Document related concepts
no text concepts found
Transcript
Sábado | 5 de noviembre del 2016 6 • CULTURA El emperador de la reja Eduardo Martín, músico popular de Yaguajay, todavía recuerda cuando enseñó a tocar la guitarra a su coterráneo Pedro Luis Ferrer Mary Luz Borrego Elenco de Cañambrú a finales de la década de 1980. /Foto: Cortesía del grupo Cañambrú todavía existe Con cuatro décadas sobre las tablas, la agrupación de teatro aficionado de Taguasco apuesta por la permanencia Roger Fariña Montano El grupo Cañambrú, bajo la égida de su director y fundador Ángel (Yeye) Valdés Montano, se creó en 1976 en el municipio de Taguasco, solventando un estilo de teatro que fundó sus claves populares en la tradición cubana, pero aún más en las de su terruño. En principio representaron sus “actos” sin una plataforma sustentable en conocimientos técnicos. Fue, en todo caso, una reacción a la realidad social, política y económica de turno. En efecto, tenían la necesidad de hablar, esencialmente, a los trabajadores de los disímiles sectores obreros, ahondando en la cotidianidad campesina de los 70. De albergues cañeros y ferias de arte popular a barrios y casas de la cultura, hasta las cómodas salas teatrales recorrieron con sus intervenciones. El nombre fue sugerido por el historiador taguasquense Milán Camacho en el momento que se discutía el proyecto. Cañambrú era un personaje muy popular, un emigrante canario, arraigado como pocos a las tradiciones de Taguasco. A Yeye le sedujo la idea también por el misticismo de la leyenda local que se había tejido alrededor del también conocido como el Diablo rojo en el pueblo; fuera por sus historias cómicas, jerigonzas que divertían, o las especulaciones sobre sus supuestos enfrentamientos con la Guardia Rural. En sus inicios la plantilla del colectivo la integraban trabajadores gastronómicos, azucareros y amas de casa. El repertorio, compuesto mayormente por obras de corte humorístico, acudía cada vez con mayor frecuencia a los recursos del teatro bufo; puestas en escena como Ahorro, tarea de todos (1976), traída al grupo por el actor Hugo Hernández; Caliente, caliente que te que- mas (1984) y El acompañante (1987), del avileño Lázaro Rodríguez Paz; La impagable (1986), de Tomás Álvarez de los Ríos, y Al que le sirva el chaleco (1988), una creación colectiva. Giras por todas las provincias del país, además de un considerable número de comunidades intrincadas que han pedido audiencia con el grupo; un contingente en conjunto con la Asociación Hermanos Saíz por la Sierra Maestra y una función en el Teatro Lázaro Peña de la capital en el contexto del Festival Nacional de la CTC figuran en el palmarés de Cañambrú. A partir del interés por obras que abordaban temáticas contemporáneas y debido al beneficio de indagar en el presente político y social de nuestro país, el grupo trazó sus estrategias y supo elegir un repertorio cubanísimo; habilidad que salvaguarda aún. Además, desde el año 2009 ostenta la Categoría Nacional del Movimiento de Artistas Aficionados. El más reciente premio fue el concedido por el Centro Provincial de Casas de Cultura en el Festival Nacional de Teatro Aficionado Olga Alonso, por su ininterrumpida labor en la comunidad durante el año 2013. La génesis de Cañambrú se remonta a edades tempranas de su líder, quien quería ser maestro, pero que, sensibilizado con el teatro, participaba de las fiestas de la escuela interpretando, entre otros, el personaje del Negrito del teatro bufo. Así recuerda con nostalgia Yeye aquel momento inmortalizado en su memoria: la fiesta de graduación de sexto grado, cuando se desdobló por vez primera en ese bucólico personaje. Luego le llegó la adolescencia y tuvo la inquietud de hacer teatro con más seriedad. Fue entonces que Valdés Montano creó el proyecto de teatro infantil José Martí, con el propósito de recaudar fondos para hacer un pozo de agua en la comunidad. Esta fue su primera obra social a través del teatro. En esos comienzos trabaja con una actriz, Isabel Almanza, quien luego se convertiría en fundadora junto a él de lo que sería un proyecto mayor: Cañambrú. “El trabajo con Isa ha sido la vida con ella. El teatro nos unió. Es una actriz muy fácil de dirigir, muy profesional. Goza de la mejor reputación. La vida no nos dio la posibilidad de tener hijos, el teatro nos ha dado cientos de hijos, jóvenes actores: Laudel de Jesús, Jorge Félix Fariñas, Ana Santana, Cucho Valdés, Pedro Venegas y otros nombres imprescindibles en la trayectoria del grupo que desde hace cuatro décadas han prestigiado la familia Cañambrú”, refi ere el director. Sin embargo, es duro ver cómo un colectivo de cuatro décadas, tras una aventura quimérica de hacer teatro y sobrepasar las adversidades, ahora es presa del cuasi olvido cuando ostenta la antes mencionada Categoría Nacional y a pesar de su asidua peña Noche con Cañambrú el segundo viernes de cada mes en la Casa de Cultura Osvaldo Mursulí. Alerta a las instituciones responsables de tomar en cuenta y sensibilizarse no solo con su historia, sino también con sus ganas de permanencia en nuestro panorama escénico. Cañambrú es una institución cultural, órbita de acción vital para el movimiento de artistas aficionados y, lo que considero más importante, una valiosa realidad que continúa encantando a sus seguidores con cada nueva producción. Sirvan estas líneas como un impostergable homenaje a uno de los más longevos colectivos del teatro amateur en la isla. Todavía entona como Dios manda. Se levanta del viejo sillón y busca dentro una guitarra. El bolero rejuvenece otra vez esta casa de madera y teja, tan veterana como sus más de 90 años. La voz, desempolvada y briosa. Caprichos de la memoria salpican una y otra vez la entrevista. Eduardo Martín Lara, nombrado por decreto popular como El emperador de la reja, todavía conserva la corona de brillos plateados y su rústico instrumento musical. “Yo soy compositor, guitarrista, tresero, poeta, bongosero, contrabajista, pero también barbero, mecanógrafo y mecánico dental. Soy de todo y no soy de nada. Hace unos años me pusieron esta corona porque siempre fui parrandero, del barrio de La Loma, todos esos cantos del gallo también los hice, la parranda era lo mío”, recuerda mientras se inquieta buscando unos papeles. Entre tantos recuerdos lo mismo extrae un contrato de 1955 con Radio Circuito, de Las Tunas, que alguna foto de mujer hermosa. Interrumpe sus propias respuestas para hacer cualquiera de tantas canciones o una décima contestataria de pico fino para abatir otra vez a sus eternos contrarios del barrio de Sansariq. “Mi papá era mexicano y en la familia todo el mundo era músico, poeta, cantante. Mamá vivía aquí y yo soy de Yaguajay. Mi hermano Armando y el viejo Vega me enseñaron a tocar guitarra, pero luego los dejé atrás, aprendí música con mis hermanas Regina y Dora y me hice un guitarrista que había que decirle usted”. Saca una libreta de notas repleta con letras de boleros. “En La Habana hay cuatro inscritos con propiedad y todo. Aquí también tengo guarachas”, dice. Ahora canta a cappela y su acento envidiable recuerda los grandes boleristas de los años 50: “Y eso que desde que me puse los dientes postizos me ha cambiado la voz”. Escambray llegó a Eduardo Martín con el prejuicio de las referencias. “El viejo es majadero, alérgico a las entrevistas, no le gusta atender a nadie”, escuchó por teléfono este semanario más de una vez. Pero aquel viernes no hizo falta tocar a la puerta porque ya permanecía abierta. Las ausencias custodian cada minuto de su retiro. “Me he quedado solo, ya se ha muerto todo el mundo. Yo hacía música dondequiera, siempre he estado en eso. La música viene de nacimiento, el que nace con oído es músico, para eso hay que nacer. Yo fui director del conjunto Casino, muy famoso aquí, pero me dijeron que si le cambiaba el nombre por Polar, para hacerle erle propaganda a la cerveza aquella que había, me daban una guitarra y enseguida eguida acepté”. Vuelve adentro y trae su reja, ese exclusivo instrumento musical de Yaguajay aguajay que dio vida a la bunga —variante riante local de la conga— y cuya sonoridad oridad nace de la superposición de esta especie ecie de cencerros fabricados con tubos de cobre, obre, en sus orígenes salidos de los hornos os del central: “Todavía guardo mi reja aquí, mírela, como el primer día, han venido a buscarla porque se la quieren uieren llevar para el museo, pero qué va, todavía. Yo aquí era el líder de la parranda”. El viejo artista aún recuerda da las actuaciones con el circo rco Montalvo, sus andanzas por media Cuba con las cuerdas das a cuestas, las grabaciones ones en la radio, la creación de su trío Tropical; “se parecía cía al de Servando Díaz, pero ya casi no puedo ni tocarr la guitarra, me duele tanto la mano, aunque me queda el recuerdo”. Ahora improvisa una bunga golpeándose el vientre con ambas manos mientras define a su manera: “Música es el arte de combinar el sonido con el tiempo, usted ve todos esos libros de ahí, son de música pero no me enseñaron nada, la finura de oído es un don de la naturaleza, eso no lo enseña nadie, puedes meterte todos esos libros en la cabeza que si no tienes oído no eres nadie, eso tiene que nacer”. Sin mediar academia alguna, Eduardo Martín ha enseñado a muchos músicos en este pueblo. Con frecuencia, Pedro Luis Ferrer ha recordado la suerte de haber nacido cerca de este maestro de su barrio. Elogios no le han faltado al definirlo como un enorme guitarrista, excelente tresero y armonista, que nunca se quiso ir de Yaguajay. “A Pedro Luis Ferrer lo enseñé yo a tocar guitarra. Le digo ‘Menelao, el rey de la marcha atrás’, porque cuando muchacho jugaba con un fotingo y siempre daba marcha atrás. Vivía aquí cerca. Él siempre me mienta por ahí. Después de grande vino una vez por acá. Quisiera que volviera ahora para darle todos estos boleros míos para que los cante”. ¿Y Pedro Luis aprendió fácil ese instrumento? No, eso no se aprende fácil, pero aprendió. También enseñé a Armandito, mi sobrino, que es el director de la banda aquí y tremendo músico, y a otros que me lo pidieron. La música de Pedro Luis la he oído poco, alguna guaracha y eso. ¿Por qué nunca se marchó de Yaguajay?, ¿dicen que no le gusta la fama? Siempre he sido enfermo, desde niño, me dio la difteria, padezco de muchas cosas. Si me das fama falsa no te la acepto. Por ahí muchos tocan guitarra, son famosos y lo que hacen no sirve. ¿Cómo se las arreglaba con su esposa para guardar tantos recuerdos de mujeres y dedicarles esos hermosos boleros? Bueno, soy divorciado dos veces. ¿Esa boina que siempre usa guarda alguna relación con los ritmos españoles? No, es por la calva, para cuidarme. Lo único que no se pega en la vida es la belleza porque mira que he tenido mujeres bonitas y mire como sigo feo. El otro día me dijeron: “Feliz cumpleaños” y le respondí será feliz quita años porque, ¿quién va a ser feliz cumpliendo tantos años? A usted le gusta la bunga, tocar la reja, pero algunos consideran que ese ritmo les queda mejor a los descendientes de africanos. Eso es cuento, busque para que vea, no ha nacido el negro que toque reja como yo. Foto: Vicente Brito