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Nuestro
Señor
habitó
entre los
humildes
de la tierra
Meditación sobre el
Evangelio
del próximo Domingo
1 de Enero de 2017
Santa María, Madre de Dios
EVANGELIO:
Lucas
2, 16-21
Los pastores fueron rápidamente
adonde les había dicho
el Ángel del Señor
y encontraron
a María, a José,
y al recién nacido
acostado en el pesebre.
Al verlo,
contaron lo que habían oído
decir
sobre este niño,
y todos los que los escuchaban
quedaron admirados
de lo que decían los pastores.
Mientras tanto,
María conservaba estas cosas
y las meditaba
en su corazón.
Y los pastores volvieron,
alabando y glorificando
a Dios
por todo lo que habían
visto y oído,
conforme al anuncio
que habían recibido.
Ocho días después,
llegó el tiempo de circuncidar
al niño
y se le puso el nombre
de Jesús,
nombre que le había sido dado
por el Ángel
antes de su concepción.
Palabra del Señor
MEDITACIÓN
Grandes
pequeños
¿Cuáles serían aquellas
cosas que María
«meditaba en su
corazón»?
Tal vez tienen relación
con aquello que nos
recordaba el evangelio
correspondiente al
Domingo anterior:
«la Palabra (de Dios)
se hizo carne
y habitó entre nosotros»
(Jn 1,14)
y nosotros identificamos
a esa Palabra
o Verbo Divino
con Jesús
Eso, que ya es maravilloso y
asombroso, tiene un segundo
aspecto desconcertantemente
bello: el Dios Todopoderoso se
hizo uno de nosotros
pero no como lo
planificaríamos,
según nuestros
conceptos
estratificados
inequitativos
sino haciéndose un
lugar entre los más
humildes de la tierra:
su nacimiento no ocurre en
alguno de los grandes imperios
vigentes en aquel tiempo, sino
en el pequeño país de Israel
su nacimiento no ocurre en
alguno de los grandes imperios
vigentes en aquel tiempo, sino
en el pequeño país de Israel
y en éste, ni
siquiera en la
capital, sino en
un pueblo
el anuncio de la
«buena noticia, [que
será] una gran alegría
para todo el pueblo»
no llega a las cortes
reales, sino a los
pastores mientras
estaban en su labor
(Lc 2,10-11)
luego, cuando estos
fueron a observar,
no encontraron grandes
personajes, elegantes e
influyentes
sino a María, la niña
servidora del Señor
(cf Mt 1,23; Lc 1,38)
y a José el humilde
carpintero del poblado
de Nazaret
tampoco hallaron en
el lugar una “cuna de
oro”, sino
«al recién nacido
acostado en el
pesebre»
(cabe hacer notar, para
quienes sólo tienen la imagen
“pascuera-comercial” de este
acontecimiento, que un
pesebre es, ni más ni menos
que un refugio de animales)
Probablemente,
entonces,
su meditación le
confirmaba que,
como había cantado
antes en el
Magnificat…
el Señor en quien
creía es Uno que
tiene criterios muy
distintos a los
nuestros
(cf. Is 55,9)
ya que Él es quien «derribó a los
poderosos de su trono y elevó a
los humildes. Colmó de bienes a
los hambrientos y despidió a los
ricos con las manos vacías»
(Lc 1,52-53)
¿Nuestra meditación
nos lleva a entender que
nuestra fe anda a
contra-corriente en este
mundo en que se
privilegian apellidos y
status financieros?
¿Qué consecuencias
debiésemos sacar
de esto?
Que crezcamos en
humildad y cercanía
con nuestros hermanos,
con especial afecto y
ocupación por aquellos
más desfavorecidos y
humillados,
como aprendimos
de ti, Señor.
Así sea.