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3º DOMINGO TO. 19-1-14
Cafarnaún, base de la actividad de Jesús, abierta al
mundo pagano, es un signo de la llegada del evangelio a todos.
La misión de Jesús empieza en Galilea, país de los gentiles,
encrucijada de caminos y de gentes, donde los paganos se
mezclaban con los judíos. Su actuación se ajusta al anuncio de
los profetas: Su salvación alcanzará a todos; su mensaje es luz
que ilumina a los que habitan en tinieblas. Todas las periferias
comienzan a sentir el efecto de la luz que es Jesús (1ª lect.).
Galilea será el lugar de los milagros, de las parábolas de Jesús
inspiradas en la geografía, en la pesca, en la siembra, en la
vida de sus gentes. De aquí saldrán los Apóstoles, pescadores
de otros lagos, que irán aprendiendo el lenguaje de Dios y el
mensaje de Jesús.
- «Entonces empezó Jesús a predicar diciendo:
Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos». Este
es el resumen de la predicación de Jesús. Así empieza su
misión. Conversión y acogida del Reino de Dios como buena
noticia. La puerta de acceso al Reino de los cielos pasa por la
conversión. Una sacudida a la conciencia, una movilización del
corazón adormecido. Hay que cambiar de mentalidad, como
quien a mitad del camino se da cuenta que se ha equivocado y
vuelve atrás. “Despojarse del hombre viejo (del pecado) para
ser hombres nuevos” (Ef 4, 22). Recuperar la identidad
cristiana, dejar de vivir en la práctica como paganos, volver a
las raíces. Cambiar el corazón rutinario y egoísta por un
corazón renovado, entusiasmado por Jesús, cada día más fiel
a Jesús. Hacer nuestro el estilo de vida de Jesús y su jerarquía
de valores.
- Los primeros que se convierten, que cambian de vida y
oficio y siguen a Jesús, son dos parejas de pescadores del
lago.
”Venid y seguidme, y os haré pescadores de
hombres. Inmediatamente dejaron las redes y le
siguieron”.
Jesús escogió a los discípulos en su trabajo ordinario, y,
poco a poco, limando y educando, los hizo Apóstoles. Primero
discípulos, después Apóstoles. Unas vocaciones adultas, de
gente que deja el trabajo y la familia y se embarcan, para ser con Jesús y como Jesús- pescadores de otros peces, en otros
lagos, con otras redes.
- «Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y
proclamando el Evangelio del Reino, curando las
enfermedades y dolencias del pueblo».
Jesús “médico de la carne y del espíritu” dice Ignacio de
Antioquía. (Ad Eph. 7, 2). Llevaban todos los enfermos a Jesús
y Él curaba toda enfermedad.
Un Jesús cercano a un pueblo donde abunda la miseria
de la enfermedad. Transmite la gracia eficaz del Dios de la
vida, del consuelo, del que cura enfermedades y calma
dolencias humanas. Ha llegado el Reino que Jesús anuncia.
Jesús cura y ordena a sus discípulos hacer lo mismo
después de él: “Los envió a proclamar el Reino de Dios y a
curar” (Lc 9, 2).
Siempre encontramos las dos cosas
emparejadas en la experiencia del hacer de la Iglesia desde el
inicio: predicar el Evangelio y curar a los enfermos. Aliviar los
sufrimientos humanos; las enfermedades físicas y las
psíquicas: la angustia, la neurosis, las depresiones. «Él tomó
nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades»
(Mateo 8, 17).
Y El poder de Dios se manifiesta también dándonos la
capacidad de llevar la propia cruz con Cristo y de completar
aquello que le falta a sus sufrimientos. Cristo ha redimido el
sufrimiento y la muerte.
“Queridos enfermos, la Iglesia reconoce en vosotros una
presencia especial de Cristo que sufre... Cuando el Hijo de
Dios fue crucificado, destruyó la soledad del sufrimiento e
iluminó su oscuridad. De este modo, estamos frente al misterio
del amor de Dios por nosotros, que nos infunde esperanza y
valor” (Papa Francisco, Mens. Día del Enfermo ‘14).