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Módulo I. Desarrollo personal, hábitos saludables y motivación.
Tema 3. Aspectos evolutivos del desarrollo afectivo
Capítulo 4. Desarrollo de la identidad moral: autoimagen, autonomía, sentido crítico,
ciudadanía.
Miguel Ángel Millán Asín
Licenciado en Ciencias Políticas y Sociales, teólogo y trabajador social. Director técnico de la
Fundación Hospital Residencia San Camilo.
Resumen
En este trabajo abordamos el tema de la identidad moral. Las personas con discapacidad
intelectual también se plantean preguntas sobre cómo comportarse en determinadas
situaciones, o si una acción es buena o mala. Son preguntas que nos sitúan en el ámbito de la
moralidad, de las normas de conducta y de los valores éticos. Abordamos este tema desde la
creencia en la capacidad de la mayoría de las personas con discapacidad intelectual para tomar
decisiones acertadas. Esto significa creer y defender su capacidad para elegir y vivir con
autonomía. Explicaremos cómo se forma la identidad moral, y la relación de este tema con la
integración social y el valor de la ciudadanía. Finalmente, abordaremos el papel clave de la
familia en la formación de esta identidad moral y presentaremos algunas estrategias para
actuar positivamente.
Palabras clave: desarrollo personal, autonomía, ciudadanía.
Esquema o índice de contenidos:
Introducción .................................................................................................................................. 2
¿Qué es la identidad moral? ......................................................................................................... 2
La capacidad de elegir y la promoción de la autonomía ............................................................... 3
Valores y creencias........................................................................................................................ 5
La formación de la identidad moral .............................................................................................. 5
Participación y ciudadanía ............................................................................................................ 7
El papel de la familia ..................................................................................................................... 8
Conclusión ................................................................................................................................... 10
Bibliografía .................................................................................................................................. 11
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Introducción
La identidad moral es una dimensión muy importante en el desarrollo de la persona, e influye
mucho en su calidad de vida y en su integración social. Esto es igualmente válido para las
personas con discapacidad intelectual. Se va forjando a lo largo de las diferentes etapas de la
vida. Tiene que ver con la toma de decisiones en la vida y los criterios para esa toma de
decisiones. Nos plantea el reto de saber distinguir entre la bondad y la maldad, entre lo
correcto y lo incorrecto. Supone tomar en consideración las normas morales de una sociedad,
algo fundamental para la integración social, así como la propia capacidad de la persona para
tomar decisiones con autonomía, y siguiendo sus propios valores. La familia desempeña un
papel clave en este proceso.
Este tema nos plantea varios interrogantes:

¿La persona con discapacidad intelectual es realmente capaz de tomar decisiones
“morales”?

¿Cómo se forma la identidad moral?

¿Hasta qué punto se deben respetar sus decisiones?

¿No corremos el riesgo de exigir a estas personas unos valores éticos y una conducta
moral que están bastante ausentes en nuestra sociedad?

¿Es compatible el seguimiento de unas normas morales con el desarrollo del sentido
crítico de la persona para que tome decisiones autónomas, aunque entren en conflicto
con la moral dominante?

¿Cómo puede contribuir la familia al buen desarrollo de la identidad moral de sus
hijos?

¿Qué relación hay entre la identidad moral, la participación social y el sentido de
ciudadanía?
¿Qué es la identidad moral?
De manera sencilla, podemos decir que la identidad consiste en el reconocimiento de lo que
cada persona es, con sus peculiaridades (¿en qué soy igual y en qué me diferencio de los
demás?). Pero el tomar conciencia de la propia identidad es un proceso complejo y
multidimensional, claramente condicionado por el entorno y por las diferentes etapas
evolutivas de la persona.
Responder a la pregunta ¿quién soy yo? no es siempre fácil. Un primer nivel es saber mi
nombre y apellidos (me ubica en una familia concreta), mi lugar de nacimiento (me ubica en
un espacio geográfico y cultural), mi fecha de nacimiento (me ubica en el tiempo), si soy
hombre o mujer (mi identidad de género) y, a partir de estos mínimos, vamos conformando
nuestra autoimagen y nuestro posicionamiento con relación a los demás y a la vida. Esto
supone tomar también conciencia de lo que nos diferencia, planteando preguntas como: ¿en
qué me diferencio de los demás? ¿Por qué soy diferente? ¿Qué significa ser diferente? ¿Cómo
interpreto o qué significado le doy al hecho de ser diferente?
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Al hablar de identidad moral nos referimos a esa parte de la identidad personal que afecta a
nuestra manera de comportarnos y de tomar decisiones en función de unos valores éticos y
de unas normas morales. En un primer momento la persona puede acomodarse a las normas
morales existentes en la sociedad (o en su grupo humano de referencia), pero la identidad
moral se manifiesta cuando la persona asume e interioriza determinados valores éticos y
comportamientos morales, no porque sean una obligación sino porque van de acuerdo con lo
que la persona es y quiere ser y vivir, desde su propia voluntad y libertad, aunque no coincidan
con los valores dominantes en su entorno. En última instancia, una adecuada moralidad
consiste en ser mejor persona cada día.
Los seres humanos somos seres morales. Vamos construyendo nuestra identidad moral según
una serie de valores y creencias que nos permiten afrontar la realidad en la que nos toca vivir.
Y esto también ocurre con las personas con discapacidad intelectual. Algunos piensan que
estas personas no tienen capacidad de juicio plena para tomar decisiones morales y asumir la
responsabilidad por sus acciones. Pero existe un amplio consenso internacional que, defiende,
que salvo excepciones, las personas con discapacidad sí tienen capacidad suficiente para
poder valorar la moralidad de sus actos y, por tanto, asumir sus responsabilidades.
La capacidad de elegir y la promoción de la autonomía
La LEY 39/2006 DE 14 DICIEMBRE, DE PROMOCIÓN DE LA AUTONOMÍA PERSONAL Y ATENCIÓN
A LAS PERSONAS EN SITUACIÓN DE DEPENDENCIA define la autonomía de la siguiente manera:
“Autonomía: la capacidad de controlar, afrontar y tomar, por propia iniciativa,
decisiones personales acerca de cómo vivir de acuerdo con las normas y
preferencias propias así como de desarrollar las actividades básicas de la vida
diaria.”
Este concepto de autonomía lleva implícito un planteamiento moral: “tomar decisiones acerca
de cómo vivir de acuerdo con unas normas”. Habla de unas normas y preferencias propias, lo
que conlleva una capacidad para la autonomía moral. Y ello es resultado de un proceso de
formación de una identidad moral que, como veremos más adelante, empieza siempre desde
el cumplimiento de unas normas morales. Estas nos vienen dadas desde el entorno
(heteronimia), aunque luego se le aplica el sentido crítico para ir caminando hacia una moral
más autónoma.
Es muy importante que los familiares de las personas con discapacidad intelectual (PDI) crean
en la capacidad de ellas para ir formándose una identidad moral. Esto significa que creen en su
capacidad de elegir, de tomar decisiones y hacerse responsables de las mismas. También
implica que estén dispuestas a promover su autonomía y evitar una sobreprotección que las
haga más dependientes. Estamos pues, ante un tema crucial.
A este respecto, tiene una gran fuerza el punto 6 de la Declaración de Montreal sobre las
personas con discapacidad intelectual, que reproducimos en el siguiente recuadro. Esta
Declaración se adoptó durante la Conferencia de la Organización Panamericana de la Salud
(OPS) y de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre la discapacidad intelectual que
tuvo lugar en octubre de 2004. Hemos resaltado en negrilla aquellas expresiones que nos
resultan más significativas.
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DECLARACIÓN DE MONTREAL SOBRE LA DISCAPACIDAD INTELECTUAL. PUNTO 6
a. Las personas con discapacidades intelectuales tienen los mismos derechos que las
otras personas a tomar decisiones sobre sus propias vidas. Aún las personas que
tienen dificultad para escoger sus preferencias, tomar decisiones y comunicarlas,
pueden tomar decisiones acertadas para mejorar su desarrollo personal, sus
relaciones y participación comunitaria. Consistente con el deber de adecuar que es
establecido en el párrafo 5b, las personas con discapacidades intelectuales deben ser
apoyadas para hacer esas decisiones, comunicarlas y que sean respetadas.
Consecuentemente, cuando los individuos tienen dificultad para tomar decisiones
independientes, las políticas y leyes deben promover y reconocer la toma de
decisiones apoyada. Los Estados deberán brindar los servicios y el apoyo necesario
para facilitar que las personas con discapacidades intelectuales tomen decisiones
significativas sobre sus propias vidas.
b. Bajo ninguna circunstancia las personas con discapacidades intelectuales serán
consideradas totalmente incompetentes para tomar decisiones en base a su
discapacidad. Es solamente bajo las circunstancias más extraordinarias que el
derecho de las personas con discapacidades intelectuales a tomar sus propias
decisiones puede ser legalmente interrumpido. Cualquier interrupción de este tipo
deberá ser por un periodo de tiempo limitado, sujeto a revisiones periódicas con
relación a la decisión específica por la cual se ha determinado por una autoridad
independiente que la persona carece de capacidad jurídica.
c. La autoridad independiente arriba mencionada debe encontrar evidencia clara y
convincente de que aún con los apoyos apropiados, todas las alternativas menos
restrictivas de nombrar un representante personal sustituto han sido previamente
agotadas. Esta autoridad independiente deberá respetar el derecho al debido proceso
incluyendo el derecho individual a ser notificado, ser oído, presentar evidencias,
identificar expertos para testificar en su favor, ser representado por uno o más
individuos de su confianza y elección para sustentar cualquier evidencia en la
audiencia y apelar cualquier decisión ante un tribunal superior. El representante
personal sustituto o tutor debe tomar en cuenta las preferencias de la persona con
discapacidades intelectuales y hacer todo lo posible por tomar la decisión que esa
persona hubiera tomado si lo pudiera hacer.
En el punto 6a se hace una afirmación radical: las PDI tienen los mismos derechos que las otras
personas para tomar decisiones sobre sus propias vidas, su desarrollo personal, sus relaciones
y su participación comunitaria. No sólo el derecho, también la capacidad de tomar decisiones
acertadas. Más aún: de ninguna manera se puede tomar su discapacidad como excusa para
no favorecer su autonomía y considerarla incompetente para tomar decisiones (salvo
intervención de una autoridad legal).
Ahora bien, si las PDI son competentes para tomar decisiones acertadas, esto implica que han
de manejar unos valores éticos y unos criterios morales que permitan valorar la bondad de sus
acciones, lo cual, a su vez, supone haber desarrollado una identidad moral básica. Así pues,
defender la autonomía y autodeterminación de las PDI significa reconocer su capacidad moral.
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Valores y creencias
Los valores están relacionados con aquello a lo que le damos valor, con lo que consideramos
importante, con lo que queremos o deseamos. Son la razón por la cual hacemos algo, e
impulsan y motivan –o desmotivan- nuestras acciones. Desde ellos valoramos si algo que
hemos hecho es bueno o malo.
Existen valores universales: felicidad, libertad, amor, justicia, veracidad, salud, bondad, familia,
amistad, dinero, empleo, poder, seguridad… Algunos se pueden considerar como valores
“finales”. Otros son más instrumentales, medios para conseguir algo. Por ejemplo: hay
personas que tienen el dinero como valor supremo, pero para otros es sólo un medio para
obtener otros valores, como pueden ser la libertad o la seguridad. Hablamos de una jerarquía
de valores cuando consideramos unos valores más importantes que otros.
A veces nos encontramos ante el dilema de tener que optar entre valores distintos y que
pueden entrar en conflicto, como, por ejemplo, entre trabajo y familia, entre seguridad y
libertad, etc. También podemos tener conflictos con personas que tienen valores diferentes a
los nuestros. Pero la mayoría de las veces los conflictos tienen que ver con los diferentes
criterios que podamos tener las personas para realizar un mismo valor. Varias personas
podemos estar de acuerdo en que la familia es un valor importante, pero ¿qué criterios
concretos usamos en la vida diaria para vivir este valor? Podemos estar de acuerdo en el valor
de la autonomía o de la libertad, pero ¿qué significa concretamente a la hora de tomar
decisiones cotidianas? Entre padres e hijos, la mayoría de veces los problemas tienen que ver
más con los criterios diversos que tenemos para realizar un valor concreto, y no tanto con que
tengamos valores opuestos. Esto es aún más evidente en el trato con las PDI.
Pero detrás de los valores nos encontramos con las creencias, que son opiniones y juicios
sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre el mundo que nos rodea. Las creencias están
relacionadas con nuestras experiencias en la vida, nuestros pensamientos y nuestras
emociones. Tienen una estrecha relación con funciones psicológicas profundas, y ejercen una
poderosa influencia sobre nuestra vida. Cuando me planteo ¿qué debo hacer? ante una
determinada situación, estoy realizando un planteamiento moral. La decisión que tome
dependerá de mis valores éticos, pero estará condicionada por mis creencias.
En el campo de las PDI, son muy importantes las “creencias” que ellos tengan acerca de sus
capacidades y limitaciones, así como las que tengan al respecto sus familiares y educadores.
Unas creencias pueden claramente limitantes del desarrollo de la persona y otras, en cambio,
pueden ser un poderoso recurso para un desarrollo positivo hacia la autonomía y la “vida
buena”.
La formación de la identidad moral
La identidad moral se va formando a lo largo de todas las etapas de la vida. En todas las etapas
de la vida se puede ir madurando en valores éticos y morales, y revisar las creencias que están
detrás de los mismos.
Es el resultado de un proceso de imitación, asimilación e intercambio con las personas que nos
rodean y con el entorno. Empieza con la formación del autoconcepto: ¿Cómo me ven? ¿Cómo
me tratan? ¿Cómo me hacen sentir? Es la propia persona la que interpreta y da significado,
con independencia de que sus interpretaciones correspondan o no a la realidad, o a la
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intención de sus progenitores o personas que le rodean. De esto depende en buena medida su
autoestima y su forma de relacionarse con los demás.
En este proceso escuchará cotidianamente mensajes del tipo: ”no hagas, no toques, tienes
que, debes de…” Ello le llevará a formarse una idea de lo que está bien y de lo que está mal, de
lo que puede y debe hacer y de lo que no puede o no debe hacer. Es un primer paso para la
formación de una cierta conciencia moral. Hablamos de “heteronomía” (del entorno) en la
medida que las normas morales o los criterios de juicio le vienen dados desde el exterior.
La población en general suele tener una moral heterónoma. De hecho, muchas pautas de
comportamiento dependen de que alguien les vea o no y, cuando no se sienten observadas,
muchas personas tienen comportamientos muy poco morales. El reto es llegar a tener una
moral más autónoma, asumida libremente por la propia persona y no dependiente de que se
sienta observada o del miedo al castigo.
La infancia es un momento crítico en este proceso, sobre todo durante los primeros años de
vida. Es un aprendizaje generalmente inconsciente. Los “mensajes” verbales que lanzamos a
nuestros hijos les suelen quedar grabados sin tener todavía capacidad de confrontarlos. Son
mensajes potentes acerca de la identidad de la persona (eres…), de las personas que le rodean
(la mamá/papá es…, los hombres/mujeres son…, la vida es…). Pero no siempre coinciden los
mensajes que lanzan los diferentes miembros de la familia o de las personas que rodean a la
PDI, lo que suele confundir o crear problemas de interpretación.
Pero más importantes que los mensajes verbales suelen ser los no verbales: nuestros gestos,
miradas, contacto físico, tono de voz… y nuestras conductas. Los niños nos observan e imitan
algunas de nuestras conductas. Y captan, aunque sea de manera no consciente, las
contradicciones entre nuestras palabras y nuestros gestos o conductas. Desde pequeños les
transmitimos mensajes con contenido moral, relativos a lo que está bien o lo que está mal.
Pero no siempre somos coherentes con dichos mensajes.
En la medida que los niños crecen aumenta su ámbito de socialización e intervienen también
otros actores: los educadores, los compañeros de colegio, los amigos, la televisión, etc.
Seguirán recibiendo multitud de mensajes acerca de lo que está bien o mal y tenderán a copiar
determinados modelos de conducta. Mientras su conducta moral siga dependiendo del
entorno, seguiremos hablando de una moral heterónoma.
Para que una persona llegue a ser realmente autónoma, capaz de elegir y distinguir el bien y
el mal desde unos criterios éticos, es necesario un proceso educativo: informar, formar,
experimentar, validar… adecuándose a su desarrollo intelectual y emocional. Sobre todo, es
fundamental ir educando en la toma de decisiones, favoreciendo situaciones en las que la
persona tenga que elegir entre diversas opciones. Y educar en el compromiso: que se dé
cuenta y asuma las consecuencias de sus elecciones, y que se haga responsable de las
mismas.
No es un proceso fácil, con independencia de que las personas tengan o no discapacidad
intelectual. De manera casi instintiva, las personas tendemos a realizar aquellas conductas que
nos causan placer o satisfacción y evitamos las que producen displacer, dolor o insatisfacción.
La motivación de muchas conductas es del tipo “¡me gusta!-¡no me gusta!” Llegamos a
identificar lo que está bien o mal en función del placer o del gusto que nos produce. El gran
avance moral tiene lugar cuando podemos captar y comprender que no todo lo nos gusta o
causa placer es bueno, o que aquello que no nos gusta ni nos apetece puede ser conveniente y
bueno para nosotros. Que lo que quiero o deseo no es siempre lo que necesito o lo que me
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conviene. Supone pasar de unas conductas impulsivas, primarias, a una conductas fruto de una
reflexión previa. Esto será resultado de un proceso educativo como el que hemos mencionado
en el párrafo anterior.
Lo podemos plantear también de forma negativa: ¿Cómo formará su identidad y autonomía
moral una persona a la que no se considera “capaz”, no se le da la posibilidad de hacer
elecciones en su vida (todo lo deciden sus padres o educadores), no se respeta su intimidad ni
tiene espacios de privacidad, se la engaña “para que no sufra”, se le oculta o niega información
(“total, no lo entendería”), se fomenta su pasividad, se le niega la capacidad de vida autónoma
y se la separa de contextos normalizados? O también: ¿qué ocurrirá si a esa persona no se le
ponen límites y se permite que actúe siguiendo sus impulsos primarios?
Un mensaje positivo: en general, las PDI suelen poner un gran interés y esfuerzo en su
formación, dejándose enseñar y aconsejar tal vez más que el resto de la población. En este
sentido, podemos afirmar que un proceso educativo como el que hemos mencionado es capaz
de forjar en la persona una identidad moral claramente vinculada a su capacidad de vivir con
gran autonomía y un buen nivel de integración social.
Imagen tomada de: elrincitodeesther.wordpress.com
Participación y ciudadanía
A menudo, las conductas son apropiadas o no en función del contexto en que se producen.
Debemos enseñar a nuestros hijos que ciertas conductas pueden no ser malas moralmente,
pero pueden ser inadecuadas en determinados contextos. Una cosa es la moralidad de un
acto, y otra su conveniencia o no en determinadas situaciones. Un ejemplo típico es el del
pudor en PDI: el desnudarse no es malo en sí mismo, pero es inadecuado hacerlo en lugares
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públicos o ante desconocidos. Aprender a adecuar sus conductas a los contextos en que se
mueven es básico para favorecer su integración social.
Por otra parte, una educación moral exige también enseñar a respetar y a valorar a los demás,
tener en cuenta sus sentimientos, sus opiniones o sus deseos. Todas las personas queremos y
necesitamos que se nos respete, se nos quiera y se nos valore. Conviene recordar aquello que
dijo Jesús de Nazaret: “haz a los demás lo que quieras que los demás hagan contigo.” Y otra
expresión más antigua todavía: “No hagas a los demás lo que no quieras que hagan contigo”.
Son dos pautas elementales de educación moral.
Con estos presupuestos previos, es importante afirmar la conveniencia, incluso la necesidad,
de que las PDI se relacionen y participen con naturalidad en la vida social (empezando por
participar activamente en la vida familiar). En el contacto con otros, y en contextos diversos
(también “normalizados”), irá modelando su comportamiento moral y sus valores. Tiene que
abrirse a situaciones nuevas, conocer, experimentar, confrontar… Y contando con apoyos sólo
en la medida que sean estrictamente necesarios. En definitiva, se trata de que se eduque como
ciudadano y experimente activamente el valor de la ciudadanía, que, en el fondo, es un ideal
ético.
Un progreso importante se da cuando esta participación le lleva a implicarse en grupos o
asociaciones en los que desempeña un papel activo. Y más aún cuando son entidades para la
defensa de derechos sociales (incluidos los propios de las PDI), cultivando así valores como la
solidaridad, la igualdad, la justicia, etc. Esto se puede lograr tras una experiencia previa de
participar en grupos donde ha aprendido a escuchar y respetar a los demás, y también a
hacerse escuchar y respetar. De este modo, ha pasado de tener un papel pasivo y
dependiente, a otro papel más activo, con más autonomía, defendiendo sus derechos y
asumiendo responsabilidades.
El papel de la familia
Ya hemos comentado el papel crucial de la familia en la formación de una identidad moral.
Presentamos ahora unas estrategias que pueden servir para que este papel sea lo más positivo
posible.

Familia ¡conócete a ti misma!
o
¿Cuáles son los valores y conductas morales que tenemos en nuestra familia?
¿Todos los miembros de la familia tenemos los mismos criterios? ¿Somos
coherentes con ellos? ¿Cómo los vivimos en la relación con nuestro hijo con
discapacidad? ¿Qué creencias están asociadas a dichos valores y a nuestras
normas morales de conducta? Todo educador, empezando por los padres, ha
de empezar por trabajar en su autoconocimiento y en una sana autocrítica
para poder ejercer una sana labor educativa. Cuando esto se aplica a un hijo
con discapacidad, hay que ser consciente de las emociones que andan en
juego y de cómo nos influyen. Una emoción muy común es la del miedo.
Miedo al futuro de nuestro hijo, a lo que le pueda pasar, a sus reacciones,
respecto a nuestra capacidad para actuar bien, etc. Hay que trabajar los
miedos, así como el resto de emociones que pueden interferir a la hora de
promover su autonomía moral.
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
Servir de modelo
o

Proteger y sobreproteger
o

No lo trates siempre como un niño pequeño. Respeta sus ámbitos de
privacidad y su intimidad: respecto a su cuerpo, su “espacio”, sus cosas, sus
comunicaciones, etc. Permítele que tenga su propio espacio, sus “fronteras”.
Así le enseñarás también a respetar la privacidad e intimidad de los demás.
Respetar y promover su autonomía
o

Desde la más tierna infancia dale a tu hijo la posibilidad de elegir. Empieza
desde las elecciones más simples: comida, ropa, programas de televisión,
salidas, juegos… para ir preparándolo para las elecciones más complejas según
vaya creciendo. Genera situaciones en las que tu hijo tenga que tomar
decisiones. Permite que se equivoque. Dialoga con él acerca de sus elecciones:
¿Por qué has elegido esto? ¿Qué crees que pasará? ¿Cuál ha sido el resultado
o las consecuencias de tu opción? ¿Cómo te sientes? ¿Te parece que ha sido
una buena decisión? ¿Qué puede pasar si eliges otra opción? Es muy
importante que sea cual sea su elección, tiene que asumir sus consecuencias y
hacerse responsable de las mismas.
Respetar la privacidad y la intimidad
o

La “protección” es buena, pero la sobreprotección es muy dañina. No hagas
por el otro lo que el otro puede hacer por sí mismo. No nos anticipemos a lo
que el otro puede o no hacer sin antes haberlo probado. Revisa tus creencias
limitantes acerca de las capacidades de tu hijo y lo que puede haber detrás de
tu necesidad de sobreprotegerlo.
Educar en la elección, compromiso y responsabilidad
o

Si somos conscientes de que somos el primer modelo de referencia moral para
nuestro hijo, también podemos reflexionar y dialogar en familia sobre el tipo
de modelo que queremos ser. Se trata de hacer un planteamiento consciente
–a menudo con ayuda externa- sobre cómo vamos a actuar en nuestra familia
para poder servir de modelo positivo para la formación moral de nuestro hijo.
Importante: hay que ser suficientemente flexible para cambiar o dejar de lado
aquellos principios o criterios morales que no ayuden a tu hijo a crecer.
Asume que tu hijo va a crecer y evolucionar y que no siempre sus elecciones o
decisiones estarán de acuerdo con vuestros criterios. Un resultado positivo de
una buena educación es que llegue un momento en que sus decisiones puedan
ser contrarias a las deseadas por la familia. Promueve y respeta su autonomía,
y no le tengas miedo. Apóyale, ejerce un paternalismo sano, pero respetando
su autonomía. El único límite debe estar en el cuidado de su propia integridad,
o en el de la integridad de otras personas.
Trabajar el control de impulsos y las conductas autorreguladas.
o
Un problema importante en las PDI suele ser el de controlar sus impulsos. Hay
un aspecto positivo: su espontaneidad (en contraste con cierta hipocresía
social). Pero esta espontaneidad puede incomodar u ofender a otras personas
y crearles problemas en sus relaciones. El que afloren sus impulsos más
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viscerales a veces supone una falta de respeto hacia los demás. Por tanto, es
necesario enseñarle a regular estas conductas y a controlar sus impulsos. La
espontaneidad puede ser un valor muy positivo, pero hay que educar esta
espontaneidad.

Favorecer la participación e integración social
o

Desde pequeño favorece que tu hijo interactúe con otros niños de diferentes
edades y características. No lo aísles o lo tengas sólo en entorno específicos
para PDI. Aprovecha los recursos del entorno: escuelas, centros sociales del
barrio, ONGs, la parroquia, los parques públicos… Programad en familia
oportunidades para que se produzca esta interacción, y para que participe en
grupos o contextos diversos. Dialogad con él sobre su experiencia y
sentimientos en estas situaciones.
Inteligencia emocional, inteligencia moral e inteligencia social
o
La formación de la identidad moral supone ir desarrollando una inteligencia
moral, una capacidad de juicio –aunque sea básica- para tomar decisiones que
tengan en cuenta los valores en juego y los criterios morales. Para ello es
imprescindible identificar también las emociones que están implicadas en
estas acciones y decisiones. Muchas decisiones suelen ser más emocionales
que racionales. Cultivar la inteligencia emocional es imprescindible en la
educación moral. Y lo mismo podemos decir respecto a la inteligencia social, a
la capacidad de relacionarse positivamente con el entorno, en la línea que
hemos comentado en puntos anteriores. La familia es el primer ámbito en el
que desarrollar estas “inteligencias”.
Conclusión
Creemos en la capacidad moral de las personas con discapacidad intelectual. Hemos expuesto
cómo se forma la identidad moral, sus consecuencias y la función de la familia en este proceso.
Somos conscientes de que es un reto difícil y de que hemos generalizado al hablar de las PDI,
ya que nos encontramos con situaciones y grados de discapacidad muy diversos. Está claro que
cuanto mayor sea el grado de discapacidad intelectual, menor será el nivel de responsabilidad
moral. Siempre habrá que defender la capacidad de elección y de promoción de la autonomía,
pero no siempre podremos hablar de capacidad moral. Con todo, opinamos que estos casos
“límite” son una minoría respecto al conjunto de las PDI.
Queremos terminar llamando la atención sobre un hecho: la pérdida de valores morales y la
hipocresía moral existente. No son demasiadas las personas con una identidad moral
autónoma. La mayoría se mueven bien en función del miedo al castigo, o bien dependiendo de
si se sienten observados. Corremos el riesgo de exigir a las PDI una moralidad que la mayoría
de la sociedad incumple, empezando por las personas con mayores niveles de responsabilidad.
Pero vale la pena correr ese riesgo. De hecho, me atrevo a afirmar que son muchas las PDI que
tienen una categoría moral mayor que la media existente en nuestra sociedad. Y la moralidad,
como ya dijeron los antiguos filósofos, está al servicio de una vida buena y feliz.
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Bibliografía
Amor Pan, José Ramón (2010); ÉTICA Y DISCAPACIDAD INTELECTUAL; Madrid: Universidad
Pontifica Comillas
Ponce, Ángels (2010); FORMACIÓN EN AUTODETERMINACIÓN PARA FAMILIAS; Madrid: FEAPS,
Cuadernos de Buenas Prácticas (accesible en la Web de FEAPS)
Sastre, Ana (2009); GUÍA PARA LA AUTODEFENSA DE LAS PERSONAS CON DISCAPACIDAD;
Madrid: CERMI (accesible en la Web de CERMI)
www.feaps.org/blogetica ; un blog de ética dentro de la web de FEAPS
http://www.down21.org/web_n/index.php?option=com_content&view=category&id=878&Ite
mid=2309 ; “Ética y discapacidad”
www.youtube.com/watch?v=do0gX4VHdTk ; “Lo que importa es cuánto amor ponemos en el
trabajo que realizamos”
www.youtube.com/watch?v=BpasdygJJbc; “Jornada de ética, discapacidad intelectual y
derechos humanos.”
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