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Sentidos de la precariedad. Apuntes para un análisis crítico de sus
formas contemporáneas
Sería imprudente negar o menospreciar el profundo cambio que el advenimiento de la
“modernidad fluida” ha impuesto a la condición humana. El hecho de que la estructura
sistémica se haya vuelto remota e inalcanzable, combinado con el estado fluido y
desestructurado del encuadre de la política de vida, ha cambiado la condición humana
de modo radical y exige repensar los viejos conceptos que solían enmarcar su discurso
narrativo. Como zombis, esos conceptos están hoy vivos y muertos al mismo tiempo.
La pregunta es si su resurrección –aun en una nueva forma o encarnación- es factible;
o, si no lo es, cómo disponer para ellos un funeral y una sepultura decentes.
Bauman Z, Modernidad líquida1
[…] El tercer cuarto de siglo señaló el fin de siete u ocho milenios de historia humana
que habían comenzado con la aparición de la agricultura durante el Paleolítico, aunque
sólo fuera porque terminó la larga era en que la inmensa mayoría de la raza humana se
sustentaba practicando la agricultura y la ganadería.
Hobsbawm E. Historia del siglo XX2
Figuras de pasaje
Tal como las citas de Bauman y Hobsbawm lo evidencian, se suele
afirmar que asistimos a un cambio de época, a una cesura que conmueve todo el cuerpo
de la cultura. La sensación de cambio impregna nuestro sentido común con múltiples
denominaciones: se habla del pasaje de una modernidad sólida a una líquida, de una
sociedad de productores a otra de consumidores,3 de un capitalismo productivo y de
“largo plazo” a un capitalismo fluido y de “corto plazo”; se afirma que estamos pasando
de un capitalismo pesado, industrial, rígido, estable, material, fordista, a un capitalismo
liviano, de servicios, financiero, flexible, inestable, inmaterial, postfordista.4
Se suele decir también que todas estas transformaciones traen aparejadas
otras de no menores consencuencias para las instituciones en general y para la escolar
en particular: se afirma que estamos dejando atrás aquello que Foucault denominó
1
BAUMAN Z., Modernidad líquida, Bs. As., FCE, 2002.
HOBSBAWM E., Historia del siglo XX, Bs. As., Crítica, 2003.
3
BAUMAN Z., Trabajo, consumismo y nuevos pobres, Barcelona, Gedisa, 2000.
4
Para un tratamiento in extenso del concepto de postfordismo ver: GORZ A., Miserias del presente,
riquezas de lo posible, Bs. As., Paidós, 2003; y VIRNO P., Gramática de la multitud. Para un análisis de
las formas de vida contemporáneas, Bs. As., Colihue, 2002. Para una perspectiva crítica de estas lecturas
ver CASTEL R., La inseguridad social ¿Qué significa estar protegido?, Bs. As., Manantial, 2004 y
NEFFA J.C., El trabajo humano. Contribuciones al estudio de un valor que permanece, Bs. As., Lumen,
2003.
2
“sociedad disciplinaria” para dar lugar a un nuevo monstruo cuyo nombre es “sociedad
de control”5.
En términos estrictamente políticos esta transformación aludiría no sólo
al pasaje de formas bienestaristas de estado a modalidades puramente gestoras del
mismo, sino también al cierre del ciclo activo de las políticas llamadas durante el siglo
XX, “revolucionarias”.6
Si colocamos el foco en el problema del trabajo y en la vida de los
trabajadores, también se afirma que en pocas décadas hemos pasado de expectativas de
pleno empleo, promoción social y estabilidad,7 a tasas altísimas de desocupación y al
incremento de la precarización laboral; 8 de la centralidad y hegemonía del trabajo
industrial a la progresiva ampliación del sector terciario;9 de una clase obrera poderosa
y en franco ascenso social y político, a la desarticulación del peso político de los
trabajadores;10 en suma, se sostiene que hemos pasado en poco tiempo de un ethos que
tuvo en el trabajo un valor identitario estructurante y en el trabajador una figura
DELEUZE G., “Poscriptum sobre las sociedades de control” en Conversaciones 1972-1990, Valencia,
Pretextos, 1999.
6
Desde los ‘80 asistimos, dice Badiou, a un proceso de verdadera “restauración liberal”, luego de un siglo
de subjetividades políticas fuertemente ligadas a las políticas de emancipación, a una pasión por hacer
realidad el sueño de un hombre y una comunidad, nuevas. Ver BADIOU A., El siglo, Bs. As., Manantial,
2005.
7
Tal como veremos, se trata de un universo de protecciones ligado en buena medida a la seguridad social
que supo forjarse alrededor del llamado Estado de Bienestar. Para una descripción de la génesis y deriva
histórica de este proceso ver DIGILIO P, “Vicisitudes del bienestar” en HELER M (Coord.), Filosofía
Social&Trabajo Social. Elucidación de un campo profesional, Bs As, Biblos, 2002.
8
La precarización, desde un punto de vista estrictamente genérico, significa la imposibilidad de
planificar el uso del propio tiempo, el estar sometido a coacciones temporales objetivas y subjetivas de
un modo tal que se pierde la posibilidad de agenciar la propia vida. Quienes están laboralmente
precarizados agregan a esta imposibilidad, la ausencia de protecciones reales en el proceso y lugar de
trabajo. Doble precarización de la propia vida entonces, de la vida laboral y de la vida en general. La
precarización laboral implica tanto la una como la otra, porque al afectar de un modo radical el proceso de
trabajo se afecta de un modo radical la vida de los trabajadores en general. ¿Cómo planificar el estudio, el
uso del tiempo libre y el disfrute de la vida en común si el tiempo propio es siempre de otro?
9
Y con éste, del trabajo inmaterial, afectivo, cognitivo, en desmedro del trabajo material, mecánico,
repetitivo. Al respecto se puede consultar VIRNO P., Gramática de la multitud, Bs. As., Colihue, 2003., y
HARDT M., NEGRI A., Imperio, Bs. As., Paidós, 2003. Es evidente, por lo demás, que la tecnificación e
informatización progresiva del campo y la industria desplazó mano de obra al sector de servicios. El
problema al que nos enfrentamos hoy es el siguiente: ¿qué sucederá en el futuro si se profundiza la
tendencia de la progresiva informatización de los servicios? ¿Qué otro sector podrá absorver un
desplazamiento de tal magnitud? Ya Hannah Arendt había dicho, al observar esta notable transformación:
“Lo que tenemos ante nosotros es la perspectiva de una sociedad de trabajadores sin trabajo, es decir,
privados de la única actividad que les queda. Imposible imaginar nada peor.”
10
Esto puede observarse claramente en la dificultad que tienen los sindicatos para encarar la lucha por los
salarios, en su pérdida de credibilidad. Por lo demás, el mismo Eric Hobsbawm dirá en Historia del Siglo
XX que la crisis de la clase obrera ha sido más una crisis de conciencia que una crisis objetiva.
5
socialmente reconocida, al cuestionamiento de la centralidad del trabajo en la vida
social y al crepúsculo de la vieja y orgullosa figura del trabajador.11
Desde luego, no se trata de un pasaje cortante ni definitivo, sino más bien
de un proceso que lleva varias décadas y de cuyas hibridaciones todavía nos estamos
anoticiando.
No se trata de temer ni de esperar
Ahora bien ¿cómo leer este conjunto de
imágenes esquemáticas y
cristalizadas, en tanto no explican por sí mismas las razones o las causas históricas de
dichas transformaciones? 12 ¿cómo evitar el registro puramente decadentista o su
reverso, el ejercicio irreflexivo que hace de la inevitabilidad de los cambios un valor en
sí mismo?
Ha sido Gilles Deleuze, uno de los más importantes filósofos franceses
del siglo XX quien hace 15 años realizó una brillante descripción y registro de estos
cambios en un texto cuyo título es “Posdata sobre las sociedades de control”. En dicho
texto, Deleuze se preguntaba cuál sociedad podía ser considerda mejor, si aquella
organizada alrededor de las pesadas, burocráticas y rígidas disciplinas que estamos
dejando atrás, o la nueva y fluída sociedad de controles globales que no deja de
producir las noticias del futuro. Con gran sencillez, y también con gran valentía,
Deleuze afirmaba:
No se trata de preguntar cuál régimen es más duro, o más tolerable, ya que en cada uno
de ellos se enfrentan liberaciones y servidumbres. […] No se trata de temer o de
esperar, sino de buscar nuevas armas. 13
Buscar nuevas armas, pensar de otro modo, trazar un mapa, diagnosticar:
comprementerse con un ejercicio de pensamiento que indague sobre el estatuo de la
precariedad y su relación con el mundo del trabajo y las vidas de los trabajadores puede
Debemos parte de esta descripción a NEFFA J.C. Op. Cit. y LIVSZYC P., “Crisis en el mundo del
trabajo” en Revista de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, 2002.
12
Hay al respecto rigurosos estudios sociológicos e históricos que abundan en señalar que a la crisis de
eficacia y eficiencia del modelo fordista, al ascenso político y social de los trabajadores y a la crisis
económico y política del capitalismo de los ’70, las fuerzas del capital respondieron con una
controfensiva les permitió ya en los ’80 recuperar el control de los ritmos de producción y en los 90,
avanzar decidiamente sobre las conquistas políticas y sociales de los trabajadores, buena parte de las
mismas representadas en la figura del estado de bienestar.
13
DELEUZE G., Ob.cit. p. […]
11
resultar decisivo para comprender buena parte de las tramas políticas, económicas,
sociales de nuestro tiempo.
Para pensar tal relación realizaremos en lo que sigue una muy breve
historia de la semántica moderna de la precariedad, historia que según nuestro modo de
ver es absolutamente necesaria para dar cuenta de las características conceptuales de la
lógica que la sostiene, y, sobre todo, para entender las razones de su actual retorno.
Nos proponemos entonces pensar tres momentos, y en estricta
correspondencia, tres dimensiones de la semántica de la precariedad: en primer lugar,
abordaremos la relación entre precariedad, inseguridad civil y génesis de la protección
estatal; en segundo lugar, la relación entre precariedad, inseguridad social y génesis de
los estados sociales y de bienestar; y por último, analizaremos el vínculo entre
precariedad, flexibilidad y crisis contemporánea del estado. Finalmente intentaremos
trazar un mapa ideológico de las perspectivas en pugna, con el objeto de establecer un
mínimo reconocimiento de las fuerzas que de uno u otro modo inciden en la
intervención política y social sobre la precariedad para su perpetuación o su conjura.
La precarización como problema de la modernidad sólida:
inseguridades y protecciones estatales14
[I] Precariedad, inseguridad civil y génesis de la protección estatal.
La precariedad está inscripta en el nomos de lo moderno bajo nombres diversos. Tal es
la hipótesis cuya validez pretendemos mostrar. Uno de estos nombres ha retornado con
fuerza en los discursos contemporáneos y tiene especial interés para nuestra breve
historia de la precarización. Nos referimos a la cuestión de la inseguridad.
Afirmemos, para comenzar, que sólo está insegura una comunidad
autoconsciente de su precariedad, de su propia vulnerabilidad. Una de las
características esenciales de las comunidades modernas es que se reconocen a sí mismas
como formadas por individuos que tienen absoluta autoconciencia de su frágil condición
existencial. Al perder los diques que proveía la comunidad sustancial y las relaciones de
proximidad propias del mundo premoderno, al no depositar toda la confianza de su
protección en la fuerza de un Dios que a menudo los abandonaba, los individuos
14
Atribuir a la modernidad solidez o liquidez puede resultar engañoso y hasta peligroso sin hacer algunas
aclaraciones pertinentes. En nuestro trabajo solidez y liquidez son metáforas que sirven para dar sentido y
orientación al pasaje o cambio que describimos al comienzo. Remito para esta discusión a BAUMAN Z.,
Modernidad líquida, Bs. As., FCE, 2002.
modernos, con voluntad fáustica, forjaron estructuras complejas que intentaron limitar
precariedades y vulnerabilidades; trataron por todos los medios de crear alrededor suyo
sistemas artificiales y expertos 15 que neutralizaran la desesperación de sentirse a
merced de sucesos imponderables.16
En este sentido, tanto la ciencia como la política modernas no han sido
otra cosa que artificios con los que se ha buscado ponerse a resguardo de tales
imponderables. Hay un texto fundacional del pensamiento político moderno que quizás
nos ayude a pensar esta cuestión. Nos referimos al Leviatán de Thomas Hobbes
(1651).17 Este texto formula una hipótesis estremecedora y fascinante: supongamos que
individuos librados enteramente a sí mismos vivieran bajo los caprichos de sus propios
deseos, movidos por el vector de su propia libertad, en estricta igualdad, sin más
protección que la que brinda a cada uno su propio poder; imaginemos, dice Hobbes, que
sucedería entre estos individuos dominados por sus pasiones si, carentes de
regulaciones colectivas (sin ley ni constitución política, sin el poder trascendente de la
espada) compiten desenfrenadamente entre sí por la vida y los bienes. Parece lógico que
terminen en una guerra de todos contra todos:
[…] mientras los hombres viven sin ser controlados por un poder común que los mantenga atemorizados, están en esa condición llamada guerra, guerra de cada hombre
contra cada hombre […] En una condición así, no hay lugar para el trabajo, ya que el
fruto del mismo se presenta como incierto; y, consecuentemente, no hay cultivo de la
tierra […] no hay construcción de viviendas […] ; no hay conocimiento en toda la faz
de la tierra, no hay cómputo del tiempo; no hay artes; no hay letras; no hay sociedad. Y
lo peor de todo, hay un constante miedo y un constante peligro de morir por muerte
violenta. Y la vida del hombre es solitaria, tosca, desagradable, brutal y breve. 18
Ante tal situación se comprende que los individuos quieran, a pesar de la
desconfianza mutua, pactar una salida. En tal caso, y esto es lo que nos interesa aquí, la
hipótesis hobbesiana del “estado de naturaleza” intenta de un modo extremo poner de
relieve la inseguridad y precariedad a la que estaríamos sometidos de no “acordar”
algún tipo de régimen común de protección.19
15
GIDDENS, A., Consecuencias de la modernidad, Madrid, Alianza, 1994. Ver también HELER M.,
Individuos. Persistencia de una idea moderna, Bs. As., Biblos, 2000.
16
MAQUIAVELO N., El príncipe, Madrid, Bruguera, 1983. Cuando Maquiavelo decía que el buen
príncipe era aquel que podía reconducir acontecimientos imponderables en su favor y a favor de su
pueblo, se refería ni más ni menos que a la capacidad de la voluntad humana para construir las
protecciones necesarias para enfrentar los difíciles momentos en que la fortuna lo abandona. Maquiavelo
llamaba virtud a dicha capacidad, hoy, por cierto, tan ausente.
17
HOBBES T., Leviatán, México, FCE, 1994.
18
HOBBES T., Op.cit. p.104.
19
Hacer posible la sociedad significa para Hobbes, asegurar la vida de sus miembros, reducir el nivel de
vulnerabilidad, y para ello es preciso introducir una figura que administre esa violencia que está
Esto es, el relato de Hobbes no cesa de recordarnos, una y otra vez, que
estar protegidos no es un estado natural, es una circunstancia que debemos construir,
una situación que debemos inventar. Hobbes formula de un modo radicalmente
democrático una pregunta que, mal que le pese a toda la tradición liberal que lo
impugna por autoritario, se revela esencial. La pregunta que el gran filósofo inglés
formula y responde a su modo es la siguiente: ¿qué significa proteger a todos los
miembros de una sociedad?, y con ella, ¿qué significa estar protegido?
Para Hobbes proteger a todos los miembros de la sociedad exige crear las
condiciones para la pacífica convivencia civil de los individuos, condiciones que la
naturaleza de los hombres por sí sola no garantiza. El objetivo esencial de la
configuración estatal es pues asegurar la vida de sus miembros y conjurar el proceso de
precarización existencial que la guerra pone en marcha. La grandeza del soberano, dirá
Hobbes, no puede menos que estar absolutamente anudada a la seguridad del pueblo.
Un soberano que no garantiza la seguridad de los miembros de su Estado pone a la
comunidad en el umbral de la guerra.
Por estas razones Hobbes se revela, según nuestro modo de ver, como el
primer teórico consecuente de la problemática universal de la precariedad en tanto
enseña el lazo histórico y conceptual que existe entre la cuestión de la extrema
precariedad existencial de todos los individuos, la inseguridad civil y la génesis de las
protecciones estatales.
[II] Precariedad, inseguridad social y génesis del estado social. En un
texto reciente, el sociólogo francés Robert Castel aborda sistemáticamente este
problema.20 Castel sostiene que la inseguridad no es sólo civil, entendiendo por ello
inseguridad de bienes y personas, como ha querido hacer notar una y otra vez, luego de
Hobbes, toda la tradición liberal; la inseguridad es también social. Estar protegido en
ésta esfera no significa otra cosa que “estar a salvo de los imponderables que podrían
degradar el status social del individuo”.21 Ahora bien, ¿cuáles son estos imponderables?
Nada más, pero nada menos, que las enfermedades, el desempleo y el cese de actividad
por edad o por otras cuestiones.
diseminada horizontalmente, para ejercerla verticalmente. El gran Leviatán, figura mítica que representa
el poder trascendente del Estado es la máquina que el soberano tiene en sus manos para el ejercicio de tal
poder.
20
CASTEL R., La inseguridad social ¿qué significa estar protegido?, Bs As, Manantial, 2004.
21
CASTEL R., Op.cit. p. 35.
He aquí que el sentimiento de inseguridad social en nuestras
comunidades modernas ha tenido que ver con la toma de conciencia de estar a merced
de esos acontecimientos que dejan a las personas fuera de la posibilidad de “ganarse la
vida trabajando”. En tal sentido, la inseguridad social y la situación de precariedad en
el trabajo no supondría mayor novedad, al menos si revisitamos la historia de las clases
populares.22 El hecho es que esta historia, que es la historia de las clases no propietarias
y su permanente inseguridad social, sólo comienza a adquirir visibilidad en el siglo
XIX, a partir de iniciativas políticas y sociales de los propios trabajadores que, filiados
en las más variadas tradiciones socialistas, sindicalistas y anarquistas, pondrán de
relieve el problema de la precarización laboral y la pauperización, asociándolo a las
injusticias generadas por el capitalismo liberal decimonónico.
Han sido entonces los proletarios del siglo XIX aquellos que,
condenados a una inseguridad social permanente, obligados a vivir una permanente
experiencia de la precariedad, adquirieron progresivamente conciencia de su posición
social, de su debilidad y de su fuerza, y buscaron realizar de hecho, una igualdad sólo
reconocida jurídicamente, buscaron dotar de firme contenido a esta igualdad puramente
formal.23
Ahora bien, ¿cómo se puso en cuestión de hecho la inseguridad social?,
¿cómo fue posible generar niveles de igualdad social medianamente aceptables en
algunas partes del mundo durante algunas décadas del siglo XX? 24 Para Castel la
respuesta es clara: sólo fue posible cuando las sociedades concedieron todo tipo de
protecciones al trabajo y construyeron un nuevo tipo de propiedad, la propiedad social.
Veamos brevemente qué significan estas dos soluciones. Por un lado,
como efecto de las luchas obreras que tuvieron lugar en el corazón del siglo XIX y que
dominaron el espíritu del siglo XX, se logró establecer un fuerte vínculo entre
protección y derechos y la propia condición del trabajador en tanto productor de la
riqueza social, y se logró también asociar la capacidad de trabajar a la necesidad de
empleo estable y bien remunerado.
22
CASTEL R., Op.cit. pp.40 y stes.
Entre los hitos políticos más importantes de esta historia no pueden dejar de señalarse las rebeliones
populares en Europa en 1848, la primera verdadera “primavera de los pueblos”, y la publicación en
febrero del mismo año del Manifiesto del partido comunista. Ver MARX K., ENGELS F., Manifiesto del
partido comunista, Madrid, Debate, 1998.
24
El historiador inglés Eric Hobsbawm llama “edad de oro” a estos años del Estado de bienestar que van
de mediados de los ‘40 hasta bien entrados los ’80. Ver HOBSBAWM E., Historia del siglo XX, Buenos
Aires, Crítica, 2003.
23
Para decirlo de otro modo, la lucha de los propios trabajadores permitió
incluir garantías no mercantiles en la legislación sobre el trabajo tales como el derecho
al salario mínimo, la cobertura por accidentes o por enfermedad, el derecho de
jubilación, el derecho de retiro, etc. Conforme estas medidas se establecieron en la
legislación bajo garantía estatal, la situación de los trabajadores empezó a ser
socialmente menos precaria, entendiendo por esto, el mínimo hecho de no estar
constantemente condenados a vivir día tras día con la angustia del mañana. Estamos
ante la génesis de lo que Castel ha denominado la sociedad salarial y que no es otra
cosa que
[…] la disposición de una base de recursos y garantías sobre la cual el trabajador puede
apoyarse para gobernar el presente y dominar el futuro. 25
Por otro lado, la segunda solución para conjurar la inseguridad social
supuso articular políticas concretas que garantizaran para los miembros de esta sociedad
salarial un acceso masivo a la propiedad social, esto es, a la producción de equivalentes
sociales de las protecciones que antes sólo estaban dadas por la propiedad privada.
Jubilación, servicios públicos gratuitos, y todo tipo de leyes sociales fortalecieron el
sentido de este tipo de propiedad que, entiéndase bien, no ha sido pensada desde esta
perspectiva como una asistencia o un gasto, sino como derechos construidos a partir del
trabajo y la lucha de los trabajadores.
Desde luego, ha sido el Estado Benefactor la maquinaria jurídico-política
central en la organización de tales dispositivos de protección. En el caso argentino estas
fuertes protecciones al trabajo coincidieron con el primer peronismo, y también, con los
años de desarrollismo. Este momento histórico fue transformándose, de modo
progresivo, en el mito que terminó de anudar la idea de la existencia de una alianza
virtuosa entre progreso, civilización, trabajo y educación, articulada a través de un
estado interventor y activo como única manera de enfrentar la vulnerabilidad, la
inseguridad y las precariedades existenciales, laborales y políticas.
Pero luego de la destrucción sistemática de buena parte de las
protecciones estatales, perpetrada en la Argentina por dos feroces dictaduras y por la
última oleada neoliberal de los ‘90, no parece sencillo sostener la idea de un retorno sin
25
Quizás sea necesario aclarar este punto: una sociedad salarial no es solamente una sociedad en la cual
la mayoría de la población activa es asalariada; se trata, sobre todo, de una sociedad en la que la inmensa
mayoría de la sociedad accede a la ciudadanía social fundamentalmente a partir de la consolidación del
estatuto del trabajo.
mella al Estado Benefactor, sobre todo porque éste no fue ni tan seguro como se cree, ni
tan civilizado como se postula. 26 Y además, porque dichas destrucciones tuvieron al
propio estado, bajo la figura del terrorismo político en algunos casos, bajo la del
terrorismo económico en otros, como su protagonista central. En tal sentido nuestra
realidad y nuestro imaginario nos colocan más ante un variado plexo de incertidumbres
que es preciso ponderar que ante una miríada de certezas que se impone repetir.
La precarización como problema de la modernidad líquida:
flexibilidades
[III] Si la historia de la precarización se liga en el pensamiento de lo
moderno a las inseguridades civiles y sociales, su estatuto contemporáneo se devela en
las experiencias de la corrosión y la flexibilidad; es que, para ser estrictos, el empleo
precario no se define tanto por su ilegalidad, su falta de registro o ejercicio clandestino,
como por la incertidumbre y debilidad de la relación salarial de dependencia y sus
implicancias jurídicas y económicas en términos de derechos y deberes. Se define, en
suma, por la inestabilidad que genera respecto de las protecciones y la seguridad social,
y por los efectos subjetivos que produce en el corazón del carácter de las personas.
Fue en los años setenta del siglo XX cuando el empleo precario empezó a
generalizarse sin dejar por ello de considerarse una anomalía, pero es en la actualidad
que la mayor parte de los nuevos empleos que se generan se revelan precarios27 y lo que
era tendencia anómala, representa la confirmación de la crisis del modelo de trabajo
asalariado estable. El trabajo precario plasma entonces una nueva vuelta a la falta de
garantías y a la inestabilidad permanente a la que en muy pocas décadas los
trabajadores nos hemos, en más de un sentido, “acostumbrado”.
Esta lógica de la precarización coloca a todos aquellos que se criaron
bajo la moral del trabajo, esa norma de vida que confirió al trabajo centralidad y
naturalidad, en una situación particularmente incómoda. Pero también a los “nuevos”
los corroe de un modo muy especial porque a nadie se les escapa que al proceso
objetivo de la precarización antes descrito, le corresponden efectos subjetivos notorios.
26
Esta afirmación merecería un desarrollo mayor, pero en este trabajo nos propusimos pensar el problema
de la precariedad no tanto para realizar una ponderación histórica y conceptual de la forma estatal del
bienestar como para llamar la atención sobre las continuidades y discontinuidades de un problema como
el de la precariedad que se inscribe, según nuestro modos de ver, en el nomos mismo de lo moderno.
27
En Argentina las mismas estadísticas oficiales lo reconocen. Se puede visitar al respecto la página web
del INDEC.
Será el carácter de los sujetos, aquel núcleo de la personalidad cuya fortaleza descansa
en el largo plazo, en la posibilidad de proyectar, quien sufrirá la experiencia de la
corrosión. Ha sido Richard Sennett, sociólogo norteamericano, quien acuñó la idea de
que el sintagma “nada a largo plazo” es la representación más fiel del capitalismo
actual. Y que la palabra esencial para pensar la experiencia contemporánea de la
precariedad es flexibilidad.28
Sigamos por un momento la huella del argumento que Sennett esgrime
para pensar la relación entre precariedad, flexibilidad y experiencia de la corrosión. La
flexibilidad, dice este autor, es el nombre que se usa para intentar suavizar la opresión
que ejerce el capitalismo financiero contemporáneo. Para Sennett, lo flexible se define
por su fuerza para poner en cuestión las burocracias disciplinarias y la rutina, pero
además, y sobre todo, por la exigencia subjetiva de apertura y disposición al cambio, o
lo que es igual, por hacer del riesgo una virtud. Para Sennett, he aquí uno de los puntos
esenciales de su trabajo, el régimen de poder que se articula en derredor de la
flexibilidad y sus nuevos controles es “ilegible”, y su efecto fundamental puede
percibirse en el carácter de las personas.
Ahora bien ¿cómo afecta este régimen ilegible y flexible al carácter?
Opera, básicamente, quitándole al sujeto la orientación que hace posible la idea de
carrera y de objetivos a largo plazo, negándole sentido al uso autodisciplinado del
tiempo, elemento esencial de toda ética del trabajo, pero también aspecto fundamental
de toda ética posible para los propios trabajadores que al ser despojados de los medios
de producción sólo pueden hacer fuerte su propia perspectiva, esto es, la perspectiva del
productor, a partir de un autodominio de los propios tiempos.
La flexibilidad hace imposible sostener una ética basada en la disciplina,
básicamente, porque toda rigidez atenta contra la renovada exigencia de cambio y
transformación; y es por ello que sólo aquellos que comprenden la lógica vertiginosa de
lo instantáneo pueden “surfear” 29 con éxito en la escena contemporánea que anuda
precariedad y flexibilidad con fragmentación social.
Pero además, al quebrar la idea y la experiencia que tenemos del tiempo,
el régimen flexible hace sumamente difícil la construcción de un relato coherente de la
propia vida, de una narración sólida y en tanto tal pone radicalmente en cuestión la
28
SENNETT R., La corrosión del carácter. Consecuencias personales del trabajo en el nuevo
capitalismo, Barcelona, Anagrama, 2000.
29
DELEUZE G, “Poscriptum sobre las sociedades de control” en Conversaciones 1972-1990, Valencia,
Pretextos, 1999.
posibilidad de identificaciones colectivas fuertes, sean éstas las de un sindicato, un
partido político, una comunidad o una familia.
La corrosión del carácter no representaría, pues, otra cosa entonces que
el fin de toda experiencia sólida y previsible, que la confirmación y consagración del
circuito repetido de la precariedad. En este sentido, como dice Sennett, puede
entenderse porqué, para tantos seres humanos que experimentan estas transformaciones,
la palabra “cambio” signifique simplemente “a la deriva”.
Pero lo que para Sennett es incomodidad manifiesta para autores como
A. Gorz y Paolo Virno -cuyos trabajos citamos al comenzar nuestra indagación- es el
punto de partida, la condición de posibilidad de otra cosa, esto es, la posibilidad de
hacer del precariado el nuevo motor de las necesarias transformaciones políticas y
sociales.
Tanto uno como otro, desde perspectivas bien distintas, aunque con
algunas matrices de lectura en común –Marx, por ejemplo-, afirman que los cambios
operados a nivel planetario son irreversibles y que el futuro se dirimirá en una lucha
política que tendrá al nuevo proletariado, llámese multitud o precariado, como fuerza
esencial de una construcción colectiva que dará formas hasta ahora impensadas al
destino común.
En suma, ambos afirman y por distintas razones, que las condiciones de
desarrollo, aunque no el estado de conciencia colectiva, permiten aventurar
posibilidades de producción social cooperativa hasta hace muy poco imposibles. No se
trata de lamentar la corrosión del carácter, y ni siquiera la flexibilidad. Ambas pueden
revertir, bajo condiciones socialmente adecuadas, esto es, bajo el comando colectivo del
capital social, en formas virtuosas de experiencia individual y colectiva.
Algunas dimensiones históricas y conceptuales para un
posible balance de la cuestión de la precariedad
Digamos entonces que el concepto de precariedad tiene, al menos, cinco
dimensiones: una antropológica, otra política, una social, otra económica y, finalmente,
una dimensión ética. La primera, que no hemos tratado pero sí sugerido en este trabajo,
remite a la experiencia primaria de la vulnerabilidad, de estar a merced de la naturaleza
y de los otros, de necesitar cuidado desde el nacimiento mismo. La vida en este punto
no remite a otra cosa que al devenir precario de la experiencia, y en tal caso, a la
protección corporal y afectiva que resulta decisiva para hacer posible la vida de
cualquier sujeto.30
La segunda remite a la dimensión política y suma a la cuestión
antropológica de la vulnerabilidad, la inseguridad en su aspecto civil, político. Se trata
de pensar el horizonte de la vida en común y los modos de conjurar esa precariedad
mayor que la escena hobbesiana de la guerra de todos contra todos como metáfora de lo
político se empeña en representar.
La tercera dimensión alude a la inseguridad social, al hecho social de
estar desposeído de los medios necesarios para hacer posible la propia vida de un modo
digno, esto es, carecer de trabajo o de las protecciones mínimas para poder realizarlo.
La cuarta dimensión remite a la economía del tiempo, al hecho de que una de las
batallas decisivas en la organización de la comunidad reside en el uso del tiempo de sus
miembros. La flexibilidad es el nombre con el cuál se ha bautizado la batalla
contemporánea por la explotación no sólo del tiempo de trabajo sino del tiempo de la
vida.
Finalmente, la dimensión ética de la precariedad que remite a la cuestión
del ethos en uno de sus sentidos esenciales, el del carácter, cuestión que como sabemos
desde Aristóteles, tiene un lazo definitivo con la vida comunitaria. En tal caso, la
erosión de protecciones políticas y la batalla por la economía temporal que se juega en
las formas que adquiere la flexibilidad, terminan colocando al carácter ante la
experiencia de su propia corrosión.
En suma, vulnerabilidad existencial, inseguridad civil, inseguridad
social, flexibilidad temporal y corrosión del carácter, forman parte de la dimensión
histórica pero también conceptual de la precariedad –de un concepto que deviene con
su historia- y de su contracara, las modalidades siempre provisorias de protección.
Hecho este mínimo balance se trata de pensar ahora cuál es el mapa de los modos
ideológicos que es preciso tener en cuenta para un tratamiento exhaustivo de las
posibilidades de intervención sobre la experiencia de la precariedad.
Pequeño mapa ideológico para intervenir sobre el devenir
de la precariedad
30
Para un tratamiento de esta cuestión se puede consultar el abordaje que hace Giddens del concepto de
“seguridad ontológica”. Ver GIDDENS, A., Consecuencias de la modernidad, Madrid, Alianza, 1994, pp.
91-108.
Ante el hecho de la precarización antropológica, política, social, laboral
y ética podemos tomar caminos y actitudes diversas, pero también precauciones
ideológicas, para usar una palabra que luego de un largo ostracismo vuelve al ruedo;
podemos preguntarnos, ideológicamente, qué hacer ante el hecho de la precarización. Y
podemos, también, relevar algunos gestos discursivos en pugna respecto de este
problema, de modo tal que la precaución no impida señalar aristas necesarias para un
posicionamiento que debe ir forjándose al ritmo del pensamiento y la acción.
El primer gesto que cabría relevar es el archiconocido, y no por ello
menos irritante, gesto cínico del discurso neoliberal. Para este discurso la precarización
y la flexibilidad de las instituciones políticas y laborales, es la condición de posibilidad
para mejorar la eficacia del Estado y la situación del empleo. No me voy a extender
sobre las virtudes de este discurso porque los efectos de esta política son
planetariamente conocidos. En tal caso considero empíricamente demostrado que los
objetivos del discurso neoliberal a escala global no estuvieron nunca orientados a
responder cómo tratar el problema de la burocracia de las instituciones para hacer mejor
la vida en común o cómo proteger el trabajo o producir empleo, sino, por el contrario a
multiplicar la tasa de ganancia de unos pocos más allá de toda exigencia o necesidad
humana.
Un segundo gesto, más moderado que el anterior es el gesto pragmático.
Todo un ideario y formas de vida se organizan alrededor de este gesto que no postula
otra cosa que la necesidad de adaptarse a lo existente, esto es, construir diques
discursivos y fomentar prácticas que mejoren progresiva y lentamente la situación de las
instituciones en general y de los trabajadores precarios en particular, pensando en una
mejora global en el largo plazo. Se asume la situación estructural como irreversible y se
supone que lo mejor que podemos hacer no es tanto impugnar la existente hegemonía
neoliberal como brindar mejores herramientas formativas para insertarse e incluirse en
el reducido mundo de los que pertenecen al mundo. Es el discurso de un liberalismo
moderado, socialdemócrata, un discurso realista que incansablemente nos recuerda que
los otros caminos fracasaron y que hay que aceptar el mal menor.
El tercer gesto discursivo remite a la impugnación restauradora. Para
este gesto la precarización en todas sus formas es un tipo de mal, de falla a suturar. Se
trataría entonces de buscar el mayor grado de seguridades laborales y políticas a través
del retorno a un nuevo Estado de Bienestar. Dicho Estado es el referente ideológico de
esta política que ve en la posibilidad de volver a la “edad dorada”, la fuerza mítica de su
accionar. Este discurso sostiene que para vencer la precarización y hacer la vida más
racional y previsible hay que recuperar la ética del trabajo perdida y ejercer estrictos
controles estatales. Desde esta perspectiva el mejoramiento y recuperación de las
instituciones disciplinarias se revela como uno de los objetivos centrales.
Un cuarto gesto reside en la impugnación lisa y llana del orden
sistémico. Es el gesto crítico radical. En este caso la historia de las precarizaciones
políticas y laborales coincide con la historia del capitalismo. El problema moderno y
contemporáneo de la precarización tendría que ver entonces con este modo de
producción y sus mutaciones, incluidas, desde luego, las mutaciones que forjaron en
términos político-sociales el Estado de Bienestar. Y en tal caso no habría más solución
que abolir el régimen de apropiación privada de la riqueza social con el objeto de
avanzar hacia la construcción de un nuevo tipo de orden, uno que no tenga en la
propiedad privada su eje y sentido.
Finalmente, podríamos filiar un quinto y último gesto que no es otro que
el de la crítica afirmativa. Se trata de criticar lo existente pero sin ceder a la
construcción mítica de un pasado al que deberíamos retornar y sin tentarse ante la
esperanza de la salvación. Esta posición, podría resumirse en la frase del filósofo
francés Gilles Deleuze con la que comenzamos nuestro trabajo: “no se trata de temer o
de esperar, sino de buscar nuevas armas”. O lo que es igual, se trata de construir el
futuro siempre en condiciones inciertas y precarias pero sin confundir este tipo de
precariedad con la que imponen a los seres humanos fuerzas muy determinadas y
localizas del mercado político y laboral.
Tendemos a pensar que a partir de un análisis exhaustivo de los tres
últimos gestos se podrían forjar armas nuevas para un necesario y nuevo programa que
enfrente el hecho de la precarización: (1) del gesto restaurador podría recuperarse la
idea de protecciones fuertes para el trabajo, de cumplimiento efectivo de la
universalidad de la ley por parte del Estado; (2) del gesto crítico radical podrían
retomarse buena parte de sus certeras impugnaciones contra la barbarie inadmisible del
nuevo capital flexible que no cesa de producir la figura de un nuevo tipo de esclavo
post-moderno; 31 (3) y del gesto crítico afirmativo podría retomarse su idea de un
vínculo subjetivo con la política y el trabajo que no tenga ni al Estado ni a la empresa
31
Aquel cuya vida, la variación sobre sus horas de vida, está a disposición completa de quien lo contrata.
Para una lectura de la idea contemporánea de esclavo ver BADIOU A., “La idea de justicia” en Revista
Acontecimiento, Nº 28, 2004.
como fetiche, ni a la ética del trabajo como mito, sino a la formación social de sujetos
capaces de reconocer su propio poder-hacer como horizonte de producción de la vida
en común.
No se trata tanto de un programa efectivo como de una tentativa que
intenta pensar las condiciones de posibilidad de otro tipo de vínculo entre los seres
humanos a través de la política y el trabajo en común, de acompañar el proceso por el
cual el nuevo precariado va poniéndose en marcha.
Gabriel D’Iorio
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