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ARABIA, MAHOMA, EL ISLAM. Mis viejas clases con adición de nuevas notas
de Internet (I)
Islam, "sumisión, entrega a Dios". Muslim.
La más reciente religión universal: s. VII, comienzos. Fundada por Muhammad ibn
'Abdallah, de La Meca, en el Hedjaz.
ARABIA
Arabia, separada de Asia por la llanura del Eufrates y el Tigris y por el Golfo Pérsico;
de Africa por el Mar Rojo. Casi tres millones de km. cuadrados desérticos. En el centro,
al sur, el desierto de Rub' al-Jali, al norte, la estepa de Nedjd donde después de las
lluvias invernales es posible la ganadería extensiva. En la costa SO., la Arabia Felix,
hoy Yemen: régimen monzónico, agricultura. En la costa S., Hadramaut, incienso y
aromas. La costa O., el Hedjaz, ruta de caravanas: intercambios entre la India, la Arabia
Felix y el Mediterráneo; caravasares de los que algunos se convirtieron en ciudades:
Yatrib, metropoli de los oasis, centro de reunión de las caravanas en busca de dátiles,
Ta'if, ciudad vitícola y de veraneo de la aristocracia, La Meca, la mayor de todas, que
acabó por aplastar a sus rivales con el poder económico de sus ricos burgueses,
propietarios de la mayor parte de las explotaciones agrícolas y depósitos de mercancías
de Yatrib y de Ta'if.
Reconocimiento unánime de lo que el islam debe a su tierra de origen. A ppios del s.
VII, Arabia central (más o menos, la actual Arabia saudí), única región que escapaba a
la dominación de los dos gigantes rivales de la época, el imperio bizantino y el sasánida:
Bizancio la rodeaba por el O. (Yemen, Egipto, Palestina), los sasánidas presionaban por
el E. (Irak y principados del Golfo Pérsico). La tradición árabe se enorgullece de que el
invasor no haya ocupado nunca este territorio, que sólo en pequeña medida había
sufrido la influencia de la desarrollada cultura de la Arabia Felix. La civilización de la
Arabia central era la de los beduínos, pastores nómadas de camellos y ganado menor.
(Se ha conservado hasta fechas relativamente recientes, por supuesto no inmutable, pero
similar a la vigente en tiempos de Mahoma. Arabia ha sido durante milenios un área
habitada por pastores nómadas y agricultores sedentarios que hablan, como lo hacían
entonces, la misma lengua, el árabe, elemento unitivo que pese a todas las diferencias
dialectales del árabe vulgar, había evolucionado ya hasta convertirse en una lengua muy
depurada, comprendida por todos y cuyo dominio era muy estimado. En íntima relación
con esa lengua se había desarrollado una poesía muy estimada y protegida que
aseguraba al poeta un lugar preeminente dentro de la comunidad. Importancia del árabe
en el desarrollo del islam, pues se convirtió en lengua del Corán, de la tradición y del
derecho religioso, en suma, en lengua oficial del islam: junto a la religión, el más fuerte
lazo de unión del mundo árabe. Esa lengua dispone de gran cantidad de términos para
designar las diversas modalidades de subsistencia. Hadhar, agricultores sedentarios que
habitan junto a la costa y en los oasis en casas de piedra y ladrillo y cultivan campos de
cereal, leguminosas, calabazas, melones, tomates y pepinos. Tb. arboricultores: olivos,
higueras, albaricoqueros, almendras, palmeras datileras. Crían pequeños rebaños de
ovejas y cabras.--Qarauna, tb. casas permanentes, pero menos tierras y más ganado.
Siembran y luego marchan con sus rebaños para pasar las lluvias en la estepa. Vuelven
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al poblado para la cosecha.--Sawaqa o ma'az, nómadas en tierra de sedentarios. Sólo
crían ovejas y cabras, cuya necesidad de agua les deja poca autonomía: no entran en el
desierto.--Finalmente, los badawin, beduínos, grandes nómadas, pastores de camellos y
caballos, con gran facilidad de movimientos por la rapidez de sus animales y la
resistencia del camello a la sed. Es al caballo al animal al que mas aprecian y cuidan con
mimo, reservando agua para que beba cuando ya no la hay ni para los hombres; pero no
viven del caballo, sino que hombres y caballos viven del camello. Se les llama pueblo
del camello. Corán (16,5-8): "Y los camellos los crió para vosotros, en ellos hay calor y
utilidad y de ellos coméis. Y para vosotros en ellos hay hermosura, cuando los recogéis
por la tarde y cuando madrugáis al pasto. Y cargan vuestro fardo en un país al que no
llegaríais sino con molestia de alma; en verdad Alá es sin duda clemente y apiadable".
Es que el camello es un animal de gran rusticidad y resistencia: es capaz de pasar días
enteros sin comer, y muchos sin beber. En su panza, o primer departamento de su
estómago, tiene unas células especiales en las que puede almacenar nueve litros de agua
que luego usa poco a poco. La giba, grasa, le sirve como reserva de alimento. Además
es un animal de múltiples usos. Como animal de silla hace sin fatiga jornadas de cien
kilómetros. Puede recorrer hasta treinta km. diarios con cargas de más de ciento
cincuenta kg. Su leche y su carne se usan en la alimentación humana, y su pelo, su piel,
sus huesos y sus tendones en la fabricación de diversos bienes de equipo. Tiene,
empero, una desventaja, su lenta reproducción. Apareamiento a los seis años, gestación
uno y lactancia más, con lo que una hembra no da más de una cría cada tres años. Y
cuando se dan sequías de varios años, los nómadas tienen que matar a sus animales. Los
rebaños de cabras, animales de reproducción rápida, se reponen luego con relativa
facilidad, pero para los camellos, efectos desastrosos. Así los nexos, contactos y
relaciones entre las varias modalidades de subsistencia han sido obligatorios e
incontables a lo largo de los siglos. Los sedentarios hadhar confían sus rebaños a los
qarauna o a los sawaqa, e incluso son propietarios de camellos que cuidan los beduínos.
Los sawaqa toman tierras en aparcería y se sedentarizan parcialmente. Los badawin
cambian con los otros tres grupos mantequilla, lana, tejidos de pelo de camello por
dátiles, cereales, vestidos, útiles diversos. En la canícula, cuando hasta los camellos
necesitan beber a diario, se establecen los badawin en tierras de sedentarios y se
aprovisionan de grano, telas y armas a cambio de sus excedentes de camellos. A veces
invierten en tierras las ganancias que llegan a acumular gracias a la sobriedad de su
vida, y las entregan en aparcería a los hadhar, por la quinta parte de las cosechas. Y
cuando el año ha sido malo y no tienen nada que cambiar, los nómadas recurren a un
expediente más práctico que el comercio, recurren a la razzia. Jueces 6,2ss. describe
esos milenarios intercambios frustrados de los nómadas: "La mano de Madián pesó
fuertemente sobre Israel. Por miedo a Madián se hicieron los hijos de Israel los antros
que hay en los montes, las cavernas y las alturas fortificadas. Cuando Israel había
sembrado, subía Madián con Amalec y con los Bene Quedem y marchaban contra ellos;
acampaban en medio de Israel y devastaban los campos hasta cerca de Gaza, no dejando
subsistencia alguna en Israel, ni ovejas, ni bueyes, ni asnos; pues subían con sus
ganados y sus tiendas como una nube de langostas. Ellos y sus camellos eran
innumerables y venían a la tierra para devastarla".)
En lo referente a la religión, esta cultura beduína reflejaba bastante fielmente la religión
de Abraham que describe el libro del Génesis. Sacrificios y primicias numerosas.
Sacrificios humanos que sobreviven en los sacrificios de muchachas. Fuegos sagrados.
Tb. rasgos más antiguos: culto a los astros (Venus), culto a los árboles, culto a los
betilos. Este, predominante. Batil, cumbre puntiaguda y aislada, o bien monumento a
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imagen de una montaña [zigurat]. Para los nómadas, piedra erguida, altar rudimentario
(terafim de los cananeos, elohim de los hebreos nómadas, ilani de los asirios). La
religión árabe conservaba así una estructura completamente primitiva, asombrosamente
estática, desértica, nómada.
Mahoma no rompió con la tradición de sus antepasados, ni siquiera al instaurar el
monoteísmo, puesto que afirma no haber hecho sino restablecer la religión abrahámica,
corrompida por la ignorancia de la yahiliyya, Edad Media de oscuridad, desde que en el
siglo III un célebre reformador, 'Amr ibn Luhayy introdujo con el culto a los ídolos el
paganismo agonizante de las ciudades helenísticas de Transjordania: Petra, Palmira, y
de Siria: Hierápolis. A lo largo de varios años de meditación, Mahoma toma conciencia
de la desviación de su pueblo y predicará para devolverlo al camino recto.
Tenía que tropezar con grandes dificultades. Una sociedad próspera y rica lo recibe con
el mayor desprecio -lo que tal vez salvó al islam incipiente, que hubiera podido ser
fácilmente aplastado. Probablemente, aquella sociedad no podía creerse que el nieto de
uno de ellos atentase contra un orden social y religioso que sus antepasados -hasta su
abuelo- habían tratado de consolidar con todas sus fuerzas. Sus ideas de justicia social y
la amenaza del juicio final hacían sonreir a una burguesía opulenta, hastiada e
indiferente. No en vano La Meca había llegado a ser el mayor centro religioso de
Arabia. La tienda sagrada que albergaba el primitivo betilo junto a la fuente Zamzam,
había sido sustituída, probablemente desde comienzos de la era cristiana, por la Ka'ba,
habitación de forma cúbica, construída en piedra a imagen de la tienda tradicional. La
piedra negra, encajada en el ángulo E.-SE. de la capilla. Mes sagrado de la
peregrinación. Triduos. Panegíricos estacionales. Todo ello unido a la situación de La
Meca en la ruta de las caravanas ayudó a desarrollar la importancia de su mercado. Los
mecanos, y en especial su clan dominante, los quraisies, obtuvieron notables riquezas de
esta asociación de religión y comercio. Por nada del mundo estaban dispuestos a seguir
a Mahoma a riesgo de perder las ventajas adquiridas tras varios siglos de esfuerzos y
rivalidades.
Pero la riqueza que se había acumulado en la ciudad, con todo su cortejo de lujo,
placeres, diversiones, prodigalidades, derroches, había creado barreras entre las distintas
capas sociales, barreras mal toleradas por el árabe, nómada e igualitario. Esa
desigualdad social iba en aumento y abría un foso entre la oligarquía dominante de los
jefes de las familias más ricas y la masa del pueblo, víctima de un sistema centralizado,
integrada por nómadas atraídos por la ciudad y libertos y esclavos de todas las
procedencias. Su descontento e insatisfacción preparó el terreno a la predicación
coránica, centrada en ppio en el juicio final y en el castigo prometido a los que vivían
con lujo escandaloso y privaban a los pobres de lo necesario para su subsistencia.
MAHOMA
Mahoma era miembro del linaje Hasim, un linaje poco importante del poderoso clan de
los quraisies. Había nacido entre el 570 y el 580 d.C, cuando su clan ostentaba el poder
en La Meca. Su padre Abdallah parece haber muerto poco antes o enseguida después de
su nacimiento; su madre, que quedó en la pobreza, murió cuando él no tenía seis años.
De acuerdo con la costumbre árabe fue educado en casa de su abuelo paterno, y al morir
éste, en la de un tío paterno, agobiado de familia y de pobreza. En su adolescencia, vio
desmoronarse la fortuna, el prestigio y la autoridad de su familia: el nuevo sistema
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económico barrió poco a poco a la antigua aristocracia, suplantada por los nuevos ricos
advenedizos. Adolescente aún, entró al servicio de Jadiya, una rica viuda que había
heredado de su marido un depósito de mercancías. Como Mahoma, pertenecía a la
antigua aristocracia y sufrió también las repercusiones de la revolución económica
operada en La Meca: les unía así una cierta amargura y nostalgia de los tiempos viejos.
Eso y el acierto con que Mahoma cumplió con las exigencias de su empleo pudo
facilitar su matrimonio, a pesar de su gran diferencia de edad: Mahoma no debía tener
más de veinticinco años y ella pasaba de los cuarenta. De ese modo Mahoma alcanzó la
independencia económica (de lo mucho que Mahoma llegó a familiarizarse con los
quehaceres del comercio son testimonio las frecuentes alusiones y términos comerciales
que se hallan en el Corán). El matrimonio fue muy feliz y de él nacieron varios hijos.
Tres de las hijas estaban destinadas a desempeñar papeles de importancia en la historia
del islam. Jadiya sentía un amor abnegado por su joven esposo y en las épocas de
persecución se convirtió en su fiel apoyo. Lo especial de su posición se manifiesta en el
hecho de que mientras ella vivió (el matrimonio duró quince años), Mahoma no tomó
ninguna otra esposa, en contraste con las muchas que tuvo después de su muerte, y
luego conservó siempre el más afectuoso recuerdo de ella. La tradición atribuye a Aisa,
que luego sería la esposa favorita de Mahoma, la afirmación de que estaba más celosa
de la difunta Jadiya que de todas sus rivales vivas.
La familia de Jadiya se oponía a la idolatría decadente de La Meca y se inclinaba al
ascetismo practicado en los cenobios cristianos que se hallaban en las rutas caravaneras
de Siria y del Irak.
En la época de sus primeras visiones Mahoma encontró en Jadiya una esposa
comprensiva y compasiva. Para tranquilizar a su atormentado marido, Jadiya fue a
visitar a un primo suyo, una especie de precursor del islam, que predicaba la vanidad del
culto a los ídolos, se abstenía de beber vino y leía la Biblia en siríaco, lengua litúrgica
de algunas iglesias orientales. Por lo que Jadiya le contó, su primo llegó a la conclusión
de que Mahoma era un auténtico iluminado, como los grandes profetas de Israel.
Ciertamente, la descripción que más tarde hará Mahoma de su vivencia religiosa
recuerda a las de Jeremías y Ezequiel.
Acosado por la duda, Mahoma se había retirado a la soledad de la gruta de Hira: "En el
sueño se me aproximó una figura celeste [que más tarde se dió a conocer como el
arcángel Gabriel]; me presentó un trozo de brocado de seda sobre el que había unos
rasgos escritos y dijo: 'Recita'. 'No sé recitar', respondí. Entonces comenzó a apretarme
con el paño hasta que creí que aquello sería mi muerte". Dos veces se repite la orden del
ángel, la respuesta de Mahoma y el estrangulamiento. "La cuarta vez me dijo: 'Recita'.
Dije: '¿Qué debería recitar yo?'. Esto lo dije sólo para evitar que volviera a tratarme del
mismo modo. Entonces me dijo: 'Recita: En el nombre de tu Señor, el que creó; creó a
los hombres de una gota de semen [un grumo de sangre]. Recita: Y tu Señor es el más
generoso. Que te enseñó la caña [la pluma]'. Recité y por fin se alejó de mí. Yo me
desperté y estas frases estaban como grabadas en mi corazón. Abandoné la cueva y
apenas llegado al centro de la montaña oí una voz del cielo que decía: '¡Oh,
Muhammad! Tu eres el apóstol de Allah y yo soy Gabriel'. Levanté la cabeza hacia el
cielo para mirar y he aquí que Gabriel estaba allí, bajo la apariencia de un hombre en el
horizonte del cielo. Me dijo una vez más: '¡Oh, Muhammad! Tu eres el apóstol de Allah
y yo soy Gabriel'. Me detuve mirándolo, sin poder avanzar ni retroceder. Traté entonces
de apartar de él mi cara hacia los otros puntos del horizonte, pero a cualquier punto del
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cielo que miraba veía al ángel en la misma actitud. Permanecí así, de pie, sin poder
avanzar ni volver sobre mis pasos".
De arrobamientos similares a éstos Mahoma tuvo bastantes en su vida y siempre los
consideró como revelaciones de Allah. La tradición de los contemporáneos concuerda
en los detalles externos de los trances de Mahoma. A veces caía al suelo sin sentido,
como embriagado, bramaba como un camello, el sudor le perleaba el rostro aun en
tiempo frío, y tenía que arroparse y cubrirse. Mahoma creía que sus inspiraciones eran
pasajes de un libro celeste, custodiado cabe Allah. De este libro celeste el ángel le
traduce pasajes en árabe, para que los entiendan él y los suyos, y nada se comunica a
Mahoma que no haya sido comunicado ya a los enviados de Allah que le han precedido.
Por eso llama Mahoma a judíos y cristianos "la gente del Libro", y por eso, mientras no
advirtió las divergencias, apeló al testimonio de aquellos como comprobante de cuanto
iba predicando.
Los sueños no están atestiguados más que por la tradición biográfica, pero la primera
visión está confirmada dos veces por el Corán. Si nos atenemos a ella, Mahoma parece
encajar de lleno en la línea de evolución del profetismo hebreo, el más desarrollado de
los profetismos semíticos. Lo cual plantea la cuestión de las posibles influencias judeocristianas sobre Mahoma.
En su tiempo, cristianos en La Meca, poco numerosos pero ejercían fuerte fascinación,
sobre todo entre los caravaneros que los conocían de sus viajes en Siria, Irak y Egipto.
También, misioneros cristianos que atravesaban la península y eran con frecuencia
agentes de Bizancio, o de Persia. Importantes comunidades judías en el Yemen y el
Hedjaz, tal vez desde la represión por Adriano de la revuelta de Bar Kojba (dispersión
en 134 ó 135): papel importante en la agricultura, el artesanado, el comercio.
Importaban productos mediterráneos, introduciendo en pleno desierto elementos de
progreso. Pero no sabemos nada de su postura doctrinal dentro del judaísmo rabínico.
Investigaciones recientes muestran la existencia de elementos qumraníes en el Corán.
Tal vez llegaron a Mahoma a través de alguna comunidad heterodoxa qumraní de
Yatrib. De todos modos, la fuerza económica y el complejo de pueblo elegido de los
judíos les hacían en general poco queridos entre los árabes.
¿Qué podía deber Mahoma a estos cristianos y judíos? El repudio del culto de los
ídolos, la tendencia al monoteísmo, la aspiración a una reforma profunda de las
estructuras religiosas y sociales de La Meca, el deseo de poseer un libro revelado árabe.
Bien ajeno estaba Mahoma de buen principio a la idea de fundar una nueva religión. No
se tenía mas que por un nadir, monitor, el primero enviado a su pueblo. Lo que Mahoma
tenía que hacer era crear un monoteísmo árabe sobre la base de la teología bíblica, pero
adaptado a las aspiraciones del árabe, poco inclinado ni a las innumerables
prescripciones rabínicas ni a las sutilezas de la teología conciliar cristiana; presentar este
monoteísmo como una vuelta al monoteísmo de Abraham, corrompido por judíos y
cristianos, y refutar las pretensiones de éstos. Y así lo hizo: se proclamó el último
portavoz del Dios único y sello de los profetas y presentó su revelación como
complemento de las de Moisés y Jesús, y como vuelta al monoteísmo original olvidado
de los árabes.
Rondaba los cuarenta años y se iba a enfrentar a formidables enemigos, los politeístas
de La Meca y los judíos de Yatrib, que disponían de poder y de riqueza. No le quedaban
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más que los desheredados y los esclavos y para ellos predicó y por ellos combatió. Pero
no dejó de soñar con la ciudad santa de los árabes, convertida en polo de atracción de
riqueza, e igualmente con la gloria perdida de su familia arruinada.
PRIMERAS PREDICACIONES EN LA MECA Y PRIMEROS ADEPTOS
Las más antiguas predicaciones, en torno al 615 d.C., no insisten demasiado en el punto
fundamental de su mensaje, la unicidad de Allah. Tal vez siguiendo los consejos de sus
más próximos, Mahoma no declara inmediatamente la guerra a la idolatría, aunque
exhorta a los politeístas a renunciar al culto de los falsos dioses. Hace hincapié en la
castidad, la justicia, la caridad, la penitencia. Insiste en la práctica de la oración, la
limosna, el cuidado de los huérfanos y de los pobres, la renuncia a los bienes de este
mundo, la supresión de los privilegios tribales o nacionales y la igualdad de los hombres
ante Allah.
El centro de estas revelaciones lo ocupa el tema del fin del mundo y del juicio que lo
precederá. En este juicio, todos los hombres, los vivos y los muertos resucitados,
comparecerán ante Allah. Los elegidos serán recompensados con las delicias del
paraíso, los malos castigados con los tormentos del infierno. "Cuando ocurra lo fatal.
No habrá para su fatalidad mentís. Abajando, levantando. Cuando temblará la tierra con
temblor. Y se pulverizarán los montes con polverío. Entonces (serán) un polvo fino,
aventado. Y seréis tres parejas, tres. Y los compañeros de la derecha; ¡ye, los
compañeros de la derecha! Y los compañeros de la izquierda; ¡ye, los compañeros de la
izquierda! Y los adelantados (serán) los adelantados. Esos (serán) los allegados. En los
jardines, los deliciosos. Muchedumbre de los primeros. Y pocos de los otros. Sobre
lechos doblados. Recostados en ellos, fronteros. Rondarán entre ellos mancebos,
siempre jóvenes. Con copas, aguamaniles y vasos de bebida límpida. No tendrán
jaqueca por ella y no se embriagarán. Y fruta, de la que prefieran. Y carne de ave, de la
que apetezcan. Y (mujeres) de grandes ojos negros como imagen de perlas bien
guardadas. Retribución por lo que hicieron. No oirán en ello bullicio ni lenguaje
pecaminoso. Sino que se dirá: ¡Selam, selam! Y los compañeros de la derecha; ¡ye, los
compañeros de la derecha! En medio de árboles sin espinas. Y de acacias bien
plantadas. Y sombra extendida. Y agua corriente. Y fruta, mucha. No cortada y no
impedida. Y lechos elevados. Ciertamente, Nos las creamos con creación. Y las
pusimos vírgenes. Amorosas, parejas de edad. Para los compañeros de la derecha.
Muchedumbre de los primeros. Y muchedumbre de los otros. Y los compañeros de la
izquierda; ¡ye, los compañeros de la izquierda! En un viento ardiente y agua hirviendo.
Y sombra de un humo negro. Ni frío ni grato. En verdad, ellos eran antes de esto,
comodones. Y persistían en el crimen, el grande. Y decían: cuando muramos y seamos
polvo y huesos, entonces, por ventura ¿nosotros resucitaremos? ¿Y nuestros padres los
primeros? Di: Ciertamente, los primeros y los postreros, se juntarán hacia el tiempo
marcado, el día sabido. Luego, ciertamente, vosotros, ¡ye los errados, los
desmentidores! Ciertemente (seréis) comedores de un árbol de sakkum. Y llenadores de
ellos, los vientres. Y bebedores sobre ellos, del agua hirviendo. Y bebedores, bebida del
sediento. Esta será su morada el día del Juicio".
Así preparados los ánimos, Mahoma aborda el tema decisivo: la unicidad de Dios y la
inanidad de los ídolos. Los politeístas empiezan a ver el peligro. En un principio, no le
habían tomado en serio. No eran cosa nueva en La Meca las exhibiciones de los
adivinos, ni los delirios de los posesos, ni las recitaciones de los poetas. Quizá al verlas
en Mahoma los mecanos lamentaran que después de haber llegado a ser un hombre de
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pro, Mahoma tirara por aquella senda. Pero la tenacidad de Mahoma y su creciente
influencia les asustaron. Probablemente indiferentes al aspecto religioso de la agitación,
pudieron sospechar en ella aspiraciones de reforma social y de hegemonía política. En
todo caso, su tino de duchos mercaderes les haría prever los perjuicios que a sus
intereses había de causar el descrédito de las divinidades veneradas en la Ka'ba. Su
actitud despectiva se torna violenta y hostil.
Frente a ellos, Mahoma sólo cuenta con pocos adeptos. Los primeros los encontró en su
propia familia. La primera de todos, Jadiya. Gracias a sus ánimos y a la confianza que le
testimoniaba, Mahoma empezó su predicación. En la estimación de Mahoma, su primo
Alí, hijo de su tío y tutor, Abu Talib, estaba inmediatamente después de Jadiya. Cuando
Mahoma se casó, lo adoptó, para descargar a su tío de obligaciones familiares. Más
tarde lo casó con su hija Fatima. Alí abrazó sin reservas la causa de Mahoma. Con el
tiempo había de ser el cuarto de los califas y su política daría origen a los primeros
cismas del islam, el jariyismo y el siismo. A Alí le sigue en el orden de los conversos
Zaid ibn Harita, un esclavo que Jadiya le había regalado a Mahoma.Este lo libertó y
después lo adoptó. Siempre se comportó con Mahoma como un hijo abnegado. El cuarto
converso fue Abu Bakr, "el veraz", un rico comerciante que se relacionaba con personas
de su medio a algunas de las cuales convirtió al islam. Fue uno de los pilares del islam
primitivo, sucesor de Mahoma como primer califa, que supo resolver con sabiduría y
sentido común los graves problemas que surgieron a la muerte del profeta. Su espíritu
de conciliación y de moderación le permitió desempeñar el papel de árbitro en las
querellas individuales y tribales.
Poco a poco, numerosas gentes sencillas, esclavos, libertos y extranjeros (muchos de
ellos cristianos) abrazaban el islam. La inquietud y hostilidad de los adversarios de
Mahoma iban in crescendo. Lo presentaban como un profeta poseído, medio loco:
llegaron a ofrecerle correr con los gastos de su curación. Su actitud se hizo agresiva tan
pronto como Mahoma y sus secuaces comenzaron a hacer ostentación de la nueva fe,
con plegarias en público, en el propio atrio de la Ka'ba. Hubo enfrentamientos, corrió la
sangre. Se molestaba y perseguía a Mahoma y a sus prosélitos de mil maneras. Se
atacaba a Mahoma en su casa y tuvo que abandonarla y refugiarse en la de uno de sus
discípulos. Se impedía a los conversos reunirse para orar. Pero todo esto no sirvió mas
que para estimular nuevas adhesiones. Miembros del clan de Mahoma, hasta entonces
reticentes, se aprestaron a cerrar filas para defenderlo. La rígida costumbre tribal hacía
que todo atentado contra un miembro de un clan o de una familia, solidarizara a todos
los demás para defenderle o vengarle. Tocar a la persona de Mahoma habría provocado
un funesto conflicto. Los politeístas, preocupados por salvaguardar la unidad religiosa
de los habitantes de La Meca de cara a las peregrinaciones que visitaban la ciudad santa
de los árabes, trataron de evitar el conflicto armado, haciendo a Mahoma concesiones y
promesas que no sirvieron de nada. Entonces endurecieron su persecución, con lo que
sólo consiguieron nuevas conversiones, entre ellas la de Umar, que había de ser el
segundo califa y uno de los grandes artífices del islam primitivo.
Las familias, los clanes, las tribus, se dividieron. Los politeístas acusaron a Mahoma de
sembrar la discordia con su "palabra mágica, entre el hombre y su padre, el hombre y su
hermano, el hombre y su esposa, el hombre y su tribu". La presión ejercida sobre la
joven comunidad llegó a ser tan insoportable que Mahoma aconsejó a sus fieles que los
que podían emigraran a Abisinia, y unos pocos lo hicieron.
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Fue por entonces cuando Mahoma empezó a pensar en dejar él mismo La Meca. En el
619 ya nada le retenía allí. Jadiya murió y la persecución se recrudeció. No había
esperanza. Tras otros intentos fallidos, Mahoma consiguió entablar con los habitantes de
Yatrib, distante cien km. al N. de La Meca, negociaciones para preparar su emigración y
la de sus adeptos. La higra, o hégira, el acto de emigrar extrañándose de los suyos,
incluía la renuncia implícita a todo derecho y garantía de protección por parte de éstos;
podría compararse a una renuncia de nacionalidad. A los ojos de un árabe éste era un
paso muy grave, la separación del grupo tribal protector. Era una decisión amoral. Es
probable que contraviniendo en cosa tan esencial los sentimientos éticos de sus
contwemporáneos, Mahoma contrapusiera conscientemente a la ética nacional (tribal)
del paganismo la ética universal de la nueva religión, que incluía la exigencia de la
igualdad de todos los hombres ante Allah y la fraternidad entre todos los creyentes.
En pequeños grupos, los secuaces de Mahoma abandonaron discretamente La Meca,
dejando en ella mujeres e hijos. En cuanto a Mahoma, en compañía de Ali y de Abu
Bakr, "esperaba de Allah la orden de dejar La Meca por Yatrib". En un principio, los
politeístas mecanos no hicieron nada por impedir aquel éxodo, pero no tardaron en
comprender el peligro de un ataque desde fuera, y se esforzaron por evitar que Mahoma
se uniera a sus adeptos ya exiliados. Así se conjuraron para que Mahoma fuera
asesinado por jóvenes que representasen a todos los grupos tribales, para que su sangre
cayese sobre todos por igual. Pero la tentativa fracasó. Y viendo el peligro cada vez más
amenazante, Mahoma decidió marcharse. Abu Bakr lo preparó todo. Burlaron la
vigilancia de los mecanos, que los espiaban día y noche, y por un camino apartado
llegaron hasta una gruta en la que se ocultaron durante tres días. Después se pusieron en
camino y el 24-sep-622 llegaron a Yatrib. Mahoma y el islam acababan de atravesar su
Mar Rojo.
EL PERIODO DE MEDINA
La emigración a Yatrib, que desde entonces se llamó Madinat al-Nabi, la ciudad del
profeta, tuvo en muchos aspectos el valor de un giro decisivo. En La Meca, Mahoma
había sido un fundador religioso que exigía la penitencia y la conversión y que había
sido perseguido por su predicación. No había tenido ninguna ocasión de demostrar sus
grandes dotes políticas. En Medina, estas pasaron enseguida a primer plano, pues allí
Mahoma no era ya el perseguido ni el oprimido que había de pensar en proteger su vida
y la de sus fieles, sino que desde el primer momento fue el caudillo político llamado a
cumplir con una misión decisiva para toda la comunidad: la superación de las tensiones
existentes en el seno de los árabes y entre éstos y los judíos. Apoyándose en un
principio sólo en el grupo de sus seguidores que le habían llamado, y en el de los leales
llegados con él, el profeta creó un orden dentro de aquella colectividad, fundiendo en
una comunidad nacional los heterogéneos elementos, que se comprometieron a respetar
la paz entre sí, a defenderse en común contra los enemigos exteriores y a prestar
obediencia y fidelidad a Allah y a Mahoma, el caudillo elegido por él. Con los árabes
paganos Mahoma tuvo pocas dificultades: los que no aceptaron la nueva fe, tampoco
tenían un caudillo que hubiera podido agruparlos contra él. En los judíos, en cambio,
tropezó con una oposición que no esperaba. El había creído que su revelación era
idéntica a la de la Thora y del Evangelio, y esperaba ser reconocido por los judíos como
un profeta, tanto más cuanto algunas de las peculiaridades cultuales del islam (como la
qibla, la orientación durante la oración, que era hacia Jerusalén) parecían querer ganarse
a los judíos. La postura rotundamente negativa de éstos movió a Mahoma a revisar su
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postura y oponer su revelación, única verdadera, a la judía y la cristiana, falseadas. Se
presentó como el sello de los profetas, apelando a la religión de Abraham, antepasado
común de judíos, cristianos y árabes, religión que aquél transmitió a Ismail, fundador de
la Ka'ba. También cambió la qibla, dirigiéndola a La Meca. Así asoció a la nueva
religión el santuario de su ciudad patria, lo que dió un impulso religioso a su deseo de
conquistar La Meca.
Esta fue su primera preocupación en los años 622-630, años de luchas con La Meca,
difusión del islam y hegemonía de Medina en toda Arabia. En la guerra las dos partes se
dieron cuenta de que con el poder de las armas no podían vencer. Así, en el año 628
llegaron a un acuerdo que establecía un armisticio de diez años e incluía la autorización
a los medinenses de peregrinar a la Ka'ba. Este pacto fue un paso decisivo, porque una
de las principales causas de la resistencia que hasta entonces habían puesto los mecanos,
a saber, su temor de que La Meca pudiera perder su lugar central en la vida cultual y
económica de los árabes, quedaba eliminada por el cambio que se había producido en la
postura de Mahoma. Por otro lado, los amigos de Mahoma trabajaban en favor de una
conciliación con la nueva fe. Pese a estas favorables circunstancias, la tregua duró poco,
y en el 630, aprovechando como pretexto una violación del pacto cometida por algunos
beduínos amigos de La Meca, Mahoma rompió las hostilidades. Los quraisies, dándose
cuenta de que su interés y el de su ciudad estaban en adherirse al islam, la entregaron sin
resistencia. Mahoma hizo uso de la mayor indulgencia. Los ídolos fueron destruídos y la
Ka'ba, purificada, se convirtió en lugar de culto de la nueva religión. El éxito significó
para Mahoma un fortalecimiento de su influjo sobre las tribus árabes y un nuevo
impulso para que éstas se unieran bajo el caudillaje del profeta y bajo su doctrina.
Simultáneamente, Mahoma se esforzaba por organizar la comunidad medinense. La
oposición de los paganos cesó a la vista del éxito. A los intransigentes judíos, Mahoma,
rompiendo sus promesas, los expulsó primero de Medina y luego de todo el Hedjaz, sin
usar de clemencia mas que por razones económicas.
Preceptos de Medina: prohibición del vino y de los juegos de azar, preceptos sobre el
matrimonio, prescripciones contra los calumniadores. La obligación de la guerra santa
debe su origen a la necesidad de vencer la resistencia de los fieles a enfrentarse con sus
parientes paganos, quebrantando la ética beduína.
Mahoma no sobrevivió más que dos años a su victoria. En el año 632 emprendió su
última peregrinación a La Meca. De regreso en Medina murió súbitamente el 8-jun-632.
No dejó hijos varones y fue sepultado, casi secretamente, en casa de Aisa.
La valoración del profeta oscila entre la veneración casi idolátrica que le profesan los
musulmanes y el odio de sus antagonistas. Lo que queda es un caudillo político
religioso de singular grandeza. Evidentemente, fue una personalidad de su época y de su
mundo, que en muchos aspectos no corresponde a la imagen típica del profeta. Pero él
mismo reconoció siempre ser un hombre pecador y lleno de defectos. Nunca supo
distinguir la religión de la política, ni la verdad de la palabra divina de la propaganda
religiosa. No era un pensador religioso. Pero el resorte religioso de su personalidad era
lo bastante fuerte como para dotarle de una fuerza sugestiva que atrajo a las
personalidades religiosas de su mundo circundante y que a través de los siglos sigue hoy
influyendo en amplias masas y en personalidades aisladas de gran elevación lo mismo
ética que espiritual.
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HISTORIA POLITICO-RELIGIOSA DEL ISLAM
En Mahoma y en su predicación, religión y política están indisolublemente asociadas, y
la misma asociación se ha dado en la historia del islam: los dos poderes constituyen una
unidad inseparable. De aquí, este apartado.
Mahoma no dejó nada dispuesto sobre lo que había de ocurrir a su muerte, ni nada dicho
sobre la forma en que él se imaginaba la continuación de la comunidad. Las horas que
siguieron a la muerte de Mahoma cuentan entre las más críticas de la historia del islam.
Todo era desconcierto en Medina. Roto el vínculo de unión, los elementos rivales
ansiaban el poder. Ali, primo y yerno del profeta, confiaba en los títulos de parentesco;
los medineses, aunque deseosos de poner fin a la dominación de los venidos de fuera,
estaban divididos y carecían de iniciativa. Los amigos íntimos de Mahoma, Abu Bakr,
Umar y Abu Ubayda, que ya habían tenido mano en el gobierno en vida de Mahoma,
tuvieron que enfrentarse con el problema de cuya solución dependía la subsistencia
misma de la nueva religión. La cuestión más importante era la de la sucesión, pues de la
persona del profeta dependía la dirección de la comunidad musulmana en el aspecto
político y en el religioso, y además había un gran número de pactos hechos con tribus
árabes, pactos montados sobre el reconocimiento del caudillaje de Mahoma y sobre los
que se basaba la unidad de la península bajo la hegemonía de Mahoma.
Para prevenir la división de Medina entre los venidos de La Meca -compañeros de
emigración de Mahoma y quraisíes neoconversos- y los naturales de Medina, ese grupo
de los más íntimos colaboradores del profeta decidió elegir en su seno un sucesor: fue
Abu Bakr, su viejo amigo, hombre prudente a la vez que resuelto. La comunidad aclamó
esta elección, con lo que el primer representante del Profeta (halifa=califa) quedó
elegido con el consenso de la colectividad. Alí, sin embargo, no reconoció a Abu Bakr
hasta después de la muerte de Fatima, mujer de Alí e hija de Mahoma.
La institución del califato nacía así de improviso, sin precedente en el Corán ni en la
sunna, vaga en sus funciones, en sus atribuciones y en la forma de elección o
nombramiento. No es extraño que la discordia y la guerra civil acompañaran su historia.
Probablemente no ha habido otra institución en el islam por cuya causa se haya
derramado tanta sangre. Quizá en aquel mismo punto se hubiera recurrido a las armas
entre las diversas facciones si las alarmantes noticias de la actitud de las tribus beduínas
no hubieran impuesto la unión. De cualquier modo, por el momento quedaba
garantizada la continuidad política, pero faltaba la jefatura carismática. Esta no ha sido
nunca reivindicada por ningún califa; el que pudiera renunciarse a ella muestra que ya
en los últimos años del profeta el aspecto político-administrativo de su actividad dejaba
en la sombra al religioso-profético. Para el musulmán ortodoxo (sunní), la muerte de
Mahoma representa el final de la época profética.
La tradición islámica sunní ha visto en la época de los cuatro primeros sucesores (los
califas rasidun, los bien guiados) del profeta la época ortodoxa del islam, y la ha
idealizado. Para asegurar a las creencias y medidas de épocas posteriores el
reconocimiento como moral y legalmente obligatorias, las retrotrae a esta época.
La primera tarea de Abu Bakr fue acabar con los conatos separatistas, pues las tribus
árabes pensaban que con la muerte de Mahoma prescribía el compromiso de fidelidad
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con Medina. En efecto, no hay que creer que a la muerte de Mahoma toda Arabia le
estuviera ya sujeta, y mucho menos islamizada. En esta situación se hallaban sólo las
tribus más cercanas a Medina y La Meca, y luego, en general por orden de lejanía, había
otras en parte islamizadas, otras musulmanas sólo de nombre, que para evitar males
mayores se habían avenido a pagar el tributo, y otras completamente independientes.
Casi todas, en aquella coyuntura, se apresuraron a recobrar su libertad de acción, pues
como ya he dicho, según la vieja costumbre, la muerte de Mahoma cancelaba los pactos
con él ajustados. Abu Bakr restauró la unidad política de Arabia y conservó la herencia
dejada por Mahoma, pero sólo a costa de sangrientas guerras de secesión. Las tribus se
coaligaban contra el centralismo fiscal de Medina y guiadas por algunos que se
proclamaban profetas al modo de Mahoma, aniquilaron en más de una ocasión las
tropas de los musulmanes. Un año costó a Abu Bakr reducir a los secesionistas y hacer
que de algún modo las tribus aceptaran el islam. Esta aceptación se reducía en muchos
casos a la palabra dada por el jefe de la tribu, y era efímera. Al norte quedaba un
manchón de tribus que no fueron molestadas.
La reunificación llevó directamente a las grandes conquistas en las que sucumbió el
imperio de los persas y que redujeron al imperio bizantino al Asia Menor. Los
comienzos de estas guerras de conquista caen todavía en época de Abu Bakr. Cuando él
muere, en agosto del 634, el poder del islam sobre la península arábiga estaba ya
asegurado y comenzaba a extenderse fuera de ella.
Antes de morir, en verano del 634, Abu Bakr designó como sucesor a Omar, Umar ibn
al-Hattab, que ya con él había sido el verdadero conductor de los asuntos de Estado. En
su tiempo, Siria y Egipto fueron arrebatadas a los bizantinos y el imperio de los persas
fue aniquilado. Esto exigía la creación de una administración sobre cuya base pudieran
gobernarse tan extensos territorios y de acuerdo con la cual pudieran distribuirse los
botines conseguidos. Había que regular además la situación de los pueblos sometidos,
mucho más numerosos que los conquistadores. Todo eso fue obra de Umar.
Llama la atención la facilidad y rapidez con que bandas de beduínos pudieron
desbaratar en repetidos encuentros ejércitos superiores en número, y mantenerse con
escasísimo número de tropas, en las populosas regiones conquistadas. Pero muchos
factores favorecían a los invasores: la población era étnicamente distinta a sus señores
bizantinos o persas, y en buena parte semita como los invasores; disensiones religiosas
la separaban de la ortodoxia oficial y motivaban persecuciones; las exacciones fiscales
exigidas por las continuas guerras la abrumaban. El resultado era la apatía, cuando no la
simpatía por los invasores. El valor combativo de los ejércitos de Bizancio y Persia,
compuestos de siervos y mercenarios mal pagados, sin esperanza de botín ya que
combatían en su propio territorio y contra beduínos desharrapados, era poco. Los
campos de batalla favorecían la movilidad y ligereza de los árabes, cuyo entusiasmo
guerrero iba en aumento con cada nueva victoria. Y por último, tanto Persia como
Bizancio estaban exhaustas por sus prolongadas guerras.
Más difícil es aquilatar la parte que el factor religioso tuvo en esas rápidas conquistas.
Hay que descartar la idea de que los beduínos se lanzaran fanáticamente espada en
mano a propagar el islam. No parece que el fervor religioso hubiera cundido mas que en
una pequeña parte de los árabes. Hay indicios de que junto con los beduínos más o
menos islamizados había también beduínos cristianos que tomaban parte en las guerras.
Cierto que antes de empezar la batalla se hacía al enemigo una invitación formal a
aceptar el islam. Pero no se advierte ansia de proselitismo. Por otra parte, en aquel
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tiempo se consideraba aún al islam como algo específicamente árabe, de modo que los
que de fuera la abrazaban, se apresuraban a tomar nombre y filiación árabes.
Es, pues, evidente que en su avance, el botín era para los árabes por lo menos tan
incitante como la nueva religión. Para fijar el derecho al botín hacían falta padrones,
para las tierras conquistadas y sus productos se necesitaban catastros. En suma, se
necesitaba un fundamento jurídico para la nueva administración. Para su creación
sirvieron en primer término las disposiciones del Corán sobre el trato que había de darse
a las gentes del Libro, y las que sobre la repartición del botín había promulgado el
profeta después de expulsar a los judíos de Medina. En ellas se distinguía entre gentes
del Libro, que podían conservar su fe pagando un impuesto personal y aceptando ciertos
preceptos deshonrosos, y paganos que tenían que aceptar el islam o morir. Las
comunidades de las gentes del Libro quedaban en un status de protegidos de la
comunidad musulmana y tenían derecho a una administración autónoma en sus asuntos
internos. Razones financieras hicieron que al principio no se vieran con gusto las
conversiones al islam, pues reducían considerablemente los ingresos del Estado; pero
con el tiempo fue imposible contenerlas. Las ventajas económicas y sociales ligadas a la
conversión resultaron ser la más eficaz fuerza misional de la nueva religión. El trato
dado al territorio conquistado dependía de la forma de ocupación: por la fuerza o por un
pacto, con resistencia o sin ella. La administración era muy sencilla. Al frente de la
provincia conquistada estaba un jefe militar (amil), como representante del califa y
como imam para el culto de los viernes, que se celebraba en la mezquita principal de su
residencia. De las finanzas se ocupaba un funcionario especial, a las órdenes directas del
califa. La suprema autoridad judicial correspondía al qadi. A las órdenes de estos
funcionarios musulmanes seguían trabajando los de las naciones sometidas, expertos
insustituíbles. Con el paso del tiempo, islamizados por lo menos externamente, se
adhirieron a la religión dominante. Pero hasta en los siglos más avanzados siguió
habiendo altos funcionarios cristianos y judíos.
En el 644, Umar fue asesinado. Una especie de colegio electoral formado por cinco de
los más prestigiosos compañeros del profeta se puso de acuerdo en la elección de Utman
ibn Affan, un yerno del profeta, ya anciano y débil. Fue una solución de compromiso y
poco afortunada. Utman no poseía las cualidades necesarias para regir lo que ya era un
imperio mundial. Manifestó un marcado favoritismo por su linaje, el de los omeyas,
subgrupo de los quraisies mecanos, de sobresaliente capacidad, pero neoconversos, lo
que les valió la enemistad de los primeros seguidores.
Más afortunado que en sus empresas políticas se mostró Utman en la restauración del
texto unitario del Corán. Al morir Mahoma no existía una recopilación del islam de
validez general. De aquí se seguían discrepancias que dado el lugar central que
correspondía al Corán en la vida de la comunidad musulmana, se traducían en trastornos
graves. Utman ordenó que se estableciera sobre la base de detenidas investigaciones un
texto del Corán obligatorio para todos los musulmanes. Esta nueva edición canónica la
hizo llegar a todos los rincones del mundo islámico, y todas las otras fueron destruídas.
Su incapacidad política y su nepotismo generaron un creciente descontento y en 656 fue
asesinado. Su mujer, la cristiana Naila, que también resultó herida, envió luego a
Muawiya, gobernador de Siria y del linaje de Utman, la túnica ensangrentada del califa
muerto, para que tomara venganza.
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El asesinato de Utman desencadenó la primera guerra civil musulmana. En Medina, Ali
se hizo rendir pleito homenaje. Pero algunos de los más prestigiosos colaboradores de
Mahoma, y su ambiciosa viuda, Aisa, se alzaron contra él y le disputaron el califato.
Invocando la venganza de Utman, obligaron a Ali a emprender la lucha. Este los
persiguió hasta Iraq y los derrotó en la batalla del camello (porque se combatió
princpalmente en torno al camello donde iba Aisa animando a los suyos). Entonces se
rebeló aquel primo del asesinado Utman, Muawiya, que era gobernador de Siria. Ali
marchó contra él y entabló batalla. Ali llevaba ventaja pero sus enemigos recurrieron a
una treta, atando ejemplares del Corán a las puntas de sus lanzas, en señal de que
querían dejar la decisión al libro sagrado. Las tropas del califa le obligaron a aceptar y
se constituyó un tribunal de arbitraje. Mas una parte de los seguidores de Ali se dio
cuenta de que habían sido víctimas de un engaño y quiso que el califa rompiera el pacto.
Como Ali no lo hizo, se retiraron de la lucha, en desacuerdo con ambas partes: en su
opinión, tanto Ali como Muawiya habían perdido su derecho al califato al que
aspiraban. Se había consumado la primera escisión político-religiosa del islam y se
había formado la primera de las sectas, la de los jarichíes, es decir, los que se separan
(de Ali) o los que salen (a la guerra santa). La verdadera causa de esta escisión fueron
las discrepancias en una de las cuestiones centrales del islam: ¿quién es el legítimo
sucesor del profeta y a quién se ha de reconocer como imam de la comunidad
musulmana? Este problema acabó con la unidad del islam.
Alí emprendió la lucha contra los secesionistas y les infligió una derrota aniquiladora en
Nahrawan, a la que sólo sobrevivieron algunos grupos aislados, pero lo bastante fuertes
como para oponer las mayores dificultades a sus adversarios, rebelándose contra el
poder y recurriendo al asesinato. Su primera víctima fue el propio Alí, cuando se
disponía a atacar a Muawiya (661). Así quedó éste como único monarca, aunque con la
hostilidad tanto de los seguidores de Alí como de los jarichíes.
Con la muerte de Ali acaba la primera etapa de la historia del islam. En ella se dibujan
con nitidez algunas líneas directrices:
a) El centro político se había trasladado del Hedjaz a Siria y al Iraq. Primero, la
dirección política del imperio musulmán permanecería durante unos cien años en Siria,
luego pasaría al Iraq.
b) La unidad política de la comunidad musulmana se había roto y nunca volvería a ser
restaurada.
c) Las luchas entre musulmanes quitaron a la nueva religión su fuerza expansiva. En lo
sucesivo, la expansión de los límites islámicos fue un asunto más político que religioso.
Con el califato de Muawiya (Jerusalen, 661), la primera dinastía musulmana, la de los
omeyas, asumió el poder sobre un imperio universal. Residencia, Damasco, Siria. El
vasto imperio tenía un carácter marcadamente árabe, pues eran los conquistadores
árabes los que realmente ejercían el poder, e intentaban mantener alejados de él a los no
árabes. El espíritu que se traslucía en su ejercicio del poder era el de los árabes paganos,
pues en el aspecto religioso el grupo dominante se caracterizaba por su tibieza. Esto les
acarreó la oposición de los puritanos que habían permanecido en el Hedjaz. Y como los
omeyas habían heredado con su espíritu árabe también las antiguas querellas tribales,
pronto se vieron enfrentados a una oposición múltiple que iba a resultar más fuerte que
ellos. Especialmente peligroso para ellos fue el no saber resolver el problema que
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planteaban los mawali o nuevos musulmanes, que basados en su conversión exigían los
mismos derechos que los árabes, en lo que los teólogos les apoyaban. Pero su orgullo
árabe y el deseo de conservar para sí los privilegios que la nueva religión ofrecía a la
clase dominante, hicieron que los omeyas se negaran a ganarse para sí a los nuevos
musulmanes, arrojándolos en brazos de los grupos de oposición, que se apuntaron a la
igualdad de todos los musulmanes.
Al comenzar el siglo VIII el imperio omeya tenía todavía una gran fuerza expansiva. En
Oriente, conquistaron el Asia central y la India, en Occidente, árabes y bereberes
entraron el 711 en España. Sólo les detuvo Carlos Martel en Tours y Poitiers (732).
Tras 90 años de dominio, los omeyas sucumbieron a los ataques de sus enemigos y a la
desunión de sus leales. El último omeya perdió el trono y la vida en 750, luchando
contra los abbasíes. Sólo Abderrahman escapó y fundó el emirato independiente de
Córdoba. Así desapareció la unidad política del islam.
Los abbasíes eran árabes, descendientes de al-Abbas, tío de Mahoma. 750-1258 d.C.
Pero no conservaron el arabismo de los Omeyas. Debían su victoria a su alianza con los
puritanos de La Meca, a los mawali y a los siíes, a los que luego eliminaron. Su imperio
tuvo desde un ppio carácter teocrático. Se esforzaron por hacer valer la concepción
islámica del mundo, el derecho islámico, y fueron monarcas de los creyentes y no reyes
de los árabes. El carácter teocrático de su imperio fue creciendo a medida que perdían
verdadera fuerza política.
Trasladaron la capital a Bagdad. Como príncipes de los creyentes reinaban sobre todos
los súbditos de las distintas razas, y como auténticos déspotas orientales se rodearon de
todo el ceremonial de la antigua corte oriental, que daba expresión a la diferencia que
separa al monarca de sus súbditos. Les circundaba su guardia, que pronto adquirió
rasgos pretorianos: en sus manos, los califas eran marionetas. Atrajeron a su corte a los
teólogos y se esforzaron por conservar, por disoluta que fuera su vida privada, las
apariencias de religiosidad. Como defensores de la ortodoxia sunni persiguieron a todas
las sectas, siíes, jarichíes, heréticos, pietistas incluso. Bagdad se convirtió en la capital
de la teología y de la ciencia profana. Pero poco -sólo la lengua- recordaba su origen
árabe.
Con el advenimiento de los abbasíes había quedado destruída la unidad política del
imperio musulmán. Pronto se fundaron reinos parecidos al de los omeyas. En las
provincias exteriores, gobernadores autocráticos fueron haciéndose independientes,
aunque externamente reconocían al califa de Bagdad. La refinada organización
administrativa de los abbasíes no pudo domeñar las fuerzas centrífugas que cada vez se
acercaban más a las provincias centrales. Especialmente peligrosos fueron los dos siglos
(969-1171) en que los fatimíes, descendientes de Alí, se adueñaron del poder en Egipto.
Esta escisión en el mundo musulmán contribuyó a los éxitos iniciales de las Cruzadas.
En el mismo Bagdad perdieron los califas todo poder, pero la institución se conservó
hasta que en 1258 los mongoles, con Hulagu, destronaron al último abbasí de Bagdad.
Pero los sultanes mamelucos de Egipto, que salvaron a Egipto y Siria de los mongoles,
mantuvieron en sus cortes a un califa abbasí que legalizara sus usurpaciones. Así el
califato abbasí se mantuvo en El Cairo hasta 1517, en que el sultán osmanlí Selim tomó
para sí mismo el título de califa. Con ello, el supremo monarca del mundo islámico se
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convirtió de nuevo en portador del más importante título del islam y en el caudillo
elegido por Allah para el último gran movimiento expansivo de los musulmanes contra
Europa. Desde Constantinopla los califas-sultanes dirigieron durante casi dos siglos el
ataque contra la Europa cristiana sudoriental, hasta que en el año 1683 éste quedó
detenido ante Viena y comenzó la contraofensiva, y el poderoso monarca de los
creyentes, temido en toda Europa, se convirtió en el hombre enfermo del Bósforo, cuyo
poderío desapareció después de la WWI. En 1924, Mustafá Kemal Paschá, primer
presidente de la república turca, declaró abolido el califato.
LA DOGMATICA (No conservo las páginas que escribí sobre esto. Seguiré
buscándolas)
BIBLIOGRAFIA
Hay varias traducciones castellanas del Corán. La más barata es probablemente la de
Aguilar. Y es muy bonita. Hace un par de años recibí un maravilloso regalo, L'Alcorà,
una traducción directa del árabe al catalán por Mikel de Epalza, Josep Forcadell y Joan
M. Perujo. La recomiendo vivamente.
H. Corbin, La philosophie islamique, París, Gallimard, 1964.
Fazlur Rahman, Islam, Londres, 1966.
L. Gardet y M. Anawati, Introduction à la théologie musulmane.
Essai de théologie comparée, París, 1948.
L. Gardet y M. Anawati, La mystique musulmane, París, 1961.
H.A.R. Gibb, Les tendances modernes de l'Islam, París, 1949.
H.A.R. Gibb, La structure de la pensée religieuse de l'Islam,
París, 1950.
I. Goldziher, Vorlesungen über den Islam, Heidelberg, 1910.
H. Lavrest, Les schismes dans l'Islam, París, Payot, 1965.
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A.J. Wensinck, The Muslim Creed, its Genesis and Historical Development,
Cambridge, 1932.
A.J. Wensinck y J.H. Kramers, eds., Handwörterbuch des Islam, Leiden, 1941.
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