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El estancamiento económico en los países
industrializados de Occidente
ELVIO BALDINELLI
Los estímulos para un proceso de expansión económica como el de la
posguerra han desaparecido.
Introducción
Entre los años finales de la década de los
años 50 y principios de los años 70 el mundo desarrollado vivió una expansión económica sin precedentes tanto por su intensidad como por su extensión. Este crecimiento abarcó sin excepciones a todos los
países industrializados y se extendió por
casi un cuarto de siglo.
Los países más atrasados adoptaron entonces como meta obsesiva y casi excluyente sumarse a ese ritmo de crecimiento
económico; incluso se autodenaminaron
"países en desarrollo" para subrayar un
estado de transición hacia la industrialización.
En razón de la velocidad y persistencia
del crecimiento económico de los países industrializados y de la intención (aunque
frustrada en gran medida) de los países en
desarrollo por imitarlos, aparecen, a fines
de la década de los años 60, diversos movimientos de opinión preocupados por las
consecuencias negativas que para el mun-
4
do podría resultar de este crecimiento económico sin límites.
Un grupo, originariamente europeo pero
luego extendido a los Estados Unidos, señalaba que el uso creciente de materias primas y energía no siempre renovables habría de poner un "límite al crecimiento"
precisamente al agotarse esos recursos, y
que por lo tanto convenía buscar los medios
para poner coto a ese desarrollo económico sin freno. También fue tomando fuerzas el movimiento ecologista, o sea el de
aquellos que temen por los efectos de la
industrialización sobre el medio ambiente.
Fue muy grande la preocupación de los países industrializados por el incremento de
la población en los países en desarrollo por
considerar que su expansión no sólo compromete el futuro económico de estos países sino que, además, amenaza al mundo
industrializado al reducir los recursos naturales de que podrá disponer.
Muy cerca de los ecologistas, como por
ejemplo en Francia, están quienes piensan
que, a partir de cierto límite, todo incremento de la producción de bienes resulta
en una disminución del bienestar de la población, pues tanto el esfuerzo para producirlo, como el tiempo que insume el hacer
uso de bienes superfluos, conspiran contra
la posibilidad de lograr, para el hombre,
una vida plena y una personalidad equilibrada.
No todos los economistas coinciden en
que la falta de recursos no renovables ha
de determinar un forzoso alto en el crecimiento económico. El Premio Nobel Wassily Leontief, que dirigió un trabajo para
las Naciones Unidas tendiente a medir la
efectividad de esa limitación, sostiene :
"Una de las principales conclusiones del
estudio de las Naciones Unidas es que, ni
la crítica escasez de recursos naturales básicos, ni los costos de la protección al medio ambiente habrían de resultar en una
seria amenaza para el mantenimiento de
una alta y global tasa de crecimiento económico hasta más allá del año 2000."
Mientras se discutía si se podía continuar con un crecimiento económico tan
veloz; si tal cosa era conveniente; si los
países en desarrollo podían o no sumarse
a ese crecimiento, sobrevino en el mundo
industrializado una abrupta recesión económica cuyos efectos se extendieron al resto de la humanidad. Esta crisis vino, si no
a poner punto final, al menos a suspender
las especulaciones relativas a los límites
del crecimiento, y repentinamente, economistas, funcionarios y políticos han pasado
a preocuparse por buscar nuevas fórmulas
que permitan al mundo industrializado recuperar aquellos niveles de crecimiento
económico de la posguerra.
La crisis del año 1973
La crisis económica comenzó en algunos
países industrializados a fines de 1973 y
en otros en el siguiente año. Así como la
prosperidad había abarcado a todos los
países industrializados sin excepción, la
recesión afectó, en mayor o menor medida, también a todos.
A diferencia de la crisis de los años 30,
ésta comenzada en los años 70 nunca provocó un estado de pánico. Sin embargo con
el correr de los años las preocupaciones
se han ido ahondando y así el Primer Ministro del Canadá, señor Pierre Trudeau, en
el encuentro en Versalles de jefes de Estado
de países industrializados que tuvo lugar
en el año 1982 dijo que : " Nosotros estamos pasando de una crisis a una catástrofe", mientras que Paul McCracken, jefe del
equipo de economistas encargados por la
OECD de diseñar políticas destinadas a
poner fin a la crisis señaló que : "La economía mundial se está balanceando al filo
de un cuchillo y puede muy fácilmente zambullirse en otra era de desintegración económica. "
En razón de que los países más importantes han adoptado como herramienta
para combatir la inflación la restricción
de la oferta monetaria, las tasas de interés
han subido muchísimo en el mercado financiero internacional. Estas elevadas tasas están poniendo en dificultades a docenas de países con fuerte endeudamiento externo. Como resultado de esto, los bancos privados están cada día más renuentes
para otorgar nuevos créditos y han terminado por cortarlos para amplias regiones
del mundo socialista, Africa y América Latina. Como todos los bancos privados están
adoptando al mismo tiempo la misma política cautelosa, se temen dificultades adicionales en el comercio internacional. Así,
resultarán nuevos males de dos imprudencias, la de los grandes bancos que prestaron con manifiesta liberalidad, y el de los
países que tomaron más créditos de los que
podían pagar.
Como consecuencia de la crisis los países
industrializados muestran en estos años un
bajo índice de crecimiento económico, la
inflación es muy alta y el desempleo cada
vez más amplio. Debido a las elevadas ta-
5
sas de interés miles de empresas han cesado
de operar, y la persistencia de la crisis
está minando la confianza pública en la
capacidad de los gobiernos para controlarla.
El Fondo Monetario Internacional en su
publicación "World Economic Outlook"
del año 1982 informa que los países industrializados aumentaron su Producto
Bruto Nacional en términos reales, por año
y en promedio, en el período 1963/73 en
un 4,7 por ciento. Entre los años 1973 y
1979 ese incremento bajó al 3,3, por ciento,
en los años 1980 y 1981 fue apenas superior
al uno por ciento y para el año 1982 se estima que ni siquiera se alcanzó esa cifra.
Si las variaciones del PBN se dieran per
cápita el crecimiento sería de cero en razón
del aumento de la población.
La misma publicación del Fondo señala
que la inflación (medida como cambio en
los índices de precios de consumo) en los
países industrializados alcanzaba en el promedio de los años 1963/72 al 3,9 por ciento
anual, mientras que entre los años 1973 y
1981 alcanzó un promedio de 9,6 por ciento, estimándose para el año 1982 una inflación promedio del 8,1 por ciento.
También el documento del Fondo Monetario Internacional se ocupa de la desocupación de los países industrializados y señala que para siete de ellos (Canadá, Estados Unidos, Japón, Francia, R. F. de Alemania, Italia y el Reino Unido) estaban
sin empleo el 3,2 por ciento de la fuerza
total de trabajo en el promedio de los años
1963/72. Este porcentaje de desocupados
creció casi sin interrupción desde el año
1973 para alcanzar en el año 1982, el 7,6
por ciento de la fuerza total de trabajo.
"
Agrega el Fondo :
A principios de 1982
aproximadamente 28 millones de trabajadores estaban desocupados en los países
industrializados. El costo social y económico de tal desperdicio de recursos humanos es enorme y los riesgos políticos no
pueden ser ignorados."
6
El mismo informe del FMI comenta :
Los países industrializados como grupo
enfrentan la perspectiva de una débil performance por tres años consecutivos, y el
problema de un bajo o negativo crecimiento en la mayor parte de estos países parece
ser aun más severo y prolongado de lo que
se pensó hasta hace exactamente unos pocos meses. Respecto del año 1983, si no
hay novedades no previsibles, la tasa de
crecimiento en términos reales del Productos Bruto Nacional se espera que muestre una generalizada mejora entre los países industrializados, pero que puede sumar
solamente un 2,5 por ciento en conjunto."
Estas son las características de la recesión que vive el mundo industrializado
desde hace ya casi diez años. A continuación se analizarán los orígenes y presuntas
causas de este proceso.
"
Las causas iniciales
La primera reacción en los países industrializados apenas la crisis se hizo presente fue atribuirla al aumento del precio del
petróleo. El economista R. L. Heilbroner
dice al respecto : "El aumento de los precios del petróleo puede ser responsabilizado por el inicio de la crisis económica
mundial, pero no por su evolución siguiente. Más bien puede decirse que la responsabilidad del aumento de los precios del petróleo en la presente crisis mundial es tan
grande como el desplome de Wall Street lo
"
fue en precipitar la de los años 30. Cuando quedó claro que el problema no tenía
una causa única, sino que éstas eran varias
y complejas, muy enraizadas y de vieja
data, hubo corrientes de pensamiento que
aún pesan mucho en el mundo industrializado, que atribuyeron a causales coyunturales el origen de la crisis y opinaron que
se la podía controlar mediante adecuadas
políticas monetarias y fiscales.
Los que así piensan creen que el origen
del mal está en la inflación, impulsada por
el alto precio del petróleo, ya que ésta lleva a desalentar el ahorro y eleva la tasa
nominal y real del interés, declinando la
inversión motor de expansión económica,
y del empleo.
El Fondo Monetario Internacional en su
publicación "World Economic Outlook"
del año 1981 da como causante de la inflación que afecta al mundo industrializado
que no se haya restringido la oferta monetaria apenas se notó un aumento en la presión inflacionaria. Agrega el Fondo que en
lo fiscal estos países no supieron poner
coto a la presión hacia la expansión de los
gastos.
En esta misma publicación, pero corres"
pondiente al año 1982, el FMI señala : Va
a ser difícil reducir sustancialmente los
déficit fiscales existentes porque ellos son,
en gran medida, resultante de profundas
tendencias que actúan hace mucho tiempo
y no de factores a corto plazo " . Agrega el
Fondo que en los últimos quince años las
presiones sobre los gobiernos para que expandieran sus actividades han traído un
gran incremento de los gastos públicos, especialmente los asociados con la seguridad
y la acción social.
Según estimaciones de la OECD los gastos en bienestar social en los países industrializados, fuera de los gastos en vivienda,
aumentaron de cerca del 12 por ciento el
Producto Bruto Interno a principios de los
años 60, al 17 por ciento en la década de
los años 70.
Sin embargo, la experiencia de estos años
muestra que aún cuando las políticas fiscales y monetarias se apliquen con un vigor
que sería el adecuado, a criterio de quienes las recomiendan, la inflación y la recesión continúan negándose a ceder. El Fondo Monetario Internacional es conciente de
esta realidad y en su informe "World Economic Outlook " del año 1981 dice : " Otro
aspecto de la solución se encuentra en el
uso de la política de ingresos para apoyar
o complementar sanas políticas monetarias
y fiscales. Hoy día las políticas de ingreso
son frecuentemente identificadas con el
establecimiento de controles a los salarios
y a los precios a través de otros medios
administrativos, con frecuencia sin las restricciones de un programa vinculado a la
demanda agregada. Varias experiencias en
esta dirección se han hecho al promediar la
década de los años 70 y fracasaron, desacreditando en alguna medida la política
de ingresos. Hay, sin embargo, formas más
flexibles de políticas de ingresos, variando
de país en país de acuerdo con su medio
social y político, que pueden contribuir a
la lucha contra la inflación y la recesión.
En algunos países europeos, por ejemplo,
las autoridades intervinieron directamente
en las negociaciones entre la industria y los
sindicatos y han hecho esfuerzos para que
exista relación entre el aumento de los salarios reales y el promedio de los aumentos
en productividad de la economía, corregida
por las modificaciones en los términos del
intercambio. Un ejemplo aún mejor es provisto por el Japón, donde la existencia de
criterios comunes entre representantes del
gobierno, industria y sindicatos parece haber ayudado a alcanzar una relativa baja
tasa de inflación ( solamente 3 por ciento
en 1980, 2,9 por ciento en 1981 y 2,3 por
ciento en 1982, en términos del índice implícito del PBN), sin haber apelado a una
severa contracción del crédito y a pesar
de un gran déficit fiscal. Sin duda las circunstancias económicas y sociales del Japón no son las mismas de otras regiones,
pero el éxito de la economía japonesa puede servir para indicar la dirección en la
cual otros países pueden moverse, si se
quiere salir del actual marasmo recesionario e inflatorio."
Como se ve, el Japón es el único país
industrializado de economía de mercado y
de mayor tamaño donde la inflación y la
recesión son combatidos con éxito satisfactorio. Sin embargo no practica la or7
todoxia en materia monetaria ni en la fiscal. A continuación se hacen algunos comentarios sobre la economía del Japón,
ya que de su diferente comportamiento
surge con mayor claridad el problema que
afecta a los demás países industrializados.
La crisis en el Japón
La economía del Japón crecía a un ritmo
del 9,8 por ciento por año en el período
1963/72, y bajó al 3 por ciento anual en
los últimos años. Así es que crecía en el
período 1963/72 a un ritmo doble que el
promedio para los países industrializados
y crece ahora al triple de ese promedio.
Esta disminución en el crecimiento económico del Japón se explica tanto por el aumento de los precios del petróleo, que inciden sobre su economía más que sobre la dP
Estados Unidos y Europa, ya que el Japón
no cuenta con yacimientos importantes de
carbón o petróleo, como por los efectos limitantes de la recesión mundial sobre sus
exportaciones. Sin embargo el crecimiento
de la economía del Japón es hoy cercano al
de los otros países industrializados antes
de la crisis del año 1973.
Hace un par de años el Director de Relaciones Exteriores de la Comunidad Económica Europea, Roy Denman, escribió un
informe interno sobre las relaciones del
Japón con la CEE con motivo de un viaje a
ese país. Sin duda el informe era secreto,
pero al decir del español Leopoldo Calvo
Sotelo, para que un documento comunitario no llegue a los diarios, es preciso no
poner sobre él el sello de " secreto". El informe llegó a la prensa y la noticia de que
el señor Denman opinaba que los japoneses eran unos trabajadores empecinados
( workaholics) y que habitaban viviendas
que en Europa no estarían destinadas ni
a conejos, dio la vuelta al mundo. El señor
Denman es un agudo observador, de modo
que los comentarios no deben estar muy
desencaminados.
8
En efecto, la observación es pertinente.
Sucede que tanto los empresarios como los
obreros del Japón trabajan con mucho
ahinco, tanto hoy día como apenas terminada la guerra, con tanto ahinco como trabajaban los europeos para esos años. Es curioso como ni los funcionarios del Fondo
Monetario Internacional, ni los del Banco
Mundial, apuntan este factor cuando analizan los orígenes de la recesión en los paíindustrializados.
Tampoco el Premio Nobel W. Arthur Lewis, en su escrito titulado "The slowing
down of the engine of growth", al enumerar
las causas de la recesión encuentra lugar
para ese factor. Son, en cambio, seis los que
considera de interés : 1) Que Europa pudo
desarrollar en la posguerra las innovaciones técnicas que Estados Unidos produjo
en la preguerra. 2) Que no han habido novedades técnicas de importancia en el mundo de la posguerra. 3) Que se agotó la
reserva de mano de obra que Europa tenía
en el agro. 4) Escasez creciente de minerales y de combustible. 5) Mayor demanda
de servicios que de productos industriales
y 6) Altos impuestos.
Sin embargo parece evidente que el secreto del éxito del Japón no se encuentra
en que haya podido eludir algunos o todos
los factores arriba anotados. La contracción al trabajo y el espíritu de solidaridad
de su gente, tanto de los directivos como
de los trabajadores, ha dado lugar a que
la política de ingresos haya tenido éxito,
y que la inflación se haya controlado. Esta
solidaridad ha permitido una asociación
especial entre los obreros y la gran empresa que modifica la noción de "mercado de
trabajo" y permite la coexistencia de obreros que tienen el privilegio de trabajar en
una gran empresa, donde gozan de estabilidad por vida y alta remuneración, y de los
que trabajan en los sectores de bajo rendimiento de la economía y que no gozan
de ninguna de aquellas ventajas. Así, están
en condiciones de exportar tanto las gran-
des empresas, por ofrecer productos complejos, como los sectores de bajo rendimiento, debido a los salarios más bajos.
El informe ya citado del FMI al referirse
específicamente al Japón confirma la continuación de esta política, ya que a comienzos del año 1982 el incremento de salarios
acordado entre grandes empresas y grandes sindicatos fue del 7 por ciento, pero el
aumento para la economía en total no excederá del 5,5 al 6 por ciento, debido a aumentos menores por parte de las empresas medianas y pequeñas.
Esa solidaridad le ha permitido al Japón
introducir novedades en los sistemas productivos que aumentan la eficiencia, tal
como los robots, que reemplazan la mano
de obra. El Fondo Monetario Internacional en su publicación "World Economic
Outlook" del año 1982 comentaba que las
dificultades que encuentran los países industrializados de occidente en cambiar la
estructura de las industrias no aparecen en
Japón : " En contraste el Japón ofrece un
i mpresionante ejemplo de exitosas adaptaciones de la estructura industrial a condiciones cambiantes. Después de 1970, la tasa de incremento de la industria japonesa,
que era intensiva en materias primas y
mano de obra se redujo marcadamente, y
la industria se ha ido convirtiendo hacia
una composición con mayor peso en las industrias intensivas en tecnología tales como las químicas, maquinarias de precisión,
automóviles y equipo eléctrico. "
Es muy posible que los japoneses continúen trabajando con tanta tenacidad porque, dada su pobreza en recursos naturales
entienden que no les queda otro remedio
para competir con los otros países industrializados. Puede ser también que lo hagan
hasta que obtengan viviendas mejores, curiosamente el único elemento industrial
i mportante que la gran empresa no ha conseguido fabricar con eficiencia.
De lo que no hay duda es que si un día
la actitud hacia el trabajo de los japoneses
declina, aumentará la recesión económica
en el mundo. En los países industrializados
de occidente se dice que la competencia en
productos industriales (y agropecuarios )
de los países en desarrollo es desleal porque resulta de pagar salarios de hambre.
Como no se puede decir que los salarios
en el Japón sean hoy día de hambre, la competitividad de este país no encaja en la explicación, y resulta perturbadora. Si un
día el Japón también bajara la guardia,
los países industrializados de occidente podrían aceptar sin inquietudes la tasa de
crecimiento cero como algo natural y deseable. Y posiblemente tuvieran razón.
El trabajo en occidente
Hay quienes creen que la causa fundamental, estructural, de la crisis económica
en los países industrializados de occiden te se encuentra en el cambio de actitud de
la población respecto del trabajo. Este factor ya pesaba fuertemente a fines de la década de los años 60 y hubiera ido, durante
la década de los años 70, lenta e inexorablemente originando la inflación y la recesión,
si no hubiera sido por el aumento del precio del petróleo que, en el año 1973, precipitó súbitamente la crisis.
Para comprender cabalmente el cambio
de actitud ante el trabajo de los europeos
contemporáneos, respecto de aquellos que
vivieron para ver el fin de la segunda guerra mundial, es necesario recordar que en
la preguerra las condiciones de vida en
Europa eran muy difíciles. Persistían aún
los efectos de la gran depresión de 1930,
Francia era un país decadente y empobrecido, Italia era poderosa sólo en el verbo
de su líder, Alemania trabajaba con ahínco,
no para vivir mejor, sino para construir
una máquina bélica que le permitiera conquistar aquello que consideraba su "espacio vital", la decadencia imperial de
Gran Bretaña era ya patente, España salía
9
destrozada y dividida de la guerra civil.
Después de todo esto vino la segunda guerra mundial y los que la sobrevivieron no
podían suponer otra cosa que, aun trabajando muy duro, apenas podrían aspirar
en la posguerra a la poco brillante situación de 1939.
La voluntad de trabajar se presentó, quizá explicablemente, con mucha más fuerza en los países que salieron perdedores de
la guerra, que en los victoriosos. Así fue
que el mundo vio con asombro que Alemania e Italia resultaron los dos "milagros
"
económicos de la posguerra. A ese milagro
se sumaría, pero con mayor persistencia
aún, el del tercer gran perdedor : el Japón.
En una reunión social en Buenos Aires,
hace de esto ya más de diez años, un ciudadano holandés, que regresaba a Europa
para retirarse a descansar los últimos años
de su vida, comentaba que no se radicaría
en su país, donde los impuestos a la renta
son muy elevados. Además, agregaba que
en Holanda no había otro remedio que pagar los impuestos, pues la sanción moral
pública para quien no lo hacía era muy elevada. Al preguntársele la razón de tal actitud de la comunidad holandesa, a diferencia de otras, la argentina entre ellas, él
explicó que al terminar la guerra el estado
de destrucción de la estructura productiva
del país era tal que todos los ciudadanos
debieron hacer muy penosos sacrificios
para lograr poner la economía otra vez en
marcha, y así, quien en tales circunstancias
no fuera solidario con el esfuerzo común,
no pagando debidamente sus impuestos,
era considerado un réprobo, indigno de
toda consideración pública.
El fin de la solidaridad
En la posguerra no sólo hubo "milagros"
económicos de los ex países del Eje, sino
que éstos se hicieron en diferente medida
extensivos a todos los países industrializa10
dos. Como ya se ha dicho, la prosperidad
fue intensa y se mantuvo por muchos años.
Sin embargo las nuevas generaciones ya no
mostraron el mismo empeño por trabajar,
el mismo espíritu solidario de aquellas de
la posguerra. No es este un fenómeno único, los fundadores del Estado de Israel comentan que la nueva generación, sus hijos,
ya no demuestran el mismo espíritu de sacrificio que los pioneros. Si esto ocurre
en un país que no ha cesado de estar, desde
su creación, en un virtual continuo estado
de guerra, nada de extraño hay que ocurra
también en los países industrializados.
Estas consideraciones son confirmadas
por organismos internacionales que estudian los problemas económicos de esos
países tal como surge de los párrafos que
siguen.
Con relación a la declinación de la productividad obrera y los salarios dice el informe del FMI "World Economic Outlook"
"
del año 1982: Los salarios reales aumentaron acentuadamente a principio y mitad
de los años 70, particularmente en los países europeos. Desde 1969 a 1975 la tasa de
incremento de los salarios reales en los
sectores manufactureros de los cuatro
países industriales mayores de Europa fue
de cerca de 3 puntos de porcentaje por año
más elevado que el crecimiento del índice
de productividad laboral, a pesar de la
aguda caída en los términos del intercambio. El incremento de la tasa de salarios
reales fue al menos tan pronunciada en
países pequeños tales como Austria, Bélgica, Holanda y Suiza. El resultado fue una
reducción de la posibilidad de ahorro y en
la tasa de retorno esperada de las inversiones. La explícita o implícita indexación
de los salarios nominales impidió que las
ganancias en los salarios reales fueran erosionadas, y contribuyó a una baja inversión, a un bajo crecimiento y al desempleo.
Los sindicatos obreros concentraron sus
fuerzas en hacer ganancias reales en los
salarios, más bien que en más ocupación.
en parte debido al incremento de los beneficios por desempleo y a los intentos de las
autoridades nacionales de eliminar la desocupación con expansión monetaria y políticas fiscales."
La Comisión de la Comunidad Económica Europea es conciente de esta tendencia.
En un documento titulado "A Community
strategy to develop Europe ' s Industry "
"
(23/10/1981) se lee : Desde el año 1978
la participación en el mercado mundial
de los productos europeos ha ido decreciendo y la distancia entre el crecimiento de la
demanda mundial y de las exportaciones
comunitarias no deja de aumentar. En vista de esta tendencia, que denota la declinación de la competitividad europea, la
Comunidad debe actuar para explotar todas las posibilidades que provea el mercado internacional, aun si ahora éste es más
limitado que en el pasado. La Comunidad
debe dar nuevo énfasis a la convicción de
que el proteccionismo es un camino sin
salida para Europa : es una contradicción
absurda predicar la expansión económica
de Europa en el crecimiento del comercio
internacional y al mismo tiempo encerrarse dentro de su propio mercado."
A este respecto tres economistas del secretariado del GATT' en un informe titulado "Liberalización del comercio, proteccionismo e interdependencia " (año 1977)
dicen : "El indispensable proceso de reducción de la inflación por el que están pasando las economías industriales parece haber
puesto de manifiesto algunos puntos débiles y deficiencias estructurales que se habían venido desarrollando durante algún
tiempo y que habían pasado desapercibidas hasta entonces, debido al exceso de la
demanda agregada que se produjo a partir
de los últimos años de la década de los años
60. Por ejemplo, la gran diferencia de la
eficiencia de la producción de acero entre
el Japón y algunos países en vías de industrialización por un lado, y los Estados Unidos y varios países importantes de Europa
Occidental por el otro, no pudo desarrollarse sólo en unos años."
Todo el que visita a Europa, sobre todo
a los países del norte del continente, no
puede menos que admirar el elevadísimo
nivel de vida, la excelencia de los servicios
públicos, la sensación de abundancia, aun
de opulencia, que se ve por todas partes.
Sin embargo, hay amplios sectores de la
población europea, sobre todo de la clase
alta, que estiman que se está viviendo por
encima de las posibilidades, que se está
consumiendo el ahorro y el crédito de los
países, que la gente sólo aspira a quedar
sin empleo para gozar del subsidio a la
desocupación, que no hay inversión posible debido a los elevados impuestos que
confiscan todo ahorro.
Con el correr de los meses se van comprendiendo las razones, un tanto exageradas, de los europeos pesimistas. De a poco
se comienza a ver que la congestión de
automóviles de quienes abandonan sus tareas se produce en las calles ya a las cuatro y media de la tarde, que la vacación
anual es de no menos de un mes, pero adicionalmente a ésta, la gran vacación, son
de práctica dos o tres pequeñas vacaciones
en el curso del año. Es evidente que los
europeos han trabajado mucho, pero ahora
quieren gozar de los frutos de su trabajo,
y la verdad es que lo logran.
Hasta hace muy pocos años la gran excepción de Europa era la R. F. de Alemania.
La disciplina en el trabajo era mucho más
elevada que en otras partes, y los compromisos asumidos, ya sea con clientes del
propio país como del extranjero eran sagrados. Alemania era considerada la locomotora de Europa, con su capacidad exportadora y su disciplina financiera podía
iniciar la reactivación de su economía sin
inflación y sin déficit en el sector externo
y arrastrar hacia la expansión económica
el tren compuesto por los demás países
europeos. Ya no más. También los alemanes han descubierto las delicias del ocio,
11
y compiten en procurar largas y frecuentes vacaciones por razones de salud y vacaciones también largas y frecuentes por
razones de descanso. Ya nadie habla de la
locomotora de Europa y los primeros en
proclamarlo son los propios alemanes.
En algunas ciudades del norte de Europa
se registran más nacimientos los viernes
que durante los demás días de la semana,
pero es especialmente notable la baja natalidad en sábados y domingos. La explicación se encuentra en el deseo del personal de los hospitales en no perder las salidas de los fines de semana. Es por ello
que en los días viernes el personal apresura
los partos en ciernes que amenacen producirse en sábado o domingo. Sin duda la
solidaridad de que hablaba el holandés
hace más de diez años se ha deteriorado en
Europa.
La gran empresa
La gran empresa y su papel dominante
en la economía de los países industrializados ha permitido que la actitud hacia el
trabajo de empresarios y obreros determinara más inflación y menores exportaciones, con lo que la recesión se hizo presente con más rapidez y profundidad. Se
trata de un fenómeno señalado ya por muchos economistas de primera línea y sus
efectos son por demás evidentes, pese a
que otros economistas, también de gran
prestigio, sostengan que nada ha sucedido
que invalide los principios de la economía
clásica.
No se trata aquí de echar la culpa de
todo lo malo sobre las espaldas de la gran
empresa. Sin gran empresa no se hubiera
producido la prosperidad en los países industriales. Eliminar la gran empresa equivaldría a regresar a los standards de consumo de antes de la primera guerra mundial. Lo que sí resulta negativo para los
países industrializados, según se verá un
12
poco más adelante, es la combinación de
un cambio en la actitud de la población
respecto del trabajo con el papel dominante de la gran empresa en la economía.
En el pasado las empresas eran de pequeño tamaño, las manejaba un patrón, las
técnicas eran simples, el capital de inversión y de trabajo relativamente pequeños.
Así, las situaciones monopólicas eran muy
raras. Hoy día más de la mitad de los bienes que se consumen en un país industrializado son fabricados por las grandes empresas. Estas son de tamaño enorme, son
administradas por equipos de tecnócratas,
las técnicas son complejas y a veces exclusivas y el capital tan elevado que la instalación de la competencia si bien no es imposible, no es nada frecuente. En estos
casos las situaciones monopólicas y oligopólicas no son la excepción, sino la norma.
De todos modos resta la otra mitad de la
economía, donde aún actúan numerosas
empresas que compiten entre sí, como en
otros tiempos. Son ejemplo de las primeras la fabricación de automóviles, de bienes eléctricos y electrónicos para el hogar,
de productos medicinales, de ciertos alimentos preparados, de productos químicos.
Ejemplos de los segundos son la agricultura, la confección, la industria de la construcción, la fabricación de muebles, amplios sectores de la industria de la alimentación.
La experiencia en todos estos años ha
demostrado que la gran empresa tiende a
ceder a las presiones por mayores salarios
de los sindicatos. Los directivos de las
grandes empresas han encontrado que es
mucho más cómodo, y más rentable también, ceder a las presiones de aumentos de
salarios y trasladarlos de inmediato a los
precios, que afrontar desagradables discusiones y costosas huelgas. Finalmente la
competencia, si es que la hay, hace exactamente lo mismo.
La experiencia también muestra que
cuando las grandes empresas suben los
salarios que pagan, los demás sectores de
la economía se ven obligados a subirlos
también. A este respecto los tres economistas del secretariado del GATT, en el
trabajo arriba citado, comentaban que : "ha
quedado demostrada una tendencia en los
países desarrollados a que los salarios
crezcan más o menos con la misma intensidad, cualquiera sea el ramo en que los
obreros trabajen. Mientras no hay grandes variaciones de productividad entre sectores esto no es importante, pero cuando
esto ocurre resulta que los ramos más productivos llevan el nivel de salarios de todos
los demás hacia arriba, con lo que el mantenimiento mediante apoyos artificiales de
los gobiernos a sectores de escasa productividad supone, no sólo pérdidas de producción importantes, sino la persistencia
"
de un foco de presiones inflacionarias.
Está claro que cuando una empresa produce un artículo en condiciones oligopólicas, digamos automóviles, puede pagar a
sus obreros altísimos salarios ya que está
en condiciones de trasladar los aumentos
a los consumidores. No ocurre lo mismo
con otras producciones, como la textil por
ejemplo, donde la competencia no es sólo
fuerte dentro del país sino también en el
mercado internacional.
Las grandes empresas al pagar elevados
salarios a sus obreros influyen para que las
remuneraciones al trabajo en otros sectores de la economía aumenten y así se realimenta el proceso inflacionario. Aquí se encuentra la explicación del fracaso de las
políticas monetarias y fiscales para terminar con la inflación. Estas políticas eran
efectivas cuando casi toda la economía
trabajaba en competencia, y el mercado
determinaba los precios, pero cuando no
es así las políticas monetarias y fiscales
tendientes a disminuir la inflación resultan
en altas tasas de interés y en la contracción
de la demanda. Así se da el doble fenómeno,
desconocido en otros tiempos, de una inflación y recesión simultáneas.
Los salarios y la exportación
El invalidar las políticas monetarias y
fiscales para controlar la inflación no ha
sido la única consecuencia del papel dominante de la gran empresa en la economía.
Así como la gran empresa puede prefijar
los precios de sus productos en vez de recibirlos del mercado, también sucede esto
respecto de los precios de exportación, ya
que las grandes empresas que compiten
con ella en el exterior pagan asimismo elevados salarios. El problema es diferente
para el resto de la economía. La industria
de la confección, la textil, la artesanal, la
agricultura, no están en condiciones de
continuar exportando en razón de los elevados salarios que pagan, desde ya más
elevados que los de los países en desarrollo
que compiten en estos sectores. Es más,
ni siquiera están en condiciones de soportar la competencia de esos países en desarrollo en su propio territorio, y así han
aparecido crecientes tendencias proteccionistas en los países industrializados.
Sobre este punto el citado informe
"World Economic Outlook" del Fondo Monetario Internacional del año 1982 señala
que : "el apoyo a industrias en dificultades,
muchas veces en forma de barreras arancelarias, ha resultado en una amenaza para
la eficiencia económica. Esta peligrosa rigidez resulta de la tendencia de los gobiernos a otorgar diferentes formas de subsidios o protección a industrias cuya posición competitiva se ha deteriorado. Esta
tendencia es particularmente marcada
cuando la fuente primaria de presiones
competitivas es externa. En tales casos las
industrias obsolecentes o ineficientes que
están en proceso de ser desplazadas por
actividades más productivas en sus propios
países pueden muy fácilmente invocar el
espectro de la competencia extranjera desleal para obtener apoyo financiero directo
del gobierno o la aplicación de medidas de
protección contra las importaciones. Estas
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miopes políticas, aunque aparentemente
protectoras del empleo en el corto plazo,
tienden a demorar o suprimir los ajustes
que deberían traer resultados más satisfactorios, tanto interna como internacionalmente, en el largo plazo."
Si los países industrializados han protegido empresas ineficientes en el sector
industrial, aún ha sido más extensiva y
profunda la defensa de la agricultura. Con
el propósito de ahorrar divisas, compensar un sector de la población con actitud
política conservadora, prevenir desabastecimientos en tiempos de guerra y retener
trabajadores en el agro, los gobiernos han
fijado a la producción agropecuaria precios
sostén mucho más elevados que los del
mercado internacional.
El esquema para el comercio internacional en boga durante la década de los años
60 consistía en que los países industrializados continuaran concentrando su capacidad productiva en las industrias de punta, dejando las producciones más sencillas
a los países en desarrollo. De este modo los
obreros de los países industrializados se
concentrarían más y más en empresas de
gran eficiencia. Por otra parte, los países
en desarrollo podrían exportar, además de
los alimentos y materias primas tradicionales, aquellos productos manufacturados
simples y así generar capacidad de pago
para importar equipos y otros bienes industrializados. La rueda de la prosperidad podría así seguir girando indefinidamente, o
al menos hasta que los recursos no renovables del planeta tocaran a su fin.
Los nuevos desarrollos técnicos
Hay economistas que atribuyen el inicio
de la crisis en Europa a la falta de desarrollos industriales derivados de novedades
tecnológicas de importancia. En cambio
estos estímulos de magnitud chumpeteriana estaban muy presentes al terminar la
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segunda guerra mundial, cuando Europa
desarrolló plenamemnte la producción de
importantes innovaciones técnicas que en
los Estados Unidos ya en la preguerra habían demostrado su practicidad y economicidad, como el automóvil, el refrigerador
doméstico, el teléfono y el avión.
En estos momentos hay un solo producto de consumo masivo que está en la etapa
de desarrollo y para el cual la demanda
supera la oferta. Se trata de los video
cassettes de los que existen tres sistemas
en el mercado : el V. H. S., el Betamax y el
Philips. Los dos primeros son japoneses
y retienen el 85 por ciento del mercado
mundial. Philips, la gran empresa europea
que desarrolló en primer lugar el producto,
pero sólo pensando en el mercado reducido y de alto precio de los profesionales,
se encuentra limitada a una fracción del
mercado mundial y los Estados Unidos participan sólo como consumidores.
Es probable que sea verdad que hay pocos desarrollos tecnológicos que estimulen
la economía, pero también es verdad que
cuando uno aparece son los japoneses quienes sacan la mejor parte. Otra vez la diferente actitud de dirigentes y dirigidos en
Japón y los demás países industrializados.
Se ha comentado arriba cómo las empresas de los Estados Unidos y Europa se han
retrasado respecto del Japón y aun de algunos países en desarrollo en adoptar formas más eficientes de producción. Un
ejemplo claro ha sido el de la industria
siderúrgica, que aún no ha conseguido actualizarse, pese a los esfuerzos realizados
tanto en Europa como en los Estados
Unidos.
Este retraso en la adaptación de la industria a los cambios que se producen en
otras partes parece estar señalando una
preferencia en los países industrializados
de occidente por el consumo sobre la inversión. Una vez más el problema de la actitud de las nuevas generaciones respecto
del trabajo y del consumo.
El cambio de actitud de empresarios y
trabajadores en los países industrializados
de occidente respecto del trabajo ha limitado la expansión de las exportaciones en
razón de salarios demasiado elevados para
la industria pequeña y mediana, por la
inflación resultante del déficit fiscal y de
la falta de voluntad para concertar políticas de ingreso efectivas, altas tasas de interés y por consiguiente menores inversiones, atraso en la adecuación industrial
a nuevas técnicas productivas, lentitud en
explotar los pocos nuevos desarrollos técnicos que aparecen. Sin exportaciones suficientes no es posible expandir la economía, y esto comenzaba a hacerse sentir
cuando los precios del petróleo se cuadruplicaron y todas las debilidades quedaron
en evidencia.
La desocupación
El efecto más preocupante de la recesión
que afecta a los países industrializados es
la desocupación. Como queda dicho, casi
el 8 por ciento de la fuerza de trabajo está,
en promedio, desocupada en esos países.
Fuera de que el porcentaje es elevado, lo
que más preocupa a los gobiernos es que
esta desocupación afecta principalmente a
los jóvenes, y entre ellos con mayor fuerza a las minorías étnicas y a las mujeres.
El problema de la desocupación en la
juventud preocupa justamente a los dirigentes de los países industrializados. En
el mes de setiembre de 1978 el Presidente
Videla recibió en audiencia, en Roma, al
señor Guido Carli, ex presidente del Banco Central de Italia y presidente de la entidad que agrupa en ese país al empresariado italiano. Durante la entrevista, el
señor Carli, distinguido y experimentado
economista y hombre de Estado, dedicó la
mitad del tiempo de la audiencia a ilustrar
al General Videla sobre los problemas que
acarreaba a Italia la desocupación, precisa-
mente por dejar a centenares de miles de
jóvenes sin empleo y por largos años. Delincuencia juvenil, pérdida definitiva de
adecuación al trabajo, inclinación por la
actividad guerrillera, vicio en sus formas
más degradantes, son las tentaciones en
las que los jóvenes, que nunca han trabajado, y no consiguen hacerlo, pueden caer.
Resulta ilustrativo hacer referencia en
este punto a tres modalidades para encarar
el problema de la desocupación presentados por diferentes fuerzas políticas en las
últimas elecciones presidenciales en Francia y de las que resultó ganador el socialismo.
El partido socialista prometió, durante
la campaña, combatir la desocupación
creando empleos mediante la reducción de
las horas de trabajo de los ocupados. El
problema es que muchos sectores entendieron que esto debería hacerse sin que disminuyera el ingreso, o sea que de aplicarse
la solución resultaría en un nuevo fuerte
incremento de los salarios que disminuiría
las exportaciones y aumentaría las importaciones, por lo que el esquema no es aplicable.
El ex presidente Giscard prometió que,
de ganar las elecciones, crearía empleos
adelantando la edad de retiro jubilatorio.
Así trabajaría el mismo número de personas, pero los jóvenes ocuparían los puestos
de trabajo dejados por los viejos. El costo
se equilibraría, ya que las cajas de jubilación podrían recibir dinero que ahorrarían
las que pagan a los desocupados. El esquema era aplicable, pero Giscard no ganó las
elecciones.
La tercer propuesta fue del partido ecologista, que reclamaba repartir, entre todos, los empleos existentes, es decir, que
todos trabajaran menos horas, pero que
todos tuvieran trabajo. Así habría una reducción en los ingresos individuales, pero
fue un principio sostenido por este partido
la conveniencia de preferir tiempo libre para gozar de la vida en lugar de más bienes
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para consumir. El hecho de que obtuviera
4,5 por ciento de los votos muestra que la
población en Francia no está dispuesta a
dar más trabajo por menos remuneración,
ya que ni siquiera les entusiasma la idea
de aceptar menos remuneración por menos
trabajo.
El problema de la desocupación en los
países industrializados de occidente deriva
de que, dada la presente voluntad de trabajo de dirigentes y dirigidos, no hay posibilidad de lograr exportaciones suficientes para expandir la economía con las
cuentas externas en equilibrio y proporcionar así trabajo para todos a los elevados
salarios que se pretenden. Mientras la actitud ante el trabajo se mantenga sin cambios y las pretensiones de ingresos no se
modifiquen, y no hay síntomas que ni una
ni otra cosa vayan a suceder, será inútil
buscar fórmulas para conformar a todos,
ya que lo que hay que distribuir es, simplemente, menos que lo que se reclama.
Conclusión
En algunos casos es posible comparar el
comportamiento de los países con el de las
personas. Si una persona establece que la
única finalidad de la vida es ganar dinero,
y pone en este objetivo todas sus energías
es indudable que, salvo accidente, acumulará más riqueza que alguien que considera
que el ganar dinero es sólo un medio para
gozar de otros aspectos de la vida. También
si en un país se considera que el aumento
del Producto Nacional Bruto es la sola y
única medida del éxito colectivo y concentra en ello las energías mejores, es probable que su economía crezca más que la
de otro país donde la atención de sus habitantes se dispersa tras diversos propósitos.
Los países industrializados concentraron
en la posguerra sus mejores energías en
poner en pie el aparato productivo afectado por el conflicto. Además tuvieron una
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necesidad renovada de demostrar que una
sociedad abierta podía ofrecer condiciones
materiales de vida superiores a las de una
sociedad marxista. Obraron durante todos
los años de la posguerra como el hombre
que considera que acumular riqueza es la
más alta finalidad de la vida, y consiguieron los objetivos buscados, al menos en el
corto plazo.
Es evidente que las nuevas generaciones
en los países industrializados ya no tienen
el reto de la anterior, no tienen que poner
en pie una economía destruida, ni tienen
que demostrar que su sociedad es mejor
que la marxista, y obran en consecuencia.
Como siempre ocurre en estos procesos
hay tendencias encontradas y aun contradictorias. Hay sectores en los países industrializados que consideran se debería volver
a las antiguas virtudes de trabajo y disciplina, a fin de retomar el perdido ritmo de
crecimiento económico, pero prevalecen
quienes desean esa vida mucho más cómoda que hoy se goza, y esta tendencia se
afirma ya que la prefieren los jóvenes.
Se presentan contradicciones en los países, donde si bien no se desea volver a los
anteriores standards de trabajo, en cambio
se reclaman consumos crecientes, y rara
vez ambas cosas son posibles.
Sin duda que las nuevas generaciones
en los países industrializados pueden estar
en condiciones de repetir un proceso de
expansión económica como el de la posguerra, pero para que esto ocurra tendrían
que repetirse estímulos parecidos a los de
aquella época : una guerra destructora o
una grave amenaza de dominación extranjera. Mientras algo así no suceda la actual
tendencia recesiva se seguirá acentuando,
simplemente porque irán desapareciendo
los testigos de otra época que aún reclaman
a los jóvenes el regreso al trabajo duro.
Desde comienzos del año 1983 se perciben signos crecientes de recuperación en la
actividad económica de los EE.UU., pero
algunos observadores dudan de la persis-
tencia de una reactivación en un país con
elevado déficit fiscal, una moneda sobrevaluada, desequilibrio en la balanza comercial y elevada tasa de interés, y temen
por los efectos sicológicos de una esperanza frustrada.
Sin embargo puede haber novedades o
reformas que permitan a los países industrializados, o bien regresar a la expansión
de la economía, o bien dar solución al peor
de los problemas que les ha traído el estancamiento económico : la desocupación.
Puede darse que en los próximos años
aparezcan nuevos desarrollos tecnológicos
que permitan aumentar la producción trabajando lo mismo o menos. También puede darse el descubrimiento de nuevas formas de producir energía a precios más
bajos que los actuales del petróleo. Cualquiera de las dos novedades, o mejor aún,
la combinación de las dos, permitiría a las
nuevas generaciones en los países industrializados de occidente alcanzar sus deseos : trabajar menos y consumir más.
También puede suceder que esos desarrollos tecnológicos no tengan lugar, o que
no sean de la suficiente importancia como
para revertir las tendencias actuales. En
este caso el estancamiento persistiría, pero
siempre, al menos teóricamente, los países
industrializados de occidente podrían intentar dar solución al problema de la desocupación.
Sólo una pequeña proporción de los desocupados está conforme con su condición
de subsidiados de la colectividad. Estos
son los que no aspiran a alcanzar los altos
niveles de consumo a que acceden quienes
tienen ocupación y, por lo tanto, salario
pleno y los que son tan hábiles y tramposos
como para cobrar el subsidio y al mismo
tiempo obtener algunos ingresos suplementarios trabajando clandestinamente. Los
demás, la gran mayoría, aspiran a hallar
ocupación legal, y este deseo es más antigustioso cuando se trata de jóvenes que
nunca han trabajado.
Podrían los países industrializados de
occidente eliminar el problema de la desocupación, siempre que la población aceptara reducir el consumo, y hay por lo menos dos caminos que llevan a este objetivo.
El primero sería que la mayoría de la
fuerza del trabajo que tiene ocupación y
gana un salario pleno se aviniera —como
lo preconizaron los ecologistas franceses en
la última elección presidencial— a repartir
el trabajo y el salario con el 8 por ciento
que está desocupado. Así todos trabajarían
y todos ganarían un salario, aunque el 92
por ciento tendría menos ingreso que antes,
y también menos trabajo.
Un segundo camino sería que se redujera
el consumo de ciertos productos prescindibles que, a su vez, son exportables (automóviles. televisores, cosméticos). De este
modo el aumento de las exportaciones permitiría expandir la economía sin la limitación de los medios de pago externos. hasta
el punto en que todos los desocupados hallaran trabajo.
Sin embargo no parece que en el mundo
industrializado de occidente vaya a seguir
ni uno ni otro de los caminos descriptos.
Los políticos necesitan el voto del 8 por
ciento de los desocupados, pero más necesitan el del 92 por ciento de los que trabajan, y en estos países se insiste en preferir
alto consumo con menos trabajo y para
todos. Y cuando los políticos no complacen estas aspiraciones sucede que se reemplaza en Francia un gobierno de derecha
por otro de izquierda, y en Alemania el de
izquierda por uno de derecha. Salvo el milagro tecnológico, ni uno ni otro conseguirán soluciones a la crisis, dado que su
origen esá en deseos contradictorios muy
arraigados en las gentes.
NOTA
1
Richard Blackhurst, Nicolas Marian y Jan Tumlir.
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