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No. 37 – Marzo 2006
Servir
Alimentos – fundamentales para
la protección de los refugiados
En este número: historias desde Alemania, Colombia,
Tailandia, Tanzania, Sudán y Namibia.
SERVIR No. 37 – Marzo 2006
Servicio Jesuita a Refugiados
1
EDITORIAL
Autosuficiencia: ¡Sí!
Pero no con recortes de alimentos
Lluís Magriñà SJ
L
os recortes en el suministro de
alimentos obligan a los emigrantes forzosos a tomar decisiones
que impactan negativamente en sus vidas. Esta edición de Servir examina el
tema de la seguridad alimentaria para
los refugiados y otros emigrantes forzosos. A menudo, la dificultad de acceder
a los alimentos es un asunto institucional.
Los estados y la comunidad internacional les abandonan a su suerte sin ofrecerles el derecho a cultivar la tierra o a
trabajar. El JRS impulsa proyectos y
campañas de advocacy para mitigar los
efectos de dichas políticas; pero esto no
es suficiente cuando se trata de la supervivencia de los beneficiarios.
El señor Keßler describe la situación de
Alí, atrapado en una disputa entre dos
estados. No puede conseguir alimentos
ni cobijo sin el permiso de residencia,
para el cual debería contar con el documento de viaje que le niegan si no tiene
el permiso de residencia. No se trata de
un simple error burocrático. Alemania,
como otros estados industrializados, está
adoptando nuevas políticas para desanimar la llegada de nuevos refugiados y
utiliza la deprivación de alimentos como
parte de esta política de desmoralización.
El señor Bustillo explica cómo si no hubiera sido por la ayuda de amigos, familiares y organizaciones como el JRS, se
vería amenazada la supervivencia de
muchos desplazados internos (IDP, por
sus siglas en inglés) en Colombia. La situación es compleja. El gobierno colombiano se encarga de la protección de los
IDP, pero, a la vez, es también responsable de su desplazamiento, de negarles el
apoyo suficiente durante el mismo y de
promover su retorno a áreas inseguras.
La señora den Otter examina los cambios recientes en las políticas del ACNUR,
2
Cocina de unos refugiados en la frontera venezolana-colombiana
la agencia de la ONU para los refugiados, respecto a los refugiados en Tailandia. La agencia quiere promover la
autosuficiencia de los refugiados, pero
el gobierno tailandés les niega el derecho a trabajar. El ACNUR debe hacer
frente a recortes en su presupuesto, y
ha recortado la asistencia a los refugiados. Los afortunados que encuentran un
trabajo en el mercado laboral informal
corren el riesgo de ser sancionados por
el gobierno y de ser víctimas de explotación a manos de empresarios sin escrúpulos. Otros, en particular los niños
y las niñas, sobreviven como pueden.
En Tanzania, la señora Le alerta de las
contradicciones en las políticas nacionales e internacionales hacia los refugiados. Explica que los refugiados burundeses dependen casi totalmente del
Programa Mundial de Alimentos (PMA)
para su supervivencia. Las insuficientes
raciones les fuerzan a trabajar ilegalmente. Después de 12 años, ya han tenido
suficiente y algunos prefiere arriesgarse
a volver a casa. Por supuesto, las raciones deben incrementarse, pero más que
esto, debería permitírseles trabajar y contribuir al desarrollo de la economía local.
Las consecuencias de la falta de acción quedan perfectamente ilustradas
por la señora Kerrigan y por la herma-
na Whitaker. Son los más vulnerables
quienes pagan. La inseguridad alimentaria impide a los niños y niñas acudir a
la escuela. Se ven obligados a trabajar
para apoyar a la familia. Los que van a
la escuela, a menudo, no pueden concentrarse y aprenden más despacio.
Éstos son sólo unos ejemplos de los terribles efectos, intencionales o no, que
estas políticas tienen en los desplazados en todo el mundo. Los recortes
alimentarios pueden ser causa de la ruptura de familias y de la malnutrición,
afectando en particular a los niños, cuyo
desarrollo físico y psicológico puede
quedar gravemente dañado. Por eso,
rezamos con el padrenuestro: Danos hoy
el pan nuestro de cada día.
Lluís Magriñà SJ, director
internacional del JRS
ALEMANIA
Sin techo y hambrientos por ley
Stefan Keßler
S
egún el último Informe sobre el Desarrollo Humano de la ONU, Alemania es uno de los países más
ricos del mundo. A pesar de ello, muchas personas están hambrientas y sin un hogar. Es más, la ley niega
a algunas personas el alimento y la casa.
Una de estas personas es Alí Mansour (no es su nombre
real). En verano de 2003, este palestino refugiado de 23
años llegó a Alemania procedente del Líbano. En Berlín
solicitó la residencia, pero su petición fue rechazada. Sin
embargo, no se le deportó porque no podía conseguir la
documentación necesaria. Las autoridades libanesas suelen negar los documentos de viaje, esenciales para la deportación, a los palestinos que no dispongan del permiso
de residencia, en este caso, alemán.
El nombre oficial dado al estatuto de Alí es Duldung, o
tolerado. Como declaraba el informe de la Comisión Independiente para la Inmigración, establecida por el Ministerio
alemán del Interior y encabezada por la antigua Presidenta
del Parlamento Federal Alemán, la Dra. Rita Sueßmuth, el
“Duldung no es un permiso de residencia sino una suspensión temporal de la deportación... Por tanto, no supone una
estancia legal sino que descriminaliza dicha estancia ilegal”.
Afortunadamente, el gobierno regional de Berlín ha prometido presentar un nuevo decreto que permita a personas como Alí recibir al menos alimento y alojamiento. No
obstante, esto no asegura que el decreto prometido ofrezca a las personas ‘toleradas’ alimentos y alojamiento
suficientes ni que se les faciliten otras necesidades como
ropa y asistencia médica.
El destino de Alí no es en absoluto algo excepcional. El
JRS Alemania tiene que hacer frente a muchos casos en
los que particulares que han huido de abusos a los derechos humanos reciben apoyo muy reducido o, como en el
caso de Alí Mansour, se han quedado sin casa y hambrientos por ley.
Stefan Keßler,
responsable legal, JRS Alemania
Supermercado económico, Alemania
Cuando Alí solicitó la residencia en 2003, no tenía dinero y
al serle rechazado el permiso tampoco podía trabajar. La
oficina de inmigración le dijo a Alí que necesitaba un pasaporte libanés para recibir alimento y cobijo hasta su deportación. La embajada libanesa le dijo que, dada su condición de palestino, no podía recibir un pasaporte a menos
que obtuviera el permiso de residencia alemán.
Sin el permiso de residencia, no tendía pasaporte y sin
pasaporte el departamento de seguridad social no le daría
apoyo financiero ni de ningún tipo. Sin sus amigos, que le
ofrecieron refugio y compartieron lo poco que tenían con
él, Alí Mansour estaría viviendo en la calle.
El JRS Alemania ayudó a Alí a recurrir la decisión que le
negaba la asistencia básica, pero el tribunal desestimó el
recurso. Las provisiones relevantes se encuentran en la
ley alemana de beneficios sociales para los solicitantes de
asilo (Asylbewerberleistungsgesetz). La ley también regula los beneficios sociales para los no nacionales ‘tolerados’. Según la ley, ciertos grupos de no nacionales deberían
recibir un 20 por ciento menos de lo que normalmente se
paga a los alemanes. Aparte, el artículo 1 de la ley permite reducir esta asistencia al mínimo de lo estrictamente
necesario para sobrevivir.
SERVIR No. 37 – Marzo 2006
3
COLOMBIA
Refugiada
colombiana
en Venezuela
Forzados a regresar a casa,
pero sin protección
Juan Manuel Bustillo
C
uando la población no está siendo
atacada por grupos armados o por
el ejército, sufre los daños del gobierno que fumiga las plantaciones de coca
con herbicidas venenosos. A consecuencia
de ello, muchos huyen hacia áreas que
creen más seguras. Sólo en los últimos tres
años, más de tres millones de personas,
tantas como el 5 por ciento de la población
colombiana, se han visto desplazadas por
la fuerza por el conflicto armado en el país.
Más de la mitad de todas las personas
desplazadas son niños, menores de 18 años.
Colombia se encuentra entre el puñado de
países que ha establecido una legislación
para proteger a los desplazados internos
(IDP); sin embargo, a menudo deja de proveerles ayuda alimentaria. En 2003, casi una
cuarta parte de los niños desplazados estaban en riesgo de malnutrición, siendo los
de entre uno y dos años los más afectados.
La ayuda gubernamental, cuando está garantizada, se limita a los desplazados registrados oficialmente. El trámite de registro
y de solicitud de ayuda humanitaria dura
meses. La ayuda se ofrece, normalmente,
de tres a un máximo de seis meses. Tras el
período de tres meses, la mayoría de los
desplazados ya no reciben más ayuda humanitaria.
4
Ante la imposibilidad de sobrevivir, y sin otra
opción, los desplazados se sienten forzados
a volver a su hogar. Y, aunque insuficiente,
la asistencia del estado que consiguen a su
regreso es mejor que la que obtienen como
desplazados. La ayuda alimentaria al regreso se suministra por un máximo de 60 días.
Cada familia recibe también unos 157 dólares al mes, insuficientes para pagar la comida hasta que llegue la cosecha.
Dado que el retorno se considera la única
alternativa válida, se desalienta la integración en las áreas más seguras. A pesar del
peligro, el Plan de Desarrollo Nacional del
gobierno colombiano 2002-2006 quiere convencer a 30.000 familias desplazadas de que
regresen a sus áreas de origen. Según las
líneas maestras del gobierno, los costes sociales y económicos se reducen cuanto más
rápido se tome la decisión de retornar.
Una vez de vuelta en casa, muchas personas se encuentran con la libertad de movimiento restringida, lo que les impide acceder a comida o a atención médica, y pone
en riesgo su seguridad. En 2004, al menos
70 aldeas en todo el país se vieron amenazados por acciones de los paramilitares y
de los grupos insurgentes. Se ha acusado a
las fuerzas de seguridad del Estado de restringir el movimiento de los pobladores de
aldeas y pueblos en toda Colombia, presuntamente para evitar que apoyen a grupos
guerrilleros o paramilitares.
Como consecuencia de los enfrentamientos entre paramilitares, insurgentes y grupos del ejército, el 1 de mayo, 42 familias
de Cerro Azul en el norte de Colombia se
vieron desplazadas por la fuerza. Una niña
de 18 meses murió y su padre resultó herido durante el enfrentamiento. Los residentes huyeron. Poco después se les invitó a
regresar a Cerro Azul con la promesa de
apoyo del Estado durante tres meses, pero
las familias retornadas sólo recibieron un
paquete de ayuda alimentaria.
El 20 de agosto, el gobierno colombiano decidió fumigar los campos de coca con glifosfato, un pesticida ácido que quema y seca
todo aquello con lo que entra en contacto.
Un campo de coca cercano a una escuela
fue fumigado desde avionetas. El viento llevó el glifosfato hacia el colegio y quemó la
piel de muchos niños y niñas. También quedó quemado el jardín de la escuela. Por temor a ser atacados por grupos paramilitares,
los pilotos no son muy cuidadosos al fumigar.
A veces ni siquiera lo hacen sobre los cocales,
sino sobre personas, animales y casas.
Como consecuencia de los graves daños a
los cultivos de subsistencia en el área, llegaron la carencia de alimentos y las dificultades económicas. Y hubo nuevos desplazamientos cuando las autoridades no
consiguieron dar el apoyo alimentario necesario a la población local.
Con estos datos en la mano, el gobierno colombiano no ha sabido tomar las medidas
adecuadas. En 2004, el ACNUR, la agencia
de Naciones Unidas para los refugiados, instó
al gobierno colombiano a no supeditar la
ayuda humanitaria a la disponibilidad de presupuestos y a que destinara los recursos
necesarios para evitar el desplazamiento
forzoso. En el mismo año, el Tribunal Constitucional de Colombia declaró que el sistema gubernamental para asistir a los desplazados era inconstitucional. Declaró que el
Estado tenía la obligación de asistir a los
desplazados que no estuvieran en condiciones de sustentarse por ellos mismos. En septiembre de 2005, el Tribunal encontró que
los pasos dados por el gobierno para cumSERVIR No. 37 – Marzo 2006
plir su mandato eran insuficientes tanto en
recursos como en voluntad institucional.
No obstante, el proceso de apoyar a los desplazados continúa siendo víctima de la burocracia, no es transparente e ignora a las personas que esperan el registro oficial. Es
evidente que la decisión de regresar no es
voluntaria. Los desplazados no disponen de
información con respecto a la situación de
seguridad en sus hogares. Creen que el gobierno les facilitará apoyo socioeconómico
para sus necesidades de seguridad a largo
plazo. Los desplazados se deben regularmente elegir entre hambre o regresar a casa,
aun cuando el retorno signifique vivir en áreas
minadas, la amenaza constante de ataques
armados, el reclutamiento forzoso de niños,
y un apoyo insuficiente de organizaciones
de derechos humanos. Aunque no cuentan
con garantías de soporte financiero en casa,
los lazos sociales y familiares, así como organizaciones como el JRS en Cerro Azul,
les permiten sobrevivir semana a semana.
Juan Manuel Bustillo,
responsable de
advocacy, JRS Colombia
Maíz, un
producto
básico de
la dieta
colombiana
Desplazados
retornados,
Colombia
5
TAILANDIA
Luchando por s
Vera den Otter
L
a vida para Xiong Pa (no es su nombre
real), un refugiado laosiano, no es fácil.
Su familia, nos dice, no tiene ni la comida
necesaria para un desayuno diario. El resto del
día sólo pueden comer arroz.
Recuerda que “pedimos al Bangkok Refugee
Centre (una ONG local contraparte del ACNUR,
la agencia de la ONU para los refugiados) algún dinero, ya que con lo que nos daban como
ayuda de subsistencia no podíamos comprar la
comida necesaria. De los 3.500 baht (unos 70
euros) que recibíamos mi hermano y yo, 2.500
iban para el alquiler y los otros 1.000 baht lo
gastábamos en jabón, transporte y cosas así. No
teníamos para gastar en comida. Los últimos
diez días del mes son los peores, el dinero se va
rápidamente, y tenemos que saltarnos muchas
comidas. Al no tener ni dinero para ropa, fuimos al JRS y ellos nos la dieron”.
La cocina de Xiong
La habitación de Xiong
Xiong Pa vive en una habitación abarrotada con
ocho miembros de su familia: tres de sus hermanos y sus esposas e hijos. Los niños no tienen la alimentación variada que necesitan para
su crecimiento. Como Xiong, los dos mayores,
de 12 y 15 años, sólo hacen dos comidas de
arroz blanco por día. Han aprendido a vivir con
esto y no se quejan. Su sobrino más pequeño,
sin embargo, llora día y noche de hambre, pero
todo lo que la familia puede darle es algo de
sopa de arroz con un poco de azúcar.
Xiong dice que su familia tiene suerte porque
viven encima del restaurante de su casero. A
veces les dan productos diferentes al arroz a cambio de trabajo. También tienen parientes que, de
vez en cuando, les dan algo de dinero extra. Sabe
que al menos otros 10 familiares no cuentan con
ningún extra y sufren mucho más que él.
Antes de que los fondos de subsistencia fueran
recortados en un 30 por ciento el 31 de agosto,
el ACNUR les entregó a él y a su hermano
5.400 baht. Xiong dice que su vida estaba bien
entonces; podía comprar alimentos y a veces
ropa. Cuando oyó por primera vez que el
ACNUR iba a recortar las ayudas, confiaba en
que podría encontrar un trabajo, y que no estaría tan mal. Durante casi cuatro meses no supo
6
TAILANDIA
sobrevivir en una gran ciudad
nada hasta que en diciembre alguien del BRC
le entrevistó. Xiong le dijo que podría trabajar
desde casa, pero no volvió a saber nada de ellos
desde entonces.
Ahora, hay rumores de que el ACNUR cortará totalmente la asistencia a los refugiados en
2006. Xiong no puede encontrar trabajo y no
sabe qué hacer. Naturalmente, esto le hace
sufrir por su familia y por otros que están en la
misma situación.
“Conozco familias que tienen 13 hijos. Ellos van
a sufrir si no tienen la asistencia financiera.
¿Adónde irán a vivir? ¿Qué comerán?”
tencia en alimentos y cobijo para atender a las
necesidades básicas de los refugiados.
El JRS Tailandia está al corriente de los estudios realizados sobre el impacto de la estrategia
para la autosuficiencia de los refugiados del
ACNUR en Nueva Delhi, El Cairo y Moscú,
pero todavía no existe ningún estudio al respecto en Tailandia. No hay análisis en profundidad
sobre los refugiados en Bangkok y otras áreas
urbanas que acogen refugiados en Tailandia. Sin
embargo, las evidencias de los efectos sobre las
personas atendidas por el JRS son extremadamente preocupantes.
El gobierno tailandés no ha firmado la Convención de Naciones Unidas de 1951 para los Refugiados ni el Protocolo de 1967. Así, los refugiados reconocidos por el ACNUR no tienen
estatuto legal en Tailandia ni el derecho a trabajar. Bangkok, una ciudad de ingresos medios
cada vez más cara, ofrece pocas posibilidades
para que los refugiados se ganen la vida. Pocos
ven el futuro con optimismo.
Después de que las ayudas fueran recortadas,
muchos refugiados empezaron a buscar desesperadamente comida. Se dirigieron al JRS
en busca de ayuda, en particular camboyanos
y laosianos con familias numerosas. Los refugiados africanos, para quienes es aún mas difícil encontrar un trabajo en el mercado laboral informal, están buscando que les reubiquen
en terceros países. El Programa Urbano para
Refugiados del JRS, creado para ayudar a los
solicitantes de asilo, respondió lo mejor que
pudo para dar salida a las aciagas condiciones
a las que se enfrentaban muchos refugiados.
Una de las razones por las que se recortó la
ayuda era promover la autosuficiencia; algo improbable dado que los refugiados tienen prohibido el acceso a trabajos remunerados en el
mercado laboral formal. En respuesta a estas
duras circunstancias en las que se encontraron muchos refugiados, el ACNUR parece que
revocará esta decisión. Un borrador de su política revisada reconoce los fallos cometidos, y
compromete a la organización a facilitar asisSERVIR No. 37 – Marzo 2006
En la actualidad, el apoyo provisto por el programa de refugiados urbanos del ACNUR en
Tailandia es insuficiente. Si se ejecuta el gran
recorte presupuestario anunciado para 2006, parecen inevitables nuevos recortes a las ayudas
de subsistencia a los refugiados. Si se les niegan los ingresos suficientes para pagar las necesidades básicas, como en el caso de Xiong
Pa, los refugiados corren el riesgo de verse forzados a reducir la cantidad y la calidad de los
alimentos que consumen. Por supuesto, serán
los niños los más castigados.
Niños
laosianos
refugiados
en
Tailandia
Vera den Otter, responsable
de información/advocacy,
JRS Tailandia
7
TANZANIA
Entre el
hambre y
el hogar
Mujer refugiada
recogiendo leña
Minh-Chau Le
U
n grupo de mujeres burundesas
aguardan pacientemente que su líder de grupo presente sus cartillas
de racionamiento para recoger los sacos de
alimentos. En los campamentos del noroeste
de Tanzania, los refugiados no recogen sus
raciones individualmente. En cada calle, se
agrupan según el tamaño de la familia. Normalmente, cuando el líder recibe toda la
comida, los miembros del grupo le ayudan,
trasladando los sacos y bidones fuera de la
alambrada para repartirse los alimentos.
Manualmente vierten el aceite en bidones individuales, hacen las medidas del maíz y atan
los sacos de alubias. Después de recoger sus
raciones, Gloriose (no es su nombre real) se
aparta del grupo para equilibrar su saco con
34 kilos de maíz sobre su cabeza. Con una
tinaja de aceite en una mano y su bebé de 16
meses atado a su espalda, se marcha con su
hija de 9 años, Jackie (tampoco es su verdadero nombre) hacia su hogar construido de
adobes. Jackie camina lentamente, cargando 10 kilos de alubias y harina sobre su cabeza. Cada dos semanas, el día de la distribución, no acude a la escuela porque tiene
que ayudar a su madre. “No me importa el
peso,” sonríe Gloriose, “¡Quisiera que fuese
más pesado, mucho más pesado!”
8
Cuando la familia de Gloriose recibe toda su
ración, todavía está por debajo del mínimo
recomendado de 2.100 calorías al día por
persona. Incluso la agencia de la ONU, el
Programa Mundial de Alimentos (PMA) reconoce que no puede esperarse que la gente sobreviva con una dieta tan limitada.
La ley y política tanzana prohibe a los refugiados de estos campamentos trabajar, tener negocios o moverse más de cuatro kilómetros fuera de los campamentos. Es
esencialmente imposible para un refugiado
acatar estas leyes. Al no proveerles de leña
para cocinar sus raciones, deben arriesgarse a ser arrestados, a sufrir abusos policiales, asaltos e incluso violaciones como castigo por el simple hecho de abandonar los
campamentos para ir por leña, o para comprarla a aquellos que la recogen. Además,
el maíz que les han dado, un producto de
primera necesidad en su limitada dieta, no
se les ofrece ya listo para comer; debe molerse para convertirlo en harina.
Gloriose necesita 2.500 shillings – poco más
de 2 euros – para comprar leña con que
cocinar para su familia, y 700 shillings para
moler el grano cada dos semanas. Para hacerlo, un refugiado sin ingresos se ve obli-
TANZANIA
gado a vender algunas raciones. El aceite
es lo primero en venderse, y Gloriose puede conseguir 1.200 shillings por su ración.
Para conseguir los otros 2.000 shillings ella
tendría que vender aproximadamente 10
kilos de su harina de maíz.
Si así lo hiciese, para Gloriose sería literalmente imposible sobrevivir con lo que le
quedase de comida. Por esta razón, la familia de Gloriose quebranta regularmente
las leyes tanzanas. Su marido trabaja para
los campesinos tanzanos de la zona y recibe 600 shillings al día. Aunque los ingresos
son menores a 10 euros por mes, basta para
comprar leña y pagar la molienda del maíz.
A veces, ella también se aventura hasta diez
kilómetros fuera del campamento a recoger leña, especialmente cuando la familia
debe ahorrar dinero para comprar ropa, un
mueble o pagar las tasas escolares. Con el
dinero también compra cebollas y tomates
para el cocido de alubias que su familia
come casi diariamente, así como algo de
mandioca y bananas, que tanto gustan a la
familia para variar.
“Se piensan que podemos comer alubias
hervidas y ugali (mantequilla de maíz) cada
día, a veces incluso sin sal. ¿Podrías hacer
esto durante 12 años?”. Violar la ley es la
única manera de sobrevivir. Pero recientemente, Gloriose y su marido han tomado
en consideración otra vía. “Las cosas van
de mal en peor,” dice sacudiendo la cabeza. “El campamento es inseguro. Los niños mueren de malaria. Y las raciones
aumentan y disminuyen, pero nosotros somos los últimos en enterarnos”. Su marido,
Zenón (no es su nombre real), interrumpe,
“quizás debamos dejar el campamento y
regresar a Burundi”.
Si bien las raciones se han estabilizado desde
entonces, siguen sin poder depender totalmente de ellas. Para los refugiados como Gloriose, la inseguridad alimentaria es un factor
que presiona. Aunque la repatriación debería
ser completamente voluntaria, la insuficiencia de las raciones fuerza a los refugiados a
volver a casa como una técnica de supervivencia, no como una elección. Uno de los
vecinos de Gloriose comentaba que “es mejor volver y morir de un disparo que la amenaza de morirte de hambre...” Lo inadecuado
de las raciones amenaza a los refugiados de
formas mucho más complejas que un mero
problema de calorías. Los responsables de
servicios comunitarios en los campamentos
han informado al JRS de que la tensión provocada por las raciones inadecuadas aumentan la violencia doméstica y los abusos.
Una mejora en las raciones por parte del PMA
mejoraría, ciertamente, la situación, pero ésta
es aún una solución que dejaría a Gloriose y
a su familia a merced de otros. Los líderes
refugiados están de acuerdo en que la mejor
solución sería permitir a los refugiados trabajar, poner en marcha sus propios negocios y
ser autosuficientes. Esto evitaría la dependencia de la ayuda alimentaria internacional
que nunca es del todo fiable.
Minh-Chau Le, responsable de
relaciones públicas de Radio
Kwizera, JRS Tanzania
Niño
refugiado
recogiendo
comida
Aunque algunas familias llegan a ahorrar
sumas considerables de dinero, alimentos,
e incluso cultivan tierras fuera del campamento, la familia de Gloriose sobrevive entre una distribución de alimentos y otra. No
tienen ninguna garantía para los períodos
en que se recortan las raciones. En 2005,
cuando éstas se redujeron al 67 por ciento
de lo normal, Gloriose recuerda que “teníamos que pedir prestado dinero para comida. Yo iba a buscar leña cada día para
venderla. Fue una mala época”.
SERVIR No. 37 – Marzo 2006
9
SUDÁN
Comida o
Emer Kerrigan
L
obone, a siete kilómetros de la frontera
norte de Uganda, es ahora el hogar de
muchas comunidades desplazadas por la
recién terminada guerra de 21 años entre el Sudan
People’s Liberation Movement/Army (SPLM/A)
y el gobierno de Sudán.
La guerra de 1994 desplazó a muchos miembros
de la población Dinka hacia el sur, a Lobone. Al
menos las cuatro quintas partes de los 33.000 desplazados internos (IDP, por sus siglas en inglés) en
Lobone son Dinka. Las familias se vieron forzadas a abandonar su ganado y a volcarse al cultivo
como primera fuente de alimentos. Los métodos
inapropiados de laboreo y una excesiva dependencia de tres tipos de vegetales han tenido un efecto
pernicioso para la nutrición de la comunidad. Los
niveles de malnutrición han aumentado provocando ingresos de niños en el hospital local y que las
madres se pierdan las clases de alfabetización de
adultos para hacerse cargo de sus enfermos.
En 2001, el JRS empezó a ofrecer a las comunidades educación y servicios pastorales, incluyendo asesoramiento, materiales escolares y apoyo
económico a los maestros. En consecuencia, la
educación ha crecido en el área en los últimos
años. Los niveles aumentan anualmente y, en la
actualidad, Lobone cuenta con siete escuelas de
primaria, una de secundaria, 11 guarderías y nueve centros de alfabetización de adultos, con una
población de casi 8.000 estudiantes.
Gulu,
norte de
Uganda,
cerca de
Sudán
A pesar de la abundancia de tierras fértiles en
Lobone y de la cada vez mayor disponibilidad de
educación, la inseguridad alimentaria sigue siendo una amenaza para la comunidad. Ésta afecta
todos los aspectos de la educación, ya que influye en la asistencia de adultos y niños y en el desarrollo intelectual de los pequeños.
La inmensa mayoría de personas en el área sobreviven directamente de lo que cultivan; pocos
son quienes cuentan con formación o educación
para ganarse la vida en otras partes. Las estaciones del cultivo y la cosecha son cruciales para
la supervivencia de la familia. Durante estos períodos, niños y madres, que forman el grueso de
los alumnos adultos, no van a la escuela porque
tienen que trabajar. Es más, entre mayo y julio,
la asistencia escolar también es baja ya que hay
menos comida y los estudiantes se ven obligados a ir a Uganda en busca de alimentos.
Un medio de responder a la inseguridad alimentaria es mediante el programa de comidas en la escuela llevado a cabo conjuntamente por Catholic
Relief Services y el JRS. El programa alienta a
los niños a quedarse en la escuela hasta la hora
del almuerzo y les ofrece una comida que no tendrían en casa. Ésta es crucial para su desarrollo
cognitivo y contribuye a mejorar su nivel de atención. Muchos de los estudiantes son huérfanos y
viven con sus familias extensas. Darles sus propias comidas para que las lleven a la escuela sería
una carga excesiva para las familias extensas.
No obstante, la entrega de alimentos se retrasa
de vez en cuando. Los alimentos sólo pueden llegar por la única carretera que procede de Uganda
y que, frecuentemente, es atacada por los rebeldes ugandeses del Ejército de Resistencia del Señor. A consecuencia de los ataques, la asistencia
escolar se resiente y se reduce a menudo hasta
en tres cuartas partes.
El futuro de la educación de la comunidad de desplazados internos en Lobone depende por completo de la seguridad alimentaria en el área. Aunque
la educación tiene valor por sus beneficios a largo
plazo, es la necesidad básica e inmediata de alimentos la que influye de una manera determinante
en el éxito del programa educativo.
Emer Kerrigan,
administrador, JRS Sudán
10
NAMIBIA
escuela
Joanne Whitaker RSM
E
l campamento de refugiados de Osire, en
Namibia central, es el hogar de 23.000
refugiados, mayoritariamente angoleños.
Un día durante el curso escolar, nuestro equipo
del JRS hizo su visita rutinaria. Era ya avanzada
la mañana cuando llegamos y fuimos directamente a la escuela primaria. Vimos que muchos
niños no habían asistido. La mayoría esperaban
en una cola para recibir sus raciones alimentarias
mensuales o para ayudar a sus familias y otros
a recoger sus raciones. Los que no estaban en
la cola trabajaban duro transportando grandes
fardos de maíz o aceite para cocinar desde el
punto de distribución hasta el campamento. La
distribución suele tener lugar una vez al mes,
pero a veces más.
pación. Nos reunimos con la policía y la administración del campamento para pedirles apoyo
y establecer un proyecto dirigido a niñas y mujeres jóvenes de entre 10 y 20 años, llamado
Osire Girls Club. El propósito del club era ayudar a las chicas para que permanecieran en la
escuela ofreciéndoles actividades extracurriculares, incluyendo alimentos suplementarios que
podrían llevar a sus familias. Estos esfuerzos, si
bien no han sido un éxito rotundo, redujeron de
forma significativa el absentismo y la deserción
definitiva de las chicas de la escuela.
Sentimos que no podíamos hacer nada. Las familias necesitaban ayuda. Muchos estudiantes aprovechaban la oportunidad para obtener raciones
suplementarias. Teníamos que asumir la realidad
y programar lecciones y exámenes sólo los días
en que los niños no tienen que ir a buscar comida.
Una realidad más preocupante era el abandono
escolar definitivo, especialmente de niñas, para
apoyar a sus familias a conseguir alimentos. Se
quedan trabajando en el huerto familiar o en casa
haciéndose cargo de los más pequeños de la familia mientras los adultos buscan un trabajo en
las granjas cercanas o allá donde puedan encontrar un trabajo temporal. Trabajar fuera del campamento suele crear problemas a los refugiados.
El gobierno no permite que los refugiados trabajen. En algunos casos, los campesinos no pagan a
los refugiados y les dicen que se vayan de sus
granjas o llamarán a la policía acusándoles de violar
la propiedad y robar su ganado. Las chicas, especialmente las que están solas en el campamento, sin padres, terminan a veces siendo víctimas
de explotación sexual por dinero. De hecho, esto
llega a ocurrir incluso con chicas con padres. Éstos
se ven forzados por la desesperación a aceptar
que sus hijas se prostituyan. Una vez esto empieza, ya casi nunca regresan a la escuela.
De nuevo, hallar una respuesta efectiva a este
problema era difícil. El JRS se reunió con maestros, padres y líderes de campamento para hablar del tema como uno de los de mayor preocuSERVIR No. 37 – Marzo 2006
Namibia no es un caso único. La elección – comida o escuela – ocurre en toda África austral
y, ciertamente, en todo el continente. De hecho,
en la vecina Zambia, la agencia de la ONU, el
Programa Mundial de Alimentos (PMA) ha reducido las raciones alimentarias para los refugiados y cree que, a menos que las donaciones
aumenten, se verán forzados a cesar la distribución de alimentos a los refugiados en marzo de
2006. Este es un dilema candente, no sólo entre
los refugiados y solicitantes de asilo, sino entre
muchos jóvenes afectados por la pobreza y huérfanos del SIDA.
Sudaneses
refugiados,
Kejokeji,
sur de
Sudán
Joanne Whitaker RSM,
directora regional,
JRS África Meridional
11
Cómo ayudar a una persona
L
• Dar educación a un niño durante
un año en una escuela primaria
comunitaria en Yei, Sudán
a misión de JRS es
acompañar, servir y
defender los derechos de los
refugiados y desplazados
forzosos, especialmente los
olvidados y los que no atraen
la atención internacional. Lo
hacemos con proyectos en
más de 50 países de todo el
mundo, prestando asistencia
en forma de educación,
cuidado sanitario, labor
pastoral, formación
profesional, actividades
generadoras de ingresos y
muchos otros servicios.
$30 USA
• Ofrecer asesoría legal a un solicitante de asilo o a un refugiado
durante un año en Bangkok, Tailandia
$31 USA
• Dar asistencia médica a un refugiado durante un año en Harare,
Zimbabue
$37 USA
• Construir una casa para una persona con una discapacidad
provocada por una mina antipersona y para su familia en Camboya
JRS depende en gran parte
de donativos de personas
privadas y agencias de
desarrollo y eclesiales.
$400 USA
• Ofrecer un taller sobre derechos
humanos para desplazados internos en Colombia
He aquí algunos ejemplos
de cómo JRS invierte sus
fondos:
$450 USA
• Producir y emitir un programa
para la paz y la reconciliación
durante una semana en el noroeste de Tanzania
$1.120 USA
APOYE NUESTRO TRABAJO CON LOS REFUGIADOS
Su apoyo continuo hace posible que ayudemos a refugiados y solicitantes de
asilo en más de 50 países. Si desea hacer una donación, por favor rellene este
cupón y envíelo a la Oficina Internacional de JRS. Gracias.
(Cheques a nombre de Jesuit Refugee Service)
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Servir aparece en marzo,
septiembre y diciembre,
editado por el Servicio
Jesuita a Refugiados,
organización creada por el
P. Pedro Arrupe SJ, en 1980.
JRS es una organización
católica internacional cuya
misión es acompañar, servir
y defender los derechos de
los refugiados y desplazados
forzosos.
Director:
Editor:
Lluís Magriñà SJ
James Stapleton
Productor:
Stefano Maero
Asistente de producción:
Sara Pettinella
Servir se distribuye
gratuitamente en español,
inglés, italiano y francés.
e-mail: [email protected]
correo: Jesuit Refugee Service
C.P. 6139
00195 Roma Prati
ITALIA
tel:
fax:
+39 06 6897 7386
+39 06 6880 6418
Dispatches, boletín bimensual
distribuído electrónicamente,
recoge noticias de JRS de todo el
mundo, reflexiones espirituales
e información sobre ofertas de
empleo. Está disponible
gratuitamente en español,
inglés, italiano y francés.
Para abonarse a Dispatches:
http://www.jrs.net/lists/manage.php
Foto de portada:
Tanzania.
Foto de Mark Raper SJ/JRS.
Créditos de fotografías:
Francesco Spotorno (págs 2 arriba, 4);
Nina Rücker (pág. 3);
JRS Colombia (pág. 5); Noparat
Thiannimitdomrong/JRS (pág. 6);
Jan Cooney/JRS (pág. 7);
Libby Rogerson IBVM/JRS (pág. 8);
Mark Raper SJ/JRS (págs 9, 12);
Don Doll SJ/JRS (págs 10, 11).
Email:
Para transferencias bancarias a JRS
Banco: Banca Popolare di Sondrio, Roma (Italia), Ag. 12
ABI: 05696 – CAB: 03212 – SWIFT: POSOIT22
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12
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