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Transcript
La Iglesia decimonónica en Sinaloa
María del Carmen Azalia López González1
Al finalizar la Independencia, el Plan de Iguala de 1821 otorgó a la Iglesia una
posición de privilegio ante el naciente estado, al incluir en dicho plan artículos
que dicen:
1. El artículo 1º establece a la religión católica, apostólica y romana
como oficial, sin tolerancia de ninguna otra.
2. El artículo 14º estipula que tanto el clero regular como el secular
conservarán todos sus fueros y propiedades.2
A pesar de surgir con gran fuerza el poder eclesiástico, es claro que los
muchos intereses se hacen patentes por lo menos en el Noroeste, cuando se
constituyó en enero de 1824 el Estado Interno de Occidente; once meses más
tarde, en septiembre del mismo año, Fray Bernardo del Espíritu Santo, Obispo
de Sonora, dio a conocer la pastoral “La Soberanía del Altísimo”, donde se
oponía al decreto que establecía los aranceles parroquiales.3
Este asunto se dio en el marco de un problema más profundo en el
ámbito nacional y que abarcaba a la misma Santa Sede: el reconocimiento a la
nación mexicana.4
Este incidente sólo demuestra el gran peso político y social de la Iglesia y
de su representante, uno de los más activos e importantes de esos años.
Fray Bernardo del Espíritu Santo (1818-1825) administraba las almas del
Obispado de Sonora, que a la vez era una vasta región. A decir de Antonio
Nakayama le asignaron los siguientes límites:
––––––––––––––
1
Profesora e investigadora de la Facultad de Historia, UAS.
Álvaro Matute, Lecturas Universitarias, Antologías, México en el siglo XIX (fuentes e
interpretaciones históricas), México, UNAM, 1981, pp. 227-233.
3
Héctor R. Olea, Infidencias de Fray Bernardo, Obispo de Sonora, México, Talleres
Gráficos de la Nación, 1946, p. 72.
4
El Papa León XII publicó a fines de 1824 la encíclica Etsi Jamdiv; sin conocer dicha
encíclica Guadalupe Victoria le escribió una carta al Papa explicándole que México es una nación
católica. La respuesta de León XII no se hizo esperar, se dirigía a Victoria como ínclito duce y lo
felicitaba por la paz y la concordia y expresaba “... su satisfacción por el deseo de la nación
mexicana de seguir siendo católica.” Historia General de México, t. II, México, El Colegio de
México, 1987, p. 742.
2
Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 28
por el sur, el río de las cañas, por el oriente, los linderos de Sinaloa y Sonora, con la
Nueva Vizcaya; por el poniente, el Pacífico hasta el Puerto de San Francisco en la
Nueva California... en cuyas inmediaciones están situadas el Presidio y la Misión de
San Francisco y la Santa Clara, últimos actuales establecimientos de aquella
península y por ser naciones gentiles no reducidas las que habitan en lo interior de
ella y su dilatada costa queda indefinida los términos de la nueva Mitra donde
llegaren y extendieren en lo sucesivo las reducciones y Misiones de indios y las
poblaciones de españoles; por el norte no se asignaron límites al nuevo obispado,
por tener ocupados los terrenos y serranías de aquél rumbo la nación apache y otras
gentiles no reducidas, ni pacificadas no corresponderán a su jurisdicción las nuevas
reducciones que se fundaren en lo sucesivo.5
La descripción de los límites hace de esta mitra una región muy amplia
pero muy difícil de acceder; baste recordar las dificultades presentadas en el
norte del Obispado, donde se encontraban las poblaciones hostiles (léase
apaches) a los blancos. Este tipo de penurias fue una constante durante los
siguientes años, acaso una de las características más sobresalientes de la mitra.
Ello, a mi ver, no permitió que hubiera un mayor acercamiento del poder
eclesiástico hacia su grey.
El mismo Fray Bernardo del Espíritu Santo opinaba que deberían existir
ciertas condiciones para una mejor organización de su región; deseaba erigir un
seminario para que los jóvenes pudieran estudiar en él, y de paso asegurarse
nuevos sacerdotes; además, sugería desde entonces la división del Obispado en
dos para un mayor control y organización clerical. Ambas cosas no pudo
verlas realizadas, ya que falleció en 1825.
El estado de cosas lamentables para el Obispado continuaron en los
siguientes años. Si en 1819 contaba con 115 clérigos y frailes repartidos en la
Curia, Curatos, Misiones y Presidios, de ellos 68 se encontraban en los límites
del Obispado, a la vuelta de unos cuantos años en 1838 para ser precisos, las
cosas eran peores, sólo existían 48 sacerdotes para atender la extensa
jurisdicción de la mitra.6
El total abandono y desorganización en que se encontraba también
abarcaba el ramo económico, a saber: de 1817 a 1821 la tesorería de Arizpe
captó cerca de $77,300 pesos por concepto del ramo de diezmos en las
parroquias de la región de Sonora y la Caja Imperial del Rosario.7
––––––––––––––
5
Antonio Nakayama, Historia del Obispado de Sonora, México, UAS, 1980, p. 10.
Ibíd., p. 16.
7
Ibíd., p. 12.
6
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A pesar de existir algunos ingresos, éstos no se invertían en la
construcción de edificios eclesiásticos; tan sólo alcanzaba para mal pagar los
salarios del personal clerical.
La indiferencia con que trató el Arzobispado de México al Obispado de
Sonora se tradujo en casi un olvido, a la muerte del 5º Obispo de Sonora, Fray
Bernardo, en 1825. La mitra contó con el nuevo obispo hasta el año de 1838.
En ese lapso quizá, pesó entre otros factores la pugna que vivió y
protagonizaron las oligarquías regionales por separar al estado Interno de
Occidente; logrando sus propósitos en 1831, en donde su obra principal fue la
Constitución Política del Estado de Sinaloa; en el texto jurídico incluyó
algunos principios jurídicos que más tarde adoptaría la República, como la
prohibición a las manos muertas de adquirir propiedades.8
Más tarde a la intranquilidad política de la región tendríamos que sumarle
el desasosiego financiero por el que atravesaba el país. La bancarrota y el caos
en las finanzas del país hacían de la Iglesia un objetivo claro: la ocupación de
sus bienes. Propiedades que de acuerdo con José María Luis Mora, ascendían
en 1834 a casi 180 millones de pesos, repartidos en bienes raíces rústicos y
urbanos, derechos parroquiales, limosnas y dones, es decir, el equivalente de
un capital de 149 millones que produce anualmente 7.5 millones, a los que
habría que añadir 30 millones de bienes improductivos, terrenos y edificios
religiosos, objetos sagrados y obras de arte.9
El Obispado de Sonora, de acuerdo con fuentes locales, poco tenía que
ofrecer, de tal suerte que durante trece años ni siquiera contó con obispo.
El séptimo obispo de Sonora, Don Lázaro de la Garza y Ballesteros,
tomó posesión en enero de 1838, aunque ya desde 1837 había fundado el
Seminario de Culiacán. A él se debe esta magna obra, que su antecesor Fray
Bernardo soñara.
Los primeros intentos reformistas de Gómez Farías no tuvieron
repercusión alguna en el Obispado de Sonora, de tal suerte que el historiador
Antonio Nakayama sintetiza de manera precisa lo acontecido “... Este periodo
comprendido en una larga vacante de 13 años, puede considerarse como la
edad oscura del Obispado de Sonora. Los Vicarios Capitulares, como hemos
visto, se sucedieron uno tras otro, con grave perjuicio de los negocios de la
diócesis. El Archivo andaba de un lado a otro, según donde residiera el
Capitular en turno, ya que éstos lo custodiaban en su casa, exponiéndolo a
––––––––––––––
8
Segio Ortega et al., Sinaloa, una historia compartida, México, Difocur-IIJMLM, 1987, pp.
9
Jacqueline Covo, El pensamiento liberal, México, 1986, pp. 240-243.
25-26.
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deterioros, a extravios y robos por parte de sus familiares y domésticos no sólo
cuando estaban vivos los vicarios, sino lo más escandaloso cuando fallecían”.10
Más elocuente no puede ser la descripción de esos años de
desorganización y caos para la Mitra. Por ello, el nombramiento de Don
Lázaro de la Garza y Ballesteros fue el acto más atinado para el ordenamiento
eclesiástico del Obispado.
El año de 1842 fue uno de los más prolíficos de su periodo, ya que inició
con la construcción de la Basílica-Catedral en Culiacán; hasta 1848 se
reiniciaron los trabajos cuando se constituyó una junta de vecinos encabezada
por el mismo Pomposo Verdugo11.
Además de esa obra contribuyó decisivamente en el Seminario Conciliar,
erigió los Colegios San Juan Nepomuceno y Santo Tomás de Aquino y fundó
el Panteón San Juan.
Gracias a la proyección de las ideas eclesiásticas a través del carácter
perseverante de Don Lázaro de la Garza y Ballesteros pudo contribuir al
florecimiento de la cultura regional, espacio vacío que ocuparon los hombres
de ideas religiosas.
La aparente tranquilidad de los siguientes años se ve interrumpida por la
invasión norteamericana de 1847-1848; este trágico suceso vino a aumentar
más la crisis financiera del país.
Es por ello que a falta de recursos económicos para hacerle frente a los
gastos generados por la guerra, de nueva cuenta los ojos de nuestros
gobernantes una vez más se dirigieron a la institución poseedora de riqueza
material: la Iglesia.
Un método muy utilizado eran las expediciones de leyes para
reglamentar los usos y destinos de las acciones; es el caso de la expedición de
la Ley Federal de Ocupación de los Bienes del Clero, en donde el Obispado
quedo excluido por la escasez de bienes, templos, casas curales y fincas
rústicas12. Esto pone en evidencia el estado deplorable de las condiciones en
que operaba la organización eclesiástica a nivel regional.
––––––––––––––
10
Nakayama, Historia del obispado…, p. 24.
Oscar Lara Salazar, Vida y pasión de un prelado, Culiacán, UAS, 1997, p. 30. La catedral
fue terminada finalmente en 1883.
12
Antonio Nakayama, Sinaloa un bosquejo de su historia, México, H. Congreso del
Estado de Sinaloa-CAADES, 1982, pp. 227, 231.
11
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Con estas dificultades se inició un nuevo periodo en la historia de
México: la Reforma.13 Durante el siguiente periodo en mención, uno de los
más convulsionados de la historia del país, la iglesia en Sinaloa poco tenía que
ofrecer, en comparación de otros obispados.
La pobreza material de la iglesia local puede palparse en los informes
entregados a la jefatura de hacienda del Estado por los años de 1854, 1859,
1860 por concepto de ventas de los bienes eclesiásticos.14
Sin embargo, a través de Plácido Vega, gobernador de Sinaloa de
aquellos años les hizo llegar al clero sinaloense las demandas que tenían
carácter nacional, a saber:
1. Jurar la constitución de 1857.
2. Aceptar todas las leyes de la Reforma, bajo fe de juramento.
3. Entregar las facturas e instrumentos públicos que justificaran la
existencia y circunstancias de los bienes eclesiásticos del Obispado.
4. Pasar dentro de 40 días, al conocimiento de los jueces ordinarios, los
negocios civiles pendientes en los provisatorios de la diócesis.
5. Hacer un préstamo de 200 mil pesos al tesoro público, reintegrables
de los productos de los bienes eclesiásticos.
El nuevo titular del Obispado, Dr. Pedro Loza y Pardavé, quien tomó
posesión en 1850, de ninguna manera aceptó tales condiciones; el desacato a
tales disposiciones le llevó al exilio, por algunos años.
Esto era de esperarse, la nueva clase política, los militares liberales
trataban de poner en practica los preceptos emanados del grupo del connotado
liberal Benito Juárez; en Sinaloa quien asumió la defensa de los bienes
––––––––––––––
13
Éstas son algunas de las leyes por las cuales se inconformó el clero nacional:
Ley de Nacionalización de Bienes Eclesiásticos, 12 de julio de 1859. Ley del Matrimonio
Civil, 28 de julio de 1859. Ley Orgánica del registro Civil, 28 de julio de 1859. Decreto para la
Secularización de los cementerios, 31 de julio de 1859. Decreto sobre Días Festivos y Prohibición
de Asistencia Oficial a la Iglesia, 11 de agosto de 1859. Ley sobre Libertad de cultos, 4 de
diciembre de 1860.
14
María del Carmen Azalia López González, “Reforma y desamortización en Mazatlán
(1859-1889)” en Historia de Mazatlán, Mazatlán, Ayuntamiento de Mazatlán-UAS, 1998, pp. 8790.
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(magros, por cierto) fue Don José de Jesús Uriarte y Pérez, en su calidad de
gobernador de la Mitra.
Los militares liberales encabezados por Plácido Vega lo único que
obtienen según fuentes consultadas, fueron 20 mil pesos, producto del
secuestro de Don José Uriarte y otros sacerdotes. Debido a la presión contra el
clero local, es exiliado finalmente el Obispo Uriarte.
El episodio no finalizó ahí; mientras tanto la nación se apresta a defender
el territorio a manos del invasor francés. Es el tiempo del poder militar en la
región, tras la salida de Plácido Vega, le siguieron Ramón Corona y
posteriormente Antonio Rosales, todos ellos fieles al liberalismo y quienes
profesaban un anticlericalismo abierto.
Así llegamos al año de 1866, cuando un grupo de distinguidas damas de
Culiacán aboga por el regreso de Don José Uriarte y Pérez y le conceden la
amnistía.
Su relato fue elocuente:
...la iglesia es invencible, que sus ministros podrán ser encarcelados, desterrados,
degollados o asados en una parrilla, pero jamás vencidos. Hablo de las prisiones y
del injusto destierro del Ilmo. Obispo Don Pedro Loza y Pardavé al extranjero; de
las prisiones y destierros de los señores curas y que vivían de milagro...15
Además en ese mismo año, el gobierno local a través de un decreto
devolvió a la Iglesia los inmuebles del Seminario Conciliar y Tridentino y la
Casa Episcopal.
Los años venideros dieron a la República Restaurada un cierto respiro
que sirvió para reacomodar los intereses del gobierno civil y del gobierno
eclesiástico.
Las relaciones entre la Iglesia y estado fueron adquiriendo ciertas
particularidades, convirtiéndolas en complejas y contradictorias. La Iglesia, por
un lado, “entendió” que podía intentar una reconquista de facto de ciertos
privilegios que era mucho más difícil recuperar en el campo de la legislación.
El poder eclesiástico se dio cuenta que la lucha frontal y abierta contra los
liberales, poco dejaba, por lo que terminó aceptando el nuevo orden legal, sin
ciertos privilegios, pero a cambio intentó fortalecer los lazos con su “pueblo
comulgante”. Ello la llevó a ser más sutil e inteligente entre los hechos
consumados.
Por ejemplo, promovió ante sus feligreses retractaciones de la toma de
jura a la Constitución de 1857. Así, de esa manera, tenemos que connotados
––––––––––––––
15
Sergio Ortega et al, Sinaloa, textos de su historia, México, Difocur-IIJMLM, 1987, p. 95.
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liberales, al requerir de los servicios eclesiásticos, abjuraron a las leyes de
Reforma.
Prueba de ello son las abjuraciones que hiciera Francisco Cañedo de la
Constitución de 1857, cuando contrajo matrimonio con doña Francisca Bátiz
de Cañedo en el año de 1868.16
Con él se inauguró una nueva época en las relaciones Iglesia y Estado.
Cuando fue nombrado el Obispo Uriarte, gobernaba en ese entonces el general
Domingo Rubí y encabezaba la presidencia todavía Benito Juárez; aunque ya
en sus últimos tiempos.
Con Porfirio Díaz se vino a confirmar la nueva época. El general Díaz
puso en marcha la pacificación del país, y entre sus objetivos, figuraba la
tolerancia religiosa y además de mantener y formalizar las relaciones con el
alto clero mexicano para afianzar las relaciones con la mismísima Iglesia y
poder servirse de ella.
Aunque en 1876, de acuerdo con un comunicado de la sección de
gobernación, se informó que no se tiene informe alguno sobre la asignación de
dotes a las señoras enclaustradas y que han muerto, por lo que quedan
automáticamente sin efecto tales disposiciones.17
Durante el periodo del general Díaz nacieron varias diócesis, entre ellas la
de Sinaloa en 1883, a través de la Bula Catholica Profesionis Avctor, que
contaba en su haber 28 parroquias.18
Como primer Obispo de Sinaloa, el padre Uriarte se encargó de la
construcción del primer hospital de Sinaloa: en 1887 se iniciaron los trabajos
del Hospital del Carmen, cual no pudo ver concluido por fallecer
repentinamente antes de la inauguración. A este acto asistió lo más selecto de
la clase política del gobierno de Cañedo. Entre las personalidades que
destacaron por su importancia, Gabriel F. Pelaez, vicegobernador del estado;
además la no menos distinguida esposa del general Cañedo, Francisca Bátiz de
Cañedo, las familias Orrantia, Verdugo, De la Vega, Rojo, Castaños, Salmón y
otros. Con esto queda demostrado que los tiempos de lucha y confrontación
había quedado atrás.
––––––––––––––
16
Félix Brito Rodríguez, “Ignacio Gastélum y Francisco Cañedo, feligreses”, en Clío, núm.
12, revista de la Facultad de Historia de la Universidad Autónoma de Sinaloa, Culiacán,
septiembre-diciembre de 1994, pp. 139-141.
17
López González, Reforma y desamortización…, p. 88.
18
Lara Salazar, Vida y pasión…, p. 30. Las parroquias eran entre otras: Ahome,
Badiraguato, Bacubirito, Cacalotán, Capirato, Concordia, Copala, Culiacán, Chametla, Choix, El
Fuerte, Elota, etcétera.
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Las relaciones con los nuevos liberales eran inmejorables. La Iglesia
sinaloense contaba con todo el apoyo del gobierno local para la realización de
los proyectos del Obispo, todo en aras de una mejor organización y una mayor
presencia eclesiástica en la región.
Esto fue posible, ya que como institución logró penetrar (no con ciertas
dificultades) en la población blanca, mestiza e indígena. Por otro lado, la
ausencia notoria del estado en materia de salud pública y educación permitió
de alguna manera el desarrollo y expansión del dominio eclesiástico en una
región por demás alejada de ciertas influencias nacionales.
En conclusión, podemos afirmar que, a pesar del poco interés mostrado a
los inicios de la organización eclesiástico-administrativa del Obispado, la
presencia fundamental de los obispos fue determinante para levantar una
organización que no sólo contemplara territorialmente la grey católica, había
que imprimir un desarrollo sustancial en las tareas de que todo obispado tiene:
la administración espiritual de la población; ésta sólo podía ser posible a través
de la educación, de ahí de la necesidad de organizar el seminario para proveer
de sacerdotes locales, contar con una iglesia apropiada como sede del
obispado, un panteón de acuerdo a las necesidades, etc. Con ello imprimieron a
la cultura regional un fuerte sello característico de lo religioso. Sin embargo,
no podemos dejar de mencionar los intentos liberales por aminorar la presencia
religiosa; el poder que ejercía el clero local fue difícil de socavar. A ello habría
que agregarle la actitud asumida por los llamados nuevos liberales de fin del
siglo XIX, que podríamos identificar como una nueva etapa, ya que la relación
Iglesia-Estado asumió un nuevo rumbo en sus relaciones. Las actitudes
tomadas por ambas partes mostraron una clara tolerancia en favor de una
colaboración casi, diríamos, estrecha: resultado de ello es que los
gobernadores participaban activamente en las tareas a las que convocaba la
iglesia, como por ejemplo, el Hospital del Carmen.
Finalmente, podemos afirmar que la Iglesia en Sinaloa fue producto de su
tiempo, y de las condiciones históricas propias de la región que le imprimió sus
particularidades.
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