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IDENTIDADES ÉTNICO-CULTURALES Y POLÍTICA EN EL ALTIPLANO Elaborado por: Rolando Sánchez Serrano1 La Paz, julio de 2007 No quiero que mi casa esté amurallada por todas partes, y que mis ventanas permanezcan cerradas. En cambio, quiero que las culturas de todas las tierras soplen sobre mi casa del modo más libre posible. Pero me niego a que cualquiera me patee los pies. Mahatma Gandhi Introducción En estos primeros años del presente siglo, el país enfrenta uno de sus problemas históricos aún no resueltos desde la fundación de la república de Bolivia, que es el de la ausencia de un referente común de articulación e integración sociopolítica y cultural, que los bolivianos y las bolivianas no hemos podido crear juntos. Y justamente, con el establecimiento de la Asamblea Constituyente se quiere fijar algunos núcleos institucionales de convergencia y encuentro nacional, a partir de la participación y contribución de los constituyentes que representan a los diferentes estamentos sociales y la diversidad de espacios socioterritoriales. Sin embargo, a casi de un año de “funcionamiento” de dicha asamblea, se vislumbran pocos atisbos de entendimiento entre los “diferentes”, lo que más ha sobresalido es la desconfianza, la maniobra, el deseo de imposición y el enfrentamiento entre los constituyentes, donde la deseada deliberación sociopolítica se ha convertido en gritos, insultos, puñetes y chicotazos. Parece muy difícil lograr un verdadero encuentro de respeto y solidaridad entre las diferentes identidades territoriales, económicas, sociales, políticas, étnicas y culturales. De manera que, el presente ensayo versa sobre la conformación de identidades étnicoculturales y socioculturales, y su relación con el campo político, planteándose que las identidades basadas en elementos étnicos no tienen necesariamente una trascendencia política, sino más bien se orientan hacia la preservación de conocimientos y prácticas ancestrales de las poblaciones llamadas indígenas; en cambio, las identidades socioculturales tienden a extenderse hacia la dimensión política, con manifestaciones claras dentro del escenario de disputa política. 1 Rolando Sánchez Serrano es Doctor en Ciencia Social con mención en Sociología por el Colegio de México, México, D.F. Es autor de Capital social y posibilidades de desarrollo en los municipios (2007); La construcción social del poder local: actores sociales y posibilidades de generación de opciones de futuro (2005); El impulso de la dinámica social (2001); La demanda de las necesidades básicas (2001); coautor de Mallkus y alcaldes: la Ley de Participación Popular en comunidades rurales del altiplano paceño (2000); Comunidades rurales ante el cambio y la odernización: desarrollo interno y participación comunitaria frente a la evolución actual (1994); así como de ensayos sobre temas socioculturales y políticos. Y es docente de Sociología en la UMSA y de cursos de maestría de Gestión del Patrimonio y Desarrollo Territorial (PRAHCUMSS). Este escrito se divide en tres apartados. En el primero se hace una reflexión conceptual sobre la noción de identidad, entendiendo que la misma se configura en función a diferentes fuentes, dando lugar a la constitución de un “nosotros” y “otros”. Mientras que los diferentes aspectos que implica la identidad étnico-cultural en las poblaciones del altiplano se desarrolla en el segundo apartado. Y en el tercero, se exponen los componentes que envuelve la identidad sociocultural y su proyección política, donde las comunidades del altiplano y los vecinos de la ciudad de El Alto han encontrado una representación política en la figura y personalidad del actual Presidente Evo Morales. Por último se hace una breve conclusión. En cualquier caso, se considera que estas reflexiones sobre la conformación de identidades y su expresión en la dimensión política, contribuyan a la comprensión de la situación política de alta tensión que vive el país, hoy en día. 1. Identidad social El concepto de identidad se ha trabajado principalmente en función de elementos de articulación intersubjetiva que han dado lugar a la conformación de grupos y colectividades sociales, que se caracterizan por una fuerte cohesión interna y una notable capacidad de acción externa, donde los participantes muestran una disposición significativa para involucrarse en las diferentes acciones. Los elementos de constitución de identidad aparecen dentro de las organizaciones sociales, en la medida que las personas consideran que los objetivos de la organización favorecen de algún modo sus intereses cotidianos y a veces sus reivindicaciones históricas; pero cuando ven que esto beneficia sólo a una parte de los miembros, la gente opta por distanciarse. Por lo mismo, es fundamental que los objetivos de la acción colectiva integren las aspiraciones de la mayoría de los miembros del grupo. Los individuos se identifican con aquello que consideran como algo suyo, y que expresa la situación socioeconómica, política o cultural en que se viven. Es en relación a esto que se constituyen las colectividades sociales, religiosas, étnicas, culturales o políticas, que pueden generar movimientos sociales de reivindicación o de cambio, dependiendo de la visión histórica que tengan los actores sociales. Es decir, en la emergencia de los movimientos sociales y las posibilidades de cambio que conllevan, es cuando el poder de la identidad se expresa con más claridad, donde los actores sociales se sienten realmente comprometidos con los logros que pueden alcanzar. Respecto al asunto de los movimientos sociales2, Alaín Touraine (1995) considera que éstos surgen principalmente con motivo de una acción conflictiva entre los diferentes sectores sociales que luchan por tener el control de la acción histórica, de la conducción de los procesos de cambio socio-histórico que son desatados desde la acción transformadora que los sujetos sociales. Esto significa que las relaciones establecidas en la sociedad en términos de control de los recursos económicos, sociales y políticos, son modificados a partir de la acción de los actores movilizados, gracias al poder de la identidad que permite 2 Sobre el tema de los movimientos sociales existen varios estudios que abordan diferentes aspectos de la acción colectiva que surge principalmente en función a una situación de conflicto entre grupos o colectividades y la posibilidad de transformación de las relaciones de poder en torno al control de los diferentes recursos de poder; véase a Neil J. Smelser, Teoría del comportamiento colectivo, Fondo de Cultura Económica, México, 1989; Sydney Tarrow, El poder en movimiento: los movimientos sociales, la acción colecita y la política, Alianza, Madrid, 1997; José Seoane (comp.), Movimientos sociales y conflicto en América Latina, OSAL – CLACSO, 2003; entre otros. la cohesión del movimiento. Porque la identidad es definida por los mismos actores que promueven una organización social y una acción conjunta en busca de fortalecer sus posiciones frente a “otros”. La identidad social otorga sentido a la experiencia y acción colectiva de las organizaciones sociales y políticas que buscan alcanzar determinados propósitos y metas, pues permite que la gente se identifique con las orientaciones y modos de actuar de sus semejantes dentro de una determinada organización social o ámbito socio-territorial demarcado precisamente en función a ciertas características más o menos comunes que condicionan la situación de las personas. De manera que, es fundamental la existencia de condiciones de articulación socioeconómica y cultural para el establecimiento de una identidad social capaz de integrar a los individuos dispersos en una organización social colectiva y en relación a los demás grupos y colectividades. Es una configuración social que se da entre “yo” y “otro”, entre “nosotros” y “ellos”; así: “Por identidad, en lo referente a los actores sociales, entiendo el proceso de construcción del sentido atendiendo a un atributo cultural, o un conjunto relacionado de atributos culturales, al que se da prioridad sobre el resto de las fuentes de sentido”. (Castells, 1999: 28). Sin embargo, la identidad es más fuerte que el rol social fijado por las instituciones y organizaciones, porque aquella se configura por el proceso de autodefinición e individualización respecto a los demás actores sociales, que en su conjunto construyen un determinado sentido de identificación simbólica y cultural, lo cual permite la convergencia de los individuos dispersos hacia una dirección estratégica de carácter social y/o político. Esto tiene que ver principalmente con la constitución y sostenimiento de la identidad colectiva antes que con la identidad individual. En la construcción de las identidades, los actores sociales recurren a elementos históricos, geográficos, institucionales, religiosos, de memoria larga, de poder político o de aspiraciones personales, dependiendo de los proyectos socio-históricos que se pretenden realizar dentro de un contexto espacial y temporal. En este sentido, Castells (1999) distingue tres formas de identidad social: identidad legitimadora, identidad de resistencia e identidad proyecto. Conforme con este autor, la primera forma de identidad se orienta principalmente a mantener y fortalecer las estructuras institucionales y relaciones de poder cristalizadas en un determinado tiempo histórico dominado y controlado por ciertos sectores sociales; en tanto la segunda forma, refiere a la aglutinación de fuerzas de los sectores desfavorecidos por la lógica de dominación vigente, donde los actores marginados establecen trincheras de resistencia; mientras que la tercera forma de identidad tiene que ver con la definición de una posición estratégica dentro de la sociedad, en la perspectiva de impulsar una transformación de toda la estructura social. La dinámica de las identidades puede hacer una secuencia de recorrido desde la resistencia a la legitimación, pasando por el proyecto, pues las acciones de resistencia da lugar a la construcción de proyectos que podrían convertirse en una nueva hegemonía. En esta línea de reflexión, las identidades sociales no son de por sí progresistas o regresivas por definición, sino que esto depende de la situación histórica en que se producen y de las metas que se trazan los actores sociales. Sin embargo, las formas de identidad de resistencia y de proyecto son las que permiten a los individuos convertirse en sujetos de transformación de estructuras sociales, en la medida que se establecen a partir de la resistencia colectiva contra la opresión, y esto da lugar a la constitución de un actor social colectivo capaz de trastocar y subvertir las estructuras de dominación; pues: “…la construcción de la identidad es un proyecto de una vida diferente, quizás basado en una identidad oprimida, pero que se expande hacia la transformación de la sociedad como la prolongación de este proyecto de identidad…”. (Castells, 1999: 32). Asimismo, la generación de la acción colectiva no sólo obedecen a las condiciones estructurales –en término de crisis del viejo orden- y a las motivaciones personales, sino responde principalmente a los procesos de construcción de un sentido social, dando lugar a la constitución de una identidad colectiva y su mantenimiento en el tiempo, lo cual define las expectativas y los costos de la acción conjunta a partir de la reflexión3 sobre los fines, relaciones entre actores, adopción de decisiones y manifestación de inversiones emocionales que posibilita a los individuos reconocerse como integrantes de una identidad. Esto significa que la constitución de una identidad social no es una constelación mecánica de actores que tienen una cierta similitud en lo que respecta a sus condiciones materiales y sociales, sino que es un proceso donde los individuos interactúan y se comunican en función a los fines que se trazan. Por otra parte, la identidad social se entiende como un sentimiento de pertenencia de un individuo o un grupo que se distingue respecto de los demás habitantes, pues las personas se autodefinen en relación a otras, y que además pueden formar parte de varias identidades4. En consecuencia, las identidades se pueden constituir en función de diferentes elementos: territorio, economía, política, cultura u otros referentes de adscripción social. Y es aquí donde aparece como una fuente de cohesión social la situación étnico-cultural que comparten determinados grupos o colectividades sociales, como las comunidades o nacionalidades llamadas indígenas, que han tenido un protagonismo relevante dentro del proceso sociopolítico en los últimos quince años. 2. Identidades étnico-culturales Antes de entrar en la cuestión de las identidades étnico-culturales, es necesario señalar que durante la mayor parte del siglo XX, los problemas vinculados con lo étnico fueron considerados como un asunto marginal por el mundo académico de las ciencias sociales, excepto la antropología que tiene como ámbito de indagación principal a las sociedades tradicionales, pero hoy ocupan el primer plano de la teoría política y la sociología. Asimismo, el colapso del comunismo desató una oleada de nacionalismos de carácter étnicos en la Europa Oriental, cuando se creía que de los escombros del comunismo 3 En el tratamiento de la acción colectiva, se considera que las personas no se adhieren por una simple imitación o reacción espontánea a los procesos de acción conjunta, sino que reflexionan acerca de los fines y medios de la acción así como sobre los posibles beneficios que pueden lograr con su participación; véase a Alberto Melucci, Acción colectiva, vida cotidiana y democracia, El Colegio de México, México, 1999. Y sobre la reflexividad social en la sociedad moderna actual, véase a Ulrico Beck y otros, Modernización reflexiva: Política, tradición y estética en el orden social moderno, Alianza, Madrid, 1997. 4 La conformación de la identidad social se da en diferentes niveles y ámbitos de la sociedad, donde el punto de diferenciación de las identidades consiste principalmente en la distinción entre “yo” y “otro”, entre “nosotros” y “otros”, diferenciación que puede ir desde los grupos pequeños hasta las naciones; véase a Samuel Huntington, ¿Quiénes somos?: los desafíos de la identidad nacional estadounidense, Paidós, Barcelona, 2004. brotaría sin muchos problemas la democracia liberal, pero esto quedó arrumbado con motivo del estallido de conflictos étnicos y nacionalistas. El tema de lo étnico también ha gado importancia como efecto del surgimiento de las movilizaciones políticas protagonizadas por las poblaciones indígenas de América Latina, principalmente. Por otra parte, hasta principios de la década de 1990, las democracias occidentales no tomaron con seriedad el problema de la diversidad etnocultural. Por lo mismo, gran parte de los trabajos sobre lo étnico, la diversidad cultural, el nacionalismo, la inmigración, el multiculturalismo, los derechos indígenas y representación grupal, aparecen en los años noventa (Taylor, 1992; Galenkamp, 1993; Kimlicka, 1995; Millar, 1997; entre otros). De manera que el asunto de los derechos de grupos minoritarios o de derechos indígenas recién ha sido tratado como una cuestión central entre los políticos y académicos; en una primera fase se debatió desde un enfoque comunitarista que enfatizó la reivindicación y defensa de los derechos de las minorías y grupos etnoculturales; luego apareció la crítica del comunitarismo desde la perspectiva liberal, planteando que la reivindicación de los derechos de las minorías afectaba las libertades individuales, aunque reconociendo la necesidad de tratar el tema dentro de la teoría liberal; y finalmente se ha planteado que el asunto de derechos de minorías y el multiculturalismo deben ser incorporados dentro de la construcción nacional de una sociedad estatal (Kimlicka, 2003). En cualquier caso, hay una tendencia de reconocimiento de los derechos de las minorías, tanto en el campo político como el social, en la mayor parte de los países, en la perspectiva de construir un Estado multicultural. Las políticas de reconocimiento de las minorías y poblaciones indígenas, buscan incorporar a los sectores sociales excluidos dentro del proceso de construcción estatal. Además, las minorías y las comunidades indígenas pretenden limitar o modificar el impacto de la construcción nacional estatal, entendiendo que esto se hace al margen de los intereses de las minorías o incluso en contra de éstas; aunque a veces pueden ser mayorías como en el caso de Bolivia. En esta perspectiva, las democracias occidentales tienden a aceptar los reclamos de minorías étnoculturales y admitir los derechos lingüísticos y las exigencias de autogobierno de las minorías nacionales y pueblos indígenas. La demanda de los derechos de las minorías y pueblos indígenas es cada vez mayor, de manera que las democracias occidentales se orientan hacia el reconocimiento de la diversidad étnica y de los derechos individuales y colectivos de los pueblos indígenas de forma pacífica y democrática, sin belicosidad y violencia estatal, haciendo que los posibles conflictos étnico-culturales se conviertan en votos de ciudadanos que contribuyan a la construcción de una democracia multicultural (Fondo Indígena, 2007). Las posibilidades de construcción de un multiculturalismo democrático se da en la relación entre el Estado y la sociedad plural, entre cultura, sociedad y política, en la medida que los que asumen el poder estatal manifiesten una voluntad política para integrar a la diversidad étnico-cultural en los procesos socioeconómicos, políticos y culturales de alcance societal, y en tanto que los sectores sociales dominantes muestren una disponibilidad moral para interactuar con los demás conciudadanos. Esto exige la eliminación de la discriminación social y política –o incluso racial- de las minorías y los pueblos indígenas por parte de las mayorías dominantes, a fin de fortalecer una cultura política común y compartida dentro de un marco de la diversidad de identidades étnico-culturales, donde se reconozcan los derechos colectivos de grupos minoritarios e indígenas en la esfera pública (Abellán, 2003). Se trata de construir una comunidad de comunidades. Más allá del concepto liberal de ciudadanía que se funda principalmente en elementos jurídicos de libertad e igualdad y afianzamiento de una homogeneidad cultural, se requiere del establecimiento de un modelo de ciudadanía compleja que permita la integración de las diferentes formas de construir la vida pública, donde los habitantes puedan compartir un escenario diverso sin muchos conflictos (Rubio, 2003). Un modelo de ciudadanía compleja permitiría captar los entrecruzamientos e imbricaciones entre derechos individuales y comunitarios de la diversidad social, que implica factores morales y democráticos de convivencia; en cambio un modelo de ciudadanía simple, sea de asimilación a los parámetros dominantes (integración homogeneizadora) o de diferenciación radical entre grupos y colectividades sociales (integración segregadora), puede terminar generando fanatismos étnico-racistas deseosos de reinar solos en el mundo. Sobre esto Habermas (1999) plantea la opción de una política deliberativa que comprende tanto la voluntad común institucionalizada en términos de comunidad jurídica estatal – Estado de derecho- como a los espacios públicos establecidos por las asociaciones y organizaciones de la sociedad civil, lo cual crea condiciones políticas y sociales favorables para la configuración de una verdadera comunidad política integrada mediante una interacción comunicativa; interacción entre los grupos diversos, se podría agregar. Este planteamiento recupera la visión política de la tradición republicana que define al Estado como una comunidad política que favorece el logro de los fines comunes decididos autónomamente por los ciudadanos en condiciones de libertad e igualdad. Sin embargo, conforme con este autor, es necesario que dentro de los procesos deliberativos de la comunidad política se fortalezcan los vínculos éticos y de solidaridad que posibiliten la integración social, como una tercera fuente de articulación social, aparte de la soberanía estatal y economía de mercado. Se trata de construir una ciudadanía corresponsable, libre, equitativo y solidario a partir de una solidaridad moral entre la diversidad de grupos y colectividades dentro de un marco común: la comunidad de conciudadanos. Por otro parte, dentro del proceso de globalización y la explosión de proyectos fundamentalistas, se considera que los conflictos, encuentros y desencuentros entre las diferentes identidades culturales son más complejos; de manera que el reto que enfrentan las sociedades hoy en día -en su mayorías muy heterogéneas- es cómo vivir juntos. Porque la constitución de los fundamentalismos no sólo tienen origen religioso sino también regional, étnico, racial o partidario, pero no hay una homogeneidad ni pureza de las identidades, pues la realidad contemporánea se caracteriza por la dinámica acelerada y expandida de elementos socioculturales que recorren el mundo gracias a la revolución de las tecnologías de información y comunicación5; lo cual es más real en el ámbito de la comunicación y el mundo virtual, donde prácticamente ya no hay fronteras. Pero dentro de este marco internacional y nacional interconectado por la información y comunicación, es posible crear condiciones favorables de integración sociocultural; pues: “La realidad de la 5 Sobre la configuración de la sociedad red a escala mundial y el informacionalismo que atraviesa las diferentes esferas de la sociedad, mediante continuos flujos de información y comunicación, véase a Manuel Castells (ed.), La sociedad red: una visión global, Madrid, 2006. convivencia (…) es típica del mundo contemporáneo, donde la gente vuelve a vivir reunida o donde situaciones de cohabitación no han sido disueltas. La globalización, de manera real o virtual, lleva a la convivencia”. (Riccardi, 2005: 55). En cualquier caso, el problema de la convivencia interétnica e intercultural parece ser el reto del presente siglo, es decir: ¿podremos vivir juntos?; esta es la pregunta crucial que se debe responder a inicios del presente siglo, para construir una democracia intercultural integradora de las diferentes visiones sociopolíticas que surgen desde el contexto socio-histórico diverso, donde los sujetos individuales y colectivos tratan de horadar nuevas vías de convivencia sociopolítica y de realización socioeconómica, en términos de una libertad cultural más amplia y flexible, sin bloqueos externos ni restricciones internas. Dentro del campo diverso signado por la emergencia de reivindicaciones étnico-culturales afianzadas por los diferentes grupos y colectividades sociales, la libertad cultural adquiere importancia y significación en la medida que promueve las libertades humanas y los derechos humanos de las personas, ampliando las oportunidades de elección de modos de vida que las personas puedan optar de una variedad de alternativas de formas o estilos vida que han desarrollado las demás culturas. No se trata de defender fanáticamente la diversidad, el tradicionalismo o el multiculturalismo como un fin en sí mismo, sino en tanto que posibilita la ampliación y el mejoramiento de las condiciones de bienestar y las oportunidades de realización humanas; lo contrario, significaría caer en la opresión étnicocultural ejercida por las elites de dirigentes que buscan a veces satisfacer sus propios deseos e intereses. Y justamente, el enfoque de desarrollo humano busca mejorar las condiciones de vida de las personas y ampliar el ámbito de sus libertades de realización; porque: “La negación de la libertad cultural puede generar privaciones muy importantes y así empobrecer la vida de la gente e impedirle establecer conexiones culturales a las que, con justa razón, pueden aspirar”. (Sen, 2004: 13). Según el Premio Nóbel de economía (1998), Amartya Sen, la libertad cultural de la que goce la gente para asumir el modo de vida que desee libremente es fundamental para la libertad humana, porque permite que las personas vivan conforme con sus preferencias y oportunidades de realización; además, sostiene que la libertad cultural no se circunscribe sólo al campo cultural sino que afecta al éxito o fracaso de la esfera económica, social y política; ni siguiera la situación de pobreza de carácter principalmente económico puede entenderse claramente al margen de las consideraciones culturales que complementan el análisis. En esta perspectiva, la libertad cultural puede aportar beneficios muy significativos a las sociedades plurales, en tanto permite intercambiar diversas experiencias de las cuales pueden disfrutar los diferentes grupos étnico culturales y pueblos indígenas. En otras palabras, se trata de evitar el fortalecimiento de ciertas formas de fundamentalismos basadas en principios de defensa de modos de vida supuestamente originarios, dejando a que las personas tengan la oportunidad de escoger el modo de vida que ellas escojan. El fortalecimiento de las identidades étnico-culturales al margen de la construcción de una democracia intercultural y deliberativa, podría tener consecuencias nefastas para las sociedades plurales y heterogéneas como la boliviana. La construcción de una identidad sociocultural y política más amplia parece ser fundamental para crear un referente moral de solidaridad y de convergencia societal, donde los diferentes grupos y colectividades sociales se reconozcan como miembros de una misma comunidad política, a pesar de sus diferencias de carácter étnico-cultural que los distingue, pero que no les separa de la comunidad de comunidades. De lo anterior, se desprende una cuestión fundamental, de que el reconocimiento de la diversidad de identidades étnico-culturales dentro de una sociedad plural y multicultural, no significa suscitar el establecimiento de fronteras étnico-culturales ni impulsar la afirmación de territorialidades étnicas impenetrables, porque esto llevaría a procesos conflictivos de alta tensión social y política, y que podrían desembocar en enfrentamientos étnico-raciales, arguyendo una legítima defensa de lo “originario” frente al embate de lo “foráneo”, en un momento en que es difícil de identificar a cabalidad los límites entre lo propio y lo ajeno, que se esfuman en tanto se trata de encontrar las líneas divisorias, porque los actores sociales se articulan a diferentes núcleos de identidad social, aparte de que puedan identificarse con un referente étnico-cultural. Por lo mismo, la identidad étnico-cultural constituye sólo uno de los referentes de cohesión social que adquiere mayor relevancia en respuesta a la manifestación de violencia política y social que impulsan los grupos oligárquicos y estamentos sociales dominantes para contener o bloquear el avance socioeconómico, político y cultural de los sectores sociales tradicionalmente oprimidos y sojuzgados, como las poblaciones llamadas indígenas que han sufrido por décadas el desprecio y la exclusión racistas por parte de aquellos grupos que todavía creen tener intacto los espacios de “exclusividad señorial” que consideraron siempre como algo suyo, por ejemplo los espacios de poder político. Porque las actitudes racistas en este país, se han practicado justamente en función a los rasgos étnico-culturales, que ha dado lugar a la clasificación de los habitantes en “indígenas” y “no indígenas”, entendiendo que los primeros debían mantenerse en una situación de sumisión respecto a los segundos que han gozado de todos los privilegios que la estructura del poder paternal, patrimonial y racista les ha otorgado. Pero ahora se está en otro tiempo, donde los sectores sociales marginados y excluidos por muchos tiempo, han incursionado en diferentes ámbitos de actividad económica, social y política, rompiendo con mucho sacrificio las barreras y los mecanismos de discriminación social y racial, y es ahí donde aparecen “resistencias” de carácter pigmentocrático frente al avance de los llamados indígenas, sobre todo respecto al avance político que reivindica principalmente los derechos de los humildes. Sin embargo, las identidades étnico-culturales en el altiplano boliviano que comprende a los departamentos de La Paz, Oruro y Potosí, se han constituido principalmente en función a dos nacionalidades: los aymaras y los quechuas que comparten una raíz histórica más o menos común de larga data. La historiografía sobre estas dos nacionalidades muestra que desde la colonia han mantenido una fuerte resistencia frente a la dominación colonial primero y luego ante el avasallamiento y la opresión de la sociedad y Estado oligárquico en el período republicano; y, durante esa larga lucha comunitaria se va estableciendo una visión política de autodeterminación, en la perspectiva de constituir un orden político propio para los aymaras y quechuas que habían caído bajo el dominio de los “foráneos” y sus descendientes (Thomson, 2006). Esto se ha expresa actualmente en la erupción de movimientos sociales de reivindicación de los derechos ciudadanos y de conquista de los espacios de poder político, que ha llevado a la creación y fortalecimiento de un instrumento político que los posibilita introducir sus iniciativas y propuestas dentro del escenario de deliberación política, como por ejemplo la Asamblea Constituyente, que también se estableció como efecto de la movilización de las poblaciones rurales del altiplano y los valles así como de los sectores populares de las ciudades capitales, principalmente de la ciudad de El Alto6. No obstante, a pesar de las movilizaciones de mayor alcance protagonizadas por los aymaras del altiplano paceño, no hay una identidad étnico-cultural claramente definida y su relación con la acción política, dado que la condición étnico-cultural es sólo una de las fuentes de constitución de identidad social; por ejemplo en la ciudad de El Alto, donde la mayoría de su población es de origen aymara, el discurso que tiene mayor fuerza de interpelación ideológico-política es la afirmación que se hace al unísono durante cualquier movilización de protesta social: “El Alto de pie, nunca de rodillas”. El ser alteño es el que otorgue una identidad de mayor articulación social y política, antes que la situación de ciudad aymara o población indígena, estas dos últimas expresiones se manifiestan recién en los discursos de protesta y amenaza que pronuncian los líderes y dirigentes alteños durante las grandes concentraciones que se realizan con frecuencia. Es más, tanto en las concentraciones como en las marchas que realizan hacia la “hoyada” paceña, el grito característico es: “El Alto de pie, nunca de rodillas”, esto conmueve y aglutina a toda la población alteña, tanto a mayores, jóvenes, hombres como mujeres; hasta los niños parecen haber internalizado el “salmo alteño”, pues éstos a menudo juegan a “marcha, marcha”, gritando a una sola voz: “El Alto de pie, nunca de rodillas”. Casi no se escucha gritar a los alteños, frases como: “los aymaras de pie” o “los indios de pie”. Asimismo, durante las marchas de protesta y los bloqueos de caminos que efectúan las comunidades rurales del altiplano paceño –que es por cierto el epicentro sociopolítico, igual que la urbe alteña, de la erupción social-, tampoco se hace mucha alusión a los elementos étnicos de ser aymaras o indios, los movilizados resaltan mas a sus provincias, secciones, cantones y comunidades de donde provienen. En los vítores de los movilizados, también se puede escuchar rememoraciones de los héroes de las luchas de las comunidades aymaras, como: “jallalla Tupaj Katari”, “jallalla Julián Apaza”, “jallalla Bartolina Sisa” o “jallalla Gregoria Apaza”. De hecho, alguna de las organizaciones campesinas lleva el nombre de uno de éstos próceres de la lucha aymara, como es la Federación Nacional de Mujeres Campesinas de Bolivia “Bartolina Sisa” (FNMCB-BS). Igualmente, la organización matriz a la que se adhieren más las comunidades rurales del altiplano, sigue siendo la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), fundada en 1979, aunque los primeros líderes de esta organización fueron dirigentes con tendencia ideológica katarista o indianista, como Jenaro Flores, quien fue a su vez, uno de los fundadores de los primeros partidos kataristas como el Movimiento Indio Tupaj Katari (MITKA)7. Sin embargo, los partidos kataristas o indianistas, en las diferentes elecciones nacionales en que participaron, 6 Sobre las movilizaciones contundentes que ha desarrollado el pueblo alteño durante los meses de abril, septiembre y octubre de 2000 y 2003, puede verse a Pablo Mamani, El rugir de las multitudes: la fuerza de los levantamientos indígenas en Bolivia/Qullasuyu, Aruwiyiri, La Paz, 2004; Álvaro García y otros, Memorias de octubre, Muela del Diablo, La Paz, 2004. 7 Respecto al movimiento político katarista establecido a fines de los años setenta y los líderes aymaras que encabezaron tanto la organización social de los campesinos como de los pa11rtidos políticos kataristas e indianistas, véase a Javier Hurtado, El katarismo, HISBOL, La Paz, 1986; Esteban Ticona, Organización y liderazgo aymara: la experiencia indígena de la política boliviana 1979-1996, Universidad Cordillera – AGRUCO, La Paz, 2000. no lograron superar el 3% de la votación en la región del altiplano8; tampoco en las posteriores elecciones a 1989, los partidos de sigla katarista pudieron capturar los votos de las comunidades rurales del altiplano. Por otra parte, el surgimiento de una nueva organización promovida por algunas comunidades autodefinidas como originarias, como el Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyo (CONAMAQ)9, tampoco ha tenido mucha aceptación en las poblaciones del altiplano paceño, su influencia organizacional ha sido más en el departamento de Oruro, donde tuvieron un apoyo significativo por ejemplo en las elecciones municipales de 2004, presentándose a las justas eleccionarias en la modalidad de Pueblos Indígenas. No obstante, CONAMQ, no necesariamente reivindica la cualidad de lo indígena en sus declaraciones y propuestas políticas, pues entienden que lo originario es el referente más significativo y legítimo para las comunidades rurales del altiplano. En este sentido, uno de los dirigentes del CONAMAQ, Martín Condori, reivindica más el carácter originario de los movimientos de las comunidades altiplánicas, arguyendo que lo indígena obedece principalmente a convenios internacionales10. Tampoco la Confederación Sindical de Colonizadores de Bolivia (CSCB), conformada en 1971, pregona lo indígena como un elemento de convergencia, pues los colonizadores se orientan más hacia el sindicalismo. De igual forma, la Federación de Mujeres Campesinas de de Bolivia Bartolina Sisa (FMCBBS), establecida en 1980, se perfila más hacia una organización y acción sindical, aunque reivindicando la memoria de Bartolina Sisa. Lo indígena se resalta más en las poblaciones del oriente boliviano que en el occidente, a través de su organización matriz, como es la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (CIDOB), fundada ya a principios de los años ochenta. Asimismo, la CSUTCB, se basa más en principios de carácter sindical que étnico, y es la organización sindical más consolidada en el altiplano y los valles, que tiene federaciones departamentales, centrales provinciales y subcentrales cantonales y finalmente los sindicatos de las comunidades rurales, lo cual le permite tener una mayor fuerza de convocatoria organizacional y social en momentos de movilizaciones de protesta, como las marchas hacia el sede de gobierno (La Paz) y los bloqueos de caminos. Es también notable el manejo de ciertos símbolos de la tradición histórica de las poblaciones del altiplano, durante las acciones colectivas de protesta y los encuentros o eventos socioculturales y políticos que impulsan las diferentes organizaciones del área rural, como la wiphala, bandera multicuadriculada de las poblaciones andinas, así como la indumentaria originaria (ponchos rojos o verdes, los chicotes, las ch’uspas, monteras o 8 Sobre los resultados electorales obtenidos por los partidos kataristas–indianistas, desde las elecciones nacionales de 1979 a las de 1989, véase a Salvador Romero, Geografía electoral de Bolivia: así votan los bolivianos, CEBEM – ILDIS, La Paz, 1993. 9 El CONAMAQ, fue fundado recién el 22 de marzo de 1997, en Challapata, departamento de Oruro, con la participación de las siguientes organizaciones comunitarias: Jach’a Carangas, Jach’a Suyo Pakajaqi, FASOR, FOMQAMP, Jatun Ayllu Yura, FACOPI, entre otros; con el propósito de reconstituir territorios de los ayllus y un gobierno originario: “CONAMAQ, se ha planteado una línea estratégica como es la reconstitución en espacios y territorios donde la estructura del ayllu ha desaparecido o se ha desestructurado, y restitución y fortalecimiento del gobierno originario y nuestros derechos como ayllus para lograr nuestra autodeterminación”. Véase a CONAMAQ, Propuesta: constitución política del Estado pluricultural Qullasuyu – Bolivia, Comisión Nacional Para la Asamblea Constituyente, Oruro, 2006. 10 Véase: La Razón, 1ro. de julio de 2007. aguayos), pero principalmente la wiphala que ya se convirtió en los últimos 15 años en un símbolo casi oficial con motivo del ascenso de Evo Morales a la Presidencia de la República (enero de 2006), pues ahora la multicolor wiphala ondea imponente al lado de la tricolor boliviana en el frontón del palacio de gobierno. Sin embargo, se podría sostener que, por el mismo carácter multicolor que tiene este símbolo no necesariamente es la representación de una identidad étnica claramente definida, dado que podría significar también la pluralidad de identidades étnico-culturales o sociales que posiblemente van impulsando las poblaciones rurales del altiplano. De igual forma, las indumentarias tradicionales que usan los dirigentes de las organizaciones campesinas, tanto hombres como mujeres, se muestran sólo como formas de diferenciación de las autoridades comunitarias que asumieron la orientación de lo originario (mallkus, apumallkus, jilakatas o mamat’allas), quienes una vez que terminan su gestión anual de autoridad, vuelven a sus actividades cotidianas tratando de concretar sus propias proyecciones de vida, sin preocuparse mucho por el fortalecimiento o encumbramiento de una identidad étnicocultural que de algún modo les compromete. Además, no todos los dirigentes campesinos del altiplano usan los atuendos tradicionales para representar a sus organizaciones sindicales, sino que prefieren presentarse a las reuniones o los encuentros del sector, llevando ropa sencilla y casual, como se da en la mayor parte de los cantones y comunidades adyacentes del lago menor del Titicaca. Así, la identidad étnico-cultural aymara en la altiplano, no articula necesariamente de manera unánime a los habitantes de las diferentes provincias, secciones, cantones y comunidades del altiplano boliviano, pues aparecen otros elementos de identidad social, como la condición campesina, el modo de organización sindical, la cuestión de las necesidades básicas insatisfechas, la preocupación por la atención de demandas sectoriales (por ejemplo la mecanización del campo), o la situación de pobreza en que se hallan más del 90% de las familias que viven en el altiplano. Además, la ambivalencia o debilidad étnico-cultual aymara, o si se quiere indígena, se mostró de manera visible en el escaso apoyo electoral que tuvieron los partidos políticos de ideología katarista o indianista, precisamente en las provincias y comunidades a las que creían representar, pues los electores del altiplano han preferido votar por aquellas organizaciones políticas con propuestas menos radicales y que no reivindicaron de manera directa la cuestión de lo indígena, colocando por ejemplo el término de katarismo o indianismo en la sigla partidaria. Dicho en otros términos, no hay una relación sociopolítica directa entre la identidad étnico-cultural aymara o indígena y la proyección política, en las poblaciones rurales del altiplano, porque el referente étnico-cultural de lo aymara o de lo indígena no se expresa con fuerza en el campo político, por lo menos en el nivel nacional y departamental; aunque en el ámbito local algunas organizaciones políticas, en la modalidad de Pueblos Indígenas, lograron llegar al gobierno municipal, ganando las elecciones municipales de diciembre de 2004 11, particularmente en los departamentos de Oruro, Potosí 11 Con motivo de la Ley de Agrupaciones Ciudadanas y Pueblos Indígenas, en las elecciones municipales de diciembre de 2004, participaron por primera vez nuevas formas de organización política –aparte de los partidos políticos-, las Agrupaciones Ciudadanas y Pueblos Indígenas; y las entidades políticas de Pueblos Indígenas (PI’s) tuvieron mayor participación en los departamentos de Potosí, Oruro y La Paz, donde entraron en la disputa electoral 45 PI’s de un total de 63 que participaron en todo el país, obteniendo más votos en Oruro (18.75), Potosí (10.38) y La Paz (7.46); pero aún así, los partidos y las agrupaciones ciudadanas tuvieron mayor votación. Un análisis más detallado de las elecciones municipales de 2004 y los resultados y La Paz. Con todo, los Pueblos Indígenas en términos de votación no llegaron a más de 18% en el nivel departamental, además sólo obtuvieron mejores resultados en aquellos municipios pequeños (menor a veinte mil habitantes). Es decir, la concordancia sociopolítica entre la identidad étnico-cultural y su proyección política, sólo parece establecerse en el nivel local, y sobre todo en los municipios pequeños del altiplano, donde se van introduciendo elementos de la lógica de organización comunitaria en la dinámica de la gestión municipal basada en normas institucionales del Estado de derecho; por ejemplo en la alcaldía de Jesús de Machaca, departamento de La Paz, el Alcalde electo fue inicialmente escogido en los cabildos comunales y seccionales, en una suerte de “elecciones primarias”. Por otro lado, la preocupación por el asunto de las poblaciones indígenas en Bolivia, motivó -desde los años noventa- la realización de diagnósticos acerca de la situación real de los diferentes grupos étnico-culturales en el territorio nacional, estableciéndose que en el país existen 36 nacionalidades. De manera que en el Censo Nacional de 2001, se incluyó tres preguntas dirigidas a captar la situación étnico-cultural de las poblaciones indígenas; y los resultados de dicho censo mostraron que el 62% de la población boliviana indica pertenecer a alguno de los 36 grupos étnico-culturales. Aunque sobre esto hay críticas sobre la forma de pregunta que se hizo en la boleta del censo, dado que no había la opción de mestizo12, lo cual habría afectado significativamente las respuestas. Sin embargo, el informe de encuesta sobre la democracia en Bolivia de 2006, de Selignson13, invierte esta relación porcentual de la mayoría indígena, estableciendo que el 64% de los bolivianos se consideran ser mestizos; colocando de este modo en “duda” los resultados del Censo de 2001; pero en el mismo informe, aparece que el 72% de los consultados señalan pertenecer a algún grupo étnico o indígena. De hecho, sobre los resultados del Censo 2001 referidos a la cuestión étnico-cultural, se hicieron algunos trabajos14, donde se muestran en cuadros y gráficos la relación del número de personas que se adscriben a las distintas nacionalidades y su ubicación en el territorio, que en muchos casos atraviesa los límites de los municipios y departamentos. electorales que alcanzaron las diferentes organizaciones políticas, se encuentra en la revista Opiniones y Análisis, Análisis de la elección municipal 2004, La Paz, No. 72, FUNDEMOS, 2005. 12 La interrogante No. 49 del Censo 2001, destinada a captar la situación étnico-cultural de los bolivianos, tenía el siguiente tenor: ¿Se considera perteneciente a alguno de los siguientes pueblos originarios o indígenas?; dando luego las siguientes alternativas de selección: 1) quechua, 2) aymara, 3) guaraní, 4) chiquitano, 5) mojeño, 6) otro nativo, y 7) ninguno. De manera que no había la opción de mestizo o sencillamente boliviano. De cualquier modo, la pertenencia es un indicador que permite establecer la situación de las poblaciones llamadas indígenas. 13 Mitchell Seligson, de nacionalidad norteamericana, viene haciendo el seguimiento a la democracia en Bolivia, mediante la aplicación de una encuesta bianual, desde 1998 hasta el 2006, y justamente en la Auditoría de la democracia: informe boliviano 2006, se establece que el 65 de las personas consultadas se autocalifican como mestizos, pero al mismo tiempo indican que pertenecen a algún pueblo étnico-originario (72%); la pregunta para el primer resultado fue: ¿Se considera Ud. una persona de raza blanca, chola, mestiza, indígena, negra u originaria?, mientras que para el segundo se preguntó: ¿Se considera perteneciente a alguno de los siguientes pueblos originarios o indígenas?, lo mismo que la pregunta del Censo 2001, respecto a la pertenencia étnica. 14 Véase a MAIPO e INE, Bolivia: población indígena originaria por municipios, Censo 2001, MAIPO e INE, s.l., s.f.; Ramiro Molina y Xavier Albó (coords.), Gama étnica y lingüística de la población boliviana, Sistema de las Naciones Unidas en Bolivia, La Paz, 2006. De lo anterior, se desprende un problema central, de que la identidad étnico-cultural de los bolivianos es muy ambigua, la misma que se mueve en forma de péndulo entre lo mestizo y lo originario-indígena, dependiendo del significado que adquiere cada uno de los términos. Es más, el sentido de la pregunta parece incidir significativamente sobre el tipo de respuesta que dan las personas encuestadas respecto a la situación de pertenencia étnica y el significado que otorgan a la noción de “lo indígena”. De modo que, los que sienten pertenecer a algún grupo étnico (quechua, aymara, chiquitano, mojeño, yucaré, etc.) no necesariamente quiere decir que se identifiquen como indígenas. Es decir, las personas pueden autocalificarse como quechas, aymaras, urus o chipayas, pero esto no implica que acepten ser catalogados como indígenas. Por tanto, se puede aseverar que esto obedece a que los pobladores del altiplano tanto de Oruro, Potosí y La Paz no se adscriban tanto como indígenas sino sólo como aymaras o quechuas, tal como el dirigente principal del CONAMAQ (Martín Condori) entiende que esta organización se basa en las poblaciones originarias y ayllus que formaban parte del antiguo Qullasuyo, y no así una organización de indígenas, lo cual obedecería más a una corriente indigenista que ha ganado fuerza en la región de América Latina desde los años noventa, con motivo del llamado Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)15 que incorporó la cuestión indígena. Asimismo, la relevancia internacional de lo indígena se dio como efecto también del Proyecto de Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de las Poblaciones Indígenas, que en su Art. 26 sostiene: “Los pueblos indígenas tienen derecho a poseer, desarrollar, controlar y utilizar sus tierras y territorios (…) al pleno reconocimiento de sus leyes, tradiciones y costumbres…”, y la Declaración del Decenio Internacional de las Poblaciones Indígenas del Mundo (1995-2004), promovida por las Naciones Unidas. Esto hizo que las poblaciones consideradas como indígenas promuevan proyectos de recuperación y fortalecimiento de sus organizaciones, en términos de consolidación de “sus” territorios y formas de organización socioeconómica y política tradicionales. Siguiendo esta corriente de reivindicación de los derechos indígenas, en Bolivia se aprobó la Ley 1715 de Servicio Nacional de Reforma Agraria (18 de octubre de 1996), donde se señala como una de las formas de propiedad territorial: las Tierras Comunitarias de Origen (TCO), a fin de proteger el dominio espacial comunitario mantenido por las poblaciones originarias desde hace mucho tiempo. De modo que, muchas comunidades originarias del oriente y occidente han empezado a tramitar sus títulos de TCO, pero la mayor parte de las demandas provienen de los departamentos de Potosí, Oruro, La Paz y Beni (véase anexo, gráfico sobre tierras comunitarias). Empero, muchas de las demandas de TCO enfrentan conflictos internos en la medida que no todos están de acuerdo formar parte de una TCO, a lo que se ha llamado conflicto con terceros que comprenden a comunidades, organizaciones sindicales, empresas medianas o incluso familias. 15 El Convenio 169 fue aprobado en la Conferencia General de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en Ginebra, Suiza, en junio de 1989, el mismo que fue ratificado luego por el gobierno boliviano mediante la Ley 1257 del 11 de julio de 1991, posiblemente atendiendo a las movilizaciones de los pueblos indígenas del oriente boliviano, que realizaron una gran marcha hacia la sede de gobierno, en 1990. Este Convenio define a los pueblos indígenas como aquellos que han habitado en un país o una región geográfica antes de la conquista y colonización así como el establecimiento de las fronteras estatales con motivo de la independencia, y que han conservado sus formas de organización ancestrales, tanto económicas, sociales, políticas y culturales. Ahora bien, volviendo al asunto de lo étnico en el país y la distribución de las poblaciones llamadas indígenas en el territorio nacional, los datos del Censo 2001, muestran que los aymaras y quechuas abarcan prácticamente todo el territorio boliviano, en términos de apropiación étnica del espacio, aunque población aymara se concentra más en los departamentos de La Paz, Oruro y Potosí con más de 70%, y los quechuas en Cochabamba, Potosí y Chuquisaca, mayor a 70%; mientras que otros grupos tiene presencia sólo en algunos departamentos, provincias, secciones o localidades (véase anexo, gráficos y mapas). No obstante, es importante señalar que el mayor número de grupos étnicoculturales se encuentra en el noreste de la geografía nacional16, en los departamentos de Beni, Santa Cruz, Pando, norte de La Paz y Cochabamba, donde están alrededor de 26 grupos étnicos de los 29 que constituyen los denominados otros nativos, aparte de los otros pueblos originarios (aymaras, quechuas, guaranís, chiquitanos y mojeños). Empero, la mayoría de los que indican pertenecer a algún grupo étnico-originario están comprenda en dos nacionalidades con notable presencia en el territorio nacional: aymaras y quchuas (55.9%). En cualquier caso, no es fácil determinar una identidad étnico-cultural sólida en el altiplano en torno a las poblaciones rurales que de origen aymara, y menos todavía en relación al referente de lo indígena. Los pobladores altiplánicos parecen articularse en función a otros elementos de cohesión social –aparte de lo étnico- como lucha por el reconocimiento de sus derechos humanos, la dignidad, la educación, la justicia, el mejoramiento del bienestar social, la superación de la pobreza, o la participación política. Lo étnico-cultural relacionado principalmente con la condición aymara, si bien es el telón de fondo o el ámbito cultural de entendimiento entre las familias y organizaciones, no es el único criterio indiscutible de conformación de identidades, pues existen otros factores de identidad en los diferentes campos de proyección individual y social. Posiblemente a esto obedezca el hecho de que un partido político que reivindica precisamente la condición de lo étnico-indígena aymara, como es el Movimiento Indio Pachakuti (MIP), de Felipe Quispe (Mallku), no haya tenido un apoyo electoral importante, en su participación en las elecciones nacionales de diciembre de 200517, en las circunscripciones electorales consideradas justamente como indígenas, frente a otro partido que ha logrado una votación sorprendente, como es el Movimiento al Socialismo (MAS), del actual Presidente Constitucional de la República Evo Morales. Pero en la sigla del MAS no aparece ninguna referencia a lo étnico-indígena, lo cual posiblemente sea muy decisivo en la definición del voto ciudadano en las poblaciones rurales del altiplano. Y como se ha dicho antes, los partidos políticos de ideología katarista o indianista han tenido escaso apoyo electoral en las poblaciones del altiplano. Dicho en otros términos, la identidad étnico-cultural aymara en el altiplano paceño y orureño principalmente, es muy difusa en términos de proyección política hacia el nivel departamental y nacional, dado que los actores sociales tienden a enarbolar otras 16 En términos de número de pueblos indígenas, en el departamento de Beni existen aproximadamente 15 grupos, en Santa Cruz 12, en La Paz 8, en Pando 6 y en Cochabamba 4, y alguno de esos grupos tienen menos de 50 miembros, como los pacaguara (46), tapieté (41), machineri (30) o guarasugwe (13), de los 29 grupos étnicos minuritarios (otros nativos) que alcanzan a 122,904 individuos, siendo apenas el 1.4% del 62% de la población boliviana que indica pertenecer a algún grupo étnico originario. Molina y Albó, Ob. Cit. 17 En las elecciones nacionales de diciembre de 2005, el Movimiento Indio Pachakuti (MIP) obtuvo 5% de votos en La Paz, 2% en Oruro y 3% en Potosí; en cambio el MAS alcanzó a 67% de votación en La Paz, 63% en Oruro y 58% en Potosí; véase página web de la Corte Nacional Electoral: www.cne.org.bo reivindicaciones de carácter más social que étnico. Es en este sentido que la identidad sociocultural adquiere importancia dentro de las luchas políticas de las poblaciones rurales del altiplano y las villas de la ciudad de El Alto. 3. Configuración de identidades socioculturales y política Como se ha planteado antes, la constitución de identidades sociales implica diversos elementos de articulación social, que pueden ser de índole territorial, regional, barrial, comunal, sectorial, religiosa, étnica, laboral, gremial, cultural, sexual, generacional o política, dado que las personas tienden a vincularse con una variedad de referentes de identificación social, lo cual da lugar a la configuración de distintas identidades en los diferentes ámbitos y niveles de interacción social, dependiendo del grado de importancia que otorguen los actores individuales y colectivos a un determinado problema. De manera que, en la conformación de la identidad en el altiplano y su relación con la política, adquieren mayor relevancia los elementos articuladores de carácter social y político, porque los rasgos étnicos no tienen una conexión significativa con la emergencia de una acción política. Es decir, los proyectos políticos que surgen desde las poblaciones del altiplano y, particularmente, desde las comunidades rurales de La Paz y la ciudad de El Alto, se fundan principalmente en identidades socio-culturales que en identidades étnico-culturales, haciendo que las reivindicaciones sociales y culturales se conviertan en insumos esenciales para el planteamiento de proyectos políticos, en la medida que los comunarios y vecinos del altiplano se sienten parte de dichos proyectos. Las aspiraciones sociales y culturales de los pobladores del altiplano y la ciudad alteña adquieren mayor importancia en el plano político, porque esto les permite alimentar esperanzas colectivas para lograr una mejor situación de bienestar social, por eso los gobiernos municipales han ganado mayor preeminencia en los municipios provinciales, dado que esto les posibilita concretar sus propósitos sociopolíticos basados en una identidad de proyecto, que significa la transición desde la identidad de resistencia a la identidad de proyecto, en términos de extensión de las oportunidades de realización individual y colectiva así como de la libertad cultural. La cuestión de lo étnico parece tener más sentido en la conformación de una identidad étnico-cultural de preservación de experiencias y conocimientos ancestrales, sobre todo en el campo cultural y simbólico, expresadas en ceremonias religiosas, ritualidades andinas, festividades folklóricas y demás costumbres de las comunidades rurales. Además, estas prácticas tradicionales se han refuncionalizado o reafirmado en el ámbito urbano, particularmente en las zonas populares de las ciudades de La Paz y El Alto, por ejemplo la práctica de la medicina tradicional, la persistencia de los ritos telúricos, el mantenimiento de las tradiciones en la interacción social y la proliferación espectacular de “entradas folclóricas” tanto en las poblaciones del área rural como en los barrios populares. Así, en torno a estás prácticas tradicionales de origen andino o aymara, se van configurando una variedad de identidades étinico-culturales de preservación de las tradiciones, a partir del establecimiento de vínculos sociales que promueven una determinada orientación colectiva. Sin embargo, estas identidades sociales de preservación de las tradiciones y costumbres, con una notable manifestación de elementos étnicos de origen aymara, no se extiende hacia la dimensión política. De hecho, algunos candidatos que entraron a disputar las diputaciones y las concejalías en las elecciones nacionales y municipales, respectivamente, reclamando la representación política de los folcloristas en los espacios de poder político, por lo general no tuvieron apoyo electoral en las zonas populares urbanas donde se realizan con frecuencia las “entradas folclóricas”. Es decir, los que han tratado de hacer carrera política involucrándose en las festividades folclórico danzarias, o en su caso, exaltando la importancia de la identidad folclórica y la necesidad de fortalecer a partir de las políticas gubernamentales18. La identidad étnico-cultural aymara fundada en principios de preservación de la cosmovisión ancestral y de las tradiciones andinas no tiene una trascendencia en la esfera política como para introducir con fuerza los intereses de carácter étnico comunitario en el debate nacional, como la Asamblea Constituyente, donde se está discutiendo por ejemplo la cuestión de las autonomías indígenas. Aunque la propuesta del Pacto de Unidad, preparada por la CSUTCB, el CONAMAQ, la CIDOB, la CSCC y la FMCBBS, incorpora varios componentes de carácter étnico-indígena, como la visión de país que se orienta a crear un Estado plurinacional y comunitario que reivindique las aspiraciones históricas de las comunidades indígenas. Así, con el propósito de asegurar la incorporación de la mencionada propuesta y sobre todo el tema de las autonomías indígenas en el debate de las plenarias, las organizaciones indígenas de las tierras bajas afiliadas a la CIDOB, ya empezaron la marcha hacia la ciudad de Sucre, sede de la Asamblea Constituyente. Pero las organizaciones sindicales y comunitarias del altiplano paceño, no han mostrado mucho interés en el asunto de las autonomías indígenas. A los poblaciones del occidente del país, no parece entusiasmarles mucho la posibilidad de creación de autonomías indígenas a partir de la aprobación de la nueva carta magna; empero los collas, tanto de las comunidades rurales como de la ciudad de El Alto, ya han lanzado el desafío por la defensa de la inamovilidad de la sede de gobierno a través de una concentración masiva en la ciudad de El Alto, donde los dirigentes de las diferentes organizaciones sociales y cívicas declararon sendos discursos de advertencia a los que están promoviendo la discusión del tema de la “capitalía plena” en las plenarias de la Asamblea Constituyente. Probablemente suceda lo mismo en relación con otros temas de carácter más social o político, como la defensa de la educación gratuita, el seguro social o de las autonomías municipales, así como la lucha por el mejoramiento de las condiciones de bienestar social o la participación política; temas que por cierto han ganado mucha importancia dentro de los municipios provinciales. No obstante, la identidad socio-cultural de resistencia comunitaria se ha manifestado con mucha fuerza en el altiplano paceño durante las marchas y bloqueos de caminos que efectuaron las organizaciones sindicales y comunitarias, en respuesta a ciertas políticas gubernamentales que iban en contra de los intereses de los campesinas, como el intento de implantación de la primera ley INRA o la tentativa de venta del gas a los Estados Unidos por Chile. Ante la arremetida de los gobiernos oligárquicos contra los intereses de las comunidades rurales del altiplano, tanto en el pasado como en el presente, las 18 Los “políticos” que han tratado de sacar un rédito político del “mundo folclórico” no tuvieron éxito, por ejemplo el periodista Fernando Espinoza, que dirige el programa folclórico televisivo “Los Principales”, cuando se postuló como diputado uninominal del MNR en la circunscripción 11 (la zona populosa de Gran Poder y adyacentes) para las elecciones nacionales de 2002, perdió la diputación, la gente votó por el futbolista Carlos Borja; tampoco el ex vicepresidente Víctor Hugo Cárdenas ha logrado un reconocimiento importante entre los folcloristas del Gran Poder, a pesar de que fue “pasante” en la comparsa de morenaza “Los Fanáticos”. organizaciones comunitarias y sindicales se han valido regularmente de su identidad sociocultural de resistencia, lo cual les ha permitido impulsar con éxito las grandes movilizaciones de insurrección agraria y de reivindicación sociopolítica en diferentes momentos de lucha, primero contra el sistema colonial y luego frente al poder oligárquico y racista durante la república. Esta fuerza comunitaria de resistencia fundada en la identidad socio-cultural de los excluidos y marginados, se ha extendido hasta los tiempos actuales, dando paso a la configuración de una identidad socio-cultural de proyección política que posibilita la constitución de sujetos sociopolíticos que buscan horadar los espacios de poder reservados siempre para la oligárquía. De manera que, en las poblaciones rurales del altiplano y por ende en la combativa ciudad alteña, la identidad socio-cultural de proyecto político se configura en la medida que las estructuras del poder económico, social y político obstruyen y bloquean las posibilidades del avance histórico de los marginados y excluidos, en los diferentes campos de concreción de iniciativas y aspiraciones tanto individuales como colectivas. Por ejemplo cuando las políticas gubernamentales no favorecen el mejoramiento de las condiciones de vida de las comunidades rurales o cuando los partidos políticos tradicionales –que han estado siempre encaramados en el aparato estatal- se resisten a dar paso a las organizaciones sociales y políticas que surgieron desde los mismos sectores sociales desfavorecidos por el sistema. Los pobladores del altiplano y de la ciudad de El Alto, dentro del proceso democrático que vive el país desde 1982, han venido apoyando a diferentes partidos políticos que de algún modo incorporaron ciertas aspiraciones sociopolíticas de los humildes, como fueron los partidos que se reclamaban ser de izquierda (UDP, MIR-NM) o los que tenían una orientación populista (CONDEPA, UCS), los mismos que en la actualidad ya no existen. La proyección política que han impulsado las comunidades rurales y las zonas populares urbanas de La Paz y El Alto, tuvo algunas opciones de avance y concreción, por ejemplo cuando el extinto “compadre” Carlos Palenque hizo soñar a los vecinos y comunarios planteando que el Jach’a Uru, el gran día, estaba por llegar para trastocar los tiempos de opresión, de sufrimiento, de humillación y de pobreza en se que encuentran los excluidos. Asimismo, el fallecido Max Fernández, tuvo un notable apoyo electoral en las provincias del altiplano y los barrios populares de La Paz y El Alto, prometiendo y haciendo obras para los “abandonados” por el Estado, y para que de este modo tengan acceso a los servicios básicos las familias empobrecidas. Sin embargo, como consecuencia de la desaparición tanto del “compadre” como de Max Fernández, sus partidos también siguieron la misma suerte de sus fundadores: murieron. Entonces, quedó una identidad socio-cultural de proyección política sin un norte hacia donde dirigirse, de modo que la búsqueda de una acogida partidaria se hacía cada vez más patente. Y es aquí donde aparece el Movimiento al Socialismo (MAS) liderado por el actual Presidente Constitucional, Evo Morales, quien se forjó justamente al interior de las luchas de reivindicación social y proyección política, resistiendo y sufriendo la arremetida y violencia política de los grupos oligárquicos encaramados en el poder político, incluso fue expulsado del parlamento nacional. Así, el ex dirigente cocalero se fue convirtiendo en el líder político que los sectores sociales empobrecidos estaban buscando para encauzar políticamente sus aspiraciones y proyecciones de participación plena en la determinación de las políticas nacionales a favor de los humildes; lo cual se fortaleció durante las movilizaciones sociales de protesta de 2000 y 2003, cuando los movilizados (vecinos y comunarios) han empezado a arrancar el poder, de la mano de sus opresores de siempre – la oligarquía señorial y racista-. Esto fue materializado con la dimisión de Sánchez de Lozada al cargo de presidencia (octubre de 2003) y el triunfo contundente del MAS en las elecciones nacionales de 2005 y la posesión de Evo Morales como Presidente Constitucional de la República de Bolivia. La identidad socio-cultural de proyección política de las poblaciones del altiplano y la ciudad de El Alto, encontró en la figura y personalidad del actual Presidente Morales una suerte de representación genuina y contemporánea de lo que son los humildes de este país, que sufrieron por largo tiempo la opresión, la humillación, la exclusión y los vejámenes por parte de aquellos que han creído –o creen todavía- ser dueños de los espacios del poder económico, social y político, y que manifiestan una actitud paternalista, patrimonialista y racista hasta los tuétanos. Pues, Evo Morales, antes de asumir la primera magistratura de país, ha llevado con frecuencia una ropa sencilla y casual (chompa con rayas y chamarra de tela), similar que muchos comunaios del campo y vecinos de las zonas populares urbanas, casi nunca se ha presentado ante el público ostentando un poncho rojo como ha hecho por ejemplo el Mallku (Felipe Quispe). Se puede sostener que las poblaciones campesinas y los sectores populares de las ciudades se reconocen a sí mismos en la figura y personalidad del Presidente Morales. O lo que es lo mismo, la identidad socio-cultural constituida por las poblaciones del altiplano y las villas de la urbe alteña, encuentra una expresión y proyección política en la imagen y el protagonismo del Presidente Evo Morales: el líder de los humildes, así como lo reconocen muchos comunarios y vecinos. En esta línea de reflexión, se puede afirmar que entre los comunarios y las comunarias del altiplano, así como entre los vecinos y las vecinas de la urbe alteña, no se manifiesta una pretensión política de enarbolar y concretar en algún momento una especie de hegemonía étnica aymara frente a los demás sectores sociales y regiones socio-territoriales del país, lo único que quieren en términos de proyección social y política es compartir el poder político, así como lo están haciendo ya en muchos de los municipios provinciales, combinando la dinámica de los gobiernos municipales –basada en principios del Estado de derecho- con las prácticas comunitarias y los valores ancestrales de producción de bienes comunes. Así, posiblemente la ciudad de El Alto sea la expresión fáctica del proceso de inclusión socioeconómica, política y cultural que ha empezado en el país, en los albores del presente siglo, porque los alteños comparten un escenario urbano de encuentro nacional, donde casi ningún boliviano puede sentirse extraño o discriminado. Por ejemplo, la feria de 16 de Julio, que se realiza los días jueves y domingo en la zona populosa del mismo nombre, se constituye realmente en un espacio de encuentro e interacción entre los diferentes sedimentos sociales de las ciudades de La Paz y El Alto, nadie se siente ni más ni menos en relación a los demás conciudadanos que venden y compran dentro de la inmensa variedad de productos que se exponen en la extensa feria, desde una aguja hasta un automóvil, pasando por máquinas industriales, muebles, artefactos electrónicos, material de construcción, ropa, alimentos, animales, etc. etc. Como se ha dicho antes, se trata de encontrar opciones sociopolíticas viables que permitan a los bolivianos a vivir juntos, a convivir entre los “diferentes”, que provienen desde distintos estamentos sociales y diversos espacios socio-territoriales, pero al fin y al cabo todos comparten la misma condición de ciudadanía boliviana que se halla inscrita en ese documento de identidad nacional (cédula de identidad) que portan todas las personas nacidas en Bolivia. En este sentido, los pobladores de las provincias del altiplano y la ciudad de El Alto, por lo general no han respaldado las propuestas políticas radicales, por ejemplo la idea de restituir el antiguo Kollasuyo sobre las bases étnicas, o aquellas de tendencia guerrillera; aunque en algunos momentos de rabia e impotencia –ante la sangre y muerte de sus hermanos, provocados por las fuerzas represivas del Estado- los comunarios gritaron a una sola voz: “guerra civil”. No obstante, no hay un proyecto político de dominación étnica aymara, lo que sí está a la orden del día es la expansión pacífica de los diferentes ámbitos de actividad socioeconómica, cultural y política en los que se van involucrando cada vez con más fuerza. En consecuencia, la identidad sociocultural de proyección política de los comunarios y vecinos del altiplano, se orienta más hacia la construcción de un escenario socioeconómico, político y cultural de convivencia inclusiva y pacífica, a partir del respecto de las diferencias y la contribución que puedan hacer los diferentes sujetos sociales que se despliegan desde la pluralidad de contextos. Dicho en otros términos, la identidad social que tiene trascendencia en la esfera política es la identidad socio-cultural de proyecto antes que la identidad étnico-cultural de carácter más local, porque lo que suscita la emergencia de los movimiento sociales y la incursión exitosa en la arena política son las aspiraciones sociales y políticas que pretenden concretar los comunarios y vecinos para mejorar sus condiciones de vida y superar la pobreza. Por lo mismo, por lo menos el lo que respecta a las poblaciones del altiplano, no se trata de levantar muros infranqueables en torno a proyectos de autonomía indígena o étnica, sino de generar condiciones favorables para una integración social óptima a partir de la apertura de más oportunidades de realización humana, permitiendo que los hombres y las mujeres materialicen sus sueños y proyectos dentro de un ambiente de respeto mutuo y solidaridad interesubjetiva. Los habitantes del altiplano quieren vivir juntos con los demás, compartiendo los diferentes recursos de poder, sean económicos, sociales, políticos o culturales, sin privilegios ni exclusiones entre los conciudadanos, en términos de construcción de una ciudadanía intercultural para cohabitar pacíficamente dentro de ese contexto diverso. Empero, si persisten las prácticas y actitudes de exclusión y discriminación racista que se fundan justamente en elementos de carácter étnico y regional, será muy difícil construir un escenario sociopolítico de integración y convivencia que acoja a todos los bolivianos y las bolivianas, aunque con rasgos étnico-culturales diversos. En cualquier caso: ¿los bolivianos y las bolivianas lograremos vivir juntos?; esta es la pregunta que se hacen todos, hoy en día. Y la respuesta, por lo menos desde las poblaciones del altiplano, parece ser afirmativa. Conclusiones La constitución de las identidades tiene diferentes fuentes relacionadas con la cuestión social, cultural, territorial, étnica, económica, política, generacional o de género, dependiendo de la prioridad que den las personas a los diferentes elementos de cohesión social. Los sujetos sociales se adhieren a más de una identidad en correspondencia de las distintas actividades que realizan en diversos campos y niveles de interacción social. De modo que, lo étnico es sólo uno de las fuentes de configuración de identidades, que gana relevancia en la medida que los demás agentes sociales resaltan los rasgos y las diferencias étnicas para hacer prevalecer sus posiciones así como para imponer sus intereses en relación a los otros grupos étnico-culturales considerados como inferiores o de segunda clase; tal como ha ocurrido con los grupos oligárquicos del país respecto a las poblaciones llamadas indígenas, que hasta antes de 1945 estaban prohibidas a ingresar a ciertos espacios públicos de exclusividad señorial, como la Plaza Murillo, lugar de los dos poderes del Estado boliviano. Por tanto, en respuesta a este tipo de discriminación y exclusión étnicocultural que han sufrido las comunidades rurales del altiplano y las zonas populares urbanas de El Alto, los comunarios y los vecinos exaltaron también sus diferencias étnicas de origen aymara como bandera de lucha, aunque con escasa proyección política. En este sentido, en las poblaciones del altiplano y la ciudad de El Alto, la conformación de identidad étnico-cultural se ha dado más en función a la preservación de los conocimientos ancestrales y prácticas socioculturales de la región andina, como la valoración colectiva de la medicina tradicional, los ritos telúricos y sobrenaturales, las costumbres o las festividades folclórico danzarias. Entonces, se puede sostener que la identidad étnicocultural ha sido más de preservación de la herencia cultural aymara que de proyección política. Esto se ha mostrado por ejemplo en el escaso apoyo electoral que tuvieron en el altiplano los partidos políticos de orientación ideológica katarista e indianista. Asimismo, ante la probable creación de autonomías indígenas a través de la Asamblea Constituyente, las comunidades del altiplano paceño en particular, no se entusiasman mucho como las poblaciones de las tierras bajas que ya emprendieron la parcha por las autonomías indígenas, hacia la ciudad de Sucre. Sin embargo, la ciudad de El Alto, cuna de la emergencia de los movimientos sociales, ya lanzó el desafío de defensa de la inamovilidad de la sede de gobierno, en respuesta a la tentativa de introducir el tema de la capitalía plena en las plenarias de la Asamblea Constituyente; pero lo cual tiene que ver poco con lo étnico. En cambio, la identidad socio-cultural de resistencia ha permitido a las poblaciones del altiplano y la ciudad de El Alto efectuar con notable éxito las diferentes acciones sociales de protesta, expresadas en bloqueos de caminos y marchas multitudinarias que en varias ocasiones paralizaron a la ciudad de La Paz, resistiendo la implantación de políticas contrarias a los intereses de las comunidades rurales y del país, por ejemplo la ley INRA, en su primera versión, o la tentativa de la venta de gas a los Estados Unidos por un puerto chileno. La identidad socio-cultural de resistencia de políticas antipopulares da lugar a la configuración de una identidad socio-cultural de proyección política. De modo que, las comunidades rurales del altiplano y las villas de la ciudad alteña, han extendido su identidad socio-cultural de proyecto hacia el campo político, apoyando de manera comprometida las propuestas políticas que se orientan a favorecer las reivindicaciones sociopolíticas de los sectores sociales empobrecidos. Así, el proceso de incursión en los espacios del poder político por parte de los comunarios y vecinos de la región altiplánica, ha empezado con la emergencia de los movimientos sociales del año 2000 y 2003, lo cual tuvo un ascenso significativo con la renuncia de Sánchez de Lozada a la presidencia de la república y el triunfo indiscutible del actual Presidente Constitucional, Evo Morales, en las elecciones nacionales de diciembre de 2005. El partido político del Movimiento al Socialismo (MAS) ha tenido un apoyo electoral importante en el altiplano boliviano, donde obtuvo más del 60% de votación. Se puede decir que las poblaciones de las provincias del altiplano y la ciudad de El Alto se reconocen a sí mismos en la figura y la personalidad del Presidente Evo Morales, quien se ha forjado como líder social y político en las movilizaciones y luchas de los sectores sociales marginados y excluidos que han buscado permanentemente incursionar en los espacios de decisión política a fin de generar políticas que permitan mejorar sus condiciones de bienestar social. Pero este autoreconocimiento, se da más en términos sociales que étnicos; pues el señor Morales, antes de ser Presidente, no ha hecho bandera de la lucha sociopolítica ostentando un poncho rojo, como lo hizo por ejemplo el “Mallku” (Felipe Quispe), sino se ha presentado normalmente llevando una ropa sencilla y casual (chompa con rayas y chamarra de tela), similar que muchos comunarios y vecinos. Tampoco la sigla del partido político del Presidente Morales, incluye algún término de carácter étnico, como katarismo o indigenismo; de hecho, las organizaciones políticas de orientación kataristaindigenista –como el Movimiento Indio Pachakuti (MIP) de Felipe Quispe- tuvieron escaso apoyo electoral en el altiplano. Se puede aseverar que la amplia votación que logró el MAS en la región del altiplano obedece más a factores de índole sociocultural que étnica. De lo anterior, se desprende una cuestión fundamental en términos de proyección política de la identidad sociocultural que comparten los comunarios y vecinos del altiplano, de que éstos no buscan instaurar una hegemonía política étnica aymara en el país, lo único que quieren es compartir el poder político con los demás sectores sociales y grupos étnicoculturales, pero sin privilegios señoriales ni discriminaciones raciales. Esto daría lugar al inicio de un proceso de alternancia política en Bolivia, en los diferentes niveles de gobierno (nacional, departamental y local), haciendo que los que están fuera del poder hagan esfuerzos significativos para proponer políticas más inclusivas y democráticas para superar la pobreza y promover el desarrollo del país. En cualquier caso, es posible construir juntos de manera pacífica un espacio sociopolítico de convivencia entre los “diferentes” y forjar una cultura política común desde la diversidad. BIBLIOGRAFÍA ABELLÁN, Joaquín, 2003 “Los retos del multiculturalismo para el Estado Moderno”, en Pablo Badillo (coord.), Pluralismo, tolerancia, multiculturalismo: reflexiones para un mundo plural, Universidad Internacional de Andalucía – Akal, Madrid, pp. 13-31. ALBÓ, Xavier, 2002 Iguales aunque diferentes, CIPCA, La Paz. 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C bb z Pa La C hu qu is ac a 0 DEPARTAMENTOS Fuente: Elaborado en base a datos del Sistema de Información Geográfica Étnico Lingüística (SIGEL), Sistema de Naciones Unidas en Bolivia, La Paz, 2006. Los datos originales provienen del Censo 2001, INE. Nota: Los demás gráficos y mapas tienen esta misma fuente. MUNICIPIOS CON MÁS DE 70% DE POBLACIÓN AYMARA QUECHUAS EN BOLIVIA, POR DEPARTAMENTO 1800000 1555641 No. de personas 1600000 1400000 1200000 1000000 800000 595629 600000 319903 400000 188427 117587 200000 206417 89699 29910 6831 1238 DEPARTAMENTO MUNICIPIOS CON MÁS DE 70% DE POBLACIÓN QUECHUA To ta l Pa nd o C S. Be ni z ru a rij Ta sí to Po O ru ro a. C bb z Pa La C hu qu isa ca 0