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MISA EN LA PEREGRINACiÓN DIOCESANA AL TEPEYAC 20 de Mayo de 2015 Diócesis de San Juan de los Lagos Cargados de intenciones, Dios nos concede llegar a las plantas de nuestra bendita Madre de Guadalupe, en este centro espiritual del pueblo mexicano, en el Año en que celebramos en la Diócesis la Vida en Cristo y el Comportamiento social, cristiano; la Campaña nacional por la justicia y la paz en México; en E?VAñode la Vida consagrada. Preferencias del corazón de Dios Santa María de Guadalupe nos enseña el modo de encarnar valores que llenan la vida de profundo sentido en medio de una cultura que genera y produce empobrecimiento y muerte. Su presencia en el Tepeyac le permite escuchar los clamores de su pueblo y acercarse desde dentro a sus dolores. Con ellos y desde ellos, desea continuar la misión de Jesús: "que tengan vida y la tengan en abundancia". En fidelidad creativa al Evangelio, María se dejó ver de un pobre indio llamado Juan Diego; y después se apareció su preciosa imagen delante del obispo. María, desde su experiencia de "anawim" o pobre de Yahvé, elige y se identifica con el indio pobre, con el 'rnacehual', con el ser humano que en términos socioeconómicos ha sido empobrecido. A él le revela su identidad y sus deseos: Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive, del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo ... Ella envía a san Juan Diego a comunicar al obispo su mandato: "dile que yo en persona, la Siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía ... Tú eres mi embajador, muy digno de confianza". En el Tepeyac es donde ella desea vivamente que se le erija un templo para mostrar y dar todo su amor, compasión, auxilio y defensa, para amar gratuitamente, para prolongar en la historia la iniciativa de Dios que, como siempre, elige al pueblo por puro amor. María, madre de Dios y madre nuestra, hace del Tepeyac el Belén de las Américas, el lugar de la experiencia de Dios en nuestra historia. ¿Y nosotros? Juan Diego acogió la relación con María sin mayor dificultad. Pero cumplir con su encargo supuso cambio y conversión; Primero, cuando va al culto divino y se desvía para subir al cerrillo y atender al llamado de María. Bellísima escena en la que el Nican Mopohua nos hace gustar la experiencia vocacional del indio que un día fue águila que habla, pero ahora ha sido acallado, desplazado, despojado de su tierra y de su dignidad como ser humano, de su confianza en sí mismo y de su propia religión. Este cambio transforma la vida de san Juan Diego y le convierte en un muy digno embajador de María. El segundo momento es cuando, después que María le pide que regrese por la señal solicitada, llega a su casa y se encuentra a Juan Bernardino gravemente enfermo. Como el médico ya no había podido hacer nada, su tío le rogó que fuera a buscar un sacerdote para confesarse y disponerse a morir. Juan Diego quería dar prioridad a esta petición, por eso buscó la manera de rodear el cerro para evitar que la virgen le detuviera. Sin embargo, su intento fue inútil. María bajó donde él y le concedió la salud a su tío Juan Bernardino. Basados en la oración, en el discernimiento, en la comunión, y actuando en el espíritu de san Francisco de Asís y guiados por el Papa Francisco, hacemos nuestra la opción evangélica y preferencial de Dios, por los pobres, los excluidos, los necesitados, los alejados, y al hacer esto contribuimos al espíritu de fraternidad, de justicia, de lucha contra la violencia. Cualquiera que sea nuestro estado de vida, función social o ministerio en la Iglesia, estamos comprometidos a acompañar a nuestros hermanos en la lucha por la justicia, por medio de nuestra presencia, servicio y solidaridad, a semejanza de nuestra Bendita Madre del Tepeyac. También estamos comprometidos a un estilo de vida sencillo, a la reconciliación y a cultivar los valores y dones de nuestras diversas culturas. Queremos dar a nuestra Iglesia diocesana el rostro auténtico de Iglesia misiOnera\ de laicos protagonistas, [2] contando con Religiosos(as). el valioso aporte de los carismas de nuestros Reitero lo que expresé al Presbiterio el "martes santo": Ante esta situación es urgente ir tomando medidas personales y organizando grupos sociales. México es un pueblo alegre, solidario y fraterno (lo ha manifestado ante catástrofes, terremotos, inundaciones, etc.). Nos une fuertemente la fe cristiana (85% de la población) y la devoción a la Santísima Virgen de Guadalupe. Sin embargo hay que estar atentos a la pérdida de valores éticos, la falta de respeto a las instituciones políticas, educativas, religiosas; así mismo evitar fanatismos y el machismo que lleva a comportamientos personales y sociales violentos. Urge una evangelización, "no ritualista", que se proyecte en la vida (dimensión social de la fe), para la salud pública (ambiente de seguridad y de paz). Es necesaria la cooperación desde todos los sectores públicos y sociales para el fortalecimiento del tejido social, especialmente en favor de la familia y de cada persona con sus derechos, pero también deberes, que favorezcan la sana convivencia interpersonal, familiar, organizativa y social. Encomendemos al Señor, por la poderosa intercesión de Santa María de Guadalupe, a nuestros 400 consagrados de la diócesis; procuremos su inserción en la Diócesis; incrementemos la oración por la Vida Consagrada, reconociendo, como advierte el Papa Francisco, que son un signo vivo de la presencia de Jesucristo en la Iglesia; que están en el corazón de la Iglesia como elemento decisivo para su misión; que son un signo de Dios en los diversos ambientes de la vida; son levadura para el crecimiento de una sociedad más justa y fraterna; son profecía del compartir con los pequeños y los pobres; son un don de Dios a la Iglesia; un don de Dios a su pueblo. Estemos, pues, a ejemplo de Santa María de Guadalupe, cerca de nuestro Pueblo, Ilevándoles paz y esperanza: "¿ Qué no estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿ Qué no estás en mi regazo y corres por mi cuenta?". En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. [3]