Download Dossier sobre Cambio Climático Nº 71

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19 de enero de 2016
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Nº 71
Lecciones de la Cumbre del Clima de París: la gobernanza global inductiva, por Andrés
Ortega
¿Cómo alimentar a una sociedad imperfecta?, por Paul R. Ehrlich & John Harte
La revolución de la sustentabilidad en las finanzas, por Per Bolund & Reinhard Bütikofer
Las 3 razones por las que la NASA cree que El Niño será tan "poderoso" como el peor de
la historia
El cambio climático, la mayor amenaza del siglo XXI, por Guillermo de la Dehesa
Tíbet se derrite
Los próximos pasos en materia climática en las ciudades después de la COP21
Reforzar la resiliencia de las poblaciones más vulnerables en el mundo ante el cambio
climático y los desastres
1. LECCIONES DE LA CUMBRE DEL CLIMA DE PARÍS: LA GOBERNANZA GLOBAL INDUCTIVA,
POR ANDRÉS ORTEGA
Más allá de sus resultados concretos –el compromiso de limitar el calentamiento global, de
rebajar en el siglo a 2 grados, y hasta 1,5, la temperatura mundial sobre los niveles de la era
pre-industrial y de dejar atrás la energía del carbono–, la Cumbre del Clima de París
(COP21) ha producido un tipo nuevo de gobernanza, tanto en el camino diplomático hacia el
acuerdo como en su previsible aplicación. De abajo a arriba, no sólo en la negociación, sino
en la aplicación.
“Inductiva”, en vez de deductiva, lo llama la diplomacia francesa. Diferente de la
coordinación, propia del G-20 o del G-7/8. Y con un acuerdo que no es un tratado
internacional, cuando la creación de nuevo derecho internacional está en crisis, pues salvo el
Tratado Internacional sobre el Comercio de Armas (2013), no ha habido ningún gran nuevo
tratado desde el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (1998, en el que
influyeron también grupos sociales).
Para empezar, la gran mayoría, 170 de los 195 países (más la UE) representados en la
cumbre de Le Bourget había presentado una semana antes planes nacionales de reducción de
emisiones de gases de efecto invernadero. Es muy diferente del método seguido para el
Protocolo de Kyoto (de 1997, del que acabaron saliéndose varios países, entre ellos EEUU)
y de lo intentado en Copenhague en 2009, cuando se intentaron imponer límites de arriba a
abajo. Es decir, que la primera obligación partió en este caso de los propios países. Es
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verdad que a menudo, en el caso de los países que más contaminan, debido a sus propias
prioridades nacionales: EEUU, con su acelerada gasificación derivada de sus nuevos
recursos naturales, está en un proceso de reducción de sus emisiones; el régimen en China
siente la presión de la opinión pública ante la intensa polución en sus ciudades más pobladas
y quiere también reducir su dependencia en las importaciones energéticas; los países
europeos apuestan crecientemente por energías alternativas limpias como la solar y la eólica,
alejándose también de la nuclear, aunque algunos países, como Polonia, persistan en el
carbón, y en el Reino Unido Cameron haya suprimido las ayudas a la captura de carbono.
El acuerdo se apoya en el sistema de la ONU y especialmente en la Convención Marco de
las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC, o UNFCCC en sus siglas en
inglés). La aplicación del acuerdo, visto como un punto de partida más que de llegada,
también sienta precedentes de lo que en inglés se suele llamar “nombrar y provocar
vergüenza” (name and shame), apoyándose en la Iniciativa para el Fomento de la Capacidad
de Transparencia que contiene el texto. A partir de 2020, cada país tendrá que presentar
públicamente cada cinco años una actualización de su plan nacional voluntario de reducción
de emisión de estos gases, y será examinado por un comité de expertos independientes que
verificará lo que cada gobierno presente, y sus resultados se publicarán en la web de
UNFCCC. Pesará la propia opinión pública del país examinado y la global, como ha
recordado Jeffrey Sachs, o el reproche social, como ha señalado Teresa Ribera. Esto
provocará, previsiblemente, que las sociedades civiles se organicen mucho más para
presionar. Es decir, que vamos a una gobernanza en este terreno basada en la transparencia,
y en la presión de la opinión pública sobre sus gobiernos, que también pesa en sistemas
autoritarios como el chino.
Esta presión ya ha estado muy presente en los últimos 20 años, y es parte de la razón del
éxito de esta cumbre que supone también el reconocimiento de algo en lo que tantos
científicos venían insistiendo desde hace años: que el calentamiento global es esencialmente
efecto de la actividad humana. Y si el acuerdo ha sido posible, como recordaba Paul
Krugman, es también porque las nuevas tecnologías han cambiado las reglas del juego.
Pero la mayor razón política del éxito, junto al buen hacer diplomático de Francia, ha sido el
apoyo de China y EEUU –otro signo de esta nueva gobernanza–, sin los cuales nada se
habría conseguido, dado que son los países que más CO2 emiten en el mundo (el 27 % y el
15% del total, respectivamente, seguidos de Europa, con un 10%). Y lo han apoyado porque
no se trata de un acuerdo legalmente, sino política y moralmente, vinculante. Obama nunca
habría conseguido hacerlo ratificar por un Congreso de mayoría republicana en manos del
lobby de las compañías energéticas, que no han mostrado preocupación alguna por este
acuerdo, que, piensan, no les va a cambiar la vida. Pero se ha puesto en marcha una nueva
dinámica, incluso si un republicano llega a la Casa Blanca y no se siente vinculado por este
acuerdo.
No es un tratado internacional propiamente dicho, ni es vinculante para los 196 presentes en
París. Pero es el primer acuerdo global sobre el clima en 18 años, período en que la situación
se ha deteriorado. No contempla sanciones si se incumple (pero hasta hace relativamente
poco también la UE se había construido sin sanciones, aunque ha tenido que ir
introduciéndolas en su sistema). Muchos de sus elementos de compromiso son voluntarios.
Entrará en vigor a partir de abril próximo cuando lo suscriban, se adhieran o lo ratifiquen 55
países que representen al menos el 55% de las emisiones globales.
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En cuanto a su dimensión financiera, para ayudar a los países en vías de desarrollo a crecer
sin aumentar sus emisiones –una cuestión esencial pues creen que ellos no han tenido la
oportunidad de que gozó el mundo industrializado en los siglos pasados–, queda abierta. No
se aceptó la propuesta de que los ricos se comprometieran a ayudar con 100.000 millones de
dólares anuales a los más pobres a este respecto a partir de 2020, aunque Francia va a
empujar para ello en próximas reuniones. Pero el camino se ha marcado para una
reorientación en profundidad de las políticas de ayuda al desarrollo.
Hay que añadir dos factores reconocidos en el acuerdo: el papel de las ciudades, esenciales
en este tipo de gobernanza pues son las mayores emisoras, y el empoderamiento de las
mujeres y la equidad intergeneracional en la lucha contra el calentamiento global.
Bienvenidos a esta nueva gobernanza inductiva, que está por probar. No será sólo de los
Estados, sino también de las sociedades, ciudadanos y empresas incluidos. Se está abriendo
paso algo nuevo. Veremos cómo se gestiona y qué resultados da.
Fuente: Andres Ortega es Investigador senior asociado del Real Instituto Elcano. Consultor
independiente y director del Observatorio de las Ideas. Este artículo de opinión fue
publicado el 22 de diciembre de 2015 y se encuentra disponible en el sitio web:
http://www.blog.rielcano.org/
2. ¿CÓMO ALIMENTAR A UNA SOCIEDAD IMPERFECTA?, POR PAUL R. EHRLICH & JOHN HARTE
Casi todos en la comunidad científica coinciden en que garantizar una provisión de
alimentos suficiente para una población humana cada vez más numerosa, que a mediados de
siglo habrá sumado otros 2500 millones de personas, será tarea ardua. Todavía no hemos
sido capaces de hacerlo con los 7300 millones de personas de la actualidad: casi 800
millones sufren desnutrición o hambre, y otros dos mil millones no obtienen micronutrientes
suficientes. Pero respecto de cómo encarar el problema de la seguridad alimentaria, no hay
un consenso similar.
La comunidad científica está dividida entre dos grandes líneas de acción: “hacer ajustes a la
producción agrícola” o “reformar las bases de la sociedad”. Los partidarios de la primera
estrategia son clara mayoría, pero la segunda es más convincente.
Es verdad que el campo de los ajustes ha identificado muchos problemas importantes en los
sistemas actuales de producción y distribución de alimentos, cuya solución puede mejorar la
seguridad alimentaria. Desarrollar mejores variedades de cultivo para aumentar la
productividad agrícola. Hacer un uso más eficiente del agua, de los fertilizantes y de los
pesticidas. Proteger los bosques tropicales y otros ecosistemas relativamente vírgenes, para
preservar servicios cruciales de la naturaleza, especialmente los relativos a la fertilidad del
suelo, la polinización, el control de plagas y el mejoramiento climático. Revertir la tendencia
actual hacia un mayor consumo de carne. Regular más estrictamente la actividad pesquera y
la contaminación oceánica para mantener las fuentes de proteína marina de las que mucha
gente depende. Reducir el derroche en la producción y distribución de alimentos. Enseñar a
las personas a elegir alimentos más nutritivos y de producción más sostenible.
Los partidarios de hacer ajustes reconocen que para lograr estos objetivos, es necesario que
las autoridades asignen a la seguridad alimentaria una alta prioridad en términos políticos y
fiscales, para apoyar las investigaciones y acciones necesarias; los gobiernos también
deberían iniciar programas para una distribución más equitativa de los alimentos.
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Pero la estrategia de hacer ajustes es incompleta. Alcanzar sus objetivos sin cambios sociales
más profundos sería extremadamente difícil, pero incluso si se lograran, probablemente
resultarían inadecuados en el mediano plazo, y ciertamente en el largo plazo.
Para entender el porqué, supongamos que estamos en 2050 y ya se alcanzaron todos los
objetivos de la estrategia de ajustes. El incremento de la productividad agrícola y la
reducción del derroche en los sistemas de almacenamiento y distribución aumentaron la
disponibilidad de alimentos. Políticas ambientales mejoradas lograron que la mayoría de los
bosques actuales todavía esté en pie; se han establecido amplias zonas efectivas de
prohibición de pesca. Los ecosistemas se están fortaleciendo, y muchas especies de coral y
plancton evolucionan para sobrevivir en aguas más cálidas y ácidas. Sumemos a esto un
aumento del vegetarianismo, y limitar el calentamiento global a 3º Celsius parece una
posibilidad.
De modo que el mundo logró llegar a mediados de siglo sin hambrunas. Pero con una
población de 9700 millones de personas, el hambre y la desnutrición serían
proporcionalmente iguales a lo que tenemos hoy con 7300 millones. Es decir, incluso sin
una combinación tan extraordinaria e improbable de metas logradas y buena suerte, el
problema de la seguridad alimentaria seguiría con nosotros.
La razón es sencilla: nuestras sociedades y economías se basan en el supuesto errado de que
es posible el crecimiento perpetuo en un planeta finito. Pero para garantizar la seguridad
alimentaria global (por no hablar de otros derechos humanos fundamentales) para todos,
debemos reconocer nuestras limitaciones por factores sociales y biofísicos, y hacer todo lo
que sea necesario para no sobrepasarlas.
Con esta convicción como base, la estrategia de la reforma social profunda demanda que los
gobiernos tomen medidas para empoderar a las mujeres en todas las áreas de la sociedad y
garantizar que todas las personas sexualmente activas tengan acceso a métodos
anticonceptivos modernos y que las mujeres que elijan abortar puedan hacerlo. Al mismo
tiempo, los gobiernos deben encarar la desigualdad en la distribución de la riqueza (y con
ella, de los alimentos), lo que implica especialmente poner límites al dominio de las
corporaciones.
Sin una reducción de la población mundial a niveles sostenibles, la única esperanza del
mundo está en realizar reformas profundas. Pero en la situación actual, su implementación
parece improbable. Estados Unidos, el país que más consume, va en la dirección opuesta: las
mujeres ven amenazados sus derechos reproductivos, la distribución de la riqueza es cada
vez más desigual y las corporaciones son cada vez más poderosas.
De continuar esta tendencia, en 2050 los sistemas de gobierno estarán peor preparados aún
para hacer frente a los problemas fundamentales de un crecimiento perpetuo de la población
y el consumo, o la desigualdad en la distribución de la riqueza. Conforme el cambio
climático, la acumulación de sustancias tóxicas y la pérdida de biodiversidad y servicios
naturales deterioren los ecosistemas, la gente tendrá menos tiempo y energía para reformas
políticas que busquen reducir la desigualdad o proteger el medioambiente. De modo que
quienes estén en el poder estarán menos presionados a organizar sistemas para la provisión
de alimentos a quienes más los necesiten.
El sistema sociobiofísico está repleto de subsistemas de causación recíproca, por lo que, al
no haber una única vulnerabilidad obvia por donde iniciar el cambio, los gobiernos deberán
encarar varias cuestiones a la vez. Los puntos de partida fundamentales incluyen liberar a la
política del poder del dinero; introducir un sistema tributario más progresivo que ponga
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límites efectivos a los ingresos de los ultrarricos; asegurar el alfabetismo científico básico de
los funcionarios; y fortalecer los derechos de las mujeres, incluido el acceso gratuito a
métodos anticonceptivos.
Así como los problemas sociales y ambientales pueden reforzarse mutuamente, las acciones
dirigidas a mejorar nuestros fundamentos sociales y ambientales también. Concentrarnos en
estos fundamentos, en vez de limitarnos a introducir ajustes en la producción alimentaria, es
el único modo de que los vínculos sistémicos intrínsecos trabajen para beneficio de las
generaciones futuras.
Fuente: Paul R. Ehrlich es profesor de Estudios de Población, Departamento de Ciencias
Biológicas en la Universidad de Stanford & John Harte posee una cátedra conjunta en la
División de la Facultad de Recursos Naturales de la Universidad de California, Berkeley.
Este artículo de opinión fue publicado el 30 de diciembre de 2015 en el portal electrónico de
Project Syndicate y se encuentra disponible en el sitio web: https://www.projectsyndicate.org/
3. LA REVOLUCIÓN DE LA SUSTENTABILIDAD EN LAS FINANZAS, POR PER BOLUND & REINHARD
BÜTIKOFER
Una revolución tranquila está teniendo lugar en la industria financiera. Según el Programa
de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, el desarrollo sustentable está cada vez más
integrado en la toma de decisiones financieras.
La Unión Europea ha adoptado una actitud bastante pasiva hasta el momento en esta
transformación, pero los reguladores financieros de varios países están liderando el cambio.
Francia recientemente introdujo los primeros requerimientos obligatorios de divulgación
climática para inversores institucionales. Noruega está eliminando el carbón de su fondo de
riqueza soberano. Sudáfrica ha incluido el desarrollo sustentable en los requisitos para
cotizar en su bolsa de valores.
De la misma manera, las regulaciones bancarias de Brasil ahora exigen responder por el
riesgo ambiental. Y el gobierno sueco está intentado imponer una ambiciosa agenda de
sustentabilidad que incluye una serie de propuestas destinadas a mejorar la información para
inversores y determinar qué riesgos relacionados con el clima deben abordar los reguladores
y las entidades financieras.
La industria privada también se está moviendo con celeridad. El principal gestor de activos
del mundo, Blackrock, está lanzando un índice libre de combustibles fósiles, y Axa, una de
las mayores compañías de seguros del mundo, prometió dejar de invertir en carbón.
Mientras tanto, el movimiento de desinversión está creciendo: comunidades basadas en la fe,
municipalidades, celebridades, sindicatos, universidades e inversores institucionales
prometen desprenderse de sus activos en combustibles fósiles. En conjunto, instituciones
con un valor patrimonial superior a los 2,6 billones de dólares se han comprometido a dejar
de invertir en combustibles fósiles.
La revolución puede ser tranquila, pero se está haciendo oír. Las compañías de combustibles
fósiles están cada vez más deslegitimadas; su modelo actual de negocios es irreconciliable
con una cartera de inversión consciente del clima. Al mismo tiempo, los inversores están
empezando a entender que prestarle atención al riesgo climático es una parte integral de una
estrategia de inversión sólida que busca minimizar el riesgo y ayudar a promover la
estabilidad financiera. El CEO de Axa, Henri de Castries, respaldó estos objetivos, y declaró
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que la desinversión en carbón ayuda a eliminar el riesgo de las carteras de inversión y
contribuye a construir una sociedad más sustentable.
El gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, se mostró particularmente franco al
resaltar los peligros que plantea el cambio climático para los mercados financieros. En un
discurso en el Lloyd’s de Londres en el mes de septiembre, advirtió que una transición
demorada para limitar el calentamiento global a 2° Celsius aumentaría los riesgos para la
estabilidad financiera. Un número de instituciones se hicieron eco de su advertencia.
Mientras tanto, McKinsey y el Carbón Trust han estimado que 30-40% del valor de las
empresas de combustibles fósiles podría estar en peligro debido a la llamada “burbuja de
carbono”, una sobrevaluación de las reservas de combustibles fósiles. Según la Agencia
Internacional de Energía, dos tercios de estas reservas deben mantenerse en el suelo si el
mundo quiere evitar un cambio climático desenfrenado, lo que implica que las empresas tal
vez no puedan explotar su pleno potencial económico. Dado que el sector financiero europeo
ha invertido más de 1 billón de euros (1,1 billón de dólares) en activos de combustibles
fósiles, la UE, en particular, corre el riesgo de una burbuja de carbono.
La cuestión ha cobrado tal magnitud que el presidente del Banco Central Europeo, Mario
Draghi, ha solicitado a la Junta Europea de Riesgo Sistémico que tome cartas en el asunto.
Los reguladores financieros en Suecia, Alemania, Holanda y el Reino Unido están
estudiando el impacto del cambio climático en los mercados financieros. El G-20 también le
pidió a la Junta de Estabilidad Financiera con sede en Basilea que solicite una investigación
público-privada de la burbuja de carbono.
El mes pasado, el comisionado europeo, Jonathan Hill, publicó su tan esperada propuesta
Unión de los Mercados de Capital. Pero si bien su demanda de mercados de capital más
integrados y diversificados en la UE es admirable, su propuesta carece de un mapa de ruta
para la integración del desarrollo sustentable en el sistema financiero y de una estrategia
para abordar la burbuja de carbono.
El Parlamento Europeo y el Consejo Europeo tienen la oportunidad de mejorar la propuesta
de Hill. El parlamento ya ha establecido un grupo informal integrado por todos los partidos,
llamado el Carbon Group, cuyo objetivo es encarar la burbuja de carbono y promover
finanzas sustentables. Y dentro del Consejo, un número de países, principalmente Suecia y
Francia, están trabajando para una mayor integración de una métrica de sustentabilidad en
los mercados financieros.
Una variedad de instituciones están comenzando a considerar el desarrollo sustentable en su
toma de decisiones financieras. Los legisladores –especialmente en la UE- tienen la
responsabilidad de impulsar este tipo de pensamiento con visión de futuro y proteger a la
economía global de cualquier aflicción financiera inducida por el clima.
Fuente: Por Bolund es ministro sueco de Mercados Financieros y Asuntos del Consumidor
& Reinhard Bütikofer es copresidente del Partido Verde Europeo y miembro del Parlamento
Europeo. Este artículo de opinión fue publicado el 21 de diciembre de 2015 en el portal
electrónico de Project Syndicate y se encuentra disponible en el sitio web:
https://www.project-syndicate.org/
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4. LAS 3 RAZONES POR LAS QUE LA NASA CREE QUE EL NIÑO SERÁ TAN "PODEROSO"
COMO EL PEOR DE LA HISTORIA
Las consecuencias del fenómeno de El Niño ya se sienten en Sudamérica y se mantendrán al
menos tres meses más.
Hay al menos tres poderosas razones para creer que el fenómeno de El Niño actual será tan
"grande y poderoso" como el considerado peor de la historia, el de 1997 y 1998.
Indicadores relacionados a las altas temperaturas de la superficie oceánica, las altísimas
temperaturas registradas en el hemisferio norte y también que este año "El Niño no muestra
signos de retroceder", según la imágenes satelitales de las que dispone la NASA.
Por todo esto, la agencia espacial estadounidense considera el de este 2015-2016 comparable
a lo que muchos llamaron el "fenómeno monstruoso" de hace 18 años.
"No hay duda, son muy similares. Los fenómenos de 1982-1983 y 1997-1998 fueron los de
mayor impacto en el anterior siglo y en muchas maneras parece que ahora vemos una
repetición", explicó a BBC Mundo el experto de la NASA William Patzert.
El investigador, especialista en análisis de fenómenos climáticos relacionados a la
circulación oceánica y el aire, añadió que en esta ocasión "es casi un hecho que los impactos
serán enormes".
Océanos crecidos
Alturas muy superiores a los usuales en el nivel del océano Pacífico son un indicador de que
existe una gruesa capa de agua caliente.
En ambos mapas, generados por satélite, se ve "el patrón clásico" del fenómeno cuando ya
está casi o completamente desarrollado.
La NASA calificó de "sorprendente" a la similitud en las anomalías de altura registradas en
diciembre de 1997 y 2015.
A la izquierda
están las anomalías
en la altura de la
superficie oceánica
registradas por el
satélite
TOPEX/Poseidon
en 1997, mientras
que a la derecha se
puede
ver
el
registro hecho por
su sucesor, el
Jason-2, hace unos
días. La NASA
calificó el parecido
como
"sorprendente".
Lo que se ve en los gráficos son los niveles inusualmente altos en el océano Pacífico a la
altura de la línea del Ecuador.
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El agua caliente y tibia que se ha acumulado en la zona es lo que atrae los nubarrones y las
tormentas que ya comenzaron a producirse en parte de América Latina, fundamentalmente
en países por debajo la línea del Ecuador.
Otra consecuencia de esto es el bajo nivel de lluvias en el sudeste asiático, lo cual
contribuyó a la multiplicación de grandes incendios que han cubierto de humo a la región
desde hace unas semanas.
El calor en la región del Pacífico en 1997 fue uno de los fenómenos climáticos que generó
inundaciones vistas pocas veces antes en países como Bolivia, Paraguay, Perú, Argentina y
Brasil en aquel año y el siguiente.
Las similitudes en la temperatura oceánica en ambos periodos también tiene notables
parecidos.
La acumulación de calor en los mares atrae nubes y multiplica las tormentas, como sucedió
en América Latina en 1997 y sucede en la actualidad.
No disminuye
El Niño es un fenómeno natural que ocurre cada dos a siete años cuando las aguas cálidas de
la región central del océano Pacífico se expande hacia el este, acercándose a las costas de
América.
Normalmente alcanza su momento más agudo a finales de año pero sus efectos se sienten a
lo largo de la primavera del
hemisferio norte y pueden durar
hasta los 12 meses siguientes.
Sin embargo, como señala la
NASA, el fenómeno de este año no
está mostrando signos de disiparse.
Esa es "la firma de un gran y
poderoso El Niño", explica la
NASA.
Altas temperaturas
Patzert explicó a BBC Mundo que
el calentamiento global que
actualmente atraviesa el planeta es
un factor nuevo que influye en los
efectos y la naturaleza del fenómeno
de El Niño.
"El planeta está más caliente ahora,
eso es un hecho importante. Un
planeta más caliente genera
consecuencias
más
peligrosas,
eventos más extremos", precisó el
analista de la NASA.
Numerosos estudios señalaron que
el cambio climático puede agudizar
temperaturas extremas en periodos
como el fenómeno de El Niño o La
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Niña.
Patzert precisó que los efectos del fenómeno de El Niño se sentirán en Estados Unidos entre
enero y marzo.
Este año se están registrando temperaturas mucho más altas de lo habitual en el hemisferio
norte.
El día de Navidad, en Francia, se registró un récord histórico sólo por debajo del de 1997.
E incluso en el Polo Norte, donde este 30 de diciembre se estima que la temperatura ha
estado por encima de los 0 grados Celsius, cuando lo normal son -25 ºC.
En contraste, en México, El Niño parece el responsable de unas inusuales tormentas que han
cubierto de nieve el norte del país. Hay nieve en partes de Sonora por primera vez en 33
años.
En Sudamérica y Centroamérica, señala el investigador, los efectos ya se han visto con las
grandes inundaciones de las últimas semanas y se prolongarán al menos tres meses más.
No todo son malas noticias, resalta Patzert.
El científico señaló que a pesar de los pronósticos, existe mayor infraestructura y avances
científicos para tomar previsiones cada vez mejores ante la llegada del fenómeno climático.
Sin embargo, lo más probable es que las consecuencias de El Niño se prolongarán durante la
mayor parte del próximo año en forma de inundaciones, epidemias o sequía prolongada.
Fundamentalmente en Sudamérica.
En una de sus publicaciones al respecto, la NASA llegó a una conclusión contundente: "No
importa donde usted viva, sentirá los efectos del fenómeno de El Niño".
Fuente: Nota informativa publicada en el portal electrónico de la BBC Mundo el 31 de
diciembre de 2015 y disponible en el sitio web: http://www.bbc.com/
5. EL CAMBIO CLIMÁTICO, LA MAYOR AMENAZA DEL SIGLO XXI, POR GUILLERMO DE LA DEHESA
La NASA (National Aeronautics and Space Administration) de Estados Unidos (2015), en
un importante gráfico, que comienza hace 650.000 años y termina en 1950, mide la
evolución que ha tenido el dióxido de carbono en la atmósfera terrestre. Este ha sufrido siete
ciclos de avances y retrocesos. Según dicho gráfico, hasta hoy, nunca se había acumulado
tanto dióxido de carbono en la atmósfera al haber alcanzado ya más de 400 partículas por
millón.
Muestra que hace 450.000 años, subieron a 282 partículas por millón, cayendo a 179 por
millón hace 315.000 años; subieron a 289 partículas por millón hace 340.000 años, cayendo
a 180 por millón hace 270.000 años; subieron hasta 275 por millón hace 240.000 años,
cayendo hasta 179 por millón hace 170.000 años; subieron hasta 285 por millón hace
140.000 años, cayendo de hasta 178 por millón, hace 30.000 años. Hoy alcanza ya la cifra
record de 402,23 partículas de dióxido de carbono por cada millón y además, esta última
subida, que comenzó hace 7.000 años, ha sido también la más rápida en los últimos 650.000
años.
Sin embargo, es gracias al cambio climático que los humanos vivimos en la tierra ya que el
fin de la última edad de hielo, hace 7.000 años, fue la que ha marcado el comienzo de la era
climática que ha posibilitado el desarrollo de la civilización humana. La mayoría de estos
cambios climáticos ha sido debida a variaciones de la órbita terrestre que han ido
modificando la cantidad de energía solar que recibe nuestro planeta. La mayor parte de la
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subida tan rápida de la temperatura actual ha estado inducida o producida por los seres
humanos, muy especialmente a partir de 1880. Pero la mayor fase de recalentamiento de la
atmósfera comenzó en 1970, siendo sus años más cálidos a partir de 1981 y estando los
últimos 12 años entre los 10 más calurosos de la historia. Aunque entre 2007 y 2009
disminuyó el calor de forma inusual, sin embargo, la temperatura de la superficie de la tierra
continuó aumentando.
La base científica que ha utilizado la NASA para explicar estos fenómenos son los
instrumentos satelitales que ha ido lanzando al espacio orbitando alrededor de la Tierra
durante muchas décadas, observando regularmente los aumentos de los gases de efecto
invernadero. En el último siglo, el nivel del mar subió 17 centímetros pero ahora sigue
subiendo a velocidad creciente. Por ejemplo, entre 2002 y 2006, Groenlandia perdió 250
kilómetros cúbicos de hielo y la Antártida otros 152 kilómetros cúbicos y hoy continúan
perdiéndolo a un ritmo todavía superior. Los glaciares están reduciendo rápidamente su
tamaño en todo el mundo, desde los Alpes al Himalaya, desde los Andes a las Rocosas y
desde Kenia a Alaska y además, la acidez de la superficie de los océanos ha aumentado ya
un 30%, a pesar de que la superficie de los océanos está absorbiendo hoy más de 2.000
millones de toneladas de óxido de carbono al año.
Los países o regiones más grandes son los que más contaminan en términos de emisión de
gases invernadero. Los diez países o regiones que más emiten y que responden del 75% del
total son: China, con un 24,5% del total; EE UU, con un 14,4%; la UE con un 10,2%; India
con un 10%; Rusia, con un 5,4%; Japón con un 3,1%; Brasil, con un 2,3%; Indonesia, con
un 1,8% y México e Irán con un 1,7% cada uno del total. En términos de emisiones por
habitante, EE UU y la UE son los que más emiten.
Asimismo, el creciente calentamiento de la atmósfera produce cada vez más deforestación,
degradación de los bosques e inhabilitación de los terrenos fértiles, especialmente en
aquellos países más pobres y con menores medios para poder detenerlo, haciendo más difícil
la resolución de este grave problema. Aunque la acidificación es un fenómeno diferente del
cambio climático, está también causada por el CO2. Además, los océanos contienen más de
50 veces más CO2 que el que contiene la atmósfera, haciendo que estén también
acidificados. Desde la Revolución Industrial los océanos han aumentado su acidificación en
un 30% y se estima que, al final de este siglo, el CO2 de los océanos alcance 150%.
Gernot Wagner y Martin L. Weitzman (2015), dos economistas muy importantes dedicados
también al estudio de los problemas del cambio climático, estiman que aunque los
economistas no suelen tomar posiciones morales, como hacen los filósofos, sin embargo
saben hacer la distinción entre errores de Tipo 1 y de Tipo 2. El primero es cuando se actúa,
cuando no hay necesidad de hacerlo, o cuando se actúa erróneamente. Es decir, es un error
de comisión. El segundo es cuando no se actúa siendo necesario hacerlo o se actúa de forma
incorrecta. Es decir, un error de omisión. Estos dos tipos de errores son mucho más graves
en el caso del cambio climático actual, al ser un problema global, a largo plazo, irreversible
e incierto.
Según ambos economistas, el impacto del cambio climático va a ser muy grave, pero es más
incierto cuándo o cómo tendrá lugar. Además, existen intereses muy poderosos que están
muy invertidos en el “status quo” que hacen todavía más difícil formular las soluciones más
adecuadas. A esto hay que añadir las cuestiones morales en cuanto a los llamados errores de
comisión frente a los errores de omisión, con lo que aplicar la solución correcta es todavía
más difícil. El famoso “dilema ético del tranvía”, de Judith J. Thompson (1976) y Peter
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Unger (1996) nos enseña que no actuar es menos grave que cometer errores al actuar.
Además, los políticos, que son los que más deciden, son muy sensibles a que “les puedan
echar la culpa”, si toman este tipo de decisiones.
Pero, para Wagner y Weitzman, los errores de comisión no pueden considerarse mucho
peores que los de omisión, dado que el tamaño del problema es también enorme ya que, en
el cambio climático, se pueden salvar no miles, sino millones de vidas. La ciencia muestra
que hay que tomar decisiones cuanto antes. Lo que ya sabemos nos empuja incluso más
lejos, dadas las pérdidas masivas tanto de vidas como de medios de vida. Aplicar una tasa o
precio al dióxido de carbono de, al menos 50 dólares por tonelada, sería un primer paso en la
buena dirección.
No hay tiempo que perder para aplicar políticas eficaces cuanto antes para evitar un riesgo
de omisión grave. No hay que olvidar que los “efectos invernadero” se descubrieron en
1824, se mostraron en laboratorio en 1859 y se cuantificaron en 1896 y que el término
“calentamiento global” es de 1975. Según ambos economistas no hay tiempo que perder, ya
que utilizar la atmósfera como “alcantarilla de las emisiones de carbono” no es ni
económico, ni ético y muy peligrosos. No actuar ahora es, no sólo un error de omisión, sino
también de comisión e incluso de “ceguera voluntaria”.
Además, si no se actúa cuanto antes, se estima que los grados centígrados de la temperatura
de la tierra aumentarán en 4,5 en 2100. Si continúan las políticas actuales aumentarán 3,6
grados, y si se actúa por lo decidido en la Cumbre de París aumentarán en 2,7 grados. Los
pronósticos de los expertos del IPCC (2015) sobre la subida del nivel del mar en 2100, (de
no tomarse medidas inmediatas) oscilan entre un mínimo de 60 centímetros y un máximo
120. Otros científicos han estimado 150cm e incluso 200cm, habiendo subido sólo 20cm en
el siglo XX. Subidas de metro y medio o dos metros del nivel del mar supondrían que
muchas ciudades y zonas costeras pudieran llegar a desaparecer, parcial o totalmente, en
muchos países del mundo.
Marshall Burke, Salomon Hsiang y Edward Miguel en la revista Nature (2015) han
demostrado que no existe una relación lineal entre productividad y temperatura. Los años
más cálidos de lo normal benefician el mayor crecimiento de los países, sean desarrollados o
en desarrollo, y en actividades agrícolas y no agrícolas, hasta que la temperatura anual
supera los 13 grados centígrados, tras la cual actúa en contra del crecimiento. En Brasil, por
ejemplo, un aumento de 3 grados centígrados sobre dichos 13 grados lleva a una caída del
3% del PIB. Los países que están situados en la parte más fría del óptimo crecen más en los
años más calurosos y lo contrario ocurre en América Latina y Australia, que viven en la
parte más calurosa del óptimo, creciendo más en los años más fríos.
Según la Environmental Protection Agency (EPA) de EE UU todo va a depender de cómo
los glaciares y las capas de hielo respondan al cambio climático. Sus modelos predicen que
dos grados más Farenheit de calentamiento reducen un 15% del hielo del Ártico y el 25%
del área cubierta por el Ártico a finales del verano, aumentando todavía más los niveles de
los océanos. Cuanto antes se actúe de forma contundente, mejor.
Fuente: Guillermo de la Dehesa es presidente honorario del Centre for Economic Policy
Research (CEPR) de Londres. Este artículo de opinión fue publicado en el periódico español
El País el 03 de enero de 2016 y se encuentra disponible en el sitio web:
http://economia.elpais.com/
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6. TÍBET SE DERRITE
En China lo conocen como el "tren al cielo", y no exageran. El Transtibetano es la línea
ferroviaria que conecta diferentes ciudades del gigante asiático con la capital de Tíbet,
Lhasa, y circula por el punto más elevado en el que jamás se han tendido raíles: el paso de
Tanggula, a 5.072 metros de altitud. Su construcción, uno de los sueños de Mao Zedong,
concluyó en 2006 y fue considerada una maravilla de la ingeniería y muestra del recién
adquirido poderío tecnológico chino. No en vano, el viaje es una odisea épica en la que se
utilizan convoyes especialmente diseñados para incrementar la concentración de oxígeno a
mayor altura, equipados también con tomas individuales para evitar el mal de altura en sus
pasajeros más sensibles, que ha requerido horadar túneles a casi 5.000 metros de altura y
levantar el ferrocarril del suelo, dejando pasadizos debajo para no influir en las migraciones
de animales en peligro de extinción, como el antílope tibetano.
Sin embargo, ahora el proyecto está en peligro. Y la razón tiene poco que ver con la
tecnología. El problema radica en el calentamiento global que está provocando la
desaparición del ‘permafrost’, el hielo perpetuo sobre el que se ha levantado parte del tramo
final del tren, en el altiplano tibetano. Si se cumplen las previsiones de un pesimista estudio
gubernamental realizado por más de 500 científicos chinos, más del 80% de este
‘permafrost’ habrá desaparecido para 2100, de forma que la estructura de gran parte del
proyecto ferroviario más ansiado por el Partido Comunista podría venirse abajo.
Claro que este es solo un pequeño ejemplo de una grave coyuntura que puede tener efectos
devastadores para más de 1.300 millones de personas que habitan una decena de países
cuyos recursos hídricos dependen directamente del Himalaya, cuna de los seis ríos más
caudalosos de Asia. Porque están desapareciendo los 46.000 glaciares que se encuentran en
la cordillera y el altiplano, que suponen la tercera mayor concentración de hielo tras la
Antártida y el Ártico —un 14,5% del total— y la razón por la que se denomina a esta zona
"el Tercer Polo".
Según la información preparada por la Autoridad Central Tibetana —el Gobierno en el
exilio— para la Conferencia del Clima de París, en los últimos 50 años el 82% del hielo se
ha derretido y, si la velocidad a la que desaparece no se reduce, en 2050 sólo quedará un
tercio del agua congelada actual. Según The Cryosphere, la publicación científica de la
Unión Europea de Geociencias, todos los glaciares del Everest podrían desvanecerse para
2100, un proceso que ya confirman quienes acceden al Campo Base del pico más alto del
planeta, donde el hielo es cada año más escaso.
Los diferentes estudios realizados en el último año sobre este problema concuerdan en que el
causante de esta situación es el calentamiento global, cuyo efecto en el ‘techo del mundo’
triplica el de la media global. “El impacto del cambio climático en Tíbet es especialmente
duro. Tíbet debe ser considerado un pilar central de cualquier progreso que se diseñe”, pidió
el Dalai Lama antes de la celebración de la cumbre del clima de París. “Porque el altiplano
tibetano ha de ser protegido, no solo para los tibetanos sino por la salud del planeta y la
sostenibilidad del mundo entero”, apostilló el líder espiritual. Al fin y al cabo, lo que sucede
en el Himalaya termina condicionando incluso el patrón climático a miles de kilómetros,
sobre todo el de los monzones del sur de Asia.
Están desapareciendo los 46.000 glaciares que se encuentran en la cordillera y el altiplano
Desafortunadamente, la ministra de Información y Relaciones Internacionales de la
Autoridad Central Tibetana, Dicki Chhoyang, afirma a EL PAÍS que el acuerdo alcanzado al
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final de la COP21 debe ser solo un primer paso. “Aunque las referencias a los Derechos
Humanos fueron eliminadas del texto final, el acuerdo de París debe proteger a los grupos
indígenas que se encuentran en primera línea de la crisis climática”. A ese respecto,
Chhoyang afirma que Tíbet es de una importancia vital. “Si los líderes mundiales adquieren
un compromiso serio para evitar una catástrofe medioambiental, deben reconocer la
relevancia de Tíbet en la sostenibilidad del frágil ecosistema mundial”.
Curiosamente, China coincide en el desesperado diagnóstico de la situación de esta Región
Autónoma Especial. La agencia oficial Xinhua informó el pasado mes de abril de que cada
año el país pierde 247 kilómetros cuadrados de glaciares, un hecho que también incrementa
la desertificación en la región, que se extiende a un ritmo de 2.330 kilómetros cuadrados al
año y que ha provocado ya la desaparición de un 80% de sus bosques. Es más, el Ministerio
de Recursos Hídricos de China afirmó en 2013 que unos 28.000 ríos pequeños habían
desaparecido abruptamente hasta 2011, y un ex investigador de la Academia China de
Ciencias afirmó a Voice of America, bajo la condición de anonimato, que las causas
principales son el calentamiento del altiplano tibetano y la desaparición del permafrost, es
decir, la capa de hielo que está de manera permanente en los niveles superficiales del suelo
de las regiones muy frías.
En lo que no parecen coincidir el Gobierno chino y la autoridad tibetana en el exilio es en
los pasos que se han de dar para encontrar una solución al problema. Desde la localidad
india de Dharamsala, donde los dirigentes tibetanos han encontrado asilo, el primer ministro
tibetano, Lobsang Sangay, asegura que “Pekín lleva a cabo políticas medioambientales
desastrosas para Tíbet que también pueden desembocar el graves conflictos internacionales”.
El documento de su gobierno para la COP21 enumera algunas: la principal es la
construcción de múltiples presas controladas por poderosas corporaciones estatales que
trabajan también en el gran proyecto de trasvase hidrológico para paliar la crónica falta de
agua del noreste del país, incluida Pekín; además, la minería que extrae los 132 minerales
que esconde Tíbet —entre ellos oro, cobre, y hierro—, está provocando un preocupante
aumento de la contaminación de ese agua; y, finalmente, los líderes tibetanos también
consideran negativo para el Medio Ambiente las restricciones impuestas a los pastores
nómadas, cuya sedentarización forzosa puede romper el frágil equilibrio entre la naturaleza
y la actividad del ser humano.
Por todo ello, la Autoridad Central Tibetana exige a los participantes de la COP21 y a China
la inmediata puesta en marcha de diez medidas que considera imprescindibles para salvar al
Tíbet. Entre ellas, una de las más relevantes es la rigurosa implementación de la nueva Ley
de Protección Medioambiental china. “Sobre el papel es una legislación muy apropiada para
Tíbet, pero tenemos que asegurarnos de que se cumple, y de que quienes la violen sean
castigados como se recoge en la normativa. Porque, desafortunadamente, la corrupción es un
importante obstáculo que, en demasiadas ocasiones, impide que la ley actúe”, apunta Tenzin
Lekshay, responsable de prensa del Dalai Lama.
El Gobierno en el exilio también exige un control sobre el impacto medioambiental que
tienen el turismo y un desarrollo económico poco respetuoso con el entorno. No en vano, el
incremento en el número de visitantes ha sido espectacular desde la puesta en marcha del
Transtibetano, un tren que, por otra parte, sirve también para exportar al resto de China
miles de toneladas del recurso natural más preciado del Tíbet: el agua. Marcas como 5100
publicitan a bombo y platillo que el contenido de sus botellas procede de cristalinos
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glaciares situados a más de 5.000 metros de altitud, libres de la contaminación que lastra al
resto del país.
Con sus elevados precios, estas marcas relativamente recientes compiten con aguas de los
Alpes y hacen las delicias de la clase alta de China. Son una importante fuente de ingresos,
así que el gobierno regional —oficial— tiene intención de aumentar la exportación de agua
embotellada de Tíbet hasta los cinco millones de metros cúbicos en 2020, lo cual supone
multiplicar por 32 la producción del año pasado. Una vez más, como denuncia la ONG
China Water Risk en un detallado informe, la industria del agua actúa sin la mínima
conciencia ética exigible y con la máxima impunidad. Es, como critica el Gobierno tibetano
en el exilio, parte del expolio que está secando uno de los principales elementos del
ecosistema asiático.
Fuente: Esta nota informativa fue publicada en el periódico español El País el 24 de
diciembre 2015 y se encuentra disponible en el sitio web: http://economia.elpais.com/
7. LOS PRÓXIMOS PASOS EN MATERIA CLIMÁTICA EN LAS CIUDADES DESPUÉS DE LA COP21
Durante la COP21 en París, más de 450 ciudades con una población en conjunto de casi
1000 millones de personas se comprometieron a reducir las emisiones en más de un 50 % en
un periodo de 15 años.
Solo un pequeño porcentaje de las ciudades cuenta con el financiamiento, los estudios o la
capacidad de crecimiento con bajos niveles de emisiones de carbono.
El Banco Mundial apoya los esfuerzos de las ciudades por alcanzar sus objetivos posteriores
a la COP, ayudando a los municipios a superar los desafíos en materia de adaptación,
mitigación y financiamiento.
Cada año, durante seis meses, la ciudad vietnamita de Can Tho se inunda –en promedio– dos
veces al día. Mientras el agua entra en las casas y tiendas, el comercio se interrumpe y los
niños se abren camino a través de calles peligrosamente anegadas para llegar a la escuela.
En los últimos 10 años, las inundaciones han empeorado y los niveles máximos de las
mareas han aumentado entre 20 y 25 centímetros. “El agua permanece alrededor de cuatro
horas cada vez”, cuenta Cao Van Buon, quien es dueño de un negocio.
A medida que los fenómenos meteorológicos estacionales y extremos se vuelven más
severos, las ciudades como Can Tho enfrentan un desafío enorme. Muchas de las ciudades
más grandes del mundo se encuentran en las costas y los deltas o las riberas de los ríos; a
nivel mundial, el 60 % de las ciudades del planeta está en situación de riesgo como
consecuencia del aumento del nivel del mar y las mareas de tormenta. Teniendo esto
presente, más de 400 alcaldes de todo el mundo se reunieron tras ser convocados por las
Naciones Unidas en la Conferencia sobre el Cambio Climático de París con la firme
determinación de tomar medidas.
“París dejó una clara señal de que los líderes municipales no solo están profundamente
comprometidos con garantizar que sus ciudades se adapten a los efectos del cambio
climático, sino que también están liderando el camino para reducir las emisiones a través de
un desarrollo con bajos niveles de emisiones de carbono”, dijo Ede Ijjasz-Vasquez, director
superior del Departamento de Prácticas Mundiales de Desarrollo Social, Urbano y Rural, y
Resiliencia del Grupo Banco Mundial. “Finalizada la COP21, es el momento de seguir
adelante con la tarea real de la agenda posterior a la COP”.
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El año pasado, el Banco Mundial proporcionó más de USD 3000 millones (dólares
estadounidenses) en financiamiento y asistencia técnica para ayudar a los países en
desarrollo a construir ciudades inteligentes en relación con el clima. Se espera que esta cifra
crezca proporcionalmente a medida que el Banco aumente en un tercio su financiamiento
para abordar el cambio climático en los próximos cinco años.
Como las poblaciones urbanas crecen más rápido que nunca antes –y el 90 % de ese
crecimiento ocurre en los países en desarrollo– el Banco Mundial y sus asociados ofrecen
asesoramiento, herramientas y financiamiento para hacer frente al desafío del cambio
climático en las ciudades. A continuación, se presenta una muestra de la labor del Banco en
estas áreas:
Adaptación
Las ciudades son particularmente vulnerables al cambio climático, porque es donde se
concentran las personas y los activos. El Banco Mundial ha ayudado a las ciudades a
entender y crear capacidad de adaptación durante más de una década, fomentando medidas
como sistemas de alerta temprana, (i) infraestructura más sólida y programas de gestión de
inundaciones y de preparación (i) para desastres. En Sri Lanka, los préstamos del Banco
Mundial mejoran la capacidad de adaptación y la prevención de inundaciones en Colombo.
(i) En Bogotá, Colombia, las escuelas han sido mejoradas para que cumplan con códigos de
construcción más resistente, y las personas que viven en zonas de alto riesgo de
deslizamientos de tierras e inundaciones repentinas han sido trasladadas a terrenos más
seguros.
“La adaptación se refiere a la gestión de los riesgos”, dijo Niels B. Holm-Nielsen, experto
mundial en los temas de capacidad de adaptación y gestión de riesgos de desastres del Banco
Mundial. “Hay muchas cosas que las ciudades deben tener en cuenta: mejorar la circulación
del agua para evitar inundaciones, mejorar la planificación territorial para orientar un
crecimiento urbano con mayor capacidad de adaptación y, lo más importante, cómo
mantener las cosas en funcionamiento frente a una gran tormenta o un desastre natural”.
Entre las muchas herramientas que ofrece el Banco Mundial hay un nuevo programa
llamado “City Strength” (Fortalezas de las ciudades), (i) que evalúa la capacidad de
adaptación de manera integral, analizando los diferentes sectores como el transporte, la
energía, la salud, la gestión de residuos, y la tecnología de la información y las
comunicaciones, y compilando los resultados para identificar las brechas críticas o las
esferas que presentan deficiencias.
"París dejó una clara señal de que los líderes municipales no solo están profundamente
comprometidos con garantizar que sus ciudades se adapten a los efectos del cambio
climático, sino que también están liderando el camino para reducir las emisiones a través de
un desarrollo con bajos niveles de emisiones de carbono. Finalizada la COP21, es el
momento de seguir adelante con la tarea real de la agenda posterior a la COP" [Ede IjjaszVasquez, Director superior del Departamento de Prácticas Mundiales de Desarrollo Social,
Urbano y Rural, y Resiliencia del Grupo Banco Mundial]
Mitigación
Hacia el final de las negociaciones sobre el clima en París, más de 450 ciudades con una
población en conjunto de casi 1000 millones de personas se comprometieron a reducir las
emisiones en más de un 50 % en un periodo de 15 años. En un estudio reciente del Banco
Mundial se señaló que solo el 20 % de las ciudades más grandes del mundo dispone de los
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estudios básicos necesarios para realizar una planificación urbana con bajos niveles de
emisiones de carbono.
“Este compromiso ampliado por parte de los alcaldes, junto con el crecimiento sin
precedentes de la población urbana, presenta una oportunidad única para situar a las
ciudades en el camino del desarrollo con bajos niveles de emisiones de carbono”, dijo Paul
Kriss, experto mundial en el tema de servicios e infraestructura urbanos sostenibles del
Banco Mundial.
El Banco Mundial, que trabaja con más de 20 organizaciones internacionales, desarrolla un
Programa de Certificación Climática para ayudar a los funcionarios municipales a adquirir
los conocimientos necesarios para llevar a cabo inventarios locales de emisiones de gases de
efecto invernadero (GEI), que son las bases de los planes de acción climática. La Plataforma
Mundial para las Ciudades Sostenibles (GPCS, por sus siglas en inglés) recientemente
creada respalda los esfuerzos municipales por integrar los bajos niveles de emisiones de
carbono y la capacidad de adaptación en los procesos de planificación y toma de decisiones,
mientras que la herramienta Acción por el Clima a favor de la Sostenibilidad Urbana
(CURB, por sus siglas en inglés) puede ser usada para que las ciudades den prioridad a
diferentes iniciativas con bajos niveles de emisiones de carbono en base a los costos, la
viabilidad, el uso de energía y las emisiones de gases de efecto invernadero.
El Banco Mundial es pionero, además, en el uso del instrumento de evaluación rápida de la
energía urbana (TRACE, por sus siglas en inglés), (i) un modelo de uso del suelo, el
transporte y la energía que permite a los usuarios proyectar distintos escenarios. Cuando se
empleó TRACE en Rumania, las autoridades municipales comprobaron que un desarrollo
urbano más compacto en la zona de Bucarest podía disminuir las emisiones locales de gases
de efecto invernadero en un 39 %.
Financiamiento
Construir infraestructura con capacidad de adaptación y bajos niveles de emisiones de
carbono a menudo excede (i) la capacidad financiera de las ciudades en el mundo en
desarrollo.
“Las ciudades no pueden hacerlo por sí solas”, dijo Roland White, especialista mundial en
los temas de gestión, financiamiento y buen gobierno urbanos del Banco Mundial. “Los
Gobiernos nacionales deberán ayudar con grandes inversiones, sobre todo para el cambio
climático y la infraestructura ecológica. Y la comunidad internacional desempeña un
importante papel técnico y financiero”.
La mayoría de las ciudades en el mundo en desarrollo no tiene acceso a suficiente
financiamiento y crédito a largo plazo. Solo el 4 % de las 500 ciudades más grandes cuenta
con solvencia crediticia en los mercados internacionales y solamente el 20 % tiene una
calificación crediticia nacional. Los Gobiernos nacionales deben crear los entornos políticos
y legales que ayuden a las ciudades a acceder más fácilmente al financiamiento privado para
invertir en infraestructura resistente al clima y las ciudades deben fortalecer su desempeño
financiero para atraer a los inversores.
El Banco Mundial colabora con varios países para fortalecer sus marcos regulatorios sobre
el endeudamiento municipal, mientras que su Academia de capacidad crediticia (CCA, por
sus siglas en inglés) (i) trabaja para fortalecer el desempeño municipal y preparar a los
municipios para que puedan aprovechar los mercados de capital nacionales y regionales. La
CCA ha capacitado a más de 500 funcionarios municipales de 185 ciudades en 20 países.
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El futuro después de la COP
“El futuro del desarrollo sostenible radica en crear una combinación de soluciones
financieras y técnicas que pueda coincidir con la tarea compleja de construir ciudades con
capacidad de adaptación y bajos niveles de emisiones de carbono”, señaló Ijjasz-Vasquez.
“Estos compromisos incluyen medidas de reducción del riesgo físico, gestión y transferencia
de riesgos financieros y sistemas de apoyo para mejorar la toma de decisiones al momento
de gestionar los riesgos, combinadas con mejoras normativas e infraestructura temprana que
darán forma al futuro de las ciudades en un horizonte de 10 a 15 años. Junto con sus
asociados en la tarea del desarrollo, el Banco Mundial seguirá financiando la inversión
pública en ciudades con capacidad de adaptación y con bajos niveles de emisiones de
carbono, pero también continuará ayudando a los Gobiernos municipales a desarrollar una
gama más amplia de instrumentos financieros para reducir la vulnerabilidad de las ciudades
frente a los desastres naturales”.
Fuente: Nota de Prensa publicado el 22 de diciembre de 2015 en el portal electrónico del
Banco Mundial y disponible en el sitio web: http://www.bancomundial.org
8. REFORZAR LA RESILIENCIA DE LAS POBLACIONES MÁS VULNERABLES EN EL MUNDO ANTE
EL CAMBIO CLIMÁTICO Y LOS DESASTRES
La cantidad de desastres relacionados con el cambio climático en los últimos 10 años casi se
duplicó en comparación con la década de 1980.
En colaboración con más de 400 asociados, el Fondo Mundial para la Reducción de los
Desastres y la Recuperación (GFDRR) ayuda a que la gestión del riesgo de desastres y la
capacidad de adaptación sean aspectos centrales de la agenda de desarrollo posterior a 2015.
El GFDRR apoya la resiliencia ante el cambio climático y los desastres en más de 89 países,
y ha movilizado más de USD 3000 millones del Banco Mundial para este fin solo en el
ejercicio de 2015.
Los desastres naturales pueden provocar pérdidas inimaginables y continúan perjudicando
de manera desproporcionada a los más pobres y vulnerables. Cuando el ciclón Pam de
categoría 5 azotó Vanuatu en marzo provocó una destrucción sin precedentes. Fue el mayor
ciclón que ha tocado tierra en el Pacífico en la historia, y afectó a 22 de las 83 islas de
Vanuatu, con mareas que arrasaron pueblos enteros, haciendo desaparecer la infraestructura
y destruyendo cientos de acres de cultivos. Con más de dos tercios de la población
damnificada, el ministro de Hacienda del país describió el impacto de la tormenta como
“catastrófico, destruyendo años de desarrollo e inversiones”.
Los factores que impulsan el cambio climático y el riesgo de desastres vuelven más comunes
estas situaciones. El cambio climático amenaza con empeorar los fenómenos meteorológicos
extremos, como las sequías, las inundaciones, las tormentas y las olas de calor. La rápida
urbanización y la falta de planificación del desarrollo hacen que la cantidad de personas en
peligro sea mayor que nunca: más de 1 millón de personas semanalmente se trasladan a las
ciudades, y el 90 % del crecimiento urbano ocurre en África y Asia. Estas tendencias
continuarán aumentando la cantidad y la gravedad de los desastres. En los últimos 10 años,
solo el número de catástrofes relacionadas con el clima casi se duplicó en comparación con
la década de 1980.
Afortunadamente, es posible empoderar a países como Vanuatu y otros para que tengan
mayor capacidad de adaptación. A través de asistencia técnica, desarrollo de capacidades y
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actividades de intercambio de conocimientos, el Fondo Mundial para la Reducción de los
Desastres y la Recuperación (GFDRR, por sus siglas en inglés) (i) ayuda a los países
vulnerables a reducir los riesgos climáticos y de desastres, y a aumentar su resiliencia. En
Vanuatu, la Iniciativa para la evaluación y el financiamiento de riesgos de catástrofes en el
Pacífico (PCRAFI, por sus siglas en inglés) —respaldada por el GFDRR— proporcionó una
inyección de efectivo por un monto de USD 1,9 millones (dólares estadounidenses) antes de
transcurridos 10 días del desastre para ayudar a satisfacer las necesidades inmediatas de
recuperación.
El GFDRR, administrado por el Banco Mundial, es una asociación mundial financiada por
22 donantes con el objetivo de ayudar a los países en desarrollo a entender mejor y reducir
su vulnerabilidad frente a los peligros naturales y adaptarse al cambio climático.
Durante el ejercicio anterior, el GFDRR otorgó casi USD 80 millones en donaciones (PDF,
en inglés) para abordar estos desafíos en más de 89 países. Esta labor ha permitido a los
países vulnerables movilizar un financiamiento adicional significativo para actividades de
resiliencia, que incluye más de USD 3000 millones del Banco Mundial solo en el ejercicio
de 2015.
Los impactos del creciente programa del GFDRR en el ejercicio anterior fueron:
Apoyar una Evaluación de necesidades posteriores al desastre (PDNA, por sus siglas en
inglés) y otros esfuerzos de recuperación después de dos terremotos de gran magnitud que
sacudieron el valle de Katmandú en Nepal en abril y mayo. Esta evaluación condujo a
promesas de contribuciones de los donantes por un monto de USD 4400 millones, que
incluye USD 500 millones del Banco Mundial.
Capacitar a más de 11 000 personas en temas relacionados con la gestión del riesgo de
desastres (DRM, por sus siglas en inglés). Por ejemplo, una iniciativa apoyada por el
GFDRR centrada en la creación de capacidades capacitó a más de 750 profesionales locales
en 53 distritos de Indonesia.
Aumentar la información sobre riesgos que está disponible en Malawi, a través de la
creación de mapas comunitarios y plataformas de código abierto. Estos datos se usaron en el
país después de la peor inundación registrada en enero de 2015. El GFDRR ha apoyado los
esfuerzos de recuperación, los que incluyen una PDNA y un marco de recuperación de
desastres.
El GFDRR también amplió la gestión del riesgo de desastres a través de iniciativas temáticas
innovadoras. El Programa Escuelas Más Seguras ayuda a mejorar la seguridad de los
estudiantes y las escuelas mediante la aplicación de mejores prácticas de construcción. Por
ejemplo, realiza actividades en Nepal para mejorar la seguridad y la calidad de las
instalaciones educativas durante el proceso de reconstrucción posterior a los terremotos de
abril y mayo de 2015. Por su parte, la Iniciativa para la Resiliencia de los Pequeños Estados
Insulares (SISRI, por sus siglas en inglés) ayuda a los países altamente vulnerables a reducir
los riesgos climáticos y de desastres para sus comunidades, economías y ecosistemas.
El año pasado fue histórico para la agenda mundial de resiliencia, tanto por la adopción del
Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres (SFDRR, por sus siglas en
inglés), que ayudará a guiar los esfuerzos del GFDRR y en materia de gestión del riesgo de
desastres que realizará la comunidad mundial hasta 2030, como por el trascendental acuerdo
sobre el clima de París y los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
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“Ha sido un año excelente para la comunidad del desarrollo”, dijo Francis Ghesquiere,
director de la Secretaría del GFDRR. “A medida que seguimos trabajando para ayudar a los
países a aplicar el Marco de Sendai, el acuerdo de París y otros acuerdos, la labor del
GFDRR será fundamental para mejorar la capacidad de adaptación”.
En 2016 se producirán otros eventos importantes en torno al tema de la resiliencia, en
particular hitos internacionales como la Cumbre Humanitaria Mundial y la Conferencia
Hábitat III. El GFDRR se dedicará a diseñar e implementar estos marcos más amplios, y a
garantizar que las necesidades de los más vulnerables frente a los riesgos climáticos y de
desastres sigan ocupando un lugar central en la agenda de desarrollo posterior a 2015.
Fuente: Nota de Prensa publicado el 05 de enero de 2016 en el portal electrónico del Banco
Mundial y disponible en el sitio web: http://www.bancomundial.org
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Edición a cargo de Rodrigo Fernández Ortiz