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1 El desplazamiento del imaginario democrático en Ernesto Laclau Este artículo analiza la noción de desplazamiento del imaginario democrático según la teoría política posmarxista de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, expuesta principalmente en Hegemonía y Estrategia Socialista.1 Desde el punto de vista político, la centralidad de la postura posmarxista (i) permite considerar que el radicalismo político no requiere necesariamente el momento privilegiado de la revolución, ya que dicho radicalismo político se concibe en el marco de un desplazamiento y reformulación de los ideales democráticos inaugurados por la Revolución Francesa; y (ii) establece que, en el contexto de la continuidad histórica de los fenómenos políticos, existen momentos (o “puntos nodales”) en los que determinados fenómenos políticos “condensan” una cantidad importante de demandas políticas y que dichos “puntos nodales” pueden considerarse hitos (o momentos de discontinuidad) en la historia del desplazamiento de los ideales democráticos. Con el objetivo de ofrecer la interpretación de Laclau y Mouffe sobre el radicalismo político en un contexto social no revolucionario, es requisito describir un doble movimiento previo: (i) la crítica al esencialismo marxista y (ii) la formulación de nuevos conceptos para comprender lo político como un campo contingente. (i) Contra el dogmatismo y el esencialismo Para Laclau y Mouffe, la noción de desplazamiento del imaginario democrático tiene su piedra de toque con la Revolución Francesa. Es a partir de este momento cuando lo político se instituye como una “construcción”, es decir, como una “articulación” de relaciones sociales en un campo “surcado” por “antagonismos” y no como un campo relacional estático, comprensible desde una instancia exterior al mismo que dicta la esencia y el devenir histórico de dichas relaciones. El análisis de Laclau y Mouffe presupone una visión “abierta” (contingente) de la modernidad, en el sentido de que lo político se constituye dinámicamente, sin estar 1 Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal, Hegemonía y Estrategia Socialista, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2004; Laclau, Ernesto, Emancipación y Diferencia, Buenos Aires, Ariel, 1996; Mouffe, Chantal (comp.), Deconstrucción y Pragmatismo, Buenos Aires, Paidós, 1998; Laclau, Ernesto, Nuevas Reflexiones sobre la Revolución de Nuestro Tiempo, Buenos Aires, Nueva Visión, 2000; Laclau, Ernesto, Misticismo, retórica y política, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2002; Laclau, Ernesto, La Razón Populista, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2005; Mouffe, Chantal, En torno a lo político, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007; y Laclau, Ernesto, Debates y Combates, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2008. 2 guiado por un “telos” o finalidad (un fin que debemos alcanzar o que nos es impuesto) según Agnes Heller.2 El énfasis de Laclau y Mouffe en la democracia se enmarca en el debate político contemporáneo en torno a la “crisis del marxismo”. Dicho debate plantea la cuestión acerca de si dicha crisis obedece a razones de aplicación práctica o bien a problemas inherentes a su propia matriz teórica. Según Laclau y Mouffe, en un análisis que se inicia con Rosa Luxemburgo, pasa por Antonio Gramsci y llega a Louis Althusser, el marxismo se ha visto en la dificultad de armonizar la teoría clásica (dogmática) con las situaciones contingentes de lo social. Los tópicos “rígidos” de esta teoría clásica son: (a) El “determinismo histórico”, según el cual la historia de la humanidad se cumplirá inexorablemente en una dirección (lo que sitúa al observador en un lugar privilegiado en la comprensión de los fenómenos sociales), cuando las contradicciones sociales -derivadas del modo de producción capitalista- alcancen un grado tal de intensidad resultante en una inversión revolucionaria que permitirá superar dichas contradicciones e institucionalizar un nuevo modo de producción. (b) La “contradicción”, según la cual lo social se explica por la tensión y el enfrentamiento entre posiciones (favorables o desfavorables) que los individuos ocupan en un modo de producción determinado. Bajo el capitalismo, la contradicción fundamental está dada por dos posiciones “fijas” en un marco general sustentado en la distribución desigual de lo producido socialmente: los burgueses, que forman un grupo reducido y se enriquecen constantemente en detrimento de los proletarios, que sufren la extracción de plusvalía por los primeros y están condenados a un empobrecimiento continuo. (c) La “clase social”, según la cual los grupos en contradicción conforman clases sociales en tensión y constituyen los principales componentes para explicar el motor de la historia (historia que se puede concebir como historia de la lucha de clases), de allí la centralidad del concepto tanto epistemológica (la centralidad de la clase para comprender lo social) como política (la clase proletaria es el sujeto de la historia en la nueva sociedad comunista). 2 Heller, Agnes, Una filosofía de la historia en fragmentos, Barcelona, Gedisa, 1999. 3 (d) El “economicismo”, según el cual si las clases constituyen el motor de la historia, es claro entonces que las ideologías (religión, política, arte) son representaciones elaboradas por los individuos sobre la sociedad y el lugar que ocupan en la misma, pero no siempre son claras a su conciencia: la conciencia está determinada por la clase social, los intereses de clase están determinados por el modo de producción y la legitimidad del orden social depende del “ocultamiento” de la realidad social, respecto del cual -claro está- el observador es el agente privilegiado para efectuar el “desenmascaramiento” de lo real. (e) El “racionalismo”, según el cual (conforme lo descripto en los acápites a) a d) precedentes) lo social puede explicarse desde una teoría científica capaz de describir y explicar su funcionamiento de acuerdo con ciertas “leyes” de la historia. Laclau y Mouffe reflexionan sobre un campo político y social que no puede ser abordado desde lo que consideran el marxismo ortodoxo, portador de las características (“tópicos rígidos”) antes indicadas. Dicho campo, afirman, se caracteriza por la incertidumbre y la contingencia, así como por la proliferación de nuevos antagonismos sociales, que “exceden” las interpretaciones centradas en el privilegio clasista (o “dicotómicas”) como eje fundamental de explicación de lo social: se trata de los “nuevos movimientos sociales” (i.e.: anti-sexistas, anti-racistas, anti-institucionales especialmente a partir de la década del ’60.3 y ecologistas) surgidos En tal sentido, estiman necesario incorporar nuevas categorías de análisis que permitan extender la crítica “clasista” del marxismo a nuevos horizontes que dicha crítica no es capaz de incorporar.4 3 Según Laclau, ninguna “dicotomía” es absoluta, lo que implica “que no puede haber ningún acto de fundación revolucionaria total”. Por el contrario, “dicotomías parciales y precarias tienen que ser constitutivas del tejido social. Este carácter incompleto y precario de las fronteras que constituyen la división social están en la raíz de la posibilidad, en el mundo contemporáneo, de una autonomatización general de las luchas sociales -los denominados nuevos movimientos sociales- que van más allá de toda subordinación a una frontera única que sería la sola fuente de la división social”. Laclau, Ernesto, Emancipación y Diferencia, p. 37. 4 Desde una posición crítica del “posmarxismo” de Laclau y Mouffe, Grüner advierte (siguiendo a Eagleton y Jameson) que la noción de “clase social” sigue siendo central para la comprensión de los fenómenos sociales, aunque señala la necesidad de rechazar el “reduccionismo de clase” en dicha comprensión (Grüner, Eduardo, El fin de las pequeñas historias, p. 82 y ss). De todas formas, considero que la noción de “desplazamiento del imaginario democrático” de Laclau y Mouffe no excluye la existencia de clases sociales derivada de la distribución desigual de lo producido socialmente, sino que advierte que dicho criterio no es exhaustivo para abordar otros tipos de desigualdad no determinadas por excluyentes motivos económicos. En este sentido, 4 (ii) Nuevas categorías para pensar lo político Laclau y Mouffe consideran que la noción de “contingencia” de la modernidad es una noción medular para el análisis de las relaciones sociales. A esta contingencia la denominan “apertura de lo social”. La apertura de lo social implica que las relaciones sociales son contingentes, lo que equivale a decir que las mismas son “políticas”. Aquí lo político se comprende como instancia de constitución (contingente) de las relaciones sociales, a diferencia de las consideraciones “naturalistas” o “esencialistas” de las mismas (en las cuales no habría construcción sino un determinismo derivado de una figura o concepto: Dios, nación o clase social). El campo sobre el cual se efectúa la “articulación” de las relaciones sociales es el de los “elementos” que se hallan “dispersos”, en el marco general de la “fragmentación” de las sociedades modernas. En este sentido, podríamos decir que la articulación “opera” sobre un campo “rizomático” (en términos de Deleuze y Guattari), caracterizado por la falta de un centro referencial, universal y homogeneizante de las relaciones sociales. Por el contrario, lo rizomático significa dar cuenta de las “heterogeneidades” o singularidades: “Contrariamente a los sistemas centrados (incluso policentrados), de comunicación jerárquica y de uniones preestablecidas, el rizoma es un sistema acentrado, no jerárquico y no significante, sin General, sin memoria organizadora o autómata central, definido únicamente por una circulación de estados”.5 Laclau y Mouffe denominan discurso a la totalidad estructurada de una “práctica articulatoria”. Un discurso es un factor que limita la contingencia de lo social. En el interior de los discursos, existen momentos, constituidos por fragmentos (o posiciones diferenciadas) que conforman los propios discursos. Por otra parte, los autores mencionan la existencia de elementos, consistentes en todas las posiciones diferenciadas que no se han articulado discursivamente. Esto último es lo que, siguiendo a Derrida, describen como “significantes flotantes”, que ocupan un lugar central para describir la contingencia de lo social pero nunca pueden ser articulados en discursos. Laclau afirma que la posición del trabajador está “más allá de su posición objetiva dentro de las relaciones de producción” (Laclau, Ernesto, Debates y Combates, p. 45). 5 Deleuze, Gilles y Guattari, Félix, Mil Mesetas, Valencia, Pre-Textos, 2002, p. 26. 5 Así, dentro de una práctica discursiva, no existe una “posición fija del sujeto”.6 No es posible, según Laclau y Mouffe, conferir centralidad a un momento discursivo. Aquí la crítica se dirige, dentro del marxismo, a la centralidad de la clase social como “momento” central y fundacional en las relaciones sociales. Un discurso es, en el marco general de la dispersión o fragmentación de elementos, una limitación parcial a un “exceso de sentido” de lo social. Laclau y Mouffe se refieren a este “exceso de sentido” (condición de la contingencia de lo social) como un “campo de la discursividad”, que permite la constitución de “discursos” (o “puntos nodales”) que siempre resultarán parciales e impedirán la fijación de un punto nodal con “significado trascendente”. La relación entre un discurso y el campo de la discursividad puede comprenderse pues como una relación entre “necesidad” y “contingencia”. El pasaje de “elementos” (significados flotantes) a “momentos” (regularidad en la dispersión de los elementos) no puede ser nunca completa: “La práctica de la articulación consiste, por lo tanto, en la construcción de puntos nodales que fijan parcialmente el sentido; y el carácter parcial de esa fijación procede de la apertura de lo social, resultante a su vez del constante desbordamiento de todo discurso por la infinitud del campo de la discursividad”.7 Para Laclau y Mouffe, las prácticas articulatorias y los discursos nunca pueden fijar un sentido único a la totalidad social. El límite de toda objetividad deriva del carácter pluralista y antagónico de la modernidad. El antagonismo surge de las posiciones diferenciales que conforman los “fragmentos” de las sociedades modernas. Cuanto más inestables sean las relaciones 6 Según Laclau, la imposibilidad de una posición “fija” del sujeto se explica por la relación (contingente) entre el sujeto y las estructuras. Dicha relación puede describirse en una serie de seis pasos: (i) “toda posición del sujeto es el efecto de una determinación estructural”; (ii) “como una estructura es, no obstante, constitutivamente indecidible, se requieren decisiones que la estructura no predetermina”; (iii) “como las decisiones que constituyen al sujeto son tomadas en condiciones de indecibilidad insuperable, ellas no expresa la identidad del sujeto (algo que el sujeto ya es) sino que requieren de actos de identificación”; (iv) “estos actos escinden la nueva identidad del sujeto: esta identidad, por un lado es un contenido particular; por el otro, encarna la completud ausente del sujeto”; (v) “como esta completud ausente es un objeto imposible, no hay ningún contenido que esté a priori determinado para cumplir esta función de encarnación”; y (vi) “como la decisión es siempre tomada dentro de un contexto concreto, lo que es decidible no es enteramente libre: lo que se considera una decisión válida tendrá los límites de una estructura que, en los hechos, está solo parcialmente desestructurada” (Mouffe, Chantal (comp.), Deconstrucción y Pragmatismo, p. 119). 7 Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal, op. cit., p. 154. 6 sociales, es decir cuanto menos logrado sea un sistema definido de diferencias, tanto más proliferarán los puntos de antagonismo; pero, a la vez, tanto más carecerán éstos de una centralidad. La hegemonía, finalmente, supone la articulación de prácticas articulatorias antagónicas; se constituye en un campo surcado por antagonismos y supone, por lo tanto, fenómenos de equivalencia y efectos de frontera. Sólo la presencia de una vasta región de elementos flotantes y la posible articulación de campos opuestos constituye el terreno que permite definir una práctica como hegemónica. Esta concepción de lo hegemónico implica una concepción precisa del poder: “El punto importante es que toda forma de poder se construye de manera pragmática e internamente a lo social, apelando a las lógicas opuestas de la equivalencia y de la diferencia; el poder no es nunca fundacional. Por tanto, el problema del poder no puede plantearse en términos de la búsqueda de la clase o del sector dominante que constituye el centro de una formación hegemónica, ya que por definición, dicho centro nos eludirá siempre. Pero también es incorrecto plantear la alternativa del pluralismo, o la difusión total del poder en el seno de lo social, ya que esto tornaría el análisis ciego a la presencia de puntos nodales y a las concentraciones parciales de poder existentes en toda formación social concreta”.8 En otras palabras, la hegemonía es un concepto político que da cuenta de la inestable relación entre lo contingente y lo necesario.9 Conforme lo expuesto, el “posmarxismo” de Laclau y Mouffe permite, mediante las nociones de contingencia en la construcción de lo social, articulación de prácticas sociales y hegemonía discursiva, superar el dogma de la centralidad del “momento” revolucionario, anclado en la noción de “clase” como única posibilidad de transformación de lo social. 8 Ibid., pp. 186 a 187. 9 Según Laclau, la “hegemonía” como categoría central del análisis político presenta tres requerimientos: (i)“algo constitutivamente heterogéneo al sistema o estructura social tiene que estar presente en esta última desde el mismo comienzo, impidiéndole constituirse como totalidad cerrada o representable”; (ii) “la sutura hegemónica tiene que producir un efecto re-totalizante, sin el cual ninguna articulación hegemónica sería tampoco posible”; y (iii) “esta re-totalización no puede tener el carácter de una reintegración dialéctica. Por el contrario, tiene que mantener viva y visible la heterogeneidad constitutiva y originaria de la cual la relación hegemónica partiera” (Laclau, Ernesto, Misticismo, retórica y política, pp. 60 y 61). Conforme lo expuesto, la categoría “hegemonía” se define por la relación necesidad/contingencia. En el mismo sentido, véase Laclau, Ernesto, Nuevas Reflexiones sobre la Revolución de Nuestro Tiempo, pp. 44 a 48. 7 Radicalismo político sin revolución Los conceptos antes descriptos nos conducen a la cuestión fundamental planteada por Laclau y Mouffe en Hegemonía y Estrategia Socialista: determinar las condiciones discursivas de emergencia de acciones colectivas encaminadas a la abolición de las desigualdades y el cuestionamiento de las relaciones de subordinación. Esta condición discursiva no es otra que la plasmada en los ideales democráticos de libertad e igualdad sancionados en 1789 con la Revolución Francesa. Hemos indicado, por un lado, la centralidad otorgada por Laclau y Mouffe a la teoría del lenguaje y al carácter simbólico de las relaciones sociales (que por ser inestables siempre son “políticas”); por el otro, que lo social tiene como piedra de toque relaciones diferenciales que pueden ser englobadas parcialmente en discursos (relación entre contingencia y necesidad). Según lo señalado, desde el punto de vista político Laclau y Mouffe proponen distinguir entre “relaciones de subordinación” y “relaciones de opresión”. Las “relaciones de subordinación” son, simplemente, aquéllas en virtud de las cuales un agente se encuentra sometido a otro (no importa aquí determinar dónde, cuándo y cómo). Las “relaciones de opresión”, en cambio, son aquellas “relaciones de subordinación” transformadas en sedes de antagonismo. El problema a tratar, según estos autores, es “cómo a partir de relaciones de subordinación se constituyen relaciones de opresión”.10 Una “relación de subordinación”, afirman Laclau y Mouffe, establece un conjunto de posiciones diferenciadas entre los agentes sociales. Es subvirtiendo la “positividad” de estas posiciones cuando el “antagonismo” podrá emerger y ello será posible con la presencia de un “exterior” discursivo a partir de lo cual el discurso de la subordinación pueda ser interrumpido: “Nuestra tesis es que sólo a partir del momento en que el discurso democrático va a estar disponible para articular las diversas formas de resistencia a la subordinación existirán las condiciones que harán posible la lucha contra los diferentes tipos de desigualdad”.11 10 Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal, op. cit., p. 196. 11 Ibid., p. 197. 8 La “revolución democrática” permite, entonces, “plantear las diferentes formas de desigualdad como ilegítimas y antinaturales, y hacerlas, por tanto, equivalerse en tanto formas de opresión. Esto es lo que va a constituir la fuerza subversiva profunda del discurso democrático, que permitirá desplazar la igualdad y la libertad hacia dominios cada vez más amplios y que servirá, por tanto, de fermento a las diversas formas de lucha contra la subordinación”.12 Los denominados nuevos movimientos sociales deben analizarse, afirman los autores, tanto como momentos de “continuidad” como de “discontinuidad” en el interior del discurso democrático. La continuidad se funda en el hecho de que es a partir de la transformación de la ideología liberal democrática en “sentido común” que se crearán las bases para la progresiva puesta en cuestión del principio jerárquico en las relaciones sociales.13 La discontinuidad, por su parte, obedece a que los nuevos sujetos políticos se han constituido a través de su relación antagónica con formas de subordinación recientes, derivadas de la implantación y expansión, desde mediados del S. XX, de relaciones de producción capitalistas a sectores cada vez más vastos de lo social (“mercantilización”) y de la intervención creciente del Estado en la regulación de las relaciones económicas y sociales (“burocratización”), junto a la emergencia de nuevas formas culturales (“cultura de masas”). En otras palabras, la cuestión del “progresismo” de los ideales democráticos obedece a la propia dinámica de las sociedades modernas, lo que significa que existe una “historicidad” en el despliegue de los ideales democráticos.14 12 Ibid., p. 198. Chantal Mouffe define como “agonista” a la democracia, caracterizada por la contingencia de “las articulaciones político-económicas hegemónicas que determinan la configuración específica de una sociedad en un momento determinado. Son construcciones precarias y pragmáticas, que pueden ser desarticuladas y transformadas como resultado de la lucha agonista entre los adversarios” (Mouffe, Chantal, En torno a lo político, p. 39). 13 Dicha progresividad se compone de tres grandes fases: (i) la primera fase correspondiente al derecho a la igualdad en el espacio público de la ciudadanía; (ii) el derecho a la igualdad y la libertad de las luchas obreras y anticapitalistas en el S. XIX; y (iii) las luchas de los “nuevos movimientos sociales” de las últimas décadas del S. XX, que profundizan la revolución democrática (Laclau, Ernesto, Nuevas Reflexiones sobre la Revolución de Nuestro Tiempo, p. 143). 14 Dicha historicidad, afirma Laclau, obedece a la existencia de “significantes flotantes” que vuelven inestables las “fronteras” de lo político. Con relación a las nuevas demandas de un pueblo, ello supone la continua “reconstitución del espacio de representación mediante la construcción de una nueva frontera”. Y agrega: “toda transformación política implica la reconfiguración de demandas existentes, así como la incorporación de demandas nuevas (es decir, de nuevos actores históricos)” (Laclau, Ernesto, La razón populista, p. 193). 9 Un aspecto central de la historicidad radica en que la misma no puede analizarse al margen de las transformaciones sociales sobre las cuales opera. Podríamos decir entonces que el reconocimiento de los “ideales democráticos” es el producto de condiciones históricas y que dichos ideales poseen plena validez sólo para estas condiciones y dentro de sus límites. Mientras la ortodoxia marxista considera que el citado reconocimiento se alcanza con el pleno despliegue de las dos clases sociales antagónicas (los burgueses y los proletarios), para Laclau y Mouffe la contingencia de lo social nunca podrá tener un “fin”, lo que implica que los ideales democráticos podrán, en principio, seguir extendiéndose hacia ámbitos desconocidos. Es el propio desarrollo de la sociedad lo que generará ineludiblemente nuevos antagonismos sobre relaciones sociales que, desde el presente, no pueden determinarse a priori. Esta imposibilidad de determinar un “final” de los ideales democráticos es lo que permite concebir una democracia radicalizada y plural. El “pluralismo”, según Laclau y Mouffe, (i) es un dato constitutivo de lo social y es intrínsecamente negativo frente a las concepciones que pretenden reconducir las “posiciones de sujeto” a un principio positivo y unitario, fundante de las mismas; (ii) es “radical” en la medida en que cada uno de los elementos que conforman las articulaciones hegemónicas encuentra en sí mismo el principio de su propia validez, sin que ésta deba ser buscada en un fundamento trascendente que establecería la jerarquía o sentido de dichos elementos y operaría como garante de su legitimidad; y (iii) es auténticamente “democrático”, en la medida en que supone un desplazamiento permanente del imaginario democrático, resultante de la articulación continua de prácticas discursivas antagónicas. No obstante, el desplazamiento del imaginario democrático no predetermina la dirección en la que este imaginario va a operar. El terreno de los ideales democráticos es “polisémico”. Esto significa que la constitución de las cadenas de equivalencia, en el campo general de la discursividad, tampoco puede determinarse a priori. Un ejemplo de la “polisemia” de los ideales democráticos es la distinción ofrecida por Lash entre un posmodernismo “afirmativo” del status quo y un posmodernismo de “oposición”: si bien comparten la crítica al “modernismo cultural” por considerarlo “elitista” y renuente a los cambios operados en la cultura de masas, adoptan sin embargo posturas ideológicas radicalmente opuestas. 10 En tal sentido, un caso de crítica al modernismo es la figura, dentro del arte contemporáneo, de Andy Warhol. La reivindicación por parte del pop-art de lo cotidiano y lo banal puede interpretarse, dice Lash, tanto como una aceptación descarada de la mercancía bajo una “estética de la mercancía” (posmodernismo afirmativo), como una crítica o burla de la banalidad de la sociedad de consumo (posmodernismo crítico). En términos de Laclau y Mouffe, la solución del “debate Warhol” depende de la posición que se le otorgue a Warhol en el “campo de la discursividad”. Un aspecto central de la teoría política de Laclau y Mouffe es la crítica de la noción de revolución. Afirman que si por revolución se entiende la “sobredeterminación” (Althusser) de un conjunto de luchas en un punto de ruptura político, del cual se seguiría una variedad de efectos esparcidos sobre el conjunto del tejido social, el concepto es válido. No obstante, se ha otorgado erróneamente al concepto un carácter “fundacional”, haciéndolo funcionar como un punto de concentración del poder a partir del cual la sociedad podría ser reorganizada “racionalmente”. Esta perspectiva es incompatible con la pluralidad y la apertura de lo social que requiere una democracia radicalizada. El concepto de “guerra de posición” de Gramsci permite redimensionar el mismo hecho revolucionario: “implica precisamente la afirmación del carácter procesal de toda transformación radical -el hecho revolucionario es, simplemente, un momento interno de ese proceso. Multiplicar los espacios políticos e impedir que el poder sea concentrado en un punto son, pues, precondiciones de toda transformación realmente democrática de la sociedad”.15 Para los autores, el contexto político contemporáneo, signado por la crisis del dato revolucionario y la multiplicación de las luchas sociales, ofrece motivos de “optimismo político”, pues permite la radicalización de la democracia y la fragmentación creciente de los actores sociales. En tal sentido, Laclau sostiene que “esta fragmentación, lejos de ser el motivo para alguna nostalgia de la clase universal perdida, debe ser la fuente de una nueva militancia y de un nuevo optimismo … La indeterminación de las relaciones entre las diversas reivindicaciones de los actores sociales … amplía … el campo de acción 15 Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal, op. cit., p. 223. 11 histórica, ya que luchas contra-hegemónicas son posibles en muchas áreas que habían estado tradicionalmente asociadas a las formas sedimentadas del status quo. El futuro es ciertamente indeterminado y no nos está garantizado; pero por eso mismo no está tampoco perdido”.16 Hernán Marturet 16 Laclau, Ernesto, Nuevas Reflexiones sobre la Revolución de Nuestro Tiempo, p. 98.