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Sinaloa: viejo y nuevo pasado Matías Hiram Lazcano Armienta1 Investigación social, ¿para qué? La Universidad Autónoma de Sinaloa establece como uno de sus objetivos centrales el impulso a la investigación. Hace años uno de los sindicatos de la UAS se llamaba de profesores e investigadores. En su ley orgánica la centenaria casa de estudios advierte que es centro de docencia, de difusión de la cultura e investigación y es convicción generalizada entre el personal académico –y asimismo acuerdo contractual– que los profesores de tiempo completo deben dar clases e investigar. Sin embargo, tal vez nunca ha quedado claro en la práctica, qué y cómo van a investigar y de qué forma se van a articular la docencia y la investigación. Quizá venga al caso, para empezar, que nos hagamos la pregunta –ya clásica– que se formuló a un grupo de intelectuales en 1980: "Historia ¿para qué?" Así, digo, "Investigación Social, ¿para qué?" Y a esta pregunta se responde, desde luego, diciendo que el investigador de las ciencias sociales realiza su actividad –emprende su trabajo– para explicar la realidad social y comprender a los hombres y sus condiciones materiales y espirituales de vida. Está en el meollo de dichas ciencias –Sociología, Economía, Politología, etcétera–, como diría Edward H. Carr para la Historia, contestar a la pregunta que se hace todo científico: ¿Por qué? Por ejemplo, para Sinaloa: ¿Por qué y cómo ha crecido la población en los últimos treinta años –por dar un número–, dónde habita, en qué ciudades y asentamientos humanos, qué grupos y clases sociales gozan de los frutos del progreso, cuáles a su vez han sido más golpeados por la crisis económica?; ¿qué estudios han hecho demógrafos y economistas que procuren dar respuesta a preguntas semejantes?; ¿qué sabemos del funcionamiento de las clases sociales, qué de los campesinos por ejemplo, sus organizaciones y demandas, su situación presente y pasada, qué sabemos de las otras clases y sectores de la sociedad, de la clase media: profesionistas, pequeños comerciantes, profesores, o qué sabemos de la burguesía sinaloense? –los empresarios, como suele ahora –––––––––––––– 1 Profesor e investigador de la Facultad de Historia de la UAS. Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 28 llámarsele–. Continúo: ¿Qué sabemos –qué estudios serios hay– sobre el funcionamiento de la clase política sinaloense?, ¿cómo se ha visto afectada por el nuevo clima democrático que vivimos, qué tan real es este?; ¿cuál es la situación de las organizaciones políticas de nuestra entidad?; ¿qué propuestas concretas –amplias y fundamentadas– existen de los estudiosos del Derecho en torno a la zozobra en que vivimos? ¿qué estudios hay de los urbanistas sobre las ciudades de la entidad del Valle del Carrizo a La Concha?; ¿hay relación entre el deterioro del medio ambiente y la sequía; ésta se debe a causas solamente naturales o a las políticas gubernamentales al respecto? O, por otro lado, sobre el mundo académico: ¿de qué manera ha impactado a la comunidad sinaloense de escritores sociales la globalización y el llamado periodo de crisis de los paradigmas?. ("La primera respuesta –advierte Ricardo Pozas Horcaditas– ha sido voltear la cara a la formulación de grandes teorías para plantearse sólo problemas”)2 Insisto pues, ¿qué estudios hay de demógrafos, economistas, sociólogos, politólogos, antrópologos, urbanistas, abogados, trabajadores sociales, lingüistas que planteen y se respondan problemas cómo los enunciados y otros? Al parecer son escasos. Quisiera equivocarme, pero me da la impresión que quienes responden a problemas como los planteados son los periodistas (algunos de ellos) quienes en su trabajo de investigación hacen una aportación interesante y valiosa. Con todo, espero que con esto se responda a una inquietud fundamental. Es decir, que la necesidad de saber, primeramente, quiénes somos los que en Sinaloa nos dedicamos al estudio de los problemas sociales y que estamos haciendo concretamente –para así considerar la posibilidad de mejorar nuestro trabajo– se vea satisfecha. Una opinión Hemos sido convocados a tratar sobre "El estado que guarda la investigación en Ciencias Sociales. Sus retos y perspectivas." No el estado de la investigación histórica, sino el estado de la investigación social. Y considerando los diversos tópicos de la convocatoria de abril (enfoques teóricos y metodológicos, organización para la investigación, financiamiento, divulgación, avances y rezagos), cabe advertir lo ambicioso del objetivo. Esperemos que haya una discusión fructífera. Además, aunque no se pide abordar un ámbito concreto, –––––––––––––– 2 Ricardo Pozas Horcasitas, "Desarrollo y organización de las ciencias sociales en México", en Universidad de México, núm. 482, revista de la UNAM, marzo de 1991. 140 Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 28 esto es, la investigación social en México o Sinaloa, cabe suponer, en efecto, que habremos de reflexionar y tener presente el espacio en que nos movemos, es decir, Sinaloa. ¿Qué decir entonces al respecto? Yo tengo la hipótesis que en términos generales dicho estado es positivo. Por lo siguiente. Desde hace algunos años en Sinaloa hay una cantidad importante de publicaciones acerca de diversos temas sociales. Esta labor la promueven las diversas escuelas y facultades que se dedican a la enseñanza e investigación de "lo social": la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, la Escuela de Economía, la de Trabajo Social, la de Sociología, la Facultad de Historia, el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales y el Doctorado en Ciencias Sociales; todas estas dependencias son de la Universidad Autónoma de Sinaloa y se encuentran en Culiacán. En Mazatlán funciona la Escuela de Ciencias Sociales, en Los Mochis la de Derecho y Ciencias Políticas y en todo el estado, como lo indica su nombre, la Dirección de Investigación y Fomento de la Cultura Regional realiza actividades no sólo para impulsar la cultura regional sino para investigar acerca de ella. Así como estos, también El Colegio de Sinaloa, El Colegio de Bachilleres, la Universidad de Occidente y otros organismos sociales (como el Frente Cívico Sinaloense y el Instituto Sinaloense de la Mujer) organizan eventos para discutir sobre problemas como la falta de salud, de educación, los altos índices de violencia, el desempleo, la inestabilidad familiar, los fraudes electorales y la participación ciudadana, etc. Todo ello –esta amplia y creciente participación de organismos académicos y sociales en la discusión de los problemas de la entidad– alienta el interés y la publicación de artículos y libros en relación a la problemática citada. Esto como una primera observación. Otra más. Convendría hacer un recuento de lo publicado y formular entonces una reflexión, la cual, creo, puede adelantarse: ¿cuánto de lo publicado vale la pena?, es decir, es producto de una investigación cuidadosa, realizada con un proyecto ad hoc, con una planeación acuciosa y rigor metodológico. ¿Cuánto resistirá la prueba del añejo? Son cuestiones estas que deben abordarse, lo mismo que los criterios para la publicación. ¿Están definidos por las instituciones, los conocen los investigadores, se respetan por los propios organismos? Podríamos preguntar también –¿por qué no?–, cuántos proyectos de investigación se frustran por falta de apoyo o ya terminados se guardan en un cajón, sin que lleguen a su término, la luz pública. Esto debemos discutir aquí –o ¿tal vez? hacer una investigación al respecto–. Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 28 141 Como sea, quisiera, al menos, dejar planteada esta parte y pasar ya, a otra faceta muy importante de la investigación social, el estudio del pasado, la investigación histórica en Sinaloa. La investigación histórica en Sinaloa: viejo y nuevo pasado a) Auge actual de la historiografía. La historia escrita está hoy en día en México, sin duda, al alza. Continuamente se publican libros y revistas de autores mexicanos y extranjeros sobre temas diversos y todas las épocas de la historia mexicana. Se organizan, además, congresos, coloquios, mesas redondas y conferencias, etc. De igual manera ocurre en Sinaloa. Atravesamos, me parece indiscutible, por un buen momento respecto a la promoción de trabajos encaminados al estudio del pasado. Pero este estado muy positivo de la investigación histórica es, al menos yo lo advierto, sobre todo cuantitativo. b) Ausencia de estudios historiográficos. Pese a ese auge de la historiografía sinaloense hay una carencia notoria –lamentable– de trabajos sobre las obras de historia y sus autores. En 1991 Enrique Florescano publicó El nuevo pasado mexicano,3 libro en el que hace un balance de una muy amplia producción de textos de historia de México, publicados dentro y fuera de él. Su examen (detallado, reflexivo) abarca de 1960 a 1990. Nosotros los sinaloenses no tenemos algo así sobre nuestro pasado. Pese a las historias de Andrés Pérez de Ribas y Eustaquio Buelna o Antonio Nakayama y Héctor R. Olea, o Filiberto Leandro Quintero y Mario Gill o Herberto Sinagawa y José María Figueroa o Sergio Ortega y Hubert Carton de Grammont o a las de tantos otros de las diversas generaciones. Y no sólo no hemos avanzado en este camino, sino que carecemos también de sentido crítico. La confrontación de ideas, la discusión abierta, directa, la exposición pues de los razonamientos propios no llevan a una polémica –que podría ser enriquecedora, ilustrativa– sobre historia o algún enfoque metodológico o problema teórico o social. La crítica pues, está ausente. Anotaré solamente dos ejemplos. Primero. En los congresos de historia que desde 1984 se celebran cada año, los ponentes leen sus trabajos atropelladamente, entre la presión del encargado de la mesa –que más que moderador parece verdugo– y el deseo, mejor, de ir a un receso y charlar con los colegas (da la impresión de que estamos preocupados por los números –¿cuántos ponentes van a asistir?– y no por la calidad). Segundo ejemplo. Una costumbre perniciosa que ha sentado sus reales: En las presentaciones más o menos frecuentes de libros de historia, los comentaristas –––––––––––––– 3 Enrique Florescano, El nuevo pasado mexicano, segunda edición, México, Cal y Arena, 1992. 142 Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 28 parecen más bien asociaciones de elogios mutuos: "Me lees, te leo; me elogias, te aplaudo". ¿Qué no será posible encontrarle tachas a un libro de historia? –hablo de los textos de historia–, pero al parecer padecemos lo mismo en otros ramos del saber. Esto pues –los congresos así organizados y esta crítica ausente– no genera un enriquecimiento (tan deseable) en la labor del historiador. Al contrario, empobrece su actividad, causa desánimo. c) Historia tradicional y nueva historia. Al no existir un estudio como el de Florescano –que ya sería mucho pedir– o al menos un resumen de lo publicado no tenemos tampoco una clasificación ni una periodización claras sobre el desarrollo de la historiografía de Sinaloa. Con todo, para abordar esta parte, empezaremos citando una breve ponencia que discurre al respecto. En el VII Congreso de Historia Regional4 se habla de dos tipos de historiografía, la tradicional y la nueva. La historia tradicional es, dice Arturo Carrillo Rojas, aquella referente a obras fundamentalmente descriptivas, carentes de interpretación o explicación de los fenómenos históricos, mientras que la nueva historia se caracteriza por ser más académica, con mayor rigor documental y se basa en ciertas teorías que le permiten hacer una interpretación de lo planteado. El primer tipo de historiografía la ubica temporalmente el autor entre el último tercio del siglo XIX (con Eustaquio Buelna) y hasta los años cuarenta del XX; el segundo tipo inicia entonces (con la Historia Moderna de México, coordinada por Daniel Cosío Villegas, que contiene información importante sobre Sinaloa) y llega hasta nuestros días. Se entiende que ambas maneras de hacer historia se dan a la vez, no termina una y empieza otra. Aunque es infundada la afirmación del autor en el sentido que la historiografía tradicional carece de interpretación,5 su periodización puede resultar útil para encaminar una investigación. Con todo, los dos tipos de historia –tradicional o nueva–, en Sinaloa se siguen practicando (Luis –––––––––––––– 4 Arturo Carrillo, "Reflexiones para la periodización de la historiografía sinaloense", en Memoria del VII Congreso de Historia Regional, Culiacán, Sinaloa, UAS-IIES-Facultad de Historia, noviembre de 1991. 5 No se puede afirmar en serio, por ejemplo, que en Andrés Pérez de Ribas –quien hace una defensa de la conquista y del papel de los jesuitas en el Noroeste novohispano– no hay una interpretación, o que en Eustaquio Buelna –quien habla del auge agrícola de Sinaloa o de la Atlántida, los aztecas y Sinaloa– no la hay o que Herberto Sinagawa –quien enaltece el papel de los grandes hombres en la historia de Sinaloa (es decir, historia de bronce) y defiende a la burguesía agrícola– no formula una interpretación. Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 28 143 González y González, como sabemos, hablaría de tres: anticuaria, de bronce y científica).6 Llamada. Pese a que nuestro objetivo no fue en un inicio formular convocatorias de ninguna clase cabe, por lo dicho, fijarnos en ese hecho muy propio de nuestra historiografía, por un lado encontramos una producción abundante y por otro un inexistente estudio al respecto. Es tiempo de trabajar al respecto, hay que investigar y escribir acerca de la historiografía sinaloense. –––––––––––––– 6 Frecuentemente se publican trabajos (libros o artículos) que dan cuenta de los más variados aspectos de la historia sinaloense, y en efecto, aunque no es nuestro propósito analizar la historiografía de Sinaloa (ni tradicional ni nueva), puesto que el tiempo y el espacio son insuficientes, cabe señalar que buena parte de lo publicado es, al parecer, sobre historia económica. 144 Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 28