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BOECIO, MAESTRO DEL PENSAMIENTO MEDIEVAL
Alfonso Flórez
Facultad de Filosofía
Pontificia Universidad Javeriana
10 de abril del 2000
[email protected]
Al aceptar gustoso la invitación de los amables organizadores para que participara en este ciclo
de conferencias sobre la Edad Media, hube de elegir un tema que tuviese tanto un valor
intrínseco, como que no fuera de alta especialización filosófica, dados los objetivos del evento
y, por ende, la preparación e intereses más amplios de los asistentes —de ustedes, a quienes
quiero agradecer de modo muy especial su presencia esta tarde.
Dada esta situación, me pareció que no había un tema que yo pudiera desarrollar mejor
que hacer una presentación de Boecio, con la esperanza de que al final de la charla a todos nos
quedaran algunas ideas acerca de la figura y la importancia de este personaje. No me propongo,
pues, otra cosa que exponer unas cuantas ideas acerca de este pensador que les puedan servir
de motivación para proseguir sus estudios del periodo medieval. Ustedes juzgarán si pude
cumplir este propósito o no.
Tras estos prolegómenos necesarios, podemos entrar en materia. Primero haré algunas
reflexiones sobre el periodo histórico en el que vive Boecio y sobre la datación de la época
medieval; luego hablaré de su vida y obra, discriminando los aportes de esta última para la
posteridad; me centraré, por último, en su obra principal, la Consolación de la filosofía.
1. Contexto histórico
La vida de Boecio se extiende aproximadamente entre los años 480 y 525, es decir, es un
hombre del siglo VI, lo cual tiene alguna significación, como mostraré luego. Recordemos
rápidamente los acontecimientos que marcan esta época. Como es sabido, desde principios del
siglo V1 diversos pueblos bárbaros han comenzado a traspasar la frontera occidental del
Imperio, en incursiones que primero son de saqueo, pero que van deviniendo asentamientos
permanentes dentro de ese mismo Imperio, que se fracciona así en distintas regiones
dominadas por el rey de un pueblo bárbaro. El final del Imperio Occidental es una catástrofe
sin antecedentes para sus habitantes, no solo de modo simbólico —¡la caída de Roma!— sino
también para su vida diaria, con un aumento en la inseguridad, disminución del comercio,
hambrunas, todo lo cual lleva a fortalecer los vínculos próximos en detrimento de unidades
administrativas y políticas mayores. Para la comprensión de estos duros sucesos no debe
exagerarse, sin embargo, el componente simbólico hasta convertirlo en apocalíptico, como si la
totalidad de una cultura hubiese sido desplazada, disuelta, para ser remplazada por una nueva y
diferente de ella. No es imposible que algo así hubiera ocurrido de no haber mediado
elementos de continuidad en este proceso.
En primer lugar, los pueblos bárbaros no eran todos ajenos al espíritu del Imperio, ni
del todo ajenos a él. De hecho, había pueblos enteros viviendo al interior de las fronteras del
1
En realidad desde antes, pero es a partir del siglo V que la tendencia se vuelve incontenible.
Boecio, maestro del pensamiento medieval
2
Imperio, asimilados hasta cierto punto a él. Y los que en efecto llegaron de fuera para
establecerse dentro del Imperio ya habían sido “conquistados” de algún modo por él, por la
posibilidad de llevar una vida menos incómoda y precaria, y algunos incluso ya habían sido
cristianizados. Sobre esto vuelvo enseguida. En medio de los desastres de toda guerra, los
pueblos bárbaros tenían muy poco que oponer a la cultura del Imperio —el dominio de las
armas— y sí mucho que ganar de una asimilación a él —los principios de la administración
pública de los territorios conquistados—. El siglo V se nos presenta así como la sucesión de
oleada tras oleada de hordas vandálicas que rompen aquello que quieren tomar. Cuando las
condiciones se estabilizan, en efecto lo toman. Por eso encontramos a todos estos reyes
rodeados de letrados romanos, juristas, retores y poetas, haciendo que les redacten en latín sus
leyes, documentos y cartas2. Este modo de existencia germánico - romana decidirá el futuro de
Occidente cuando un pueblo inasimilable le impida el uso adecuado de lo que hasta entonces
había sido su medio natural de comunicación y transporte, el Mare nostrum latino, el Mar
Mediterráneo. Al contrario de los hunos de Atila, los árabes llegarán para quedarse, en una
confrontación que comienza a mediados del siglo VII y que alcanza su punto culminante en la
batalla de Poitiers (732), que marca el punto culminante de la expansión musulmana. Pero el
daño ya está hecho, y lo que otrora fue el Imperio de Occidente, ahora fragmentado en
múltiples reinos, queda aislado por el sur, creándose las condiciones para el comienzo de “la
vitalidad del norte”3, cuya resolución se dará con el Imperio fundado por Carlomagno.
Es importante hacer la comparación entre las dos clases de invasiones, las bárbaras y la
árabe, pues esta última, a diferencia de aquellas, y gracias a su celo y fervor religioso, primero,
y al desarrollo de una elevada cultura propia, después, sí representa una amenaza efectiva para
la continuidad institucional de Occidente. Este punto debe matizarse y ampliarse, pero me
interesa ante todo señalar el contraste en las consecuencias entre invasiones que se dan casi
paralelas: de las invasiones bárbaras surgirá el Occidente moderno4, con sus naciones, con sus
lenguas, con su cultura, que, sin embargo, se sienten profundamente vinculadas a la herencia
griega y latina; de la expansión árabe surgirá una cultura por completo diferente, que nunca
pudo ser asimilada a “Occidente”.
El segundo elemento que impedirá la abolición de la cultura clásica y su disolución en
formas culturales bárbaras ya ha sido mencionado de pasada. En el transcurso de unos cuantos
siglos, el cristianismo fue arraigándose en el Imperio de forma tan evidente que en el
transcurso del solo siglo IV pasamos de las persecuciones de Diocleciano (303), al Edicto de
tolerancia de Constantino (313), y a la elevación plena de la religión cristiana como religión de
Estado por parte de Teodosio (381), con la prohibición explícita de los cultos paganos —cuya
práctica se constituye en delito de alta traición5— y la celebración de los últimos juegos
olímpicos (394). La transición no fue fácil para nadie. Los cristianos más lúcidos trataron de
pensar qué significaba ser cristiano en el mundo de la cultura grecorromana —y encontramos
así a los grandes Padres de la Iglesia del siglo IV—, mientras los más torpes se entregaban a la
destrucción de templos y de obras de arte. Los invasores del siglo V arremeterán —como ya se
ha dicho, es decir, asimilándose— contra la estructura política del Imperio, pero dentro de este
Imperio, y sin confundirse con él —aunque así les hubiera podido parecer a algunos—, la
2
Curtius 46s.
Matthew 53ss.
4
Hasta donde nos es posible ver, Carlomagno es el primer representante del mundo moderno. Curtius 40.
5
Curtius 43.
3
Boecio, maestro del pensamiento medieval
3
Iglesia será el signo de continuidad de los tiempos: de unos tiempos antiguos que ella no
termina de asimilar muy bien, a unos tiempos nuevos para cuya asimilación su presencia será
determinante.
Queda extendido así el tapete donde se jugará la suerte de Occidente en los siglos que
van de Teodosio a Carlomagno. Por razones que quizá ahora son más claras, el siglo VI reúne
las condiciones para destacar en medio de una época de transformaciones aceleradas, de
inmensas pérdidas, de gran incertidumbre. A principios del siglo V nos encontramos todavía
autores que pasarán a los siglos siguientes parte del saber clásico, ante todo San Agustín (m.
430), pero también San Jerónimo —traductor de la Biblia— (m. 420), Orosio —historiador del
cristianismo— (m. d. 418), Prudencio —primero de los grandes poetas cristianos— (m. c.
415), Macrobio —intérprete de Cicerón y de Virgilio— (fl. c. 400), y Marciano Capella —
sistematizador de las siete artes liberales— (fl. 410-429). Pero nótese que estos nombres se
amontonan todos en las primeras tres décadas del siglo, y sería muy sorprendente encontrar
autores de relieve en las décadas más sombrías de las conquistas bárbaras, donde la obra
poética y prosística del obispo de Clermont, Sidonio Apolinar (m. c. 487), luce como faro en la
noche gala. Solo cuando a finales del siglo V y comienzos del siglo VI Odoacro (m. 493), y
luego su sucesor Teodorico (m. 526), imponen un mando firme en Italia, se crearán las
condiciones para un resurgimiento de la cultura. Aparecen entonces los nombres de Boecio (m.
c. 425), Casiodoro —compilador y polígrafo— (m. c. 583), y más tarde, Gregorio de Tours —
historiador de los francos— (m. 594), Venancio Fortunato —“último de los poetas
romanos”6— (m. 610?), San Gregorio Magno —papa, y autor de escritos morales y
edificantes— (m. 604). Adentrados ya en siglo VII, hallamos al enciclopedista ibérico Isidoro
de Sevilla (m. 636), pero fuera de él no hay ningún otro nombre digno de mención, al menos en
el Continente, porque en Irlanda, gracias a la labor evangelizadora promovida por Gregorio
Magno, se incuban en los siglos VII y VIII las figuras que permitirán el resurgimiento de las
letras en la corte de Carlomagno y sus sucesores en el siglo IX. Los nombrados constituyen los
“fundadores de la Edad Media” (Rand), e incluso un historiador eminente de la literatura
medieval ha podido decir que “casi todo lo característico de la Edad Media y mucho de lo que
perdura más allá del Renacimiento se encuentra ya en los autores del siglo VI”7.
A partir de lo dicho puede quedar claro que los nombres que se usan para referirse a
épocas históricas tienen sobre todo una función de comodidad, en cuanto facilitan la
comunicación entre los estudiosos, pero debemos cuidarnos mucho de ver en ellos algo más
que una pura convención, como si el nombre apuntase a una esencia de la época, o algo por el
estilo. Esto es particularmente cierto de la Edad Media, cuya dificultad de datación puede
residir precisamente en que no hay una edad media, es decir, una época intermedia entre la
Antigüedad y nosotros, modernos (posmodernos, según otros). Hubo un mundo antiguo —de
Homero hasta las invasiones de los bárbaros— cuyo acervo cultural se perdió en gran parte, y
que casi se pierde del todo, si no es por la labor de unos cuantos hombres, algunos muy
brillantes, otros muy trabajadores, que se esforzaron por transmitirlo al nuevo mundo germano
- románico - eclesial que se estaba forjando. Este es el mundo moderno que, según algunos
historiadores, no concluye sino con la Revolución Industrial, hacia 1750, de consecuencias
6
7
Curtius 44.
Almost everything that is common to the Middle Ages, and much that lasts beyond the Renaissance, is to be
found in the authors of the sixth century. Ker 70. Cito según la traducción de Curtius 43.
Boecio, maestro del pensamiento medieval
4
mucho más decisivas y perdurables que la Reforma o el Renacimiento. Lo que llamamos ‘Edad
Media’ constituiría la primera etapa de conformación del mundo moderno occidental, con sus
lenguas nacionales —la mayoría hondamente impregnadas del latín—, con la religión
judeocristiana —ya helenizada desde los primeros siglos—, con la filosofía griega y sus
explicaciones racionales del mundo, con el derecho romano y su noción de Estado fundado en
normas. No puede entenderse este mundo moderno sin el mundo antiguo, y cuando la herencia
de la Antigüedad se perdía, como ocurrió en Francia entre el 425 y el 475, el ocaso se abatía
sobre el mundo moderno. Cito a Curtius para concluir esta digresión sobre nombres y
periodizaciones: “Un nuevo ocaso comenzó en el siglo XIX y ha adoptado en el XX
proporciones catastróficas; [pero] no es éste el lugar adecuado para discutir el significado de tal
fenómeno”8. Si hay algo de verdad en todo esto, ello querrá decir que los autores del siglo VI
han sido decisivos en la constitución no solo de la Edad Media sino de la propia Época
Moderna.
Este rápido bosquejo de la situación histórica general en la que vive Boecio nos permite
entender las muchas facetas de su actividad personal y de su pensamiento. Veamos cuáles son
estas.
2. Vida y obra
Anicio Manlio Severino Boecio nació poco después del 480 en una noble familia de
terratenientes. Habiendo quedado huérfano, fue adoptado por la aun más poderosa familia del
senador Símaco, que había sido cónsul con Odoacro en el 485, y cuyo padre también había
sido cónsul en el 446. En ese ambiente, se le ofrecieron a Boecio todas las facilidades para
adquirir una esmerada educación, plena de oportunidades, que lo llevaron a él mismo al
consulado en el 510. Se casó con Rusticiana, hija de Símaco, con quien tuvo dos hijos, Símaco
y Boecio, que llegarían a su vez al consulado en el 522. Este nombramiento se hacía a
instancias del emperador de Bizancio, Justino (m. 527), quien ya por esta época era aconsejado
por su sobrino Justiniano (m. 565), quien lo sucedería y sería artífice de las conquistas
bizantinas en el siglo VI. Ello quiere decir que Boecio era apreciado en Bizancio. Vale decir
que la mayoría de los reyes bárbaros eran cristianos, pero arrianos, lo que alimentaba aun más
las tensiones entre los pueblos germánicos, por un lado, y Bizancio y los pueblos autóctonos,
por el otro lado, que no eran arrianos. La colaboración religiosa entre el pueblo romano, en este
caso, y Bizancio podía muy bien entenderse como confabulación política contra el rey
germánico —y muchas veces lo era—. En el mismo año 522, Teodorico nombró a Boecio
Maestro de Oficios, un ministro directo del rey, con funciones administrativas y judiciales.
Cuando en el 523 una serie de eventos políticos y religiosos, unidos a las intrigas de la corte
precipitaron un cambio en las relaciones entre Ravena y Bizancio, Teodorico quedó aislado y
se sintió vulnerable —en este momento tenía más de setenta años—. Boecio fue acusado de
traición y brujería, cargo imposible de refutar, y encarcelado en Pavía. Casiodoro lo sucedió en
el cargo, pero menos de una década después, y siguiendo el sino de los tiempos9, hubo de
ponerse él mismo a salvo, huyendo con toda su biblioteca al monasterio de Vivarium, fundado
por él mismo. En prisión Boecio compuso la obra que habría de hacerlo célebre a lo largo de la
8
9
Curtius 40.
Pieper 48ss.
Boecio, maestro del pensamiento medieval
5
Edad Media y mucho después: la Consolación de la filosofía. No están claras las razones de su
prolongado encarcelamiento, pero es posible que Teodorico lo mantuviese como medio de
presión contra Justino y Justiniano y contra sus propios amigos en el Senado romano, que
habrían de estar aterrados con esta situación. Ni siquiera la cabeza del Senado, Símaco, el
suegro de Boecio, escapó a las sospechas de Teodorico, quien lo hizo encarcelar y, finalmente,
ajusticiar junto con Boecio. Que dos cristianos prominentes hubieran sido ejecutados por un
rey arriano podía ser interpretado como un martirio religioso, con lo que la situación para
Teodorico se agravó entre la población, sobre todo después de que el papa Juan fue hecho
prisionero y torturado, muriendo cautivo. Pocos meses después el propio Teodorico murió
repentinamente. En Pavía, Boecio fue venerado como santo, y la Santa Sede confirmó dicho
culto local en 1883.
La educación de Boecio lo preparó no solo en la cultura latina sino también en la
literatura y en la filosofía griegas. Hoy se considera dudoso que haya pasado una temporada de
su educación en Atenas o en Alejandría, pero de todos modos dominaba el griego, y como
otros autores de su época estuvo muy influido por los autores platónicos especialmente: Proclo,
Porfirio, Amonio, aunque su erudición se remonta a los propios Plotino, Platón y Aristóteles.
En lo demás su educación fue la de un hombre culto de su época, lo que incluía, además de la
filosofía, la aritmética de Nicómaco de Gerasa, la armonía de Nicómaco y Ptolomeo, la
geometría de Euclides, la astronomía de Ptolomeo, la lógica de Aristóteles. Este modelo de
educación se basaba en el programa de las nueve artes liberales de Varrón, retomado por
Marciano Capella en su curiosa e influyente obra Las bodas de Filología y Mercurio, donde
deja por fuera la medicina y la arquitectura, para dar el conocido número de siete artes
liberales, en su orden de estudio: gramática, retórica, dialéctica, aritmética, geometría (que
incluía geografía), armonía (música) y astronomía. Las artes liberales no tienden al lucro y no
deben incluyen por eso artes manuales, como la pintura o la escultura; por eso la música debe
entenderse en el sentido pitagórico del estudio de la armonía, y no en el sentido empírico vocal
o instrumental. Los escritos del joven Boecio sobre aritmética y música le ganaron fama
inmediata, y pronto encontramos a Teodorico solicitándole la construcción de dos relojes, uno
de sol y otro de agua o aceite, que quería regalarle al rey de los burgundios. Su siguiente
empeño intelectual, traducción y comentarios de la lógica aristotélica, y aun manuales propios,
fueron recibidos con indiferencia, y hasta hostilidad, por una nobleza romana educada en
Cicerón y acostumbrada a pensar en la oratoria como lo más importante para hacerse una
carrera pública; desde este punto de vista sus empeños en un tema tan seco eran vistos más
como algo ostentoso que como algo útil10. Unos años después de haberse desempeñado como
cónsul, el interés de Boecio se dirige al problema de entendimiento entre las Iglesias occidental
y oriental, lo que daría ocasión a la composición del primero de sus cinco breves escritos
teológicos, en donde busca con la claridad del lógico y la sagacidad del político poner a los
interlocutores de acuerdo en la definición y uso de los términos como primer paso para superar
sus diferencias, que en este caso tenían que ver con la relación de la persona de Cristo con su
naturaleza humana y con su naturaleza divina. La cuestión no era solo doctrinal, sino que la
posición que ganase obtendría también un reconocimiento dentro de la política eclesiástica. No
es casualidad que la fórmula propuesta por Boecio fuera la acogida por Justiniano poco
después, permitiendo el deseado acercamiento entre las Iglesias, lo cual, por cierto, habría de
10
Chadwick 24.
Boecio, maestro del pensamiento medieval
6
tener consecuencias políticas indeseables desde el punto de vista de Teodorico. Los demás
tratados teológicos, salvo el tercero, que tiene que ver con la bondad inherente a las sustancias
en cuanto tales, tratan temas de dogmática eclesiástica —la Trinidad y la persona de Cristo— y
con toda claridad son la obra de un cristiano interesado en temas de lógica11, marcando así un
modelo para la Escolástica de siglos por venir, que pudo ver en ellos la anticipación de su tarea
de exponer la fe en fórmulas racionales12.
La obra de Boecio comprende, pues, cuatro bloques diferenciados con claridad: tratados
sobre las artes liberales; obras sobre lógica; tratados teológicos; y la Consolación de la
filosofía. Todos ellos serían importantes en la Edad Media, lo que convierte a Boecio en autor
fundamental, superado quizá solo por Aristóteles y San Agustín.
La aproximación de Boecio a las artes liberales delata sus preocupaciones últimas en un
mundo que pierde su herencia. Las artes de la expresión, en particular la gramática y la
retórica, están bien cubiertas por la propia tradición latina, con los grandes gramáticos Donato
y Prisciano, y con Cicerón, Quintiliano y Mario Victorino en la oratoria. Pero las disciplinas
matemáticas acusan una enorme debilidad en el mundo latino, y no es casual que Boecio dirija
sus esfuerzos hacia ellas. Los precedentes más importantes en este campo, y que lo seguirán
siendo en la Edad Media, son la exposición de todas las artes de Marciano Capella, la geografía
astronómica en el Comentario al sueño de Escipión de Macrobio, y el comentario de Calcidio
al Timeo. Boecio mismo entiende que estas cuatro disciplinas conforman una unidad, que él
llama quadruvium —más tarde quadrivium13— por ordenarse el estudio de los inmutables
matemáticos en cuatro vías que podrán llevar al alma a la cima de la perfección y a ver las
matemáticas divinas en la creación14. En primer lugar se halla la aritmética, fundamento de las
demás, incluso de la propia filosofía, ya que como estudio de la realidad, esta debe ocuparse
del número y de lo numérico.
Aristóteles ha enseñado15 a distinguir entre la magnitud y la multitud, es decir, entre
aquello que es continuo y no tiene partes constitutivas, como un árbol o una piedra, y aquello
que viene formado por muchas partes discernibles y que es un colectivo, como un rebaño, un
coro, un manojo. La magnitud se divide entre la que se mueve y la que no se mueve. La
multitud, entre la que es plural en sí misma, como los números, y la que es dependiente de
otras, como las proporciones. La aritmética estudia la multitud en sí misma, mientras la música
la estudia en su relación a algo más. La geometría estudia la magnitud inmóvil, y la
astronomía, la móvil. La aritmética y la geometría son ciencias puras; la música y la
astronomía, aplicadas, lo que determina su orden de estudio16. Parece que el proyecto de
Boecio de escribir una introducción a cada una de las artes matemáticas no lo desarrolló sino
para la aritmética y la música, pues un presunto tratado suyo de astronomía no se transmitió.
Por ello, Boecio será el maestro medieval de las dos primeras disciplinas, mientras que para la
tercera lo serán Macrobio, Marciano Capella y Casiodoro17. De geometría tampoco se conserva
nada, o mejor, es casi seguro que lo que se ha transmitido bajo su nombre no es de su autoría,
11
Chadwick 174.
Pieper 45.
13
Curtius 64.
14
Chadwick 73.
15
Categorías 6.
16
Chadwick 73.
17
Chadwick 102.
12
Boecio, maestro del pensamiento medieval
7
aunque es probable que sean suyas las traducciones de extractos de Euclides que los
medievales conocen18. La geometría, de todos modos, es importante para un platónico como
Boecio, no tanto por el interés práctico de agrimensura, lo fundamental para los romanos, sino
por constituir una especie de mapa para el despliegue del conocimiento. El método geométrico
pudo ser considerado ya por Aristóteles como modelo de desarrollo de la ciencia, basado como
está en definiciones, axiomas y postulados, a partir de los cuales se siguen las consecuencias
con necesidad ineludible. Boecio construye su tercer tratado teológico siguiendo “el ejemplo de
las ciencias matemáticas y afines, estableciendo límites y reglas según los cuales se
desarrollará todo lo que sigue”19. No es, pues, original Boecio en su tratamiento de las artes
liberales, pero transmitiría al mundo medieval gran parte de lo que este llegó a saber de
aritmética y, sobre todo, de música.
Prosiguiendo con su idea de subsanar las deficiencias culturales de los romanos, fue
natural que un filósofo de lengua latina como Boecio lamentase la carencia casi total en esta
lengua de las obras de los mayores filósofos. Se propuso, pues, con un gesto cuya grandeza no
es menor por el hecho de ser el proyecto prácticamente irrealizable, verter “al latín todo libro
de Aristóteles que caiga en mis manos y todos los diálogos de Platón”20, y realizar comentarios
a sus obras donde se mostrase la concordancia básica de las dos filosofías21. Esta idea no es
nueva, ya se encuentra en Cicerón22, y la encontraremos en los filósofos neoplatónicos que, sin
dejar de reconocer la primacía de Platón, que habla de la realidad espiritual y suprema, no
dejan de estimar las contribuciones de Aristóteles a la comprensión del mundo sensible
sublunar. Del ambicioso proyecto, Boecio solo alcanzó a completar la parte que tiene que ver
con la lógica o dialéctica. Así, pues, tradujo el conjunto de obras aristotélicas que versan sobre
la lógica, el llamado Órganon, incluyendo la introducción de Porfirio a las Categorías,
conocido como Isagoge. Estimando, correctamente, que las obras aristotélicas eran
ininteligibles sin comentarios que las explicaran, compuso también algunos de ellos, e incluso
unos manuales de lógica. Este corpus constituiría uno de los elementos indispensables de la
educación escolástica, cuyo influjo difícilmente puede exagerarse, pues formaba la base para
todos los demás estudios, dotándolos de modos de razonar y de argumentar que iban más allá
de cualquier frontera disciplinaria. Gracias a este corpus el nombre de Aristóteles pervivió en
la alta Edad Media y, en cierto modo, preparó la recepción del resto de su obra a finales del
siglo XII y comienzos del XIII, que tantas consecuencias tendría. Hubo, incluso, un aspecto
particular de este corpus que tuvo consecuencias importantes mucho antes de que Occidente
conociera al nuevo Aristóteles: se trata del comentario de Boecio a la Isagoge de Porfirio, el
lugar clásico donde se plantea el problema de los universales, que desde Cousin, y durante
muchas décadas, habría de determinar la interpretación de toda la filosofía medieval23. En este
aspecto, como en el anterior, no puede decirse que Boecio sea original, pero la sola transmisión
18
Chadwick 103.
Ut igitur in mathematica fieri solet ceterisque etiam disciplinis, praeposui terminos regulasque quibus cuncta
quae sequuntur efficiam. Quomodo substantiae, 38s, l.14-17.
20
Ego omne Aristotelis opus, quodcumque in manus venerit [...] omnesque Platonis dialogos [...] in latinam
redigam formam. In lib. Aristotelis Peri Hermeneias, ed. sec., en PL 64, 433.
21
[...] in plerisque quae sunt in philosophia maxime consentire. Ibídem.
22
Flasch 47.
23
Gilson 133.
19
Boecio, maestro del pensamiento medieval
8
de la lógica aristotélica habría bastado para hacerle un sitio de honor en la historia intelectual
de la época.
Atento siempre a los problemas culturales e intelectuales del momento, no podía pasar
desapercibido para este dialéctico cristiano el estado caótico en el que se encontraban ciertas
discusiones teológicas importantes en razón de la confusión terminológica y conceptual que las
aprisionaba. Hay que buscar el origen de sus cinco tratados teológicos en su empeño por
contribuir a aclarar tal estado de confusión. El cuarto tratado, Sobre la fe católica, investiga
qué debe creerse con base en la autoridad y qué debe creerse con base en la razón. Los
principios de la fe cristiana se hallan en las Escrituras, siendo inalcanzables para la mera razón.
La exposición del estado de Dios en sí mismo, de la creación, la caída y la redención en Cristo
sigue de cerca las ideas de San Agustín, especialmente La ciudad de Dios, enfatizando que esta
es la verdad católica, de la que se han desviado el arrianismo, el sabelianismo, el maniqueísmo
y el pelagianismo. La Iglesia católica se ha extendido a todo el mundo y la verdad de sus
enseñanzas se basa tanto en la autoridad de las Escrituras como en su propia tradición, así haya
diferencias menores en los ritos y en el gobierno de las iglesias particulares. Esta presentación
destaca por su sencillez, y en ella no hay ni argumentaciones dialécticas, ni posiciones
apologéticas, en el sentido de que no se ocupa del carácter racional de la fe católica, de cómo
responde ella a las necesidades y a las más altas aspiraciones humanas, de cómo su doctrina
asume en sí misma el pensamiento helénico. Estas notas hacen pensar que Boecio redactó el
tratado como un modo de delinear, quizá para sí mismo, la confesión de fe de una forma tal
que su verdad fuese patente antes de cualquier discusión teológica24.
El quinto tratado, Contra Eutiques y Nestorio, es una pieza clave dentro de la
producción boeciana. Allí, en efecto, Boecio busca desentrañar el sentido que puede tener el
hecho de que Cristo sea tanto de naturaleza humana como de naturaleza divina y, sin embargo,
sea solo una persona y no dos. Para ello, primero tiene que definir los términos de la discusión;
términos como ‘naturaleza’, ‘sustancia’ y ‘persona’ adquirirán así carta de ciudadanía en la
lengua latina y sus definiciones serán canónicas por muchos siglos no solo en el campo
filosófico sino también en el jurídico. Boecio prosigue aquí la labor ya iniciada por Cicerón de
trasladar los conceptos especulativos griegos a una lengua que solo poco a poco, y gracias a sus
esfuerzos, devino apta para las abstracciones teóricas. Una vez definidos los términos, Boecio
pasa a refutar los errores de quienes multiplican las personas al multiplicar las naturalezas —
Nestorio— o de quienes reducen las naturalezas al reducir las personas —Eutiques—, antes de
exponer él mismo el modo correcto de entender la unidad de la naturaleza divina y la
naturaleza humana en la única sustancia que es Cristo. Más importante que estos casos
particulares, es el modelo de aplicar distinciones y procedimientos dialécticos a cuestiones de
fe, lo que está en la base del surgimiento de la teología como ciencia y de todo el proceder de
la Escolástica, así muchos, entonces y después, consideraran inadmisible tal injerencia de la
razón en el campo de la fe.
El tercer tratado es el más técnico y el más comprometido con el pensamiento
neoplatónico. En él se exploran las relaciones entre la existencia y el bien, pues no está claro
cómo conciliar la afirmación de que todo ente es bueno por el mero hecho de existir con la
afirmación de que los bienes particulares son buenos solo en la medida en que participan del
bien supremo que es Dios. Con ello queda abierto un amplísimo campo de trabajo, en el que
24
Chadwick 179s.
Boecio, maestro del pensamiento medieval
9
los axiomas establecidos en esta obrita ofrecerán rico material para que las mentes más
especulativas se ejerciten en lo sucesivo25. Pero no solo en el ámbito de la metafísica habría de
ser influyente este tratado sino que al estar construido more geometrico, enseñará a los
medievales el método demostrativo, es decir, a argumentar a partir de suposiciones y
definiciones expuestas con claridad a partir de las cuales se derivan las conclusiones.
Los primeros dos tratados tienen que ver con la doctrina de la Trinidad, que plantea, en
cierto modo, el problema contrario al de la Encarnación: cómo se distinguen Padre, Hijo y
Espíritu Santo si cualquier predicado se predica igualmente de cada uno de ellos y de todos en
conjunto, y de tal modo que no constituyen tres sustancias sino una sola. Es posible que la
inmensa dificultad de este asunto marque un límite para la razón: “Debemos llevar nuestra
investigación solo tan lejos como se le permita a la razón humana acceder a la altura del
conocimiento divino”26. Este límite, de todos modos, se da asimismo en indagaciones de otras
clases, “pues en otras artes también se establece como una especie de límite, lo más lejos que
se puede llegar por la vía de la razón”27. No debemos ver en el dialéctico Boecio un
racionalista ingenuo que cree que toda su fe cristiana, incluso la totalidad del campo de las
artes, puede llegar a explicarse en términos racionales. Por eso, y en consonancia con lo que ha
dicho en otro lado, Boecio recurre a la tradición cristiana, San Agustín en particular, como guía
para el estudio de este tema. El enfoque de Boecio consiste en presentar una división de la
filosofía especulativa según sus objetos, esto es, física, matemática y teología, para distinguir
luego qué clase de categorías pueden aplicarse a cada una de ellas. Las categorías aristotélicas
son propias del mundo de las formas sensibles, consideradas en la materia o en sí mismas,
mientras que a las formas puramente inteligibles les corresponden las categorías platónicas del
Parménides. Boecio toma este enfoque dual de Proclo, aunque sin su abigarrada multiplicación
de deidades, y en la Consolación encontraremos muchos temas de raigambre neoplatónica pero
sin su correspondiente interpretación cristiana. Es hora, pues, de examinar un poco qué nos
presenta la principal obra boeciana.
3. La Consolación de la filosofía
La obra que Boecio escribiría en prisión, después de haber sido condenado a muerte, habría de
convertirse en una de las cimas de la producción literaria occidental, no solo por su calidad
sino también por su rápida y amplia difusión. Ya en la propia Edad Media fue traducida al
inglés por el rey Alfredo el Grande (siglo IX), al alto alemán por Notker Labeo (siglo IX), al
francés por Jean de Meun (siglo XIII), e incluso al griego, español y hebreo28; traducciones
posteriores fueron realizadas por Chaucer y por la propia reina Isabel I. Después de la
invención de la imprenta, se cuentan más de cincuenta ediciones apenas hasta el siglo XVI,
muchas de ellas comentadas. En lo que sigue, hablaré de algunos aspectos generales de la obra;
25
Chadwick 209s; Gilson 140. La fórmula citada por Gilson diversum est esse et id quod est es el segundo axioma
del opúsculo boeciano. Quomodo substantiae, 40, l. 28.
26
Sane tantum a nobis quaeri oportet quantum humanae rationis intuitus ad divinitatis valet celsa conscendere.
De Trinitate, 4, l. 22-24.
27
Nam ceteris quoque artibus idem quasi quidam finis est constitutus, quousque potest via rationis acceder. De
Trinitate, 4, l. 24-26.
28
Pieper 37.
Boecio, maestro del pensamiento medieval
10
luego, de las principales notas de su contenido; y concluiré haciendo unas alusiones a su influjo
y recepción.
a. Aspectos literarios en la Consolación de la filosofía29
La Consolación es una obra compleja no solo en su contenido sino también en su composición.
Es irónico que el hecho de haber estado encarcelado en los meses en que escribió la obra, en
condiciones, por ende, poco favorables para la consulta de su biblioteca, provea apoyo
importante a la suposición de que Boecio cita de memoria sus fuentes, confirmando con ello la
amplitud de su erudición.
La primera nota que salta a la vista al acercarse a la obra es la alternancia de secciones
en prosa y secciones en verso. El prosimetrum —como se llama este género— se remonta a
Menipo de Gádara (siglo III a.C.), cuya obra se ha conservado en las Sátiras menipeas de
Varrón, donde la obra y la sátira tienen, siguiendo a la tradición cínica, una intención didáctica
y moral. Este género se presenta, entonces, desde el principio en un contexto filosófico. En
Menipo los versos no son propios sino que son citas acomodadas, lo cual influye en el modo de
citar los poetas en la Consolación. En Varrón la prosa predomina sobre el verso, aunque como
novedad incluye versos propios en todos los metros. El predecesor inmediato más importante
en lo que hace al género prosimétrico es Marciano Capella, cuya obra enciclopédica Las bodas
de Filología y Mercurio presenta la alternancia regular de prosa y verso que encontramos en la
Consolación; valga decir que las dos obras comienzan con el mismo metro lo que, junto a otros
testimonios, confirma el conocimiento que Boecio tuvo de aquella obra. Hay que hacer notar
que otras obras enciclopédicas de la Antigüedad tardía están redactadas en el mismo género,
cuya finalidad no es otra que conceder reposo y alivio con los versos al lector fatigado con el
estudio de lo que se presenta en la prosa:
Mas veo que te vas fatigando, abrumado como estás por el peso y la trascendencia del
problema. Una poesía, hermosa y agradable, te prestará algún alivio: aspira, pues, las
auras poéticas que te reconfortarán para ulteriores esfuerzos. CPh 4, 6, 57.
Boecio no solo ha conocido la enciclopedia de Enodio (m. 521), sino que al asumir el género
está consciente de su finalidad didáctica. El prosimetrum aparece también en otros géneros
como la biografía, las confesiones e incluso el epistolar. Los dos primeros, sin duda, pueden
rastrearse en la Consolación. Boecio, además, ayuda a establecer este género al hacer
corresponder las secciones en prosa y en metro no solo en su contenido sino también en su
extensión. En suma, aunque la forma prosimétrica es de origen griego, fue desarrollada por
autores latinos, hasta alcanzar su punto culminante en la Consolación de la filosofía.
Los metros de la Consolación sirven para rastrear los modelos y dependencias del autor
con mayor facilidad que las partes en prosa. Así, los poetas más importantes para esta obra son
Virgilio y Ovidio, y también Horacio y Séneca. Otros poetas cuyo influjo aparece son Lucano,
Estacio, Prudencio y Claudiano. Apenas rastreables son los elegíacos Marcial y Juvenal. La
presencia de Virgilio es omnipresente, no solo en la poesía sino también en la prosa; Ovidio
aparece en el primer metro (1m1) y luego en el tema de las estaciones y de las épocas doradas
(2m5), por lo demás influye en la elección del vocabulario a todo lo largo de la obra. Lo mismo
vale para Horacio. El influjo de las Tragedias de Séneca tiene que ver sobre todo con el
29
La exposición de esta sección depende casi por completo de Gruber 16-45.
Boecio, maestro del pensamiento medieval
11
contenido de algunos metros {así Fedra 959-988 con 1m5}. Lucano es citado (4, 6, 33), pero
influye poco lingüísticamente. Los modelos clásicos se notan en la elección de las palabras y
en la construcción de los metros y de los poemas. A diferencia de la prosa, los metros se hallan
prácticamente libres de influencias posclásicas o tardías. El conjunto de los metros se organiza
alrededor del metro central de 3m9, lo que indica que la obra fue pensada y ejecutada como un
todo, y que no quedó inacabada, como alguna vez se sugirió. Los juicios sobre el valor poético
de los metros boecianas van de los más los más elogiosos del Humanismo a los más
desfavorables del siglo XIX. La crítica contemporánea reconoce en la Consolación versos de
gran intensidad, compromiso y belleza poética, aunque hay otros cuya función es puramente
formal para respetar la estructura de la obra. El metro que abre la obra es una elegía de
consolación, pero después cada metro está al servicio de la argumentación filosófica
precedente, como una especie de lírica intelectual, primero consolando y tranquilizando, y
después contribuyendo en forma decisiva al hilo del pensamiento.
Como su nombre lo indica, la obra presenta el proceso de consuelo que la filosofía da a
Boecio condenado a muerte. El motivo de la consolación no es nuevo como género literario, y
en él ya se han desarrollado tópicos de consuelo que se aplican según la situación concreta.
Para este caso son pertinentes los de De morte —sobre la muerte— y los de De exsilio —sobre
el destierro—. En línea con la tradición de Cicerón y Séneca, el condenado obtiene consuelo de
su ocupación con la filosofía y del conocimiento de la Naturaleza, lo que explica que aquí se
hallen reflexiones sobre el cielo [astronómico], sobre el tiempo y la eternidad, sobre el azar y la
determinación, sobre la suerte y la libertad. También aparecen motivos clásicos de la
consolación, como son el liberarse de los afectos y de las opiniones falsas, que desembocan en
las preguntas filosóficas del final, lo que marca la transición de la filosofía práctica a la teórica.
La obra recoge asimismo de las Consolationes de Séneca el tema de la curación del alma,
donde la filosofía no solo consuela sino que también sana. Dentro del género más amplio de la
consolación, la obra se inscribe en la clase de obras cuyos autores se consuelan a sí mismos,
como ocurre en Cicerón, Ovidio y Séneca. Al presentarse desde el principio, ante la filosofía,
como alguien necesitado de consuelo, Boecio ya está tomando distancia ante su propio destino.
La literatura de consolación se encuentra en estrecha relación con los tratados de la
filosofía popular de la época, o diatribas. Es propio de estas presentar catálogos de bienes,
rechazar algunos de ellos y valorar otros, apelar a ejemplos (lo que también se encuentra en las
tragedias), presentar a las virtudes y a los vicios mismos hablando, motivo que deriva de la
sofística y de la comedia. En la obra este se muestra cuando la fortuna toma la palabra, lo cual
no es ajeno a las diatribas, que incluso la presentan —como en Aristófanes, Pródico o
Prudencio— luchando con la filosofía por el alma de un hombre. No solo en estos temas
influye la diatriba en la literatura de consolación sino también en el estilo, caracterizado por
preguntas directas y agudas, la ironía, la reducción al absurdo. Todo esto puede encontrarse en
la obra boeciana.
La naturaleza misma del consuelo que se ofrece y del modo de ofrecerlo hace que quien
lo busca deba acercarse a la filosofía. En este sentido la Consolación no solo consuela sino que
también lleva a la filosofía. Los tratados de la Antigüedad que invitan a la filosofía conforman
el género de los protréptikos, pero a diferencia de los tratados tradicionales la Consolación no
quiere llevar al sujeto por primera vez a la filosofía sino reconducirlo a ella, recuperarlo para
sí, pues infortunios de la vida lo han llevado a que se aleje de ella, pero permanece un vestigio
del primer encuentro (anamnesis), que permite la recuperación; a partir de allí el discurso toma
Boecio, maestro del pensamiento medieval
12
la forma de un filosofar neoplatónico - religioso. A pesar de estas diferencias, la Consolación
tiene muchos motivos comunes con los tratados tradicionales de este género, que son el
Protréptiko de Aristóteles, el Hortensio de Cicerón y el Protréptiko de Galeno, aunque fue un
género tan popular que incluso de halla entre los cristianos (el Octavio de Minucio Félix y el
Protréptiko de Clemente de Alejandría).
La Consolación fusiona elementos de la literatura de consolación, la diatriba y los
protréptikos, en una síntesis de prosimetrum y de diálogo. El desarrollo de la obra corresponde,
en efecto, a un intercambio dialogal entre la filosofía y Boecio, aquella como maestra, este
como discípulo; aquella como sanadora, este como enfermo. Por la estructura dialogal, Boecio
se encuentra inscrito con toda claridad dentro de la tradición platónica. La interlocutora de
Boecio, la diosa Filosofía, cuenta con una larga tradición que se remonta a Parménides, aunque
en él su figura no está determinada, solo su función como anunciadora de la verdad. En Platón
ya obtiene la figura de una persona (Gorgias 482 a; Fedón 82 d ss). Mientras mayores son las
relaciones del filosofar como curación del alma, mayor es la cercanía de la figura de la filosofía
al dios de la medicina, Esculapio, patrón de sabios, artistas, eruditos, que incluso llega a
competir con Jesús como sanador pagano. En la literatura romana la figura de la filosofía se
encuentra en Cicerón y Séneca. El filosofar como curación se basa en una representación de la
salud espiritual que no se disocia del paralelismo alma - cuerpo (pitagóricos), dándosele a la
música un lugar especial al poder suscitar estados afectivos que curan el alma (2, 1, 8).
Demócrito conoce la relación entre sabiduría y medicina, que en Platón es corriente. Para
Aristóteles la ética es una medicina del alma. La comparación filosofía - medicina continúa con
la Stoa, por ejemplo en Crisipo, en quien se encuentra un completo paralelismo del alma y el
cuerpo con sus estados de salud y enfermedad. En contraste con los estoicos, cuyo ideal de
curación consiste en apartar los afectos para poder llegar a la apátheia, la filosofía de la
Consolación quiere ir más allá, hasta suscitar estados anímicos e intelectuales positivos. Ahora
bien, para la terapia correcta es decisivo el diagnóstico correcto, que puede lograrse solo en un
proceso que incluye el contacto físico con el paciente, así como la atención a su situación
general. Todos estos elementos aparecen en el primer libro de la Consolación.
Como se ha podido ver, en la Consolación de la filosofía hay múltiples influjos, por lo
que no es apropiado plantear la pregunta por las “fuentes” de la obra, que en todo caso serían
muchas. Para encarar esta cuestión hay que recordar la situación de penuria de libros en que se
halla Boecio al escribir la Consolación (1, 4, 3 y la respuesta de la filosofía en 1, 5, 6). En su
composición, el autor recurre al saber acumulado en una vida de ocupación con Platón y
Aristóteles y con la literatura latina. Cuando cita una fuente lo hace de memoria, sabiendo que
hay una diferencia con el original e incluso algunas de sus referencias son de segunda mano así
él esté aludiendo al texto primario (2, 7, 8 cita la República de Cicerón según Macrobio; 5, 4, 1
cita Sobre la adivinación de Cicerón según San Agustín; 5, 1, 12 cita la Física de Aristóteles,
pero en realidad se trata de la Metafísica). Con todo, hay secciones enteras de la obra que no se
pueden remitir a ninguna fuente conocida; por eso, es preferible hablar de tradiciones de la
Consolación, salvo cuando se puedan documentar dependencias innegables.
A pesar de todos los elementos griegos, Boecio es romano y la tradición de la
humanitas romana hace presencia clara en su obra, como lo permiten ver su referencia a la
situación inmediata en las digresiones filosóficas y el énfasis en la responsabilidad pública y la
resistencia al destino. Otros aspectos son tomados, sin duda, de la literatura latina, como son la
referencia a la persona, el asunto político y el problema de las relaciones entre romanos y
Boecio, maestro del pensamiento medieval
13
bárbaros con la contraposición entre libertad y tiranía, el papel de las instituciones tradicionales
como el senado, el consulado y el pretoriado, la contraposición entre otium y negotium, entre
vita activa y vita contemplativa, la afirmación del factor jurídico, la contraposición entre
affectus y ratio, incluso la capacidad de asimilación del pensamiento griego por influjo de la
auctoritas de la filosofía. También corresponden al pensamiento romano las alusiones a la
gloria (3, 6), la gravitas del sabio (4, 1, 1), la significación de la cura (1m2, 5) y la innocentia
(1, 4, 19; 4, 6, 35), y el repetido recurso a los exempla, que proviene todos de la historia
romana antigua. Pero sobre todo debe destacarse la referencia al destino propio y personal.
Puede decirse que en la Consolación los elementos tradicionales ganan peso y un porte propio.
Tratándose de una obra no solo literaria sino también filosófica, es necesario hacer
alusión a la tradición filosófica que recoge la Consolación. En general podemos distinguir
elementos platónico - académicos, aristotélico - peripatéticos, neoplatónicos y estoicos, los
epicúreos son escasos. Por intermedio de Platón hace referencia a Heráclito, y hay una cita de
Parménides. Son elementos platónicos directos la alusión a la prisión (1m2, 25 ss; República
514 a ss), que se repite varias veces; la doctrina de la anamnesis, presupuesto para la curación
(1, 2, 6; Menón 81 c s); el himno de 3m9, cuyos principales temas se refieren al Timeo; la
discusión sobre recompensa y castigo de 4, 2 que enlaza con el Gorgias. Hay muchos otros
aspectos de la Consolación que pueden rastrearse en Platón —se han contado más de
trescientos—, lo que atestigua el amplio conocimiento y aprecio que Boecio tenía de Platón.
Aristóteles también es mencionado y citado (3, 8, 10; 5, 1, 12; 5, 6, 6). Además del
Protréptiko, se menciona la imagen del motor inmóvil (3m9, 3) y se alude a la doctrina de los
bienes de la Ética a Nicómaco, y eso sin entrar en detalles particulares de los dos últimos libros
que, por su tema —azar y necesidad, providencia y libertad—, se prestan a consideraciones
desde el pensamiento aristotélico. De la Stoa primera se encuentran argumentos de la
consolación y la doctrina de los bienes. De Cicerón hay referencias explícitas al Sueño de
Escipión y a Sobre la adivinación, y puede rastrearse el influjo del Hortensio; toda la obra
trasluce la actitud general romana de la humanitas, con su desprecio a la muerte, el soportar el
dolor, etc. El influjo de Platón se completa y refuerza con elementos neoplatónicos —
recordemos que la distinción platónico/neoplatónico es moderna—, cuyos principales
elementos son la salida del Uno y la vuelta a él, que es a la vez el Bien supremo y Dios; la
discusión sobre la eternidad del mundo; la doctrina del mal; la doctrina de la providencia y de
los dos modos de necesidad; y la interpretación del Timeo de 3m9. Boecio, sin embargo, evita
posiciones neoplatónicas extremas, como la doctrina de los demonios de Jámblico, pues se ve a
sí mismo como un platónico auténtico.
Hechas estas reflexiones más bien formales sobre la obra, puede presentarse una
descripción de su contenido30. El diálogo se inicia con un lamento de Boecio por su situación
actual, agravada por el recuerdo de los días plenos que vivió en su juventud. La filosofía se le
presenta en la imagen alegórica de una mujer madura, pero joven, de estatura normal, pero que
se eleva hasta el cielo31. Sus vestiduras tienen bordadas unas gradas, en cuya parte inferior se
encuentra la letra Π y en la superior la letra Θ; han sido rasgadas por los intentos de diversas
escuelas filosóficas de apoderarse de ella. Boecio se queja de las acusaciones injustas
levantadas contra él y del giro de la rueda de la fortuna que lo llevado de una posición
30
31
Marenbon 18.
Curtius 155.
Boecio, maestro del pensamiento medieval
14
importante a la prisión. Solo espera que la muerte ponga un fin rápido a su sufrimiento. La
filosofía lo trata como a alguien que está enfermo. La caída le ha hecho olvidar la sabiduría
que, desde su juventud, él aprendido con ella. Él todavía conserva el conocimiento de que
existe un Dios que rige el universo, pero ya no sabe cuál es el fin de todas las cosas. Juzga que
aunque las obras de la Naturaleza siguen un orden racional, no sucede lo mismo con los
asuntos humanos donde los malvados triunfan con toda libertad y sojuzgan a los buenos. La
filosofía comienza su labor de curación con lo que ella llama ‘remedios suaves’, un conjunto
de argumentos para mostrarle que su situación no es la desgracia que él se imagina. En
particular, insiste en que no puede culpar a la fortuna de voluble, pues tal es su naturaleza, y los
bienes de fortuna, como riquezas, dignidad, poder y gloria, son por necesidad pasajeros.
Boecio ahora está preparado para los remedios más fuertes, sus argumentos acerca del bien
supremo. La filosofía argumenta que cuando los hombres buscan los diferentes bienes de la
fortuna lo hacen motivados por un verdadero deseo por el bien, pues no podemos desear sino lo
que es bueno, pero por ignorancia del bien supremo se desvían hacia bienes particulares,
aquellos bienes que la fortuna atine a poner a su alcance. El error radica en buscar los bienes
particulares uno por uno, en lugar de aspirar a aquel bien del cual todos los otros derivan. El
bien supremo es la felicidad, pero puesto que Dios es aquel ser tal que nada mejor que él puede
concebirse, él es perfectamente bueno. Por lo tanto, Dios mismo es el bien supremo al que
todos aspiran, pero que la mayoría no logran conseguir por ignorar su naturaleza indivisa. A
una objeción de Boecio, la filosofía responde que, a pesar de todas las apariencias, los
malvados no son poderosos, ni los buenos, débiles. Distingue la voluntad de obtener algo y la
capacidad de hacerlo. Todos quieren la felicidad, pero solo el bueno, al serlo, puede lograr la
felicidad, mientras el malvado es incapaz de ello. Dios, explica ella, no ha abandonado a la
humanidad a su propia suerte, pues la providencia divina todo lo ordena en la eternidad; el
destino solo es el desarrollo del plan providencial divino concebido en el intelecto puro de
Dios.
Para quien lee esta obra, rica en alusiones literarias y filosóficas a la Antigüedad greco - latina,
escrita por un cristiano que espera la ejecución de su sentencia de muerte, la pregunta no puede
ser sino por qué en la Consolación no hay referencias a la fe cristiana. Aunque la última
afirmación puede matizarse algo —pues un par de pasajes recuerdan textos bíblicos, por
ejemplo, 3, 12, 22, Sabiduría 8, 1; 3m10 1s, Mateo 11, 28s—, ello no hace sino empeorar la
situación del intérprete, pues tendría que explicar, además, por qué, de ser ciertas las alusiones
bíblicas, se presentan de forma tan ambigua que solo son accesibles al ojo experto. La ausencia
de toda referencia cristiana condujo incluso a poner en duda la autoría de sus tratados
teológicos, pues no podía concebirse que un autor cristiano tomase tanta distancia de su
religión en el momento supremo. Por razones externas e internas esta vía de solución ha
quedado cerrada, pero no deja de ser interesante el que alguna vez hubiera podido plantearse
como principio de interpretación de un autor, como si lo que nosotros nos imaginamos que
debe ser la religión para un hombre tuviera que serlo necesariamente para él. Se propuso,
entonces, una interpretación herética del último Boecio: al perderlo todo, el noble romano
abjuró de un cristianismo que no lo poseía y retornó a su humanismo constitutivo32. Una
interpretación menos radical es que, sin dejar de ser cristiano, no pudo recurrir a su fe en el
último momento, por no ser la fe algo disponible para cada quien sino un don que se recibe o
32
Chadwick 248s.
Boecio, maestro del pensamiento medieval
15
no se recibe33. Me parece que en todo esto solo hay una verdad: no sabemos por qué Boecio no
recurre a su fe cristiana en su obra postrera. Decir que la Consolación presenta la actitud
valerosa y erguida de un humanista romano34 es describir qué hay en la obra, mas no explicar
por qué esa actitud está allí cuando esperamos otra o, al menos, una matización de la misma.
Hay que reconocer, por cierto, que la obra está escrita con tal delicadeza que no excluye que su
autor sea cristiano ni, por lo tanto, una lectura en clave cristiana35. De otro modo, otra hubiera
sido su suerte durante el periodo medieval.
Sin duda, parte de las razones que explican la permanencia de esta obra es la
posibilidad que ofrece de ser leída tanto por pensadores cristianos, como por pensadores que
quieren abordar sus temas sin ningún compromiso cristiano explícito36. Entre innumerables
ejemplos posibles, quiero mencionar solo dos del siglo XIV que representan bien las dos
tendencias aludidas: Dante y Chaucer.
Chaucer, el primer poeta representativo de Inglaterra37, se inspira en fuentes clásicas,
francesas e italianas, traduce la Consolación, algunos de cuyos temas aparecen en sus Cuentos
de Canterbury, como el de la nobleza del alma y no por dignidades exteriores, cuando
recomienda:
Lee a Séneca, y lee también a Boecio: allí verás claramente, sin duda alguna, que es
noble el que ejecuta acciones nobles38,
clara referencia al tratamiento de los bienes externos que se halla en la Consolación (3, 6 y 3,
9), pero que se remonta a la tradición clásica39, siendo retomada por Dante40, a quien, por
cierto, también cita Chaucer:
Bien habla acerca de este particular el sabio poeta de Florencia que se llama Dante.
Oye sus palabras: “Muy rara vez se deriva la excelencia del hombre de su genealogía,
pues Dios, en su bondad, quiere que reclamemos de él nuestra nobleza”41.
El tema de la nobleza del alma tiene un cimiento metafísico más amplio, cual es el de no
malinterpretar el mundo recurriendo a las causas segundas, los entes corruptibles y
fragmentarios, sino tener siempre presente su fundamento único e inconcuso del cual
procede42. Chaucer asume, pues, los remedios más fuertes que la filosofía le administra a
Boecio:
La Naturaleza no recibió sus principios de ninguna porción o fragmento de cosa, sino
de un ser perfecto e invariable, aunque la misma Naturaleza, degradándose, haya
llegado a corromperse43,
que en la Consolación reza así:
33
Pieper 39ss.
Chadwick 251; Flasch 73s.
35
Chadwick 251s.
36
Marenbon 24.
37
Curtius 60.
38
Cuento de la mujer de Bath, 310.
39
Curtius 259.
40
El convite, 4, XIV ss.
41
Cuento de la mujer de Bath, 309.
42
Ker 75.
43
Cuento del caballero, 71.
34
Boecio, maestro del pensamiento medieval
16
La Naturaleza no empieza por lo amenguado e incompleto; al contrario, su punto de
partida es lo intacto, lo perfecto, para venir a terminar poco a poco en lo bajo y
deficiente (3, 10, 5).
La referencia a Dante acabada de citar procede de El convite, obra de madurez del
poeta, cuya redacción queda interrumpida cuando comienza el trabajo en La divina comedia. El
convite se concibe como un banquete filosófico a la manera de Platón, donde el alimento
será repartido de catorce maneras, es decir, catorce canciones tan sustanciosas de amor como
de virtud44,
con lo que ya queda planteada su intención filosófica y moralizadora, que arraiga en las
circunstancias personales difíciles del poeta, desterrado de Florencia y lanzado a una vida de
vagabundeo e inseguridades:
Y por esto, para comenzar otra vez desde el principio, digo que apenas hube perdido el
primer deleite de mi alma, del cual he hecho mención más arriba, quedé embargado
con una tristeza tan grande que no me valía alivio alguno. Sin embargo, pasado algún
tiempo, mi mente, que deseaba sanar, determinó, ya que ni yo ni los demás me podían
consolar, recurrir al modo que cierto desconsolado había tenido para hallar consuelo;
y me puse a leer el libro, desconocido para muchos, de Boecio, con lo cual, prisionero
y desgraciado, se había consolado45.
Dante toma, pues, como modelo a Boecio, y también a Cicerón, por lo que toda esta obra se
halla salpicada de alusiones directas e indirectas a la Consolación boeciana. Aparece, incluso,
la filosofía bajo la figura de una hermosa dama46, grande y humilde a la vez, ante cuya
presencia el poeta toma la misma actitud de abatimiento y letargo que tenía apresado al filósofo
en su prisión de Pavía. Este honor es poco comparado con el de encontrar a Boecio en el
primer grupo de personajes del cielo solar, en compañía de otros sabios como Alberto Magno,
Tomás de Aquino, Graciano, Pedro Lombardo, el rey Salomón, Dionisio Areopagita, Paulo
Orosio, Isidoro de Sevilla, Beda el Venerable, Ricardo de San Víctor y Sigerio de Brabante.
Las dos ternas de versos que se refieren a Boecio dicen:
Dentro goza de la contemplación de todo bien
El alma santa que las falacias del mundo
Pone de manifiesto a quien las escucha
El cuerpo de donde fue expulsada yace
Allá abajo, en Cieldauro, y desde el martirio
Y el destierro vino a esta paz47.
Y aun faltaba el homenaje final del poeta al filósofo48, a saber, el del último verso del Paraíso,
y con ello la terminación de una de las cimas del espíritu humano:
A la alta fantasía le faltaron aquí las fuerzas;
Pero ya giraban mi deseo y mi voluntad
Como rueda que igualmente es movida
Por el amor que mueve el sol y las demás estrellas49.
44
El convite, 1, I.
El convite, 2, XII [XIII].
46
El convite, 2, I.
47
Paraíso, X, 124-129.
48
Ker 73.
49
Paraíso, XXXIII, 142-145.
45
Boecio, maestro del pensamiento medieval
17
El último verso recuerda el metro de 2m850:
Si todas las cosas se suceden y encadenan de este modo
Es porque las tierras y los oceanos obedecen a una guía
Que también manda en los cielos: el amor.
Conclusión
Quiero dejar al erudito historiador de la cultura medieval, William Ker, la última palabra en
esta presentación de Boecio, pues creo que sus palabras, breves y precisas, compendian de
modo óptimo lo que he querido decir hoy:
No hay ningún autor en este periodo, y pocos en cualquier otro momento de la historia, con
tantos defensores, discípulos e imitadores; la razón para ello es que él, de un modo u otro,
percibió lo que era más necesario en la época de confusión intelectual en la que vivió. Todavía
es un nombre esperanzador, no solo en razón de los honores que se le han ofrecido, sino por la
luz tranquila y clara que difunde, por su fidelidad a Platón, y por su adhesión al modo de
pensamiento de la Antigüedad griega, en momentos en que la claridad y la sencillez eran cada
día más difíciles51.
Bibliografía
Fuentes primarias
Boecio, The Theological Tractates, trads. H. F. Stewart, E. K. Rand, S.J. Tester — The
Consolation of Philosophy, trad. S. J. Tester, Harvard University Press, Cambridge, MA 1973.
Boecio, Consolación de la filosofía, Imprenta Grafoprint, Bogotá 1994.
Si no se especifica, todas las referencias serán a esta obra, así: número del libro y número de la
prosa o metro. Entonces, 3P10 hace alusión al libro 3, prosa 10, y 2M8, al libro 2, metro 8.
Boecio, Tratados teológicos, trad. C. Montemayor — La consolación por la filosofía, trads.
E.M. de Villegas, A. de Aguayo, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México 1989.
Geoffrey Chaucer, Cuentos de Canterbury, Vols. I - II, trad. J. G. de Luaces, Iberia, Barcelona
1946.
Dante Alighieri, Obras completas, trad. N. González, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid
1980.
50
Dante lo conoce, pues lo cita en La monarquía, 1, IX [XI]:
Por todo lo cual se demuestra manifiestamente que es necesario para el bien del mundo que haya una
monarquía o principado único llamado imperio. Por esta razón suspiraba Boecio cuando decía:
¡Oh feliz género humano
si rigiera vuestras almas
el amor que rige el cielo!
51
Ker 80.
Boecio, maestro del pensamiento medieval
18
Fuentes secundarias
H. Chadwick, Boethius: The Consolations of Music, Logic, Theology, and Philosophy, Oxford
U.P., Oxford 1981, 19982.
E. R. Curtius, Literatura europea y Edad Media latina, Vols. I - II, trads. M.F. Alatorre, A.
Alatorre, Fondo de Cultura Económica, México 1975.
K. Flasch, Das philosophische Denken im Mittelalter, Reclam, Stuttgart 1988.
É. Gilson, La filosofía en la Edad Media, trads. A. Pacios, S. Caballero, 2a. ed., Gredos,
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J. Gruber, Kommentar zu Boethius De Consolatione Philosophiae, Walter de Gruyter, Berlín
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W. P. Ker, The Dark Ages, The New American Library of World Literature, Nueva York 1958.
J. Marenbon, “Boethius: from antiquity to the Middle Ages”, en J. Marenbon (Ed.), Routledge
History of Philosophy, Volume III: Medieval Philosophy, Routledge, Londres - Nueva York
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