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Revista Universidad de Sonora
Los espacios del cronista
Manuel Murrieta Saldívar*
E
l cronista está condenado a referirse
a un espacio físico, concreto y tridimensional, en el cual no sólo observa
y registra sino además vive y se forma
ideológicamente. A diferencia de los autores de ficción no obligados a construir
espacios narrativos con una referencialidad comprobable, el cronista revela con
precisión su tiempo y su espacio. La condición sine qua non de este género es el
“estar ahí”, ser testigo, de lo contrario la
crónica no se produce; “decirlo es verlo”,
sentencia al respecto José Martí1.
He titulado este ensayo en plural porque considero no solamente a cronistas
que utilizan como referente a su “espacio familiar”, como lo llama Edward Said,
sino también a los que se transportan al
“espacio de los Otros”. Un cronista, en algún momento de su oficio, se separa del
suyo y se enfrenta al del extranjero—tradición que en México proviene de las cartas de Cortés y de la crónica de Díaz del
Castillo. Al ingresar al espacio del Otro,
se le presenta un reto extraordinario: registrar lo nuevo, lo desconocido. En este
proceso influye su formación ideológica
construida en el espacio familiar.
Foto: Ivette Valenzuela
Cronicando el nuevo espacio
Aceptemos la propuesta de que la ideología se genera también a partir de acciones concretas. Según Michel Pecheux, las
ideologías no están hechas sólo de ideas
sino además de prácticas2. De esta manera, el cronista crea, construye y transforma su conciencia dentro de su espacio
familiar—en sus condiciones de vida,
sus relaciones sociales, en el trajín de lo
cotidiano−, hasta que en un momento
dado se traslada al nuevo espacio, sea
por motivos de exilio, búsqueda de prestigio social e intelectual, mejoramiento
económico, representación diplomática, periodística, etcétera. Su origen va
a marcar su representación y a la vez a
transformar su visión del mundo, si nos
atenemos a que la práctica de observar,
las vivencias e interacciones con el Otro, producen cambios.
Si la crónica es una especie de reportaje
que describe y narra lo real en un presente
buscando la trascendencia, si se ocupa de
sucesos que quiebran la rutina cotidiana, si
como género periodístico comunica noticias3, ¿qué novedad más provocadora que
enfrentarse a un espacio desconocido? Esta
nueva práctica transformará al cronista, al
menos le removerá su capacidad de sorpresa, rechazará o aceptará ideas, creará y recreará su pensamiento. Es una relación
dialéctica entre él y el nuevo espacio. Si
éste se visualizaba de determinada manera, una vez experimentado se producen
cambios en la visión producto de la práctica del viaje. El cronista se impacta, las
vivencias con los Otros originan reflexiones e imágenes distintas a las que antes
había concebido.
* Doctor en Letras Hispanas por Arizona State University-Tempe. Catedrático de literatura chicana, mexicana y latinoamericana en California State University,
campus Stanislaus, y fundador de Editorial Orbis Press. [email protected]
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Pero la ideología del cronista se genera, sobre todo, al interior
de la clase social a la que pertenece. Surge de su modo de
vida, de sus condiciones concretas y específicas. En el espacio
nativo, la ideología “nace honda, radicalmente, en las clases
sociales, en sus intereses, en las prácticas y experiencias de
táctica y estrategia generadas por sus luchas”4. A su vez, en el
espacio conviven clases sociales en contradicción, en relación
de hegemonía y subordinación. Fernand Dumont plantea que
para reconocer a las clases es indispensable analizar las prácticas ideológicas que explican la confrontación que mantienen
entre ellas5. Así, cada clase social construye una visión del mundo en torno a la cual se unifican sus miembros. El cronista,
entonces, porta el pensamiento de su estrato y a partir de él
construye la representación del espacio extranjero. Al codificar
su crónica, al escribirla, dirige un mensaje a su grupo buscando determinado efecto —político, de prestigio literario, estatus
social; demanda admiración, se exhibe.
Si el cronista simpatiza o proviene de la clase social dominante, por lo general produce una descripción a favor de ella.
Tiende a construir una representación universalista porque desea presentar su interés y el de su grupo como si fuera el de
todos. Su crónica, así, resulta generalizante al descubrir que
algunos aspectos del nuevo espacio le son útiles para la hegemonía de su clase. Y en ello utiliza los recursos del lenguaje, ya
sea para manipular, persuadir, ocultar, en un intento de camuflar los intereses de su grupo en su relación con el Otro.
En cambio, cronistas de clases sociales intermedias no tienen de inmediato una definición clara sobre el espacio extranjero; su composición de clase en el espacio familiar es heterogénea —incluye distintos intereses y posturas políticas, sectores
desde empresarios y burócratas hasta intelectuales oficiales e
independientes. Su visualización de lo extranjero, en consecuencia, será de mayor movilidad y flexibilidad, y presentará
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Foto: Ivette Valenzuela
A diferencia de los autores de ficción no
obligados a construir espacios narrativos con una
referencialidad comprobable, el cronista revela
con precisión su tiempo y su espacio.
Ruta Crítica
La visión de clase ingresa al otro espacio
contradicciones internas. El cronista puede reaccionar con oscilaciones ya que no adquiere un compromiso fijo de grupo
que defender.
Por su parte, cronistas de clases sociales subalternas tienden a emitir posiciones alternativas al penetrar en el espacio
extranjero. Sus textos se oponen a la hegemonía de la clase
dominante, a la dependencia de las metrópolis en varios niveles —político, social, cultural, etcétera. Este tipo de cronista
emite críticas contra imperialismos que subyugan, se opone
a visiones etnocentristas y crea un mensaje “autoetnográfico”
que responde al texto etnográfico institucionalizado. Su crónica es, pues, contestataria y desempeña un papel estelar en
la formulación y difusión de ideas transformadoras dentro del
espacio familiar.
Variedad de visiones
Independientemente de su extracción de clase, el cronista
es susceptible de sufrir variaciones ideológicas al enfrentar
el espacio extranjero. Su “yo ordenador”, esa voz que relata
y relaciona las noticias, las descripciones, los eventos dispersos6, se cohesiona en una sola visión o se dispersa en varias.
Este fenómeno se relaciona con la “inestabilidad ideológica”,
la cual, siguiendo a Edmond Cros, se origina porque existen
varios sujetos ideológicos dentro de un individuo7, en este caso
un cronista. Su enfrentamiento con lo Otro despierta a varios
sujetos con visiones diferentes y contradictorias, identificables
por sus distintas maneras de interpretar lo novedoso. Los sujetos pueden estar en pugna, aunque no para hacer triunfar a
alguno, sino que proyectan diferentes cuadros descriptivos y
analíticos contradictorios. Como persona, un cronista puede
ser un conservador, pero en su interior coexiste un sujeto literariamente progresista; como individuo está integrado a su
clase, la dominante, pero como cronista es más crítico, toma
conciencia de la dialéctica de la historia8. Así, al representar el
Transportando patrias y matrias
Hay que considerar otro factor cuando el cronista ingresa al
nuevo espacio: la visión colectiva nacional, regional y de la
matria. Said la denomina “cultura hegemónica” y consiste en
un rasgo de grupo, una forma cultural que predomina sobre
otras10. Básicamente estipula que todos los individuos, dentro del espacio familiar, deben suprema fidelidad a un interés
colectivo, desprendiéndose de los intereses de clase. De esta
forma, el cronista activa su cultura hegemónica de manera exaltada al experimentar el espacio extranjero. Le brota su mejor
“arma abstracta”: el patriotismo, el regionalismo, lo xenofóbico, lo de su “barrio”, factores que desmontan las diferencias de
clases sociales. El cronista forma así una noción colectiva que
lo identifica férreamente con su “nosotros”, en contraposición
a los Otros, los “ellos” desconocidos del espacio extranjero.
Estos sentimientos regionales crean la idea de que en verdad el
cronista comporta una cultura hegemónica, que su colectivo es
superior, al menos en algunos aspectos, en comparación con la
sociedad y cultura del espacio extranjero.
El cronista, entonces, descubre lo “diferente” siempre en
relación a su “nuestro”11, y puede entrar en conflicto con el
espacio nuevo. Es cuando sucede el
llamado “shock cultural”, el enfrentamiento de las dos culturas hegemónicas de ambos espacios, descubriéndose nítidamente un “contrario”, un
adversario, es decir, los “Otros”. El
nuevo espacio, así, es sujeto a una
continua interpretación y reinterpretación por parte de lo “nuestro” del
cronista. Impactado por lo desconocido, confronta claramente lo extranjero reaccionando a la defensiva y
de manera conservadora; o también
adquiere una sensación de cierta familiaridad y tiende a dejar de juzgar
lo que observa como completamente
nuevo, como totalmente ignorado12.
Igualmente, considera lo visto por
vez primera como si fuera versión de
experiencias previamente conocidas,
fenómeno que no es sólo una manera de recibir la nueva información,
sino un método para controlar lo que
parece ser una amenaza para alguna
visión fija de ver las cosas.
El cronista, en síntesis, ingresa al
espacio extranjero, lo observa desde
los referentes del espacio familiar, de
su experiencia de vida, de su clase social, de su grupo y su cultura hegemónica. Es susceptible, además, de sufrir
inestabilidades en la representación
de lo nuevo, pero su conciencia, su
pensamiento, siempre se transforman
en esa práctica de observar, de cronicar, el mundo de los Otros.
Revista Universidad de Sonora
espacio extranjero, se activan nuevos sujetos que critican prácticas y comportamientos del Otro aun cuando no favorezcan a
su clase. O viceversa: un individuo puede pertenecer a la clase
laboral, pero al cronicar el espacio nuevo, brota un sujeto seducido por la metrópoli que acaba por promover prácticas de
asimilación.
La desestabilización del “yo ordenador” resulta en al menos dos tipos de crónicas: una ideológicamente coherente, es
decir, monológica o monosemántica, si una sola voz y visión
conduce las acciones y descripciones. Pero si recoge distintas
posturas, opiniones e interpretaciones del espacio extranjero,
tiene carácter carnavalesco a lo Bakhtin9. Es decir, no sólo refleja la voz del yo cronicador testigo, sino también las voces
colectivas, de distintos estratos y niveles socioculturales, que
va registrando. Se produce así una crónica más completa que
muestra la complejidad del espacio extranjero.
González, Aníbal, La crónica modernista hispanoamericana, Madrid, Ediciones José Porrúa Turanzas, 1983, p. 88.
2
Pecheux, Michel, Les vérités de la palice, París, Francois Maspero, 1975,
pp. 133-134.
3
González, Aníbal, op. cit., p. 73.
4
Monteforte Toledo, Mario et. al., Literatura, ideología y lenguaje, México,
Grijalbo, 1976, p. 196.
5
Dumont, Fernand, Les idéologies, París, U de France P, 1974, p. 117.
6
González, Aníbal, op. cit., p. 73.
7
Cros, Edmond, Theory and practice of sociocriticism, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1988, p. 39.
8
Kavolis, Vytautas, La expresión artística, Buenos Aires, Amorrortu, 1968,
p. 73.
9
Bakhtin, Mikhail, Problems of Dostoevsky’s poetics, Minneapolis, University
of Minnesota Press, 1984, p. 122-127.
10
Said, Edward W., Orientalism, New York, Vintage Books, 1979, p. 7.
11
Idem.
12
Ibidem, p. 172.
1
El cronista forma así una
noción colectiva que lo
identifica férreamente
con su “nosotros”, en
contraposición a los Otros,
los “ellos” desconocidos del
espacio extranjero.
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