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investigación y CRÍTICA
PROGRAMA DE COMUNICACIÓN Y CULTURA
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PREFACIO AL CONCEPTO DE COMUNICACIÓN POLÍTICA: UNA
DISCUSIÓN BIBLIOGRÁFICA
Juan Pablo Arancibia Carrizo
Comunicación Política es un concepto relativamente reciente que pareciera indicar
un proceso de transformación del concepto y del ejercicio de la política. Es un
concepto que surge en el campo de estudio de la comunicación y que de algún modo
señala la reunión de dos dimensiones históricas en la configuración de la sociedad:
la comunicación y la política1. Se trata de una noción emergente y problemática que
parece atender al fenómeno histórico material de transformación de la política en
donde sus propias delimitaciones, recortes y restricciones aún no están
perfectamente reconocidas. De modo que el concepto mismo no está lo
suficientemente instalado, legitimado y mucho menos reconocido unívocamente al
interior de la disciplina de la comunicación.
1 Gilles Achache, marca el inicio de este proceso en 1952, con la campaña de Eisenhower, el primero en
recurrir a agencias de publicidad, y a partir de ahí la investigación política de mercados vendría
desempeñando un papel creciente en las campañas electorales. Achache, Gilles. “El marketing político”.
Ferry; Wolton y otros. EL NUEVO ESPACIO PÚBLICO. Editorial Gedisa. Barcelona, España. 1998,
p112.
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El concepto de comunicación política es entonces problemático, al menos, en dos
sentidos. Primero, porque el fenómeno que parece atender es de extraordinaria
complejidad y dificultad, a saber, las transformaciones de la comprensión y
operación de la política en el marco de una sociedad mediatizada 2. Segundo, es
problemático porque al interior del campo de la comunicación sería un concepto en
disputa ya que el modo en que nombra y conceptualiza, porta y configura una
lectura, un posicionamiento y un juicio sobre el proceso y el fenómeno estudiado.
Actualmente es en Europa y en el norte de América donde se han concentrado los
estudios de la Comunicación Política, sin embargo, en América Latina, aunque
escasamente se reconoce y se ha trabajado el problema, ya surgen voces de análisis y
problematización. Esto último define el carácter de las escasas siguientes páginas,
donde se intentará un reconocimiento y examen preliminar sobre la lógica, las
condiciones de emergencia, el marco operacional, las implicancias y dificultades del
concepto de Comunicación Política.
Cuando se habla entonces, de Comunicación Política, parece que se hace referencia
a esta conjunción de dos esferas o ámbitos de la vida social de los hombres, la
Comunicación y la Política3. Una primera sospecha factible de señalar es que quizá
se trata de una redundancia, puesto que la comunicación es una condición de
posibilidad de la política, un requisito o una pieza consustancial al ejercicio de la
política y, a su vez, la comunicación no podría sino ser un acto político, o dicho de
otro modo, no habría comunicación no política, o no habría sino, comunicación
política. De esta forma arribaríamos a la siguiente figura: Toda Política sería
Comunicación y toda Comunicación sería Política.
2 Según Anne-Marie Gingras, desde la década de 1970 la utilización masiva de las técnicas de
comunicación en la vida política occidental modificó considerablemente las prácticas políticas,
particularmente en períodos de campaña electoral. El énfasis puesto en el marketing político, en los
sondeos, en los envíos postales con destinatarios seleccionados, en los focus groups y en la consulta
política, así como en el papel considerado cada vez más activo que cumplen los medios en la vida política
introducen o reintroducen una serie de interrogantes sobre el sentido mismo de ‘la política’. Gingras,
Anne-Marie. “El impacto de las comunicaciones en las prácticas políticas”. En, Gauthier, Gilles y otros.
COMUNICACIÓN Y POLÍTICA. Editorial Gedisa. Barcelona, España. 1998, p31.
3 “El término ‘videopolítica’ evoca fuertemente el encuentro entre una práctica histórica como es la
política –el encargarse de los asuntos públicos y colectivos- y una tecnología de transmisión seriada de
imágenes dinámicas que resultan el soporte actualmente hegemónico en los medios de comunicación”. Y
sobre esta conjunción reciente se ha creado la impresión de que los condicionamientos estructurales,
discursivos y estéticos que un medio le impone al discurso político fueran un fenómeno contemporáneo
cuando en realidad la política siempre mantuvo estrechos contactos con todos los avances mediáticos.
Mangone; Warley. EL DISCURSO POLÍTICO DEL FORO A LA TELEVISIÓN. Editorial Biblos. B.
Aires, Argentina. 1994, p46.
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Esta primera instalación nos colocaría ante una comodidad y una dificultad. La
comodidad consiste en que ya no sería necesario preguntarse por el concepto de
Comunicación Política puesto que se trata sólo de una tautología en cuanto
Comunicación y Política serían dos esferas consustanciales del mismo fenómeno.
Comunicación y Política habrían caído en un plano de absoluta identidad e
indiferenciación.
La dificultad consiste en que una vez que se ha fundido Comunicación y Política se
ha disuelto la posibilidad de lograr cualquier distinción acerca de cómo se han
venido produciendo transformaciones al interior de esas configuraciones puesto que
siempre habrían estado unidas e indiferenciables, de modo que es imposible lograr
claridad acerca del comportamiento de la relación entre la política y la
comunicación.
Dicho en otros términos, lo que queda en suspenso es aquella frontera que
delimitaría dónde comienza lo político y dónde comienza la comunicación, o dicho
radicalmente, se habría diluido la pregunta por qué es lo que define a la política y
qué es lo que define a la comunicación. Obviamente, esta instalación reposaría sobre
el supuesto de que habría ‘algo’ que define ‘lo propiamente político’ y ‘algo’ que
define ‘lo propiamente comunicacional’.
Esta dificultad se vuelve un laberinto si es que no se pone, al mismo tiempo, en
examen qué es lo que se ha venido entendiendo por Política y por Comunicación. De
manera tal que una forma de ahora problematizar la formulación del problema ya no
consiste en lograr una mera separación de ambas esferas, sino en interrogar por
cuáles serían aquellas comprensiones y narraciones que de algún modo pueden
eventualmente sugerir en unas ocasiones una separación y en otras una fusión.
Lo que deseamos sugerir es que será en dependencia de las cuadrículas
comprensivas que se desplieguen en el modo de conceptualizar y definir ambas
voces, Comunicación y Política, el modo en que se pueda pensar y articular dicha
relación.
Parece ser que en la comprensión de que Comunicación y Política son lo mismo,
habitaría una segunda definición subyacente y al mismo tiempo más problemática.
Pareciera que lo que se sugiere es que la Comunicación es la ‘forma’ de lo que la
Política es el ‘contenido’. Parece ser que ahí la Comunicación es condición de
posibilidad, en cuanto requisito técnico, en cuanto soporte, si se quiere, en cuanto
‘significante’. Al tiempo que Política sería un ‘fondo’ de ‘contenido’, un
‘significado’ que es expresado, manifestado, puesto en forma, mediante la
Comunicación.
Creer que comunicación y política son lo mismo, nos podría hacer creer que en el
proceso de mediatización no ha pasado nada, puesto que la acentuación de la
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comunicación sería un mero problema de forma, ya que por definición política y
comunicación van juntos, de manera tal que ahora se ponga acento en la
comunicación es una adopción de forma que no afecta a la política.
El concepto de Comunicación Política
Detengámonos pues, al tenor de estas preguntas, en el examen de una de las
proposiciones conceptuales contemporáneas más relevantes sobre la Comunicación
Política y exploremos las diferentes implicancias que de ella se derivan tanto para el
territorio de la Comunicación, como para el de la Política. Esta comprensión
propuesta por Dominique Wolton es la que se ha venido destacando en el campo
discursivo de la comunicación y la que, a su vez, nos servirá de llave para abrir la
compuerta a un diálogo con el campo desde el cual se ha venido pensando este
vértice problemático entre Comunicación y Política.
“La comunicación política es tan vieja como la política, que nace con
los primeros intercambios que los hombres tienen entre sí, en lo que
se refiere a la organización de la ciudad. Las retóricas griegas y
latinas tal vez hayan sido sus manifestaciones más nobles y
admiradas, pero hay que esperar hasta la época más reciente para
ver aparecer los dos términos: Comunicación Política”.4
Esta primera instalación de la Comunicación Política tendría como correlato el
escenario de la sociedad y la democracia de masas, caracterizadas ambas por las
modalidades del sufragio universal igualitario, el reino de los medios de
comunicación masiva y el de las encuestas. Esta es la temporalidad y geografía
desde la cual se podría reconocer, según Wolton, la emergencia de la Comunicación
Política5. Sin embargo, el modo en que se ha venido comprendiendo esta
articulación de Comunicación Política ha venido mutando y derivando
progresivamente en un ensanchamiento conceptual que más que elucidar unos
procesos, unos agentes y unas operaciones, más bien se diluye en la extensión de un
mal entendido6.
4 Wolton, Dominique. “Comunicación política: construcción de un modelo”. En, Op.cit. Ferry; Wolton.
EL NUEVO ESPACIO PÚBLICO, p28.
5 Para Jean Marc Ferry esta misma nueva configuración es la que impone una redefinición sociológica
del espacio público político. Esta redefinición está justificada por el advenimiento de la ‘sociedad de los
medios’. Ferry, Jean-Marc. “Las transformaciones de la publicidad política”. En, Op.cit. Ferry; Wolton.
EL NUEVO ESPACIO PÚBLICO, p19.
6 En un principio, explica Wolton, la comunicación política designó al estudio de la comunicación del
gobierno para con el electorado, lo que hoy se llama ‘comunicación gubernamental’; más tarde, al
intercambio de discursos políticos entre políticos en el poder y los de la oposición, en especial durante las
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Para Wolton, la Comunicación Política, actualmente pareciera abarcar el estudio del
papel de la comunicación en la vida política e integrar tanto los medios de
comunicación como a los institutos de sondeos de opinión, a la investigación
política de mercados y a la publicidad política, con particular y especial interés en
los periodos electorales. Esta amplia definición haría hincapié en el proceso de
intercambio de discursos políticos, entre una cantidad cada vez mayor de actores
políticos, con la idea implícita de que de modo progresivo lo fundamental de la
política moderna se organiza en torno de la comunicación política, a través del papel
de los medios y de los sondeos.
Casi en el límite, la comunicación política designaría a toda comunicación que tiene
por objeto la política. Esta definición sería demasiado amplia y no obstante tendría
la ventaja, según Wolton, de tomar en cuenta las dos grandes características de la
política moderna contemporánea: la expansión de la esfera política junto con el
aumento de los problemas y de los actores que ingresan en el campo político y la
importancia creciente que se le da a la comunicación, además del peso de los medios
y de la opinión pública a través de los sondeos.7
Es precisamente en oposición a esta extensa y diluida definición, que Wolton
construye e inscribe su modelo de Comunicación Política, ya que las concepciones
anteriores impedirían comprender clara y correctamente la especificidad de la
comunicación política moderna. Asimismo, el modelo de Wolton se inscribiría
contra el discurso dominante que ve en la comunicación política una caricatura de la
política, el triunfo de la comunicación entendida como la dominación de la forma
sobre el fondo.
“Nuestra hipótesis es inversa. La comunicación política es un cambio
tan importante en el orden político como lo han sido los medios de
comunicación masiva en el de la información y los sondeos, y en el de
la opinión pública. La comunicación política traduce la importancia
de la comunicación en la política, no en el sentido de una
desaparición del enfrentamiento sino, al contrario, en el sentido en
que el enfrentamiento, que es lo propio de la política, se realiza hoy
en las democracias, en el modo comunicacional, es decir, en
definitiva, reconociendo ‘al otro’”.8
campañas electorales. Después el campo se extendió al estudio del papel de los medios de comunicación
masiva en la formación de la opinión pública y a la influencia de los sondeos en la vida política,
mayormente para estudiar las diferencias entre las preocupaciones de la opinión pública y la conducta de
los políticos. Op. cit. Wolton. “Comunicación política...”, p29.
7 Ibidem, p30.
8 Ibid.
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De esta manera Wolton se permite comprender que el surgimiento de la
comunicación política como fenómeno importante, simplemente sería el resultado
del doble proceso de democratización y de comunicación iniciado dos siglos atrás, y
que aseguraría la transcripción del ideal político democrático del siglo XVIII en un
espacio público ensanchado en el que los distintos miembros tendrían una categoría
legítima9. Por lo tanto, la Comunicación Política es aquí entendida exactamente
como lo contrario a una degradación de la política, como la condición del
funcionamiento de un espacio público ensanchado. La Comunicación Política
permitiría la interacción entre la Información, la Política y la Comunicación, de
modo que aparece como un concepto fundamental de análisis del funcionamiento de
la democracia masiva. Así, la idea central de Wolton es que la Comunicación
Política no lleva a suprimir la política o a subordinarla a la comunicación sino, por el
contrario, a hacerla posible en la democracia masiva. De modo que en su
comprensión:
9 Es interesante reparar en la contraposición que existe entre esta tesis y lo que sostiene Arendt acerca de
la anulación de la política en la Modernidad por la primacía de ‘lo social’. Ahí donde Wolton ve el
ensanchamiento y profundización del orden de lo político, Arendt vería su desintegración y su
desnaturalización. Para Arendt será crucial la noción de vita activa, dimensión en la que inscribiría tres
actividades que en su reunión definirían la condición humana: Trabajo, Labor y Acción. Esta última,
-heredera de la noción de energia aristotélica- sería una pieza crucial para definir la política. “Con la
expresión vita activa me propongo designar tres actividades fundamentales: labor, trabajo y acción. Son
fundamentales porque cada una corresponde a una de las condiciones básicas bajo las que se ha dado al
hombre la vida en la tierra. Labor es la actividad correspondiente al proceso biológico del cuerpo
humano, cuyo espontáneo crecimiento, metabolismo y decadencia final están ligados a las necesidades
vitales producidas y alimentadas por la labor en el proceso de la vida. La condición humana de la labor
es la misma vida. Trabajo es la actividad que corresponde a lo no natural de la exigencia del hombre,
que no está inmerso en el constantemente repetido ciclo vital de la especie, ni cuya mortalidad queda
compensada por dicho ciclo. El trabajo proporciona un ‘artificial’ mundo de cosas, claramente distintas
de todas las circunstancias naturales (…) La condición humana del trabajo es la mundanidad”. “La
acción, única actividad que se da entre los hombres sin la mediación de cosas o materia, corresponde a
la condición humana de la pluralidad, al hecho de que los hombres, no el Hombre, vivan en la Tierra y
habiten en el mundo”. Para Arendt, si bien todos los aspectos de la condición humana están de algún
modo relacionados con la política, la pluralidad que comporta la acción es específicamente la condición
de toda vida política. “…de las tres, la acción mantiene la más estrecha relación con la condición
humana de la natalidad; el nuevo comienzo inherente al nacimiento se deja sentir en el mundo sólo
porque el recién llegado posee la capacidad de empezar algo nuevo, es decir, de actuar. En este sentido
de iniciativa, un elemento de acción, y por lo tanto de natalidad, es inherente a todas las actividades
humanas. Más aún, ya que la acción es la actividad política por excelencia, la natalidad, y no la
mortalidad, puede ser la categoría central del pensamiento político…”. Arendt, Hannah. LA
CONDICIÓN HUMANA. Ediciones Paidós. Barcelona, España. 1993, pp. 21-23. Además, cabría
examinar lo que Wolton entiende por política y lo que Arendt denomina ‘los prejuicios sobre lo político’.
Ver, Arendt, Hannah. QUÉ ES LA POLÍTICA. Ediciones Paidós. Barcelona, España.1997, p49.
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“Definimos la Comunicación Política como ‘el espacio en que se
intercambian los discursos contradictorios de los tres actores que
tienen legitimidad para expresarse públicamente sobre política, y que
son los políticos, los periodistas y la opinión pública a través de los
sondeos”.10
En su lectura, esta definición haría hincapié en la idea de interacción de discursos
contradictorios que sostienen actores que no tienen ni la misma categoría ni la
misma legitimidad, pero que por sus posiciones respectivas en el espacio público
constituirían la condición de funcionamiento de la democracia masiva. Desde sus
coordenadas, Wolton sostiene que esta definición presentaría cinco ventajas
sustantivas, respecto de otros módulos comprensivos:
Primero, ampliaría la perspectiva clásica que estudia la influencia de los medios o de
los sondeos o de los políticos sobre el espacio político. Pero estos estudios no
considerarían la interrelación de los tres actores y sus dimensiones (político,
periodista y público). Así, lo constitutivo de la Comunicación Política sería su
interacción, si se define aquella como un espacio de ‘confrontación’ de puntos de
vista contradictorios, más que como un espacio de ‘comunicación’.
Segundo, señalaría la originalidad de la Comunicación Política, en tanto maneja las
tres dimensiones contradictorias y complementarias de la democracia masiva: la
política, la información y la comunicación. Las que a su vez evidencian a sus
respectivos agentes: el político, el periodista y el público. De modo que la
originalidad y el interés de la Comunicación Política consiste en que sería ese el
lugar de concurrencia, de expresión y de enfrentamiento de las legitimidades
constitutivas y contradictorias de la democracia masiva.
Tercero, advertiría que no todos los discursos políticos del momento están en la
Comunicación Política. Sólo figuran y se hacen presentes aquellos discursos que son
objeto de conflictos y polémicas. De esta forma la Comunicación Política aparece
como el espacio en que se enfrentan las políticas contradictorias del momento, lo
que significa que el contenido de tal comunicación política varía con el tiempo.
Cuarto, revalorizaría la política respecto de la comunicación, demostrando que hoy
ambas están intrínsecamente ligadas, aunque posean diferencias radicales entre sí.
De tal forma se podría decir que la comunicación no ha ‘digerido’ a la política, pues
es más bien la política lo que en la actualidad se representa en un estilo
comunicacional.
Quinto, mostraría que el público no está ausente de esta interacción entre política y
comunicación. La Comunicación Política no sería sólo el intercambio de los
10 Op.cit. Wolton. “Comunicación política...”, p31.
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discursos de ‘la clase política y mediática’, se encuentra en ella la presencia real del
público a través de los sondeos. De esta manera, la Comunicación Política además
tiene un carácter público en otro sentido: desarrollarse ante el público que, mediante
el voto, llega a zanjar los debates. Así, la Comunicación Política se revelaría como el
escenario en el que se intercambian los argumentos, los pensamientos y las pasiones,
a partir de las cuales los electores eligen.
Sobre esta base Wolton se permite sostener que la Comunicación Política sería un
proceso indispensable para el espacio político contemporáneo, al permitir la
confrontación de los discursos característicos de la política. De modo tal que en la
Comunicación Política se reunirían tres agentes y sus respectivas tres dimensiones:
a) la ideología y la acción para los políticos; b) la información para los periodistas y
c) la comunicación para la opinión pública y los sondeos.
Estas tres regiones a su vez se distinguen por la legitimidad que alcanzan en la
Comunicación Política cada uno de estos agentes: si para los políticos la legitimidad
resulta de la elección; para los periodistas la legitimidad está dada por la
información, que es un valor y para los sondeos, ‘representantes’ de la opinión
pública, la legitimidad es de orden científico y técnico. Así pues, la Comunicación
Política no sería un sistema cerrado sino abierto a la sociedad. Por un lado le habla a
la clase política, por otro, le habla a la opinión pública.
A partir de lo anterior es que Wolton podría endosar unas funciones claras y
específicas a la Comunicación Política: primero, contribuiría a identificar los
problemas nuevos que surgen en el ámbito de la política; segundo, favorecería su
integración en los debates políticos del momento, prestándoles relevancia y
legitimidad; tercero, facilitaría la exclusión de temas que han dejado de ser de
conflictivos o respecto de los cuales ya existe consenso.
A su vez, estas funciones variarían su énfasis según el contexto y las condiciones en
que se presenten, las que Wolton tipifica como: a) en periodo de elecciones las
encuestas desempeñan un papel relevante, pues anuncian o anticipan el resultado de
la competencia. Aquí la Comunicación Política estaría marcada por la lógica del
sondeo; b) en situación normal (entre elecciones) la Comunicación Política es
alentada por los medios, opera como cordón umbilical entre la clase política y la
sociedad; c) en situación de crisis política, interna o externa, la comunicación
política es dominada por la preeminencia de los políticos, pues ellos son los que
toman las decisiones sin miramientos para con la opinión pública.
Preguntas y desplazamientos
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Estas serían, sucintamente, las piezas y articulaciones principales que le darían la
arquitectónica al modelo presentado por Dominique Wolton. Por cierto cabría
emprender un detenido análisis con respecto a las plataformas conceptuales y los
marcos de referencia que estarían sosteniendo dicho entramado. No obstante, por
ahora, nos limitamos a sugerir, a modo de diálogo problematizante con el campo,
sólo tres ejes interrogativos que, nos parece en lo inmediato, habilitan zonas
problemáticas insoslayables.
Primero, aquella obsesiva, recurrente y porfiada dificultad a la hora de pensar y
definir ‘lo político’. Segundo, esta insistente arremetida conceptual de un
neofuncionalismo de la comunicación. Tercero, las cuentas alegres que extrae el
autor en el plano de la refundación de un espacio público y su vinculación con una
concepción y modalidad política particular.
a) Acerca de la primera observación, quizá cabría partir por el señalamiento de un
problema profundo y delicado, respecto del cual nosotros mismos seríamos presa. Se
trata de una cierta autarquía e incompetencia recíproca entre el campo de la
comunicación y el campo de la teoría política a la hora de establecer una reflexión
que los comprometa y los vincule. Salvo eminentes y honrosas excepciones, los
teóricos y especialistas de la comunicación conocen muy, pero muy poco, acerca de
las narraciones producidas al interior de la teoría y la filosofía política, de modo que,
cuando se ven forzados a ingresar o producir una reflexión en el campo de ‘lo
político’11 exhiben a todas luces una condición inadvertida, poco documentada y
ciertamente incapaz, en tanto reproducen campos de certezas cristalizados, lugares
comunes y ‘obviedades’ que no ofrecen ni relevancia ni pertinencia al momento de
un análisis estricto y riguroso12.
11 Diverso, vasto y complejo es el campo discursivo que ha intentado conceptualizar ‘lo político’. Por
cierto, tal como lo anuncia Carl Schmitt, se trata de un problema mayúsculo, en tanto cruza todo el
tramado de la historia de la filosofía política y por cierto se trata de un ‘concepto’ puesto en tensión al
interior de las distintas matrices de la teoría política. Quizá, por de pronto, tan sólo pudiéramos aludir a
dos grandes marcos de referencia, a dos grandes tradiciones que de algún modo han venido marcando la
discusión sobre la noción misma de ‘Política’, por un lado, toda la tradición que remite a los clásicos de la
filosofía política griega, y por otro, ciertamente depositario del anterior, todo el ideario ilustrado liberal
moderno. A su vez, estos dos grandes marcos, obviamente reconocen un conjunto de distinciones y
tensiones en su interior. Acerca de la fundación de la filosofía política, la delimitación de lo político, sus
sucesivas transformaciones, continuidades y discontinuidades; el examen de diversas corrientes y
tradiciones, el diálogo y el enfrentamiento entre ellas. Ver, Wolin, Sheldon. POLÍTICA Y
PERSPECTIVA: CONTINUIDAD Y CAMBIO EN EL PENSAMIENTO POLÍTICO OCCIDENTAL.
Amorrortu Editores. B. Aires, Argentina.1993. Ver, Schmitt, Carl. EL CONCEPTO DE LO POLÍTICO.
Folios Ediciones. B. Aires, Argentina, 1984.
12 “Nos vemos obligados pues a distinguir (...) entre lo político, campo de las relaciones de fuerza y de
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Esta misma dificultad la constata y padece Verón al señalar que el hablar de discurso
político supone necesariamente que existen discursos que no son políticos; la noción
misma de discurso político presupone una tipología de discursos sociales. 13 Frente a
esta complejidad, Verón no puede sino, muy curiosamente, definir ‘lo político’ única
y exclusivamente recurriendo a una cierta semiología del discurso que permitiría
identificar que:
“Enunciar una palabra política consiste entonces en situarse a sí
mismo y en situar tres tipos de destinatarios diferentes, por medio de
constataciones, explicaciones, prescripciones y promesas, respecto de
las entidades del imaginario: por un lado respecto de aquellas
entidades con las cuales el enunciador busca construir una relación
–los metacolectivos- y por otro, respecto de la entidad que funda la
legitimidad de la toma de palabra, el colectivo de identificación”.14
Otra salida sugerirá Landi para el análisis del discurso político, centrándose en la
dimensión contractual que un enunciado ilocutorio instaura entre los interlocutores,
de modo que remite a su constitución mutua, a la definición de los atributos de sus
identidades y a las posicionalidades simbólicas de poder que ocupan.15
los antagonismos de intereses, y la política, que constituye ‘el velo opaco y deslumbrante al mismo
tiempo (de lo político), que circunscribe una escena en gran medida aislada, desconectada de la
realidad, sobre la cual se enfrentan los actores de la clase política’; tendríamos entonces lo político,
lugar de la acción, y la política, lugar de la palabra que sigue una lógica de irrealidad, pasando por alto
las cuestiones de poder y aportando únicamente soluciones superficiales e irreales a los problemas más
acuciantes”. Op.cit. Gingras. “El impacto de las comunicaciones...”, p40.
13 Verón, Eliseo. “La palabra adversativa. Observaciones sobre la enunciación política”. En, Verón y
otros. EL DISCURSO POLÍTICO. LENGUAJES Y ACONTECIMIENTOS. Hachette s.a. B. Aires,
Argentina, 1987, p13. Un examen más detenido sobre la dimensión política del discurso se presenta en,
Verón, E. SEMIOSIS DE LO IDEOLÓGICO Y DEL PODER. LA MEDIATIZACIÓN. Oficina de
publicaciones del CBC. Universidad de Buenos Aires. 1997. Verón, E. LA SEMIOSIS SOCIAL.
Editorial Gedisa. B. Aires, 1987.
14 Ibidem, p23. Con la misma dificultad se enfrenta Rafael del Villar, pero encontrará una salida
pragmática. “¿A base de qué criterio definimos un texto como político?. Verón tiene una
conceptualización apropiada a nuestros fines: un texto político tiene características propias, diferentes a
otros textos culturales; sin embargo, respecto a la definición de lo que es político/no político, la
delimitación no puede ser más que pragmática. Es político cualquier texto leído desde una perspectiva
política; esto es, desde la perspectiva de la estructuración del poder político como principio reproductor
de la totalidad societal. No existe texto político y no político, todos los textos son susceptibles de ser
leídos desde el punto de vista del poder societal. Luego, en el fondo hablamos no de textos políticos, sino
que de textos de referencia simbólica para la sociedad global”. Del Villar, Rafael. TRAYECTOS EN
SEMIOTICA FILMICO TELEVISIVA. Dolmen Ediciones. Santiago, Chile, 1997, p240.
15 Para ello se ha debido servir de la pragmática de Austin, que estudia los enunciados performativos,
como aquellos cuya enunciación constituye la realización de una acción. En su examen demuestra que
todo enunciado tendría una dimensión representativa o constativa y una performativa o realizativa. Austin
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En absoluta complicidad con Mangone, al respecto, podríamos señalar que estamos
en presencia de dos grandes matrices para enfrentar el problema.
“Una primera orientación es la que podríamos llamar
institucional-funcionalista, y es la que considera como discurso
político a todo aquel enunciado o conjunto de enunciados producidos
por las instituciones en las que la sociedad encierra en un momento
determinado la función dominante de la política, desde un congreso
partidario hasta la confrontación de las campañas presidenciales de
los diferentes partidos”.
“Una segunda orientación se recuesta sobre una teoría de las
ideologías y escapa por tanto de lo específicamente discursivo. Por
esta vía queda abortada rápidamente una tipología de los discursos
sociales, incluso como mera hipótesis operativa”.16
Así la videopolítica habría vuelto evidente la dificultad de considerar qué es un
discurso político, ya que el interrogante de qué es lo político de un discurso se ha
asociado con el grado de tematización o cuestionamiento del poder que se inscribe
en sus enunciados. Al proliferar y multiplicarse la palabra pública, los sujetos que
participan ‘hablan’ la política o politizan sus intervenciones. Sin embargo, tanto el
tema como el agente no alcanzan para definir qué es un discurso político. Para
Mangone, si bien el discurso parlamentario, el informe de un presidente sobre el
estado de la nación o cualquier mensaje gubernamental o de la oposición política
tiene determinaciones, contenidos y efectos políticos, las tipologías tan amplias
suelen ser tan certeras como inoperantes. 17
Ahora bien, a la inversa, ocurre algo muy semejante. Los estudiosos de la teoría
política, cuando forzados por las últimas transformaciones sociales, han de producir
algún examen sobre la vinculación entre comunicación y política, manifiestan un
serio y profundo desconocimiento sobre el campo de la comunicación, incurriendo
en errores, torpezas e imprecisiones gravísimas, las que adoptan una particular
relevancia cuando se trata de pensar el complejo e intrincado escenario
formula el concepto de ‘fuerza ilocutoria’ para designar la capacidad de un enunciado para constituirse en
un acto de habla. Desde esta perspectiva, el sentido de un enunciado no estaría constituido sólo por su
posible representación de la realidad, sino también por el acto de su enunciación, que pone en relación a
los interlocutores. El sentido de un enunciado no sería independiente del ingrediente que aporta su
enunciación, no se agota en describir un estado de cosas. Landi, Oscar. EL DISCURSO SOBRE LO
POSIBLE. LA DEMOCRACIA Y EL REALISMO POLÍTICO. Centro de Estudios de Estado y
Sociedad. B. Aires, Argentina.1985, pp. 13-15.
16 Op.cit. Mangone. EL DISCURSO POLÍTICO, p16.
17 Ibidem, p27.
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contemporáneo. Se trata entonces, de una cierta autarquía e ignorancia recíproca
entre ambos campos discursivos.
“La comunicación política no nació con los medios de comunicación
social modernos. Tiene una prehistoria que puede ilustrarnos acerca
de su naturaleza y sus funciones presentes.
Podemos comenzar por una morfología de la comunicación política, de la cual se
han conservado ciertas formas, incluso algunas muy antiguas: el discurso que tiene
su lugar en el marco institucional del ágora, de la manifestación; la página impresa,
en el marco del periódico de opinión; la radio; la televisión.
En efecto, las formas de comunicación que acabamos de recordar,
aún siendo muy diferentes entre ellas tienen un rasgo común. Son
técnicas”.18
“¿Qué entendemos por modelos de la comunicación política?. Toda
forma de comunicación política supone que se satisfaga cierta
cantidad de exigencias mínimas. Inspirándonos en el modelo clásico
de las condiciones de la comunicación en general, diremos que para
que haya comunicación política es necesario definir:
-un emisor, es decir, las condiciones por las cuales un actor puede
producir un enunciado político.
-un receptor, es decir, las condiciones por las cuales un actor es
apuntado y alcanzado por un enunciado político.
-un espacio público, las modalidades según las cuales los individuos
se constituyen en receptor colectivo, puesto que lo que aquí nos
18 Bourricaud, Francois. “Sobre la noción de Comunicación Sociopolítica”. En, Labarrière; Lazzeri y
otros. TEORÍA POLÍTICA Y COMUNICACIÓN. Editorial Gedisa. Barcelona, España. 1992, p265. En
una perspectiva diferente, pero no menos precaria, se inscribiría la mirada del politólogo Giovanni
Sartori, quien intentando un examen sobre la primacía de la imagen en la cultura moderna, se limita a
establecer la preponderancia de lo visible sobre lo inteligible, lo cual nos llevaría a un ver sin entender. Y
es ésta la premisa fundamental con la cual afirma su noción de ‘vídeo-política’, como una modulación del
poder político de la televisión. En ese marco, se permite sostener que: “…el lenguaje esencial que de
verdad caracteriza e instituye al hombre como animal simbólico es ‘lenguaje-palabra’, el lenguaje de
nuestra habla”. Y esto es lo que estaría sufriendo un cambio radical de dirección, porque mientras que la
capacidad simbólica distancia al homo sapiens del animal, el hecho de ver lo acerca a sus capacidades
ancestrales, es decir, en la cultura moderna se produce una atrofia y regresión cognitiva, del orden de la
razón al orden de la impresión: “Y este es el sentido que nos permite hablar (sin contradicciones) de una
‘cultura de la incultura’ y asimismo de atrofia y pobreza cultural”...“La televisión produce imágenes y
anula los conceptos, y de este modo atrofia nuestra capacidad de abstracción y con ella toda nuestra
capacidad de entender”. Sartori, Giovanni. HOMO VIDENS. LA SOCIEDAD TELEDIRIGIDA.
Editorial Taurus. Madrid, 1998, p47.
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interesa es la comunicación en tanto que es política, en tanto
comunicación en y para una comunidad.
-uno o varios medios, es decir, seleccionadas una o varias
modalidades según las cuales el enunciado se transmite de manera
pertinente, en atención al afecto que de ellas se espera”.19
Con esto, queremos señalar categóricamente el agotamiento y fracaso de una
concepción y configuración discursiva inmanente y autorreferencial que mediante el
levantamiento de un cuerpo categorial interno y disciplinario pretende colonizar,
totalizar y clausurar un campo acontecimental que lo desborda. De modo muy
peculiar, en este escenario de la sociedad mediatizada, esta dificultad se ha hecho
patente, específicamente en el problema que ahora exploramos. Ni la sola
adscripción a un referente teórico político, ni la sola adscripción a un paradigma
comunicacional serían suficientes, no para ‘resolver’, sino para pensar esta
modulación entre comunicación y política. Afirmamos entonces el límite de estos
campos autorreferenciales y fijos, y abogamos por una modalidad analítica móvil,
dinámica y relacional.
Sostenemos entonces la rotunda incapacidad tanto del campo de la comunicación
como del campo de la teoría política para dar cuenta de las transformaciones que se
estarían gestando en el campo de lo ‘comunicacional-político’. De hecho, esta
misma dificultad para nombrar el territorio del problema, avisaría la imposibilidad e
incapacidad para elucidar si la transformación se está dando en el ‘plano de la
comunicación’ y que luego afecta a ‘lo político’, o si lo transformado es ‘lo político’
y que luego afecta ‘a la comunicación’. Lo cierto es que esta dificultad nos advierte
de la incapacidad y precariedad de seguir pensando mediante estas categorías que
levantan modelos y parcelan territorios pensando que los campos de fuerzas que se
movilizan en los procesos históricos se adecuan a esos cercos nominativos, pétreos y
fijos.
Por otra parte, es preciso admitir la extraordinaria complejidad y dificultad que ha
producido la noción misma de ‘lo político’ para la propia teoría y filosofía política.
Lo que constatamos, es que al interior de estas propias modulaciones discursivas,
‘convocadas por la tarea de dilucidar dicha cuestión’, no existe en ellas acuerdo ni
consenso alguno. Si se examina el campo de emergencia de la noción ‘Política’, así
como el tránsito, recorrido, comportamiento y derivaciones del concepto, al menos
podremos señalar la imposibilidad de una voz única y clausurante acerca de su
significación, definición e implicancias. Lo que afirmamos, si se quiere, es que más
allá del peso de algunas tradiciones y matrices al interior de la filosofía política, la
19 Op.cit. Achache. “El marketing político”, pp. 112-113.
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noción misma de ‘política’, sería una voz en disputa, problemática e irresoluta.
Además, si a esto le sumamos una cierta pereza, un abandono y una
despreocupación por parte de los comunicólogos por reconocer cómo se ha venido
pensando el problema, el resultado es que, cada vez que éstos intentan pensar la
reunión entre comunicación y política, sólo terminan por demostrar impericia y
desconocimiento.
b) Respecto de la segunda observación, podemos examinar cuál es el concepto de
comunicación que está operando al interior del modelo de Wolton. Si nos detenemos
en la estructura argumental y en el fundamento teórico que despliega, podremos
apreciar que en última instancia se trata sólo de una reedición, sofisticada, del
modelo matemático-mecánico de la información, donde opera ‘un polo emisor’, ‘un
canal’ y ‘un polo receptor’20. Gingras expresa este problema con elocuencia:
“Con excesiva frecuencia se asimila la ‘comunicación política’ a un
conjunto de recetas que apuntan a manejar las técnicas que permiten
pasar con éxito el test mediático. Esta tendencia adquiere mayor
importancia aún en la medida en que cierta ‘ciencia política’ analiza
los usos de tales técnicas, con lo cual las legitima y les da una
apariencia ‘científica’”.21
En el modelo de Comunicación Política existirían ciertos agentes, cada uno de los
cuales se desenvuelve en una dimensión y en cada una de esas dimensiones
realizaría una función y en ella reconocería su rango de legitimidad. Los agentes
serían el político, el periodista y el público. Siguiendo a Wolton, el político
transmite un contenido al público. El político se comporta como polo emisor y el
público como polo receptor. La transmisión se soporta en el canal que constituyen
los medios de comunicación. El contenido emitido sería ‘lo político’, es decir,
aquello que habita en la dimensión de ‘la ideología’. El periodista, que sirve de vaso
comunicante entre el polo emisor y el polo receptor, habita en la dimensión de la
información, es decir, se trata de la bisagra técnica que permite el nexo entre emisor
y receptor22. Esta mediación recibe el estatuto de ‘valor’, en tanto es un requisito
20 Esto es claramente apreciable en la base de la noción de comunicación sociopolítica de Bourricaud:
“Una técnica de comunicación se reconoce por el hecho de que puedan distinguirse en ella un código y
un mensaje (…) La eficacia de la comunicación depende, por lo menos parcialmente, de la congruencia
del mensaje (el contenido de la comunicación) con el código (es decir, el sistema narrativo en el cual se
vierte el mensaje)”. Op.cit. Bourricaud. “Sobre la noción de Comunicación Sociopolítica”, p.265.
21 Op.cit. Gingras. “El impacto de las comunicaciones...”, p.32.
22 “...las técnicas de comunicación son sólo un medio, por cierto fundamental, puesto que aseguran la
transmisión de la ‘información’, aunque secundarias desde el punto de vista de la teoría de la
democracia...”. Op.cit. Wolton. “Comunicación política...”, p.32.
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fundamental para el sano funcionamiento de la democracia moderna. El público,
habita en la dimensión de la comunicación en tanto devuelve y manifiesta su
opinión, como respuesta, al ‘estímulo’ del político23.
Se trata así de agentes, dimensiones, funciones y legitimidades que se alcanzan al
interior de un sistema de relaciones inestables, pero en tanto se mantengan en
‘equilibrio’, lograrían el saludable ‘funcionamiento’ de la democracia occidental
moderna.
Si se examina atentamente, este modelo reduce la comunicación a un mero soporte
significante neutral que carece de significación. La forma misma no produciría
significación toda vez que sólo vehicula un trasfondo de contenido, que en este caso
sería ‘lo político’, es decir, aquello que se define por su dimensión ideológica. Esta
misma lógica es la que le permite a Wolton reducir la información a soporte y no
pensarla como una institución discursiva que se constituye como un actor con
significación social. El periodista sólo sería -si se sujeta a su buena naturaleza-, un
mero transmisor, un mero canal neutral que reduce la tecnología mediática sólo a
una forma y procedimiento y no al comportamiento de una racionalidad que en la
técnica se vuelve lenguaje de una configuración social histórica. Por cierto, habita en
esa lectura una muy precaria concepción de la teoría de la información y por cierto
una muy inadvertida fundamentación epistemológica para sostener que el periodista
informa y la información en sí misma sería un valor. 24
Asimismo, cabría examinar el estatuto que tendría en el modelo de Wolton la
función de los institutos de sondeos de opinión. Curiosamente, haciendo caso omiso
del vasto material que existe al respecto, le confiere el valor de expresión de la
opinión pública que exhibe su voluntad, su razón y su pasión en las encuestas y
sondeos que serían el ‘termómetro’, la ‘fotografía de un momento social’ 25. El
mismo Sartori reacciona y arremete contra estas formulaciones:
23 Esto es nítido en Bourricaud, cuando sostiene que “El fin de la comunicación es modificar las
reacciones, las expectaciones o las actitudes del público, es decir, de los posibles receptores. Por su
puesto, la comunicación puede fracasar en su intento. Pero la comunicación tiene sentido en relación con
esta finalidad y en relación con lo que se puede esperar de los ‘receptores’”. Op.cit. Bourricaud. “Sobre
la noción de Comunicación Sociopolítica”, p267.
24 Ver, Arancibia, Juan Pablo: “Acerca de decir, informar y objetivar”. En, Ossa, Carlos. LA
PANTALLA DELIRANTE. Lom Ediciones. Universidad Arcis. Santiago, Chile, 1998.
25 Bourdieu cursará una célebre y contundente crítica a estas pretensiones. Denuncia tres supuestos
fundamentales en estos dispositivos. Primero: toda encuesta de opinión supone que todo el mundo puede
tener una opinión; segundo, se supone que todas las opiniones tienen el mismo peso y; tercero, en la
formulación misma de la pregunta está implicada la hipótesis del consenso sobre los problemas.
Bourdieu, Pierre. “La opinión pública no existe”. CUESTIONES DE SOCIOLOGÍA. Ediciones Istmo.
Madrid, España, 2000, p.220.
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“...a la democracia representativa le basta, para funcionar, que exista
una opinión pública que sea verdaderamente del público. Pero cada
vez es menos cierto, dado que la videocracia está fabricando una
opinión sólidamente hetero-dirigida que aparentemente refuerza, pero
que en sustancia vacía, la democracia como gobierno de opinión.
Porque la televisión se exhibe como portavoz de una opinión pública
que en realidad es el eco de regreso de la propia voz”.26
Para Sartori, los sondeos de opinión consisten en respuestas que se dan a preguntas
formuladas por el entrevistador. Y esta definición aclararía de inmediato dos cosas:
que las respuestas dependen ampliamente del modo en que se formulan las
preguntas y que el que responde se siente ‘forzado’ a dar una respuesta improvisada
en aquel momento. De hecho, dice Sartori, la mayoría de las opiniones recogidas por
los sondeos son débiles en cuanto no expresan opiniones intensas ni sentidas
profundamente; volátiles, pues cambian en pocos días; inventadas en el momento
para decir algo (si se responde ‘no sé’ se puede quedar mal ante los demás); y sobre
todo:
“...produce un efecto reflectante, un rebote de lo que sostienen los
medios de comunicación... Porque la sondeo-dependencia, como ya
he dicho, es la auscultación de una falsedad que nos hace caer en una
trampa y nos engaña al mismo tiempo. Los sondeos no son
instrumentos de demo-poder –un instrumento que revela la vox
populi- sino sobre todo una expresión del poder de los medios de
comunicación sobre el pueblo; y su influencia bloquea frecuentemente
decisiones útiles y necesarias, o bien lleva a tomar decisiones
equivocadas sostenidas por simples ‘rumores’, por opiniones débiles,
deformadas, manipuladas, e incluso desinformadas. En definitiva, por
opiniones ciegas”.27
Gingras planteará al respecto que los conocimientos políticos adquiridos a través de
la televisión difieren de los que normalmente debe tener una persona informada en
una democracia. Motivo por el cual cabría admitir la preocupación por la
preeminencia que han adquirido las comunicaciones en la vida parlamentaria y en la
vida partidaria, y con ello la pregunta: ‘¿La forma se está devorando el fondo?. Los
programas políticos que buscan divertir llevan al electorado a no ver en la política
más que entretenimiento, lo cual termina por reducir el alcance político de las
campañas electorales’.28
26Op.cit. Sartori. HOMO VIDENS. LA SOCIEDAD TELEDIRIGIDA, p.72.
27 Ibidem, pp. 74-76.
28 Op.cit. Gingras. “El impacto de las comunicaciones...” p39.
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Pese a ello, el modelo de Wolton supone la constitución de un espacio público
mediatizado pero que conservaría las mismas propiedades del espacio público
clásico, sólo que ahora es una modalidad mediatizada29.
c) Acerca de la tercera observación, sobre los alcances políticos que Wolton le
confiere a su modelo, se torna relevante el que salude a la Comunicación Política
como el asentamiento de la institucionalidad democrática, como señal de madurez y
buena salud de la democracia30.
Obviamente esta lectura despierta variadas resistencias. El propio Touraine
reacciona señalando que la comunicación política debe ser abordada no en un nivel
general, sino partiendo de una observación concreta, presente en todas partes: y es
que el hincapié que se hace en la comunicación es correlativo de la crisis de la
representación política. Los políticos se preocupan cada vez más por su imagen y
por la comunicación de sus mensajes, en la medida misma en que ya no se definen
como los representantes del pueblo, o de una parte de éste, o de un conjunto de
categorías sociales.31 Por lo que no se podría pensar en los problemas de la
comunicación política en términos puramente generales o nada más que
conceptuales. Para Touraine el origen de esta reflexión es históricamente concreto:
“Está en la crisis de la representación política; con más precisión, en
la de la política como representación, siempre que se añada que esa
crisis puede ser interpretada de muchas maneras. En ello se puede ver
un peligro: el desarrollo de una política de masas en la cual los que
ostentan el poder o, en mayor medida, medios de comunicación,
tendrían capacidad de imponer ideas, sobre todo candidatos, así
como se publicita cualquier producto de gran consumo”.32
En el mismo tenor, y pensando para esta región, Landi sostiene que esta crisis de
representación que ha afectado a gran parte de los partidos latinoamericanos –en
medio de la quiebra financiera de los Estados y de la dureza de las restricciones de
29 Sartori, por cierto, estará distante a este optimismo y más bien, en el mejor de los casos, le asigna a los
medios ser unos “...formidables multiplicadores de estupideces. Cuando se dicen en la pantalla, las
estupideces crean opinión: las dice un pobre hombre balbuceando a duras penas, y al día siguiente las
repiten decenas de miles de personas”. Op.cit. Sartori. HOMO VIDENS, p93.
30 “La comunicación no sustituye a la política sino que le permite existir, y hasta se puede emitir la
hipótesis de que el reconocimiento de este nivel de funcionamiento de la comunicación política es signo
de un buen funcionamiento de la democracia y de cierta madurez política...”. Op.cit. Wolton.
“Comunicación política...” p42.
31 Touraine, Alain. “Comunicación política y crisis de la representatividad”. En, Op.cit. Ferry; Wolton.
EL NUEVO ESPACIO PÚBLICO, p47.
32 Ibidem, p49.
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nuestras economías- facilitó la expansión de la TV como escenario principal y
también como actor de la política. Sin embargo, advierte que este fenómeno no se
reduce simplemente a que los medios ahora reemplazan a los partidos; o que sólo se
trata de un cambio de retórica: un tránsito del libro y el periódico partidario a la
narrativa audiovisual.33 A esa misma transformación de fondo se refiere Velásquez
al sostener que en la actualidad uno de los principales actores y escenarios de la
política es el espacio televisivo.
“La importancia que tiene el medio televisivo para la comunicación
política en general y para el político en particular, como incidencia
(positiva o negativa) sobre el discurso del político y, en relación a su
efectividad, nos parece indiscutible. La única forma que tiene el
público en general de asistir a (y sobre todo de ‘presenciar’) una
intervención del político es por medio de la televisión”.34
En una lectura semejante, pero quizá algo más desconfiada se presenta Gingras al
sostener que las pretensiones políticas, como los debates entre los líderes, la
comunicación de los gobiernos, la publicidad electoral y el empleo de los sondeos,
tienen oficialmente por objeto servir de vínculos entre los gobiernos y la población y
favorecer la toma de decisiones esclarecida del electorado; la racionalidad, el debate
público y la elección por suma de voces constituyen el fundamento teórico del
sistema de democracia occidental. Así, las prácticas políticas tienen, pues,
pretensiones democráticas que se articulan alrededor de varios postulados: que las
candidatas y los candidatos elaboren proposiciones de política pública clara; que el
público esté atento a tales proposiciones; que los miembros del electorado elijan en
función de esas proposiciones Y, por último, que quienes ganen se comprometan a
cumplir una misión que corresponde a sus proposiciones35.
Así entonces, el juicio y saludo que Wolton hace a su modelo se torna factible sólo
si se accede a conceder validez a aquellos supuestos que lo soportan. Por de pronto,
que el modelo de Comunicación Política instituye y autoriza el ingreso de ciertos
agentes en la vida pública de la sociedad. Que estos agentes gozan de las
competencias y dotaciones para dirimir en acuerdo a una razón las fuerzas y motivos
que los movilizan. Que es posible pretender un ‘equilibrio’ entre estos actores, y ese
equilibrio se traduce en una libre y racional concurrencia y competencia de actores
33 Landi, Oscar. DEVÓRAME OTRA VEZ. Editorial Planeta. B. Aires, Argentina, 1992, p53.
34 Velázquez, Teresa. LOS POLÍTICOS Y LA TELEVISIÓN. Editorial Ariel Comunicación. Barcelona,
España, 1992, p61.
35 “A la luz de los cambios producidos en las prácticas políticas por las comunicaciones (...), las
pretensiones democráticas de las prácticas políticas no son más que eso: sólo pretensiones”. Op.cit.
Gingras. “El impacto de las comunicaciones”, p38.
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dimensiones y funciones36. Y si bien Wolton le endosa a este modelo de
Comunicación Política el sello de ser un espacio de enfrentamiento, curiosa y
paradojalmente, este modelo sólo se torna posible si es que estas fuerzas se
enfrentan manteniendo su equilibrio.
“…el surgimiento de la comunicación en la comunicación política en
realidad traduce el reconocimiento de una lógica conflictual. Las tres
lógicas constitutivas de la comunicación política (información,
política, comunicación) no son complementarias sino, en cambio,
conflictuales, y lo que estructura la comunicación política
considerada no como espacio de ‘comunicación’ sino como el punto
de enfrentamiento de lógicas contradictorias es su interacción”. 37
Esto tendría tres consecuencias. La primera atañe a la política que en la democracia
masiva es inseparable de los medios y de los sondeos, únicos medios para asegurar
cierta ‘comunicación’ entre los políticos y el electorado. La segunda concierne al
papel respectivo de los sondeos y de los medios en la comunicación. Su papel hasta
hoy complementario en realidad va a diferenciarse cada vez más: los medios están
más comprendidos en una lógica de la información y los sondeos, en una lógica de
la comunicación; información y comunicación remiten poco a poco a dos
legitimidades bastante distintas. La tercera tiene que ver con el estatuto de la opinión
pública. Si bien ésta seguiría siendo la referencia de los medios, así como de los
sondeos y de los políticos, no obstante, lo es en un sentido progresivamente
diferente para unos y para otros.38.
Los tres agentes se requieren, las tres dimensiones se entrecruzan y las tres
funciones serían fundamentales para la democracia. Un detalle no menor, es que
para estos efectos Wolton no ha definido, conceptualizado ni argumentado su
valoración de la democracia como régimen político-jurídico39. Es decir, hasta ahora
36 El propio Jean Marc Ferry se presentará más cauto al respecto, puesto que: “...no es sólo la
comunicación política sino también la organización democrática de nuestras sociedades lo que se
hallaría profundamente transformado. Las insuficiencias del sistema de la representación parlamentaria,
patentizadas con la aparición de las sociedades masivas, quizá hayan contribuido de manera muy
marcada al surgimiento de un poder burocrático ‘equilibrado’ por medio de un poder mediático. Por
otra parte, ambos pueden analizarse desde la misma perspectiva crítica, como los dos grandes síndromes
de una democracia mucho más ‘aclamativa’, en especial, que ‘participativa’”. Op.cit. Ferry. “Las
transformaciones de la publicidad política”, p27.
37 Wolton, Dominique. “Los medios, eslabón débil de la comunicación política”. En, Op.cit. Ferry;
Wolton. EL NUEVO ESPACIO PÚBLICO, p184.
38 Ibidem, p185.
39 “...la fuerza de la comunicación política, que consiste en organizar en un momento dado el choque de
las cuestiones que están en juego, es precisamente dejar lugar a otras lógicas diferentes de la lógica
periodística. Si ésta predomina, lo que queda desequilibrado es el juego de las diferencias”. Wolton,
19
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no habría presentado ni más ni menos argumentos para exhibir un optimismo o
pesimismo sobre los efectos de la Comunicación Política 40.
Tanto es así, que el propio Wolton ha de advertir que en la perspectiva que aquí se
abre, la de un espacio en que la Comunicación Política es mediatizada -sin que por
eso el público deba estar representado-, los mecanismos dudosos de la democracia
aclamativa serían parcialmente reducidos, así como también el proceso de
consagración del ‘cuarto poder’, un poder eminentemente ‘público’, en verdad, y
cuán indispensable para la democracia, pero que también puede llegar a ser
exorbitante, desde el momento en que compite con el poder político normalmente
vinculado con calidad constitucional del ‘poder público’41.
Verón ve con buenos ojos este problema, señalando que cada producto final
difundido por los medios de información sería una configuración discursiva
profundamente heterogénea pues es el resultado de múltiples negociaciones y estaría
atravesada por las estrategias de los diversos actores que intervienen en su
producción. En otras palabras, la comunicación política configura un área discursiva
que constituye el lugar de encuentro de una gran variedad de operadores
estratégicos42.
Sin embargo, esa variedad difusiva no será necesariamente leída como señal
democratizadora, porque para Sartori, por ejemplo, si bien la democracia habría sido
definida con frecuencia como un gobierno de opinión, esta definición se adaptaría
perfectamente a la aparición de la ‘vídeo-política’. Actualmente, el pueblo soberano
‘opinaría’ sobre todo en función de cómo la televisión le induce a opinar. Y en el
hecho de conducir la opinión, el poder de la imagen se coloca en el centro de todos
los procesos de la política contemporánea.
“La cuestión es que la carrera presidencial se convierte en un
espectáculo (incluida también en el show business) en el que el
espectáculo es lo esencial y la información es un residuo”.43
Dominique. “Las contradicciones de la comunicación política”. En, Op.cit. Gauthier y otros.
COMUNICACIÓN Y POLÍTICA, p120.
40 De hecho, el propio Verón, aunque entusiasta con el modelo, presenta sus propias aprehensiones: “...
estamos en condiciones de señalar la dificultad principal: la tensión más fuerte que existe entre la
práctica estratégica en comunicación política y la investigación sobre la comunicación política. En el
campo político, cada actor obra atendiendo a su propia lógica que es por definición, unidimensional (los
individuos tanto como las instituciones, el político tanto como el periodista, el partido tanto como el
canal de televisión)”. Verón, Eliseo. “Mediatización de lo político. Estrategias, actores y construcción de
colectivos”. En, Op.cit. Gauthier. COMUNICACIÓN Y POLÍTICA, p223.
41 Ver, Op.cit. Ferry. “Las transformaciones de la publicidad política”, p27.
42 Op.cit. Verón. “Mediatización de lo político”, p224.
43 Op.cit. Sartori. HOMO VIDENS, p109.
20
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Por cierto que este es otro de los reclamos y conclusiones que se extraen del apogeo
de la videopolítica, aquella consideración apresurada de advertir a la práctica
política, incluyendo sus discursos, como un ‘mero’ espectáculo. 44 Mangone
sostiene que lo actualmente impacta es el carácter de las determinaciones que la
serie televisiva le impone al discurso político, es decir, la conformación de un
político televisivo que se hace cargo de los géneros de la televisión, de la
mundanidad del mundo del espectáculo, de la mostración sin pudores de familia y
patrimonio, en donde la relación espectacular se traslada a todos sus actos en una
doble vía que politiza sus dichos y privatiza todas sus conductas públicas. 45
Así la televisión condicionaría fuertemente el proceso electoral, ya sea en la elección
de los candidatos, bien en su modo de plantear la batalla electoral, o en la forma de
ayudar a vencer al vencedor. Además la televisión condiciona, o puede condicionar,
fuertemente el gobierno, es decir, las decisiones del gobierno: lo que un gobierno
puede y no puede hacer; o decidir lo que va a hacer. Por eso es que cabría, en la
lógica de Sartori...
“... destacar que es correcto decir ‘opinión’. Opinión es doxa, no es
epistème, no es saber y ciencia; es simplemente un ‘parecer’, una
opinión subjetiva para la cual no se requiere una prueba”...“Pero la
democracia representativa no se caracteriza como un gobierno del
saber sino como un gobierno de la opinión, que se fundamenta en un
público sentir de res publica”.46
Y entonces ante este punto, Wolton parece verse forzado a mostrar la fragilidad de
su modelo al señalar que uno de los efectos más perversos del proceso, por lo demás
democrático, de hacer públicas todas las cuestiones, es el proceso de la
mediatización ‘sin límites’. El inconveniente radica en la desaparición de la frontera
entre lo público y lo privado. Pero hay otro efecto más cuestionable en lo tocante al
44 “Está suficientemente estudiado que la metáfora teatral nos sirve a los fines de analizar el imaginario
social sobre la política desde hace varios siglos. El carácter espectacular de la práctica política no
arriba con la televisión sino que se puede rastrear hasta llegar al orador griego Demóstenes, padre de la
palabra política persuasiva, que introducía piedras en su boca para que su discurso resonara y fuera
escuchado hasta en los confines del ágora. El uso de recursos retóricos (…), la preocupación por las
posturas corporales y otros elementos paralinguísticos, estuvieron siempre presentes en la práctica del
discurso político y sólo hoy cobran más importancia por el carácter hegemónico de la videopolítica y por
el uso que de la imagen, en detrimento de la argumentación, se hace a través de los medios
audiovisuales”. Op.cit. Mangone. EL DISCURSO POLÍTICO, p48.
45 Ibid.
46 Op.cit. Sartori. HOMO VIDENS. p70. En el lenguaje de Gingras, esto es: “Ahora, los líderes políticos
ya no dan prioridad al input directo de los militantes; hoy quienes más guían la acción de las
personalidades de la política son los especialistas en consulta política, las empresas de sondeos y los
expertos en relaciones públicas”. Op.cit. Gingras. “El impacto de las comunicaciones...”, p33.
21
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equilibrio precario de la comunicación política y se trata del hecho de que los
medios llegan a ser el único patrón de legitimidad 47. Y esto ha de alarmar al propio
Wolton:
“Todo lo que es conocido se mediatiza, por lo tanto, todo lo que está
mediatizado es legítimo. Sin embargo, existen numerosísimos actores,
discursos, representaciones que no están dentro del espacio público y
que, sin ser objeto de mediatización, desempeñan así y todo una parte
esencial en la sociedad. La ampliación del espacio público desde hace
un siglo, por efectos de la democratización, no nos debe llevar
alegremente a la conclusión de que lo que está dentro del espacio
público es el único criterio de legitimidad”.48
Verón tendrá que moderar el punto explicando que una sociedad en vías de
mediatización no es por eso una sociedad dominada por una sola y única forma
estructurante que explicaría la totalidad de su funcionamiento. La mediatización
opera a través de diversos mecanismos según los sectores de la práctica social que
interese, y produce en cada sector distintas consecuencias. Dicho de otro modo, una
sociedad mediatizada sería más compleja que las que le han precedido, por ejemplo,
distinguible de la sociedad mediática del periodo anterior, que era una sociedad en
que poco a poco se implantaban tecnologías de comunicación en la trama social. A
pesar de lo que se crea, la publicidad, el discurso político, el discurso informativo, el
discurso científico, etc., resultan de condiciones de producción y de reconocimiento
diferentes, específicas en cada caso.49 Pero particularmente…
“Respecto del sistema político, la pantalla chica se convierte en el
sitio por excelencia de producción de acontecimientos que conciernen
a la maquinaria estatal, a su administración, y muy especialmente a
uno de los mecanismos básicos del funcionamiento de la democracia:
los procesos electorales, lugar en que se construye el vínculo entre el
ciudadano y la ciudad. En otras palabras, ya estamos en la
47 Op.cit. Wolton. “Las contradicciones de la comunicación política, pp. 118-119.
48 Ibidem, p119. En semejante perspectiva se inscribirá Gingras quien ve que “El agenda-setting o el
establecimiento de las prioridades políticas constituye otra faceta del impacto que producen las
comunicaciones en las prácticas políticas. La importancia que los medios atribuyen a ciertos individuos
definiría la importancia que les atribuye la población e incidentalmente permitiría, en primer lugar,
determinar las cuestiones por las que deben preocuparse los gobernantes y aquellas que pueden
razonablemente dejar de lado: en segundo lugar, facilitar o dificultar la capacidad de gobernar y, por
último, desempeñar un papel muy activo durante el periodo electoral”. Op.cit. Gingras. “El impacto de
las comunicaciones...” p34.
49 Verón, Eliseo. “Interfaces. Sobre la democracia audiovisual evolucionada”. En, Op.cit. Ferry;
Wolton. EL NUEVO ESPACIO PÚBLICO, p124.
22
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democracia audiovisual. Más para bien que para mal…” 50
No obstante, Verón identifica el proceso de mediatización de la política con una
crisis de legitimidad de la clase política a la que asistiríamos aún hoy. Se trata, por
un lado, de la decadencia del campo donde se ejercía la gestión de los colectivos de
largo plazo (el de lo político) y, por otro, al dominio creciente de otro campo (el de
los medios) esencialmente orientado por la gestión de los colectivos de corto plazo:
éste es, según Verón, el sentido profundo de la crisis de legitimidad de lo político de
la que tanto se habla hoy.51
“Esto significa que en la mediatización de lo político, es lo político lo
que ha perdido terreno en relación con los medios: tratando de lograr
el dominio de los medios a toda costa, los políticos perdieron el
dominio de su propia esfera”.52
Una mirada semejante sugiere Bourdieu, para quien el expansivo e intensivo uso de
la televisión como medio de actuación política, que sometida a ciertas lógicas que
gobiernan el campo periodístico, serían las que han subsumido la política a las
lógicas del rating y los índices de audiencia. Es de esta forma que la televisión
estaría desperdiciando la posibilidad de convertirse en un fundamental agente
democratizador y se estaría convirtiendo en la principal amenaza de la democracia.
“Pienso, en efecto, que la televisión (…) pone en muy serio peligro las
diferentes esferas de la producción cultural: arte, literatura, ciencia,
filosofía, derecho; creo incluso, al contrario de lo que piensan y lo
que dicen, sin duda con la mayor buena fe, los periodistas más
conscientes de sus responsabilidades, que pone en un peligro no
menor la vida política y la democracia”.53
En una perspectiva no menos crítica, pero quizá más clásica, se expresa Vilches:
“La representación del Poder, el modo como se sueña el poder en
cada espectador, es positiva y es la expresión del mejor sistema
político al cual aspira la clase que gobierna un país.
La televisión es, por tanto, la imagen del poder”.54
50 Ibidem, pp. 124-125.
51 Op.cit. Verón. “Mediatización de lo político”, p230.
52 Ibid.
53 Bourdieu, Pierre. SOBRE LA TELEVISIÓN. Editorial Anagrama. Barcelona, España. 1997, pp. 7-8.
54 Vilches, Lorenzo. MANIPULACIÓN DE LA INFORMACIÓN TELEVISIVA. Ediciones Paidós.
Barcelona, España. 1989, p322. Es interesante señalar el parentesco que tiene esta relación con la
tautología que denuncia Schmitt a la hora de comprender lo político. En general ‘político’ es asimilado,
de una u otra manera, a ‘estatal’ o al menos es referido al estado. Entonces el Estado aparece como algo
político, pero lo político se presenta como algo estatal: se trata, manifiestamente, de un círculo vicioso.
Este es, curiosamente el estatuto político que comporta la televisión para Vilches, es decir, la televisión se
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Según este autor, la televisión sirve entonces para unificar en un solo acto el instinto
del placer y el concepto de tiempo libre en sus posibles formas subversivas y
marginales y les confiere una unidad simbólica. Por ello es que el mirar televisión
aparece como un placer y no como un trabajo. La televisión, sin embargo, no es el
Estado. No toda la ideología del Estado viene representada totalmente, sino sólo
aquella parte que es ‘televisible’, es decir, que tiene un código pertinente. Y sólo
esto, pero todo esto, es lo propio de su especificidad. La televisión, en relación con
los aparatos culturales, es un dominio del Estado como la Educación o el sistema
sanitario, pero su carácter particular viene dado por el modo específico de inversión
de signos en su producción, es decir, en el lenguaje televisivo.55.
Curiosamente, lo planteado por Vilches desliza un parecido con el modelo de
Wolton y al mismo tiempo señala lo que quizá sea la fisura más profunda del
modelo, ya que para Wolton, más allá de toda mediatización, en última instancia,
son los políticos los que resuelven sin consideración del público.
“En situación de crisis política, interna o externa, el equilibrio de la
comunicación política incluso es diferente, al ser dominado por la
preeminencia de los políticos. La urgencia de la situación, la
importancia de la acción y de las decisiones que se han de tomar
colocan al político en el centro de la comunicación política. El ritmo
de los acontecimientos y su carácter inesperado disminuyen de modo
temporario el papel de la opinión pública y la importancia de los
sondeos, pues la responsabilidad de los actores en tales situaciones
raras veces consiste en actuar conforme a la opinión pública”.56
vuelve política ahí donde establece alguna conexión con el Estado, y éste sería, en última instancia, lo que
define la política. Op.cit. Schmitt. EL CONCEPTO DE LO POLÍTICO, p16.
55 Op.cit. Vilches. MANIPULACIÓN DE LA INFORMACIÓN TELEVISIVA, p328. Cabe hacer notar
la semejanza de estas formulaciones con la noción althusseriana de los ‘aparatos ideológicos de Estado’.
Ver, Althusser, Louis. IDEOLOGÍA Y APARATOS IDEOLÓGICOS DE ESTADO. Ediciones Quinto
Sol. México, 1987.
56 Op.cit. Wolton. “Comunicación política”, p40.
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