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VIRTUDES y VALORES en
EDUCACIÓN MÉDICA
Disertación del Dr. Carlos A. Rezzónico
en sesión pública del Instituto de Bioética,
del 5 de noviembre de 2010
VIRTUDES y VALORES en
EDUCACIÓN MÉDICA
Por el Dr. Carlos A. Rezzónico
Introducción
La historia de los pueblos nos enseña que, en una sociedad,
su estabilidad y supervivencia dependen de establecer límites justos para favorecer las relaciones armónicas de sus integrantes, modelando su cultura y resguardando su identidad.
Cuando se rompe este equilibrio se desencadenan conflictos
y turbulencias que quiebran la paz social.
Por ello, las sociedades postmodernas, que han rechazado
toda referencia a la trascendencia, sienten más que nunca esta
necesidad de trazar límites justos; sin embargo, carecen de una
referencia fundamental, no tienen norte. En su reciente visita a
la República Checa, S.S. Benedicto XVI hace referencia a dos
valores fundamentales para un verdadero pluralismo: la verdad
y la libertad. Son sus palabras: “La verdadera libertad presupone
la búsqueda de la verdad –del verdadero bien- y, por lo tanto, encuentra su realización precisamente en reconocer y hacer lo que
es justo y recto. En otras palabras, la verdad es la norma-guía para
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la libertad, y la bondad su perfección”. (Discurso a las Autoridades civiles y al cuerpo diplomático, Praga, 26 de septiembre de
2009).
El desarrollo de la Medicina actual, por tanto, hace impostergable el debate sobre virtudes y valores, referidos a la práctica de
las Ciencias Médicas y a la formación profesional. En una publicación Jean-François Mattéi destaca la inversión de las relaciones
de la Medicina con el cuerpo humano: “no es más con todo rigor
la salud natural del cuerpo lo que constituye el fin de la Medicina;
es al contrario, el desarrollo técnico de la Medicina que llega a
ser poco a poco el fin de la salud del cuerpo”, “esta inversión ha
llegado a ser posible por la reducción de la persona a sujeto, de
sujeto al cuerpo y del cuerpo al producto”. (Jean-François Mattéi
en L’humain et la personne, sous la direction de François-Xavier
Putallaz et Bernard N. Schumacher. Ed. Cert, avril 2009).
La cuestión del cuerpo, la corporalidad, plantea situaciones
que no dejan de preocupar no sólo a los médicos sino también
a los filósofos, juristas y especialistas en Bioética, por cuanto el
mismo es testimonio de una humanidad que no se limita a la corporalidad. Surge así el concepto de la centralidad de la persona humana que posee una dignidad ontológica como valor fundamental
del ser humano, derivada del solo hecho de ser hombre. El cuerpo
humano es así partícipe de la dignidad personal y merece ser respetado en su integridad. Esto, entonces, marca los límites de las
intervenciones sobre la corporalidad.
Se ha afirmado siempre que la Medicina es a la vez ciencia y
arte. Un destacado clínico de Boston el Dr. Francis Peabody escribió un artículo clave en JAMA en 1927 “The care of the patient”,
que fue citado por el entonces Presidente de la American Medical
Association Dr. Alan B. Nelson en su mensaje del 21 de Junio de
1989 “Humanism and the Art of Medicine”. Dice Peabody: “El
arte y la ciencia de la Medicina no son antagónicos sino suplementarios uno a otro” y agrega después “una de las cualidades
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esenciales del clínico es el interés en humanidad, pues el secreto
del cuidado del paciente está en cuidar al paciente”. A continuación ya el mismo Nelson afirma: “Todos estarían de acuerdo que
un componente del arte de la Medicina es el humanismo, y un
creciente cuerpo de la literatura en investigación de educación se
dedica a este tema”. Entiende por humanismo “un modo de pensar
y actuar en el cual el interés humano, los valores y la dignidad son
considerados de primaria importancia”.
La educación del médico
Es indudable que el médico debe poseer altas condiciones
humanas exigidas por la atención de las personas sanas y enfermas. El hombre, ser constituido por alma y cuerpo, necesita de
cuidados médicos que atiendan las características de su naturaleza
psico-físico-espiritual. Así se logrará una valoración profunda de
su trabajo profesional, en función de servicio a la humanidad. La
vocación del médico halla su raíz profunda en este espíritu como
el buen samaritano que acoge al doliente para curar sus heridas o
aliviar el sufrimiento.
La diversidad de enfoques educativos que advertimos en las
distintas universidades del orbe, debe tener como sello característico la búsqueda de la verdad y una escala orientadora de valores
que dejará su impronta imborrable en la persona del educando. El
proceso educativo, como lo afirma Alberto Caturelli, es un proceso
“ad infinitum” porque el desarrollo de la persona, hasta su máxima perfección posible, nunca concluye. (Caturelli, A. Reflexiones
para una Filosofía Cristiana de la Educación. Folia Universitaria.
Universidad Autónoma de Guadalajara. Segunda Edición. Noviembre 2002. p.35).
La educación comprende todo el ámbito de la vida humana, en lo biológico y psicoespiritual, lo familiar y lo social, en
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los diversos aspectos que inciden sobre el hombre, sujeto de la
educación. La educación trascendente es aquella que parte de una
concepción profunda del ser humano, en cuanto a espíritu incorporado o cuerpo espiritualizado. Por ello resulta irrenunciable en
el proceso educativo respetar la dignidad de la persona.
La educación conduce a la incorporación de valores. El valor o los valores expresan una concepción del bien en diversos
aspectos; el valor expresa conceptos y la virtud los realiza en la
acción. “Los valores derivan su inviolabilidad del hecho de ser
verdaderos y corresponder a exigencias verdaderas de la naturaleza humana”. (Ratzinger, J. “Verdad, Valores y Poder”. Rialp, 3ra.
Ed. 2003, p. 85.).
La educación, así entendida, en forma integral, abarca a todo
el hombre y se sustenta en una escala de valores fundamentales y
universales, los cuales tienen un carácter invariable; entre ellos se
cuentan la verdad, la vida, la libertad, la responsabilidad, la honestidad, la solidaridad y el amor.
La formación de un universitario requiere de una cultura superior que dé lugar a la interrelación de los distintos campos del
saber. El desarrollo científico no se contrapone a la sabiduría que
garantiza los más altos niveles en la formación de la persona. Y
ésta exige en forma excluyente el desarrollar la conciencia moral
sustentada en líneas directrices sanas y sólidos principios, fundamentada en la verdad objetiva.
La líneas generales anteriormente expuestas son aplicables a
la enseñanza de las facultades de Medicina, con las particularidades propias de la educación médica: una formación cimentada en
la transmisión de valores y en el respeto a la dignidad de la persona humana en su integridad. Formación que habilite a un ejercicio
de la Medicina de la persona, que asegure la plenitud de la vida
abarcando no sólo lo biológico sino también lo psico-espiritual.
Una Medicina que inculque el respeto por la corporalidad del ser
y, en especial, cuando soporta el dolor y la enfermedad.
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Virtudes y valores
Virtud, en su concepto más amplio, puede definirse como el
hábito de hacer el bien. Se distinguen virtudes humanas diferentes
de las virtudes teologales. Nos referiremos únicamente a las primeras. Las virtudes humanas son perfecciones del entendimiento
y la voluntad para practicar libremente el bien, regulan nuestros
actos y encauzan nuestra conducta en la práctica del bien y generan los actos moralmente buenos. Las virtudes morales naturales o
humanas son virtudes adquiridas que mejoran a las personas en el
nivel natural; la madurez humana a nivel natural es consecuencia
del desarrollo armónico de las virtudes humanas. Dentro de las
virtudes humanas algunas tienen preeminencia sobre las demás
porque son como epicentro en torno a las cuales giran las demás,
por ello se llaman cardinales y son: la prudencia, la fortaleza, la
templanza y la justicia. Por su gravitación en el actuar de los profesionales de la salud haremos una referencia particular a la prudencia.
La prudencia
La prudencia es la “madre” y fundamento de las virtudes
morales. Santo Tomás nos dice que la prudencia es “la regla recta
de la acción”. (Santo Tomás de Aquino Summa Theologiae, IIII.47,2). Es también llamada “auriga virtutum” porque conduce a
las demás indicándoles regla y medida. La prudencia guía directamente el juicio de la conciencia. Por esta virtud aplicamos los
principios morales a los casos particulares para obrar el bien y
evitar el mal. (Catecismo de la Iglesia Católica Nº 1806).
La realización del bien exige el conocimiento de la verdad.
El prudente contempla la realidad objetiva de las cosas y a causa
de este conocimiento determina lo que debe y no debe hacer. También la prudencia implica la docilidad, al someterse en la conducta
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al verdadero conocimiento de la realidad. La doctrina clásica de
la prudencia tuvo su expresión en una sencilla frase de la Edad
Media. “Sabio es el hombre a quien las cosas le parecen tal como
son”. La prudencia tiene un doble aspecto: cognoscitivo e imperativo. Capta la realidad y luego determina el querer y el obrar. La
relación entre deliberación y acción juega en las decisiones prudentes; si se emprende la acción sin un juicio fundado hay riesgo
de imprudencia. Sin embargo, en ciertas circunstancias existe la
posibilidad de captar en forma de síntesis una situación y tomar
una resolución de seguida; esta visión rápida y objetiva de diversos componentes permite optar por decisiones que no resultan imprudentes y suele darse en casos clínicos. La prudencia exige la
consideración de los medios para alcanzar el fin. En las acciones
humanas importa no sólo el fin por el que se realizan sino también
el camino que conduce a tal fin. La prudencia brilla por la claridad
de la decisión resuelta según la verdad.
Virtudes y valores en al profesión del médico
Dos premisas deben mencionarse antes de desarrollar algunos de los valores y virtudes referidas a la profesión del arte de
curar. La primera establece que el ejercicio de la Medicina tiene
sus raíces más profundas en el reconocimiento de la dignidad del
hombre y del valor de la vida humana como bien fundamental e
indisponible, desde el mismo momento de la concepción y hasta
la muerte natural. La segunda indica ejercer al Medicina con espíritu de servicio con lo cual se enaltece la persona del médico y la
enriquece con compensaciones superiores. La entrega a los demás
con naturalidad y dulzura ayuda a la sanación y profundiza las
relaciones humanas entre médicos y pacientes.
En la actuación del médico tienen lugar distintos valores y
virtudes, como en toda conducta humana. Los mismos se adquie8
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ren y desarrollan con una esmerada educación. Mencionaremos
sólo algunos de ellos, quizás más relacionados con la labor profesional.
La solidaridad
La solidaridad encuentra su fundamento en la comunidad de
origen del género humano, en la unidad de naturaleza de todos los
hombre y en la disposición universal de los bienes. (Concilio Vaticano II, Nostra aetate, 1). El principio de solidaridad surge como
una exigencia de la fraternidad. La solidaridad se concreta en la
distribución de los bienes, con participación de todo el conjunto
social, con la entrega de los que más tienen para los más necesitados, con el desarrollo de un orden social equitativo. La virtud de
la solidaridad incluye asimismo la comunicación de bienes espirituales que enriquecen mutuamente.
La solidaridad que implica una apertura del yo hacia el tú,
hacia el otro, también puede realizarse institucionalmente participando en las obras creadas para la ayuda de las personas. Un
amplio espacio para la solidaridad existe en el campo económicosocial, la educación y la atención de la salud. Para los agentes de
la salud la solidaridad fomenta el espíritu de entrega, de desprendimiento y de cooperación tan esencial en la asistencia de la salud.
La solidaridad y la generosidad tienen su simiente en el espíritu de
servicio que se mencionó anteriormente y que debe ser fomentado
en el proceso educativo.
Bondad y compasión
La persona bondadosa hace el bien con tranquilidad, serenidad y paciencia. El bondadoso sabe comprender a los demás, se
interioriza del sentido de sus vidas y trata de entender sus moti9
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vaciones. Acompañar con compasión y comprensión en el sufrimiento y en el dolor nos hace más “próximo” a los que padecen.
La compasión subyace en el fondo mismo de la conciencia moral
y nos hace atisbar en el yo del otro, del sufriente. La bondad hace
suave la figura del médico, pero –a su vez– la vigoriza. Perfuma
la relación médico paciente. Es generosa e implica paciencia; es
inagotable porque procede de Dios su fuente infinita. La bondad
brilla con más fulgor cuando se acompaña por la ternura.
La responsabilidad
Ser responsable significa obligado a responder de una cosa
o persona. Con esta acepción hablamos de responsabilidad. Esta
responsabilidad se asume ante una jerarquía de valores. Se responde ante los valores aceptándolos libremente y en conciencia,
sin condicionamientos externos. La realización de los valores, de
acuerdo a su rango, no implica comprometer la libertad, antes bien
reafirma la personalidad. La responsabilidad es individual y no se
atenúa o diluye cuando se forma parte de un equipo o grupo de
trabajo. Este criterio es válido cuando los profesionales de la salud constituyen un equipo de tareas que realizan en común. Ellos
son custodios de un valor fundamental, la vida humana. Cabe sí,
en ciertos casos, una corresponsabilidad al participar con otros en
una determinada acción.
La responsabilidad guarda estrecha relación con la libertad
y la verdad, en función de valores. Es decisivo en todo proceso
educativo inculcar una libertad responsable. Cabe, también, una
responsabilidad en la búsqueda y aceptación de la verdad. El amor
a la verdad debe resplandecer en todos los campos del saber.
Honestidad y responsabilidad deben guiar nuestro obrar teniendo en cuenta nuestras reales posibilidades y limitaciones, poniendo como máximo criterio el bien del paciente tanto en su aspecto físico como psicoespiritual sirviendo a la totalidad del hombre.
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Verdad y libertad. “La verdad os hará libres” (Jn 8,32)
Con la verdad seremos libres, con lo cual se afirma la estrecha relación entre libertad y verdad. Sin embargo, el sentido y uso
legítimo de la libertad se ve oscurecido en el mundo actual. Muchos factores y circunstancias hacen difícil al hombre de hoy optar
por una dirección correcta en el uso de la libertad. Las antinomias
existentes, las contradicciones y desequilibrios, el oscurecimiento de la verdad producen severas perturbaciones en el comportamiento de las personas. Más que todo han sido las corrientes del
pensamientos que han incidido negativamente desde largo tiempo
y que, lejos de atenuarse, tienden a permanecer, tales como el relativismo, el cientificismo y el pragmatismo. Ellas socavan las bases
morales de la conducta humana y el mismo sentido de la vida.
Relevantes intelectuales han señalado, con cierta dureza, esta
crisis de la cultura; el filósofo italiano Michele Federico Sciacca
ha hablado de “impiedad cultural”, analizando la crisis europea,
aludiendo a la pérdida de la inteligencia del ser que impele al nihilismo ontológico y al nominalismo gnoseológico, vaciando al
hombre de su patrimonio natural metafísico y de su apertura trascendente. (Citado por Paul Poupard. Dios y la libertad. EDICEP
C.B. Valencia, España, 1997. p.14). André Malrarux señaló que la
condición del hombre contemporáneo es tal que, por primera vez
en la historia, una cultura se define mediante el rechazo de toda
trascendencia. Algunos pensadores modernos han llegado a exaltar la libertad hasta el extremo de considerarla un valor absoluto,
que sería la fuente de valores. Ciertas doctrinas han atribuido a la
conciencia individual las prerrogativas de una instancia suprema
del juicio moral, que decide sobre el bien y el mal.
La libertad es correlativa con la responsabilidad. La auténtica libertad, en función de la dignidad de las personas, es aquella
que opta por el bien, por los ideales superiores que ennoblecen el
espíritu y hace ascender por el camino de la virtud y de la creatividad. El servicio sobre la verdad del hombre y de su dignidad es
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una tarea intransferible en la formación universitaria; se constituye en un valor que junto con la belleza y el bien hacen a la universalidad de una cultura.
El amor
Referirse al amor, luego de considerar los valores y virtudes
anteriormente descriptos, hace a la intención de mostrarlo como
aquello que corona y viene a ser lo que dignifica las otras perfecciones.
Por la caridad amamos a Dios y a nuestro prójimo; por ello
es superior a todas las demás virtudes. El amor entre los hombres
se expresa de diversas formas: el amor entre amigos, el amor entre
los familiares, el amor a la patria, el amor profesional o la vocación; dentro de ellos, particularmente, están el amor conyugal y el
amor maternal. El amor conyugal florece en el matrimonio, núcleo
de la familia; en él los esposos se donan mutuamente en el alma y
en el cuerpo con la apertura a la vida.
Si el amor penetra, como vemos en forma multifacética la
existencia humana, no puede estar ausente en las relaciones que se
establecen en el arte de curar. Puede decirse que quien sigue auténticamente su vocación, cuando asiste al sufriente, experimenta
algo más que un simple sentimiento. Cuando se acepta estar junto
al otro que sufre y asume su dolor, estamos creando un vínculo
más fuerte que la amistad. Así participamos del misterio del dolor
que purifica.
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