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TEMA
Nazaret
UNIDAD 8
¿Reconozco el
amor de Dios en el
Sacramento de la
Reconciliación?
Miramos la realidad
El horizonte de alcanzar la santidad eleva nuestro corazón con muy buenos propósitos de conversión. Anhelamos vivir el bien, la virtud. Sin embargo ¡Cuántas veces nos encontramos con nuestra fragilidad y ruptura!
¡Cuántas veces queriendo hacer el bien, nos dejamos llevar por nuestras
inconsistencias o pecados! Y así ofendemos y hacemos sufrir a nuestros
seres más queridos: cónyuges o hijos.
Es en estos momentos que Dios sale a nuestro encuentro, para perdonarnos, fortalecernos y recordarnos su infinito amor misericordioso. Él conoce lo más profundo de nosotros mismos, y sabe muy bien qué camino
tenemos que recorrer para alcanzar la meta anhelada y se une a nuestro
caminar, como el mejor de los amigos, pues lo que más quiere es que
arrepintiéndonos de nuestros pecados alcancemos la reconciliación.
“… habrá más alegría
en el cielo por un solo
pecador que vuelva a
Dios que por noventa
y nueve justos que no
tienen necesidad de
convertirse”1.
¿Quieren acoger el amor de Dios en el
Sacramento de la Reconciliación?
1 Lc 15, 3-7.
Manual de Formación Nazaret - Nivel 1
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Nazaret
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TEMA
UNIDAD 8
Iluminamos al mundo con la fe
1. El Sacramento de la Reconciliación
“El Padre manifestó su misericordia reconciliando consigo por Cristo,
todos los seres, los del cielo y de la tierra, haciendo la paz por la sangre
de su cruz2. El Hijo de Dios, hecho hombre, convivió entre los hombres
para liberarlos de la esclavitud del pecado3 y llamarlos desde las tinieblas a su luz admirable”4.
“Esta victoria sobre el pecado la manifiesta la Iglesia, en primer lugar,
por medio del sacramento del bautismo; en él nuestra vieja condición
es crucificada con Cristo, quedando
destruida nuestra personalidad de
pecadores y quedando nosotros libres de la esclavitud del pecado, resucitamos con Cristo para vivir para
Dios.
En el sacrificio de la Misa se hace
nuevamente presente la pasión de
Cristo y la Iglesia la ofrece nuevamente a Dios, por la salvación de
todo el mundo, el Cuerpo que fue
entregado por nosotros y la Sangre
derramada para el perdón de los
pecados.
Pero, además nuestro Salvador Jesucristo instituyó en su Iglesia el
sacramento de la penitencia al dar
a los Apóstoles y a sus sucesores el
poder de perdonar los pecados; así
los fieles que caen en el pecado después del bautismo, renovada la gracia, se reconcilian con Dios”5.
En esto podemos ver que ante
nuestros pecados, el Padre no se ha
guardado para sí su inagotable riqueza de amor, sino que la derrama
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2
sobre nosotros y nos la comunica en
abundancia, gracias a su Hijo. En Él,
el Padre nos ha revelado plenamente su amor, que “es siempre más
grande que todo lo creado… este
amor es más grande que el pecado,
que la debilidad, más fuerte que la
muerte; es amor siempre dispuesto a aliviar y a perdonar, siempre
dispuesto a ir al encuentro del hijo
pródigo”6.
Si nosotros como padres perdonamos a nuestros hijos porque los
amamos, cómo no confiar en el
perdón que nos da el Señor en el
sacramento de la reconciliación, por
el gran amor de padre, que Él nos
tiene.
La vida nueva que nos fue dada por
el Señor Jesús en los sacramentos
de la iniciación cristiana puede debilitarse y perderse para siempre a
causa del pecado. Por ello, ha querido que la Iglesia continuase su
obra de curación y de salvación de
la humanidad mediante los sacramentos de curación: Reconciliación
y Unción de los enfermos7.
En este tema vamos a tratar el Sacramento de la Reconciliación.
“… Alegraos conmigo,
porque he hallado
la oveja que se me
había perdido”8.
El sacramento de la Reconciliación es un don maravilloso que el Señor Jesús nos ha dado. En él encontramos su misericordia infinita. Pues quien se
confiesa no se encuentra con un tribunal humano, sino con Jesús mismo
que quiere nuestra salvación y reconciliación.
“Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios, el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al
mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con
sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus
oraciones”9.
El sacramento de la Reconciliación expresa la misericordia de Dios que, a
través de su Iglesia, no cesa de brindar todo los medios necesarios para que
alcancemos la vida eterna. De esta manera, se realiza sacramentalmente
nuestro retorno a los brazos del Padre10.
a. Sólo Dios perdona los pecados11
El Señor Jesús es el Hijo de Dios. Él dice de sí mismo: “El Hijo del hombre
tiene poder de perdonar los pecados en la tierra”12 y ejerce ese poder divino: “Tus pecados están perdonados”13. Y en virtud de su autoridad divina,
confiere este poder a los hombres, para que lo ejerzan en su nombre.
8 Lc 15, 6.
9 Catecismo de la Iglesia Católica, 1422.
10 Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1440.
11 Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1441-1442.
12 Mc 2, 10.
13 Mc 2, 5; Lc 7, 48.
Ver 1Pe 2, 9.
Ver Mc 1, 15.
Introducción al Ritual de la Penitencia, 1.
Introducción al Ritual de la Penitencia, 2.
San Juan Pablo II, Encíclica Redemptor Hominis, 25.
Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1420-1421; 1426.
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“Jesús les dijo otra vez: La paz con vosotros. Como el Padre me envió,
también yo os envío. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el
Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”14.
Necesitamos
experimentar el
amor de Dios que
nos perdona y que
se hace palpable en
el sacramento de
la reconciliación,
para perdonarnos a
nosotros mismos y
para perdonar a los
demás.
4
Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su
obra, fuera el signo y el instrumento del perdón y de la reconciliación que
nos adquirió al precio de su sangre. Por esto, confió el ejercicio del poder
de absolución al ministerio apostólico15, que está encargado del “ministerio
de la reconciliación”16. El apóstol es enviado “en nombre de Cristo”, y “es
Dios mismo” quien, a través de él, exhorta y suplica: “Dejaos reconciliar con
Dios”17.
“¿Confesarte con
un sacerdote?
¿Por qué no? Si en él es
Cristo quien te escucha, te
consuela, te perdona y da
fuerzas para el recto caminar.
¡Qué bendición: Jesús te
escucha y te perdona!”18.
“Sabio es el Señor cuando deja a
su Iglesia este sacramento del perdón de los pecados. Sabe que todo
hijo pródigo necesita escuchar que
alguien en nombre de Dios le diga
“yo te perdono” para experimentarse realmente perdonado por Dios.
Quienes han cometido un pecado
grave saben que por más que le pidan perdón a Dios “directamente”,
nunca terminan de experimentarse
perdonados. Tampoco son capaces de perdonarse a sí mismos. El
modo instituido por el Señor para
el perdón de los pecados ofrece al
pecador arrepentido la certeza de
haber sido perdonado por Dios. Es
por ello que quien, venciendo su
vergüenza y temor, acude humildemente al ministro del Señor a
implorar el perdón de Dios experimenta cómo “se le quita de encima
un peso inmenso”, puede “respirar
nuevamente”, la paz vuelve a su corazón. Sólo entonces él o ella misma
estarán también en condiciones de
perdonarse a sí mismos y perdonar
a los demás”19.
14 Jn 20, 21-23.
15 Ministerio apostólico: El que ejercen los Obispos (sucesores de los apóstoles) y los sacerdotes.
16 2Cor 5, 8.
17 2Cor 5, 20.
18 Luis Fernando Figari, Oraciones y pensamientos, Vida y
Espiritualidad, Lima 2009, n. 57.
19 Camino hacia Dios n. 222 “¿Por qué debo confesarme?”.
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b. Reconciliación con la Iglesia20
“Durante su vida pública, Jesús no sólo perdonó los pecados, también manifestó el efecto de este perdón: a los pecadores que son perdonados los
vuelve a integrar en la comunidad del pueblo de Dios, de donde el pecado
los había alejado o incluso excluido. Un signo manifiesto de ello es el hecho
de que Jesús admite a los pecadores a su mesa, más aún, Él mismo se sienta
a su mesa, gesto que expresa de manera conmovedora, a la vez, el perdón
de Dios y el retorno al seno del pueblo de Dios”21.
Al hacer partícipes a los Apóstoles de su propio poder de perdonar los pecados, el Señor les da también la autoridad de reconciliar a los pecadores
con la Iglesia. Esta dimensión eclesial de su tarea se expresa particularmente en las palabras solemnes de Cristo a Simón Pedro:
“A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra
quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”22.
A través de esto consta que también el colegio de los Apóstoles, unido a su
cabeza, recibió la función de atar y desatar dada a Pedro23.
c. Los nombres del sacramento
Este sacramento es conocido con diferentes nombres. Nos dice el Catecismo:
“Se le denomina sacramento de Conversión porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión24, la vuelta al Padre25 del que el
hombre se había alejado por el pecado.
Se denomina sacramento de la Penitencia porque consagra un proceso
personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por
parte del cristiano pecador.
Es llamado sacramento de la Confesión porque la declaración o manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial
de este sacramento. En un sentido profundo este sacramento es también
una ‘confesión’, reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y de su
misericordia para con el hombre pecador.
20 Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1444.
21 Catecismo de la Iglesia Católica, 1443.
22 Mt 16, 19.
23 Ver Concilio Vaticano II, Constitución Lumen Gentium, 22.
24 Ver Mc 1, 15.
25 Ver Lc 15, 18.
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También es sacramento del Perdón porque por la absolución sacramental
del sacerdote, Dios concede al penitente ‘el perdón y la paz’.
Se le denomina sacramento de Reconciliación porque otorga al pecador
el amor de Dios que reconcilia: ‘Dejaos reconciliar con Dios’26. El que vive
del amor misericordioso de Dios está pronto a responder a la llamada del
Señor: ‘Ve primero a reconciliarte con tu hermano’27”28.
“Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con
Cristo”29.
pués de la última confesión. Además, es recomendable la confesión de
los pecados veniales, en miras a avanzar más firmemente en el camino
hacia la santidad.
• Cumplir la Penitencia: La absolución quita el pecado, pero no remedia
todos los desórdenes que el pecado causó. Liberado del pecado, debemos todavía recobrar la plena salud espiritual. Por tanto, debemos hacer
algo más para reparar nuestros pecados. Esto lo hacemos cumpliendo la
“penitencia” que nos manda el sacerdote que nos confiesa32.
e. ¿Cuáles son los efectos del Sacramento
de la Reconciliación?
d. ¿Qué se requiere para hacer una buena confesión?
Una buena confesión consta de cinco pasos:
• Examen de conciencia: Es importante hacer un cuidadoso examen de
conciencia30 que consiste en hacer una diligente búsqueda de los pecados cometidos después de la última confesión bien hecha.
• Dolor de corazón: Es “un dolor del alma y una detestación del pecado
cometido con la resolución de no volver a pecar”31.
• Propósito de enmienda: El arrepentimiento ciertamente mira
hacia el pasado, pero implica necesariamente un empeño hacia
el futuro con la firme voluntad de
no volver a cometer el pecado.
• Confesión: Por la confesión de
los pecados al sacerdote, el hombre se enfrenta a sus pecados;
asume su responsabilidad y, por
ello, se abre de nuevo a Dios y
a la comunión de la Iglesia con
el fin de hacer posible un nuevo
futuro. Estamos obligados a confesar todos y cada uno de los pecados mortales, cometidos des-
26 2Cor 5, 20.
27 Mt 5, 24.
28 Catecismo de la Iglesia Católica, 1423-1424.
29 Ef 2, 4-5.
30 Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1454.
31 Catecismo de la Iglesia Católica, 1451.
6
Los efectos del Sacramento de la Reconciliación son la reconciliación con
Dios y con la Iglesia, además de la recuperación de la gracia santificante,
y el aumento de las fuerzas espirituales para caminar hacia la santidad33.
La confesión es un medio extraordinariamente eficaz para progresar en
nuestro camino para ser santos. En efecto, además de darnos la gracia de
perdón propia del sacramento, nos hace ejercitar las virtudes fundamentales de nuestra vida cristiana:
• La humildad, que es la base de todo el edificio espiritual.
• La fe en Jesús Salvador y en sus méritos infinitos.
32 Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1459.
33 Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1468-1470.
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• La esperanza del perdón y de la vida eterna.
Al respecto nos dice San Juan Pablo II:
• El amor hacia Dios y hacia el prójimo.
• La apertura de nuestro corazón a la reconciliación con quien nos ha
ofendido.
El Sacramento de la Reconciliación no solamente tiene un efecto curativo,
también hay otro factor que con frecuencia olvidamos: es poderoso preventivo de caer en pecado. Recibimos no sólo el perdón real e instantáneo
sino que recibimos una gracia especial que nos previene frente al pecado.
Como familias, debemos alentarnos entre los esposos y a nuestros hijos
sobre la bendición recibida ante este sacramento. Especialmente debemos
enseñar el aspecto de amor de este sacramento, y sobretodo enseñar con
nuestro propio ejemplo y actitudes, al acercarnos al confesionario, para
que ellos sientan mucha confianza del perdón de Dios.
Por el Sacramento de la Reconciliación recibimos el perdón real de
Dios y la gracia que nos previene frente al pecado.
2. ¿Con qué frecuencia debemos
confesarnos?
La Iglesia que es madre y maestra dispone que como mínimo hay que confesarse una vez al año, los pecados graves34. Pero, recomienda que sea de
manera frecuente y periódica, pues, por la concupiscencia heredada por el
pecado original, podemos reconocer que es muy difícil permanecer grandes períodos de tiempo sin necesitar del perdón de Dios por nuestras faltas.
Ya nos dice San Pablo: “Puesto que no hago el bien que quiero, sino que
obro el mal que no quiero”35.
a. Sentido del pecado
El asunto es que al haberse perdido hoy la conciencia de pecado, no se
ve como una necesidad y a veces urgencia el acudir al Sacramento de la
Reconciliación. Con esta falta de conciencia de los propios pecados, muchas veces no se recibe de manera digna, es decir, en estado de gracia, la
Eucaristía.
Sin embargo, sucede frecuentemente en la historia, durante períodos de tiempo más o menos largos y bajo la influencia de múltiples
factores, que se oscurece gravemente la conciencia moral en muchos
hombres. ‘¿Tenemos una idea justa de la conciencia?’ —Preguntaba
yo hace dos años en un coloquio con los fieles— . ‘¿No vive el hombre
contemporáneo bajo la amenaza de un eclipse de la conciencia, de
una deformación de la conciencia, de un entorpecimiento o de una
‘anestesia’ de la conciencia?’. Muchas señales indican que en nuestro
tiempo existe este eclipse, que es tanto más inquietante, en cuanto
esta conciencia, definida por el Concilio como ‘el núcleo más secreto
y el sagrario del hombre’, está ‘íntimamente unida a la libertad del
hombre (...). Por esto la conciencia, de modo principal, se encuentra
en la base de la dignidad interior del hombre y, a la vez, de su relación
con Dios’. Por lo tanto, es inevitable que en esta situación quede oscurecido también el sentido del pecado, que está íntimamente unido a la
conciencia moral, a la búsqueda de la verdad, a la voluntad de hacer
un uso responsable de la libertad. Junto a la conciencia queda también oscurecido el sentido de Dios, y entonces, perdido este decisivo
punto de referencia interior, se pierde el sentido del pecado. He aquí
por qué mi Predecesor Pio XII, con una frase que ha llegado a ser casi
proverbial, pudo declarar en una ocasión que ‘el pecado del siglo es la
pérdida del sentido del pecado’36”37.
El pecado rompe la
armonía personal
y familiar.
Por esto es que es muy importante restablecer el sentido justo del pecado.
Esta es la primera manera de afrontar la grave crisis espiritual que afecta al hombre de nuestro tiempo. Pero el sentido del pecado se restablece
únicamente con una clara llamada a los principios de razón y de fe que la
doctrina moral de la Iglesia ha sostenido siempre.
36 Pío XII, Radiomensaje al Congreso Catequístico Nacional
de los Estados Unidos en Boston (26 de octubre de 1946):
Discursos y Radiomensajes, VIII (1946), 288.
37 San Juan Pablo II, Exhortación apostólica Reconciliatio et
paenitentia, 18.
34 Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1457.
35 Rm 7, 19.
8
“Este sentido tiene su raíz en la conciencia moral del hombre y es
como su termómetro. Está unido al sentido de Dios, ya que deriva de
la relación consciente que el hombre tiene con Dios como su Creador,
Señor y Padre. Por consiguiente, así como no se puede eliminar completamente el sentido de Dios ni apagar la conciencia, tampoco se
borra jamás completamente el sentido del pecado.
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Para ello, sin caer en escrúpulos, hay que tener claro lo que nos enseña la
fe sobre los pecados mortales y veniales, para poder hacer un recto examen
de conciencia y así reconciliarnos con Dios Amor, que solo quiere nuestro
retorno a Él.
b. Pecado mortal
“Es pecado mortal lo que tiene como objeto una materia38 grave y que, además, es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento”39.
El pecado mortal
rompe nuestra
comunión con
Dios.
Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
“El pecado mortal requiere plena conciencia y entero consentimiento.
Presupone el conocimiento del carácter pecaminoso del acto, de su
oposición a la Ley de Dios. Implica también un consentimiento suficientemente deliberado para ser una elección personal. La ignorancia
afectada y el endurecimiento del corazón40 no disminuyen, sino aumentan, el carácter voluntario del pecado”41.
“La ignorancia involuntaria puede disminuir, y aún excusar, la imputabilidad de una falta grave, pero se supone que nadie ignora los
principios de la ley moral que están inscritos en la conciencia de todo
hombre. Los impulsos de la sensibilidad, las pasiones pueden igualmente reducir el carácter voluntario y libre de la falta, lo mismo que
las presiones exteriores o los trastornos patológicos. El pecado más
grave es el que se comete por malicia, por elección deliberada del
mal”42.
“El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad humana
como lo es también el amor. Entraña la pérdida de la caridad y la
privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si
no es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la
exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno; de modo
que nuestra libertad tiene poder de hacer elecciones para siempre,
sin retorno. Sin embargo, aunque podamos juzgar que un acto es en
sí una falta grave, el juicio sobre las personas debemos confiarlo a la
justicia y a la misericordia de Dios”43.
“El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por
una infracción grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que
es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior”44.
38 Acto o pensamiento cometido.
39 San Juan Pablo II, Exhortación apostólica Reconciliatio et
paenitentia, 17.
40 Ver Mc 3, 5-6; Lc 16, 19-31.
41 Catecismo de la Iglesia Católica, 1859.
42 Catecismo de la Iglesia Católica, 1860.
10
43 Catecismo de la Iglesia Católica, 1861.
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“Cuando [...] la voluntad se dirige a una cosa de suyo contraria a la
caridad por la que estamos ordenados al fin último, el pecado, por su
objeto mismo, tiene causa para ser mortal [...] sea contra el amor de
Dios, como la blasfemia, el perjurio, etc., o contra el amor del prójimo,
como el homicidio, el adulterio, etc. [...] En cambio, cuando la voluntad del pecador se dirige a veces a una cosa que contiene en sí un
desorden, pero que sin embargo no es contraria al amor de Dios y del
prójimo, como una palabra ociosa, etc.; tales pecados son veniales”45.
“La materia grave es precisada por los Diez mandamientos según la
respuesta de Jesús al joven rico: ‘No mates, no cometas adulterio, no
robes, no levantes testimonio falso, no seas injusto, honra a tu padre
y a tu madre’46. La gravedad de los pecados es mayor o menor: un
asesinato es más grave que un robo. La cualidad de las personas lesionadas cuenta también: la violencia ejercida contra los padres es más
grave que la ejercida contra un extraño”47.
“El pecado mortal, que ataca en nosotros el principio vital que es la
caridad, necesita una nueva iniciativa de la misericordia de Dios y una
conversión del corazón que se realiza ordinariamente en el marco del
sacramento de la Reconciliación”48.
El pecado impide
vivir el amor, causa
rupturas en la familia
y nos aleja de los
que mas queremos,
es decir, el pecado
obstaculiza nuestras
relaciones y deteriora
la comunicación.
Si hemos caído en pecado mortal, debemos recurrir inmediatamente a la
confesión, incluso si hay duda de haber caído. Respondía San Agustín a un
penitente que propuso confesarse no ese día sino al día siguiente: “El Señor
nos ha ofrecido la misericordia, pero no nos ha prometido el mañana”49.
Nuestro propósito de confesarnos debe ser instantáneo.
Tengamos presente que: “Quien tenga conciencia de hallarse en pecado
grave que no comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión
sacramental”50.
c. Pecado venial
El pecado venial, que se diferencia esencialmente del pecado mortal, se
comete cuando la materia es leve; o bien cuando, siendo grave la materia,
no se da pleno conocimiento o perfecto consentimiento. Este pecado no
ha roto por completo nuestra comunión con Dios, pero sí ha debilitado
nuestro amor hacia Él. Si queremos progresar en la vida espiritual para así
44 Catecismo de la Iglesia Católica, 1855.
45 Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2, q. 88,
a. 2, c.
46 Mc 10, 19.
47 Catecismo de la Iglesia Católica, 1858.
48 Catecismo de la Iglesia Católica, 1856.
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49 San Agustín, In Ps. 85, 23.
50 Concilio de Trento: DS 1647, 1661.
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ser santos, debemos procurar también la confesión recurrente de nuestros
pecados veniales. El pecado venial enfría nuestra relación con el Padre bueno, mengua la acción de la gracia y nos predispone para el pecado mortal.
Nos dice el Catecismo:
El pecado venial
no ha roto por
completo nuestra
comunión con
Dios, pero sí ha
debilitado nuestro
amor hacia Él.
“El pecado venial deja subsistir la caridad, aunque la ofende y la hiere”51.
“Se comete un pecado venial cuando no se observa en una materia
leve la medida prescrita por la ley moral, o cuando se desobedece
a la ley moral en materia grave, pero sin pleno conocimiento o sin
entero consentimiento”52.
“El pecado venial debilita la caridad; entraña un afecto desordenado a bienes creados; impide el progreso del alma en el ejercicio de
las virtudes y la práctica del bien moral; merece penas temporales.
El pecado venial deliberado y que permanece sin arrepentimiento,
nos dispone poco a poco a cometer el pecado mortal. No obstante,
el pecado venial no nos hace contrarios a la voluntad y la amistad
divinas; no rompe la Alianza con Dios. Es humanamente reparable
con la gracia de Dios”53. “No priva de la gracia santificante, de la
amistad con Dios, de la caridad, ni, por tanto, de la bienaventuranza
eterna”54.
“El hombre, mientras permanece en la carne, no puede evitar todo pecado,
al menos los pecados leves. Pero estos pecados, que llamamos leves, no
los consideres poca cosa: si los tienes por tales cuando los pesas, tiembla
cuando los cuentas. Muchos objetos pequeños hacen una gran masa; muchas gotas de agua llenan un río. Muchos granos hacen un montón. ¿Cuál
es entonces nuestra esperanza? Ante todo, la confesión...”55.
3. Emprender el camino hacia la casa del
Padre
liación nos concede abundantes bendiciones, las que ayudan nuestro combate espiritual y con las que debemos procurar colaborar.
Ante tanta misericordia mostrada por el Padre, que no se reservó a su propio Hijo sino que “le entregó por todos nosotros”57 podemos preguntarnos:
¿Qué más pudo haber hecho el Padre por nosotros? ¿Y qué haré yo para
corresponder a tanta bondad y a tanto amor?
“El arrepentimiento y perdón mutuo dentro de la familia cristiana que tanta
parte tienen en la vida cotidiana, hallan su momento sacramental específico
en la Penitencia cristiana. Respecto de los cónyuges cristianos, así escribía
Pablo VI en la encíclica Humanae vitae: ‘Y si el pecado les sorprendiese todavía, no se desanimen, sino que recurran con humilde perseverancia a la
misericordia de Dios, que se concede en el Sacramento de la Penitencia’58.
La celebración de este sacramento adquiere un significado particular para
la vida familiar. En efecto, mientras mediante la fe descubren cómo el pecado contradice no sólo la alianza con Dios, sino también la alianza de los
cónyuges y la comunión de la familia, los esposos y todos los miembros de
la familia son alentados al encuentro con Dios ‘rico en misericordia’59, el
cual, infundiendo su amor más fuerte que el pecado60, reconstruye y perfecciona la alianza conyugal y la comunión familiar”61.
El Señor Jesús sale
al encuentro de
nuestra debilidad,
para alcanzarnos su
perdón.
El Señor es fortaleza de mi vida56.
Recordemos que, además del perdón de los pecados (gracia que opera
independientemente de nuestra disposición), el Sacramento de la Reconci-
51 Catecismo de la Iglesia Católica, 1855.
52 Catecismo de la Iglesia Católica, 1862.
53 Catecismo de la Iglesia Católica, 1863.
54 San Juan Pablo II, Exhortación apostólica Reconciliatio et
paenitentia, 17.
12
55 San Agustín, In epistolam Ioannis ad Parthos tractatus decem, 1, 6.
56 Ver Sal 26.
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57 Rm 8, 32.
58 Pablo VI, Carta Encíclica Humanae vitae, 25.
59 Ef 2, 4.
60 Ver Juan Pablo II, Carta Encíclica Dives in misericordia, 13.
61 San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris Consortio 58.
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Vivamos nuestra fe
“Porque tanto amó Dios al mundo,
que dio a su Hijo unigénito, para que
todo el que crea en Él no se pierda,
sino que tenga vida eterna”.
Jn 3,16.
¿Qué haré para cooperar
con la gracia?
Interiorizamos...
Acciones personales
¿Cómo vivo esto?
“Esta imagen concreta del estado de ánimo del hijo pródigo nos permite
comprender con exactitud en qué consiste la misericordia divina. No hay
lugar a dudas de que en esa analogía sencilla pero penetrante la figura del
progenitor nos revela a Dios como Padre. El comportamiento del padre de
la parábola, su modo de obrar que pone de manifiesto su actitud interior,
nos permite hallar cada uno de los hilos de la visión veterotestamentaria
de la misericordia, en una síntesis completamente nueva, llena de sencillez
y de profundidad. El padre del hijo pródigo es fiel a su paternidad, fiel al
amor que desde siempre sentía por su hijo. Tal fidelidad se expresa en la
parábola no sólo con la inmediata prontitud en acogerlo cuando vuelve a
casa después de haber malgastado el patrimonio; se expresa aún más plenamente con aquella alegría, con aquella festosidad tan generosa respecto
al disipador después de su vuelta”62.
Preguntas para el diálogo
• ¿Reconocen, en el Sacramento de la Reconciliación el amor de Dios que
sale a su encuentro, cada vez que arrepentidos, se acercan a Él?
• Responde a la siguiente pregunta:
¿Reconoces cuáles son los síntomas
mas notorios y comunes que tiene
en ti el pecado? ¿En tu cónyuge? ¿En
tus hijos? (Por ejemplo: tristeza, impaciencia, ansiedad, susceptibilidad,
pesimismo, irascibilidad, aislamiento,
terquedad, entre otros.)
• Medita el Camino hacia Dios n. 223.
“¿Qué es el examen de conciencia?”
• Prepara bien tu próxima confesión.
En la medida de tus posibilidades, en
otro momento distinto a la misa, para
hacer bien tu examen de conciencia y
sin prisas ni interrupciones de los hijos
pequeños u otros.
• Lee la encíclica “Reconciliación y penitencia” de San Juan Pablo II y dialoga con tu cónyuge.
• Escribe una oración a Dios agradeciéndole el amor tan grande que tiene
por ti expresándole un deseo sincero
de acoger la gracia que te da en el Sacramento de la Reconciliación.
Acciones Comunitarias
• Mediten el Camino hacia Dios n. 222
“¿Por qué debo confesarme?” y dialoguen en el grupo.
• Les sugerimos profundizar en grupo
sobre las enseñanzas de la Iglesia Católica sobre el pecado en los numerales: 1849 al 1869 del Catecismo de la
Iglesia.
• Realicen como pareja y/o en grupo, la
actividad del Anexo “El perdón en la
cotidianidad de la vida familiar”.
• ¿Son conscientes que es Cristo mismo quien les da su perdón, a través
del sacerdote, en el momento de la confesión?
• ¿Reconocen la importancia de recibir el perdón del Señor, para vivir el
perdón a si mismos y a los demás?
• ¿Qué importancia tiene el Sacramento de la Reconciliación en su vida y
en la vida de su familia?
62 San Juan Pablo II, Encíclica Dives in misericordia, 6.
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Nazaret
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TEMA
UNIDAD 8
Celebramos nuestra fe
2. Bueno y recto, el Señor,
al extraviado muestra el camino,
todas sus sendas son amor y lealtad.
Al que confía en el Señor,
Él le enseña su sendero,
su ser en la dicha morará
y la tierra al fin sus hijos poseerán.
Mis ojos en Él están puestos,
me guarda de la trampa, el Señor.
Recemos en comunidad
Todos:
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. Amén.
Lector 1:
“Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que
crea en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna”58.
Monitor:
Señor Jesús. Te damos infinitas gracias por todo el Amor que nos tienes. Tan grande
es tu amor que has dado tu vida por nosotros, y nos sigues entregando tu perdón
en el Sacramento de la Reconciliación. Ayúdanos a cooperar con tu gracia, personalmente y como familia, para que, como el hijo pródigo, podamos acoger tu amor
misericordioso que nos conduce a vivir la reconciliación.
Cantamos juntos: “Esperanza del pecador - Salmo 24”
3. Alivia las angustias de mi vida, Señor,
y líbrame de mis penas,
acoge mi miseria y mi trabajo,
y perdona mi pecado,
Inocencia y vida recta me aguardan
porque espero en Ti, Señor,
espero en Ti, Señor...
Lector 2:
Pidámosle a Santa María que acompañe a nuestra familia, ayudándonos a cooperar
con la gracia de la reconciliación que nos ha traído el Señor Jesús.
Rezamos juntos “La Salve”.
Todos:
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra.
Dios te salve, a Ti clamamos los desterrados hijos de Eva,
a Ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora Abogada Nuestra,
vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos,
y después de este destierro, muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre.
Oh, clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María.
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios,
para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
Todos:
DIOS MÍO, A TI LEVANTO MI SER:
PROTÉGEME Y LÍBRAME, SEÑOR,
NO SERÉ CONFUNDIDO DESPUÉS
DE TANTO CONFIAR EN TI,
NO SERÉ CONFUNDIDO DESPUÉS...
1. Los que esperan en Ti
nunca serán confundidos,
pero lo serán quienes te quieren traicionar.
Muestra tus caminos, Señor,
e instrúyeme en tus sendas,
guíame en tu Verdad,
enséñame Tú, Dios mío y Salvador.
Todo el día marcho confiado,
esperando tus favores, Señor.
Todos:
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
63 Jn 3,16.
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Anexo
6. Reconocer la herida que se ha hecho. El que ha sido herido necesita saber que su
herida ha sido tenida en consideración. Hay que manifestar al otro que se es consciente
del sufrimiento que ha tenido, de su intensidad… Es muy natural justificarse encontrando
excusas en el propio pasado, sobre todo recordando golpes de los otros (p.e. los padres)
o fuera de la pareja (p.e. la suegra). Es importante comprometerse en un proceso de
verdades para descubrir los propios errores personales y reconocerlos humildemente.
El perdón en cotidianidad de la vida familiar64.
Lean el texto y compartan sus reflexiones.
El perdón lo aprendemos de Dios, que nos ama y nos perdona.
El cristiano no dice: “Yo creo en el pecado”, sino “en la remisión de los pecados”. Y cuando el sacerdote dice: “Yo te absuelvo”, dice mucho más que “se te perdona”. Absolver significa volver a dar la libertad al que estaba atado, significa romperle sus cadenas. Cuando
el perdón nos parece imposible, miremos a Cristo en la cruz. En el mismo momento en
el que, suspendido de los clavos, muere de asfixia con un sufrimiento indecible, tiene el
valor de olvidarse de sí mismo para inclinarse sobre sus verdugos y perdonarlos. La del
perdón es la gracia más grande. La oración familiar de la noche es una ocasión maravillosa para intercambiarse el perdón. Amar es ser capaz de rezar juntos el Padre Nuestro.
Ningún vínculo conyugal resiste sin perdón.
Vale la pena reflexionar sobre estos puntos sobre el perdón en la cotidianidad de la vida
familiar.
1. Aceptar que somos diferentes. La familia se construye sobre la alteridad y la diferencia. Fácilmente el otro reaccionará de modo diverso, verá las cosas de modo diferente.
Hay que estar incesantemente a la escucha de la temperatura del corazón del otro y preguntarle su “modo de usarlo”: “Si te amo mal, si te piso los pies, dímelo para que cambie;
si te amo como se debe, dímelo igualmente para que siga así”.
ANEXOS
ANEXOS
UNIDAD 8
7. Dar tiempo al tiempo. Hay que aceptar que no nos llegue inmediatamente una palabra de perdón. Cuando se está dominado por la cólera, se requieren tiempos de calma,
de reflexión y también de oración para adquirir la capacidad de pedir perdón. Es un proceso largo y complejo y hay que esperar que el tiempo haga su obra. Algunos olvidan en
seguida la ofensa, sobre todo cuando se trata de ofensas leves. Otros tienden a evadirlas.
Aunque se dicen “se acabó”, sus ojos y su ceño siguen demostrando que el hecho no se
ha digerido todavía.
8. Aprender a buscar puntos comunes. Significa buscar una solución media, que tenga
en cuenta los dos puntos de vista. Esto supone que cada uno, en un primer momento, trate lealmente, con empatía, de ponerse en el lugar del otro, de entrar en su modo de ver.
9. Reconciliarse. Aunque la reconciliación no es indispensable para el perdón, el perdón
es completo cuando florece con el restablecimiento de las relaciones. El perdón no es
todavía la reconciliación, pero es su camino. El perdón es un catalizador que crea el clima
necesario para un nuevo comienzo. Perdonar es volver a dar confianza. Es volver a estar
“como antes”. Significa reparar y cambiar. La marca de la sinceridad al pedir perdón es
el esfuerzo que nos compromete a hacer lo posible para no caer en los mismos errores.
2. Tener como base de la familia esta intención: “Nosotros no nos haremos nunca sufrir voluntariamente”.
3. Considerar los aspectos positivos. Con demasiada frecuencia los pequeños litigios
ocultan los aspectos maravillosos de la vida de familia. Es importante dar sólo la importancia que tienen a los pequeños problemas.
4. El amor crece a través de estos pequeños perdones. Cuanto más se acostumbre a
perdonar las pequeñas cosas, más se perdonarán las grandes. Del mismo modo, cuanto
antes se haga, será mejor.
5. Hablar, explicarse. Perdonar es más fácil cuando hay comunicación. Es necesario pedir perdón. Sencillamente, sinceramente, humildemente. No dudar en dar el primer paso.
La palabra hace milagros cuando su tono es justo, sin juicios, porque crea y recrea. Para
perdonar y ser perdonado tenemos necesidad de oír estas palabras: “Te pido perdón”,
“Te he dado un disgusto”, “Me puse nervioso”, “Me he equivocado”. Estas palabras tocan
el corazón y suscitan un diálogo seguramente lleno de humildad y sinceridad, que de otro
modo no habría tenido lugar.
64 Ver “Boletin Salesiano” n. 6, junio de 2013.
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