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Centro Chiara Lubich
Movimiento de los Focolares
www.centrochiaralubich.org
(Traducción en español)
Castel Gandolfo, 3 de enero de 1989
El amor mutuo: núcleo fundamental de la espiritualidad de la unidad (parte I)
Queridísimos Jóvenes religiosos, tengo que hablaras sobre el amor recíproco, núcleo fundamental
de la espiritualidad de la unidad.
Se trata, lamentablemente, de un tema algo teórico, porque es algo que tengo que exponer. Pero,
por experiencia sé que si una de las palabras que diré la pusiéramos en práctica en serio, nacería una
revolución en nosotros y a nuestro alrededor. Por tanto escuchémosla con estos oídos y con esta
esperanza.
Juan Pablo II -nuestro Papa- en una de sus visitas a la sede central del Movimiento, del
Movimiento de los Focolares, el 19 de agosto de 1984, ha puesto en evidencia que el núcleo central de la
espiritualidad de la unidad que anima esta Obra es el amor y vivirlo radicalmente es su vocación
específica. En efecto, ha sido el amor – afirma - la chispa inspiradora de la cual nació todo.
Porque el amor lo es todo en el cristianismo. San Agustín, maestro de caridad, amonesta
duramente: "Si todos se persignaran, si respondieran amén y cantarán el Aleluya; si todos fueran
bautizados y entraran en la iglesia; fabricaran basílicas: lo cierta es que no se distinguen los hijos de
Dios... sino por la caridad. Los que tienen la caridad han nacido de Dios, los que no la tienen no han
nacido de Dios. Grande señal, distintivo grande, continúa diciendo. Si tuvieras todo, pero te faltase esta
única cosa, no te beneficia en nada lo que tienes; si no tienes las otras cosas, pero posees ésta, tu has
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cumplido la ley..." , has hecho todo.
Pero todos los santos están de acuerdo con esto porque son espejos vivos del Evangelio. También
santa Teresa de Lisieux afirma: "El amor del prójimo lo es todo sobre esta tierra: se ama a Dios en la
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medida con la cual se pone en práctica" .
Amar. Vivir amando.
¿Cuáles son las consecuencias de ponerlo en práctica?
Ustedes saben que todas las espiritualidades en la Iglesia, teniendo que asumir el misterio de la
cruz, -paso a la cruz pero vuelvo al amor- siempre tienen un aspecto penitencial, expiatorio a favor de sí
mismos y de los demás. Por eso se practican ayunos, vigilias; se han usado y se usan todavía cilicios,
látigos para golpearse; se vive entre rejas, se ama el silencio para facilitar la unión con Dios; se usan velos
para esconderse y separarse del mundo, y prácticamente, de los hombres que viven en él.
También en el Movimiento se estiman esas prácticas, muchas veces bendecidas por la Iglesia.
Pero se advierte una irrevocable llamada a preferir, por lo que respecta también a las penitencias, las que
comporta la caridad hacia el hermano. De hecho, aunque a veces puede traer alegría, muchas otras se
encuentra con el esfuerzo, con el peso, el sufrimiento porque es imposible amar a los hermanos sin
hacerse cargo de sus pesares.
De modo que las personas del Movimiento, desde los comienzos, han encontrado en la práctica de
la caridad, el modo característico de llevar la cruz, de renegarse a sí mismos, elementos esenciales para
seguir a Jesús.
Todas las espiritualidades llevan a la unión con Dios.
¿Cómo se profundiza ésta en nuestra espiritualidad, en nuestro Movimiento?
Si amar al hermano es penitencia, él es nuestra reja, nuestra celda, nuestro velo, nuestro claustro...
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SAN AGUSTIN, Commento alla I lettera di san Giovanni, 5,7, en Teologia dei Padri, III°, Roma 1975. p. 256.
SANTA TERESA DE LISIEUX, de la deposición de Madre Inés de Jesús al P.A, Summarium, p. 275.
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es justamente en el amor hacia él, entendido así, donde encontramos a Dios.
Penetrar en la vida del hermano, en efecto, que a veces es un túnel oscuro lleno de dudas,
angustia, sufrimientos, es como atravesar el purgatorio pero para desembocar seguramente en un pequeño
paraíso: en una experiencia de vida divina.
Es un testimonio general de los miembros del Movimiento, incluso de los más pequeños, que
amando al hermano como hemos dicho, se experimenta en el momento de la oración, por ejemplo, una
nueva unión con Dios.
Es conocida la comparación que siempre se hace a este respecto. Como en una planta, cuanto más
ahonda la raíz en la tierra, más crece hacia el cielo su tallo, del mismo modo cuanto más un alma entra
por amor en el corazón del prójimo, más advierte en su corazón la unión con el Señor.
Así que el hermano, en lugar de ser un obstáculo para amar a Dios -como se puede creer- brinda
la oportunidad.
Es justamente gracias al amor al prójimo que se puede contribuir a realizar, también, cuanto Jesús
pide a muchos: permanecer en el mundo sin ser del mundo (cf. Jn. 17, 14-15).
En efecto, poniéndonos a amar así, no somos del mundo; mientras pensamos en los hermanos, el
mundo se olvida, cae en el olvido. Y al mismo tiempo la experiencia de la unión con Dios, es tan fuerte,
tan grata que quita toda atracción por las cosas del mundo.
Este amor trae consigo, otra consecuencia, todas las virtudes. En el Movimiento se cultivan y se
profundizan las virtudes también una a una. Pero con la conciencia y la experiencia de que la caridad es la
madre y la fuente de todas, que es la reina de todas las virtudes.
De hecho, porque amamos, aún sin pensarlo, pues se piensa en los demás, no pensamos en
nosotros, somos humildes, pobres porque por amor, dejamos nuestras cosas y a nosotros mismos, puros
porque no estamos apegados a nada, prudentes, benévolos, fuertes, porque el amor nos lleva a esto.
Y no sólo esto, sino que por la caridad se progresa continuamente en las virtudes. Está escrito:
"Corro por el camino de tus mandamientos, pues tú has dilatado (con el amor) mi corazón" (cf. Sal. 119,
32).
La caridad es por lo tanto nuestro camino a la santidad. Nos hacemos santos en esta espiritualidad,
no tanto tratando de sacarnos los defectos uno tras otro (aunque tampoco se deja de lado esto), sino sobre
todo amando.
Verdaderamente la caridad es algo enorme: enriquece el alma. Decía Agustín: "En el amor al
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prójimo el pobre es rico; sin el amor al prójimo el rico es pobre" .
Y, para amar realmente como se debe, siempre está presente en nuestro corazón la página de
Pablo sobre la caridad. Este apóstol ha puesto en nuestro corazón la convicción de que sin la caridad aún
las acciones más sublimes, -dar el cuerpo a las llamas, hablar todas las lenguas-, sin la caridad aún las
acciones más sublimes y heroicas son nada.
Pero, si amamos, muchas veces somos correspondidos. Además, en el Movimiento, donde todos
tratan de amar, el amor es recíproco.
Y es Justamente sobre esta caridad recíproca que ahora quisiera detenerme.
He dicho al comienzo que el núcleo fundamental de nuestra espiritualidad de la unidad es el amor,
más aún, el amor recíproca.
Pero el amor recíproco es también el mandamiento por excelencia de Jesús. En su discurso de
despedida -como mencioné antes- el ha dicho: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a
los otros" (Jn. 13,34).
Y más adelante ha afirmado: "Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor (...). Este
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SANT AGUSTIN, Sermo CVII (alias De temp. 42 = ordo vetus) en PL 39, p. 1957.
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es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado" (Jn. 15, 10 y 12). Y es
así como ha propuesto el modelo de este amor: como yo os ha amado, que es él mismo. Después,
agregando: "Nadie tiene mayor amor, que el que da su vida por sus amigos" (Jn. 15, 13), ha precisado la
medida que debe tener nuestro amor: la suya.
En el Movimiento se trata de estar siempre dispuestos a morir el uno por el otro. Es obvio que esto
no se nos pide a cada momento. Pero esta disposición debe acompañar cada uno de nuestros actos de
amor hacia los hermanos.
El amor recíproco entre los miembros del Movimiento es el distintivo que los caracteriza como
sucedía con los primeros cristianos. Ellos no se distinguían de los otros hombres por sus grandes
empresas, sus obras gigantescas, sus profundos estudios, su elegante elocuencia, ni por los milagros o los
éxtasis (si bien no faltaban). Se distinguían por el amor recíproco. "Mirad como se aman -se decía de
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ellos- y los unos están dispuestos a morir por los otros" .
Gracias a Dios, así tratamos de hacer en nuestro Movimiento. Desde los comienzos, el Espíritu ha
inculcado en nuestro corazón una tal consideración y necesidad de la caridad recíproca -para poder
llamarse cristianos- que las primeras focolarinas estipularon un pacto con respecto a esto. Una mirando a
la otra dijo: "Yo estoy dispuesta a morir por ti; yo por ti..." todas por cada una. Y esta fue la piedra
fundamental del edificio de nuestra obra.
Una de las frases de la Escritura que nos ha enseñado y nos enseña aún qué lugar tiene que ocupar
en la vida cristiana el mandamiento nuevo de Jesús es ésta, de Pedro: "Ante todo, tened entre vosotros
intenso amor,..." (1 P. 4, S).
"Antes que nada". La caridad recíproca hay que ponerla como base de todo. No se puede hacer
nada sin tenerla asegurada: ni trabajar, ni estudiar, o dormir, o comer, o jugar..., tampoco rezar o
participar a los oficios litúrgicos. El Evangelio amonesta: "Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te
acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y
vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda" (cf. Mt. 5, 23-24).
Chiara Lubich
(Sigue la segunda parte)
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TERTULIANO, Apologetico, 39, 7.
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