen como medio de defensa la secreción de una resina venenosa.
Basten estos ejemplos para mostrar la compleja vida social de las especies anteriores al hombre. Uno puede
preguntarse si estas formas de organización social no significan etapas más evolucionadas que las
sociedades humanas. La etología, o sea, el estudio del comportamiento animal, es una ciencia reciente, pero
pocas décadas han sido suficientes para acercar cada vez más el reino animal del humano. Lorenz, uno de
los fundadores de la etología, inició su carrera investigativa intrigado al observar como los elefantes
cumplían un primitivo ritual funerario.
Este asombro ha producido en los sociobiólogos y en gran parte de los etólogos una explicable reacción de
rechazo al antropocentrismo. La investigación ha demostrado que la organización social de las especies es
mucho más compleja que lo que había estimado una cultura centrada en el predominio del hombre y en su
preeminencia tecnológica y social. Katz lo resume en estos términos: "El extenso paralelismo que existe
entre grupos sociales de animales superiores y de seres humanos ha llevado a la conclusión de que muchos
de los fenómenos sociológicos que hasta ahora habían sido considerados como típicos de las comunidades
humanas se deberían considerar característicos de todos los animales que viven en sociedad, incluyendo al
hombre".
Analogías y diferencias
Es difícil, sin embargo, aceptar sin reticencias esta conclusión. Las analogías no pueden tomarse en forma
aislada y este es el criterio básico que seguimos en este Curso. El animal humano no es una simple adición
de partes. No es un animal al que se le añade la inteligencia individual y además sus características sociales.
El hombre es una unidad indisociable. Con el criterio dualista se puede llegar a conclusiones como las que
extrae Tiger y Fox que pretenden reducir "el estudio del comportamiento social humano a un subcampo de
la zoología comparativa del comportamiento animal". Lorenz, por su parte, deplora que el hombre "no
tenga mentalidad de carnívoro", dado que "buena parte de los peligro que lo amenazan provienen del
hecho de que es un omnívoro relativamente inofensivo".
Las conclusiones más extremas las ha sacado Morris en su difundido libro "El Mono Desnudo", que es una
amena divulgación de las investigaciones etológicas. En un lenguaje encantador quiere convencernos de que
los problemas del hombre actual se deben simplemente al "plan mamífero", todavía no suficientemente
concluido.
En realidad el hombre no es un mono desnudo, como lo pretende Morris, sino vestido con los instrumentos
de la cultura. La posición de Callan es clara y la queremos adoptar en nuestra propuesta. "La opinión que yo
propongo no acepta estas "propensiones naturales del hombre", debido a los claros indicios de que la
programación genética del mismo lo hace inseparable de "una" cultura y de "una" tecnología".
La continuidad o no de los comportamientos sociales del hombre se puede apreciar en el ejemplo de la
agresión, preferido en el análisis de los etólogos y de los sociobiólogos. La pregunta es simple. ¿La guerra y
la agresión humanas siguen las pautas del plan mamífero? En otras palabras, ¿hasta qué punto la agresión
biológica, y por lo tanto instintiva, está en la raíz de los controles sociales y, consecuentemente, de la
formación de las organizaciones sociopolíticas? Este es un tema que ha sido extensamente debatido y es
imposible seguir en el breve espacio de esta exposición sus incidencias. Varios simposios internacionales se
han desarrollado entre biólogos y científicos sociales sobre temas concomitantes y sus resultados no han
sido muy satisfactorios.
La posición que hemos asumido es la de que no hay ninguna dificultad en aceptar el análisis filogenético de
los comportamientos sociales de la especie humana, con tal de que se comprendan dentro de la compleja
estructura cultural aparecida al interior del proceso evolutivo. Las tendencias que vienen de la evolución son
asumidas dentro de una compleja estructura de comportamiento que no puede reducirse a sus
antecedentes biológicos.
En un contexto ambiental, la pregunta básica se refiere a las diferencias específicas que presentan las
formas de organización social con relación a las desarrolladas por otras especies. Desde la perspectiva
ambiental, no interesa analizar todos los elementos divergentes que puede presenta la conducta social
humana, sino solamente aquellos que inciden en las formas adaptativas al medio. Para ello habría que partir
del presupuesto de que la organización social puede considerarse también como estrategia adaptativa.
Este aspecto ha sido relativamente descuidado por los estudios sociales. Hegel y Marx introducen algunos
elementos importantes. Hegel al definir el papel social del individuo y Marx al reconocer que la cultura se
construye necesariamente sobre el trabajo de transformación del medio natural. A este esquema hay que
incorporarle el concepto de "adaptación" que surge de la biología moderna. No es un concepto fácil de
manejar y el abuso que ha hecho de él la sociobiología aplicándolo indiscriminadamente a la conducta social
humana lo ha teñido de desconfianza.
Cuando hablamos de "adaptación" no nos referimos al individuo, como lo hacen Malthus, Spencer y los
organicistas y sociobiólogos. No estamos imaginando el escenario del mercado social como una lucha
competitiva entre individuos, en el que necesariamente se debería dejar triunfar a los más fuertes, para ser
fieles al destino evolutivo. Tampoco nos colocamos dentro del "apriori kantiano", queriendo salvar al
individuo como motor del desarrollo social ni queremos caer en la "jerga de la autenticidad" propia de la
filosofía heideggeriana. Desde ninguna de estas perspectivas, en la que campea el individuo como
explicación del hecho social, es posible entender la cultura como estrategia adaptativa.
Para una definición ambiental del hecho social habría que partir de presupuesto de la singularidad de la
cultura con respecto a las leyes de ecosistema, ampliamente aceptado por muchos de lo científicos
modernos. Tal como lo plantea Harris, en las especies animales anteriores al hombre, las innovaciones del
comportamiento recaen en el fondo genético y siguen dependiendo de él para su perpetuación. En la
cultura humana, en cambio, "la misma selección natural ha reducido enormemente el significado del fondo
genético para la preservación y la propagación de las innovaciones de la conducta".
De ello resultan dos consecuencias que definen en gran parte las diferencias entre sociedad animal y
sociedad humana. Ante todo, el hecho de que los cambios puedan ser realizados dentro de una sola
generación, sin necesidad de esperar la transformación del fondo genético. La transmisión de estos cambios
culturales se puede lograr sin necesidad de traspaso genético. Un pueblo puede copiar o adaptar rasgos
culturales, sin necesidad de intercambio sexual. De allí resulta la capacidad de la cultura para transformar
sus instituciones y el complejo andamiaje de sus formas organizativas, sin cambios biológicos que indiquen
el cambio en los depósitos de la herencia genética.
El influjo del ecosistema en la cultura
Es indispensable, por tanto, entender la sociedad humana como forma adaptativa, dentro de las
características que asume al interior del sistema cultural. Este, como hemos visto, no es un simple apéndice
de las formas adaptativas orgánicas y por lo tanto, no es interpretable desde la biología, la ecología o la
etología. Vamos a estudiar brevemente algunos aspectos relacionados con las formas adaptativas de la
organización social.
El primer aspecto que importa resaltar es el relacionado con la determinación del ecosistema sobre las
organizaciones sociales. Esta determinación fue abiertamente defendida por los médicos griegos y
posteriormente por Montesquieu y retomada por geógrafos, sociólogos y algunos historiadores positivistas
como Buckle y Taine.
La doctrina de Montesquieu no puede considerarse como una doctrina mecanisista o determinista. Sin
embargo, es, quizás, la doctrina que inició en la Modernidad la teoría más radical con respecto al influjo del
clima sobre el origen de las instituciones. Según él, la democracia o la monarquía o cualquier otra forma
política de organización, se aclimatan y surgen con más facilidad en determinados contornos geográficos. El
influjo del clima sobre las instituciones no es, sin embargo, determinante, porque Montesquieu se conserva
dentro de la tradición liberal y juridicista, que atribuye a la voluntad humana la formulación de las leyes y a
éstas la configuración de las instituciones. El influjo del clima se atribuye más bien a la modificación ejercida
sobre el temperamento, el que a su vez inclina a adoptar determinadas formas sociales.
La determinación del ecosistema sobre las formaciones sociales humanas puede formularse de distintas
maneras. Es evidente que el ecosistema como abastecedor de las materias primas necesarias para la
subsistencia, ha tenido influjo sobre las formaciones sociopolíticas. Egipto no puede explicarse sin el Nilo, y,
en general, las culturas de los Imperios Agrarios se asentaron sobre las vertientes de los grandes ríos,
rodeados por cordones secos. En el paleolítico, el Dordona, con su riqueza de recursos pesqueros, permitió
una extensa sedentarización y en consecuencia influyó definitivamente en la modificación de las
organizaciones sociales.
El ecosistema es, en este sentido, la premisa fundamental de las formaciones sociales humanas. Sin
embargo, como vimos antes, este influjo no se ejerce de una manera directa, sino a través del trabajo. Es la
producción material la que establece el contacto entre el individuo y el ecosistema que lo rodea, ya el
trabajo supone algún tipo de organización social. La modalidad del trabajo social, y, por lo tanto, de la
organización social necesaria para el trabajo productivo, está sin duda, influenciada por las posibilidades
objetivas que ofrece el ecosistema. La organización para el trabajo de extracción minera, supone, por
supuesto, la existencia de las vetas mineras. Esa afirmación es, como puede verse, una tautología y no es
sobre esa evidencia sobre la que puede fundamentarse la determinación del ecosistema en la cultura.
El argumento de los teóricos del influjo climático tiene otro rumbo. Por lo general, la influencia del medio se
atribuye, no tanto a la existencia de los elementos naturales, sino a las condiciones climáticas que
supuestamente predisponen el temperamento de los individuos y en esta forma influyen sobre las formas
de organización adoptada por estos. La argumentación supone, en consecuencia, el presupuesto de que las
organizaciones sociales son el fruto del esfuerzo individual y que los individuos, a su vez, son el producto
espontáneo del ecosistema. El argumento de Montesquieu y sus seguidores, pasa por tanto, por el retortero
del individualismo.
Sin embargo, el individuo no puede considerarse como el fruto espontáneo del medio natural, ni las
instituciones como el producto del esfuerzo individual. Más bien, como lo plantea Marx, "el cambio
individual corresponde a un modo de producción determinado", y las instituciones son el resultado de la
organización social del trabajo. El individuo aprende en el seno de lo social las prácticas indispensables para
subsistir y las desarrolla como parte integrante de un sistema. La sociedad, por tanto, está ya constituida
como estructura y como represa de la acumulación cultural, cuando el individuo inicia sus relaciones con el
medio.
La cultura, desde la organización social, como transformadora del ecosistema
El segundo aspecto que es indispensable estudiar desde una perspectiva ambiental es la manera como la
cultura, y en este caso específicamente la organización social, influye en la transformación del ecosistema.
En efecto, los cambios que el sistema cultural induce sobre el medio ecosistémico no dependen solamente
de las herramientas técnicas. Las formas de organización social tienen en ocasiones una importancia igual o
superior. El ejemplo más sencillo que se puede aducir es el de los sistemas esclavistas. Los grandes Imperios
Agrarios o Comerciales, desde Egipto o Babilonia, hasta Roma, no modificaron el medio basándose en una
sofisticada tecnología. De hecho, los Imperios Agrarios no transformaron substancialmente las herramientas
técnicas heredadas del Neolítico. Lo que se modifica radicalmente son las formas de organización social.
Desde el momento en que aparece la esclavitud, la organización social pasa a convertirse en un poderoso
instrumento de manejo del ecosistema. El sistema esclavista permitió la realización de las grandes obras de
infraestructura propias de los Imperios Agrarios. La desecación de los pantanos, la construcción de las
grandes obras hidráulicas y el cultivo de vastas extensiones solo fue posible con base en la utilización de la
energía humana, canalizada a través del sistema esclavista.
Los procesos erosivos, que según Rostzovseff fue la mayor catástrofe ambiental ocasionada por el Imperio
Romano y una de las causas de su decadencia, se originaron, al menos parcialmente, por las formas de la
organización esclavista. Las propiedades de las provincias romanas se habían acumulado en pocas manos y
eran manejadas por capataces poco interesados en las consecuencias ambientales, con tal de presentar los
rendimientos económicos esperados por los dueños ausentes.
Si miramos los impactos ambientales del desarrollo moderno podemos ver también las relaciones entre el
deterioro del medio y las formas de organización productiva o política. El desarrollo moderno no puede
comprenderse sin la conquista colonial del mundo y sin la acumulación de recursos en los países situados al
norte del Trópico de Cáncer. La gesta colonizadora de Europa tuvo un significado ambiental que apenas
empieza a estudiarse. Significó ante todo, la aniquilación de las culturas nativas, que habían logrado
estrategias adaptativas a las distintas condiciones de vida y al mismo tiempo la vinculación de estas
poblaciones a un trabajo productivo en donde predominaba la extracción de recursos minerales o la
producción de recursos agrarios para la exportación.
¿Cómo explicar, sin estos cambios en la organización social, los impactos ambientales de la historia
moderna, íntimamente vinculados a los impactos sociales? Baste mencionar algunos ejemplos. La minería
impulsó la deforestación de vastas regiones y concentró población en suelos generalmente poco fértiles. El
azúcar, que fue uno de los productos fundamentales de las colonias, significó la destrucción de las selvas
tropicales en el Este brasileño o en las Islas del Caribe y, por lo general, dejó suelos mal tratados que apenas
pueden satisfacer las necesidades de la población. No sin razón el Nordeste brasileño y Haití registran en la
actualidad unos de los mayores índices de pobreza y de deterioro ambiental. Esa calamitosa proeza no
hubiese sido posible sin el sistema esclavista.
Otro ejemplo de la manera como las relaciones productivas influyen en la transformación o el deterioro del
medio se puede extraer de la comparación entre los dos regímenes de producción prevalecientes en este
siglo. Sin duda, tanto la economía de mercado como la planificación centralizada del socialismo, han tenido
graves impactos ambientales. Las razones que han llevado allá, son, sin embargo, distintas. En el régimen
capitalista el motor del desarrollo es la rápida reproducción del capital y el incentivo, el aumento de la
ganancia individual. Ello requiere la ampliación del mercado. Se produce para poder vender más bienes. La
ampliación del mercado se puede realizar o vendiéndole a más gente o vendiéndole más a la misma gente.
Esta última estrategia, como vimos antes, es la que ha predominado desde la Segunda Guerra Mundial. Para
ello ha sido necesario disminuir la vida útil de los productos. Este es el significado del "consumismo",
término que ha sido popularizado por las corrientes ambientales.
Para entender los impactos ambientales del régimen socialista de producción, es necesario partir de
presupuestos distintos. La acumulación del capital se realiza a través de una rígida planificación central y es
este mecanismo el que ha originado muchos de los deterioros del medio. Para comprenderlos es
indispensable entender el sistema social que los produce. Dentro de una sociedad que no estimula el
consumo, porque no está interesada en el aumento de la tasa de retorno del capital privado, la producción
no tiene que acudir a los mecanismos de ampliación del mercado, disminuyendo la vida útil de los
productos. Los deterioros ambientales del socialismo soviético provenían de las formas estructurales de su
desarrollo. El centralismo burocrático no tuvo en cuenta las circunstancias regionales de adaptación al
ecosistema. Por otra parte, el impulso a la industrialización, en tiempo de Stalin, dejó abandonado el campo.
La crítica de Kruschev fue contundente en ese sentido. La camarilla del acero no permitió el desarrollo de la
química y, por tanto, su aplicación a los cultivos fue mínima. Los problemas ambientales de la agricultura
soviética se debieron más al despilfarro de recursos naturales, que a la contaminación por residuos
químicos. Los Koljoz no se mostraban interesados en la compra de máquinas de aspersión del agua, porque
nada les costaba, ni propiciaban el aumento de la rentabilidad del suelo, porque no existía renta de la tierra.