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TRIDUO DE NTRA. SRA. DEL SOCORRO.- Día 2º
PRIMERA LECTURA.
Lectura de los hechos de los Apóstoles.- Act.1,14.2,1-4
Todos ellos se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María, la madre
de Jesús, y con sus hermanos.
Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente un ruido del cielo, como de un
viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como
llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y
empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial Sal 102. 1-2. 3-4. 6-7. 8 y 10
V/. La misericordia del Señor dura siempre, para los que cumplen sus mandatos.
R/. La misericordia del Señor dura siempre, para los que cumplen sus mandatos.
V/. Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.
R/. La misericordia del Señor dura siempre, para los que cumplen sus mandatos.
V/. El perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de
gracia y de ternura.
R/. La misericordia del Señor dura siempre, para los que cumplen sus mandatos.
V/. El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés y sus hazañas a los hijos de Israel.
R/. La misericordia del Señor dura siempre, para los que cumplen sus mandatos.
V/. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
No nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas.
R/. La misericordia del Señor dura siempre, para los que cumplen sus mandatos.
EVANGELIO
 Lectura del santo evangelio según san Mateo 4,17-5,12
Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
—«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.»
Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino,
curando todas las enfermedades y dolencias
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del pueblo.
Su fama se extendió por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de
enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y él los curaba.
Y le seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Trasjordania.
Al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a
hablar, enseñándoles:
-«Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi
causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo,»
Palabra del Señor.
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Homilía.
Una voz salvó a Pedro y a Andrés de los peligros del mar. Fue suficiente decirles “venid
conmigo y os haré pescadores de hombres” para que los dos dejaran todo y siguieran a Jesús.
A estos dos hermanos se unen otros dos: Santiago y Juan: “dejando la barca y a su padre, le
siguieron inmediatamente”. La narración evangélica prosigue con un sumario en el que
leemos: “Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena
Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Su fama llegó a toda
Siria; y le traían todos los pacientes aquejados de enfermedades y de sufrimientos diversos,
endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los sanó. Y le seguía una muchedumbre de Galilea,
Decápolis, Jerusalén y Judea y del otro lado del Jordán”.
Advertid la insistencia en la totalidad: todo el pueblo, todo el país, todas las enfermedades. No
tan sólo judíos, sino también paganos: forman una multitud abigarrada, seguidora de Jesús:
enfermos, lunáticos, paralíticos. Jesús se presenta como quien libera al hombre de sus males.
Efectivamente, el perdón del pecado iba parejo con la curación de la enfermedad, consecuencia
del pecado según la mentalidad bíblica, como reza el sal 103(102): “Él [Dios] perdona todas
tus culpas y cura todas tus enfermedades”.
La alegría pascual, don que nace de la resurrección de Cristo y de la presencia y acción de su
Espíritu en nosotros, es el clima normal del cristiano. Vivir en el Espíritu es vivir en Cristo;
eso es la vida cristiana. Y vivir en Cristo y en el Espíritu es vivir en la alegría. En
Pentecostés, con la venida del Espíritu Santo, se inicia esta nueva alegría, la alegría pascual,
que invade a cada uno de los apóstoles del Señor y a la Iglesia entera en cuanto comunidad.
No habrá ya fuerza capaz de arrancar esta alegría de la Iglesia y del corazón de un verdadero
cristiano.
Y para hablar de la alegría verdadera, de la dicha evangélica, se comienza invocando a la
Virgen. Sólo así se acierta para decir unas cuantas palabras verdaderas y hacer saltar en un
alma la alegría como un surtidor.
La alegría es, sobre todo, cuestión de gracia; es una conquista personal, además de ser un
don. La alegría es un derecho inalienable, pero es también un deber, una obligación. La
tristeza es hija del pecado; nació con la primera desobediencia. La alegría es hija de la
gracia, porque es hija de Dios. La alegría es esencialmente cristiana. En el Nuevo
Testamento es Cristo hecho presencia, una persona viva y vivificante, Dios con nosotros y
con nosotros la alegría, una alegría íntima y cordial, preludio de la que será definitiva y sin
límites. La alegría esponja nuestra alma y la dispone a recibir la acción de Dios; hace la
tierra de nuestro corazón permeable a la lluvia de la gracia. La tristeza, en cambio, nos cierra
a nosotros mismos, porque es egoísmo; nos convierte en prisioneros de nuestro pequeño
mundo, nos corta todos los horizontes.
La alegría verdadera es una prueba de confianza en Dios: le manifestamos que, a pesar de
nuestras miserias, confiamos en Él; y es además una muestra de agradecimiento por todos
sus beneficios. La alegría es un culto, un homenaje a Dios.
“Alégrate” es la primera palabra y la primera invitación del ángel a María; una invitación a
la alegría mesiánica, que iba a cumplirse en ella; la misma alegría que iba a cantar en el
Magnificat como espontáneo grito de su alma y como explosión del júbilo de su corazón.
Desde entonces ella, María, será causa de nuestra alegría, de esa alegría honda y
transparente que es fruto del Espíritu Santo, y que es el clima natural del reino traído por
Cristo. María, al visitar a su prima Isabel, lleva consigo la alegría y hace saltar de gozo a
Juan Bautista en el seno de Isabel, y al sonido de su voz la misma Isabel queda llena del
Espíritu Santo.
Cultiva la alegría como cultivarías la flor predilecta de tu jardín, pero no olvides que esa flor
una tierra fecunda para nacer y un clima para desarrollarse. La tierra fecunda es el corazón;
y el clima, las tres virtudes teologales: fe, esperanza y amor. Y una jardinera: la Virgen.