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INSTITUTO HIJAS DE MARIA AUXILIADORA
fundado por San Juan Bosco
y por Santa María Dominga Mazzarello
N. 956
Peregrinas de misericordia
Queridas hermanas,
mientras os doy las gracias por las oraciones que generosamente
hacéis por mí y por las hermanas del Consejo, deseo reflexionar con
vosotras sobre la inmensa riqueza de amor que Dios reserva a toda la
humanidad, tan necesitada de redescubrirse en su dignidad de
criatura buscada, perdonada y amada con misericordia.
Dios es el Dios de las sorpresas. Tenemos muchos signos que nos lo
confirman, entre ellos la convocatoria del Jubileo Extraordinario de la
Misericordia hecha por el Papa Francisco, que comenzará el 8 de
diciembre de 2015, solemnidad de la Inmaculada Concepción y que
concluirá el 20 de noviembre de 2016, solemnidad litúrgica de
Jesucristo Señor del universo.
Una ayuda irrenunciable para prepararnos a acoger y compartir entre
nosotras, con los jóvenes y con todas las personas de buena voluntad
este evento, lo encontramos en los contenidos de la Bula pontificia
Misericordiae Vultus. Ellos serán el telón de fondo de mi reflexión.
Os invito a descubrir la profundidad teológica y pastoral y hacerla
objeto de conversión personal y comunitaria, de nueva vitalidad
interior, de misericordia y de perdón, de felicidad evangélica, de
servicio incondicional a los que están en situaciones de dificultad y
sufrimiento.
El Jubileo pretende hacer redescubrir a la Iglesia, y por tanto a cada
una de nosotras, a las comunidades FMA y educativas, la actualidad
y fecundidad del Evangelio de Jesús.
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Explicitaré mi reflexión presentando a Jesús como el rostro de la
misericordia del Padre; evidenciando después nuestra llamada a ser
misericordiosas como el Padre y a anunciar su misericordia.
Jesús, rostro de la misericordia del Padre
A los 50 años de la conclusión del Concilio Vaticano II, la Iglesia siente
la necesidad de anunciar el Evangelio de una manera nueva, sin
rechazar el pasado. Lo hace atendiendo a las necesidades de la
humanidad que espera, no profetas de fatalidad, sino personas
capaces de abrir caminos de esperanza, de justicia y de verdadera
fraternidad.
Por esto son siempre actuales las palabras de San Juan XXIII
proclamadas en la apertura del Concilio: "La Esposa de Cristo prefiere
usar la medicina de la misericordia mejor que la de la severidad."
Tema retomado más tarde por San Juan Pablo II que nos regaló la
bellísima encíclica Dives in Misericordia.
El Papa Francisco, con angustiosa insistencia, propone una Iglesia
que encuentre en la misericordia la viga maestra de su misión (cf.
Misericordiae Vultus, n. 10). La misericordia es el corazón de su
pontificado y se manifiesta con sencillez evangélica en gestos
concretos hacia los más olvidados, los “descartados" de la sociedad,
los indefensos.
Su magisterio tiende a hacernos redescubrir las obras de misericordia
espirituales y corporales para sanar viejas y nuevas heridas de las que
la humanidad se ve afectada (cf. n. 15). La apertura de la Puerta
Santa expresará simbólicamente el acceso confiado a la plenitud de la
misericordia.
En Jesús, la misericordia de Dios se encarna, se hace cercana y
accesible. Por esto es indispensable mirarle a Él para aprender qué es
la misericordia y cómo vivirla en nuestra realidad. Con su vida y su
palabra Él nos ha revelado plenamente el rostro misericordioso del
Padre, que manifiesta su omnipotencia derramando abundantemente
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su misericordia sobre nosotros. Ésta, no es debilidad, sino una
cualidad de la omnipotencia.
Dios siempre perdona y sana. Ama a los pobres y humilla a los
poderosos. Ama con entrañas maternas, como nos recuerda Isaías:
"¿Puede la mujer olvidar al niño que amamanta? ¿No tener
compasión del hijo de sus entrañas? Incluso si ellas se olvidaran yo no
te olvidaré jamás" (Isaías 49,15).
Su misericordia no se agota nunca, siempre da a la persona la
oportunidad de redimirse. Dios, en Jesús, ha expresado con muchos
signos su compasión: alimenta a las multitudes, tiene compasión por
aquellos que lo siguen sin parar, sin descanso. Se conmueve frente a
cuántos, sedientos de verdad lo siguen, se reúnen a su alrededor con
el deseo de escucharlo, de mirarlo a los ojos para descubrir la belleza
de un amor compasivo que llega a cada uno en su situación de vida.
A la mujer adúltera, condenada por los escribas y fariseos, Jesús
muestra su sorprendente misericordia: no la condena, no la aleja, no
la reprende, sino que le dice: "Tampoco yo te condeno; ve y de ahora
en adelante no peques más"(Jn 8,11).
Esta actitud de Jesús es para nosotros una llamada siempre nueva.
Es una página del Evangelio que ha sido definida "escandalosa"; en
realidad también hoy podemos afirmar que la misericordia, como nos
la enseña Jesús, es escandalosa, porque a menudo choca con los
juicios humanos, no siempre iluminados por la sabiduría de Dios.
También hacia Mateo Jesús manifiesta su bondad misericordiosa: lo
mira con una mirada llena de ternura y amor y lo elige. Jesús lo ama,
no porque ya es bueno, sino que lo hace bueno porque lo mira con
amor misericordioso.
Pienso en la llamada que todas hemos recibido de Jesús. Su
misericordia hacia nosotras sigue siendo un misterio por descubrir,
sobre todo cuando Él perdona nuestras pequeñas y grandes
infidelidades. En su paciencia nunca dice "basta, me cansé de ti"
¡Cuántas veces en la intimidad de nuestro corazón nos hemos dado
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cuenta de que siempre nos ha dejado una nueva posibilidad para
retomar el camino y ser signo de misericordia, compasión y ternura
hacia los demás!
Busquemos un momento de silencio para reflexionar sobre lo que
Jesús ha hecho y sigue haciendo en nuestras vidas y en nuestras
comunidades, dándole las gracias porque nos envuelve de su amor
infinito y rico de compasión.
En la Palabra de Dios ¡cuántas sorprendentes parábolas de la
misericordia encontramos!
¿Estamos dispuestas, queridas hermanas, a dedicar un tiempo
adecuado para encontrarlas, releerlas, confrontarnos con aquella que
toca profundamente nuestra experiencia?
Quizás podemos descubrir que también en nuestra existencia hay una
"parábola de la misericordia", objeto privilegiado de una mirada de
amor que se nos da gratuitamente. Sólo quien tiene la experiencia la
puede dar y otorgar a otros.
¿No es quizás este el camino para encontrar la verdadera felicidad y
hacerla encontrar a cuantos, especialmente los jóvenes, buscan un
sentido a la existencia?; ¿un motivo para mirar el futuro con
esperanza?; ¿una fuerza para colaborar con una sociedad respetuosa
de la dignidad humana y promotora de los verdaderos valores en la
óptica del Evangelio?
Misericordiosas como el Padre
En cuantos hijos e hijas de Dios, llevamos grabada en nuestra
humanidad la imagen y la semejanza con Él. La misericordia nos
caracteriza en lo más íntimo. Nuestro compromiso consiste en
encontrar el aspecto más profundo que hace nuestro rostro semejante
al suyo.
La misericordia es el criterio de credibilidad de todo cristiano y de
nosotras religiosas dentro del pueblo de Dios. Es la palabra-clave para
comprender el obrar de Dios, también el actuar de los hijos de Dios.
Como el Padre ama, así somos llamadas a amar nosotras también,
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acogiendo, en plena disposición, los sacrificios que este amor exige,
incluso hasta el martirio.
El Papa Francisco, en su viaje a Cuba, nos ha hecho comprender que
la misericordia, más que un esfuerzo, es una necesidad imperiosa,
porque se comparte, se participa de la misma misericordia de Cristo
Jesús. Él "ve siempre lo más auténtico que vive cada persona, que es
precisamente la imagen del Padre". El Papa insiste en que la
misericordia genera la misión y servicio, como le ha ocurrido a Mateo:
“El encuentro con Jesús, con su amor misericordioso, lo ha
transformado... Jesús lo miró y Mateo encontró la alegría del
servicio...”. La mirada de Jesús lleva a compartir "su ternura y la
misericordia con los enfermos, los encarcelados, los ancianos y las
familias en dificultad" (Homilía en Plaza de Holguín, 21 de septiembre
de 2015).
Estas expresiones han entrado profundamente en mi corazón; me han
interpelado y he pensado en nuestros Fundadores que realizaron, con
pasión y espíritu evangélico, lo que el Papa Francisco subraya con
convicción.
Don Bosco y Madre Mazzarello han sido capaces de tejer con
habilidad y armonía misericordia-ternura-amorevolezza. ¡Qué alegría
he sentido adentrándome en esta realidad! Alegría que deseo
compartir con vosotras para dar gracias juntas al Señor por el carisma
salesiano, don siempre presente en todas las culturas.
Nuestros Fundadores han sido realmente una "palabra" creíble de
misericordia en el sentido pleno del término: entregaron hasta la última
fibra de su corazón a los más pequeños, los últimos, los mas débiles,
los jóvenes pobres. Ser pobres, frágiles, necesitados de ayuda era
para ellos razón suficiente para "amarlos mucho" y ayudarles a crecer
en dignidad humana y cristiana como "buenos cristianos y honrados
ciudadanos".
El proyecto carismático de Don Bosco es un proyecto de amor y de
misericordia porque no sólo educa a los jóvenes, sino que los educa
en la alegría y en la ‘amorevolezza’, en la bondad y en la
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responsabilidad hacia la vida. Este proyecto expresa la misericordia
en su sentido etimológico: miseris-cor-dare, "dar el corazón a los
pobres", a los jóvenes pobres y abandonados.
Me parece clara la imagen de la foto en la que Don Bosco, rodeado de
niños, se hace fotografiar en el acto de escuchar su Confesión.
Muchos están esperando su turno para confesarse, mientras uno de
ellos está arrodillado para recibir la absolución del Santo. Don Bosco
es el apóstol de la confesión para los jóvenes, por ello, apóstol de la
misericordia de Dios, del perdón y de la esperanza.
También María Domenica, desde joven, desarrolló una misión
significativa de la misericordia, cuidar a las chicas. Esta misión que ya
realizaba espontáneamente fue confiada a ella y a sus compañeras
desde los inicios de la fundación del Instituto por parte de Don Bosco:
"Haced el bien que podáis".
El bien urge, la compasión y la misericordia tienen carácter de
urgencia. Los pobres no pueden esperar, tienen derecho de prioridad.
Madre Mazzarello, tan exigente consigo misma y atenta a la formación
de las hermanas, les recomienda que no tengan en cuenta las
pequeñeces, sino que se centren en lo esencial: el encuentro con
Jesús. Es Él quien nos transforma interiormente y nos hace
semejantes a Su corazón manso y humilde.
Me limito a reproducir un trozo de una carta escrita a las misioneras,
que he mencionado otras veces:
"Mis queridas hermanas, amaos mucho… ¡Cuánto me consuela recibir
noticias de las casas y saber que en ellas reina la caridad, que
obedecen de buen grado, que cumplen la Santa Regla. Entonces lloro
de emoción y pido bendiciones para todas vosotras que os revistáis
del Espíritu del Señor y podáis hacer un gran bien a vosotras mismas
y a vuestro prójimo, tan necesitado de ayuda. Sí, pero ¿cómo era el
Espíritu del Señor? [...] espíritu de humildad y paciencia, lleno de esa
caridad propia de Jesús, que nunca se cansa de sufrir por nosotros y
que quiere sufrir ¿hasta cuándo?.. ¡Ánimo, pues! imitemos a nuestro
Señor Jesucristo en todo, pero especialmente en la humildad y en la
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caridad; ¡pero de verdad!... Rezad también por mí para que pueda
cumplir lo que os aconsejo" (26,4 L).
Esta carta es casi una declaración de intenciones y puede convertirse
en un programa para nuestras comunidades: revestirnos de los
sentimientos de Jesús, quererse bien, tener un corazón lleno de
caridad por los demás, incluso cuando esto comporta sufrimiento y
sacrificio.
La misericordia, por lo tanto, es inherente a nuestro Proyecto de vida.
Es el rostro de nuestra misión. Se inicia, desarrolla y madura en una
comunidad que se funda y se renueva continuamente en la Eucaristía
(cf. C 40).
Estamos invitadas a revisar de nuevo el rostro de nuestras
comunidades. Preguntémonos: ¿es un rostro de miseri-cordia?
¿Cómo se expresa y donde está su origen? ¿Estamos abiertas a
recibir el perdón de Dios también en la forma sacramental? ¿Qué
perdón nos ofrecemos unas a otras? (Cf C 40 y 41).
El Papa Francisco, en la Misericordiae Vultus, menciona la triste
posibilidad de cultivar rencores también dentro de la Iglesia y en las
comunidades religiosas. El perdón de las ofensas es la condición para
recibir el perdón de Dios. "Estamos llamados a vivir de misericordia,
porque nosotros, previamente, hemos recibimos misericordia. El
perdón de las ofensas se convierte en la expresión más evidente del
amor misericordioso y para nosotros, cristianos, es un imperativo del
que no podemos prescindir. ¡Qué difícil nos parece tantas veces
perdonar! Sin embargo, el perdón es el medio puesto en nuestras
frágiles manos para lograr la serenidad del corazón e irradiarla a
nuestro alrededor, casi por ósmosis (cf. n. 9).
Para dar y recibir el perdón nuestro corazón debe estar libre de la
tentación de los chismes, del juicio o del prejuicio, purificado de
aquellas zonas de sombras que se insinúan en nuestro mundo interior.
Sólo así podemos mirar serenamente a los ojos de nuestras
hermanas, de los jóvenes y de todas las personas de cualquier edad,
clase social y religión.
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Yo tengo un sueño que espero habite también en vuestros corazones:
construir juntas, con la gracia de Dios y la fuerza que nos viene del
Espíritu Santo, comunidades ricas de misericordia; comunidades
donde vibra la alegría del perdón y la búsqueda apasionada de
caminos para educar a vivir con los mismos sentimientos de Jesús en
el estilo del Sistema preventivo.
En mi caminar por mundo descubro sentimientos estupendos en
muchas hermanas y su deseo de ser testigos sencillos del amor que a
diario reciben y que humildemente y en verdad dan a su vez en las
situaciones cotidianas. Esta es la santidad que hace a nuestra Familia
religiosa luz que brilla e infunde esperanza, confianza y alegría.
"En la noche de la vida, seremos juzgados sobre el amor", nos
recuerda el Papa Francisco. Seremos juzgados por las obras de
misericordia: se nos pedirá si hemos ayudado a otros salir de la duda
que genera miedo y es fuente de soledad; si hemos sido capaces de
vencer la ignorancia en la que viven millones de personas,
especialmente los niños privados de la ayuda necesaria para ser
rescatados de la pobreza; si hemos estado cerca de quien está solo y
afligido; si hemos tenido paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que
es tan paciente con nosotros; si, en fin, hemos confiado al Señor en la
oración a nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos "más
pequeños" está presente Cristo mismo (cf. n. 15).
En este año de la misericordia esforcémonos en las comunidades
educativas por mantener siempre abierta la puerta del corazón,
aunque sea con un simple saludo acompañado por una sonrisa, la
acogida incondicional de las hermanas y de los que nos encontramos
a diario en la misión. Cultivemos un corazón amplio en el perdonar,
abierto a acoger en su propio interior a quien llame a la puerta de
nuestra casa; una casa que no debe presentarse como una fortaleza,
sino como un puente sobre el que otros pueden pasar con la
seguridad de sentirse acogidos con amabilidad y amor.
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Anunciamos la misericordia
La misericordia es el corazón del Evangelio y de la Iglesia. El Papa
Francisco nos invita a vivir una verdadera peregrinación de la
misericordia, expresada por los verbos del Evangelio: no juzguéis, no
condenéis, perdonad, dad (cf. Misericordiae Vultus, n.14). En ellos se
perfila un camino espiritual que se hace concreto, permitiéndonos
redescubrir las obras de misericordia espirituales y corporales para
sanar las heridas, de quien sufre en la sociedad actual, con el
consuelo, la misericordia, y la solidaridad (cf. n. 15).
Es significativo en este sentido el Mensaje del Papa a los jóvenes del
mundo para la JMJ 2016 con el tema: "Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5,7). Un
mensaje que abre vastos horizontes, nos impulsa mas allá de las
fronteras, rompe los muros de desconfianza y abre los corazones a
vivir la "extraordinaria alegría de ser instrumentos de la misericordia
de Dios", ya que, continúa el Papa, "se es más bienaventurado en el
dar que en el recibir” "(Hch 20,35). Precisamente por esta razón, la
quinta Bienaventuranza declara felices a los misericordiosos.
Sabemos que el Señor nos ha amado primero. Pero seremos
verdaderamente bendecidos, felices, sólo si entramos en la lógica
divina del don, del amor gratuito, si descubrimos que Dios nos ha
amado infinitamente para hacernos capaces de amar como Él, sin
medida".
Con la fuerza de quien cree en los jóvenes, el Papa Francisco lanza
una propuesta valiente, un reto que sin duda los jóvenes no dejarán
caer en el vacío: "A vosotros, jóvenes, que sois muy concretos,
quisiera proponeros que los primeros siete meses del año 2016 elijáis,
cada mes, una obra de misericordia corporal y una espiritual para
ponerla en práctica ". (Mensaje para la JMJ 2016).
Esta propuesta no nos deja indiferentes. Según nuestras
posibilidades, queremos tratar de realizar con los jóvenes una
peregrinación de la misericordia, a partir de nuestro corazón, que
siempre necesita ser evangelizado con la buena noticia de la
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misericordia y el perdón. Tal vez en alguna surge está pregunta:
"¿cómo ponerme en el camino si...?".
Es un "si" que desaparece cuando juntas damos testimonio y
proclamamos la misericordia, expresando el calor de la amistad
auténtica que abraza a todos; cuando realizamos gestos de paz, de
ternura según el corazón de Cristo. No tengamos miedo de la ternura,
recomienda el Papa Francisco. Más bien, debemos tener miedo de los
corazones cerrados, fríos e indiferentes. Vayamos a las periferias
existenciales, hacia los jóvenes, que nos hacen partícipes, también
aquellos que no parecen de los más pobres materialmente. Hay tanta
soledad en el mundo. Hay mucho abandono y también desesperación
en la vida de los jóvenes.
Don Bosco comenzó su misión sintiendo compasión por los jóvenes
que abarrotaban las cárceles de Turín porque estaban solos y
abandonados. Entendió que sólo una misericordia preventiva podría
salvarlos de la situación de peligro, restituyéndoles su dignidad y
futuro. Lo hizo con sabiduría y visión de futuro y fue capaz de hacer
gustar a los jóvenes la verdadera felicidad de sentirse amados por
Dios y ser evangelizadores de otros jóvenes.
Como comunidades educativas, junto con los jóvenes, que
generalmente son sensibles a la compasión y el perdón, nos
comprometemos a ser testigos y anunciadores de la misericordia.
Estoy segura de que su respuesta nos sorprenderá y nos dará a todas
el ánimo que necesitamos.
En este proceso, que podrá concluirse simbólicamente con una
peregrinación a un lugar sagrado, como nos invita a hacer el Papa
Francisco, miramos a María, maestra de misericordia. Ella, que ha
acogido y custodiado en el corazón la Palabra; que ha sabido
escuchar comunicando la vida que crecía en su vientre; que se dio
cuenta del desconcierto de los esposos de Caná e intervino para
evitar la incomodidad de la falta de vino, nos ayude a ser signos
creíbles de misericordia y a realizar, también como comunidades
educativas, gestos coherentes que lo expresen.
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A María le encomendamos el camino de unidad y de comunión de las
familias para que se construyan cada vez más como lugar donde
aprender a comunicarse, a descubrir la belleza de la relación entre el
hombre y la mujer y entre padres e hijos, a superar con el amor y el
perdón, ofrecido y recibido, posibles conflictos, hasta llegar a ser
testigos de la misericordia.
¡Estoy segura de que sabremos encontrar caminos eficaces para un
nuevo despertar misionero y vocacional en el signo de la misericordia!
Ser peregrinas de misericordia, sentirnos comunidades en camino,
sea para cada una motivo de alegría y de esperanza.
Os ofrezco mis mejores deseos para la solemnidad de la Inmaculada y
de Navidad. María de Nazaret nos ayude en el compromiso de
educarnos y educar a una cultura de paz y reconciliación, de la que el
mundo de hoy tiene tanta necesitad.
La bendición de Dios os acompañe y os sostenga. Sentidme siempre
en profunda comunión de oración, de amor, de una entrega total y
gozosa de la vida.
Roma, 24 de noviembre 2015
Aff.ma Madre
Sor Yvonne Reungoat fma
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