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S. Pedro Sochiapam, 12 de octubre de 2005
DIOS ES AMOR
26. OCTUBRE MISIONERO
El huracán “Stan” a su paso por Centroamérica.
Trágicos momentos los que estamos viviendo en estas regiones centroamericanas. Geográficamente,
nuestros estados de Oaxaca, Chiapas, Yucatán, Quintana Roo, sur de Veracruz y Tabasco pertenecen
también a Centroamérica, aunque no políticamente. Los huracanes en esta región no han cesado, no tienen
tregua. Este reciente que hemos vivido lo han llamado “Stan”, y ha hecho verdaderos estragos en toda la
región, especialmente en Guatemala. Verdaderamente, ¡un desastre! A nosotros, que vivimos en la “cordillera
del margen de la Chinantla”, nos afectó más el temporal “Katrina” que el “Stan”, pero en Tuxtepec, corazón de
nuestra diócesis, varios ríos, entre ellos el Papaloapan, el más grande de México, se han desbordado, pero
no han causado víctimas; sin embargo, en el estado de Chiapas las cosas han sido diferentes, y ya no
digamos en Guatemala y El Salvador… Todavía es difícil saber el número de víctimas, porque estas regiones
son muy pobres, y la gente vive en su mayoría en las selvas, donde el acceso se hace prácticamente
imposible; las imágenes que habéis podido ver en la televisión corresponden sólo a aquellos lugares donde
los accesos, aunque difíciles, son posibles. La tragedia de Guatemala y El Salvador me ha tocado
profundamente el alma, porque muchos lugares afectados por el huracán yo los conocía y los había visitado;
mis diez años vividos en Costa Rica y en Guatemala no los puedo olvidar tan fácilmente, porque sus gentes
fueron sumamente cariñosas y atentas conmigo y con los demás misioneros.
Aún no hemos salido del susto del “Stan”, cuando un terremoto de grandes magnitudes azota ahora
Pakistán y otros países asiáticos… Ciertamente, muchos desastres naturales no los podemos evitar, y
pueden afectar tanto a países pobres como a ricos, pero otros sí, porque el hombre muchas veces destruye la
tierra en lugar de cuidarla, y luego vienen las consecuencias.
Siento un dolor muy grande en mi interior cuando, observando las adversidades por las que atraviesa
muchas veces el mundo, compruebo cómo la mayor parte de los presupuestos de los países del mundo se
destinan, por ejemplo, para la fabricación de armamento o enviar cohetes al espacio para explorar lugares
extraterrestres donde sabemos a ciencia cierta que no existe nada… Mientras tanto, gran parte de la
humanidad trata de sobrevivir como puede y en donde puede, o se muere de hambre, sin el apoyo de sus
gobiernos para destinar los fondos nacionales o internacionales en proyectos verdaderamente de desarraigo
de la miseria. Es más fácil y cómodo asesinar a millones de bebés -(que otra cosa no es el aborto)- para que
no se “llene” demasiado la tierra, en vez de combatir la pobreza. No existen políticas claras de urbanismo, y
la gente construye sus viviendas en las orillas de los ríos, en las laderas de los volcanes o de los montes con
alto riesgo, en los barrancos de las grandes ciudades, en los basureros, en las zonas pantanosas… A sus
gobiernos les da lo mismo: total, ¡son pobres! A veces se dirigen a estas familias para que no construyan sus
viviendas en esos peligrosos lugares, pero la gente no hace caso, porque además no se les ofrece otras
opciones donde ir a vivir, y los gobiernos terminan por rendirse, sin insistir ya más y sin obligarles a salir.
Además, ¿en qué tierras o propiedades va a vivir este inmenso gentío de gente sin techo ni hogar?:
Esas tierras útiles para viviendas están en manos de grandes terratenientes que, sin entrañas, no les mueve
para nada el sufrimiento ajeno ni les importa lo más mínimo… Esta es una triste realidad que se da en
muchos lugares de nuestro planeta, ¿y quién le pone remedio? ¿Es justo que grandes magnates del mundo
de la economía, por ejemplo, puedan disfrutar de tanta riqueza o realizar con ella los caprichos más
excéntricos que podemos imaginar, o que jefes de estado puedan saquear su país como lo hicieron, por
ejemplo, Mobutu o Marcos,? ¿No sería lo más correcto quitarles esa riqueza y meterlos en la cárcel? Como
ya dijo un día san Juan Crisóstomo, estos “grandes” de la tierra son, sin duda alguna, unos “ladrones o hijos
de ladrones”. ¿Cuándo desaparecerán los ejércitos en plan de combate, entrenados sólo para matar?
Utopía. ¡Utopía! ¡Despierta, Damián! No seas ingenuo. ¿Difícil realidad? Sí, pero no imposible.
Octubre, mes de las misiones
El día 23 celebraremos en toda la Iglesia el día del “Dómund”, Domingo mundial de las misiones por
excelencia. Hasta no hace mucho yo pensaba que el día de las misiones era solamente eso, “un día”, un
Domingo; pero en Costa Rica llegué a descubrir, con la ayuda de la gente, que el “día” de las misiones se
trataba en realidad de un “mes” especial. La primera semana la Iglesia desea que esté dedicada a la
oración por las misiones y sus misioneros y la segunda al sacrificio. Mucha gente nos ayuda a los
misioneros con sus oraciones y sacrificios, especialmente gente anciana, enfermos, monjas de clausura,
asociaciones y movimientos eclesiales… Sin este apoyo, nosotros perdemos el tiempo: la misión de
evangelizar es posible sólo desde el Corazón traspasado de Cristo, buen Pastor. Sólo con Él y
compartiendo su Cruz. Nada más. Sin esta “gasolina”, este viejo coche, por ejemplo, ya un poco destartalado,
se quedaría a mitad camino…
Mi vocación misionera sigue en pie con ilusión gracias especialmente al apoyo moral de cinco
conventos de clausura que se han comprometido a orar por mí, prácticamente desde los inicios de mi
trayectoria misionera: Las Salesas de Lugo y las de San Sebastián, las Agustinas Recoletas de Lugo y las de
Lucena (Córdoba) y las Benedictinas de Santiago de Compostela; existen otros tres monasterios más, pero
no conozco a sus Hermanas. Estas humildes y santas mujeres de clausura ni se imaginan cuánto han hecho
y están haciendo por mí y por otros misioneros… También debo agradecer de corazón a todos los laicos que,
rezando por mí, mantienen vivo el fuego de mi vocación misionera, especialmente a todos los hermanos y
hermanas que forman el maravilloso movimiento eclesial de la “Renovación Carismática Católica”. En
Guatemala y en Galicia es donde he encontrado más ayuda espiritual de ellos, sin olvidar la que me brindó
en su día y me sigue brindando la generosa y animosa gente de Costa Rica que integran los “Grupos de
Animación Misionera” de los Misioneros Combonianos
El mes de octubre se abre precisamente con la presencia de una santa carmelita descalza, Sta.
Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones. Una joven que muere con tan sólo 24 años y que nunca
salió de su país ni de su convento, ni siquiera para dar catecismo; muchacha débil de salud, de sonrisa
siempre alegre y palabras siempre amables, que ofreció su vida de oración y de sufrimiento a Dios por la
santificación de los misioneros y la conversión de los que todavía no conocen a Cristo. Sta. Teresa del Niño
Jesús dijo un día: “Quisiera ser misionera ahora y siempre y en todas partes del mundo”. Y también: “En el
corazón de mi madre, la Iglesia, yo seré el amor; de este modo lo seré todo”. Su fiesta se celebra el 1 de
octubre.
Además de la oración y el sacrifico de cada día por las misiones, la Iglesia nos pide una cooperación
económica a cada familia que se dice ser cristiana, con el fin de poder llevar a cabo numerosos proyectos de
evangelización y promoción humana en los lugares más necesitados de la tierra. Es la tercera semana, que
concluye con el día del “Dómund”. La fe sin obras está muerta, nos dice Santiago. El amor se demuestra con
obras. No bastan, pues, las oraciones o el sacrificio cuando podemos ayudar de una forma bien concreta y no
lo hacemos. Todos, pues, estamos comprometidos a tender una mano al necesitado. Cristo es bien claro al
declararnos que, al final de nuestros días seremos juzgados por el amor: “¡Malditos, alejaos de mí e id al
infierno. Porque tuve hambre y vosotros no me disteis de comer…”. Fuertes palabras las de Cristo. Tú mismo
las puedes comprobar: Busca en Mateo 25, 41-43. Y es que todo lo que hacemos de bueno o de malo con el
prójimo, lo hacemos con el mismo Cristo...
Por último, la cuarta semana de este mes misionero de octubre está dedicada a orar por las
vocaciones misioneras. “Rogad al Dueño de la mies para que envíe trabajadores a sus campos”, nos dice
Jesús con estas palabras ya de todos conocidas. El Señor acepta nuestras oraciones y sacrificios, también
nuestras ayudas económicas, pero la ofrenda que más le agrada es la de la donación total de algunos
cristianos “para estar con Él y enviarlas a predicar”. La vocación misionera “por el Reino de los Cielos” es el
aporte más grande que podemos ofrecer a la misión. Mientas Dios siga llamando a algunos y le respondan
con generosidad, el Corazón de Cristo, buen Pastor, seguirá latiendo por todo el mundo predicando “el
Evangelio a los más pobres”. Daniel Comboni decía: “No tengo más que una vida para consagrarla a la
salvación de estas almas; quisiera tener mil para consagrarlas a este fin”. Todo un ejemplo para muchos
jóvenes de hoy que, sumergidos en una vida de confort y de placer, no son capaces de dejarlo todo e irse con
Jesús para ser luego enviado. Los Apóstoles, en un acto de generosidad como pocos, “de inmediato, dejando
las redes y a sus padres, le siguieron”. De inmediato. No esperan. ¡Ya! Lo dejan todo: tierra, familia, trabajo,
vida tranquila y asegurada, comodidades, costumbres… Se van tras Jesús. No entendieron mucho, pero
perseveraron hasta la muerte. ¿Qué esperan nuestros jóvenes para abandonarse totalmente en el corazón de
ese buen Pastor que da la vida por sus ovejas?
Otros Santos misioneros de octubre
Otro gigante de la misión que aparece en este mes es san Daniel Comboni. Voz profética, anuncia a
toda la Iglesia, especialmente en Europa, que ha llegado la hora de la evangelización de los pueblos de
África. Y aun siendo simple sacerdote, no vacilará en presentarse ante el Concilio Vaticano I para pedir a los
Obispos que cada Iglesia local se comprometa en la conversión de África. Después de haber gastado todas
sus energías en favor de los africanos y luchado por la abolición de la esclavitud, muere el 10 de octubre en
Jartún, Sudán, desgastado por la fatiga y las cruces. Él había escrito: “Soy feliz en la cruz que, llevada de
buen grado por amor a Dios, engendra el triunfo y la victoria”. Y en otra ocasión: “Tendremos que padecer
mucho, ser despreciados, calumniados, acaso condenador a morir… ¡Pero por nuestro querido Jesús! Yo no
doy ni un céntimo por el mundo ni por la opinión del mundo; pero por Cristo es poca cosa e martirio”.
Pero octubre misionero no deja de sorprendernos, porque nos trae también a la memoria las figuras
de otros grandes misioneros, como san Juan de Brébeuf, san Isaac Yogues y compañeros mártires,
además de san Francisco de Asís y de san Lucas. En los años 1642 a 1649, ocho misioneros jesuitas
franceses, que evangelizaban en la región de los grandes lagos de Canadá y Estados Unidos, fueron
martirizados, después de feroces tormentos, por los indígenas Hurones e Iroqueses. Su fiesta se celebra el
19 de octubre. A estos santos misioneros les tengo un cariño especial, porque cuando yo tenía ocho años
cayó en mis manos un libro de la biblioteca de mi casa, un libro misionero muy atractivo y fascinante, “La
hoguera de los diablos rojos”, de la colección misionera “Desde lejanas tierras”. Con esta lectura empecé a
conocer la realidad misionera y heroica de aquellos tiempos. Todavía hoy no puedo olvidar la fascinante
historia de aquel libro que describía los grandes peligros y las torturas que debieron afrontar los misioneros en
medio de dos tribus siempre en guerra, los temibles Iroqueses y los Hurones. En el libro que escribí hace
años sobre los Chinantecos de Usila, “Y me quedé con ellos”, dejé escrito este impresionante testimonio:
< El martirio verdaderamente conmovedor fue el que sufrió san Juan de Brébeuf. Fue apresado
junto al lago Ontario por los Iroqueses, desnudado y apaleado; le cortaron las manos, le colocaron hierros al
rojo vivo en su cuerpo desnudo. Luego le ciñeron un cinturón de cortezas de árbol con materias resinosas y
les prendieron fuego, Le cortaron la nariz y le partieron los labios. Tres veces cubrieron su cuerpo con agua
hirviendo, le echaron cenizas en las heridas y le cortaron por fin la carne a pedazos, hasta arrancarle el
corazón para comerlo, y bebieron su sangre, para heredar, según ellos, el valor demostrado al morir. San
Gabriel Lalemant fue compañero de martirio del P. Juan de Brébeuf, recibiendo prácticamente idénticas
torturas; murió al día siguiente tras quince horas de horribles sufrimientos. Todos estos están documentados
en las actas de beatificación y canonización de los mártires. Era tradición común entre casi todos los pueblos
indígenas de Canadá y Estados Unidos usar de este tipo de torturas con sus prisioneros >.
Ante testimonios tan impresionantes como éstos, que son millones en la historia de la Iglesia Católica,
repito, millones, uno puede dar la espalda a la Iglesia de Jesucristo, o simplemente ignorarla, “pasar de ella”,
como se dice popularmente en España, pero esos testimonios existen, están ahí, son reales. Uno puede
criticar a misioneros mediocres como yo, lo entiendo, pero no a ese inmenso ejército de apóstoles que ha sido
todo un ejemplo para la Iglesia de todos los tiempos. Si uno no es capaz de vivir cristianamente, que se calle.
P. Damián Bruyel
Misionero Comboniano