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EL ALTO IMPERIO ROMANO
Cayo Julio César Octaviano: Augusto
Nace el 24 de diciembre del año 63 a. de J.C., bajo el consulado de Cicerón, en
una familia burguesa originaria de Velletri. Su nombre completo es entonces: Cayo
Octavio Turino. A la muerte de su padre, en 58 a. de J.C., es educado, de momento, por
Lucio Marcio Filipo, segundo marido de su madre (Atia, sobrina de César). Luego, en
45 a. de J.C., es adoptado por César y desde entonces se llama oficialmente Cayo Julio
César Octaviano. Después de la victoria de Actium y del triple triunfo que le honra
(13,14 y 15 de agosto de 29 a. de J.C.), Octavio, con gran habilidad, devuelve sus poderes al Senado y al pueblo romano.
El 16 de enero de 27 a. de J,C. se le otorga -a instancias del senador Lucio Munacio Planco- el título de Augusto (término habitualmente aplicado a lugares sagrados o a
los augures). En esta fecha comienza oficialmente el Imperio romano. Ya hemos dicho
que Augusto, dueño de todos los poderes, quiso compartirlos con el Senado. Al menos
hizo como si los repartiera, rehusando los títulos de "dictador" y de "magister" que César había aceptado. Quiere ser "príncipe del Senado", princeps, y -en todos los actos
públicos- hace alarde de moderación y de sencillez, lo que le gana el favor del pueblo y
los elogios de los poetas:
"Semejante a la primavera, desde que tu rostro ha lucido sobre el pueblo, el día
es más feliz y el Sol más resplandeciente." (Horacio, Odas, Libro IV.)
Lo cierto es que, después de tantas guerras civiles homicidas, Roma sólo aspiraba a la paz. Esto explica que
no hubiera oposición seria a Augusto y que éste pudiera alejarse astutamente de Roma para que le echasen de me-
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El Alto Imperio Romano 1
nos (p.e., de 27 a 24 a. de J.C., dejando la dirección de todos los asuntos a tres hombres fieles, Agripa, Mecenas y
Estatilio Tauro, con el pretexto de las operaciones militares en España).
Augusto, en medio siglo, realizó (su "reino" acabó el día de su muerte, en agosto de 14 d. de J.C., a los 76
años) la gran ambición política de Julio César: la unificación de la "cosa romana". El fin de las guerras civiles y las
victorias en el exterior fueron acompañados de una era de prosperidad material y de grandeza intelectual. El siglo
de Augusto asistió a la edificación de una nueva Roma (el Foro de Augusto, el Panteón, el Ara Pacis). Fue el siglo
de oro de la literatura latina, representada por Tito Livio, Virgilio, Horacio y Ovidio, y fomentada por las iniciativas de hombres de buen gusto como Mecenas, amigo personal del príncipe.
No hay que olvidar que Octavio llegó al poder gracias a sus legiones. Al día siguiente de Actium, aún tenía
bajo sus órdenes a unos 600.000 hombres.
Octavio se casó tres veces. Con su primera esposa, Claudia, el matrimonio no llegó a consumarse. La segunda (Escribonia, viuda dos veces), le dio una hija, Julia, pero Octavio se divorció rápidamente a causa del carácter
"insoportable" de su mujer. Su último matrimonio, en 38 a. de J.C., con Livia Drusila, fue estéril. Livia tuvo que
abandonar a su marido, Tiberio Claudio Nerón, del que estaba encinta, para casarse con Octavio, impaciente y enamorado; el hijo que dio a luz iba a ser el sucesor de Augusto.
De Augusto a los Julio-Claudios
En principio, Augusto quería encontrar un sucesor que fuera de la sangre de la gens Julia. Pensó en el hijo de
su hermana, Lucio Marcelo, y, más tarde, en sus nietos Cayo y Lucio César. Pero todos estos herederos varones
murieron uno tras otro.
A Augusto no le quedaba más solución que la de escoger entre Tiberio (al que había adoptado) y Agripa
Póstumo, último hijo de Julia, nacido en 12 a. de J.C., después de la muerte de su padre Agripa. Pero Agripa Póstumo fue alejado de Roma bajo pretexto de estupidez (tal vez era anormal), y Tiberio, el hijo de Livia, quedó entonces como único depositario del poder, que Augusto le transmitió, como medida de precaución política, un año
antes de su muerte.
Tiberio y la hora de los delatores
Tiberio (14-37 d. de J.C.) llegó al poder a los 56 años de edad, sin encontrar una verdadera oposición. En los primeros años de su reinado gobernó con cordura, respetando al
Senado, vigilando la actuación de los gobernadores en las provincias ("un buen pastor esquila a sus ovejas, pero no las despelleja", decía) y asegurando la frontera del Imperio en el
Rin. Luego, esta situación cambió notablemente. Tiberio, desconfiado y enfermizamente
pesimista, comenzó a sospechar que los senadores conspiraban contra él (le acusaban de
haber hecho envenenar a su sobrino Germánico) y decidió aplicar la ley de lesa majestad a
todos los que se le oponían.
Asimismo, estimuló las denuncias (los delatores recibían la cuarta parte de los bienes que poseía el hombre
al que denunciaban). Parece ser que estaba muy influido por las opiniones del prefecto del pretorio, Sejano, un
caballero romano dispuesto a cualquier bajeza con tal de satisfacer su ambición (Tácito sospechaba "que se prostituyó por dinero al rico y pródigo Apicio"; Anales, IV/1). Sejano, que codiciaba el trono imperial, procuró apartar
de su camino a todos los pretendientes legales: condujo al adulterio a Livilia, esposa del hijo de Tiberio, Druso, al
que hizo envenenar por un esclavo, y mandó condenar por alta traición a la viuda y al hijo mayor de Germánico, así
como a numerosos amigos de éste.
Todo se le ponía fácil para sus intrigas. Tiberio se había retirado a la isla de Capri, donde se entregó, según
nos cuenta Tácito, a "libertinajes reales, mancillando con sus caricias a los hijos de los ciudadanos". El fin del
reinado de Tiberio fue abominable. Después de haber mandado ejecutar a Sejano, cuyos planes había logrado desbaratar, decretó, desde su retiro de Capri, otras innumerables sentencias de muerte. Todo el mundo estaba atemorizado, y Tácito escribe -con un humor macabro- a propósito de la muerte de Pisón, prefecto de Roma:
"Su muerte fue natural, cosa rara en aquel tiempo entre personas de alto rango." (Anales VI/10.)
El fin de esta pesadilla política tuvo lugar en 37 d. de J.C. Cuando Tiberio cumplía 78 años y su salud era ya
muy precaria, perdió el conocimiento durante un festín. Uno de los cónsules en ejercicio, Macrón, aprovechó aquella oportunidad y ordenó que se asfixiase al anciano.
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Calígula y el reinado de la extravagancia
Calígula (37-41 d. de J.C.), hijo de un sobrino de Tiberio, sucedió a éste. Después
de un moderado comienzo de reinado (reducción de impuestos, destierro de los delatores), pareció enloquecer y cayó en las mayores extravagancias. Enamorado de su hermana Drusila, la convirtió en su amante y, cuando ella murió, loco de dolor, le dedicó un
culto.
Su locura le llevó hasta el extremo de querer nombrar cónsul a su caballo. Su prodigalidad fue inmensa. Después de cuatro años de asesinatos y libertinajes, Cayo Calígula murió asesinado por un tribuno de su guardia.
Claudio, el sucesor de Calígula
Claudio (41-54 a. de J.C.) sucedió a su sobrino Calígula gracias a una maniobra política (que después se repetirá con frecuencia). El Senado quería restablecer la república, pero los oficiales de la guardia imperial (los pretorianos), mediante una gratificación de 15.000 sestercios por cabeza, proclamaron emperador a
Claudio, hermano de Germánico. Este era un personaje sin prestigio que dejó el
poder en manos de unos poco escrupulosos libertos de origen griego: Narciso,
Polibio, Palas y Calixto. Estos funcionarios, hábiles políticos, crearon los primeros
ministerios de la historia romana (la cancillería o Scrinia), y, a fin de cuentas,
administraron bastante bien el Imperio. Pero los trece años del reinado de Claudio,
se caracterizan más especialmente por las espectaculares intrigas de las dos últimas esposas del emperador: Mesalina y Agripina.
Mesalina se ha convertido en símbolo de la mujer disoluta, gracias, sobre todo a los relatos debidos a Tácito
(Anales, Libro XI) y a Juvenal. Claudio -siempre según Tácito- ignoraba las bajezas de la emperatriz. ¿Era "imbécil
y abúlico", según afirma la tradición, o bien cerraba los ojos con indiferente debilidad ante los excesos de su mujer?
Por otra parte, la personalidad de este emperador plantea un problema: todo contribuye a retratarlo como un deficiente físico y psíquico, que incluso llegaba a compadecer a su "pobre Mesalina" mientras ésta le engañaba y le
afrentaba ante los ojos de Roma entera.
Pero, ¿cómo explicarnos que el mismo hombre que escribió libros eruditos sobre los etruscos y sobre la
filología latina, y que organizó tan bien la administración del Imperio, quedase, al mismo tiempo, en ridículo por su
debilidad y su cobardía? Sea como fuere, y gracias a la energía de Narciso, el emperador acabó abriendo los ojos a
todos aquellos escándalos. Estos concluyeron con numerosas condenas a muerte y con la ejecución de Mesalina,
que había dado dos hijos al emperador: Británico y Octavia.
Después de la muerte de Mesalina, Claudio casó con su sobrina Agripina, hija de Germánico y viuda de Ahenobarbo, del que había tenido un hijo, Lucio Domicio Nerón, que sería adoptado más tarde por Claudio. Madre
ambiciosa, Agripina aseguró el trono a su hijo con un crimen: precipitó el fin de Claudio, que estaba enfermo, envenenándolo. En seguida, hizo aclamar a Nerón por los pretorianos reteniendo astutamente a Británico fuera de la
sucesión. El reinado de Claudio -pródigo en escándalos y crímenes- se caracteriza también por una política exterior
muy audaz, sobre todo en lo que concierne a la conquista de Britania (Inglaterra).
Nerón, el terror
Nerón (54-68 d. de J.C.). Cuando el hijo de Agripina accedió al poder sólo contaba 17 años. Estaba aún bajo la influencia de sus preceptores Burro y el filósofo Séneca. Agripina, secundada por Palas -el antiguo liberto al servicio de Claudio y más tarde
convertido en amante de la reina-, gobernó, casi a su antojo, durante cinco años, fundamentando su programa político en lo que Tácito llama "un plan de asesinatos". Hacia
59 d. de J.C. empezó el período del reinado personal de Nerón.
A decir verdad, los historiadores se han contentado casi siempre con las afirmaciones de la tradición en lo que se refiere a este emperador (hay una excepción: la in-
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terpretación, muy original, de G. Ch. Picard en Augusto y Nerón: el secreto del Imperio. París, 1962) y -al carecer
de cualquier síntesis nueva- nos vemos obligados, por el momento, a aceptar esta tradición: esposo de Octavia, "que
le inspira una aversión espantosa"; hombre de pasiones desbordantes (como la mayoría de los miembros de su familia y de todos los que pudiéramos llamar "grandes" de la época); amante de una oscura liberta (Acté); asesino de su
hermanastro Británico, al que envenenó fríamente para eliminar a un competidor molesto; amante de Sabina Popea,
de la que Tácito dice que, "a excepción de un corazón honesto, lo reunía todo" (no hay duda de que fue Popea la
que convenció a Nerón para que matase a su madre), etc.
Agripina, con el ansia de conservar un poder que se le escapaba, trataba por todos los medios de recuperar el
ascendiente que había tenido sobre su hijo, hasta llegar (nos dice Tácito) a pensar en el incesto. Nerón intentó envenenarla por tres veces, luego trató de ahogarla y, finalmente, la hizo morir acuchillada.
Entonces empezó el período que los historiadores consideran el más monstruoso de la Antigüedad clásica.
Nerón mandó ejecutar a su consejero Burro. Séneca cayó en desgracia y se adhirió a Tigelino, nuevo prefecto del
pretorio.
Después del asesinato de su mujer, Octavia, Nerón casó con Popea y se lanzó a una vida de excesos que se
han hecho famosos: se presentó en público como actor y obligó a su corte a hacer lo mismo; tomó parte en las carreras de carros del circo y creó un cuerpo de caballeros jóvenes encargados de aplaudirle y de aclamarle sin cesar:
los augustanos. En 64 d. de J.C. se declaró en Roma un incendio que duró seis días. De catorce barrios, tres quedaron destruidos y siete sufrieron grandes daños. Corrió el rumor de que el incendiario era Nerón, que había quemado
Roma para tener una fuente excepcional de inspiración poética.
Fue entonces cuando se produjo una primera conspiración contra el tirano, dirigida por Pisón (en 65 d. de
J.C.) y en la que participaron Lucano y Séneca. Pero se descubrió el complot, y los conjurados se dieron muerte o
perecieron por orden de Nerón. En 68 d. de J.C., un noble galo, gobernador de la Galia lionesa, Vindex, se sublevó
y ofreció sus servicios a Galba, gobernador en España. Vindex fracasó y murió en la rebelión; pero Galba marchó
sobre Roma, y Nerón, abandonado por la guardia pretoriana, huyó de la ciudad y se hizo dar muerte por un esclavo,
exclamando: "¡Qué gran artista pierde el mundo!" (junio de 68 d. de J.C.).
La familia Flavia
La muerte de Nerón originó una crisis dinástica.
Galba sólo fue emperador durante seis meses, hasta que fue asesinado por los pretorianos.
Otón (antiguo compañero de libertinaje de Nerón y gobernador de Lusitania) le sucedió. Se enfrentó con Vitelio,
que mandaba las legiones de la Baja Germania y que le derrotó en la batalla de Bedriac (suicidio de Otón en abril
de 69 d. de J.C.).
Mientras tanto, Vespasiano guerreaba en Judea contra los judíos. En julio, las legiones del Danubio se pusieron de su parte y marcharon sobre Roma. Vencedores en Cremona (octubre), los seguidores del partido flavio
(Vespasiano se llamaba Tito Flavio Vespasiano) tomaron la capital en diciembre. Vitelio fue asesinado y Vespasiano quedó como único emperador. Su hijo Tito fue nombrado césar y princeps juventis (príncipe de la juventud).
Con Vespasiano comenzó a reinar la dinastía de los Flavios.
Vespasiano, el protector de las artes
Vespasiano (67-79 d. de J.C.) burgués italiano, originario de la Italia central,
llegó a Roma en 70 d. de J.C.. Dejó a su hijo Tito el cuidado de acabar la guerra de
Judea (rebelión de los judíos en 66 d. de J.C., durante el reinado de Nerón): sitio de
Jerusalén y toma de la ciudad por Tito, que hizo incendiar el Templo y realizó una
gran matanza de los defensores (en total, 600.000 víctimas).
Vespasiano se reveló como digno continuador de la obra de Augusto: fue
buen administrador, gran constructor (se le deben, entre otras obras, el Anfiteatro
del Coliseo, la restauración del templo de Júpiter Capitolino y el Templo de la Paz)
y protector de las artes y de las letras (Quintiliano). Durante su reinado se reestructuró la sociedad romana: la nobleza provincial, atraída a la ciudad por las medidas
reformadoras del emperador, sustituyó progresivamente a la antigua nobleza, que
estaba diezmada por las proscripciones y debilitada por sus licenciosas costumbres.
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Tito, el vencedor de los judíos
Tito (79-81 d. de J.C.) sucedió a su padre. Su reinado fue muy corto, y se caracterizó por dos calamidades: la peste de Roma y la erupción del Vesubio (año 79 d. de J.C.),
que sepultó bajo la lava y las cenizas a Pompeya, Herculano y Estabia. El naturalista C.
Plinio Segundo (el Vejo) murió mientras observaba la actividad del volcán.
Recuérdese también que en el 70 Tito había conqistado y destruido Jerusalén, elevándose en Roma un fastuoso Arco conmemorativo.
Domiciano, el último Flavio
Domiciano (81-96 d. de J.C.), hermano de Tito, cerró la dinastía Flavia. Ensanchó el
Imperio (Escocia y la provincia llamada de los Campos Decumanos, en la orilla derecha
del Rin) y consolidó las fronteras. En el interior, fue poco popular: reclamando para sí
todas las funciones públicas republicanas, se hizo llamar magister y hasta dios.
Su reinado, a pesar de las cualidades de su labor administrativa, ha dejado un recuerdo análogo al de Tiberio.
Dirigió unas persecuciones contra los cristianos, mandando ejecutar, incluso, a importantes personajes romanos que se habían dejado seducir por las que entonces se llamaban
"ideas judías". Pereció asesinado en su palacio el año 96 d. de J.C. El asesinato indignó a
sus soldados, pero regocijó al Senado, que mandó borrar su nombre de todos los monumentos públicos.
Los Antoninos
Nerva emperador
El Senado proclamó emperador a Nerva, antiguo cónsul, que gobernó el Imperio durante dos años, del 96 al
98 d. de J.C. Nerva había adoptado a Trajano, que inauguró la dinastía de los Antoninos.
Trajano, un reinado próspero
Trajano (98-117 d. de J.C.) era un español romanizado, cuyo padre
ya había sido cónsul. Su administración fue respetuosa para con los derechos republicanos. Las muestras de consideración que prodigó al Senado
halagaron a esta asamblea, sin que ello dificultase el curso de su propio
programa político.
Trajano disminuyó la cuantía de los impuestos, creó una especie de
caja agrícola y familiar, la Institución alimentaria, que prestaba dinero a
los cultivadores y aseguraba la educación de los hijos de las familias pobres, y finalmente, reformó la justicia (suprimió la delación e impuso la
prohibición de condenar a un acusado si se carecía de pruebas).
Como todos los emperadores ilustres, a pesar de su preocupación
por la economía, tuvo el prurito de edificar: le debemos el Foro de Trajano
(construido por el arquitecto Apolodoro de Damasco), notable por su columna de mármol blanco de 40 metros de altura, llamada la columna trajana.
En todo el Imperio se emprendieron grandes obras: puentes, canales, monumentos, etc. En el exterior, Trajano se
mostró como un emperador-soldado, del mismo modo que en el interior fue un emperador-ciudadano.
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Anexionó la Dacia, al norte del Danubio, durante el transcurso de dos campañas (101-102 y 105-106 d. de
J.C.). La región, cuyos habitantes fueron casi todos exterminados, fue repoblada por colonos romanos (corresponde
a la actual Rumania). En Oriente, Trajano ocupó Armenia (guerra contra los partos). Durante una de estas campañas de Asia Menor, murió repentinamente (el año 117 d. de J.C.).
Adriano, el emperador viajero
Adriano
(117-138 d. de
J.C.), pariente de
Trajano, era una
personalidad
notable cuyo rasgo más original
(para
aquella
época) fue su
afición a los
viajes: consciente del peligro de
una administración demasiado
burocrática,
Adriano se desplazó
constantemente a través de todo el
Imperio para verificar su buen
funcionamiento.
Opuesto al
Senado, al que
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respetó pero al que apartó de la dirección de los asuntos estables, confió puestos importantes a los caballeros y
agrupó a su alrededor a los principales de ellos en un Consejo del Principe, en el cual participaban también algunos
juristas (en particular Salvio Juliano).
En política exterior, destacó por haber reforzado las fronteras (construcción en Britania del Muro de Adriano,
de 100 km de largo, con 300 torres) y por aplastar la segunda rebelión de Judea (132-135 d. de J.C.), después de la
cual Jerusalén fue rebautizada y, los judíos, asesinados o alejados de la ciudad.
De este modo, Adriano anuló, durante dieciocho siglos, a la nación judía.
El fin del reinado no fue muy tranquilo. Adriano se retiró a su villa de Tibur, cerca de Roma. Los senadores
conspiraban y, en 138 d. de J.C., cuando murió el emperador, se hizo necesaria toda la energía de Antonino -su hijo
adoptivo- para imponerse al Senado.
Antonino Pío: Roma en su máximo esplendor
Antonino Pío (138-161 d. de J.C.). Así como el reinado de Adriano fue innovador, el de Antonino Pío fue conservador. Lo que más llamó la atención de sus
contemporáneos y la de los historiadores, fue su piedad, en el sentido que daban a
esta palabra los romanos: es decir, su fidelidad y su respeto a los dioses del paganismo. Favoreció los cultos de Hércules, de los Dióscuros, de Neptuno, de Apolo,
de Esculapio, etc. y puso de nuevo en vigor las leyendas virgilianas (Eneida) sobre
los orígenes de Roma.
Administrador prudente, concedió generosamente el derecho de ciudadanía,
se ocupó de la gente humilde y se dedicó -asistido por jurisconsultos como Ulpiano
y Gayo- a modificar la organización judicial: derechos de defensa, restricciones en
el empleo de torturas para hacer confesar a los culpables, limitaciones de los derechos de los amos sobre sus esclavos, etc.
Durante su reinado -que, a fin de cuentas, no es más que un resultado de los anteriores- el Imperio romano
alcanza la cima de su gloria.
El gobierno conservador de Marco Aurelio
Marco Aurelio (161-180 d. de J.C.). Antonino, "el emperador perfecto", había
adoptado a Marco Aurelio y a Lucio Vero. Al subir al trono imperial, Marco Aurelio
asoció al poder a su hermano adoptivo Vero, y juntos gobernaron hasta la muerte de
éste (169 d. de J.C.).
Marco Aurelio, emperador filósofo, intentó poner en práctica los principios de
la moral estoica, que eran los suyos, y los desarrolló en una obra (escrita en griego),
conocida bajo el título de Pensamientos de Marco Aurelio (el verdadero título era:
Sobre sí mismo).
Bueno y caritativo, tomó numerosas medidas asistenciales que mejoraron las
condiciones de las mujeres, de los niños y de los esclavos, y creó un prefecto de tutelas para ayudar a los huérfanos. De hecho fue, igual que Antonino, un conservador
que indiscutiblemente practicó el inmovilismo político y religioso. Supersticioso -a
pesar de su filosofía-, se abrió muy poco a los cultos orientales que empezaban a difundirse por Occidente.
No hay duda de que aceptó el culto solar, que se celebraba en Baalbek, en el Líbano (por aquella época, la
astrología comenzaba a desarrollarse en Roma), pero fue muy adicto a la religión tradicional y veló siempre -como
todos los Antoninos- para que las leyes de Domiciano contra los cristianos fueran aplicadas en cuanto éstos manifestasen abiertamente sus creencias.
Durante el reinado de Marco Aurelio fueron martirizados san Justino (en Roma, 163 d. de J.C.), san Potino y
santa Blandina (en Lyon, 177 d. de J.C.). Es curioso observar que, el emperador que ordenaba semejantes suplicios
(en aquella época muy frecuentes) escribía en sus Pensamientos: "Es propio del hombre amar, incluso a los que le
han ofendido. La hostilidad entre los hombres es contra naturaleza. Ama el género humano."
Tampoco su filosofía le priva de hacer la guerra: contra los partos, que invadieron Siria en 161 d. de J.C.;
contra los cuados y los marcomanos, pueblos germánicos que franquearon el Danubio en 167 d. de J.C. y llegaron
hasta Aquilea. La lucha contra estos últimos invasores fue larga. En 175 d. de J.C., una paz efímera autorizó a los
bárbaros a establecerse en el Imperio. Su rebelión, en 177 d. de J.C. provocó nuevas campañas, durante las cuales
pereció Marco Aurelio, víctima de la peste, en Vindobona (la Viena actual).
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Cómodo, el segundo Calígula
Cómodo (180-192 d. de J.C.), hijo de Marco Aurelio y de Faustina, era
brutal, vanidoso y cruel, un degenerado. Se hallaba en el Danubio cuando su
progenitor murió, y asistido por los generales prosiguió la guerra, que terminó
con la relativa sumisión de los bárbaros. Las operaciones ocuparon todo el verano del 180. Aureolado por la victoria, el emperador se apresuró a volver a Roma
para entregarse a la orgía y a los combates de gladiadores, en los que participó él
mismo. Si Nerón tuvo la coquetería de ser auriga y cantor, Cómodo tuvo la de
exhibir su fuerza en la arena, como un nuevo Hércules, provocando la indignación de la clase senatorial.
Las conjuraciones que estallaron prontamente le hicieron, además de cruel,
suspicaz y desconfiado. Ello y la persecución de los senadores acabó de desacreditar al césar. Entre las víctimas figuró uno de los prefectos del pretorio, Tarrutenio Paterno, que había sido un buen militar, víctima de las acusaciones de su
compañero de jefatura Tigidio Perennis, un ambicioso sin escrúpulos. Tigidio
pasó a ser el primer valido de Cómodo e implantó una política dictatorial contraria a los senadores, clase social que
ostentaba mandos en algunas legiones y que era aún muy influyente. Al destituir a los oficiales senatoriales, poniendo en su lugar a otros procedente de la clase ecuestre, estalló un movimiento en el ejército de Britania y Cómodo entregó a T. Perennis a los soldados, que le dieron muerte.
Treinta días después subía a la privanza el liberto Cleandro, con el título de cubicularis (mayordomo). Vendió cargos, creó patricios, nombró senadores y acumuló enormes riquezas. aumentó a tres el número de la guardia
pretoriana, uno de ellos él mismo. En el año 189 Roma tuvo hasta 25 cónsules. Una carestía de subsistencias, achacada a las especulaciones de Cleandro, provocó una revuelta popular contra el favorito, cuya muerte se exigió.
La inqietud de Roma se reflejaba de modo significativo en la Galia, donde estalló una revuelta de caráctre
social capitaneada por un tal Materno. Las bandas de Materno, compuestas por gentes indeseables, pasaron a Italia
para apoderarse del emperador; pero fueron detenidas a tiempo.
Sería injusto atribuir a los vicios personales del emperador toda la responsabilidad de la decadencia del régimen. Pero, a distancia, el cuadro quedaba ennegrecido por el triste espectáculo de los últimos años del césar. Esto
acabó en una especie de megalomanía furiosa que había de precipitar el desastre político. Después de la caída de
Cleandro, se formó un tercer gobierno capitaneado por Marcia, concubina de Cómodo, por el mayordomo Electo y
el jefe pretoriano Emilio Leto. Comenzó a darse el título de «comodiano» a todo lo que en el Imperio tenía algún
relieve. Comodianos se llamaron el senado y el pueblo, comodiano el ejército y Colonia Commodiana la misma
Roma, pues el emperador se atribuyó el título de fundador de la ciudad por haberla restaurado después de un incendio. Cómodo se hizo representar, además, en figura de Hércules, y adoptó títulos tales como Iove, Marte, Mitra, etc.
El 31 de diciembre de 192, Cómodo fue asesinado cuando se disponía a presentarse a los senadores vestido como
Hércules, según unas versiones, o envenenado por Marcia, según otras. También se cuenta que, como el veneno no
hizo efecto, Marcia le hizo estrangular por un atleta.
El senado se deshizo en injurias violentas contra él y votó la condenación de su memoria y la anulación de
sis actos. Pero esta actitud no constituía tanto una protesta política como un desahogo de la cobardía colectiva que
durante tanto tiempo había tenido que reprimir su resentimiento por temor a la fuerza.
El final trágico de la dinastía de los Antoninos cierra la historia del Alto Imperio. Siguió un período de anarquía militar y el año 193 fue el de los cuatro emperadores: Didio Juliano (Roma), P. Niger (Siria), Clodio Albino
(Britania) y Septimio Severo (Panonia). Septimio Severo derrota a sus rivales e intenta proclamando una adopción
ficticia (se pretende hijo de Marco Aurelio) legitimar su acceso al trono, introduciendo a la dinastía de
Los Severos
Con ellos, Septimio Severo (193-211 d. de J.C), Caracalla (211-217 d. de J.C. ), Elagábalo (218-222 d. de
J.C.) y Alejandro Severo (222-235 d. de J.C.) y posteriormente con los emperadores soldados, nombrados por el
ejercito, Gordiano (238-244 d. de J.C.), Decio (249-251 d. de J.C.) se desarrolla la crisis del Imperio romano, que
debía terminar, en Occidente, con el desmoronamiento del poderío romano a causa de las invasiones bárbaras y, en
Oriente, con la constitución del Imperio bizantino.
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