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PALABRAS DEL PRESIDENTE DEL SENADO EN EL ACTO DEL DÍA OFICIAL DE LA MEMORIA DEL HOLOCAUSTO Y LA PREVENCIÓN DE LOS CRÍMENES CONTRA LA HUMANIDAD (SENADO, 26 ENERO 2012) Excelentísimas Autoridades y Embajadores, Señor Presidente de la Federación de Comunidades Judías de España, representantes de los diferentes colectivos de víctimas, Señoras y Señores: Permítanme, en primer lugar, decirles que para esta institución y para quien la preside supone un verdadero honor y un orgullo poder albergar la celebración de este acto conmemorativo del Día de la Memoria del Holocausto y de la Prevención de los Crímenes contra la Humanidad. Un acto institucional que conmemora el aniversario de la liberación del mayor campo de exterminio nazi, Auschwitz‐Birkenau, y que desde 2006 es promovido en nuestro país por el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, y organizado por la Casa Sefarad‐Israel, que con tanto acierto dirige el Embajador en Misión Especial para las Relaciones con la Comunidad y Organizaciones Judías, don Álvaro Albacete. Al igual que en años anteriores, también en éste se ha seleccionado un tema concreto como hilo conductor de este homenaje a todas las víctimas del Holocausto: concretamente, el que se ha titulado como “Las resistencias” y con el que se ha querido tener un recuerdo especial para todos aquellos que dignamente, de un modo u otro, opusieron su resistencia a la barbarie nazi. Rendir hoy un sentido homenaje a la memoria de las víctimas del Holocausto, es un modo de refirmar nuestro total compromiso con la defensa activa de los derechos humanos, un compromiso solidario que constituye la mejor barrera frente a la amenaza siempre latente de que en cualquier lugar del mundo aun haya quienes, de una u otra manera, puedan llegar a concebir o ejecutar actos criminales contra la humanidad. Cerraremos este acto con algo que, gracias a su lenguaje universal, contribuye, como pocas cosas lo hacen, al acercamiento espiritual entre los seres humanos de todas las razas y culturas: la música. Concretamente, con el aria final del Réquiem de Verdi, interpretado por el Coro de la Abadía Benedictina de la Santa Cruz, de El Escorial. 1
Como seguramente sabrán ustedes, la elección no es casual: el Réquiem de Verdi es una de las piezas musicales que fueron interpretadas por los judíos recluidos por los nazis en el gueto de Terezin. Un gran número de eminentes músicos judíos fueron apresados en esta antigua fortaleza checa y fue uno de ellos, Raphael Schächter, el encargado de organizar y dirigir un coro que interpretó el Réquiem en más de quince ocasiones y cuyos miembros, a medida que eran enviados a Auschwitz, iban siendo sustituidos por otros. Al cabo, el propio Schächter, al igual que decenas de miles de judíos de Terezin, acabaría por ser trasladado al campo de exterminio para encontrar allí la muerte. En los “músicos de Terezin” encontramos un símbolo imperecedero de la resistencia espiritual frente a los horrores del nazismo. Porque, aún más allá del exterminio físico, la pretensión última de los nazis no era sino la deshumanización y la degradación absoluta de quienes ellos, en su abominable delirio, etiquetaban como “untermenschen” o “infrahumanos”: judíos, gitanos, presos políticos, homosexuales, discapacitados… Por la fuerza de las armas, los nazis y sus cómplices fueron capaces de proceder al exterminio físico de millones de inocentes, pero nada pudieron hacer frente al coraje y la resistencia que sus víctimas opusieron para defender su propia dignidad. Elie Wiesel, superviviente de Auschwitz y Buchenwald, y premio Nobel de la Paz, ha dado un elocuente testimonio de lo que significaba esa resistencia: Con frecuencia se habla de buscar la luz al final del túnel, pero “creo que en esos tiempos –nos dice este escritor‐ había luz dentro del túnel. De alguna extraña manera, había coraje en el gueto. Y había esperanza, esperanza humana, en el campo de exterminio. Simplemente un prisionero anónimo que daba un trozo de pan a alguien más hambriento, un padre que protegía a su hijo, una madre que intentaba contener las lágrimas para que sus hijos no vieran su dolor. Eso era coraje.” Hoy, 67 años después de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz y de la derrota del nazismo, seguimos teniendo la obligación ineludible de mantener viva la memoria de las víctimas, tanto de la Shoá como de otros genocidios y crímenes contra la humanidad. No podemos dejar caer en el olvido un pasado que –como alguien ha escrito‐ “no puede pasar”. Debemos mantener siempre viva la llama de nuestra memoria. 2
Recordar es renovar nuestro compromiso ético de resistencia frente a la permanente amenaza del mal. Para las víctimas, resistir, qué duda cabe, es un derecho. Para los testigos, sin embargo, es una obligación, porque el lamento de la víctima es un grito a la conciencia del prójimo. Por eso de nada sirven los lamentos, si sólo se quedan en lamentos; si no dan paso inmediato a la repulsa moral, primero, y a la condena enérgica, proactiva, después. Resistir, ayer, hoy y siempre, es ser firme en la defensa de nuestros principios, es no bajar nunca la guardia, es proclamar que los derechos humanos no se pueden dosificar ni relativizar, que no caben fronteras políticas, ideológicas, religiosas ni culturales, cuando lo que está en juego es la vida, la libertad y la dignidad de un ser humano. Recordemos el Holocausto, no olvidemos ni a los victimarios, ni mucho menos a sus víctimas. Recordemos lo que ocurrió para así combatir lo que aún hoy ocurre. Condenemos y combatamos a quienes hoy, en este momento, aún pisotean derechos humanos. Defendamos, sin escatimar esfuerzos, a sus víctimas. Y respaldemos con determinación a quienes, valientemente, con un coraje ejemplar, luchan contra esa injusticia aún a riesgo de su vida y su libertad. No sólo son culpables los verdugos. “El individuo –escribió Hannah Arendt‐ también es responsable de su obediencia”. Y también, podemos añadir, de su indiferencia. Por eso, que Dios nos libre del pecado de la indiferencia, porque sólo con una conciencia limpia seremos dignos de alzar nuestra voz para pronunciar la palabra “Shalom”, paz. Paz, pero no como un mero deseo o una fórmula amable. Paz como un compromiso vivo, siempre actualizado, con lo único que puede hacerla realidad: la dignidad y la justicia. Muchas gracias. 3