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XI Congreso Argentino de Antropología Social
Rosario, 23 al 26 de Julio de 2014
GRUPO DE TRABAJO GT17-LA POLÍTICA COMO PROCESO VIVO: DE LA
RACIONALIDAD A LA CREATIVIDAD SOCIAL
TÍTULO DE TRABAJO Creatividad (socialmente) dislocada: Sociogénesis de un
proceso de “innovación” desarrollado en torno al reciclado de residuos 1.
Sebastián Carenzo. Sección de Antropología Social, Instituto de Ciencias
Antropológicas, FFyL-UBA/CONICET: [email protected]
Presentación de la problematización abordada en esta ponencia
El problema del “agregado de valor” resulta un tópico destacado en las agendas
gubernamentales y no gubernamentales relativas a la gestión de residuos domiciliarios e
industriales, en particular cuando analizan la situación de los denominados “trabajadores
informales” (cartoneros/as) vinculados a estos circuitos (cfr. SAyDS, 2005; Ley 13592/06;
Greenpeace et. al., 2009; ACUMAR, 2012). A diferencia de lo que ocurre con el sistema vigente de
recolección de residuos gestionado por empresas privadas concesionarias, la labor cotidiana de
recuperación y clasificación de materiales reciclables de la “basura” realizada por cartoneros/as no
ha sido aún reconocida como “servicio público”, configurando una de las principales demandas de
las organizaciones que nuclean a esta población2. Básicamente este trabajo se financia con la
comercialización de los materiales recuperados en un mercado que presenta altos niveles de
intermediación, formación monopolica u oligopólica de los precios y ausencia de regulaciones
estatales (Ibañez y Corropoli, 2002). En consecuencia los niveles de rentabilidad obtenidos en este
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Esta ponencia presenta resultados parciales del Proyecto PIP-CONICET “Lidiando con la solidaridad y el mercado.
Un estudio etnográfico de emprendimientos y encadenamientos productivos de la “economía solidaria” en
Argentina”, Instituto de Ciencias Antropológicas, FFyL, UBA.
La Comisión de Ecología y Medio Ambiente de la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires tiene en
agenda un proyecto de ley que propone el reconocimiento de la actividad realizada por “cartoneros/as” como
“servicio público”. La iniciativa es promovida desde el Foro de Recicladores y Recuperadores Urbanos en el cual
participan las principales cooperativas que desarrollan su actividad en territorio bonaerense. El reconocimiento
como “servicio público” apunta a lograr que las cooperativas de “cartoneros/as” puedan ser contratadas por los
municipios para prestar el servicio de “recolección diferenciada” de residuos potencialmente reciclables, bajo un
esquema similar al que organiza las contrataciones (via licitacion) del servicio de recolección “tradicional” con
empresas privadas.
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primer eslabón de la cadena resultan extremadamente magros, de allí que la valorización de la labor
de los/as cartoneros/as se destaque como línea de acción prioritaria en programas, proyectos e
instrumentos legislativos específicamente destinados a esta población (González, 2007; Ley
13592/06). Un común denominador en estas iniciativas está dado por la relación directamente
proporcional que se establece entre “agregado de valor” y la incorporación de “tecnología” en el
proceso productivo desarrollado en las cooperativas de cartoneros/as. La incorporación de máquinas
para el procesamiento de los materiales recuperados y clasificados por los cartoneros/as permitiría
su transformación en “insumos” a ser utilizados por establecimientos industriales de mayor
envergadura o complejidad (cfr. Caló, 2011 para el caso del vidrio), o bien para desarrollar un
“producto final” suceptible de ser comercializado en forma directa (cfr. Dietrich, 2011 para la
“pulpa celulósica moldeada”).
No obstante, y más allá de los aportes comprendidos en iniciativas específicas como las
citadas, los avances logrados hasta el momento en esta materia han sido por demás desalentadores.
A más de diez años de la emergencia del “fenómeno cartonero” en nuestro país 3 el proceso de
trabajo, así como las tecnologías y maquinarias empleadas, no registran transformaciones
significativas. Salvo pocas excepciones la mayoría de las experiencias desarrolladas por
cartoneros/as concentra sus actividades en la clasificación4 de los materiales recolectados y/o
recuperados, antes que en su procesamiento5. Incluso aquellas cooperativas que han logrado
maquinizar parcialmente el proceso de trabajo (con aportes estatales y de ONGs), lo hicieron en
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La existencia de personas y grupos dedicadas a recuperar materiales y alimentos de lo que el grueso de la población
porteña desechaba es una práctica antigua que puede rastrearse desde tiempos por lo menos desde las primeras
décadas del siglo XX (Guillermo, 2004). Sin embargo, es en forma posterior a “crisis de la convertibilidad”
(Bonnet, 2003) cuando la presencia masiva de “cartoneros/as” en las calles porteñas es instalado desde los medios
como un tema de agenda pública, dando lugar acalorados debates mediáticos y legislativos en torno a la legalidad
de estas prácticas, así como también respecto de su ordenamiento y reglamentación en la metrópoli de Buenos
Aires.
Comprende la separación de los materiales diferenciando rubros (metales, plásticos, celulósicos, vidrios, etc) como
tipos y calidades de las materias primas empleadas al interior de cada uno de ellos. Así por ejemplo los materiales
celulósicos pueden desagregarse en “cartón” y “papel”, pero a su vez ésta última comprende otras categorías como
“blanca” (p.e. papel de fotocopias), “segunda” (p.e. papel de revista) y “diario” entre otras más.
Esta labor se realiza básicamente sobre envases y objetos plásticos, en tanto su reutilización como materia prima
para la fabricación de nuevos productos requiere que sean reducidos previamente a particulas pequeñas y
uniformes. En primer término el material es lavado y luego molido en forma mecánica para obtener un “granulado”
de forma y tamaño muy similar a los copos de cereal. Luego con una “extrusora” (que derrite y criba el material) es
posible obtener particulas homogénas denominadas “pellets”, habilitando su utilización como insumos para la
fabricación de nuevos envases y objetos plásticos. En estos casos el precio del material puede llegar a aumentar
hasta un 200% respecto del precio obtenido por la comercialización del material en bruto.
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función de optimizar la labor de clasificación. De allí que las maquinarias incorporadas sean
básicamente cintas mecánicas, que reemplazan la clasificación en piso o en “cama” 6 y prensas para
poder enfardar y acopiar los materiales clasificados.
Ahora bien, esto no quiere decir que a nivel de las experiencias organizativas
protagonizadas por cartoneras/os no hayan tenido lugar procesos de desarrollo y -sobre todoadaptación de tecnología en función de mejorar sus labores cotidianas. Por el contrario, es posible
dar cuenta de una profusa elaboración de taxonomías, procesos físico-químicos y dispositivos
materiales (incluso maquinaria) que conforman una tecnología de clasificación desarrollada con
relativa autonomía del sistema de conocimiento científico y tecnológico, pero no por ello menos
sistemática ni compleja (Carenzo, 2011; Carenzo, Acevedo y Bárbaro, 2012). En buena medida, la
legitimidad ganada en estos años por las organizaciones de cartoneros/as en el debate público sobre
la “basura” como cuestión socioambiental, así como su participación en algunas experiencias de
gestión pública de residuos en el área metropolitana, se corresponden de hecho con el desarrollo de
este expertice vinculado a la clasificación. Dar muestras de efectividad y eficiencia en la gestión de
la clasificación como práctica basal de los circuitos económicos del reciclado, ha sido tanto un
requisito explícito (o tácito) de interlocutores gubernamentales y no gubernamentales, como una
meta autopromovida por las propias organizaciones de cartononeros/as. Evidenciar capacidad de
gestión en programas de “recolección diferenciada” en vía publica o gestionar “plantas sociales de
separación”7, era también un modo de descentrar su práctica del registro de la “informalidad” y de
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La forma de clasificación más rudimentaria se realiza volcando el contenido de los bolsones provenientes de la
recolección en el suelo para luego separar los materiales (tipos y subtipos) en otros receptáculos (bolsones, cajas,
bolsas, cajones, etc). Una técnica mas depurada consiste en repetir el mismo procedimiento pero sobre una
superficie plana y elevada denominada “cama” o “mesa” que permite trabajar desde una postura erguida y al mismo
tiempo que varios integrantes se ubiquen rodeando esta superficie para trabajar en simultáneo. La ventaja de esta
útlima modalidad es que permite organizar colectivamente la clasificación, al asignar distintas “posiciones” en las
que cada integrante es responsable de recuperar solo uno o dos tipos de materiales. Por último la “cinta” replica este
útlimo procedimiento pero incorporando el movimiento mecánico de los materiales que “corren” delante de los
operarios que flanquean el dispositivo.
Los programas de “recolección diferenciada” establecen un recorrido alternativo al que tradicionalmente prestan las
empresas de recolección, para recuperar los materiales previamente preclasificados por los habitantes. Esta labor
puede ser realizada por cooperativas de cartoneros o bien por las mismas empresas de recolección solo que en
horarios y dias diferencidos. Las “plantas de separación y clasificación” pueden ser gestionadas por cooperativas o
empresas privadas, están localizadas dentro de los rellenos sanitarios y lo que hacen es clasificar la basura que
proviene de dos circuitos en teoría diferenciados (uno para secos y otro para humedos). Para ello el camión
recolector dispone los residuos sobre una cinta transportadora elevada que los hace correr. La cinta esta flanqueada
por distintos puestos donde cada operario/a debe recuperar una clase de material reciclable (plásticos, papel, cartón,
vidrio, etc.). Este proceso permite minimizar la cantidad de material que llega al final de la cinta, cuyo destino final
es el enterramiento en los rellenos sanitarios.
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su existencia como una mera reacción espasmódica frente al hecho de encontrar amenzada su
supervivencia; permitiéndoles por ende disputar la condición de actores legítimos en la discusión
pública y política sobre la gestión de residuos. Una problemática que hasta entonces era definida en
términos técnico-profesionales, en la cual estas organizaciones comenzaron a intervenir de hecho y
en la cual el alcance y modos de participación ha sido – y en buena medida aún lo es- puesta en
cuestión en forma recurrente8. En tal sentido, es posible señalar que la acción creativa puesta en
juego por los/as cartoneros/as -involucrando el desarrollo, manipulación, adaptación y
transformación de tecnologías- no ha estado direccionada a la búsqueda del “agregado de valor” vía
procesamiento del material, sino principalmente a organizar y mejorar las condiciones de trabajo y
comercialización vinculadas a la clasificación en tanto práctica nodal de su labor cotidiana.
En esta ponencia reconstruyo y analizo desde un enfoque etnográfico la práxis creativa
desarrollada en el marco de una cooperativa de cartoneros/as, que involura desde la
autoconstrucción de máquinas y herramientas para el trabajo, empleando materiales recuperados de
la vía pública, hasta procesos aplicados al reciclado de residuos industriales. El análisis de esta
experiencia, supone un triple desplazamiento que ilumina nuevas aristas en la problematización que
vengo elaborando respecto de la relación entre producción de valor y desarrollo/adaptación de
tecnología9. Por una parte, en relación a la centralidad que adquiere la clasificación como práctica
nodal en la labor de las cooperativas, explotrando los límites y posibilidades de trascender esta
práctica, abriendo con ello la posibilidad de reconocimiento de otras habilidades y destrezas. Por
otra, en términos del sentido unidireccional que caracteriza las propuestas “técnico-profesionales”
para el “agregado de valor”, basadas en la idea que la valorización del trabajo de los cartoneros/as
depende de la posibilidad de avanzar linealmente en las diferentes “cadenas de valor” actualmente
existentes a través de las cuales se transforman “insumos” en “productos”. Finalmente en relación al
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Una publicación reciente (promocionada en el sitio web de la CEAMSE) sostiene que el reciclado y la gestión de
los residuos resulta un tema “ambiental y sanitario” antes que socio-laboral, por lo tanto la labor en vía pública de
“cartoneros y cirujas” podía resultar admisible en contextos de crisis estructural, pero no en la actual coyuntura de
crecimiento sostenido de la economía (Cfr. Rodríguez, 2010)
En este sentido la ponencia despliega resultados preliminares de una investigación en curso que aborda prácticas de
adaptación, diseño y construcción de tecnologías desarrolladas en la Cooperativa de Provisión de Servicios
“Reciclando Sueños” (La Matanza, Prov. Buenos Aires), explorando el potencial analítico de un enfoque de cultura
material para abordar la sociogénesis de los circuitos que permiten la transformación de los residuos en mercancías.
Más específicamente focalizo en la construcción de “formas sociales de valor” que organizan y modelan estos
circuitos donde la materia desechada resucita en la vida social, cargándose de nuevos sentidos, sosteniendo y/o
produciendo nuevos vínculos e identidades.
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locus social donde se despliega esta praxis experimental que da lugar a “innovaciones”, en tanto no
se derivan del aporte de cuadros “técnicos” especializados, sino que es elaborada desde el marco de
una cooperativa que cartoneros/as cuyos integrantes carecen de los capitales simbólicos,
económicos y técnicos que permiten acreditar estas socialmente estas competencias.
El arte de experimentar sin capitales
Los inicios de la Cooperativa Reciclando Sueños de La Matanza se remontan al año 2003
cuando un grupo de ex-referentes de la Federación de Tierra y Vivienda 10, se organizan en el Barrio
San Alberto para trabajar en forma asociada en la recuperación de residuos de la vía pública 11. Con
este fin van nucleando un grupo de varones desocupados del barrio que no contaban con
experiencias previas de trabajo asociativo y que desarrollaban prácticas de “cirujeo” en forma
individual12. El nuevo formato suponía mejorar las condiciones de autoempleo alcanzando mayores
ingresos al comercializar un volúmen mayor en forma colectiva. No menos importante era la
relativa protección que la forma asociativa brindaba frente a los frecuentes eventos de abuso por
parte de las fuerzas de seguridad, dado que la actividad estaba formalmente prohibida en el ámbito
del área metropolitana de Buenos Aires 13. Desde aquel entonces la cooperativa desarrolló una activa
labor para promover el desarrollo de sistemas de gestión de los residuos en el distrito que sean no
solo sostenibles en terminos ambientales sino también sociales, es decir incluyendo a cartoneros/as
10 Esta organización formaba parte de los denominados localmente movimientos “piqueteros” que tuvieron un amplio
protagonismo durante los sucesos anteriores y posteriores al 2001 en la construcción de demandas vinculadas al
mejoramiento de las condiciones de vida de los sectores más humildes de la población.
11 El Municipio de La Matanza constituye uno de los distritos más pobres y densamente poblados del Área
Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), con una extensión de 325.71 km2 y una población de 1.251.457 según los
datos disponibles (INDEC, 2001). Según datos provenientes de una encuesta realizada por el Municipio, en 2004 el
18,6% de los hogares y el 28,7% de las personas se encontraban con Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI). San
Alberto es uno de los barrios donde esta situación de pobreza se expresa en forma maá evidente.
12 En el Area Metropolitana de Buenos Aires es posible dar cuenta de la existencia de una población de dicada
históricamente a la recuperación de materiales de los residuos. Estos eran conocidos como “cirujas” como
derivación del término “cirujano”, trazando una analogía entre el hecho de abrir cuerpos y bolsas para sacar cosas
de interior. Para un análisis detallado de los cambios en la gestión pública de los residuos y las prácticas de reciclaje
de Argentina, en particular en la Ciudad de Buenos Aires, recomiendo el trabajo de Pablo Schamber (2008).
13 El artículo 11 del Decreto-ley 9.111/78, sancionado durante la última dictadura militar, solo exceptuaba de la
prohibición al personal de las empresas adjudicatarias del servicio de recolección en cada municipio, asegurando de
este modo la rentabilidad de la prestación. En este marco cualquier desviación podía resultar penalmente
sancionada, motivando además la intervención de la fuerza pública de seguridad para su asegurar su cumplimiento.
Recién en 2006 con la sanción de la Les 13592 se deja sin efecto este decreto en al territorio de la provincia de
Buenos Aires, cabe destacar la Cooperativa Reciclado Sueños junto con otras organizaciones estuvieron
involucradas en las discusiones con funcionarios y legisladores que dieron lugar al texto definitivo de la ley.
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y vecinos como parte de la solución de un problema común. Esta orientación se plasmó en la puesta
en marcha entre 2006 y 2010 del Programa de sepración domiciliaria y recolección diferenciada
“Reciclando Basura, Recuperamos Trabajo” implementado con apoyo municipal en las localidades
de Aldo Bonzi, Tapiales y centro comercial de San Justo. Esta experiencia sirvió como plataforma
para elaborar la principal demanda de la cooperativa (hoy extendida vía redes transnacionales a
otras organizaciones de cartoneros del país y de la region) consistente en luchar por el
reconocimiento de la actividad realizada como un “servicio público” que debe ser financiada bajo el
mismo esquema que la recolección de residuos “tradicional”, es decir a partir de los recursos del
municipio14. En este sentido la cooperativa se ha convertido en una referencia dentro de este campo,
tanto a nivel nacional como internacional, participando activamente en foros, congresos y otros
eventos donde se discuten problemáticas inherentes al sector y se elaboran propuestas de
intervención.
Mi contacto con Reciclando Sueños se origina hacia fines de 2004 como parte de un equipo
mas amplio encargado de implementar un proyecto de “investigación-acción” tendiente a crear
redes entre experiencias de autogestión del empleo en el área metropolitana 15. Desde entonces he
venido trabajando -junto con otros/as colegas- en el marco de una propuesta de investigación
colaborativa, donde tratamos de articular nuestra formación y entrenamiento en etnografía con el
aporte de otras perspectivas (como p.e la educación popular) 16. Sin embargo más allá de esta
caracterización racionalizada (y ex post) sobre lo que viene siendo una larga trayectoria de
investigación y acompañamiento con los integrantes de Reciclando Sueños, debo destacar que uno
de los atributos que más me fascinaron (y claramente aún lo hacen) de esta experiencia está
asociado a su encomiable destreza para hacer y deshacer máquinas empleando toda clase de
14 El gasto derivado de la prestación de este servicio rankea entre el primer y quinto lugar en el orden de erogaciones
de mayor magnitud dentro de los erarios municipales. La demanda por el reconocimiento como “servicio publico”
apunta a redireccionar parte de esos fondos a financiar experiencias como la del programa “Reciclando Basura,
Recuperamos Trabajo”.
15 Este proyecto, de un año de duración, fue desarrollado por un equipo interdisciplinario de becarias/os del Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y la Agencia Nacional de (ANPCyT) en forma
paralela a los proyectos de tesis que cada uno de nosotras/os realizaba en forma personal. El proyecto se inició
hacia fines de 2004 en el marco del Centro de Estudios Laborales- Programa de Investigaciones Económicas sobre
Tecnología, Trabajo y Empleo (CEIL-PIETTE) con un financiamiento del Programa North-South del National
Center of Competence in Research (Suiza) y su objetivo general consistía en promover la creación de redes entre
emprendimientos autogestivos, entre los cuales se incluía la cooperativa Reciclando Sueños.
16 No puedo profundizar en esto aquí pero remito al siguiente texto citado en la bibliografía (Fernandez Alvarez y
Carenzo, 2012).
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elementos, herramientas y materiales, entre los que se destacan aquellos que recuperan de la
“basura”. Todavía hoy disfruto enormemente llegar al fondo del galpón donde están emplazadas las
maquinas para lavado, molido y secado de plásticos, para perderme entre una selva confusa y
abigarrada de caños, dínamos, “gusanos”, transformadores, motores eléctricos, “bobinados”
desarmados, rulemanes del tamaño de una rueda de automóvil, paneles de control de maquinas
destartaladas, entre otras joyas que capturan inevitablemente mi atención. Sobre este fondo se
acopia el “fierro”, pero no el que luego es comercializado como chatarra, sino el que ha sido
“seleccionado”. En este sentido, Webb Keane señala que la materialidad de los objetos (expresada
en su durabilidad, morfología, etc) excede los atributos convencionales encarnados en su
fabricación primigenia, posibilitando por ende su movimiento entre diferentes dominios semióticos
(2001:73). Así la categoría “seleccionado” clasifica (inmovilizando) esta porción de la materia
puesta en circulación por acción de los trabajadores de la cooperativa, en función de destacar este
atributo en particular: son cosas o pedazos de ellas, que en potencia pueden ser reutilizadas en un
sinfín de modelos posibles de máquinas, herramientas y/o medios de transporte. Así por ejemplo un
viejo transformador eléctrico proveniente del desguace de una antigua heladera comercial, puede
ser reconvertido en un versatil soldador transportable, tal como ocurrió con la primer herramienta
de trabajo autofabricada en la cooperativa (Ver Imagen 1 en Anexo al final).
La operación clave que quiero destacar al focalizar en estos “fierros seleccionados” es
justamente la de prefigurar es decir la capacidad (creativa) de representar algo anticipadamente,
pero no solo en términos de definir un objeto específico prediseñado, tangible aunque más no sea en
la imaginación; sino principalmente en el sentido de prefigurar en forma latente multiples usos y
recontextualizaciones en función de una o dos propiedades/cualidades potenciales objetificadas
(Miller, 1987) en esas cosas o fragmentos de ellas. Entre otras cosas: capacidad para contener
volúmenes, rigidez para sostener peso, formas versátiles para ser reutilizadas, etcétera. Volviendo a
la soldadora, esto supuso operar el desvío de la ruta que la propia cooperativa organizó para
comercializar los materiales que luego se emplearon en su construcción: transformador, mango de
bicicleta, flejes y caños de acero, ruedas de “changuito”, interruptores y cables eléctricos. Estos
elementos podrían haberse comercializado en forma genérica como plásticos y metales, sin embargo
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la circulación de cada uno fue siendo suspendida en forma independiente, para quedar reservados,
acumulados, en estado latente. Esta es justamente la razón de mi fascinación por este conjunto de
“fierros” cuyo desorden aparente engaña como abandono: la posibilidad de adivinarlos
posteriormente en medio de la tosca apariencia de una nueva máquina o herramienta, terminada o
en progreso. Ahora bien, no cualquier integrante de la cooperativa tiene la competencia para
determinar que va al “seleccionado” y que no, o mejor dicho esta competencia es monopolizada por
Marcelo en función de un expertice tecnológico que recupera tanto los aportes en su propia
trayectoria biográfica, como principalmente en su progresivo y minucioso conocimiento de los
circuitos económicos vinculados al reciclado de materiales.
Tecnología de clasificación como tecnología organizativa
Marcelo tiene actualmente 47 años, no solo es uno de los fundadores -y actual presidentede la cooperativa, sino además es el responsable del diseño y construcción de la mayoría de los
“desarrollos tecnológicos” elaborados en la cooperativa, tal como los denomina con tanto orgullo
como ironía. Su padre hizo carrera de operario en la planta de Mercedes-Benz en Gonzales Catán, a
la que también entró desde muy joven. Allí aprendió nociones básicas de soldadura y mecánica,
aunque a diferencia de su padre siempre fue bastante rebelde, repartiendo su tiempo entre el empleo
en la fábrica y la militancia dentro de espacios políticos de izquierda. A inicios de los noventa fue
víctima de una de las tantas “reestructuraciones de personal” que lo dejó en la calle. No volvió a
conseguir empleo en fabricas, pero en cambio pudo profundizar su trabajo en el “armado territorial”
de la FTV, llegando a integrar el círculo de confianza de Luis D'elia (su principal dirigente). Esta
labor militante fue complementada también con el trabajo de venta abulante en la vía pública, hasta
que hacia 2003 tras una serie de conflictos internos que lo alejan de la FTV empieza a darle forma
al proyecto de armado de una cooperativa junto a otros cinco ex-referentes de la organización que
militaban en el San Alberto y alrededores. Marcelo caracteriza esta inciativa como “la posibilidad
de volver a articular lucha política y trabajo”, una propuesta desde la cual “refundar” el trabajo
territorial, convocando a “los compañeros” desde la actividad a la cual la gran mayoría de los
habitantes del barrio se dedicaba: el “cirujeo” o “cartoneo”. Dueño de un espíritu inquieto y muy
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“busca”, Marcelo fue quien se puso al hombro el proyecto de la cooperativa, no solo “metiendo la
mano en la basura”, sino también delineando sus principales líneas de acción. En aquel entonces la
“línea” pasaba por mejorar las condiciones en las cuales cada compañero hacia la recolección
(disponer de carros y bolsones, pero también protección frente a abusos policiales), pero por sobre
todo por fortalecer las destrezas requeridas para clasificar el material, ya que ahí estaba la clave
para valorizar el trabajo que realizaban. Hasta ese entonces quienes integraban este primer intento
de organización vendían el material recolectado solo discriminando en grandes rubros: papel y
cartón, PVC, botellas, alumnio, cobre y chatarra.
El siguiente testimonio reconstruye el proceso de sistematización e incorporación de un
saber específico vinculado la clasificación:
“Nosotros al principio juntamos todo el plástico junto y le decíamos PVC. No se porque le decíamos PVC.
Bolsitas, polietileno, eso no se juntaba nada. Se juntaban cosas grandes y lo que hoy nosotros llamamos
bazar, o polietileno de alta o polipropileno, en aquel momento le decíamos PVC todo junto. Porque donde lo
vendíamos lo compraban todo junto y nos decían plástico, plástico duro. (…) O sea lo que hacía el tipo que
nos compraba era comprarnos a lo que valía mas barato, lo paga mas barato y después separaba ganando el
doble o el triple con la separación. Tuvimos que aprender a separar. (…) Yo fui siempre el más hinchapelotas
en algunas cosas, entonces iba y le decía a compañeros de otras cooperativas que quizá conocían un poquito
más de plástico. ¿Este que plástico es? Y me decían PP. Entonces yo agarraba un fibrón, le ponía PP y me lo
traía. ¿Y este…? Cuando logre tener todo más o menos esos plásticos vine acá y les dije: compañeros, esto
tenemos que empezar a ver. Yo lo que veía es que todos agarraban y prendían fuego y quemaban el material
y después fuimos entendiendo que los materiales reaccionan de forma distinta. Hay uno que, por ejemplo,
vos lo querés prender fuego y no se prende fuego. El PVC por ejemplo, vos lo prendes fuego y se hace un
carbón, no hace llama. Bueno, si prendíamos y no hacia llama era PVC o podía ser algún derivado del PVC
pero bueno, más o menos estábamos mas cerca. El polietileno tenía un olor a vela cuando vos lo prendías. El
alto impacto tenia un olor medio dulzón y largaba un humo negro. El PET cuando lo prendés hace como si
fuese que hierve el plástico y saltan cositas y larga un olor muy dulzón, entre dulzón y agrio, medio raro.
Entonces tenías que aprender esas cosas y lo escribíamos como nosotros podíamos. Así fue que empezamos a
clasificar en serio.”
El relato destaca la importancia de los modestos aprendizajes que elaboraba a partir de su
vínculo con intermediarios (denominados “galponeros”), encargados de pequeñas y medianas
industrias a quienes vendían el material y también compañeros/as de otras cooperativas y grupos
que se iban formando por aquel entonces. La crítica realizada por el antropólogo Tim Ingold (2000)
al dualismo técnica/tecnología, aporta una sugerente clave analítica que podemos movilizar para el
análisis del proceso caracterizado en el testimonio. Ingold remarca la importancia de atender al
tratamiento práctico del uso tecnológico y su imbricación en ensamblajes de actividad socio– XI Congreso Argentino de Antropología Social – Facultad de Humanidades y Artes –
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técnica, más que asumir en forma naturalizada la existencia de una separación dual entre “técnica”
entendida como mera habilidad práctica o ad hoc y “tecnología” como un sistema organizado de
conceptos y principios. Antes que un conjunto dado y finito de saberes y procedimientos susceptible
de ser replicado en forma lineal, Ingold remarca el carácter dinámico de estos procesos cuya
interpretación no puede escindirse de su despliegue específico en determinados contextos prácticos
de actividad. Como señala Marcelo, el proceso de construcción de la clasificación como técnica se
sostiene en y por la experiencia derivada de un proceso de trabajo que a su vez va modelándose en
forma cotidiana. La exploración y el conocimiento progresivo de la materialidad de los objetos
manipulados, en este caso de sus propiedades físico-químicas, permite ajustar la práxis
clasificatoria, logrando mayor precisión en la separación de los distintos tipos y calidades de
materiales manipulados, y por ende mejores condiciones de comercialización.
En esta línea es preciso reparar en las condiciones en las cuales se produce el método de
clasificación desarrollado, ya que a diferencia de otras experiencias de autogestión del trabajo que
se organizaban en torno a actividades ya consolidadas en términos de su gestión técnica, económica
y hasta legal; la recuperación y clasificación de materiales provenientes de la “basura” no contaba
con un acervo de saberes socialmente disponibles y suceptible de ser transferido en forma más o
menos sistemática (sea por via de profesionales técnicos, manuales, cursos o sitios de internet).
Este saber se construía sobre el registro oral a partir de la propia experiencia cotidiana reforzada con
el intercambio entre trabajadores de otras cooperativas. La imagen 2 (ver Anexo al final) retrata
uno de los carteles elaborados por Marcelo para que los/as compañeras/os puedan actualizar
referencias durante el proceso de clasificación. El cartel traduce la terminología del sistema SPI
(Sociedad de Industrias del Plástico) que funciona como standard a nivel mundial para ser
incorporada en las matrices con las cuales se moldean envases plásticos. Los números (1 a 7)
contenidos dentro del ícono del reciclado indican el tipo de composición química del plástico
utilizado para su fabricación. Esta información es clave para posibilitar su posterior reciclado, ya
que cuanto más bajo es el número más fácil resulta su reciclado posterior. Lo interesante de la
imágen radica justamente en este acto de traducción de este sistema internacional al sistema de
clasificación nativo. En algunas categorías, por ejemplo Nro 1, estas coinciden ya que se trata del
PET o tereftalato de polietileno que es la materia prima con la que se elaboran las botellas de
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gaseosas entre otros objetos de uso cotidiano. En otras la traducción remite directamente a un tipo
de objetos que requiere una clasificación especial, tal como sucede con el Nro 6 que corresponde al
PE o poliestireno en el sistema SPI y a “vasitos” en el sistema de la cooperativa. Decía clasificación
especial, porque estos “vasitos” descartables son elaborados con un material potencialmente
reciclable, pero que en los hechos aún no tiene una línea de comercialización ajustada. Dicho de
otro modo, la categoría “vasito” concentra muchos otros envases y objetos, básicamente aquellos
materiales que aún no tienen mercado en el reciclado y por eso no pueden ser comercializados por
la cooperativa. Como evidencia Marcelo en su relato, el saber requerido para la clasificación se fue
sistematizando e incorporando desde la práctica, poniendo en juego la réplica y la imitación (como
cuando escribe “PP” en el objeto, para usarlo de modelo in vivo), así como el despliegue sensible de
los sentidos (vista, tacto, oído y olfato) para identificar materiales desde un registro alejados de
categorías científicas (composición química) pero a su vez tan específicos como el tipo de olor
(“dulzón”, “agrio”) que desprenden al entrar en combustión.
El desafío de trascender la tecnología de clasificación
El desarrollo de una tecnología de clasificación resultó clave para organizar el
funcionamiento de la cooperativa. Aportó criterios desde los cuales organizar el proceso de trabajo
común realizado en el galpón donde eran acopiados los materiales recolectados, y mejoró las
condiciones de comercialización al obtener mejores precios de venta por el material preclasificado.
Sin embargo, también es necesario destacar que todos estos avances se sostenian en una mejor
integración con el mercado del reciclado existente, es decir aquel que esta organizado para abastecer
con insumos recuperados procesos de industrialización desarrollados por empresas capitalizadas
que podían incorporar parcialmente o incluso sustituír por completo el uso de materia prima nueva
(y más costosa). Así, volviendo al cartel elaborado por Marcelo, puedo señalar que las botellas
descartables que aportan el grueso de los material para la categoría 1 (PET) eran vendidos a una
gran empresa acopiadora de capitales chinos que monopoliza la compra de este material en todo el
país17; mientras que los materiales correspondientes a la categoría 5 (PP, también llamado “bazar”),
17 Las botellas de PET son transportadas hacia centros industriales chinos que las procesan para obtener hilados
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básicamente juguetes y otros objetos de menaje doméstico, eran comercializados en forma directa a
dos PYME locales, una fabricaba mangos de banderas (como las que se comercializan en la entrada
de los estadios de fútbol) y la otra trofeos para competencias. Nuevamente la categoría que no podía
ser vehiculizada en términos comerciales correspondía a la número 6 “vasitos”, que como como
señalé incluía un conjunto mas amplio de objetos. Este tipo de material no tiene ninguna limitación
de índole técnica para ser reutilizado en procesos de reciclado, de hecho es consumido en otros
países con este fin, sin embargo a nivel local no existe demanda identificable relacionada con su
empleo por parte de industrias. El problema con este material es que carece de mercado, razón por
la cual la gran mayoría de los cartoneros/as que recuperan materiales (sea en forma individual como
cooperativa) no recojen éste ni ningún otro material que no pueda ser comercializado
posteriormente18. La pregunta entonces es por qué esta categoría 6 (correspondiente al poliestireno
en el sistema SIP y a “vasitos” en la nomenclatura de la cooperativa) fue finalmente incorporada en
este cartel que servía como parámetro guiar la labor cotidiana de clasificación.
La respuesta se relaciona con una de las claves analíticas que se deriva del primer
desplazamiento señalado en la introducción a esta ponencia. La presencia de la categoría “vasitos”
en ese cartel responde al hecho que, a diferencia de otras cooperativas era un material habitualmente
manipulado por los integrantes de la cooperativa en su labor cotidiana. Es decir, es un material que
sí era recuperado y posteriormente clasificado, tal como ocurre con el resto de los otros plásticos
que tienen un mercado consolidado donde ser comercializados. Ciertamente se trataba de un
material menos frecuente en relación a otros, pero cuyo volúmen final justificaba su acopio en un
rincón del galpón. A diferencia de otros materiales que ya tenían su circuito mas o menos aceitado,
estos bolsones que acumulaban materia (in)útil (“vasitos”) se transformaron durante varios meses
en una de las vívidas obsesiones para Marcelo. Sencillamente se resistía a pensar que un material
utilizado para hacer instrumentos descartables (vasos y cubiertos) no pudiera reutilizarse en la
fabricación de nuevos productos. Había que “buscarle la vuelta”, insistía una y otra vez. Así fue que
intentó diferentes formas de procesarlo/venderlo: probando mezclas con otros tipos de plásticos,
sintéticos (como p.e. la tela “polar”) que luego comercializan globalmente. En este caso, las ventajas correspondian
a alcanzar un volumen que permitiera vender directamente a este gran acopiador y también a obtener un mejor
precio por comercializar el material discriminado por “color” (verde y cristal) y “limpio” (es decir sin la etiqueta y
la tapa, que se elaboran con otros tipos de plástico).
18 El caso del poliestireno expandido, más conocido por su nombre comercial “Telgopor” es también representativo
de esta cuestión.
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moliéndolo para luego alimentar una extrusora bastante rudimentaria que la cooperativa heredó del
dueño de una antigua fábrica de las inmediaciones, tratando de reducirlo incorporando una fuente
de calor (soplete de gas a garrafa) dentro de la secadora autoconstruida con la base de una
mezcladora de obra a la que le acoplaron un tambor de aceite (Ver imagen 3 ver Anexo al final).
Lamentablemente ninguno de estos intentos funcionó. Marcelo finalmente no consiguió
encontrale la vuelta para comercializar este material, pese a dedicar jornadas enteras
experimentando formas de procesamiento, ocupando tiempo, energía y dinero en viabilizar
sinnumero de averiguaciones respecto de posibles usos de este material a partir de las cuales pensar
formas adecuadas de procesamiento. El punto para la argumentación que aborda este primer
desplazamiento no esta en el éxito o fracaso final de este intento, sino justamente en el propio
ejercicio de buscarle la vuelta, es decir crear el espacio para experimentar aún cuando las
condiciones objetivas indiquen la irracionalidad de esta empresa. Veamos esto con más detalle.
En primer término, las pruebas de ensayo y error realizadas se hacían aún en un contexto
signado por urgencias bien concretas de todo tipo, donde todo el tiempo y el dinero disponibles en
el cooperativa, claramente no alcanzaban para lidiar con ellas. Básicamente Marcelo pensaba que y
como hacer con “vasitos”: mientras iba de camino a una reunión con el secretario de ambiente
municipal para ver si conseguía una “ayuda” para “levantar los retiros de los compañeros”; mientras
cambiaba un cheque en una “cueva” para tener acceder a efectivo; mientras trataba de mediar en
uno de los “quilombitos” cotidianos entre compañeros; mientras arreglaba el burro del Chevrolet
del 46 que se había “empacado” por segunda vez en una semana dejando a la cooperativa “sin
logística”. Marcelo piensa mientras. Por otra parte, Marcelo trataba de buscarle la vuelta con las
herramientas, dispositivos y recursos que tenía a mano. Así por ejemplo, intentaba procesar los
vasitos y cubiertos en un molino que la cooperativa había autoconstruído que se “atoraba”
frecuentemente y que “sacaba el material muy grueso”, lo que a su vez despues dificultaba su
empleo en la extrusora. Finalmente, aún cuando todo este proceso experimental hubiese tenido
éxito, es decir que hubiese resultado en una forma de comercializar el material, el aporte de éste a la
operatoria económica global de la cooperativa no hubiese sido muy significativo. Básicamente la
clave del “negocio” en este eslabón de la cadena pasa por el crear volúmen, y ciertamente este
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material no era de los más frecuentes.
Es por todo esto que la praxis creativa desarrollado por Marcelo y sostenida (con mayor o
menor acuerdo, pero sostenida al fin) por sus compañeros en la cooperativa, nos obliga a pensar esta
cuestión en un horizonte mucho mas lejano -y desafiante- que el que caracterizamos como
tecnología de clasificación. No se trataba de gestionar mejor un material para el que ya había un
mercado consolidado, por ejemplo afinando su clasificación e incluso avanzado en su
procesamiento. En efecto, el trabajo sobre “vasitos” puede ser comprendido como un proceso
creativo y experimental destinado a crear un mercado para este material dificil y esquivo que exigió
tanto a las destrezas personales de Marcelo, como a las capacidades instaladas de la cooperativa
para sostener este tipo de prácticas. El desplazamiento que esta indicando esta experiencia procede
en relación a la estrechez de miras con la cual nos aproximamos a la labor realizada por
cartoneros/as. Performada por un economicismo implacable tendemos a pensar que la acción
creativa de sujetos necesitados esta anclada de forma indeleble en el plano de la superviviencia, que
guía la asignación de esfuerzos y recursos de modo instrumentalista basado en una racionalidad
económica orientada a maximizar beneficios y minimizar los costos. Como señala David Graeber
(2001:7) la noción de valor pensada solamente en sentido económico, no alcanza para dar cuenta de
la enorme cantidad de energía creativa que las personas ponemos en acciones (aparentemente)
innecesarias. Para dar cuenta de ello recupera la critica que Malinowski elabora en Los Argonautas
acerca del recurso al utilitarismo para pensar las economías en contextos no occidentales. El
empeño y dedicación puesta por los trobiandeses en el cultivo de sus jardines de ñame, hace que la
productividad de éstos exceda por mucho la demanda de consumo local, la mayor parte de lo
producido terminaba pudriéndose, y más aún, aquella parte que era efectivamente consumida no
correspondia al propio cultivador sino a sus parientes políticos. Antes que minimizar esfuerzos y
maximizar el aprovechamiento del esfuerzo invertido, Malinowski muestra la importancia que
adquieren otras formas de pensar la relación entre esfuerzo y valor. Estos cultivadores trabajaban
mucho más de lo requerido, ya que no solo es importante que el jardín de ñame produzca lo
suficiente sino también que sea hermoso y atractivo.
Siguiendo esta línea puedo señalar que el desarrollo de una tecnología de clasificación en
cartoneros suena plausible y lógica: individuos que organizan un sistema de conocimiento que
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asegura las condiciones de reproducción inmediata. En cambio experiencias como la de “vasitos”
que van mucho más allá de la clasificación (lo necesario) y más allá incluso de la lógica desde la
cual se piensa el “agregado de valor” desde las agencias que apoyan a este sector 19 (lo posible), nos
suenan cuando menos desatinadas, cuando no directamente irracionales20. Estos grandes temas,
relativamente novedosos en terminos de su elaboración social, tales como el reciclado, la
reutilización y como veremos a continuación el posconsumo, son todavía pensados como
patrimonio de expertos. Como sociedad esperamos que cualquier avance o novedad en este campo
sea resultado del trabajo realizado en centros científicos y tecnológicos, pero no desde personas y
experiencias que no cuentan con ninguno de los capitales para acreditarse legitimamente en el
terreno de la innovación.
Los límites de la “innovación” socialmente dislocada
Afortunadamente de tanto en tanto suceden anomalías. De hecho la experimentación
(fracasada) sobre “vasitos” es una de las tantas experiencias de este tipo que ví y acompañe en mis
años de trabajo con Reciclando Sueños. Así como ésta en particular no pudo prosperar, otras si lo
hicieron o mejor dicho pueden estar en camino a hacerlo.
Hacia fines del año pasado Marcelo recibió el llamado de una ingeniera ambiental que se
desempeña en una empresa multinacional de fabricación de cerveza, “llegó googleando, por la
página” especifica Marcelo cuando me cuenta sobre el contacto, y cierra señalando “Me preguntó si
nos interesaba una pulpa de papel que a ellos les queda después de lavar las botellas, y que le voy a
decir.. mas bien que si!”. Luego del llamado se sucedieron dos encuentros en la planta de
fabricación de la empresa, donde además de la ingeniera participó otro colega que trabaja en la
misma sección. Muy sintéticamente el planteo era el siguiente: Como residuo del proceso de lavado
generan entre 100 y 150 toneladas mensuales de pulpa de papel proveniente de las etiquetas. Este
papel se elabora con una técnica de fibrado que lo hace resistente a la humedad, por eso no se
rompe la equiqueta cuando se enfrian las botellas (aún sumergiéndolas en agua helada). Justamente
19 Avance lineal en la cadena de un producto: si es plastico el primer paso es clasificarlo y el segundo es molerlo para
obtener un precio mayor, por ende hacia allí van orientados los esfuerzos.
20 Esta reflexión sobre la racionalidad/irracionalidad busca dialogar con la elaborada por otra colega que trabaja y
acompaña esta experiencia (Ver Fernandez Alvarez, 2011)
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por esta razón las papeleras recicladoras no les compran este material, ya que es muy dificil de
desfibrar21. Hasta ahora todo este residuo se disponia en el relleno sanitario, pero además del
elevado costo que tiene esto, la empresa enfrenta actualmente una mayor presión de los organismos
públicos de control ambiental respecto de esta forma de disponer el residuo.
Luego de la primer visita a la planta, Marcelo entró en uno de sus estados de efervescencia
creativa, lo cual se expresa incluso corporalmente a través de una marcada locuacidad acompañada
de un sudor excesivo en la frente y sienes. Su primer razonamiento era mas o menos el siguiente: La
imposiblidad de vender este material desde la empresa obedece al grado de conocimiento del sector,
dicho de otra manera, sus intentos por vender el material se realizaron de “gran empresa a gran
empresa” con la mediación de una multiplicidad de requisitos formales que muchas veces son
imposibles de zanjar desde esta lógica (p.e. el material viene “sucio” es decir tiene particulas de
vidrio de las botellas que se rompen en el proceso). Su primera propuesta era explorar formas más
eclécticas de venta, por ejemplo a “galponeros” que pudieran estar interesados en este material para
mezclarlo con papel de diario y venderlo a fabricas mas chicas. Dado el enorme volumen en juego,
aún comercializando este material a un precio muy bajo, la rentabilidad de la operación estaba
asegurada. Además este material no requeria ninguna labor de clasificación, así como llegaba a la
cooperativa podría comercializarse, asegurando un interesante retorno en forma regular, que
ayudaría a fortalecer la magra economía de la cooperativa.
Munido de las “muestras” que se había llevado en la primer visita a la planta, Marcelo se
dedicó a recorrer sus contactos entre “galponeros” y pequeños fabricantes. Al principio parecia que
su intuición estaba errada ya que sumó varios rechazos de plano, incluso de gente que decía conocer
el material. Sin embargo finalmente pudo establecer un “arreglo” con un galponero que accedió a
comprar el material y “ver que pasa”. Posteriormente esto dió lugar al establecimiento de un
“convenio” con la empresa fabricante del residuo donde se estipulaban las condiciones de la
transferencia de ese material hacia la cooperativa. Marcelo incluso había logrado que la empresa
pagara un monto bastante simbólico, pero significativo al fin: $100 por cada tonelada envíada a la
cooperativa para cubrir los gastos logísticos que suponía la gestión (“ahora responsable” como
21 El proceso de reciclado de papel justamente se basa en un procedimiento desfibra el papel por acción mecánica en
agua. Estas máquinas llamadas “hidropulpers” se semejan a gigantescos lavarropas que mediante agitación de la
mezcla de agua y papel logran desarmarlo hasta lograr una pulpa uniforme.
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señalaba Marcelo) de este residuo. En este marco la cooperativa recibió dos camiones de pulpa de
etiquetas que sumaban unas 10 toneladas en conjunto. Junto con estos envíos llegaron también las
primeras sorpresas. El material fue depositado por un camión volcador sobre el estrecho playón
donde se realiza la clasificación y acopio de la mayoría de los materiales.
La visión de la pulpa era impactante, se asemejaba a un iceberg que exudaba líquido por su
base (el material viene con un 60% de humedad). Manipular este material era en si misma una
proeza, estaba muy compactado gracias a la mezcla de pulpa, agua y adhesivo de las etiquetas, y
tenia un peso relativo desproporcionado (Ver imagen 4 en Anexo al final). Solo el trabajo de
reposicionar el iceberg tomó varios dias, ocupando la labor de todos los trabajadores ya que a falta
de medios mas adecuados el traslado se hizo en forma manual. Unos fragmentaban la masa informe
haciendo palanca con horquillas, otros volcaban los trozos desprendidos (en promedio dos veces
más grandes que una pelota de fútbol) sobre un bolsón. Sin embargo, una vez lleno, no pudieron
moverlo ni con ocho compañeros haciendo fuerza, por lo cual se terminó cargando “a pulso” de a
un bloque por vez hasta localizarlo en su nuevo emplazamiento sobre una pared del galpón. En
estas condiciones sería complicado hasta manipular el material para su venta, por tanto junto con
otro colega con quien estamos acompañanmdo esta experiencia comenzamos el armado de una
justificación para reorientar los fondos de un proyecto 22 en curso, solicitando autorización para
comprar un autoelevador con el cual poder mover, cargar y descargar los bolsones. Sin embargo las
complicaciones no terminaron allí, cuando solo se había comercializado con suerte un 10% del
material recibido el comprador suspendió la operación justificando en que él a su vez había tenido
problemas para comercializarlo. Resultado, había poco menos de 10 toneladas de un material
invendible que ocupaba una enorme porción del escaso espacio que la cooperativa tenía disponible
para acopiar otros materiales. Además esto limitaba seriamente la posibilidad de cumplir lo
acordado en el “convenio” con la empresa. Rápido de reflejos Marcelo pidió una nueva reunión con
los ingenieros en la planta. La siguiente reconstrucción corresponde a ese encuentro:
Una vez en la “sala de reuniones” el ingeniero le pregunta a Marcelo acerca de la
experiencia con la pulpa enviada. Marcelo responde: “Así como sale de la planta no se la podemos
22 Se trata de un proyecto financiando por el Fondo Multilateral de Inversiones del Banco Interamerciano de
Desarrollo (FOMIN-BID) a partir de la gestión de la Fundación AVINA. La cooperativa Reciclando Sueños es una
de las organizaciones beneficiarias de entre una decena localizadas en distintas zonas de nuestro país.
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vender a nadie, hay que hacerle un proceso”. Mientras dice esto, saca de su bolso unos cartones
parecidos al que se utiliza para confeccionar las cajas de pizza y aclara: “hay que desfibrarla, se
puede mejorar todavía el proceso” (Ver imagen 5 en Anexo al final) . Ante la sorpresa de los
ingenieros, señala: “Laburamos todo el fin de semana para esto... si no te traigo esto no me crees”.
Sobre el efecto creado en la reunión por la aparición en la mesa de los cartones, Marcelo despliega
su propuesta. Señala que la unica alternativa para procesar el material es primero molerlo y luego
volcarlo a en marcos que puedan prensarse para que al terminar de cuajar dé como resultado una
plancha uniforme, que puede tener grosor variable. Una vez hecho esto se puede buscar algun uso
determinado o bien vender las planchas confeccionadas que ahí si pueden ser vendidas
normalmente como cartón a las industrias papeleras. Vuelve a señalar que el cartón que pudo
confeccionar para la reunión tiene un sentido “testimonial” (Ver imagen 5) ya que para que este
proceso sea viable hay que acondicionar un lugar y adquirir herramientas y maquinarias (por lo
menos molino de gran potencia, prensas, marcos y medios de transporte). Finalmente cierra su
intervención diciendo: “Hay que hacer una inversión grande, hay que convertir la pulpa en función
de un nuevo proceso que estamos agregando. Esto se entierra sino, fijate que hoy los compañeros de
las plantas del CEAMSE están cortando el camino del Buen Ayre23, por que no da más el relleno. Si
lo hace esta empresa es un ejemplo”. El ingeniero se muestra bastante entusiasmado, señala que
“las ganas están de los dos lados” pero también especifica que ellos tienen que tener una solución
rápida para esto y aclara: “Desde arriba nos bajaron la directiva de generar cada vez menos basura.
Estamos complicados, el 98% de los residuos reciclables y hay que gestionarlos bien en eso estamos
de acuerdo.... pero el tema este de conseguir capital para esto puede atrasar las cosas”. La reunión
cierra con el compromiso de estudiar la propuesta con los directivos de la empresa. Al salir de la
sala de reuniones, Marcelo se acerca al ingeniero y le pregunta: “Te esperabas que el material quede
así?”. Recibiendo como respuesta: “La verdad que no, hasta se pueden hacer posavasos con esa
cartulina. A las palabras se las lleva el viento”. Marcelo cierra diciendo: “Mirá, con interlocutores
así me dá para ser bien franco, por eso te estoy proponiendo que ustedes banquen esto... el capital
que tenemos nosotros es la audacia”.
23 Se refería a las plantas de clasificación localizadas en el Complejo Ambiental Norte III, que es el relleno sanitario
que concentra la disposición final de los residuos del área metropolitana y donde justamente es enterrada la pulpa
de papel producida por la empresa.
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Todo este intercambio, pero en particular la frase con la que cierra Marcelo, sintetiza en
forma taxativa y brillante el sentido que busco movilizar en esta recuperación de la práctica
experimental desarrollada por Marcelo en el marco de la cooperativa. Básicamente porque
reactualiza el sentido político al que me referí previantemente en alusión al modo en el cual la
tecnología de clasificación colaboró para posicionar a los cartoneros en general, pero a esta
cooperativa en particular en la discusión mas amplia de los modelos de gestión de residuos a nivel
de la política pública. En este caso quiero llamar la atención a la equivalencia implícita en la frase y
en como esta siendo construída. Esta equivalencia permite resituar los terminos en los cuales una
multinacional se relaciona con una pequeña cooperativa de cartoneros, y al mismo tiempo delimitar
los terminos del problema que los puso en contacto.
Empiezo por esta última cuestión. Todo el intercambio interroga los terminos en los cuales
se desarrollo el vinculo, abstrayéndolo del registro de una semántica de la “ayuda”, la
“colaboración”, la “responsabilidad social” (todas categorías que aluden en definitiva del desinterés
asociado al “don”); para resituarlos en el marco de una relación de intercambio mucho mas cercano
al registro “mercantil”. La empresa tiene un “problema” (dificultades para enterrar los residuos que
genera del modo en que lo vienen haciendo) y la cooperativa podría prestarle un servicio
“ambiental” para posibilitar la gestión “responsable” de los residuos, a través de la reincorporación
de estos residuos en los circuitos productivos basados en el reciclado de celulosa. Vuelvo ahora al
tema de la equivalencia. Dentro de este marco de intercambio, el capital económico aportado por la
empresa es situado en equivalencia al capital experimental que pone en juego la cooperativa, que
Marcelo resume con el término “audacia” y que en palabras del ingeniero podría expresarse como
know how. Ciertamente audacia y sorpresa resultan términos adecuados para describir todo este
intercambio. Mas allá de las buenas intenciones de los ingenieros, la propuesta de Marcelo fue
quizá demasiado audaz. Mientras el acuerdo parecía posibilitar que la empresa se evitara de enviar
al relleno toneladas de pulpa, reduciendo además su costo operativo (la empresa debe pagar por
enterrar el residuo, a un costo mucho mayor que los $ 100 por tn mas el flete comprendidos en el
acuerdo con la cooperativa) todo parecía marchar sobre ruedas. En cambio cuando el replanteo de la
propuesta suponía llegar al mismo objetivo (no enterrar pulpa) pero desde un camino radicalmente
diferente, direccionado a invertir capital para experimentar con un nuevo “proceso” pergeñado
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desde una cooperativa de cartoneros, la cuestión cambió sensiblemente de tono.
Llegado este punto puedo señalar que esta experiencia permite poner de relieve dos de los
tres desplazamientos señalados al inicio de esta ponencia. Por una parte, la contrapropuesta de
Marcelo se situa en un terreno aún muy poco explorado por parte de las instituciones que
conforman el sistema de ciencia y tecnología, como es el del tratamiento de la materia en fase de
posconsumo. Como señala Fabio Mura (2011) el grueso de la producción de conocimiento
científico-técnico vinculado a nuestra relación con la materia ha estado dominado por perspectivas
sistémicas focalizadas casi exclusivamente en la esfera de la producción, siendo mucho menos
exploradas las cuestiones vinculadas a su adquisición, uso y consumo. En tal sentido, la cuestión del
posconsumo en general y más aún del posconusmo vinculado a los residuos, resulta en la actualidad
un campo caracterizado por la gran vacancia de estudios específicos destinados a sistematizar
procesos. Básicamente el grueso de los residuos que generamos como sociedad aún no han logrado
ser incorporados en circuitos de reciclado. En este sentido, puede pensarse el desplazamiento
complementario, esta vez asociado al locus social desde donde se despliega el proceso de
experimentación que da lugar a la “innovación” que intenta vehiculizar Marcelo en su
contrapropuesta. Las muestras de cartón producido con la pulpa reprocesada no son resultado de la
labor de cuadros “técnicos” especializados, sino que responde a una práctica experimental
desarrollada, en definitiva, por cartoneros/as de una pequeña cooperativa que carecen de los
capitales simbólicos, económicos y técnicos que permiten acreditar estas socialmente las
competencias necesarias para diseñar y producir este tipo de “procesos”. Sin estos capitales, por
más adecuado y brillante que sea el proceso de innovación desarrollado, sus posibilidades de quedar
plasmado en acuerdos y contratos son realmente pocas. De hecho el “acuerdo” con la empresa
quedo suspendido y más allá de las idas y venidas que tuvo durante algunos meses más no se llegó a
nada en concreto. Por cuestiones de extensión no puedo proseguir con la reconstruccion iniciada en
esta poncia la que si podré reponer en la presentación oral. Todo este antecedente del acuerdo
frustrado con la empresa dió lugar a una nueva fase de experimentación elaborada por Marcelo,
basada en este caso en el empleo de la pulpa (que habia quedado de “clavo”) como “carga” para la
fabricación de bloques y placas de construcción.
Como parte de el trabajo no solo de experimentar, sino también de crear las condiciones
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que hacen posible esta práctica, Marcelo presento los avances que había logrado en esta nueva
línea en un encuentro de organizaciones de recuperadores en el municipio de Quilmes. Luego del
encuentro, un par de profesionales pertenecientes al INTI se acercaron interesados en colaborar,
básicamente ofrecian “sistematizar” en el proceso iniciado “artesanalmente” desde la cooperativa.
En la presentación oral voy a profundizar sobre esta nueva etapa, a partir de recuperar los mismos
ejes que he trazado en la problematización desarrollada en esta ponencia, focalizando con mayor
detalle en las tensiones que se producen entre las distintas perspectivas desde las cuales se
conceptualiza y opera sobre estos procesos de “innovación” (socialmente) dislocada.
Todavía preguntas
Como señalé anteriormente los avances presentados en esta ponencia corresponden a un
primer ejercicio de textualización de los resultados del trabajo etnográfico en relación a esta
problemática en particular. En tal sentido, requieren aún de un mayor nivel de elaboración para
poder plasmarse en conclusiones de algún tipo. Sin embargo quisiera cerrar esta ponencia con una
reflexión que describe mi propia relación con los procesos de “innovación” que me propuse
problematizar a partir del trabajo con los integrantes de Reciclando Sueños.
En su monumental proyecto de crítica al vínculo entre “técnica” y “progreso” humano,
Lewis Mumford advierte sobre la tendencia a identificar las herramientas y las máquinas con la
tecnología, a sustituir “la parte por el todo” en sus palabras (2010: 12). Claramente este sesgo
constituyó parte de mi interés inicial por la práxis creativa desarrollada principalmente por Marcelo,
pero también por otros como el “ingeniero” Sebastián, quién lamentablemente abandonó la
cooperativa luego de haber sufrido un robo a mano armada mientras trabaja en una de las maquinas
más maravillosas que se elaboraron en esta experiencia: una secadora de plástico con un tunel de 6
metros de largo al que se le inyectaba aire caliente con una turbina autoconstruída. Sinceramente me
fue casi imposible abstraerme de la fascinación por estos singulares objetos desarrollados en una
atmósfera absolútamente arlteana (y conurbana). Al ir profundizando en la etnografia, fui
comprendiendo lo que Mumford señalaba, que la técnica objetivada en las herramientas es parte de
una biotécnica anclada en la dotación vital del hombre. De este modo fui intentando interrogar
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progresivamente cuales eran las condiciones objetivas y subjetivas en las cuales esta práxis creativa
tenía lugar. Siguiendo más aún las recomendaciones formuladas por Mumford me fui acercando a
dar cuenta del sentido vívidamente lúdico que se ponía en juego, tanto en quienes efectivamente
elaboraban los diseños y los ejecutaban como también en el resto de los compañeros/as entre
quienes obviamente había resquemores y admiraciones en relación a quienes lideraban estas labores
(Como Marcelo o Sebastián) pero que después cuando llegaba el momento de “probar” el
funcionamiento de un mecanismo recientemente construído participaban de ritual con altisimo
grado de nerviosismo y emoción. Un sentido similar se ponían en juego cuando venían a entrevistar,
filmar, compartir experiencias desde otras cooperativas, medios de prensa u organizaciones
gubernametnales y no gubernamentales. Las máquinas autoconstruídas objetificaban capacidades y
destrezas inusuales en relación a otras experiencias asociativas desarrolladas por población en
similares condiciones, y en este sentido eran fuente de orgullo colectivo y diferenciación en relación
a “otros”.
Volviendo a lo que quería destacar para el cierre, creo que el principal desafío que
encontramos al acercarnos a este tipo de experiencias es poder descentrarnos del registro que tiende
a ubicar estas prácticas exclusivamente en el plano (bastante chato) de la supervivencia, que tiende
a forzar lecturas instrumentalistas de la relación con la tecnología; así como también de pensar estas
expresiones materiales (máquinas y herramientas) desde una épica del “trabajo/trabajadores” desde
la cual también se despliegan lecturas moralizantes que terminan encasillando la acción creativa en
en un marco de estrecha racionalidad. Al mismo tiempo esto no supone hacer un festejo de la
irracionalidad, claro que estas maquinas y herramientas sirven para comer y reclamar por una
dignidad invisiblizada (o por lo menos se intenta que asi lo sea). Lo que quiero destacar tiene que
ver con estar (más) atentos a recuperar la importancia de las fantasías, las proyecciones, los deseos,
aquello que resulta aparentemente inconducente, desproporcionado o incluso tan fuera de lugar
como un cartonero vanagloriandose de su audacia creativa frente a ingenieros con título.
Nuevamente, no para construir la necesidad en virtud, sino para recordarnos que en algunas
ocasiones son estas personas, las que al desplazarse del lugar donde frecuentemente las colocamos,
nos obligan a reflexionar sobre lo que aún resulta socialmente (im)pensable.
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– XI Congreso Argentino de Antropología Social – Facultad de Humanidades y Artes –
UNR – Rosario, Argentina
ANEXO FOTOGRAFICO
– XI Congreso Argentino de Antropología Social – Facultad de Humanidades y Artes –
UNR – Rosario, Argentina