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EL SABER FILOSÓFICO.
1.- Introducción.Os encontráis con una nueva asignatura. Como siempre, ante lo
desconocido uno reacciona de acuerdo con su propia personalidad:
Hay quien siente preocupación (incluso un poco de temor), quien
piensa que puede aportarle algo nuevo y mantiene una actitud
expectante, quien con lo que ha oído ya se ha hecho una idea y piensa
que es un rollo, quien ha concluido que es una asignatura más que hay
que aprobar, incluso quien pronostica que será una pérdida de tiempo
porque… ¿para qué me va a valer a mí la filosofía?
Bueno, estaría bien empezar planteándonos qué entendemos por
filosofía, qué creéis que vamos a estudiar en esta asignatura, si puede
haber algo interesante en su estudio, qué es lo que os han contado y
cuánto hay de verdad en ello… y ya estamos empezando a filosofar.
¿Os habéis planteado alguna vez lo diferentes que pueden ser las
interpretaciones que distintas personas hacen de una misma realidad?
Fijaos que eso nos lleva a otras cuestiones: ¿quién tiene razón?, ¿qué es
la verdad, entonces?, ¿puede uno estar seguro de una cosa y no ser
cierta?. Y ¿cómo lo sabemos?, seguramente dialogando, utilizando el
lenguaje para comunicarnos, ¿pensáis que hay otros animales en la
naturaleza que pueden comunicarse de la manera que nosotros los
hacemos?.
En fin, podríamos seguir encadenando preguntas y nos iríamos,
casi sin darnos cuenta, adentrando en el contenido del saber filosófico.
Hay una primera definición de filosofía, que es la que se basa en
su etimología, en el significado de los términos que componen la
palabra: filo (φυλοσ) – sofia (σοφόσ): amor a la sabiduría. Este término
se atribuye generalmente a un filósofo griego que conoceréis por otras
cuestiones, se llamaba Pitágoras y a él se dirigió el tirano León
llamándole sabio, a lo que Pitágoras contestó que él no era un sabio,
sino alguien que aspiraba a serlo, que amaba la sabiduría, que buscaba
el saber y el conocimiento.
Ese es el significado etimológico de la palabra filosofía: amor a la
sabiduría.
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Hoy desde muchos ámbitos, incluso el filosófico, se levantan voces
que anuncian la muerte de la filosofía en nuestro mundo. Parece que en
un momento en que la ciencia pretende llegar desde lo más recóndito
del ser humano a lo más alejado en el espacio ya no hay lugar para ese
tipo de reflexión, siempre frustrada, siempre recurrente, que más que
avanzar, profundiza, que más que progresar, golpea terca e
insistentemente el mismo lugar, sobre los mismos conceptos.
Y es que, tradicionalmente, la filosofía ha cumplido un buen papel
social. El filósofo en Grecia, poco menos que dirigía la sociedad.
Elaboraba constituciones, educaba a la juventud, justificaba la situación
establecida. Era una persona que, en realidad, cumplía una función
importante. En la Edad Media acercaba los misterios a las mentes más
racionalistas, servía a la teología para que ésta fuese creíble desde un
ámbito meramente humano. En el Renacimiento dirigía toda la cultura,
esa explosión de Humanismo, de pensamiento en ebullición, de clases
de saber, de planteamientos nuevos. Incluso la Ilustración necesitaba un
soporte teórico que, en definitiva, es aportado por la filosofía.
Pero parece ser que en el mundo actual la legitimación de la
realidad, de la situación, ya no debe venir de la filosofía, sino de la
ciencia. Se necesita una base absolutamente segura, y la filosofía ha
perdido esa capacidad de ofrecer seguridad que en otros tiempos
tuvo. Actualmente somos más prácticos, más técnicos, quién sabe si
menos personas, pero no importa.
De todas formas tampoco estoy seguro de poder definir filosofía
de una manera absoluta, es decir, que contemple todos los matices
que la actividad tiene y que expresa toda la amplitud y la profundidad
de su intención.
La filosofía se identificó con la sabiduría en Grecia. Santo Tomás la
definió como la ciencia de todas las cosas en sus últimas causas
utilizando sólo la luz natural de la razón humana. A partir de Descartes,
la filosofía se convirtió en el intento de llegar a descubrir un método
para llegar al conocimiento cierto. En Kant la filosofía se convierte en
una crítica a las desnaturalizaciones de la razón. Con Marx la filosofía
toma tierra y se transforma en una guía para transformar las condiciones
reales de la existencia. En Nietzsche es un grito desesperado en
defensa de la vida. En Wittgenstein se convierte en un mero análisis del
lenguaje, ya que es un saber sustantivo; y, en cambio, en Marcase y la
Escuela de Frankfurt es una crítica de la razón instrumental, de la razón
científico-técnica.
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Y a pesar de los pesares se sigue haciendo filosofía. Y a pesar de
haber decretado su muerte, la filosofía, como Lázaro, resucita
permanentemente y sigue transitando con mayor o menor fortuna, por
todos los caminos del mundo.
Y es que, de alguna manera, el proceso de humanización, eso
que nos hace ser los animales más especiales de cuantos existen, se
debe precisamente a la capacidad de interrogarnos por nosotros
mismos, por nosotros como individuos (cada uno de nosotros), y por
nosotros como sociedad (las distintas agrupaciones de las que
formamos parte) y eso no es otra cosa que filosofar.
Se convierte así la filosofía en una nota característica, definitoria
de nuestra realidad como especie, constitutiva de eso que nos
conforma, que nos hace, que nos realiza.
2.- El origen de la filosofía.
Existe un gran acuerdo entre los especialistas en situar el
nacimiento de la filosofía en las poleis de Asia Menor sobre el Siglo VI
a.C., concretamente en la región de Jonia (una colonia griega) y,
concretando aún más, en la polis de Mileto.
En el Siglo VI a.C. la Hélade, o mundo griego, ocupaba buena
parte de las costas del Mediterráneo. Jonia, en Asia Menor, era uno de
sus centros más activos. Aquí se habían establecido los antiguos aqueos
(huyendo de la arrasada Micenas) y aquí había “escrito” Homero sus
obras. Además, en esta época Grecia sufrió una importante
transformación socio-económica. Antes era un país primordialmente
agrícola, pero a partir de entonces comenzó a desarrollarse cada vez
más la industria artesana y el comercio. Se hizo necesario entonces
fundar centros de presentación comercial que, precisamente surgieron
primero en las colonias jónicas. En la polis de Mileto, el centro
económico más importante, Tales será el primer filósofo.
2.1.-La religión: religión pública y religión mistérica.
Se suele dividir la religión de los griegos en pública y mistérica. La
pública será la practicada por la mayoría de los ciudadanos y estará
basada fundamentalmente en los mitos de Homero y Hesíodo (es lo que
se conoce como mitología griega). La mistérica surgirá cuando una
serie de personas se sienten decepcionados por la religión pública y
fundan una serie de sectas donde practican cultos alternativos al oficial.
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La religión pública era fundamentalmente politeísta: una gran
cantidad de deidades que representaban fuerzas naturales a través de
formas humadas idealizadas (Zeus, del rayo; Eolo, del viento; Efestos, del
fuego; etc.). Los dioses son hombres amplificados e idealizados y, en
consecuencia, sólo difieren de esos hombres en cantidad y no en
cualidad. Al ser, fundamentalmente, representantes de las fuerzas
naturales y no ser cualitativamente distintos a los hombres, se considera
la religión griega como una forma de naturalismo. Así, lo que esta
religión exige del hombre no es un radical cambio interior, un elevarse
por encima de sí mismo, sino, por el contrario, seguir su propia
naturaleza. Todo lo que se pide al hombre es que haga en honor a los
dioses aquello que es conforme a la propia naturaleza. Por ello, un tema
fundamental en el pensamiento griego, será la naturaleza.
La religión de los misterios se alejaba de esta visión (si bien se
enmarcaba en su politeísmo general) y se centraba en unas creencias
específicas con unos rituales propios. La religión no oficial más
importante fue la representada por los misterios órficos. El orfismo fue
fundado por el poeta Orfeo, del que no tenemos ningún registro
histórico, y basa su importancia en introducir un nuevo esquema de
creencias y una nueva interpretación de la existencia humana. El
núcleo de estas creencias puede centrarse en lo siguiente: el hombre
alberga un principio divino (un demonio o alma) que se encarna en un
cuerpo debido a una culpa originaria. Este demonio no muere con el
cuerpo sino que va reencarnándose buscando su purificación y la plena
expiación de su culpa. Cuando acaba este ciclo de reencarnaciones el
alma va a un más allá donde es premiado. Esta idea de premios y
castigos de ultratumba surge cuando el hombre se enfrenta al absurdo
de que en esta vida los virtuosos sufren y los viciosos gozan. Con esta
concepción surge el dualismo que caracterizará gran parte de la
historia de la filosofía y cae en declive el naturalismo de la religión
pública, ya que para purificarse, el hombre ha de renunciar a sus
impulsos naturales y dejar en soledad el elemento divino: hay que
desprenderse del cuerpo. Esto tendrá gran influencia en los pitagóricos y
en Platón.
2.2.- Características fundamentales del mito. Homero y Hesíodo.
Los mitos constituyen uno de los primeros intentos del ser humano
de hacerse cargo del mundo que le rodea: explicar y dominar la
naturaleza y, también, comprender quién es el mismo. Este tipo de
narraciones ocupó un lugar importante en la evolución de muchos
pueblos, entre ellos el griego, porque les proveyó de sus primeras
descripciones y explicaciones del mundo: de su entorno natural, de los
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fenómenos atmosféricos, de las principales culturas o de la vida de
ultratumba. Los principales rasgos que comparten los mitos serán los
siguientes:
a) Recurren a personajes legendarios. Dioses o grandes
héroes serán los protagonistas de los relatos. Los
dioses serán personificaciones de los fenómenos
naturales
que
pretenden
explicar
(antropomorfismo).
b) Ocurren en un pasado remoto prestigioso. El presente es
visto como una época degenerada de una anterior
Edad de Oro en el que ocurrieron todos aquellos
grandes eventos
c) Son relatos imaginativos y fantásticos. Aunque se basan
en una atenta observación de la realidad y de los
problemas fundamentales de la existencia, sus
explicaciones no son racionales porque no se
justifican ni se demuestran. Los fenómenos que se
describen no obedecen a leyes precisas y
comprobables, sino a la voluntad caprichosa de los
dioses, a sus disputas y amores. Por lo tanto, la
realidad es caótica y arbitraria, poco ordenada.
d) El autor es siempre desconocido y colectivo. Los mitos no
son fruto de la creación consciente e intencionada
de una persona concreta a quien se le puedan
atribuir, sino que son consecuencia de una
formación lenta, espontánea y popular.
e) Poseen un carácter tradicional y acrítico. Al ser anónimos
y, además, normalmente no están escritos, se
transmiten de padres a hijos. Los miembros de una
cultura reciben los mitos y lo aceptan, pero no
participan activamente en su formación. Los mitos
no se critican ni se modifican, se aceptan y asumen
tal y como vienen dados por la tradición.
2.3.- El paso del Mito al Logos.
Características fundamentales del logos.
La filosofía surge como un tipo de conocimiento distinto y, en
muchos sentidos, opuesto al mito, en torno al siglo VI a.C. con los
pensadores de la escuela de Mileto. Por esa razón, el origen de la
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filosofía suele caracterizarse con la expresión el paso del mito al logos.
La palabra logos significa en griego razón, discurso, palabra; es decir, el
paso del mito al logos va a suponer el paso progresivo de unas
explicaciones de la realidad de tipo mítico a otras de tipo racional.
Veamos las características fundamentales del nuevo pensamiento
racional:
a) No recurre a personajes legendarios. La razón o logos,
intenta explicar la realidad a partir de la observación
directa de lo que ocurre, buscando en ella principios y
causas naturales. Las explicaciones se hacen entonces
menos antropomórficas (el rayo ya no es un dios, sino un
fenómeno natural que obedecerá a causas naturales) En
general, los primeros filósofos van a mantener un cierto
escepticismo hacia los dioses.
b) Se centra en el presente. Para explicar lo que ocurre no
hace falta irse a un pasado remoto lleno de dioses y
héroes. Hay que observar la realidad aquí y ahora y
explicarle desde este mismo presente.
c) Las explicaciones requieren justificación racional. Las
descripciones de la realidad no se aceptan sin más, sino
que se intentan dar razones, justificar racionalmente el
por qué. Parten de la observación e intentan explicarla
racionalmente. La realidad se hace entonces ordenada,
sujeta a leyes y principios y no ya sujeta a los caprichos y
vicisitudes de la vida de los dioses.
d) El autor es conocido e individual: la filosofía no es
anónima ni creada popularmente por la tradición. Cada
filósofo será conocido por sus propias teorías. Así
hablaremos de la filosofía de Platón o de Kant.
e)
Es crítico con la tradición. La filosofía no va a aceptar nada
sin un previo análisis crítico. El logos va a dudar de todo aquello
que no sea racional y como el mito esencialmente no lo es,
será muy crítica con el mito. Autores como Jenófanes serán
muy críticos con la religión pública
Los físicos jonios: el logos teórico.
Los primeros desarrollos filosóficos parecen haber surgido a
principios del siglo VI a.C., en Jonia, en la costa oeste del Asia Menor (la
actual Turquía, justo al otro lado del mar Egeo desde la Grecia
continental). Más concretamente hizo aparición en la ciudad de Mileto,
en la costa sur de Jonia, de la mano de TALES, ANAXIMANDRO y ANAXÍMENES,
extendiéndose posteriormente por todo el territorio.
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Mientras la misma Grecia se hallaba en un estado de caos y de
relativa barbarie, a consecuencia de las invasiones dorias que
hundieron la antigua cultura egea, Jonia conservó el espíritu de la
civilización anterior. Fue en Jonia donde se originó la nueva civilización
griega. Jonia, donde la vieja sangre y el espíritu egeos perduraron más.
Enseñó a la nueva Grecia, le dio las monedas acuñadas y las letras, el
arte y la poesía, y sus marinos, quitándoles la primacía a los fenicios,
llevaron su nueva cultura hasta los que entonces pasaban por ser los
confines de la tierra.
La filosofía nació allí con el carácter de una actividad ociosa, es
decir, no impulsada por las necesidades de tipo práctico, sino ocupada
tan sólo de la verdad: como un modo de saber que sólo pretende
saber.
Lo que salta claramente a la vista en la figura de los primeros
filósofos –que no se atribuyeron, naturalmente, a sí mismos este nombre
platónico- es su peculiar actitud espiritual: su consagración
incondicional al conocimiento, al estudio y la profundización del ser por
sí mismo. Esta actitud pareció a los griegos posteriores, y aun a los
contemporáneos, algo completamente paradójico, pero suscitó al
mismo tiempo, su más alta admiración. La sosegada indiferencia de
aquellos investigadores por las cosas que parecían importantes al resto
de los hombres, como el dinero, el honor, e incluso la casa y la familia;
su aparente ceguera para sus propios intereses y su indiferencia ante las
emociones de la plaza pública, dieron lugar a las conocidas anécdotas
relativas a la actitud espiritual de aquellos pensadores que, recogidas
especialmente por la Academia platónica y por la escuela
peripatética, fueron puestas como ejemplo y modelo de la vida
teorética, considerada por Platón como la verdadera praxis de los
filósofos. En estas anécdotas el filósofo es el gran extravagante, algo
misterioso, pero digno de estima, que se levanta por encima de la
sociedad de los hombres, o se separa deliberadamente de ella para
consagrarse a los estudios. Es ingenuo como un niño, torpe y poco
práctico y existe fuera de las condiciones del espacio y el tiempo. El
sabio TALES, abstraído por la observación de algún fenómeno celeste,
cae en un pozo, y su criada, natural de Tracia, se burla de él porque
quiere saber las cosas del cielo y no ve lo que hay bajo sus pies.
PITÁGORAS, al serle preguntado por qué vive, responde: Para considerar
el cielo y las estrellas. ANAXÁGORAS, acusado de no cuidar de su familia ni
de su patria, señala con la mano hacia el cielo y dice: Allí está mi patria.
Común a todos es esta incomprensible consagración al conocimiento
del cosmos, a la “meteorología”, como se decía todavía entonces en
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un sentido más amplio y más profundo, es decir, a la ciencia de las
cosas de lo alto.
Lo que no saltaba tan claramente a la vista, y sin embargo
constituía el verdadero manantial de la filosofía, era que los
presocráticos repiensan la forma mítica de considerar la realidad y se
dicen: ¿cómo va a estar el fundamento o principio de las cosas que
ahora existen en un pasado?; ¿cómo se puede pensar que lo que hace
que algo sea real no sea él mismo ya real, sino lo que lo fue?; el pasado
es “lo que ya no es” y el futuro es “lo que todavía no es”, pero entonces,
en rigor, ni el pasado ni el futuro son. ¿Cómo entonces el no-ser va a ser
fundamento y origen del ser? Véase lo decisivo de su concepción del
tiempo: en el mito, “lo que ya no es” es; ¿se puede decir un absurdo
más grande? esto es para nuestros amigos una pura contradicción,
locura desatada. Ellos piensan: sólo el presente es. Y de pronto el mundo
se les ilumina: ¡se ha hecho la luz, el fundamento de las cosas está en las
cosas! El fundamento no es independiente de lo fundado y viceversa. Un
objeto pasado o futuro no es objeto en absoluto. Los objetos sólo lo son
en presente, por ejemplo: la lluvia llueve. A esta indisoluble unidad de
verbo y nombre, sin la que es imposible pensar nada real, es a lo que
habitualmente se denomina physis. Aquello que se busca es, sin
embargo, el arjé (que significa principio y se escribe αρχή en griego).
La filosofía o cosmología jonia es pues, principalmente, un intento
de aclarar en qué consiste el principio de todas las cosas o dicho de
otro modo, en qué consiste su ser. El saber qué elemento eligió cada
filósofo como arjé no importa tanto, cuanto el hecho mismo de que
tuvieron en común esta idea. En este caso es más importante la
pregunta que las respuestas, porque se trata de dar una explicación de
la naturaleza desde la propia naturaleza, de intentar explicar su
composición, sus cambios, los fenómenos que en ella se producen,
desde sí misma, sin recurrir a fuerzas ajenas, míticas, divinas, que, por lo
mismo, son caprichosas, frente a la explicación natural que exige una
constancia, una necesidad, una fijeza. Aquí tenemos el principio del
pensar racional, de la filosofía y de la ciencia.
La escuela de Mileto, denominada así por proceder TALES,
ANAXIMANDRO y ANAXÍMENES (siglo VI a.C.) de esta ciudad de la costa sur
de Jonia, propusieron una explicación monista, es decir, defendieron la
existencia de un único principio de toda la realidad.
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TALES DE MILETO:
Dos ideas principales:
1. “La tierra flota sobre el agua que es, en cierto modo, la fuente
de todas las cosas”.
2. “Incluso los seres aparentemente inanimados pueden estar
vivos, el mundo está lleno de dioses”
Ambas ideas presentan la posibilidad de ser interpretadas de
diversos modos. ¿Quiere decir que todas las cosas proceden del agua,
o que el agua es un constitutivo de todas las cosas y no sólo su origen?
¿Podemos decir que todas las cosas tienen un alma o que el mundo,
como un todo dinámico, posee alma?.
ANAXIMANDRO
Anaximandro se plantea cómo de un elemento determinado (el
agua) puede surgir su contrario (el fuego, por ejemplo) y para
solucionarlo piensa que el “arjé” es el “ápeiron”, que se puede traducir
por indefinido, ilimitado, infinito, indeterminado, en definitiva, falto de
límites.
El problema que plantea lo “ápeiron” es el de su naturaleza, ya
que para unos será algo conceptual y para otros será algo material. Y
de cualquier manera, sigue planteando el problema de cómo a partir
de algo indeterminado puede surgir algo determinado.
ANAXÍMENES
El principio constitutivo de todo para Anaxímenes es el aire. Para
algunos esto significa un retroceso respecto de Anaximandro, pero si nos
damos cuenta, realmente viene a solucionar el problema que éste se
planteaba, ya que el aire no tiene un contrario determinado y, además,
es un elemento determinado, con lo que soluciona el problema de lo
“ápeiron”. Además, el aire tiene una similitud con el “pneuma” (aliento)
que para los griegos es el alma, por lo que el aire parece el “pneuma”
del mundo.
Otros filósofos presocráticos importantes son:
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JENÓFANES
Para su temática plantea el problema de dónde encuadrarlo.
Critica la inmoralidad y el antropomorfismo de los dioses homéricos.
Resalta tres notas de dios: su unidad, su no antropomorfismo y su
inmutabilidad. Critica además el alcance del conocimiento humano del
que parece sugerir su relatividad.
PITÁGORAS
Se ha especulado con la posibilidad de que no sea una persona
física, aunque los últimos estudios sí se inclinan por esta posibilidad (que
es una persona física). Funda una secta de tipo religioso-intelectualpolítico, secreta y con ritos un tanto extraños. Cualquier descubrimiento
de la secta se atribuye a Pitágoras. Entre las teorías que podemos
considerar suyas están: la transmigración de las almas; la idea de
purificación progresiva mediante la contemplación del orden del
universo; la reducción de las cosas a números; el dualismo.
Otros pitagóricos posteriores tienen ideas como la existencia del
vacío, como que la tierra no es el centro del universo, sino que el centro
es el fuego, sobre el que giran las estrellas.
HERÁCLITO
Se ha pretendido un enfrentamiento real con Parménides, hoy
descartado. Por ello, se le considera el filósofo del devenir, dado que
pone de manifiesto la universalidad del cambio. Ello implica una
valorización de los sentidos, desvalorizados por las concepciones
pitagóricas. Pero, por debajo de esa universalidad del cambio,
defiende una unidad subyacente, el “logos universal”.
El problema que se plantea Heráclito es: ¿es el hombre capaz de
captar esa unidad? Se ocupa en mayor medida que sus antecesores
del tema del hombre. Su primer principio es “los hombres deberían tratar
de comprender la coherencia subyacente a las cosas”, en decir, el
logos universal. Este logos le lleva a considerar que los opuestos son lo
mismo y la misma unidad depende del equilibrio de los opuestos: “la
guerra es el padre de todas las cosas”. Establece una similitud con el
fuego. En sus concepciones religiosas se acerca a las posiciones de
Jenófanes.
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PARMÉNIDES
La concepción clásica hace de él el filósofo de la estabilidad
frente a Heráclito, según esta concepción Parménides negaría la
posibilidad del movimiento. Su teoría es el desarrollo lógico de un primer
principio: “El ser y el no-ser no es”, el devenir, el cambio es mera ilusión,
porque si algo empieza a ser, una de dos, o procede del ser, en cuyo
caso ya es y por tanto no empieza a ser, o procede del no ser y
entonces no es, puesto que de la nada, nada procede.
Esto lo llama Parménides “Vía de la Verdad”, ya que él distingue
tres vías de conocimiento o investigación: La de la Verdad (o del ser); la
del No Ser y la de la Opinión. Sólo la primera es una auténtica vía de
conocimiento. Se suma a la tradición de desprestigio de los sentidos
como forma de conocimiento. “Lo mismo es el pensar que el ser”. Todas
las características del Ente se deducen de la primera afirmación y estas
características son que el Ser es completo, increado (inengendrado),
imperecedero (eterno), indivisible, compacto, inmóvil, homogéneo.
Su filosofía contiene los gérmenes del idealismo posterior. De todas
formas la Vía de la Opinión, deja abierta la posibilidad de un cierto
cambio a nivel local y nos lleva a un cierto conocimiento de la realidad.
Según esta interpretación lo que Parménides negaría es que el Ser
pueda ser engendrado o desaparecer y que pueda ser trasladado en
bloque de lugar.
Seguidores de Parménides son Zenón de Samos y Meliso.
Hasta ahora hemos visto filósofos que piensa que hay un solo arjé
como principio constitutivo de la physis, por eso se llaman “monistas”
(uno, en griego), a partir de aquí surgen una serie de filósofos llamados
“pluralistas”, porque entienden que son varios los últimos constitutivos de
la naturaleza y, de esta manera, pueden explicar mejor el cambio, el
movimiento, recurriendo a la “teoría de las mezclas”.
EMPÉDOCLES
Más que crear una filosofía, intenta conciliar el pensamiento de
sus predecesores.
Parménides había sostenido que el ser es y que es material y que
el ser no puede nacer ni desaparecer, por tanto la materia no tiene
principio ni fin, es indestructible. Ello es aceptado por Empédocles.
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Pero el devenir, puesto de relieve por Heráclito, no se puede
negar, por tanto hay que encontrar el modo de conciliar la tesis de que
el ser no puede empezar a ser ni desaparecer con la tesis del
movimiento y el cambio. A ello viene la teoría de las mezclas.
El objeto, en cuanto un todo, comienza a ser y deja de ser, pero
están compuestos de partículas materiales que son en sí mismas
indestructibles. Por tanto, hay unos elementos inengendrados e
indestructibles (aire, agua, tierra y fuego), pero varían en la proporción
en que se mezclan. Ello está regido por el “amor” (armonía) y el “odio”
(discordia).
ANAXÁGORAS
Sigue la teoría de las mezclas, pero más complicada que
Empédocles. Habla de “partículas homeómeras”, “en todo hay una
porción de cada cosa”.
Su gran idea es el “nous” que rige las mezclas.
ATOMISTAS
Llamamos atomistas a Leucipo y Demócrito. Ellos piensan que
existen unas partículas últimas, indivisibles (eso significa átomo) y entre
ellas el vacío, en el que se mueven. Como los átomos tienen diferentes
formas, en su movimiento, se van generando diversos “choques” y
“aclopamientos” que dan lugar a las diversas formas de la realidad y a
sus cambios y movimiento.
Ethos y polis: el logos práctico.
El logos teórico se nos ha mostrado como razón, ley o medida que
rige toda la actividad intelectual. Al analizar la índole del logos
comprendemos que esas leyes no proceden del capricho o de la
voluntad de los hombres, sino que naturalmente subyacen como
requisitos del pensar. Son leyes naturales, contrapuestas a las
convencionales. El logos teórico estudia la naturaleza, ahora bien, ¿qué
pasa con el ser humano, con su comportamiento, su propia naturaleza,
su convivencia, su sociedad?. Esto lo analiza el logos práctico.
¿Existe un logos práctico natural? ¿Existen leyes naturales de la
convivencia? Convivir es naturalmente, algo más que coincidir en el
espacio y el tiempo. La unidad espiritual a que aludimos con la
convivencia se plasma en la cultura y tiene como elemento
indispensable el lenguaje (sin lenguaje o comunicación no hay
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convivencia). La convivencia es tanto mejor cuanto mayor es la
comunicación. La comunicación admite grados: hay signos que
entenderían todos los seres humanos independientemente de su idioma,
pero parece indudable que es el desarrollo del lenguaje y su carácter
comunitario lo que permite la comunicación y la convivencia. El
desarrollo de espacios físicos que fomenten la palabra será
imprescindible para el pueblo griego.
A partir de aquí, todas las manifestaciones culturales de Grecia
están presididas por una preocupación por el hombre. Se trata de una
cultura antropocéntrica, como define la famosa sentencia de
PROTÁGORAS: “el hombre es la medida de todas las cosas” o la de
MENANDRO: “nada es más amable que el hombre cuando es hombre”.
El otro elemento a que debemos aludir al hablar de logos práctico
(razón, ley, medida, orden) es el de derecho. El derecho es un cierto
poder moral (no físico ni intelectual) por el que cada uno recibe lo que
es justo. En función de qué consideremos que merece cada individuo y
cada estamento social, obtendremos diversos sistemas políticos:
monarquía, aristocracia, timocracia/democracia, oligarquía, tiranía.
Los sofistas.
En el conjunto de la cultura Griega, con su siempre presente ideal
de formación humana, hallamos en la sofística el momento cultural en
que este ideal se hace plenamente consciente. Hacia el siglo V a. C.,
en tiempo de Sófocles, se inicia un movimiento espiritual de incalculable
importancia para la posteridad: es el origen de la educación en el
sentido estricto de la palabra: la paideia.
Los sofistas o maestros de sabiduría, como los llamaban sus
contemporáneos y pronto se designaron a sí mismos, se ofrecían a
enseñar la virtud política -elevando su aptitud intelectual y oratoria, que
en las nuevas condiciones del siglo V era lo decisivo- a cambio de
dinero.
Los pocos conocimientos que tenemos de ellos proceden
principalmente de sus adversarios. Representan, como tantas veces se
ha dicho, la Ilustración de la Grecia clásica y, por tanto, la
desmitificación de la vida griega, la crítica atrevida de las costumbres y
las creencias, y la secularización. Son la manifestación (también una de
sus causas) de una situación espiritual inédita en la que los atenienses
habían dejado de creer en sus tradiciones, en sus dioses y en su pasado.
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En la obra de los sofistas es el hombre el que va a ocupar el
centro de todas las cosas. No hay ninguna verdad, ningún principio
superior, ningún absoluto por encima del hombre, ninguna medida
objetiva a la que éste deba ajustarse, nada ante lo que el hombre esté
obligado a inclinarse.
Son auténticos maestros de la retórica, que enseñan a la juventud
deseosa de éxitos políticos a desenvolverse en el ágora, la asamblea o
los tribunales. La vida intelectual tomaba para ellos el cariz de una
competición deportiva en la que el aplauso del público tenía la última
palabra.
El más famoso de los sofistas es PROTÁGORAS DE ABDERA (480-415). Se
dice que fue fundador de la gramática. El fragmento más significativo
de su pensamiento es: “el hombre es la medida de todas las cosas, de
las que son en tanto que son, y de las que no son en tanto que no son”.
Ahora bien, si el hombre es la medida de las cosas, las cosas no tienen
medida objetiva. Si el hombre es la medida o ley de las cosas, no hay
leyes naturales. Se trata de la disputa entre las nociones de physis y
nomos (naturaleza y convención).
El otro gran sofista es Gorgias, que define su arte como arte
oratorio y afirma que está dispuesto a formar en tal arte a todos lo que
lo deseen. Se vanagloriaba de haber contestado a cuantas cuestiones
se le habían propuesto, ofreciéndose después a verificar lo
argumentado. Forma parte de la primera generación de sofistas junto
con Protágoras con quien compartió el presupuesto básico de su
filosofía: el relativismo y el escepticismo. Nos movemos en el mundo de
la mera opinión, siendo la verdad para cada uno de nosotros aquello
que nos persuade como tal. La retórica es la técnica de la persuasión, y
el sofista, el maestro de la opinión.
El relativismo de Protágoras pasa a ser en Gorgias escepticismo, al
declarar falsas todas las opiniones (puesto que ninguna opinión puede
ser contrastada con la realidad).
En este ambiente surge, con el derrumbe de las tradiciones, la
contraposición physis-nomos, lo natural y lo convencional, y lo que se
descubre fruto de la convención se considera relativo, mudable,
arbitrario, perecedero. Todo el orden de las cosas humanas aparece
como mudable y contingente. Surge así el problema en torno a la ley
natural y la pura arbitrariedad de la ley positiva.
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Cabe destacar la postura de CALICLES, para el que la justicia natural
ordena el sometimiento de los débiles a los fuertes, mientras que la
justicia legal, es considerada como barrera puesta por los débiles, para
someter a los fuertes.
Sócrates.
Frente a todo el movimiento sofista se alza SÓCRATES, principal
interlocutor de las obras platónicas y creador de un movimiento cultural
que haría del pensamiento heleno, el fundamento mismo de todo
occidente y de la racionalidad. Hijo de SOFRONISCO y FENARETA, nació en
el año 470 a. C. Fue en tres ocasiones a la guerra, donde parece que
dio muestras de gran valor y dominio de sí. Se casó con la proverbial
JANTIPA, casi tan famosa como él; esta mujer ruidosa y vulgar, hostigaba
continuamente a SÓCRATES exigiéndole que trabajara. Quizá es cierto
que un día llegó a arrojarle un cubo de agua sucia cuando el maestro
se hallaba en plena conversación filosófica. SÓCRATES era pobre y, sin
embargo, no necesitaba nada. Se contaba que, ante la puerta de una
tienda repleta de objetos, exclamó: “¡Cuánto es lo que necesitan los
atenienses!”. ARISTÓTELES lo presenta descalzo. Vivía como un holgazán,
dedicado por completo a la conversación con los conciudadanos.
Cualquiera podía, de repente y sin desearlo, convertirse en su
interlocutor. Parsimonioso, regordete, feo, entabla conversación con el
general y el zapatero, con el estadista y el arriero.
El diálogo socrático tiene dos momentos. En primer lugar –ironía
socrática-, mediante una serie de preguntas hábilmente dirigidas, pone
de manifiesto la superficialidad e inconsistencia de las ideas
dominantes. Quiere evidenciar la ignorancia, pues es el primer paso
hacia el auténtico saber: el deseo de saber, como paso obligado hacia
la sabiduría verdadera. Así cobra valor la sentencia del oráculo en
Delfos: “Sócrates es el más sabio de los mortales” al saber de su
ignorancia: “Sólo sé que no sé nada”.
Cabe pensar que bajo este aspecto se formula una de las
grandes discrepancias entre los sofistas y Sócrates. La virtud no se puede
enseñar porque no es conocimiento objetivo sino reconocimiento de la
ignorancia. La virtud no es sabiduría sino filosofía.
El segundo momento del diálogo es la mayéutica, arte que dice
haber aprendido de su madre que fue comadrona. Sócrates finge
actuar únicamente como partero, incapaz de pensar por sí mismo y por
propia cuenta. Sin embargo, el interlocutor acabará por confesar que
15
ha dicho más cosas de las que creía saber. Ha vuelto a encontrar lo que
ya sabía: conocer es recordar la verdad que llevaba dentro.
El concepto universal y el Bien: para Sócrates, más allá de los
entes particulares sensorialmente, se encuentra el universal concebido
por la mente, el concepto, que ya no depende de la percepción de los
hombres, sino que es una y es verdadera en sí, aunque los hombres la
desconozcan o la ignoren.
En segundo lugar, Sócrates buscaba el Bien en sí mismo. En el
orden moral se eleva desde lo meramente deseado hacia lo deseable
como tal, aquello que es bueno en sí y por sí.
(Pondré un ejemplo que aclare la objetividad con que Sócrates se
enfrenta a los universales y al Bien: algunas culturas indias (los calatias)
practican el canibalismo de sus progenitores al morir estos; para un
griego del s. V eso sería algo horrible, pues lo adecuado es quemar a los
muertos. Aparentemente es muy distinto lo que hacen, pero en el fondo
es lo mismo, ya que ambos intentan rendir respeto a sus padres. De
hecho el escándalo nace en ambos porque creen que el otro no les
está rindiendo el respeto merecido. De todo ello se desprende que tras
las aparentes diferencias se encuentran los universales).
El intelectualismo moral: para Sócrates, el mal es un cálculo
erróneo de aquel que busca el bien. El bien es lo amable, por tanto,
dirigirnos hacia aquello que por definición se odia, es tanto como no
haberlo reconocido como malo. En definitiva, nadie hace el mal a
sabiendas.
CONCLUSIÓN: Somos hijos de los griegos, y si queremos entendernos, los
tendremos que entender a ellos.
3.- Panorámica de la historia de la filosofía.
“Todo gran filósofo se nutre del pensamiento que le ha precedido
e influye en los venideros. Cuando Pitágoras descubre que los números
pueden expresar la esencia de las cosas, da un paso de gigante en el
desarrollo intelectual de Occidente. Desde entonces, el mundo deja de
estar dominado por potencias oscuras e indescifrables, pues el número
expresa orden, racionalidad y verdad. Dos mil años más tarde, Galileo
confirmaba la genial intuición pitagórica: Que el universo es un gran
libro abierto, escrito en el lenguaje de la matemática y la geometría.
16
Por otra parte, la reflexión filosófica siempre es hija de su tiempo.
En el siglo de Pericles hubiera sido imposible una discusión sobre la
experimentación con embriones humanos, pues tal posibilidad ni
siquiera existía. Sin embargo, la libertad política real, estrenada por
entonces, hizo que Platón y Aristóteles, al escribir la República y la
Política, iniciaran el gran debate sobre la democracia y las demás
formas de gobierno. En concreto Platón, desengañado por la injusta
muerte de Sócrates y por la derrota de Atenas en la guerra del
Peloponeso, escribió la República para denunciar los defectos de la
democracia. Después de dos milenios, al hilo de sus experiencias
históricas, Marx escribía El Capital para denunciar los efectos perversos
del capitalismo y Popper La sociedad abierta y sus enemigos para
denunciar, a su vez, el totalitarismo marxista.
Especialmente hija de su tiempo es la reflexión filosófica sobre la
ambivalencia del progreso científico y tecnológico. Por una parte,
conocimiento, liberación y bienestar. Por otra, contaminación masiva,
experimentación inhumana y tecnologías de la muerte, como Auschwitz
y el Gulag” o la propia energía atómica.
(“la filosofía en su historia”, pág. 39 y 40 de Filosofía y ciudadanía, de J.R.
Ayllón).
Este texto es esclarecedor del sentido de las preguntas, siempre,
en cierto modo, repetidas, y, en cierto modo, nuevas.
Suele dividirse la Historia de la Filosofía en cuatro grandes
períodos:
Época antigua, que iría desde el s. VI a. C. hasta el siglo III d. C.,
abarca la filosofía desarrollada en Grecia y Roma. En ella podemos
destacar, a grandes rasgos, los presocráticos, que ya hemos visto,
Sócrates y los Sofistas, de los que también hemos hablado, dos grandes
filósofos que constituyen la época clásica, Platón y Aristóteles. Y lo que
se conoce como período helenístico, donde se desarrolla el epicureísmo
(Epicuro), el estoicismo (Zenón de Citio) y el cinismo (Diógenes). En la
época romana tiene lugar el neoplatonismo de Plotino.
Platón y Aristóteles constituyen un hito fundamental en la historia
de la filosofía, de hecho, todo el pensamiento posterior se referirá de
uno u otro modo a ellos, porque sistematizan dos formas enfrentadas de
abordar la realidad: El idealismo o racionalismo (Platón) y el empirismo o
realismo (Aristóteles). Estos pensadores desarrollan grandes sistemas que
17
intentan dar explicación de todo: La realidad, el ser, el conocimiento, la
naturaleza, la ética, la política, incluso la lógica (Aristóteles).
En el período helenístico, los distintos filósofos, también conocidos
como Socráticos
menores
(frente
a Platón), se
dedican
fundamentalmente al ámbito de la ética, su objeto es la búsqueda de
la felicidad, que ya no se va a encontrar en la actividad política, en la
participación en los asuntos de la polis, sino que sólo va a poder
conseguirse a través de una vida tranquila (ataraxia o apathía), sin
miedos o expectativas irracionales, viviendo en comunión con la
naturaleza, huyendo del dolor y de las frustraciones y constituyendo
pequeñas sociedades de amigos, no en el tráfago de la polis y su
gobierno (como pretendían Platón y Aristóteles).
Época medieval. Es uno de los periodos más largos, abarcaría
desde el s. III al s. XV. En esta época confluyen múltiples culturas y
religiones: Cristianismo, judaísmo, islamismo, la herencia grecorromana.
El tema esencial que se plantea la filosofía medieval es la relación entre
razón y fe, entre filosofía y teología, ¿son ambas distintas caras de un
mismo proceso de conocimiento?, ¿so, al menos compatibles?, ¿nos
llevan a la misma verdad?.
Tres autores destacan sobre el resto: San Agustín, que es el
máximo representante de la Patrística (nombre que se debe a los Santos
Padres de la Iglesia, pensadores que se propusieron sentar la base de la
interpretación de los Evangelios, al mismo tiempo que su difusión). Santo
Tomás es el más grande representante de la Escolástica, elaboró las
famosas cinco vías de acceso racional al conocimiento de la existencia
de Dios. Para él no puede haber contradicción entre fe y razón, ya que
la verdad es una y Dios no puede equivocarse. El tercero es Guillermo
de Ockham, representa la crisis de la Escolástica y se le conoce como la
puerta de entrada a la época moderna. Su teoría más destacada es el
Nominalismo, que defiende que no existen ideas o conceptos
universales, sólo individuos que se asemejan entre sí, en ese sentido los
humanos utilizaríamos nombres para referirnos a esas agrupaciones,
pero eso no significa que haya una esencia que compartan todos esos
individuos.
Época moderna, que iría del s. XV al s. XIX. Empieza con el
Renacimiento, una vuelta a la cultura grecolatina y un claro auge del
humanismo, se sustituye el teocentrismo de la época anterior por un
antropocentrismo, la preocupación fundamental, el centro de nuestro
conocimiento y nuestra actividad ya no va ser Dios, sino el propio
hombre, reivindica, por tanto, la dignidad y el valor de la persona.
18
Tienen lugar una serie de movimientos filosóficos muy interesantes,
además del Humanismo (Erasmo de Rotterdam), desde el pensamiento
utópico (Campanella, Tomás Moro) hasta el realismo político
(Maquiavelo), desde una nueva concepción de la naturaleza (Roger
Bacon) hasta la revolución científica (Copérnico, Galileo).
En esta época se produce un gran desarrollo de las ciencias
empíricas y por ello también un gran interés por determinar los límites del
conocimiento, su origen, cómo se produce en realidad, qué es
auténtico conocimiento, cómo llegar “de verdad” a la verdad. Nace el
Racionalismo (Descartes), que apoya su filosofía en el conocimiento
matemático, el problema del conocimiento es un problema de método
y tendremos que encontrar, al menos, una primera verdad evidente
sobre la que sustentar adecuadamente el edificio de nuestros
conocimientos, las verdades son universales y necesarias y el
conocimiento real se produce a través de la mente, no de los sentidos
que pueden confundirnos. Enfrentado a este movimiento se encuentra
el Empirismo (Hume), para él el punto de partida del conocimiento es la
experiencia sensible, conocemos a través de los sentidos, la mente sólo
trabaja sobre la información que recibe de la percepción. Sin ser un
movimiento estrictamente filosófico, pero, sin duda ninguna con una
gran base filosófica, se produce la Ilustración, que es también un
movimiento político, social cultural, literario… Su logro más importante es
poner en el primer plano del pensamiento la reivindicación de la
emancipación humana, la libertad, la tolerancia, la capacidad de
progreso, la necesidad de una organización social nueva que tenga en
el pueblo su referente. Loa máximos representantes serían Rousseau y
Voltaire. Como superación, en cierto modo, del racionalismo y el
empirismo, e imbuido por el espíritu de la ilustración, surge el Criticismo
de Kant, uno de los sistemas filosóficos más importantes de la historia. Su
gran preocupación es investigar los límites del conocimiento humano y
descubrir si la metafísica es un saber científico o no, se trataría de
responder a la pregunta ¿qué podemos saber?, también se plantea
cuál debe ser la norma que rija nuestro comportamiento, respondiendo
a la pregunta ¿qué debemos hacer?, establece una ética basada en el
deber que tiene como lema el “imperativo categórico”. Otras
investigaciones lo llevan por el camino de la estética e, incluso, de la
religión, intentando responder a una tercera pregunta ¿qué me cabe
esperar?. El resumen de esas preguntas, en definitiva, sería la cuestión
más importante: ¿Qué es el hombre?. Para cerrar esta época tenemos
el Idealismo alemán (Hegel), que llega a plantear que todo lo que
existe, todo lo real es racional, que la historia es progreso necesario y
avanza la teoría de la dialéctica, que será posteriormente revisada por
Marx.
19
Época contemporánea, que abarcaría desde el s. XIX hasta
ahora. Es difícil una sistematización de esta época por la multitud de
tendencias, de temas, de métodos, de intereses, de movimientos. Quizá
pudiéramos decir que todos ellos tienen el hilo común de su talante
crítico y su actitud de denuncia y de sospecha, pero, en definitiva, eso
son actitudes consustanciales con la propia filosofía. Vamos a enumerar
una serie de escuelas o movimientos filosóficos, dando una brevísima
pincelada de su teoría y nombrando a sus cultivadores más importantes:
Marxismo (Karl Marx), hace una interpretación materialista de la
historia a la luz de la lucha de clases, la economía es la base de la
historia, mientras que la ideología es un instrumento en manos del poder
para doblegar a la mayoría trabajadora. La filosofía debe ser un
instrumento de transformación de la realidad, no basta con su
conocimiento.
Vitalismo (Friedrich Nietzsche), destaca la importancia de lo
irracional, de lo poético, que es lo auténticamente humano, la
importancia de la vida, frente al conocimiento, frente a la ciencia, lo
importante es vivir, no conocer, es una reivindicación de la libertar
frente a las creencias, del nihilismo frente a fenómenos como la religión,
por eso proclama “la muerte de Dios” y el nacimiento del superhombre.
Existencialismo (Sartre), proclama la importancia de nuestra
existencia, condenados a la libertad de construirnos, creándonos con
cada decisión que adoptamos (incluso si renunciamos a decidir).
Reivindican la existencia frente a la esencia, la vida frente a la razón, la
praxis frente a la teoría y la libertad frente al determinismo.
Neopositivismo y Filosofía analítica (Wittgenstein, Russell, Carnap),
no son exactamente lo mismo pero se han desarrollado conjuntamente,
defendiendo la inexistencia de la metafísica, su falta de validez para el
conocimiento, que debe ser empírico, lógico y experimental. La filosofía
analítica, además, se centra en el análisis del lenguaje, de donde
vienen las mayores confusiones y los grandes errores.
Escuela de Frankfurt (Jürgen Habermas), se propone una reflexión
crítica sobre la sociedad posindustrial, bajo la inspiración de la teoría
marxista, pero revisando los conceptos clásicos de lucha de clases o
propiedad de los medios de producción, revisan también la
concepción de la dialéctica y apuestan por el diálogo, como
instrumento de la razón y el entendimiento, criticando todo aquello que
contribuye a la deshumanización de la sociedad contemporánea.
20
Existen multitud de escuelas y movimientos más: personalismo,
filosofía psicoanalítica, fenomenología, hermenéutica, estructuralismo,
filosofía de la ciencia …, pero no nos vamos a detener en ellos en esta
visión panorámica.
4.- Partes de la filosofía.
La filosofía es un saber de vocación universalista, se ocupa de
toda la realidad, “de todas las cosas”, decía Santo Tomás, representa,
como hemos visto en la época griega, el intento de establecer una
interpretación racional del universo, de lo que existe, sea cual sea su
existencia. Pero es cierto que con el paso del tiempo se han ido
desarrollando distintas especializaciones, distintas ramas:
Metafísica: Significa etimológicamente “más allá de la física”, a
veces se la ha identificado con la propia filosofía, porque estudia “el
ser”, “la realidad”, “lo que es”, es decir, las propiedades de todo lo que
existe.
Lógica: Etimológicamente procede de Logos (razón, palabra), se
ocupa, como veremos en el tercer bloque de este curso, de los
razonamientos correctos expresados con palabras, estudia la estructura,
la forma, si están bien construidos y si son válidos.
Epistemología: (también se conoce como gnoseología).
Etimológicamente viene de episteme y logos, por eso también la
conocemos cono teoría del conocimiento. Se ocupa de investigar qué
formas, qué tipos de conocimiento existen y cuáles son los límites que
tiene nuestra razón.
Ética: Se deriva de ethos (costumbre, carácter), tiene como
objeto el estudio de los códigos morales, analiza las normas de
comportamiento, su validez, su universalidad, su fundamentación, ¿son
moralmente válidas todas las leyes que tenemos que cumplir?, ¿qué
diferencia hay entre distintos tipos de leyes?.
Estética: deriva del griego aisthesis (sensación, sensibilidad) y el
sufijo –ika (relativo a). Analiza la naturaleza de, en qué consiste la
belleza. Hoy se confunde con la teoría del arte, al ser este su objeto más
claro de estudio.
Además de estas partes clásicas de la filosofía, todas las ciencias
sociales tienen una buena dosis de filosofía: Antropología, Sociología,
Psicología. Además la filosofía se ocupa de la fundamentación de otras
21
disciplinas, por lo que podemos hablar de filosofía del derecho, de la
cultura, de la ciencia, del lenguaje, etc.
CONCLUSIÓN.- ¿QUÉ ES LA FILOSOFÍA?
1.- La sabiduría no debe ser considerada como una función
“connatural” con la propia “esencia humana”, en el sentido metafísico
del texto aristotélico: “todos los hombres tienden por naturaleza al
saber”, porque la esencia humana es un concepto que desprendido de
su marco histórico, es inoperante. La filosofía debe ser considerada
como una forma cultural típica de “reactividad” ante otras formaciones
previas –concretamente, ante otros saberes dados de antemano-.
2.- La filosofía es un trabajo con palabras, un trabajo lingüístico.
Una filosofía sin palabras es, desde el punto de vista cultural, un
concepto tan absurdo como el de una música silenciosa. Pero de aquí
no se deduce que la filosofía consiste en ser un trabajo sobre palabras.
Filosofía no es filología. Las palabras son el instrumento del trabajo
filosófico, no su material exclusivo.
La filosofía trabaja con palabras. Precisamente por ser la filosofía
una forma de “trabajo verbal”, es posible utilizar la estructura misma de
su instrumento para determinar las distintas “especies” o tipos de
concepciones de la filosofía.
3.- Un problema filosófico, cuando se formula desde una
perspectiva crítica, cuando evitamos incurrir en formulaciones
mitológicas o metafísicas, dejará de aparecernos como “la pregunta
del hombre extraviado en un mundo lleno de enigmas” para
configurársenos como una reacción intra-humana (social, histórica). Los
problemas filosóficos no deberían ser formulados, como reacciones del
hombre ante la naturaleza, sino más bien como reacciones de ajuste de
categorías históricas y socialmente dadas con otras categorías
impuestas por las relaciones con la naturaleza. Es decir, se trata de
analizar las interpretaciones que se hacen, desde distintos campos del
conocimiento, de todo lo que nos rodea, nos preocupa o nos ocupa a
la luz de las siempre nuevas circunstancias que la evolución social e
intelectual del conjunto de la humanidad va proporcionando.
Las ideas de la conciencia vienen necesariamente recibidas del
pasado, pero los materiales que tienen que trabar son siempre nuevos.
Por ello, se da el caso de que la conciencia no es otra cosa sino el
22
intento de pensar el presente con ideas pretéritas. Los grandes filósofos
son aquellos que han vivido con mayor intensidad los desajustes de las
ideas con las cuales estaban familiarizadas, y las nuevas situaciones que
las ciencias o las experiencias iban planteando. Las ideas pretéritas van,
así, rompiéndose en su “rozamiento” con otras ideas menos pretéritas, y
con los estímulos del presente, y, por ello, la continuidad de la temática
filosófica a lo largo de su desarrollo histórico, no tiene el sentido de la
homogeneidad, sino de la transformación.
4.- El “todo” al que la filosofía se refiere no es un universo
metafísico, ni un universo amorfo en sí, sino el universo histórico y
práctico, es decir, en cuanto constituido por las demás especialidades
culturales.
Pero esto no significa que la filosofía proceda al margen del
método científico, más bien se diría que la filosofía asume virtualmente
los métodos de la ciencia. Ya en la distinción clásica entre “sapientia” y
“scientia”, aquélla aparece como absorbiendo virtualmente a ésta.
La pregunta ¿la filosofía es científica o no científica? es un tanto
capciosa, pues quienes desean apartar a la filosofía del campo de las
actividades “irracionales”, se ven implicados a defender la cientificidad
de la filosofía, y quienes se impresionan por la diferencia de
procedimientos y resultados entre la ciencia y la filosofía caen en el
peligro de dar a entender que consideran a la filosofía como acientífica
en el sentido de poco rigurosa e irracional.
La filosofía, pues, no es científica en el sentido de que no procede
según la racionalidad científica abstracta, pero esto no significa que la
filosofía no sea racional. Lo es desde la perspectiva del racionalismo
filosófico, pero desde luego, este racionalismo filosófico no es en modo
alguno un puro mimetismo (vacío) del racionalismo científico.
La filosofía es razón, y razón crítica: es la misma razón científica si
bien abriéndose camino por terrenos diferentes. Sus perspectivas son
diferentes, porque sus tareas también lo son.
5.- La filosofía como paideia es una disciplina crítica, se sitúa
precisamente en el momento en que los mecanismos de maduración y
equilibrio de la conciencia individual deben comenzar a funcionar, a
desprenderse de la “matriz social”, que es siempre una matriz mítica.
Entendemos aquí la paideia como educación filosófica general,
crítica, no como mero saber acumulativo.
23
No puede entenderse que la misión que se le asigna a la filosofía
como paideia, como colaboración a la edificación de la “conciencia
individual”, sea algo así como una función intimista, psicológica; por el
contrario, es una misión de altísima significación social y política. La
conciencia que la filosofía trata de edificar es el juicio preparado para
que los individuos convivan en el conflicto social. La filosofía mundana,
en esta perspectiva, no es tanto una “doctrina” cuanto un método; es
decir, la posesión de una disciplina crítico-lógica por el ciudadano,
disciplina que le haga capaz de plantear el sentido de las cuestiones,
estar consciente de sus propias limitaciones. La filosofía entonces, como
paideia, la filosofía académica, es una institución social.
Podría decirse que esto es cierto, pero que cada cual ya filosofa a
su manera y que esta labor es “espontáneamente” ejercida por todos
los individuos de una sociedad civilizada. -Filosofía “mundana”-. Sin
duda esto es en parte verdad, pero la filosofía académica puede
ayudar a acelerar y, en general, está instituida para promover el
proceso espontáneo hacia la filosofía.
6.- Creo que la conclusión más acertada que se puede extraer de
la exposición anterior es que los que pretenden reducir la filosofía, en
base al concepto que se quiera (cientificidad, progreso, análisis
axiológico…) se equivocan, en el sentido de que quieren hacer de la
filosofía una disciplina parcial más.
La filosofía es omniabarcante del ser humano en todas sus
proyecciones. Por ello aparte de que esa aspiración sea un dogma,
como dice Hampshire, sería además la misma destrucción de la filosofía.
No se avanza más lejos en filosofía con volver a la armonía y la
estabilidad, a menos que pretendamos instaurar en filosofía un
concepto de progreso científico que, a mi juicio, es un error.
Precisamente la función de la filosofía en el conjunto de la cultura viene
determinada por esa multitud de funciones que hacen de ella una
organización totalizadora.
ANEXO I. ESTRUCTURA MATERIAL Y POLITICA DE LA POLIS GRIEGA.
Elementos de la polis
a) Ágora, imprescindible en el desarrollo de la ciudad como ente
corporativo. Hay dos tipos fundamentales: uno de tipo
administrativo y reunión del pueblo en solemnidades y otro
como lugar de comercio y negocio.
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b) Stoa: pórtico cubierto, suele levantarse cerca de lugares de
recreo público como gimnasios y teatros.
c) Gimnasio y palestra: lugares de ejercicio físico y escuela de
lucha.
d) Buleuterio y eclesiasterio: edificios públicos para reuniones
políticas.
e) El teatro. Los dos géneros cultivados en el teatro griego eran la
tragedia, en la que se relataban leyendas o hechos históricos,
y la comedia, en la que se ridiculizaban las costumbres y los
personajes notables de la época. Entre los autores de
tragedias se destacaron: Euripides, Esquilo y Sófocles, y en la
comedia se destacaron Cretino y Aristófanes.
Organización política: la polis.
Frente a los grandes estados orientales, cuyas dimensiones
territoriales exigen un poder coactivo, que suprime la libertad del
individuo, el griego se organiza en ciudades estado. Las guerras
médicas, entre persas y griegos, son un enfrentamiento entre dos
concepciones políticas antagónicas, una confrontación entre subditos y
ciudadanos. En la organización primitiva, la koiné (aldea), se mantenía
el régimen gentilicio, el grupo de familias unidas por un tronco común.
Las sucesivas invasiones de pueblos que entran en la península helénica
obligan a buscar una organización más amplia, la polis, que se
antepone a los intereses de los genos, los grupos familiares.
Tres funciones influyen en el emplazamiento y estructura de la
polis:
a)
Militar: se elige el lugar más fácil de defender, la
acrópolis, fortaleza, que repite la fórmula de Micenas.
b)
Económica: se busca un emplazamiento próximo al mar
o a caminos naturales. En Atenas, el ágora desplazó a la
acrópolis como centro de la vida urbana, cuando la
complejidad de los intercambios comerciales exigió una
ubicación en un lugar menos agreste que la colina
sagrada.
c)
Estética: el marco natural ha de satisfacer unos ideales
de belleza.
Ideal político griego: la democracia.
Una serie de hombres públicos relevantes, Solón, Efialte, Clístenes,
Pericles, se esfuerzan en configurar para Atenas un régimen político
basado en la igualdad y el gobierno del pueblo. Los griegos se
25
enorgullecen de someterse a un orden, no a un hombre. La ley aglutina
la ciudad más hondamente que la tierra, el comercio o la religión.
Heráclito dirá: “el pueblo debe combatir por la ley como por la muralla
de la ciudad”. Algunos pensadores consideran la norma objetiva (ley)
como una invención y un don de los dioses. Frente a la concepción
aristocrática de que existen hombres con talento político innato,
PROTÁGORAS defiende la idea de que cada hombre tiene una parcela
de sentido cívico perfeccionable por la experiencia. En consecuencia,
el ciudadano tiene el deber de colaborar en los asuntos públicos, como
expresa PERICLES en la emotiva Oración fúnebre por los muertos en la
guerra del Peloponeso: “pues somos los únicos que consideramos no
hombre pacífico sino inútil al que nada participa en ella” (la cosa
pública), “fue por una ciudad así por la que murieron ellos”.
El funcionamiento de la democracia ateniense se basaba en tres
instituciones:
La Asamblea o Ekklesia tenía el mayor poder. En ella se trataban
los asuntos más importantes de la polis, se aprobaban las leyes se
decidía sobre la guerra y la paz.
Formada sólo por los ciudadanos (varones mayores de 21 años,
hijos de padre y madre atenienses). Se reunían al menos cuatro veces al
mes, y en ella, los ciudadanos podían expresar su opinión. Al finalizar, se
votaba a mano alzada y se proclamaba el resultado.
La Boulé o Consejo de los Quinientos preparaba las leyes y
asuntos que se trataban en la Asamblea, y controlaban su
funcionamiento y el trabajo de los magistrados. Constaba de 500
miembros, elegidos cada año por sorteo.
Los magistrados ejecutaban las decisiones de la Asamblea. Eran 9
arcontes, responsables de los asuntos civiles y militares, y 10 estrategas o
jefes de ejército. Los elegía en parte la suerte y en parte la Asamblea.
Clases sociales de Atenas.
En la sociedad ateniense existieron tres grupos sociales:
Los ciudadanos. Sólo ellos tenían derecho a participar en la vida
política.
Los metecos o extranjeros trabajaban como artesanos y
comerciantes. Pagaban impuestos y formaban parte del ejército, pero
tenían limitados los derechos políticos.
Los esclavos trabajaban en el campo, las minas y las canteras, o
en el servicio domestico y carecían de derechos. El origen de la
esclavitud era muy variado: deudas, guerra, condena judicial, etc.
A diferencia de la cultura egipcia, todos los edificios deben estar
proporcionados a la escala del hombre. Estos edificios no se entienden
como entes aislados, sino como parte de un conjunto.
26
En resumen, el constructor griego estudia la escala, la dimensión
comunitaria del edificio, su funcionalidad, la relación con la topografía,
etc.
La búsqueda de la armonía visual les obliga a alejarse de la
medida matemática y a jugar con la óptica. Estas modificaciones no
responden a ninguna necesidad funcional ni estructural sino al elevado
idealismo de unas construcciones que desean responder a las severas
exigencias del espíritu humano y corregir las perturbaciones que los
efectos ópticos introducen.
Mientras el templo y teatro transmiten las aspiraciones de la
colectividad la casa traduce dimensiones del individuo. La vida
doméstica gravitaba en torno al peristilo, un patio con columnas al que
se asomaban las habitaciones y que equivalía en el ámbito familiar al
ágora urbana.
Los escultores plasmaron en la figura humana sus concepciones
de belleza física y equilibrio espiritual. La belleza concebida como
medida, proporción entre las partes, anatomía armoniosa, idealización
del cuerpo humano, alcanza su plenitud.
La expresión intenta exteriorizar los sentimientos, fusionando la
vertiente espiritual del hombre y su fachada física. También plasman el
dinamismo.
ANEXO II. LOS MITOS GRIEGOS.
El corpus de mitos griegos viene dado fundamentalmente por las
obras de dos autores: Homero y Hesíodo.
Homero: históricamente apenas sabemos nada de él (se
duda incluso de su existencia), pero suponemos que vivió sobre el
siglo VIII a. C. y que era ciego (Homero puede venir de ho me
horón, el que no ve). Fue un poeta o rapsoda al que se le
atribuyen los dos grandes poemas épicos griegos: La Iliada y la
Odisea.
a) La Iliada narra los últimos episodios de Troya. París, hijo de
Príamo y príncipe de Troya, rapta a Helena, prometida
de Menelao, rey de Esparta, lo que desata la guerra.
Todos los pueblos griegos aúnan sus fuerzas y se lanzan a
la conquista de Troya. Tras diez años de guerra,
mediante la famosa estratagema del caballo, los aqueos
conquistan la ciudad. Los personajes principales serán
Aquiles (el mejor guerrero aqueo, ideal del aristoi), Ulises
(rey de Ítaca), Héctor (hijo de Príamo y hermano de Paris,
será el mejor troyano), o Agamenón (rey de los aqueos).
En esta obra se verán claramente las características de
la moral agonal (de agon, fueza), propia del ideal
27
aristocrático griego previo a la revolución socrática del
siglo V a.C., representada, sobre todo, por el personaje
de Aquiles. Esta moral entenderá la areté como
habilidad con la espada (si bien también será ya
importante la habilidad con la palabra, representada
por Ulises), la búsqueda de la inmortalidad entendida
como la fama o gloria (permanecer en la memoria de
los otros por las hazañas conseguidas), y el linaje o
prestigio familiar (Aquiles será hijo de Tetis y Ulises
desciende en última instancia de Zeus).
b) La Odisea narra la vuelta a casa (Ítaca) de Odiseo
(Ulises) una vez acabada la guerra de Troya. Ulises
tardará veinte años en volver a Ítaca donde su fiel
esposa, Penélope, ha de soportar a sus múltiples
pretendientes. Con su astucia (metis), Ulises se enfrentará
a todos los problemas ocasionados por el designio de los
dioses.
Hesiodo nació en Ascra (cerca de Tebas) hacia la segunda mitad
del siglo VIII a. C. Pudo ser contemporáneo de Homero e incluso
rival suyo en certámenes poéticos. Sus obras fundamentales son
La Teogonía (donde explica el origen del universo y las primeras
generaciones de dioses), El escudo de Heracles (donde narra la
expedición de Heracles para batirse con Cicno, hijo de Ares) y Los
trabajos y los días (donde muestra su fascinante visión de las
edades del hombre).
La explicación del origen del universo y la primera generación de
dioses de la mitología griega (según Hesiodo) viene a ser la
siguiente: Urano engendró a los Titanes (Océano, Ceo, Crío,
Hiperión, Jápeto, Tea, Rea, Temis, Mnemósine, Febe, Tetis, Crono)
en la Madre Tierra (Gea) después de haber arrojado a sus hijos
rebeldes, los Cíclopes (gigantes con un solo ojo) y los
Hecatónquiros (seres con cien brazos y cincuenta cabezas), al
Tártaro, un lugar tenebroso en el mundo subterráneo que está tan
lejos de la tierra como ésta del cielo. Un yunque que cayera en él
tardaría nueve días en tocar fondo. En venganza1, la Madre Tierra
convenció a los Titanes para que atacaran a su padre, y así lo
hicieron, encabezados por Crono, el más joven de los siete, al que
ella armó con una hoz de pedernal. Sorprendieron a Urano
mientras dormía, y con la hoz de pedernal, el despiadado Crono
Hesíodo señala en la Teogonía que la causa de la venganza era que: “los hijos más terribles, estaban
irritados con su padre desde siempre. Y cada vez que alguno de ellos estaba a punto de nacer, Urano los
retenía a todos ocultos en el seno de Gea sin dejarles salir a la luz y se gozaba cínicamente con su
malvada acción.”
1
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lo castró sujetando sus genitales con la mano izquierda (que
desde entonces se considera la mano del mal agüero) para
arrojarlos después al mar, junto con la hoz, en el cabo Drépano.
Pero algunas gotas de sangre que salieron de la herida fueron a
caer en la Madre Tierra, que parió a las tres Erinias, furias que
vengan los crímenes de parricidio, llamadas, Alecto, Tisífone y
Mégera. De esta sangre también nacieron las ninfas del fresno
(tres Furias con un humor más festivo), llamadas Melíades.
Los Titanes entonces liberaron a los Cíclopes del Tártaro y pusieron
la soberanía de la Tierra en manos de Crono.
Sin embargo, en cuanto Crono se sintió amo absoluto de todo,
desterró nuevamente a los Cíclopes al Tártaro junto con los
hombres de cien manos, y tomando a su hermana Rea como
esposa, gobernó en Élide.
Crono se casó con su hermana Rea, a la que está consagrado el
roble. Pero la Madre Tierra y su moribundo padre Urano
profetizaron que uno de sus hijos le destronaría. Por tanto, cada
año engullía a los hijos que Rea daba a luz: primero a Hestia
(diosa del fuego, que da calor al hogar), luego a Deméter (diosa
de la agricultura) y Hera (diosa del nacimiento y del matrimonio),
después a Hades (dios de ultratumba) y Posidón (dios del mar).
Rea estaba furiosa. Dio a luz a Zeus, su tercer hijo varón, en plena
noche en el monte Liqueo de Arcadia, donde ninguna criatura
proyecta su sombra, y, habiéndolo bañado en las aguas del rio
Neda, se lo entregó a la Madre Tierra. Ésta lo llevo a Licto, en
Creta, y lo ocultó en la cueva de Dicte, en el monte Egeo […]
En torno a la cuna dorada del niño Zeus, que estaba colgada de
un árbol para que Crono no lo encontrara ni en la tierra, ni en el
cielo ni en el mar, permanecían los Curetes armados, hijos de Rea.
Se golpeaban las lanzas contra los escudos y gritaban para
amortiguar el llanto del niño, por temor a que Crono pudiera oírle
desde la distancia, pues Rea había envuelto una piedra en
pañales y se la había dado a Crono en el monte Taumacio de
Arcadia, haciéndole creer que lo que se iba a tragar era el recién
nacido Zeus […]
Zeus alcanzó la edad viril entre los pastores de Ida, ocupando otra
cueva aparte. Luego buscó por todas partes a Metis la Titánide,
que vivía junto a la corriente del océano. Siguiendo su consejo fue
a buscar a su madre Rea y le pidió que le nombrara copero de
Crono. Rea le ayudó de buen grado en su tarea de venganza,
proporcionándole la poción emética que Metis le había dicho a
Zeus que mezclara con la bebida enmelada de Crono. Éste,
después de un buen trago, vomitó primero la piedra, y luego a los
hermanos y hermanas mayores de Zeus. Salieron todos ilesos y, en
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señal de gratitud, le pidieron que le condujera en la guerra contra
los Titanes, que habían elegido al gigante Atlante como caudillo
(hijo de Jápeto y hermano de Prometeo, Epimeteo y Menecio),
pues Crono ya no tenía edad para esas lides.
La guerra duró diez años, pero al fin la Madre Tierra profetizó la
victoria a su nieto Zeus a condición de que tomara como aliados a
aquellos que Crono había desterrado al Tártaro. Así pues, Zeus se
acercó en secreto a Campe, la vieja carcelera del Tártaro, la mató,
tomó las llaves y, tras liberar a los Cíclopes y a los Gigantes de Cien
Manos, los fortaleció dándoles comidas y bebidas divinas. Los Cíclopes
le dieron inmediatamente el rayo como arma ofensiva, a Hades le
entregaron un yelmo que le tornaba invisible y a Posidón un tridente.
Después que los tres hermanos hubieron celebrado un consejo de
guerra, Hades entró sin ser visto en la morada de Crono para robarle sus
armas; y mientras Posidón le amenazaba con el tridente para distraer su
atención, Zeus le derribó con el rayo. Entonces los tres Gigantes de las
Cien Manos alzaron rocas y las lanzaron contra los restantes Titanes, y un
grito súbito de la cabra Pan los puso en fuga. Los dioses salieron en su
persecución. Crono y todos los Titanes derrotados, excepto Atlante,
fueron desterrados a una isla británica en el lejano oeste (algunos dicen
que fueron confinados en el Tártaro) y se encuentran allí custodiados
por los Gigantes de Cien Manos. Nunca más volvieron a perturbar la
Hélade. Atlante, su caudillo guerrero, recibió un castigo ejemplar, siendo
obligado a cargar el cielo sobre sus hombros. Sin embargo, las Titánides
fueron perdonadas, por consideración a Metis y Rea.
ANEXO III. Prometeo y Pandora.
PROMETEO Y PANDORA
Según los primeros griegos, los creadores del hombre fueron Zeus y Prometeo.
Prometeo era un Titán, uno de los viejos dioses que habían ayudado a Zeus en
su lucha contra Crono. Fue Prometeo el que modeló a los primeros hombres de
barro, concediéndoles la posición erecta para que mirasen a los dioses. Zeus
les dio el soplo de la vida.
Los primeros hombres eran aún seres primitivos que vivían de lo que podían
matar con sus arcos de madera, sus hachas de cuerno y sus cuchillos, y de las
escasas cosechas que lograban hacer crecer. No conocían el fuego, así que
comían la carne cruda y se envolvían en gruesas pieles para abrigarse del frío.
Eran incapaces de hacer vasijas o escudillas y no sabían trabajar los metales
para procurarse herramientas útiles y armas.
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Zeus estaba contento de que vivieran en aquel estado, porque temía que
alguno pudiera crecer lo suficiente como para rivalizar con él. Pero Prometeo
había aprendido a amar al género humano y sabía que con su ayuda los
hombres podían progresar. Él y Zeus habían creado la raza humana, no unos
animales cualquiera.
-
Tendríamos que enseñarles el secreto del fuego –dijo a Zeus-, si no, serán
siempre como niños inermes. Tendríamos que terminar lo que hemos
empezado.
Son felices con lo que tienen –respondió Zeus-. ¿Para qué
preocuparnos?
Prometeo comprendió que no conseguiría convencer a Zeus y entonces subió
secretamente al Olimpo –donde ardía el fuego día y noche- y encendió una
tea. Con ella prendió un pedazo de carbón vegetal hasta convertirlo en un
tizón, lo escondió entre los tallos de una planta de hinojo y se lo llevó a los
hombres.
Aquel primer tizón proporcionaría el fuego a los hombres y Prometeo les
enseñó a utilizarlo. También los ayudó de otros modos. Por ejemplo, cuando se
hacían sacrificios, la parte mejor de la carne del animal sacrificado iba
siempre destinada a los dioses, y la peor, a los hombres. Valiéndose de un
engaño, Prometeo aseguró a los hombres una parte más adecuada. Dividió la
carne de un buey en dos montones: uno, el más aparatoso, no contenía más
que huesos mondos cubiertos de grasa; el otro, la carne mejor. Zeus escogió el
primero, y al verse engañado de ese modo se encerró en un irritado silencio.
Con ayuda de Prometeo el hombre hizo rápidos progresos. Aprendió a
modelar vasijas y escudillas, a construir casas con bloques de arcilla cocida y
con el tejado de ladrillos en vez de trenzado de cañas. Aprendió a trabajar el
metal para defenderse y cazar. Pero una noche en que Zeus estaba mirando
desde el cielo, vio un fuego que ardía en la tierra y comprendió que había sido
engañado. Mandó llamar a Prometeo.
-
¿No te prohibí que dieras a conocer al hombre el secreto del fuego? –
preguntó-. Dicen que eres sabio, pero ¿no comprendes que con tu
ayuda algún día el hombre desafiará a los dioses?
No tiene por qué suceder, si lo amamos y le damos buenas enseñanzas
–respondió Prometeo.
Pero Zeus se enfureció sobremanera y no quiso oír más explicaciones. Ordenó
que Prometeo fuese llevado a las montañas del este y encadenado a una
roca. Un águila feroz se alimentaba todos los días con su hígado, y el hígado
volvía a crecerle durante la noche para que la tortura pudiera empezar otra
vez. Pasaron muchos años antes de que Prometeo fuera liberado: hay quien
dice que treinta mil, y no está claro cómo sucedió. Según una leyenda fue a
liberarlo el poderos Hércules. De todos modos Zeus no había quedado
satisfecho con su venganza e hizo sufrir todavía al género humano.
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Por voluntad suya su hijo Hefesto modeló una muchacha con una mezcla de
arcilla y agua. Atenea le infundió el soplo de la vida y la instruyó en las artes
femeninas de la costura y la cocina; Hermes, el dios alado, le enseñó la astucia
y el engaño, y Afrodita le mostró cómo conseguir que todos los hombres la
desearan. Otras diosas la vistieron de plata y le ciñeron la cabeza con una
guirnalda de flores; luego la llevaron en presencia de Zeus.
-Toma este cofrecito –le dijo, entregándole una cajita de cobre bruñido. Es
tuyo, llévalo siempre contigo, pero no lo abras por nada del mundo. No me
preguntes la razón y sé feliz, ya que los dioses te han dado lo que todas las
mujeres desean.
Pandora, que así se llamaba la muchacha, sonrió. Pensaba que el cofrecito
estaría lleno de joyas y piedras preciosas.
-Ahora tenemos que encontrarte un marido que te ame, y yo conozco al
hombre adecuado: Epimeteo. Él te hará feliz.
Epimeteo era hermano de Prometeo, pero le faltaba toda la prudencia de su
hermano. Prometeo le había advertido que no aceptara ningún regalo de
Zeus, pero él, un poco halagado y quizá temeroso de rechazarle, aceptó a
Pandora como esposa. Hermes acompañó a la muchacha hasta la casa del
flamante marido en el mundo de los hombres.
-
Bueno, amigo Epimeteo –le dijo- No olvides que Pandora tiene un
estuche que no debe abrir por ningún concepto.
Epimeteo tomó el estuche y lo colocó en sitio seguro. Al principio, Pandora fue
feliz viviendo con él y olvidó el estuche; más tarde empezó a reconcomerla el
gusanillo de la curiosidad.
-
¿Por qué no podemos ver al menos lo que contiene? –dijo a su marido.
Luego, mientras Epimeteo dormía, abrió el cofrecito y, rápidos como el viento,
salieron todos los males que desde entonces nos afligen: el cansancio, la
pobreza, la vejez, la enfermedad, los celos, el vicio, las pasiones, la
suspicacia,... Desesperada, Pandora intentó cerrar el cofrecito, pero era
demasiado tarde. Su contenido se había desparramado por todas partes. La
venganza de Zeus se había realizado: la raza humana no podía ser noble
como había querido Prometeo. La vida sería una lucha constante contra
dificultades de todo género. Había pocas probabilidades de que el hombre
pudiera aspirar al trono de Zeus.
Pero el triunfo del rey de los dioses no era completo. Una cosita de nada había
quedado en el fondo del estuche y Pandora consiguió encerrarla. Era la
esperanza. Con ella el género humano había encontrado la manera de
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sobrevivir en este mundo hostil. La esperanza les daba una razón para seguir
viviendo.
ANEXO IV. LECTURA.
ORIGEN Y DESARROLLO HISTÓRICO DE LA FILOSOFÍA
¿Por qué se empezó a hacer filosofía?
En medio de nuestro mundo cultural, cuajada en las páginas de unos libros
encontramos una manifestación del saber humano que se ha llamado
Filosofía. El hecho de su existencia nos lleva a preguntarnos por qué ha tenido
el hombre –algunos hombres- necesidad de “hacer” filosofía. Por supuesto,
este interrogante puede extenderse a cualquier obra humana; pero ahora sólo
nos interesa preguntarnos por la filosofía.
¿Por qué filosofamos? ¿Por qué han surgido, como producto de una
determinada actividad, esos sistemas conceptuales denominados filosofía? Lo
primero que podría responderse es que el pensamiento filosófico encuentra su
justificación por el hecho de ser respuesta a determinados estímulos. Al
comienzo de su Metafísica, Aristóteles (384-322 a.C.) nos habla del asombro
como origen de la filosofía. Sin embargo, este asombro no podría producirse si
no hubiese una descompensación entre el hombre y el mundo que le
circunda.
Debido a la peculiar estructura del cerebro humano, producto de una larga
fase de acomodación con el entorno, el hombre ha ido despegándose, en
parte, de su comportamiento instintivo y adecuándose a situaciones nuevas.
Para esta adecuación necesitaba una previa disponibilidad que le permitiese
ir rellenando con interpretaciones y con el trabajo el hueco dejado por el
simple comportamiento instintivo, insuficiente para adaptarse a esas nuevas
situaciones.
El lenguaje debió ser, sin duda, la primera y más firme manifestación de
solidaridad en el grupo humano que, al mismo tiempo, expresaba su
capacidad de creación, o sea, de cubrir la distancia entre el mundo extraño y
el hombre que necesitaba asimilar esa extrañeza. Así surgieron los mitos, las
viejas leyendas de dioses y héroes en las que se podía descubrir el esfuerzo por
establecer un mundo intermedio y común entre la soledad de la naturaleza y
la del hombre, y así surgió también la filosofía. Sin embargo, desde un principio
apareció ya en ella un elemento característico frente a los mitos o las
religiones.
Lo mismo que el trabajo fue la manera de dominar y asimilar la naturaleza –
valiéndose de los medios más adecuados en cada momento y con los que
más fácilmente pudiera ejercerse ese dominio-, la filosofía fue una respuesta
en la que, dentro de una sociedad determinada, el hombre pretendía leer la
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realidad desde los exclusivos presupuestos e intereses de la comunidad a la
que pertenecía.
Estos presupuestos e intereses, cuando rebasaron los de las clases que, hasta
entonces, habían detentado el poder, llegaron a dominar de tal manera, que
ya no bastaron las interpretaciones míticas o religiosas para mediar,
adecuadamente, entre la naturaleza y el hombre. Fue, precisamente, en las
costas de Asia Menor, frente a la península griega, donde comenzó a
plantearse ese tipo de actividad que, posteriormente, se iba a llamar filosofía.
Como las interpretaciones usuales de este fenómeno han falseado su sentido,
conviene hacer una breve referencia a él, sobre todo porque el modelo que
podemos extraer de su análisis es válido para entender todo planteamiento
posterior del quehacer filosófico.
Imaginemos una sociedad nueva, en la que predominan intereses
comerciales, que no halla otra salida más adecuada que la expansión por el
Mar Mediterráneo, y que ocupa una pequeña franja de terreno entre el mar y
el imperio persa. En este territorio existen ciudades –Mileto, Éfeso, Halicarnasoque pretenden, incluso, llegar a una federación siguiendo el consejo de uno
de sus ciudadanos, Tales de Mileto (640-545 a.C.), para poder resistir mejor la
amenaza del imperio vecino.
Imaginemos las necesidades concretas de estos ciudadanos que, por diversas
causas, están experimentando un cambio radical en sus estructuras sociales y
en su mentalidad, y, por consiguiente, en su manera de adecuarse al mundo
que les circunda.
Imaginemos también esas ciudades a la orilla del Mediterráneo, con puertos a
donde llegan comerciantes de otros lugares y, a través de ellos, los relatos y los
objetos de otros mundos culturales.
En esta sociedad dinámica no encajan ya los esquemas de la sociedad
aristocrática, ni su religión, ni su ideología. Como un resultado, pues, de este
cambio, y como expresión del nuevo ambiente cultural, de la situación
histórica y de las necesidades de los hombres que viven esta situación,
aparecen unos personajes que van a expresar, con sus obras, el cambio
producido en el horizonte de la sociedad.
La historia nos ha entregado sus nombres. Tales, Anaximandro (610-546 a.C.),
Anaxímenes (588-544 a.C.), Heráclito (535-475 a.C.), bajo la denominación
común de presocráticos. Esta denominación ya es una primera falsificación,
porque, entre otras cosas, poner como punto de referencia la figura de
Sócrates es contaminar sus personalidades de unas connotaciones morales e
intelectuales que, por razones obvias, nada tienen que ver con ellos. Algo así
como si fueran los balbucientes precursores de Sócrates, “el gran mártir del
pensamiento”, el primer gran mito filosófico, el primer gran silencio, llenado de
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diversas maneras –a gusto de los consumidores- por los intereses oficiales de las
grandes falsificaciones históricas.
En este sentido, nos interesa más conservar la denominación neutral de
Aristóteles, quien se refirió a ellos como “los primeros que filosofaron”. Pero, ¿en
qué consistió este filosofar?, ¿qué hicieron para que Aristóteles les aplicase tan
extraño verbo? “Los primeros que filosofaron” fueron, sobre todo, los ideólogos
de la sociedad a la que pertenecían y cuyos intereses reflejaban en su obra.
Enseñaban. Por ejemplo, a vadear ríos, a orientarse en las navegaciones sin
tener ya que echar mano de oráculos o sacrificios a los dioses –con los que,
por cierto, se hundían los barcos-, a medir el tiempo y a leer el gran libro del
mundo con ojos que intentaban organizarlo.
Para ello se servían, entre otras, de una palabra que habría de convertirse en
un descubrimiento decisivo en los orígenes de la filosofía y en el desarrollo
posterior del pensamiento: el logos, la razón hecha lenguaje, comunicación,
equilibrio, cálculo, sentido, observación, solidaridad, coherencia.
Al mismo tiempo, destacaron también otro concepto, techné, en el que se
condensaba la proyección del logos sobre las cosas, el arte y la experiencia
que brotaban del contacto con la realidad, del manejo y creación de objetos,
del aprendizaje de las manos, “el órgano de los órganos”.
“Los primeros que filosofaron” no eran sólo intérpretes de la realidad, sino sus
modificadores. No especulaban ni, por consiguiente, les preocupaba eso que
posteriormente, o en otras culturas, se va a llamar sabiduría, sino que
pretendían incidir sobre el mundo, modificarlo y transformarlo.
La oposición teoría-praxis fuera del ámbito griego y de su incomparable
contexto –del que sólo una parte de la filosofía occidental ha sabido, hasta
cierto límite, aprovecharse- es otra de las grandes falsificaciones con las cuales
se ha creado una alternativa inexistente, y con la que se debaten en una serie
de cuestiones absurdas y vacías, y en una jerga ininteligible y grotesca,
algunos filósofos de nuestros días.
Emilio Lledó, La filosofía hoy. Barcelona 1975.
Salvat. Grandes temas, pp.32 y ss.
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