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ACCION DEMOCRATICA
COMITE EJECUTIVO NACIONAL
UNIDAD DE ANALISIS Y POLITICAS PÚBLICAS
DOCUMENTOS HISTÓRICOS
DISCURSO DE RÓMULO BETANCOURT EN EL ACTO
DE INSTALACIÓN DE ACCIÓN DEMOCRÁTICA
13 DE SEPTIEMBRE DE 1941
ACCIÓN DEMOCRÁTICA Y LOS PROBLEMAS
ECONÓMICOS DE LA NACIÓN
Conciudadanos:
Una doble emoción me domina, en este momento de dialogar de nuevo, de viva voz,
con el pueblo venezolano. (Grandes aplausos).
Emoción de quien soñó con esta hora, y la esperó sin impaciencia, seguro de que
habría de sonar. La hora de comparecer ante el tribunal de la opinión venezolana, a
rendirle cuenta de la labor cumplida por nuestro sector político, de 1937 a esta fecha.
(Grandes aplausos).
Dijimos y prometimos, en aquellos turbulentos días de 1936, de nuestra resolución de
mantener reivindicaciones populares y nacionales, fueren cuales fuesen las
circunstancias en que se nos colocara. Y aquí estamos de regreso de un duro
recorrido, sin engreída jactancia, pero con la orgullosa satisfacción de haber sabido
ser dignos de la fe depositada y consecuentes con el compromiso contraído. (Grandes
aplausos). La bandera que se nos entregó, en aquellas tumultuosas jornadas
multitudinarias del despertar nacional, ha seguido flameando, sin que nada, ni nadie,
la haya mancillado. Extendemos al aire sus alegres colores, en esta tarde inolvidable,
enarbolándola con manos más seguras, por la experiencia acumulada y la madurez
adquirida. (Aplausos).
Nos reincorporamos a la actuación pública sin rencores personales contra nadie,
menos impulsivos que ayer, compenetrados mejor de la realidad venezolana, más
saturados del sentido de nuestra responsabilidad social. Empero, animados de la
misma pasión de justicia, de la misma fe en Venezuela, de la misma vocación
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democrática, de la misma convicción profunda de que el pueblo será el principal
artífice de una patria lograda, que dio sentido a nuestra labor política en el ya
histórico 1936. (Aplausos). Hemos rectificado, y de una vez para siempre, los errores
de ayer, pero seguimos siendo fieles a nuestras convicciones democráticas y
venezolanistas de siempre. (Grandes aplausos).
Hablé de una doble emoción. La otra proviene de saberme participando en un acto
que dejará huella profunda en la vida nacional. De un acto que recogerá en sus
páginas la historia contemporánea de Venezuela, ésa que estamos escribiendo, con
nuestras miserias y grandezas, los hombres y las mujeres de esta tierra. (Aplausos).
Imagino la escena, que sucederá dentro de cincuenta años, en una población agraria
de los Andes, forjada al arrimo de una potente planta hidroeléctrica, en una población
donde en vez de los garajes para autos de lujo que se multiplican en Caracas, habrá
garajes para tractores; o bien, en una ciudad industrial de la Gran Sabana, construida
en la vecindad de las chimeneas de los altos hornos, donde obreros venezolanos estén
transformando en materia prima para las fábricas venezolanas de máquinas esos mil
millones de toneladas de hierro que en sus entrañas guarda, hoy inexplotadas, la
Sierra del Imataca. (Clamorosa ovación).
Imagino la escena que se desarrollará en una u otra de esas ciudades venezolanas del
futuro. La escena de un niño venezolano —de mi nieto, o del nieto de cualesquiera de
los asistentes a este mitin, en todo caso del nieto de un venezolano de hoy— que
gangoneará, con esa voz vacilante de todos los niños cuando aprenden su lección, un
párrafo del manual de historia de Venezuela, que diga así:
—El 13 de septiembre de 1941 es una fecha gloriosa en los anales de Venezuela,
porque en ese día comenzó a actuar públicamente el Partido Acción Democrática.
(Clamorosa ovación). Porque en ese día comenzó a actuar públicamente el Partido
que inició la segunda independencia nacional, y contribuyó, decisivamente, al avance,
prosperidad y dignificación de la República... (Prolongados aplausos. Continúan los
aplausos).
Y no estoy haciendo una frase retórica. No he apelado a una argucia de orador, para
arrancar esos aplausos que acaban de estallar. Eso hubiera sido irresponsabilidad, y
entre mis muchos defectos, tengo una cualidad: la de ser hombre responsable y sin
concesiones a la demagogia. Digo lo que siento y me brota de lo profundo de la
conciencia. La convicción de que este Partido ha nacido para hacer historia. Nace
armado de un Programa que interpreta las necesidades del pueblo, de la nación.
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(Aplausos); de un programa realista, venezolano, extraído del análisis desvelado de
nuestros problemas, porque nosotros podremos ser partidarios de que se importe
creolina —como acaba de decir Ricardo Montilla—, pero programas, no. (Aplausos.
Continúan los aplausos).
Nace Acción Democrática asistido por la fe y la emoción multitudinarias del pueblo,
y lo comanda un equipo de hombres conocidos de toda Venezuela, de bien ganada
solvencia política y moral, al frente del cual, como su gonfalonero y conductor
máximo, marcha Rómulo Gallegos. (Aplausos). Marcha Rómulo Gallegos, maestro
de juventudes, profesor de civismo, el candidato simbólico, o lírico, o como quiera
llamársele, para la Presidencia de la República en 1941. (Clamorosa ovación. Vivas a
Rómulo Gallegos). El mismo Rómulo Gallegos a quien en 1946, en las elecciones de
1946, los votos y la decisión del pueblo venezolano elevaran a la Primera
Magistratura de la Nación (Clamorosa ovación).
En la distribución de temas a desarrollar en esta asamblea, hecha por el Directorio de
nuestro Partido, me correspondió el capítulo de nuestro programa sobre economía
nacional. Tema tan vasto y complejo tendré que esquematizarlo, por cuanto supongo
al auditorio lógicamente fatigado. (Voces: No, no. Una voz: «Aquí estaremos hasta
amanecer»).
Acción Democrática reconoce y proclama que el más angustioso problema nacional
es el de la bancarrota de nuestra economía. Somos una nación paradójicamente rica y
empobrecida, una nación con un Estado que maneja millones y una industria minera
que cierra sus balances anuales con cifras astronómicas. Y sin embargo, la mayoría de
la población venezolana está pauperizada y vive bajo el signo de la inseguridad y de
la angustia económica. (Aplausos). Nuestro país, en 1941, es la negación de aquella
Venezuela de hace mas de cincuenta años, de la cual pudo decir Cecilio Acosta que
en ella las bestias pisaban oro y era pan cuanto se tocaba con las manos. (Aplausos).
¿A qué se debe esta situación de miseria generalizada, en un país sin deuda
gubernamental externa y con un Estado que ostenta el costoso privilegio de un
presupuesto anual de gastos señalado entre los más altos de América? ¿Cuál es la
causa de que un país como Venezuela, el que exporta más petróleo en el mundo y
figura en el tercer puesto en la escala mundial de producción de esa pingüe riqueza
minera, presente un cuadro tal de colectiva pobreza?
La razón es ésta: nuestro país, económica y físicamente, está girando alrededor de una
sola fuente de riqueza: el petróleo; y los gobiernos venezolanos no han sabido, hasta
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ahora, imprimirle un ritmo agresivo, dinámico, a las otras fuentes de producción.
(Grandes aplausos). En la medida en que ha ido ascendiendo la explotación de oro
negro, explotación que controla el capital extranjero, se ha acentuado
progresivamente la decadencia de nuestra producción agrícola y pecuaria.
Voy a dar algunas cifras, aun cuando sean breves, por cuanto ellas definen mejor que
las palabras, como es de alarmante nuestra depresión económica.
Las exportaciones venezolanas se mantuvieron, en la década 1920-1930 a un
promedio de 130 millones de bolívares, excluyendo petróleo y oro. Y en 1940, año en
que terminó el quinquenio del Gobierno anterior, la exportación de Venezuela,
excluyendo también petróleo y oro, fue de apenas 31 millones de bolívares ¡cien
millones de bolívares menos que hace veinte años! Y conste que durante ese
quinquenio de gobierno se gastaron, oficialmente, cerca de dos mil millones de
bolívares, pero no se aplicaron en la debida forma a incrementar la producción
agrícola, pecuaria e industrial del país. (Grandes aplausos).
Claro está que esta decadencia de la producción natural de Venezuela deriva del
empirismo y despreocupación ante los problemas vitales del país vigentes durante las
casi tres décadas de tiranía. Empero, los cinco años del régimen anterior, desde el
punto de vista del incremento de la productividad de riqueza netamente venezolana,
rectificaron muy superficialmente la obra destructora cumplida por gobernantes
divorciados del interés de la nación.
Coincidiendo con esta bancarrota de nuestra producción, crece de año en año el
porcentaje de dólares provenientes de compañías petroleras y auríferas que entran,
como factor decisivo, en la circulación de dinero dentro del país. En 1937, los dólares
provenientes de esas compañías cubrieron el 67 por ciento de las necesidades de
dinero de la nación. En 1940, el 90 por ciento del circulante fue suministrado por esas
mismas empresas. Lo que significa que por cada 100 bolívares que circularon, 90
fueron aportados por compañías mineras extranjeras, en concepto de impuestos, de
sueldos y de salarios por ellas pagados.
Y eso entraña un doble peligro para nuestro país, que los avizora Acción
Democrática, vanguardia alerta de la nacionalidad. El doble peligro de que Venezuela
cifre su destino en una sola carta: la de la industria minera, una industria que por
naturaleza es perecedera, y la cual se agota cuando en el subsuelo desaparece la veta
aurífera, o el yacimiento de donde el petróleo mana.
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Y, además, la influencia preponderante que en la vida económica y fiscal del país
ejercen las empresas, explotadoras de esas fuentes de riqueza minera, determina la
tuición de aquéllas, en una forma indirecta, pero no por eso menos efectiva, sobre el
rumbo político y social de la nación, porque manda en la casa quien tiene la llave de
la alacena. (Aplausos).
Esta bancarrota de la producción agrícola y pecuaria del país, unida a su atraso
industrial, es causa principal de ese problema que agobia a la mayoría de la
población: el del alto costo de la vida. Ya mi compañero Montilla habló sobre el
particular, pero quiero recalcar lo recientemente dicho por los representantes de
entidades científicas e industriales extranjeras quienes recorrieron el país contratados
para investigar su situación económica. Me refiero a la Comisión Fox, contratada por
el Ministerio de Hacienda, y a la de los Ingenieros Ford, Bacon y Davis, contratados
por la Standard Oil. Ambas Comisiones afirmaron, categóricamente, que el alto costo
de la vida determina una subalimentación del pueblo, y una consecuencial falta de
energía creadora en la mano de obra criolla. Calle, pues, la grita reaccionaria, que
achaca a flojera, o «sinvergüenzura», del trabajador nacional el escaso rendimiento de
su esfuerzo productor. (Aplausos).
Esta situación —pintada con brochazos realistas, y hasta tétricos, porque nuestro
Partido no viene a ponerse anteojos de suela, sino a ver la realidad nacional con ojos
claros y limpios— se ha agudizado con motivo de la guerra europea.
El Fisco, que en 1939 obtuvo los mayores ingresos de la historia fiscal de la
República, los ha visto declinar progresivamente, en el curso de 1940 y en lo que va
corrido del 41. Carece de mercados seguros nuestra exportación, con todo y ser tan
precaria. Dejaron de traficar barcos mercantes de numerosas banderas por los puertos
de la República y cada día son más altos los costos de los fletes. La industria nacional
tiene dificultades para adquirir materia prima y maquinaria extranjeras; y el comercio
trabaja preocupado por la inseguridad de los negocios y por los obstáculos que
confronta para adquirir mercancía de importación. Ha aumentado el precio de cuanto
compramos en el extranjero, casi todo lo consumido en el país; y Estados Unidos, que
en 1939 nos vendió 230 millones de bolívares —el 75 por ciento de nuestras compras
en el exterior— ha restringido sus exportaciones para cumplir compromisos de guerra
contraídos con Inglaterra y Rusia. Esta situación repercute sobre la mesa consumidora
del país en forma de reajuste de los sueldos y salarios de los empleados del Estado y
particulares; y nuestro pueblo sufre, de un extremo a otro de la República, las
consecuencias de una verdadera epidemia de desocupación, o está obligado a resolver
el insoluble problema de trabajar y ganar sólo durante dos o tres días de cada semana,
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cuando los gastos familiares deben cubrirlos siempre por semanas completas de siete
días. (Grandes aplausos).
Ante este panorama desolado, muchos, por egoísmo o cobardía, alzan los hombros, y
se limitan a decir: «Este país está perdido».
Nosotros, los hombres de Acción Democrática, comprendemos los peligros que
entraña esa frase. Los «países perdidos» se los encuentra y se los coge el primer
aventurero audaz que se atreva a ponerles la mano, especialmente en esta época en
que ciertos «bandoleros internacionales» —estigmatizados por el Presidente
Roosevelt en su discurso de anteanoche— están aspirando a pisar en amos sobre la
superficie del globo. (Grandes aplausos).
Nosotros, los hombres de Acción Democrática, partido afirmativo y con fe en las
reservas de la nacionalidad, decimos que Venezuela no está perdida. Puede salvarse,
debe salvarse y se salvará. (Una voz: «Nosotros la salvaremos»). Su situación difícil
será corregida, si en los hombres y en las mujeres de este país —los que están en el
gobierno y los que estamos en la oposición— se afirma el sentido de la
responsabilidad hacia la tierra donde nacimos, y nos empeñamos todos en hacerla
tramontar la crisis económica y fiscal que la agobia, y la ayudamos a salir de ella
fortalecida. (Aplausos).
Acción Democrática dice, en su programa, que un país de las riquezas y posibilidades
económicas del nuestro no tiene por qué estar agobiado de necesidades insatisfechas.
Y que sólo se requiere la concertación de un plan científico, audaz y bien elaborado
de impulso a la producción nacional para alcanzar una era de prosperidad.
Nuestro partido considera que, en este propósito, el Estado venezolano tiene una tarea
central por realizar. Debido a las peculiaridades de nuestra estructura económica, el
Estado venezolano cuenta con disponibilidades de dinero y con recursos de todo
orden que le señalan como el pionero, como el «baquiano», en esta tentadora empresa
de la reconstrucción nacional.
Dispone el Gobierno venezolano de un presupuesto fantástico, de 300 millones de
bolívares, que anualmente consume una tercera parte de la renta nacional. Y este
presupuesto, invertido en una forma racional y honrada, serviría para impulsar la
economía pecuaria, agrícola e industrial del país; y como acicate y estimulo para la
actividad del capital privado. Pero para ello es necesario, previamente, que se
moralicen e higienicen las prácticas administrativas del país. (Aplausos). Para ello es
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necesario que dejen de figurar en el presupuesto los sueldos de escándalo, y se
supriman las obvenciones inconfesables, y que el Capítulo VII pase a la categoría de
pesadilla, de un mal recuerdo en la memoria de este pueblo. (Grandes aplausos). Es
necesario que se aplique el termocauterio de la sanción sobre esa verdadera lepra de
la administración publica, que es el peculado. (Aplausos). Y por último, que se
cumpla efectivamente la hermosa promesa —escuchada por este pueblo con profunda
emoción— hecha en memorable oportunidad por el actual Jefe del Estado, de ser
inflexible con quienes despilfarren dineros públicos, o se apropien de ellos
indebidamente. (Estruendosos aplausos).
Saneado el aparato administrativo, podría imprimírsele ritmo acelerado a la
producción nacional.
Dinero no faltaría. Ahí está la posible y necesaria reforma tributaria realizada en
forma tal que se disminuyan los impuestos descargados actualmente sobre las
espaldas dolientes del consumidor, y que se trasladen parcialmente al menos sobre las
espaldas bien fuertes de los poseyentes de riqueza (aplausos), especialmente de
quienes mantienen congeladas en los bancos, en forma de depósitos que no cumplen
con la función social del dinero, buena parte de las reservas monetarias de la
República. (Muchos aplausos). Es indudable que si la Administración Publica da
ejemplo de austeridad en el manejo de los fondos fiscales, y devuelve a la
colectividad los nuevos impuestos que cobra en forma de servicios de utilidad
colectiva, muchos de los ciudadanos no opondrían resistencia para satisfacerlos.
Y queda otro impuesto posible, el mismo al cual se refirió nuestro Presidente
Gallegos, en su memorable discurso de Maracaibo. Me refiero a la aplicación a las
compañías mineras del artículo 11 de la Ley de Arancel de Aduanas, en 1936, por el
recordado Alberto Adriani. (Aplausos). Ese articulo faculta al Estado venezolano para
cobrar, en casos de emergencia como éste confrontado actualmente por el país, un
tributo de hasta el 10 por ciento sobre el valor comercial de las exportaciones de
minerales. Cobrado ese impuesto, ingresarían al fisco nacional no menos de 80
millones de bolívares anuales. (Aplausos).
Ya nutrido de dinero el fisco, debería darse al esfuerzo de estimular la producción,
especialmente la de la tierra. Empero, para hacer producir la tierra se necesita de la
tierra. Esta es una verdad de Perogrullo tan grande, tan evidente, como aquélla de que
para hacer tortilla hay que quebrar los huevos. (Risas).
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Y tierra está necesitando y esperando este pueblo. Según los censos de la Dirección
Nacional de Estadística, en toda la República hay apenas 70 mil propietarios de tierra.
De esos 70 mil propietarios, la mitad se encuentra en los Estados de la cordillera,
dándose el caso de que en el Estado Táchira, una de las escasas entidades federales
del país donde existe difundida la propiedad parcelaria, haya menor número de
propietarios que en los Estados del Centro y Oriente, de la República, tomados en
conjunto. Es interesante precisar que nuestro Partido no considera necesario para
realizar un ensayo de parcelación agrícola, confiscarle tierra a nadie. Nuestro
programa señala la forma como puede y debe el Estado proveer de parcelas —y con
ellas, del crédito barato y del implemento agrícola— al hombre de nuestros campos.
Ahí están las tierras confiscadas a la sucesión Gómez, casi todas regentadas
malamente por administradores que se parecen un poco a los «coroneles» de ayer.
(Risas). Ahí están las tierras ejidales y baldías, usurpadas por personajes influyentes
de otras épocas, esperando la remensura que las rescate para la nación y permita ser
mejor utilizadas. Ahí están innumerables haciendas abandonadas por sus dueños,
quienes viven en las ciudades, convertidas en barbecho infecundo y aptas para ser
transformadas en surco promisor de riqueza, cuando el Estado las adquiera a su justo
precio, y las ponga entre las manos callosas de los agricultores que suenan con una
parcela laborable... (Grandes aplausos).
Y estimular y apoyar, resueltamente, a la industria nacional. Consumir lo que
producimos y empeñarnos en producir cada vez más. Que tengamos orgullo en andar
vestidos con la tela que fabricó la mano de obra nacional en la empresa textil de
capital nacional; de curarnos con la medicina que elaboró en los laboratorios
nacionales, el técnico nacional; de construir nuestras casas con las maderas que
aserraron, en las montañas venezolanas, los peones de Venezuela. (Aplausos).
Y realizada y coordinada e impulsada esta voluntariosa empresa de la reconstrucción
económica del país, por un Consejo de Economía Nacional, previsto en la
Constitución de 1936 y aún no realizado. Un Consejo de Economía Nacional que
entre sus primeras tareas tendría la de convocar un congreso económico, en el cual
estuvieran representadas todas las fuerzas dinámicas del país. Todas las fuerzas que
intervienen en los procesos de producción y circulación de la riqueza, desde el
industrial, el agricultor y el comerciante hasta el trabajador manual e intelectual. Y
que surgiera de este Congreso económico un plan audaz y armónico de producción
nacional, que permitiera al obrero y al empleado obtener trabajo bien remunerado, y
abriera para el comercio, la industria, la agricultura y la cría nacionales perspectivas
insospechadas de desarrollo y prosperidad. (Aplausos).
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También debería abordar de inmediato ese Consejo de Economía Nacional uno de los
problemas más serios que tenemos en estos momentos: el problema de nuestras
relaciones comerciales con Estados Unidos. Al albañil que se quedó sin trabajo, por
haberse agotado en el país algunos de los materiales de construcción indispensables,
al habitante de Valencia, a quien se le dice cómo se han paralizado las obras del
acueducto porque no hay tubos; a mucha gente en Venezuela, que no sabe por cuál
causa hay crisis de quinina en un país de tal porcentaje de enfermos de paludismo,
debe explicársele cómo todo eso proviene de la imprevisión del Gobierno anterior, al
no almacenar cuando estalló la guerra, reservas apreciables de tales productos, y a
una situación especial existente en las relaciones entre Estados Unidos y América
Latina, en el terreno comercial.
Antes de abordar esta cuestión, es necesario precisar que Acción Democrática está
plenamente de acuerdo con la vigorosa y valerosa política antifascista del Presidente
Roosevelt. Somos partidarios de la coordinación eficaz de la defensa continental,
frente a posibles agresiones de potencias extraamericanas. Cree nuestro Partido que a
«la culebra de cascabel debe golpearse por la cabeza antes de que nos agreda», y
también que son traidores a América quienes están preparando la luz verde del pase
libre —como gráficamente dijera en su mas reciente discurso el Presidente de los
Estados Unidos— a los dictadores ensoberbecidos, quienes después de aplastar a las
tres cuartas partes de Europa aspiran a esclavizar al mundo. (Muchos aplausos).
Empero, esta solidaridad con la política antifascista de los Estados Unidos, no
significa que debemos silenciar nuestras aspiraciones y reclamos nacionales.
Ya en este plano, cabe decir que la política de «buena vecindad», cuyos aspectos
políticos positivos reconocemos, se ha traducido para Venezuela en muy precarios
beneficios económicos.
Mientras el Brasil ha recibido, del Banco de Exportaciones e Importaciones
Estadounidense, 25 millones de dólares en maquinaria y materias primas para
incrementar su industria pesada, a Venezuela apenas se le ha acreditado 200 mil
dólares para la Ganadera Industrial Venezolana, 3 millones de dólares para el Banco
Agrícola y Pecuario y 400 mil dólares para una famosa Sociedad Anónima Hotelera
Nacional, que está construyendo en el barrio San Bernardino, de Caracas, un hotel
para turistas. (Aplausos). De nuestra exportación de café, que es de un millón de
sacos anuales, Estados Unidos nos compra apenas 400 mil sacos, y los otros se
quedan sin mercado estable, no obstante que somos uno de los principales clientes
compradores de la manufactura yanqui. Y últimamente se ha dictado en Estados
Unidos una «ley de prioridad», cuyas cláusulas drásticas implican que difícilmente
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podrán salir antes del próximo diciembre una serie de materias primas
norteamericanas con destino a nuestros países latinoamericanos. Los efectos de esta
ley ya se han hecho sentir en nuestro país. En sólo Caracas, por dificultades para la
adquisición de materiales, hay alrededor de 600 construcciones paralizadas, y ello
repercute desfavorablemente sobre los trabajadores, sobre el comercio y sobre el país.
El Gobierno Nacional adelanta gestiones en Washington para lograr que al M.O.P.. y
al comercio nacional se les provea de las materias primas y mercancías necesitadas
perentoriamente por el país. Y nuestro Partido respalda plenamente esa gestión,
porque la política de mano tendida no puede ni debe ser una política de sumisión.
(Aplausos).
Al propio tiempo el Consejo de Economía Nacional tendría la misión de tender
puentes de acercamiento, en el terreno del intercambio comercial, hacia los demás
países latinoamericanos. Si somos bolivarianos, recojamos de la herencia de Bolívar
una de sus ideas centrales: la de la unidad de nuestra América. Recordemos su
máxima: «Sólo la unión de los pueblos latinos de América los hará fuertes y
respetables ante las demás naciones». Y trabajemos, con auténtico fervor bolivariano
—no ese fervor bolivariano de prestado que todos conocemos y repudiamos
(aplausos)— porque llegue a realizarse una federación de Estados latinoamericanos.
Trabajemos, con encendida fe, porque llegue el día en que podamos entendernos con
nuestros vecinos del Norte de quien a quien, de soberanía a soberanía, porque ya no
existan frente a los Estados Unidos del Norte los Estados Desunidos del Sur, de que
hablara Sarmiento.
Concluyo ya, pidiendo excusas por haberme dejado arrastrar por el impulso oratorio.
Y lo hago lanzando el mismo llamamiento que, como sostenido ritornelo, se ha
escuchado de todos los oradores, en esta tarde inolvidable. Un llamamiento a todos
los hombres y mujeres demócratas de Venezuela, de todas las clases sociales, a que
vengan a buscar un puesto de acción, de responsabilidad y de trabajo bajo las limpias,
acogedoras banderas de nuestro Partido. (Grandes aplausos).
Acción Democrática se dirige a los hombres y mujeres de los cuatro costados del
país, porque uno de sus propósitos fundamentales es el de contribuir a que termine
para siempre eso de andinos, orientales y centrales, doctrina del desmigajamiento
nacional forjada por politiquillos de aldea, por miopes caciques de caserío. Acción
Democrática aspira a ser —y será— el cemento que amalgame a todos los
venezolanos que amen su nacionalidad. El cemento que amalgame —para hacerla
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cada vez más fuerte y viril— el alma inmortal de la nación. (Prolongada ovación
ahoga las últimas palabras del orador).
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