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TEMA 9 EL TEATRO ESPAÑOL ANTERIOR A 1936: TENDENCIAS, RASGOS PRINCIPALES, AUTORES Y OBRAS MÁS SIGNIFICATIVAS El panorama del teatro español en el primer tercio del siglo XX presenta una serie de tendencias que pueden repartirse en dos frentes: El teatro que triunfa.- continuador, en gran parte, aunque con novedades técnicas, del que imperaba en la segunda mitad del siglo XIX. En esta línea se sitúan la comedia burguesa con Jacinto Benavente y sus seguidores; el teatro popular, de marcado carácter costumbrista; y una corriente poética que produce un teatro en verso, de tono neorromántico que incorpora las adquisiciones del modernismo. La orientación de estas modalidades es netamente tradicionalista. El teatro elitista.- Pretende innovar aportando nuevas formas o proponiendo nuevos enfoques ideológicos. Encontramos en esta línea la labor de algunos noventayochistas y novecentistas y la producción de los dramaturgos de la generación del 27. Los primeros intentos de renovación teatral, llevados a cabo a finales del XIX por Benito Pérez Galdós y Joaquín Dicenta, pretendieron romper con el convencionalismo teatral neorromántico y melodramático representado en España principalmente por Echegaray. En este sentido, Galdós estrena sus obras de teatro cuando ya era un novelista consagrado y destacan entre sus títulos Realidad, La loca de la casa, Doña Perfecta (adaptaciones de sus novelas), Electra, Casandra y El abuelo (las más valiosas). Sin embargo, Galdós no obtuvo el éxito y el peso de sus novelas anularon la calidad de sus obras de teatro. Joaquín Dicenta representó el intento frustrado de abrir un nuevo camino teatral con el “drama social” con sus obras Juan José, El señor feudal y Daniel en las que aparece el enfrentamiento de clases sin mayor trascendencia. EL TEATRO QUE TRIUNFA Jacinto Benavente es el autor de más larga y continuada presencia en el teatro español de la primera mitad del siglo XX. Inició la “comedia de salón” que presenta una actitud crítica, pero respetuosa, de la sociedad burguesa y aristocrática por medio de la frase ingeniosa y la ironía. Se ha señalado de la revitalización de la “alta comedia”, pero es indudable el influjo que Oscar Wilde ejerció en las obras de Benavente. Se abandona definitivamente el verso y se adopta una forma dialogada apta para el realismo escénico. Convirtió sus obras en crónicas de sociedad (sátiras de pequeños vicios y pequeñas virtudes) poniendo de relieve unos defectos para los que, la mayoría de las veces, encuentra justificación o, al menos, comprensión. La captación de espectadores fue inversamente proporcional a su profundización crítica. En esta línea triunfaron títulos como El nido ajeno, Lo cursi, Pepa Doncel o Tú una vez y el diablo diez. Sin embargo, a pesar de triunfar con la comedia de salón de tradición burguesa, realizó una serie de “escapadas” fuera de sus propias directrices en busca de un teatro más auténtico. De esta manera, Benavente compuso las mejores obras de su producción dramática: La malquerida y, por encima de todas ellas Los intereses creados, su más importante empresa dramática, que escapa de la “comedia de salón” y recibe influjos de la commedia dell´arte italiana y del teatro clásico español. Muchos autores siguieron la estela iniciada por Benavente y su comedia burguesa de salón como Manuel Linares Rivas con Aire de fuego, Gregorio Martínez sierra con Canción de cuna y Madame Pepita, y otros como Luca de Tena, López Rubio o Joaquín Calvo Sotelo. Teatro poético modernista En la primera década del XX vuelve a surgir el teatro poético en verso, de signo antirrealista, como reacción al teatro realista-naturalista triunfante y en conexión con la estética modernista y el drama romántico. Será el teatro histórico en verso el que alcance mayor cultivo aunque también encontramos el drama rural en verso. Autores como Francisco Villaespesa o Eduardo Marquina aprovecharon la variedad temática del modernismo para llevar a sus obras una serie de respetables valores nobiliarios que apuntalaban la ideología tradicional con obras que trataron las gestas medievales, las leyendas históricas o los sueños imperiales en títulos como El alcázar de las perlas, Abén Humeya, Las hijas del Cid, en Flandes se ha puesto el sol o Teresa de Jesús. En esta línea se encuadran las siete obras escritas en colaboración por los hermanos Antonio y Manuel Machado, entre las que destacan sin lugar a dudas La duquesa de Benamejí y la mejor de todas La Lola se va a los puertos, en donde las sonoridades modernistas se combinan con los rasgos románticos. Teatro popular Mucho antes de que los hombres de la generación del 27 se propusiesen la captación de las masas populares para elevar su nivel cultural hasta que fuesen capaces de asimilar cualquier tipo de arte, el teatro popular se había desarrollado paralelamente al arte considerado culto. El sentir del pueblo, su grandeza de espíritu y sus trapisondas se reflejaron en pequeñas piezas que obtuvieron el éxito. Por otra parte, la introducción de fragmentos cantados en las obras de teatro encontraron el aplauso del público y dieron lugar a lo que se conoció como “teatro lírico”: la zarzuela y el género chico, cuya tradición se remonta en España hasta el mismo Barroco con Calderón de la Barca. En el teatro cómico destaca de manera especial Carlos Arniches con sainetes famosísimos como El santo de la Isidra o El amigo Melquiades en los que las características fundamentales son la introducción de tipos o caracteres castizos y las deformaciones léxicas con fines humorísticos. Es lo que él mismo denominó “tragedia grotesca” en la que domina la caricatura. Entre sus mejores obras destacan Es mi hombre, Los caciques y su obra maestra La señorita de Trevelez. Los hermanos Álvarez Quintero representaron el genio y la gracia del pueblo andaluz en un sinfín de obras en las que una a una se repite la misma técnica y el mismo cliché: la estereotipación del carácter andaluz, las situaciones y los sentimientos envueltos en un aire de alegre desenfado que representaron lo más superficial del pueblo. Algunas de sus obras alcanzaron un éxito enorme como Puebla de las mujeres, Las de Caín, El genio alegre, Mariquilla terremoto y Malvaloca. Hay que citar dentro del teatro popular un subgénero que alcanzó un gran éxito de público: el astracán. Un tipo de teatro en el que la gracia gruesa, el chiste fácil y las semejanzas fonéticas son lo más destacado. El autor más destacado y prolífico de este subgénero fue Muñoz Seca con obras como Los extremeños se tocan o la famosísima La venganza de don Mendo. EL TEATRO ELITISTA La minoría pequeñoburguesa que accedió a la cultura tras la Restauración de la monarquía en el XIX y bajo las directrices culturales de la Institución Libre de Enseñanza buscó una renovación teatral que integrara nuestra escena en la marcha progresiva del teatro universal. El rechazo de los escenario comerciales y el escaso favor del público provocaron que la mayor parte de las obras, que nos han otorgado un puesto digno dentro de la literatura, no se vieran representadas en su momento y las que lo consiguieron no lograron sino representaciones únicas. Los dramaturgos del 98 y del novecentismo no hicieron nada por conseguir el favor del público y realizaron un teatro como medio de expresión artística. Sin embargo, los dramaturgos de la generación del 27 adoptaron una actitud beligerante no sólo para conseguir un cambio de criterio en el público habitual de los teatros comerciales, sino que intentaron la creación de un nuevo público mediante la formación de las masas populares. A este fin estuvieron destinados los esfuerzos de “La Barraca”, el grupo de teatro de García Lorca, “El caracol” de Rivas Cherif o las “Misiones pedagógicas” subvencionadas por el gobierno de la República. El teatro del 98 Las piezas que Miguel de Unamuno escribió para el teatro son una prolongación del trabajo artístico e intelectual que llevó a cabo en el resto de su producción. Unamuno no es dramaturgo sino un novelista-ensayista que escribe obras de teatro. A ellas traslada su temática literaria y filosófica: la muerte, la angustia de la desaparición total, el problema de la personalidad, la identidad y la soledad en su aspecto más trágico. Intenta separarse de las formas naturalistas y se apoya en la tradición de la tragedia clásica renunciando a cualquier elemento superfluo u ornamental. Se produce una concentración de elementos que dota a las obras de esquematismo y carácter abstracto. Destacaremos Fedra, El otro, El pasado que vuelve o Raquel encadenada. Azorín se desgaja del 98 y se acerca ideológicamente más a la generación del 27. Par él, el teatro es diálogo y en él debe estar contenido todo. Sus obras dramáticas destacan por la ausencia de todo conflicto y sufren de demasiado estatismo por lo que su teatro se ha quedado en, únicamente, un intento, en un experimento más que en una realización. Ramón Gómez de la Serna ocupa un lugar más por el significado de la renovación que intentó que por la importancia de su obra. Fue representativo de las vanguardias y se le vinculó al futurismo aunque sus obras adquirieron caracteres tan personales que se ha aceptado para denominar su producción el término “ramonismo”. Los temas son el erótico y la crítica social. Podemos citar entre sus obras Utopía, el drama del palacio deshabitado o Los medios seres. Valle Inclán es uno de los autores más apasionantes del teatro español contemporáneo y su obra está presidida por una insaciable voluntad de renovación técnica, formal y temática. Fue un teatro desconocido por el gran público hasta más de cuarenta años después de haberse escrito. Se adelantó, en gran parte, al teatro europeo, al teatro de vanguardia, de rebelión y al del absurdo. Su producción se divide en tres ciclos fundamentales: el ciclo mítico, el de la farsa y el del esperpento. Entre medias de ellos se reparten las obras que no pertenecen a ninguno de los tres pero que muestran grandes afinidades con todos ellos: El yermo de las almas, El marqués de Bradomín, Voces de gesta y Cuento de Abril. Comenzó intentando separarse del teatro realista abriendo caminos en varias direcciones que luego confluyeron hasta dar todas ellas con el esperpento como forma definitiva. Estos caminos se especifican en los dos ciclos fundamentales que hemos señalados: el mito y la farsa. El ciclo mítico realiza una mitificación de su Galicia natal y la farsa transfigura los siglos XVIII y XIX. Consigue un mundo mítico y estéticamente cerrado, un mundo afectado y ridículo de muñecos y figurines. En ese mundo mítico y primario se encuentran libres y andan sueltos el mal, lo irracional, lo animalizado, el sexo y la muerte. Con el esperpento entran en juego un espacio y una época distintas: la España de principios del siglo XX. Si lo antiguo se mitifica, lo actual se desmitifica y se desmitifica o esperpentiza. El ciclo mítico comprende las tres Comedias bárbaras (Águila de Blasón, Romance de lobos y Cara de plata), El embrujado (subtitulada como Tragedia de la tierra de Salnés) y Divinas palabras. En estas obras se dramatiza un mundo primigenio, elemental, de pasiones violentas y desatadas donde impera el vicio, la superstición y la degeneración. Plasman el desplome del mundo feudal gallego. El ciclo de la farsa está compuesto por La marquesa Rosalinda, y las tres obras que integran el Tablado de marionetas para educación de príncipes (Farsa infantil de la cabeza del dragón, Farsa italiana de la enamorada del rey y Farsa y licencia de la reina castiza). En este ciclo lo grotesco se presenta unido a lo poético, lo estilizado, lo refinado y hasta cursi y representan un ataque contra el poder y la fuerza que cautivan a la sociedad. El ciclo del esperpento lo componen las cuatro obras a las que el propio Valle Inclán denominó “esperpentos”: Luces de Bohemia, Los cuernos de don Friolera, Las galas del difunto y La hija del capitán, las tres últimas integradas bajo el nombre de Martes de Carnaval. El esperpento es una técnica literaria que supone la culminación de un proceso desarrollado a lo largo de toda su obra en los dos ciclos anteriores. Supone una deformación sistemática de la realidad, una exageración de los caracteres fundamentales que llevan a lo grotesco y a una caricatura de tipo expresionista en la que los personajes dejan de ser personas para ser vistos como peleles o marionetas. El teatro del 27 Entre los integrantes de la generación del 27 hubo quien mantuvo una actitud pasiva, pero, en general, intentaron cambiar el teatro o crear un público nuevo. Un medio de rescatar a las clases populares del oscurantismo y conseguir que tuviesen acceso a las formas culturales de todo tipo. Pedro Salinas tuvo siempre presente su condición de poeta y en sus obras presenta realidades fabulizadas en las que la palabra adquiere un peso tal que desestabiliza la estructura de la obra. Su tema fundamental, al igual que en su poesía, es el amor. También escribió piezas satíricas en las que utiliza una poética ironía. Rafael Alberti vinculó su obra a las directrices de la literatura comprometida social y políticamente aunque sus inicios, coincidentes con una crisis espiritual, lo llevaron a entender la obra de teatro como un auto sacramental. Su teatro es un arma de lucha para la concienciación y la divulgación de ideas políticas, a la vez que un medio de formación. Podemos destacar Fermín Galán, Noche de guerra en el Museo del Prado, El adefesio y La gallarda. En cuanto a Miguel Hernández, publicó dos de sus obras antes de 1936, que constituyeron un fracaso. No tuvo tiempo de conseguir una técnica dramátcia personal; su formación barroca y su compromiso político le hicieron perder perspectiva. Hay que añadir el hecho de que murió muy joven y pasó sus últimos años en las cárceles franquistas. Aunque los autores que siguen pertenecen a la época de la posguerra, es necesario citarlos aquí, Alejandro Casona y Max Aub, ya que inician en esta época su producción dramática. Si hubo alguien en esta generación que demostrase su inmensa capacidad como dramaturgo, ese fue Federico García Lorca. Mantuvo con gran entusiasmo la actitud generacional ante el hecho del ascenso de las masas populares a la cultura, y, al frente de “La Barraca” intentó que volviese al pueblo ese afán de consumo teatral que había caracterizado a los españoles del Siglo de Oro. Las circunstancias trágicas de su muerte, las políticas y las familiares junto a los rasgos de su personalidad extraordinaria, hicieron de Lorca el autor más conocido en el extranjero a pesar que no fue representado hasta los años sesenta (por la censura franquista). Dos características merecen ser destacadas: el apoliticismo y su afán didáctico, si bien no pretende enseñar, su didactismo es de carácter estético y no ideológico, aunque haya en él crítica social. Son muy importantes en su teatro los personajes femeninos que relegan al hombre a un mero móvil de las reacciones femeninas, un pretexto para el desarrollo de caracteres auténticos. Podemos concluir que los auténticos personajes de sus obras son los femeninos. Se ha reducido todo el cosmos dramático de Lorca a una única situación básica: el conflicto que genera el choque de dos principios; la autoridad contra la libertad. El lirismo también es un componente básico de su teatro, así, sus dos primeras obras El maleficio de la mariposa y Mariana Pineda están escritas íntegramente en verso. Las siguientes obras de Lorca forman un conjunto de cuatro farsas, dos para guiñol y dos para personas. En las dos para guiñol Los títeres de cachiporra y El retablillo de don Cristóbal los muñecos encarnan los instintos y las pasiones humanas simplificadas. Las farsas para personas están construidas con el juego de la danza y la pantomima. Son La zapatera prodigiosa y Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín y desarrollan un tema tradicional: la desigualdad en el matrimonio y la imposibilidad de la libertad. Lorca se interesó muy seriamente por el teatro en los primeros años de la República y, tras su viaje a Nueva York, irrumpe en su dramaturgia el elemento que más lejos pudo llevar la renovación teatral que Lorca pretendió: el surrealismo. Hemos de referirnos a dos obras consideradas como irrepresentables Así que pasen cinco años y El público, que nos han llegado en un estado fragmentario. La desconexión aparente de los fragmentos y el mundo del subconsciente hace complicada la interpretación. En este mismo apartado hay que incluir Comedia sin título, que se trata, al igual que El público, de una obra inacabada. En el último acto conservado se advierte un presagio del drama de la guerra. Las tragedias de ambiente rural es donde Lorca dio lo mejor de su genio. Se insertan dentro de la línea del neopopularismo al igual que las manifestaciones líricas del Romancero gitano. El secreto del neopopularismo consistió en eliminar lo superficial y ahondar donde la superstición popular, las faenas de la tierra y las relaciones humanas se hacen rito. En este sentido, son obras de primerísima calidad Bodas de sangre, Yerma y La casa de Bernarda alba. Lorca concibió Bodas de sangre y Yerma como parte de una trilogía (Trilogía dramática de la tierra española) cuya última tragedia no nos ha llegado y no está claro cuál hubiera podido ser. Con Bodas de Sangre inicia el drama popular de dimensión trágica, una síntesis de realismo y poesía. Es la tragedia del amor imposible por causa de las estructuras sociales que los personajes tratan de romper desesperadamente. Yerma es la tragedia de la mujer estéril y no tiene argumento, sólo es el desarrollo progresivo de un carácter que se obsesiona ante la imposibilidad de concebir un hijo y acaba asesinando a su marido, en el que depositaba toda su esperanza. Con el esposo mata al hijo. Merece ser destacada dentro del neopopularismo Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores, obra montada sobre valores esencialmente populares que retrata la vida de una señorita granadina que ve cómo poco a poco se va convirtiendo en esa cosa grotesca y conmovedora que es una solterona en España. A falta de la tercera tragedia que cierre la Trilogía de la tierra española, La casa de Bernarda Alba la sustituye con perfecta armonía con respecto a Bodas de sangre y Yerma. En esta tragedia han desaparecido los elementos líricos y predomina una prosa seca, directa y descarnada llena de patetismo y acento popular. En este Drama de mujeres de los pueblos de España, como lo calificó su autor, se condensan con una fuerza inusitada las grandes obsesiones del autor. El marco cerrado de la casa, sofocante, el luto impuesto y la prohibición de salir a la calle acentúan el erotismo trágico y la fatalidad que tiene sus raíces en el orgullo de la casta y la moral del honor y la autoridad representadas en la figura de la despótica Bernarda. Frente a ella están sus hijas en actitudes que van desde la sumisión a la rebeldía. Sin embargo, la muerte será la condena impuesta a la rebeldía de Adela, la hija pequeña, pues termina suicidándose. La madurez dramática de esta obra, escrita en 1936, poco antes de ser asesinado, indica que Lorca, de haber seguido viviendo hubiese llegado a ser la máxima estrella de nuestro teatro y una de las cumbres insuperables de la literatura universal de todos los tiempos.