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Discurso en Recepción de la Condecoración Juvenal Hernandez Jaque.1
Rodolfo Armas Merino (07 de octubre 2016)
Mi familia se instaló en Talca en 1800 cuando un joven de apellido Armas, licenciado en Derecho de la Universidad de San Marcos de Lima, llegó allí como funcionario del gobierno colonial. Ciento veinte años y cinco generaciones después, dos descendientes de aquel funcionario público, se vinieron a estudiar medicina a esta universidad en Santiago; eran mi padre y un primo de él. Esos dos niños de quince y dieciséis años fueron los primeros de la familia que iniciaron estudios superiores; después los siguieron otros tres primos de esa misma generación dos de los cuales no se titularon nunca. Era una época en la que no se le daba mayor importancia a la
educación superior. En la Universidad se encontraron con médicos famosos, aprendieron a valorar el saber y por
ende el estudio, se titularon, hicieron una profesión exitosa. En el caso de mi padre, una carrera vinculada a esta
universidad, en la que entró en contacto con la medicina norteamericana y europea y tempranamente comenzó a
formar discípulos. Así, estos dos jóvenes dieron un brinco gigantesco en lo social, cultural, intelectual y económico. El empuje personal y el apoyo familiar fueron muy importantes en este proceso, pero él no habría sido
posible sin esta Universidad, que era gratuita, prestigiada, acogedora y la única que enseñaba medicina en el
país2. Los muchísimos jóvenes que hicieron un recorrido como éste, se hicieron padres cultivados y eso importa
porque la educación y la cultura irradian en el entorno y se traspasan a los hijos. Es muy posible que un recorrido semejante a este fue el que siguió el propio rector Juvenal Hernandez, quien migró a Santiago a estudiar Derecho aproximadamente el mismo año en que se fundó la Universidad de Concepción.
Cuando yo tenía seis años de edad mi familia se mudó del centro de Santiago al, en esa época, lejano barrio de
Providencia. Se me matriculó en el Colegio Saint George´s que enseñaba inglés, era católico y del barrio. Ahí
recibí mi educación básica y media. Muchos de los compañeros vivíamos cerca del colegio, proveníamos de
familias de clase media alta con un padre profesional, éramos católicos; los domingos nos topábamos en la mañana en la parroquia y en la tarde en el cine del barrio, los coqueteos de adolescentes eran con niñas de colegios
del sector y a menudo hermanas de alguno de nosotros; veraneábamos en los mismos lugares. Nos hicimos todos amigos pero estos amigos éramos muy iguales, como cantaba Atahualpa Yupanqui, éramos “uno mesmo pero con otra piel”.
Al ingresar a la Escuela de Medicina nos encontramos con estudiantes chilenos oriundos de ciudades entre Punta Arenas e Iquique; otros venían de Argentina, Bolivia, Ecuador, Colombia, Panamá, Repúblicas del Salvador y
Dominicana; había estudiantes católicos, agnósticos y judíos; algunos eran hijos de inmigrantes croatas, italianos o palestinos; los había de hogares muy pobres; había mujeres; compañeros de izquierda y otros de derecha,
etc. Fue un encuentro con la diversidad y fuimos aprendiendo a respetar el pensamiento de otros, a tolerar y
convivir, a hacer amistad. En esos años, conocimos la pobreza dura del Chile de la época: salas de hospital paratifosos, sanatorios para tuberculosos, 14 o 15de cada 100 niños que nacían no llegaban al año de edad pues se
los llevaba la desnutrición, las diarreas y el sarampión; había áreas de la ciudad donde no podía entrar la policía,
pero si las ambulancias pues ahí había delincuencia mayúscula. Era el Chile real, el Chile diverso y muy pobre.
La Universidad nos enseñó medicina, pero también de la vida, de la sociedad y de la diversidad que ella contenía, de la persona humana y su sagrado derecho a pensar diferente y la convicción de que nadie posee la verdad
únicaporque ésta casi noexiste; aprendimos a valorar el esfuerzo y a reconocer las capacidades ajenas y la primacía de las capacidades individuales por encima de los contactos sociales; comprendimos que en la vida había
que tener una mirada a la vez constructiva, crítica y objetiva. Todo esto nos lo enseñó esta universidad que, sin-
La distinción universitaria "Medalla Rector Juvenal Hernandez Jaque” se otorga como premio anual a los ex-alumnos de la Universidad de Chile que en el ejercicio de sus respectivas labores profesionales, hayan prestado servicios distinguidos a la Universidad de
Chile y al país, manteniendo una permanente fidelidad hacia la Corporación y que se hayan caracterizado a lo largo de su vida por
identificarse con el espíritu humanista y el ideario ético que encarnó el Rector Juvenal Hernández Jaque.
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La Escuela de Medicina de Universidad de Concepción se inició en1924 y la de la Pontificia Universidad Católica de Chile en 1926
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contemplarlo en sus currículos, lo tenía incorporado en su esencia. En los siete años que duró la carrera conocimos médicos notables, verdaderos maestros de la medicina, que nos sirvieron de modelos.
A aquellos dos jóvenes de la generación anterior a que me referí al comienzo y que son representativos de muchísimos otros jóvenes, la universidad les abrió un mundo mucho más grande del que traían de Talca y a nosotros, nos abrió otro mucho más grande que el que traíamos de Providencia. Ellos y nosotros, al mirar más allá
del nicho en que nos habíamos criado, dimos un enorme salto cualitativo. La universidad nos cambió. La educación universitaria en general y especialmente la educación médica han de considerar al estudiante no sólo como
sujeto de aprendizaje profesional, sino como persona que hay que desarrollar en toda su integridad; así lo hizo
la Universidad de Chile con nosotros.
Además, aquí conocí a mi esposa, alumna de pre y postítulo de esta universidad y juntos hicimos una familia de
la que nos enorgullecemos. Comenzamos siendo dos estudiantes de medicina y después de medio siglo vamos
caminando a la cabeza de un conglomerado cercano a las veinte personas. Mi esposa y mis hijos han sido parte
muy central de mi recorrido que ha sido con limitación de recursos, con una jornada laboral diaria demasiado
larga de los padres restándole tiempo que le pertenecía y necesitaban los hijos, con un padre de familia muchas
veces ausente o pensando en otra cosa. Nuestros cuatro hijos estudiaron y se titularon en profesiones diferentes,
tres en esta universidad. La verdad es que en nuestro caso el centro de la vida ha sido la familia, y mucho de los
esfuerzos hechos han sido para ella. Tengo conciencia que uno le impone al resto de la familia rigores y sacrificios sin consultarla.
Por todo lo anterior, esta condecoración me resulta inmerecida. Tengo claro que es más lo que he recibido de esta Universidad que lo que le he dado a ella en los 63 años que he estado como alumno de pre y post título y como docente y funcionario.3Pueden decir que otra universidad habría hecho lo mismo; es posible, pero ahora hablo de ésta que fue la que ha cobijado a tres generaciones de mi familia. Siento por ella una gratitud inmensa. Es
mucho lo que en la vida se le debe a otros, en mi caso muy especialmente a mi familia y a esta universidad.
Tiene de especial esta condecoración, llevar el nombre del Rector Juvenal Hernández Jaque, un modelo de servidor público. Decano de Derecho y luego rector por 20 años (1933-1953). Durante su rectoría nacen en la Universidad varias facultades y se desarrolló una vigorosa extensión universitaria creando la Editorial Universitaria, el Instituto de Extensión Musical del cual emergieron el Ballet Nacional, el Coro Universitario y la Orquesta Sinfónica de Chile. Además, creó las Escuelas de Temporada y el Teatro Experimental. Es decir, hizo más
completa a la universidad y la abrió a la comunidad transformándola en una universidad para Chile. También
fue académico de número y fundador de la Academia chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile a la que presidió por nueve años dentro de los cuales fue también Presidente del Instituto de Chile. Don Juvenal fue también Diputado, embajador y ministro de la defensa nacional.
Durante su rectoría se produjo en 1943 una reforma profunda en la enseñanza de la medicina, conocida como la
reforma Garretón–Alessandri4 en homenaje a los Profesores Alejandro Garrretón Silva y Hernán Alessandri
Rodriguez, ambos impulsores de esa reforma. Entre otras innovaciones, ésta comenzó a utilizar para la docencia
algunos hospitales públicos de la capital, creando en ellos cátedras universitarias. Fue una formalización de una
tradicional vocación del mundo médico académico por el trabajo asistencial. No se pueden separar la enseñanza
de la medicina de la atención de pacientes. Pero no solo se instalaron cátedras en hospitales públicos, la medicina pública chilena se vio coronada en 1952 con la creación del Servicio Nacional de Salud, creado apenas cuatro años después del National Health Service inglés que fue la primera iniciativa de esta especie en el mundo.
Este Servicio chileno fue inspirado por profesores de esta Universidad, su Ley de creación llevó la firma del
Ministro de Salud y profesor de farmacología de esta casa Don Jorge Mardones Restat, en ella se establece que
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Administrador en actividades académicas es Director de Departamento, Secretario de estudios y miembro del Consejo de Facultad.
Cruz Coke, R. El Plan Garretón-Alessandri. Rev Med Chile 1980; 108 : 1073.
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lo dirigirá un Director General de Salud y el primero en esa función fue el Profesor de Higiene de la Universidad de Chile Dr Hernán Urzúa Merinoy que lo asesorará un consejo, el Consejo Nacional de Salud, en el que
se le dio cabida a dos representantes de nuestra Facultad de medicina. Así, al introducir la medicina académica
a los hospitales públicos y al influir tan decididamente en la salud pública nacional, la apertura de la Universidada la sociedad fue mucho más allá de la extensión artística y cultural. Ojalá que esta institución nunca se
aparte de la comunidad nacional, de la gente de Chile, de ser la Universidad para Chile.
Estudié medicina un año en el hospital universitario y cuatro en cátedras universitarias emplazadas en hospitales
públicos de la red asistencial del Estado, los Hospitales del Salvador y San Juan de Dios. Me formé como especialista en un programa de esta Universidad que se realizaba en Santiago y se complementaba con dos años de
trabajo en un hospital de provincia lo que hice en el Hospital Carlos van Buren de Valparaíso; he ejercido por
cincuenta y cinco años mi profesión en hospitales públicos, ahí he enseñado y aprendido. También trabajé muchos años en la Clínica Alemana de Santiago y durante un año en un hospital público con escuela de medicina
propia vinculado a la Universidad de Londres. Me he desempeñado entonces en hospitales diversos en sus orígenes y vocación. Entiendo bien que hay hospitales universitarios, de las Fuerzas Armadas, privados con o sin
lucro y públicos. Cada cual tiene su razón de existir y su propia misión institucional. Las condiciones de trabajo
que enfrentamos en los hospitales públicos son muchas veces muy precarias: escasas camas de hospitalización,
carencia de medicamentos caros, listas de espera para casi todo, hospitalizaciones en camillas y aun en sillas en
los servicios de urgencia, fuga de profesionales tras mejores rentas, etc. Pese a esta realidad, si volviera a iniciar
mis estudios y tuviera la oportunidad de diseñar mi carrera, nuevamente optaría como campo clínico para mi
aprendizaje por los hospitales públicos de la red asistencial del Estado. En ellos se vive la medicina con las limitaciones propias de un país aun en desarrollo, de ellos depende la atención sanitaria de al menos dos tercios de
los chilenos y por ende ellos debieran ser razonablemente el campo laboral futuro para al menos dos tercios de
nuestros alumnos. Confieso que me encanta recibir hoy día un reconocimiento de mi universidad por una vida
académica que he realizado en centros asistenciales del Estado y me encantó aún más revisar quiénes como yo
habían recibido esta condecoración habiendo realizado sus carreras académicas en esos establecimientos me encontré con nombres como Víctor Manuel Avilés, Rodolfo Armas Cruz, Julio Meneghello R, Alejando Goic, Esteban Parrochia, Manuel García de los Ríos. Todos ellos, trabajando en esta Universidad, pero en Hospitales de
la red asistencial estatal, son o fueron grandes maestros de su especialidad y condecorados con la medalla Juvenal Hernandez de esta Universidad.
Quiero decir con estas palabras que creo y mucho en la enseñanza de la medicina en los centros asistenciales del
Estado y que es justo y necesario que las autoridades universitarias brinden a ellos la máxima protección y a los
Directores de los Servicios de Salud a que tengan presente que en sus establecimientos se les están formando los
profesionales que ellos necesitan y que colaboren lo más posible en que este sea un proceso exitoso. No entiendo cómo los convenios docente asistenciales entre nuestra universidad y los Servicios de salud estatal, puedan
entrabarse por exigencias de índole económica. No solo ambos ─ Servicios de Salud y Universidad de Chile ─
pertenecen al Estado, ambas entidades buscan lo mismo: una formar los recursos humanos técnicos de buen nivel que necesita el trabajo sanitario que debe realizar la otra. Desgraciadamente, la organización asistencial se
ha ido alejando de la educación médica más allá de lo conveniente, en vez de irse acercando para enfrentar las
necesidades compartidas. Hago también votos para que las universidades estatales y especialmente ésta, se encuentren con el sector salud para trabajar en conjunto a fin de producir en cantidad y en calidad los profesionales de la salud que el país requiere.
Aun trabajo en un hospital público, en una unidad de gastroenterología donde hacemos mucho trabajo asistencial y docencia especialmente de postítulo a alumnos de esta Universidad. Pertenezco a un grupo de trabajo muy
interesante, con médicos de diferentes generaciones, con una relación humana notable, donde nos ayudamos y
enseñamos unos a otros con mucha armonía, donde creo que estudiamos más que los alumnos. Es un grupo generoso en el que se percibe y se enseña la vocación por los enfermos. A ese grupo le agradezco mucho que aún
me acoja.
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Nos ha tocado vivir una medicina difícil, cada vez más científica, basada en hechos demostrados y no en los
pareceres de los jefes o de los maestros, ceñida a protocolos y guías clínicas que nos enmarcan en lo que hay
que hacer conforme a los nuevos saberes, en la que las técnicas de toda índole (imágenes, cifras y curvas)son
parte de nuestro trabajo, en la que diariamente los conocimientos nuevos van desmoronando dogmas y en la
que los recursos terapéuticos cada vez más eficaces nos obligan a conocerlos e incorporarlos por el bien de
nuestros enfermos. Esta medicina tan compleja nos induce a sectorizar al paciente y abordarlo por órganos o
funciones deficientes. Esta medicina tiene tremendos beneficios, pero también facetas grises, casi todas las
cuales han existido siempre, aunque ahora nos parezcan nuevas:
- el atractivo de la técnica nos va apagando la valoración de la persona enferma; la técnica tiende a
deshumanizarnos. Esto no es nuevo. De la época hipocrática (400 años AC) es la frase “Es más importante
saber qué persona sufre la enfermedad que saber qué enfermedad sufre la persona”. En tiempo menos antiguo en 1930 Francis Peabody, destacadísimo médico norteamericano escribió “El tratamiento de la enfermedad puede ser enteramente impersonal, pero el cuidado del paciente debe ser completamente personal”5. Tenemos que cuidarnos y enseñar a los médicos jóvenes de no perder de vista a la persona enferma.
- se ha mercantilizado la medicina y muchos han descubierto que ella puede ser una oportunidad de
negocios: la industria fabricante de medicamentos y de otros insumos, las compañías de seguro, la farmacia
que expende, el paciente que demanda y el abogado que defiende, emprendimientos comerciales que buscan
obtener dividendos, todos contribuyen a un encarecimiento de la medicina desmedido que aun la lleva a excluir a quienes no cuentan con qué saciar a todos los intermediaros. El Estado no alcanza a aportar lo suficiente para proteger a toda la población. Estos universal. Los médicos tenemos que cuidarnos de no ser parte de esta mercantilización y tener presente que la medicina es un servicio. El lucro razonable es un estímulo, pero el
excesivo es un abuso intolerable la salud está de por medio. No es un decir, pero hay enfermedades que gracias al progreso dejaron de ser incurables, pero, por la codicia, pasaron a ser impagables.
- La medicina se presta a la búsqueda de intereses egocéntricos como son fama, lucro, lucimiento personal de los actores que participan en ella. Esto tampoco es nuevo y hay que recordar la plegaria de Maimónides en el siglo XII cuando oraba: “No permitas que la sed de ganancias o que la ambición de renombre y admiración echen a perder mi trabajo, pues son enemigas de la verdad y del amor a la humanidad y pueden desviarme del noble deber de atender al bienestar de Tus criaturas”,
- Un aspecto particular de egocentrismo no infrecuente es la soberbia por lo mucho que se sabe sin reconocer las limitaciones propias ni las mayores capacidades de otros. Esto tampoco es nuevo: Maimónides hace 800 años rogaba a Dios en su plegaria “Haz que sea modesto en todo excepto en el deseo de conocer el arte de mi profesión. No permitas que me engañe el pensamiento de que ya sé bastante. Por el contrario, concédeme la fuerza, la alegría y la ambición de saber más cada día. Pues el arte es inacabable, y la mente del
hombre siempre puede crecer”.
Para eludir éstas y otras facetas grises los médicos tenemos que esforzarnos y enseñar a los que nos sucederán
a asumir que la medicina es para servir y no para servirse, que el centro de ella es el paciente y no en los intereses de los que nos desempeñamos en ella, que es mandatorio ser confiables, interesados en los demás, respetuosos, responsables, tener sed de saber y reconocer las limitaciones propias y las mayores capacidades de
otros. Todo esto no se aprende en aulas ni en textos ni en internet, sino artesanalmente en el día a díaal lado de
maestros, de tutores. Es un desafío para las escuelas de medicina contar con ellos. Pienso que en la carrera de
medicina, ser un buen tutor es quizás más importante que ser un buen investigador y más vale un alumno bien
formado que muchos trabajos bien publicados. Repito: la educación universitaria en general y especialmente la
médica, han de considerar al estudiante no sólo como sujeto de aprendizaje profesional sino como una persona
que hay que desarrollar en toda su integridad.
Agradezco y mucho a quienes me propusieron y a quienes me asignaron esta distinción, al sistema de salud de
este país en el que crecí y envejecí y que me proporcionó contacto con tantas personas de las que mucho
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Peabody FW The Care of the Patient JAMA 1927; 88:877-882
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aprendí, a la Universidad de Chile donde he aprendido mucho más que medicina y que me ha enseñado tanto
de Chile, los chilenos y el mundo y que espero verla siempre luchando por un Chile mejor y una mejor vida
para los chilenos. Nuevamente agradezco al grupo de trabajo del Hospital San Juan de Dios. Reitero mis gracias a mi familia que han sido no sólo buena parte en este recorrido, sino la razón de él. Doy las gracias a todos Uds. Por haberse molestado en venir a esta ceremonia.