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UNIDAD 1: LA ERA DE LAS REVOLUCIONES. EL SIGLO XIX Y LA DOMINACIÓN EUROPEA DEL MUNDO
En las décadas finales del siglo XVIII el mundo entra en una fase de transformaciones bruscas y
generalmente violentas que cambiarán completamente las bases económicas, sociales y políticas
sobre las que se asienta la civilización occidental. La Revolución americana, la Revolución francesa y
las subsiguientes revoluciones burguesas transformaran las bases políticas instaurando los principios
democráticos, la división de poderes y el sufragio. La Revolución Industrial modifica las bases
económicas fomenta la urbanización y crea una sociedad más libre y más próspera. Mejoras en la
alimentación, la medicina y la higiene aumentan la esperanza de vida y el número de habitantes de los
países lo que estimula el crecimiento económico. Transformaciones en la agricultura (se ha hablado de
una “Revolución agrícola” previa a la industrial) aumentan la producción de alimentos y destierran las
hambrunas en los países desarrollados, al tiempo que los avances en la ciencia y la tecnología elevan
sustancialmente la calidad de vida de la población.
Entre 1750 y 1850 el mundo occidental sufre una portentosa transformación y una aceleración
histórica sin paralelos en ninguna época. Es un proceso complejo y no exento de dificultades y
contradicciones al haberse desarrollado por medio de la explotación primero de los obreros de los
países industriales y en la actualidad de los emigrantes y el proletariado exterior (obreros semiesclavos
de países subdesarrollados).
La Revolución Industrial tuvo su origen en la industria textil y la siderurgia, sectores en los que se
produjeron notables innovaciones (lanzadera volante, telar mecánico, alto horno…) Pero los inventos
de la industria textil y la siderurgia no habrían tenido mucho porvenir sin el apoyo de una nueva
fuente de energía. La fuerza del vapor era conocida desde finales del siglo XVI: Savery y Newcomen
habían construido unas bombas de vapor que se utilizaban especialmente para bombear el agua de las
minas de carbón y de las minas de cobre. A partir de esta máquina, ineficaz y peligrosa, Watt concibió
un primer modelo de máquina de vapor. James Watt (1736-1819) era fabricante de aparatos de
laboratorio en Glasgow, donde la Universidad le había proporcionado un taller. Se interesaba por el
movimiento científico y seguía los cursos de la Universidad. En 1763-1764 tuvo que reparar un
pequeño modelo de la máquina de Newcomen que se utilizaba en las experiencias de la Universidad.
Estudió la máquina e hizo una crítica sistemática que se centró en la pérdida de energía que sufría en
su funcionamiento. Hicieron falta trece años de experiencias para llegar a construir una verdadera
máquina motriz. En esta empresa, Watt fue ayudado, por socios propietarios de fraguas tales como
Roebuck, Boulton y Wilkinson. A partir del momento (1782) en el que Watt encontró la manera de
transformar un movimiento oscilatorio en un movimiento circular (la biela), nació la máquina de vapor.
Antes de que empezase el siglo XIX iban a construirse quinientas máquinas en los talleres de Boulton.
La adopción general de la máquina de vapor hacía entrar a la economía británica en la fase moderna
de la industrialización.
La máquina de vapor supuso una auténtica revolución al liberar a la industria de la dependencia de
la fuerza de trabajo humana y de la fuerza hidráulica. A partir de su invención las industrias podían
situarse en cualquier lugar en el que el carbón no estuviese demasiado lejos. Por otra parte, la
aplicación de la máquina de vapor al ferrocarril (Stephenson) y a la navegación (Foulton) permitió un
extraordinario desarrollo de los medios de transporte favoreciendo la formación de mercados
(primero regionales y más tarde nacionales y mundial) y estimulando el desarrollo económico, la
movilidad social y la circulación de las ideas y personas.
1- LA REVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA
La historia demográfica desde la aparición del hombre en la Tierra, puede dividirse en tres grandes
etapas según la actividad económica predominante en cada momento (caza, agricultura, industria). En
cada una de estas etapas, lo normal es el equilibrio demográfico como resultado de que las tasas de
natalidad y mortalidad se anulan entre si. Sin embargo el paso de un equilibrio a otro requiere un
cierto tiempo durante el cual la población crece aceleradamente como consecuencia de revoluciones
en la técnica que dan origen a las llamadas “explosiones demográficas”.
Una de estas “explosiones demográficas” se produjo como consecuencia de la Revolución Industrial.
Antes de ésta, las tasas anuales de crecimiento vegetativo oscilaban entre un 5 y un 10 ‰. La
mortalidad era muy alta (25/30 ‰) pero inferior a la natalidad (30/40 ‰). Por tanto, el equilibrio se
producía como consecuencia de guerras, hambres y grandes epidemias (rombos de crisis).
La revolución demográfica del s. XIX se produce en Europa como consecuencia de una serie de
factores interactuantes: En primer lugar por las repercusiones de la Revolución agrícola (rotación de
cultivos= aumento de la producción y mejora de la alimentación). Influyen también los avances en la
medicina (Jenner 1796 vacuna de la viruela) y las mejoras en la sanidad pública (alcantarillado, agua
corriente) y en la higiene (popularización del jabón y de la ropa interior de algodón que las nuevas
máquinas producen a bajo precio). Estos factores provocan un descenso de la mortalidad (del 27 al 18
‰ entre 1800 y 1900) mientras que la natalidad en un primer momento permanece alta (+ 30 ‰) ya
que el trabajo de los niños en la industria permite rentabilizarlo. Sin embargo las tasas de natalidad
descienden paulatinamente a lo largo del siglo contribuyendo a ralentizar el crecimiento que de otra
manera hubiese sido mucho más elevado.
La población mundial ha superado ya los 7000 millones de habitantes, de los cuales el 75% viven el
llamado "tercer mundo". Es decir, la Tierra comenzó el siglo XIX con 950 millones de habitantes y
terminó el siglo XX con 6000 millones multiplicándose por 6 en menos de 200 años.
Con las tasas actuales de crecimiento vegetativo la Población del mundo crece a razón de 220.000
personas al día. Esto supone unos 80 millones al año con lo que, de no tomarse medidas de control de
la natalidad, el mundo tendrá 8500 millones de habitantes en el 2025 y 14.200 en el 2100
alcanzándose los límites de las posibilidades del planeta lo que haría prácticamente imposible la vida
en un mundo superpoblado, e incrementaría dramáticamente los índices de contaminación (en el 2010
habrá en el mundo 700 millones de coches, hay 600 millones en la actualidad).
Sin embargo, el problema no es tanto el de las cifras absolutas, como el de las desigualdades en la
distribución; el 20 %, de la población más pobre, dispone tan sólo del 4% de la riqueza mundial,
mientras que el 20% más rico, que vive en los países industrializados, controla el 58% de la misma. l000
millones de personas viven en la pobreza en los países en los que precisamente las tasas de
crecimiento son mayores, mientras que en los países ricos las tasas están estancadas o incluso en
retroceso [la Población de la CEE representaba en l987 el 15 % del total mundial (324 millones)
mientras que en el 2010, tan solo representará el 6 % (581 millones) ya que varios países tienen
crecimiento negativo]
2- EL SIGLO XIX. LIBERALISMO Y DEMOCRACIA
La doctrina liberal
El término liberalismo se empezó a utilizar a principios del siglo XIX para designar una doctrina
política y económica, una ideología que adquirió carácter revolucionario frente al absolutismo, y una
mentalidad que tenía su punto de referencia en la libertad individual. Para los liberales, la libertad era
un bien que debía extenderse a todos los campos de la actividad humana: desde el económico
(libertad para fabricar, comerciar...) al político (elegir a los gobernantes...), al del pensamiento, al
religioso, etc. Significaba también el derecho a reunirse, asociarse o desarrollar cualquier actividad
siempre que no impidiese la libertad de los otros. Asimismo, incluía el derecho a la propiedad, siendo
el Estado el garante último de todos estos derechos.
Como doctrina política, defendía el sistema parlamentario, la separación de poderes (ejecutivo,
legislativo y judicial) y consideraba que la autoridad sólo podía proceder de la nación formada por
ciudadanos iguales ante la ley. El liberalismo se asoció a la creación de los Estados nacionales. Ello
significaba la elección por sufragio –en principio censitario- de una asamblea de diputados, las Cortes
o Parlamento, que tenía la función de elaborar las leyes o reglas para la convivencia social, aceptadas
por toda la comunidad. La Constitución era la norma fundamental a la que debían ajustarse las demás
leyes y definía los principios básicos de la relación entre los individuos, la sociedad y el Estado. Así, se
liquidaba la concepción tradicional del Antiguo Régimen del Estado como patrimonio de los reyes,
quienes gobernaban por delegación divina unas sociedades divididas, de forma “natural”, en
estamentos.
El liberalismo económico
A finales del siglo XVIII, los principios económicos del liberalismo fueron expuestos por una serie de
autores ingleses (la llamada escuela clásica o escuela de Manchester) y ampliados a lo largo del siglo
XIX por otros estudiosos. El representante más importante de esta escuela fue el escocés Adam Smith,
quien, en 1776, publicó el Ensayo sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones donde
expresó una serie de ideas que se convertirían en el fundamento del nuevo sistema económico. Los
principios básicos en los que se asienta la obra de Adam Smith, son los siguientes.
a) La sociedad está compuesta por individuos y no por estamentos ni por clases.
b) El interés personal, que es el motor de toda actividad económica, se identifica de forma directa y
natural con el interés general. El hombre es un homo economicus, una especie que se caracteriza por
intentar obtener de una manera racional los máximos beneficios con el mínimo esfuerzo.
c) Los diversos intereses individuales se equilibran en el mercado gracias al mecanismo de los precios,
que adapta automáticamente la oferta a la demanda.
d) Por todo lo anteriormente expuesto, nada debe estorbar el libre juego de las actividades
individuales y de los mecanismos naturales de la economía. El Estado debe abstenerse de cualquier
intervención y ha de eliminar las barreras proteccionistas y los monopolios que frenen el libre
desarrollo del comercio.
En la tesis de A. Smith las relaciones sociales se establecen armónicamente por influencia del mercado
y de la actividad económica pero se olvida que la situación de partida no es igual para todos los
individuos por la diferencia de capacidades entre ellos y por la existencia del mecanismo de la herencia
que pone a algunos en situación de clara superioridad para la competencia económica. Otros autores
de la escuela clásica se dieron cuenta de esto y plantean una visión menos perfecta y armónica del
nuevo sistema. Así, según David Ricardo, el trabajo es una mercancía más dentro del sistema
capitalista y formula la que llama “ley natural del salario o Ley de bronce” según la cual lo que se paga
a un trabajador llega a ser el mínimo necesario para garantizar su subsistencia, lo que no hace sino
describir una situación de “capitalismo salvaje” en el que los ricos se hacen cada vez más ricos y los
pobres son cada vez más pobres. De otra parte, Robert Malthus es conocido por su teoría de la
población, una visión que pone de relieve el desequilibrio que hay entre el crecimiento de los recursos
y el de la población. Según Malthus, la población crece a un ritmo superior al de los recursos y por ello
es necesario reducir la natalidad si no se quiere agravar la miseria social. Para él, cualquier intento de
ayudar a los desfavorecidos lo único que hace es estimularles a tener más hijos agravando el problema
de la pobreza.
Las ideas liberales alcanzan su formulación clásica en la Declaración de Derechos del Hombre y del
Ciudadano de la Revolución francesa (1789), y se presentan como alternativa a los valores del Antiguo
Régimen. Por ello, adquirieron un carácter revolucionario durante la primera mitad del siglo XIX,
impulsadas por la burguesía y, también, por las clases populares sobre todo urbanas. Sin embargo, tras
la implantación de regímenes liberales desde 1830 (Francia, Gran Bretaña, España...), los intereses
burgueses y los populares fueron colisionando en torno, por ejemplo, al alcance real de los derechos
(sufragio universal) o a la igualdad social, es decir, en relación a la propiedad. La ruptura de la unidad
forjada anteriormente se formalizó en 1848 y desde entonces, democracia y socialismo aparecerían
como nuevos horizontes políticos y sociales.
Resumiendo, se puede decir que el Liberalismo es una doctrina económica que exalta al individuo y
su libertad, así como el libre desarrollo de los actos individuales que tienden al interés. El liberalismo
afirma que existe un orden económico natural que tiende a establecerse espontáneamente. El
hombre debe limitarse a descubrir las leyes que impulsan el sistema económico hacia su equilibrio y
que son conformes con la naturaleza humana. El hombre es concebido como Homo economicus, «un
ser racional que sólo aspira a procurarse las máximas ganancias con el mínimo esfuerzo».
En función de las leyes económicas los intereses individuales se armonizan y concuerdan con el interés
general de la sociedad. Por ello debe concederse la máxima libertad al individuo como agente
económico. La intervención del estado no ha de obstaculizar el libre juego de la competencia entre los
individuos. Los economistas liberales confían en la libre competencia para equilibrar la producción y el
consumo a través del mecanismo de los precios, al tiempo que el mecanismo de los ingresos será
suficiente para ajustar la oferta y la demanda de trabajo y capital.
Esta concepción del papel del estado en la economía se mantuvo durante el siglo XIX y principios del
siglo XX, reflejándose en un escaso peso de la economía estatal en la renta nacional. Tras la crisis de
1929 surgió el intervencionismo estatal impulsado por Keynes para paliar ciertos desequilibrios del
mercado. La alternativa opuesta al liberalismo son el socialismo y el comunismo en los que el Estado
controla toda la economía, los medios de producción pertenecen a la colectividad y no se permite la
iniciativa individual. En la actualidad y tras el fracaso relativo de los sistemas socialistas (permanecen
China, Cuba y Corea del Norte), los economistas occidentales oscilan entre los keynesianos, partidarios
del intervencionismo estatal y los neoliberales surgidos tras la crisis de 1973-74 cuya responsabilidad
se achacó al excesivo intervencionismo estatal (Neoliberalismo de Milton Friedman).
En el terreno político, los liberales son partidarios como hemos visto del respeto a la libertad de
conciencia, de expresión y de asociación y, en el siglo XIX, están en contra del absolutismo y a favor de
sistemas constitucionales con monarquías parlamentarias y cámaras de representantes elegidas por
sufragio censitario (sólo votan los ricos) y en general con sistemas indirectos. Generalizando, se puede
decir que el liberalismo es la doctrina político-económica de la alta burguesía de comerciantes,
banqueros e industriales, mientras que el absolutismo es la doctrina de la nobleza en decadencia y la
doctrina demócrata lo es de la de los obreros y la pequeña burguesía de profesionales e
intelectuales.
Las ideas democráticas
Los demócratas coinciden con los liberales en el respeto a la libertad del hombre pero van más allá.
No se conforman con la libertad de expresión y piden una auténtica libertad de prensa que permita
publicar periódicos y panfletos sin censura previa. En el sufragio están a favor del universal masculino y
quieren sistemas parlamentarios republicanos por elección directa.
En lo económico creen que el papel del Estado tiene que ser importante gravando con impuestos a
los ricos para redistribuir la renta, ayudar a los pobres y crear riqueza e infraestructuras (vías de
comunicación etc.). De lo contrario el capitalismo liberal entraría en una fase “salvaje” en la que los
ricos se hacen cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.
Si las ideas liberales contaron con la oposición de los absolutistas que pretendían mantener el
edificio del Antiguo Régimen, las ideas democráticas tuvieron además en contra a la burguesía liberal
que quería mantener su situación de privilegio económico y pensaba que el sufragio universal pondría
los asuntos políticos en manos de un pueblo ignorante que no tendría el menor interés en conservar
un sistema en el que era la parte más débil.
En general, las peticiones de los demócratas fueron rechazadas y sus asociaciones reprimidas lo que
provocó la radicalización del movimiento y la aparición de partidos revolucionarios. Sin embargo a la
larga sus ideas triunfaron y hoy están asumidas por el pensamiento político contemporáneo.
3.- EL MOVIMIENTO OBRERO
El desarrollo del capitalismo y las transformaciones sociales provocadas por la Revolución Industrial
provocaron la aparición de movimientos sociales que intentan defender los derechos de los grupos
más desfavorecidos de la nueva sociedad: los obreros, los campesinos y las mujeres.
Las duras condiciones laborales que los trabajadores tuvieron que padecer en los inicios de la
Revolución Industrial (salarios miserables, jornadas agotadoras y nula protección social) provocaron la
aparición de los primeros movimientos de resistencia por parte de los obreros.
Fase Mecanoclasta
En una primera fase, surgen movimientos mecanoclastas que culpan a las máquinas de las
dificultades y reaccionan con ira destruyendo la nueva maquinaria (a esta época pertenecen los
movimientos luditas ingleses, llamados así en recuerdo del “capitán Ned Ludd”, su mítico dirigente).
Los movimientos mecanoclastas no duraron mucho, en parte porque la legislación castigaba
durísimamente los atentados contra las máquinas, incluso con pena de muerte (18 luditas fueron
ejecutados en 1814) pero también porque los dirigentes obreros se dieron pronto cuenta de que el
problema no estaba en las máquinas sino en el uso que se hacía de ellas. Comienza así la fase sindical
de la lucha obrera.
Fase sindical
En esta fase, los obreros se centran en conseguir mejoras salariales y laborales: reconocimiento del
derecho de huelga, límite en el número de horas de trabajo semanales, derecho de enfermedad,
seguro de vejez etc. En estos momentos (finales del s. XVIII y comienzos del XIX) aparecen los primeros
sindicatos, entonces ilegales1, al comienzo simples agrupaciones de trabajadores de una fábrica
concreta y poco a poco extendidos por sectores (textil, metalurgia...) y por zonas geográficas hasta
formar agrupaciones nacionales. Las Trade Unions inglesas se unificaron en 1830, tras abolirse las
Combinations Acts como consecuencia del eco de la matanza de Peterloo, y llegaron a movilizar a
medio millón de obreros con huelgas para reivindicar sus derechos. En España, la Asociación de
Tejedores de Barcelona fue la primera en utilizar en 1840 la huelga como método para conseguir sus
peticiones.
A lo largo del siglo XIX la base social de los sindicatos se amplía y al reconocerse el derecho de
huelga y de asociación se da el salto hacia el sindicalismo masivo y las asociaciones obreras se unifican
creando sindicatos centralizados (la UGT en España) y la huelga se convierte en el método de presión
que fuerza a los patronos a aceptar las reivindicaciones salariales y laborales de los trabajadores.
Fase Política
La consecución de los derechos laborales y sociales fue lenta porque la burguesía veía en ellos una
amenaza para la libertad económica. Las leyes, elaboradas en parlamentos elegidos por sufragio
censitario y por tanto sin diputados obreros, iban en general en contra de los intereses de los
trabajadores de modo que las organizaciones obreras comienzan una etapa de reivindicaciones
políticas reclamando el sufragio universal y elecciones libres. El cartismo fue el primer intento serio de
las organizaciones obreras de forzar una reforma política que abriera las puertas de los parlamentos a
los trabajadores pero sus reivindicaciones no fueron atendidas lo que provocó la radicalización del
movimiento obrero y la aparición de grupos que aspiraban no a conseguir mejoras sino a destruir el
1
En Francia la Ley de le Chapelier (1791) y en Inglaterra las Combinations Acts (1799-1800) prohibían las
asociaciones obreras lo que obligó a los trabajadores a camuflar sus asociaciones como cofradías o hermandades de
carácter religioso, asistencial o festivo
sistema capitalista y sustituirlo por uno socialista en la que los medios de producción (fábricas, tierras,
fuentes de energía etc.) no fuesen de propiedad privada sino pública.
El Socialismo Utópico
A principios del siglo XIX los socialistas utópicos (Louis Blanc, Robert, Etienne Cabet, Charles Fourier...)
imaginan una sociedad ideal de pequeñas comunidades de campesinos y trabajadores que tendrían en
común los medios de producción y repartirían los beneficios de acuerdo con las necesidades de cada
uno, evitando las desigualdades y por tanto la infelicidad y el delito. Sus ideas, basadas en el principio
de la bondad innata del género humano (Rosseau) fueron llevadas a la práctica en varios lugares y se
fundaron comunidades (como los falansterios de Fourier, la Icaria de Cabet o el Nuevo Lanark de
Owen) con la esperanza de que la idea fuese contagiosa y el sistema socialista se extendiese por todo
el planeta. El resultado fue, sin embargo, catastrófico. Incapaces de competir con las industrias
capitalistas, las comunidades socialistas fracasaron económica y socialmente y fueron abandonadas.
El marxismo (socialismo científico)
La idea de una sociedad socialista no fue, a pesar de todo, olvidada. Marx y Engels retoman el
concepto aunque afirmando que para que el sistema pudiese prosperar sería necesaria su
implantación a escala mundial o, al menos, europea, y que, dado que la burguesía no iba a renunciar
fácilmente a sus privilegios, el sistema socialista sólo podría implantarse tras una Revolución que
llevase a los obreros al poder y despojase a la burguesía de la propiedad de los medios de producción
confiscando sus tierras y sus fábricas.
Durante la Revolución de 1848 se publica en París el Manifiesto Comunista, en el que se anima a los
obreros del mundo a unirse para derribar el capitalismo e implantar una sociedad igualitaria, sin
diferencias de clase y con un sistema de propiedad colectiva de los medios de producción. Las teorías
de Marx (socialismo científico) se basan en un análisis económico de la historia que interpreta todos
los acontecimientos como manifestaciones de la lucha de clases, es decir, del conflicto, existente en
todas las épocas, entre propietarios y trabajadores. Para Marx, la economía es la fuerza que mueve la
historia, no las ideas (religión, nacionalismo etc.) o los sentimientos personales de los dirigentes. A
esta interpretación marxista de la historia se la conoce con el nombre de materialismo histórico y
tiene su vertiente filosófica en el materialismo dialéctico que afirma que no existe más realidad que la
materia negando la existencia de cualquier realidad no material (Dios, Alma, Espíritu etc.).
Las ideas de Marx tuvieron una enorme influencia en los obreros e intelectuales de todo el mundo.
En El Capital, Marx analiza el funcionamiento del sistema capitalista, descubre el mecanismo de la
plusvalía (diferencia entre el valor del trabajo de un obrero y el salario que recibe), desarrolla el
concepto de modo de producción y pronostica una revolución socialista en los países industrializados.
Siguiendo sus ideas se fundan en todos los países partidos socialistas y comunistas que se agrupan en
asociaciones Internacionales (hubo cuatro) dedicadas a preparar la Revolución que se intentó llevar a
la práctica en varias ocasiones (Comuna de París de 1870, revuelta espartaquista de Berlín en 1919
dirigida por Rosa Luxemburgo y Kart Liebkenetch....) aunque fracasó excepto en Rusia (1917), y
posteriormente en China (1947), paradójicamente ambos países agrícolas y escasamente
industrializados en los que la clase obrera era débil y poco numerosa.
En el seno del marxismo surgieron poco después de la muerte de Marx voces que reclamaban una
revisión de sus teorías (revisionismo). Para Eduárd Bernstein las predicciones de Marx sobre la
revolución mundial no llevaban camino de cumplirse y el capitalismo no se hacia cada vez más salvaje
y monopolista como había pronosticado Marx sino que por el contrario la riqueza se iba
redistribuyendo y la presión sobre los trabajadores disminuía con el tiempo por la que la revolución
socialista no era inevitable. Los partidos socialistas dejan entonces en su mayoría de apoyar la
revolución proletaria y se integran en el sistema democrático burgués aspirando tan sólo a reformar el
capitalismo desde dentro. El Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) (fundado en 1875), el Partido
Socialista Obrero Español (fundado en 1879 por Pablo Iglesias) el Partido Socialista Francés (fundado
en 1905) y el Partido Laborista británico lucharon casi desde el principio por alcanzar los ideales de
justicia social dentro del sistema capitalista y, salvo excepciones, sus dirigentes ya no aspiraban a la
revolución socialista, ideal que fue asumido por los partidos comunistas que siguiendo las ideas de
Vladimir Ilich Ulianov (Lenin), el ideólogo de la revolución rusa, mantuvieron viva la aspiración
revolucionaria prácticamente hasta nuestros días.
El Anarquismo
Paralelamente al desarrollo de las ideas socialistas y comunistas surgen movimientos anarquistas
(Proudhom, Bakunin) que rechazan el Estado y la autoridad y proponen un sistema autogestionario en
el que los obreros y campesinos trabajen libremente o se organicen en cooperativas sin patronos. Los
anarquistas son pensadores que rechazan la propiedad privada, a la que consideran un robo, y toda
forma de Estado, que para ellos siempre conduce a la opresión (“el poder corrompe”). Lo fundamental
para ellos es la libertad individual y la solidaridad entre los hombres de ahí que se les conozca también
como libertarios.
El movimiento anarquista tuvo una versión sindical el anarcosindicalismo (en España la Confederación
Nacional de Trabajadores (CNT) que llegó a tener un millón y medio de afiliados en 1936) que apostaba
por la huelga general revolucionaria como el medio que permitiría destruir el estado burgués y una
versión política (anarcocomunismo de Kropotkin y Malatesta) que propugnaba la acción directa contra
el capitalismo derivando en la mayoría de las ocasiones hacia el terrorismo con atentados contra
empresarios, políticos e instalaciones industriales, llevando a la practica lo que los teóricos llamaban la
propaganda por el hecho (los atentados de la década de 1890 costaron la vida a la emperatriz de
Austria, al presidente de la República Francesa, al presidente Cánovas en España y a numerosos
empresarios y políticos). El anarquismo tuvo notable éxito entre los obreros pero más entre los
campesinos que aspiraban al reparto de tierras y veían factible un mundo de pequeñas comunidades
agrarias autosuficientes.
3: LA DOMINACION EUROPEA DEL MUNDO (1870-1914)
En el último tercio del siglo XIX Europa vive la segunda fase de la Revolución Industrial
caracterizada por el desarrollo de la industria de la electricidad y del automóvil y por el petróleo que
comienza a sustituir al carbón como fuente de energía. El continente se cubre de redes de ferrocarriles
e importantes descubrimientos científicos y técnicos (motor de combustión, química…) renuevan la
industria unidos a una nueva organización del trabajo (producción en cadena, standarización o
taylorismo) y nuevos sistemas financieros y empresariales.
Es una época de fuerte crecimiento demográfico provocado por el mantenimiento de una tasa de
natalidad alta y un fuerte descenso de la tasa de mortalidad propiciado por las mejoras en la higiene,
la medicina y la alimentación que trajo consigo la industrialización. Europa duplica su población entre
estas fechas y a ello hay que sumar los casi 60 millones de europeos que emigraron en el período.
Aprovechando su superioridad técnica y militar los europeos conseguirán extender su dominio
político y económico a la práctica totalidad del planeta exceptuando América donde son los EEUU los
que ejercen un colonialismo sui generis.
1- EL COLONIALISMO DEL SIGLO XIX
El colonialismo imperialista del siglo XIX es en realidad la segunda fase de la dominación europea
del mundo que había comenzado en el siglo XVI con la creación de los imperios coloniales españoles y
portugueses y continuado en los siglo XVII y XVIII con las colonias de holandeses, ingleses y franceses.
Sin embargo, esta segunda fase es mucho más rápida, racional e intensa y se dirige
fundamentalmente hacia África y Asia. Los móviles que impulsaron este proceso son una cuestión que
sigue debatiéndose. Algunos escritores, por ejemplo Lenin, lo atribuyen a la dinámica del capitalismo
moderno, en la que se subraya la necesidad europea de encontrar materias primas y salidas
comerciales para su excedente de capital (El imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916). Otros
autores han destacado como objetivo los intereses estratégicos e internacionales y han hecho notar la
tendencia de los dirigentes europeos a utilizar las colonias como fichas en un tablero mundial de
ajedrez, y se ha hablado también de la influencia de la demografía o de motivos ideológicos como la
creencia en que el destino de Europa era civilizar a los pueblos atrasados y “salvajes”. Con todo,
algunos analistas aprecian una continuidad entre la primera y segunda época de expansión del siglo
XIX y no admiten la necesidad de ninguna otra explicación. En cualquier caso, bajo todas estas
opiniones subyace un concepto íntimamente relacionado con el colonialismo, el concepto de
imperialismo.
El fin del equilibrio de poder en Europa y las guerras mundiales del siglo XX marcaron el ocaso del
colonialismo moderno. El desarrollo de la conciencia nacional en las colonias, el declive de la influencia
política y militar del viejo continente y el agotamiento de la justificación moral de los imperios
contribuyeron a una rápida descolonización a partir de 1945. Los imperios coloniales, creados a lo
largo de siglos, fueron desmantelados casi en su totalidad en tres décadas.
La capacidad potencial de colonización es inherente a un mundo formado por entidades políticas que
poseen diferentes grados de desarrollo económico y tecnológico; las naciones poderosas siempre se
ven seducidas por la idea de dominar a las débiles. Sin embargo, esta escala de poder sólo permite que
la colonización sea posible, pero no la hace necesaria o inevitable. Las grandes potencias no siempre
desean ampliar sus territorios y, cuando es así, las débiles consiguen frenar su avance en ocasiones.
Toda valoración moral del colonialismo debe tener en cuenta las cambiantes circunstancias históricas.
Este fenómeno resulta inexcusable si nos atenemos a las normas de actuación internacionales
contemporáneas, puesto que es incompatible con el derecho a la soberanía internacional y a la
autodeterminación. No obstante, el reconocimiento de estas libertades sólo se ha hecho efectivo con
carácter mundial recientemente, mientras que los imperios que se crearon en el siglo XIX se arrogaron
la responsabilidad de gobernar a los ‘pueblos atrasados’ y hacerles llegar los frutos de la civilización
occidental.
El mejor modo de describir los efectos del colonialismo es analizarlo tanto desde la perspectiva de los
colonizadores como de los colonizados. Las colonias reportaron numerosos beneficios a las metrópolis,
como pueden ser la adquisición de nuevos territorios para la emigración y recursos estratégicos, y la
expansión del comercio y el aumento de las ganancias económicas. Pero también el precio fue alto
para las naciones conquistadoras: tuvieron que proporcionar a aquéllas infraestructura administrativa,
defensa y ayuda económica y se vieron implicadas con frecuencia en conflictos que hubieran preferido
evitar. La afirmación de que la colonización tuvo efectos negativos para las gentes colonizadas es
incuestionable: se vio interrumpido el estilo de vida tradicional, se destruyeron valores culturales y
pueblos enteros fueron subyugados o exterminados.
La segunda etapa colonial puede dividirse en dos periodos: el primero abarca desde 1815 hasta 1880
aproximadamente; y el segundo, desde ese último año hasta 1914. La colonización llevada a cabo en el
periodo anterior no había seguido un patrón lógico desde un punto de vista geográfico y no parecía
ser, en general, el resultado de un deseo consciente de adquirir nuevos territorios por parte de las
metrópolis. Lo cierto es que el ímpetu expansionista se derivaba a menudo de intereses europeos
firmemente establecidos ya en el exterior. Por ejemplo, los colonizadores británicos de Australia se
aventuraron aún más en territorio extranjero en busca de tierras y recursos; los franceses se vieron
forzados a colonizar toda Argelia cuando la inestabilidad política en la zona supuso una amenaza para
su primer y modesto asentamiento; y la conquista de Asia central emprendida por los rusos estaba
motivada en gran medida por el deseo de ofrecer una seguridad a los comerciantes, colonizadores y
administradores establecidos en estas zonas.
El reparto de África
A principios del siglo XIX África era “el continente desconocido” del que los europeos apenas sabían de
sus costas permaneciendo grandes enigmas como el de las fuentes del Nilo. A lo largo de la centuria,
geógrafos y exploradores, misioneros, comerciantes y expediciones militares recorrieron de punta a
punta el continente siguiendo en general como camino los valles de los grandes ríos (Nilo, Congo,
Zambeze). Cada país fue creando sus colonias en los territorios que ocupaba lo que provocó
numerosas fricciones entre las potencias coloniales lo que llevó al canciller alemán Bismarck a
convocar en 1885 la Conferencia de Berlín en la que se decidió el reparto del continente entre las
potencias europeas y se estableció el principio de libre navegación en los grandes ríos.
De este modo, hasta 1914 la mayoría de los países africanos fueron colonias europeas. Sólo Etiopía
(Eritrea) y Liberia eran independientes. En el primer caso porque los italianos fueron incapaces de
ocuparla y en el segundo porque el presidente de los EEUU Monroe se ocupó de garantizar su
independencia con el objetivo de que se instalaran el país los negros americanos que lo deseasen
después de la abolición de la esclavitud.
En el reparto Inglaterra fue la nación más beneficiada al conservar Egipto y Rodesia y Surafrica
(habitadas por los boers holandeses desde finales del siglo XVII y por colonos ingleses desde el siglo
siguiente) y añadir a su imperio Sudán, Uganda, Kenya, Nigeria, Costa de Oro y Sierra Leona). Francia
obtuvo Argelia, Túnez, parte de Marruecos, Senegal, Gambia, Madagascar y el África ecuatorial
francesa (hoy República Centroafricana). Alemania consiguió el Camerún, Namibia y Ruanda-Burundi.
Bélgica, el Congo Belga (hoy Zaire). Portugal mantuvo las islas de Cabo Verde y extendió su dominio a
Guinea-Bissau, Angola y Mozambique cuyas costas ya había ocupado en épocas anteriores. España,
tuvo que conformarse con el norte de Marruecos (zona del Rif), el Sahara occidental y la pequeña
Guinea española con la isla de Fernando Poo.
La colonización de Asia
Desde el siglo XIII los europeos tuvieron contacto con Asia (viajes de Marco Polo) y desde el XVI se
establecieron en la zona factorías comerciales. Pronto, sin embargo, exigieron concesiones a los
gobiernos asiáticos en forma de territorios para crear bases militares que protegieran sus operaciones
comerciales y, ya en el XIX, comienza la ocupación permanente del territorio en un reparto en el que
intervinieron no sólo las potencias europeas tradicionales sino también Rusia, EEUU y Japón.
La colonización inglesa se centró en el Asia central y meridional (Afganistán, Paquistán) y
especialmente en la India, joya de la corona británica por sus riquezas que abastecían a la metrópoli de
té, especias y algodón para la industria textil. Los ingleses mantuvieron allí los gobiernos indígenas
pero se aseguraron el control militar y comercial y el cobro de impuestos.
La ocupación francesa se centró en el Asia suroriental (Camboya, Corea, Malasia, Birmania…) en la que
se creó la Unión Indochina. Holanda colonizó las Molucas e Indonesia y Japón –occidentalizado desde
la Revolución Meiji- la zona norte de China y la isla de Formosa (hoy Taiwan). Este último país no fue
ocupado completamente por nadie pero rusos y japoneses le quitaron Manchuria, alemanes e ingleses
la península de Shandong, y fue obligada a abrir su comercio a las potencias occidentales y humillada
en la Guerra del Opio (1839-42) lo que provocó años más tarde el levantamiento de los Cien Días
(1898) y el de los boxers (1900-01).
El caso de Estados Unidos
El expansionismo estadounidense se concentró en el control del continente americano en el que no
admitió injerencias europeas (doctrina Monroe: “América para los americanos”). Mediante compras
(Alaska comprada a Rusia en 1867) y ocupaciones (Tejas arrebatada a Méjico y Cuba y Puerto Rico a
España) consolidó su dominio en el continente interviniendo con sus tropas en Nicaragua o Panamá
para garantizar sus intereses y controlando económicamente a casi todos los países.
Hubo también esporádicas intervenciones hacia el Pacífico ocupando las islas de Midway, Hawai,
Samoa, Wake y, finalmente, Filipinas, hasta entonces colonia española (1898).
Hacia 1914 se puede considerar que la red colonial mundial se había cerrado en torno al planeta. El
Imperio Británico era, con mucho, el más amplio y con más diversidad geográfica, aunque Francia,
Bélgica, Alemania, Portugal, Estados Unidos y Japón eran también importantes potencias coloniales.
La organización de los imperios coloniales
Una vez realizada la conquista militar –en general fácil dada la superioridad tecnológica de los
occidentales- se procedía a organizar la colonia para asegurar el control del territorio y la explotación
económica. Hubo diferentes modalidades de organización, respetando en unos casos a los gobiernos
indígenas, convertidos en vasallos tributarios, y en otros implantando directamente la administración
colonial. Los tipos principales son los siguientes:

Colonias de ocupación: No tenían gobierno propio y la autoridad estaba en manos de un
gobernador y funcionarios llegados de la metrópoli.

Protectorados: en ellos seguía existiendo un teórico gobierno indígena y se mantenían las
leyes del lugar pero la metrópoli se reservaba el derecho de representación exterior e
imponía sus normas en materia de comercio. (Egipto o la India).

Mandatos o fideicomisos: es una fórmula surgida después de la 1ª Guerra Mundial para
administrar los territorios de las potencias perdedoras en nombre de la Sociedad de
Naciones.

Colonias de poblamiento: se denomina así a las colonias en las que la población blanca es
numerosa y se impone a la población indígena. De este tipo eran los dominios británicos a
los que pronto se concedió una amplia autonomía aunque bajo la soberanía británica
(Nueva Zelanda, Sudáfrica, Australia…)
6- LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
Entre 1914 y 1918 se desarrolló en Europa la mayor conflagración hasta entonces conocida.
Motivada por conflictos imperialistas entre las potencias europeas, la Gran Guerra, como se denominó
originalmente a la primera guerra mundial, implicó a toda la población de los estados contendientes,
así como a la de sus colonias respectivas. Justificada por la prensa de la época como la Guerra para
acabar con todas las guerras, no supuso evidentemente el fin de los conflictos a pesar de los 15
millones de muertos que produjo.
1- Las causas del conflicto
La causa inmediata que provocó el estallido de la primera guerra mundial fue el asesinato del
archiduque de Austria-Hungría, Francisco Fernando, en Sarajevo (Servia, posterior Yugoslavia, actual
Bosnia), el 28 de junio de 1914, a manos de un nacionalista Servio, Gavrilo Pincip. Austria presentó un
ultimátum a Servia y el 28 de julio le declaró la guerra. El sistema de alianzas militares creado en los
años precedentes entró entonces en funcionamiento y el incidente de Sarajevo se transformó en un
enfrentamiento armado a escala europea cuando la declaración de guerra austro-húngara se extendió
a Rusia el 1 de agosto de 1914; finalmente, pasó a ser una guerra mundial en la que participaron 32
naciones.
El gobierno austro-húngaro, que consideraba que el asesinato había sido obra del movimiento de la
Gran Serbia, decidió suprimir esta agrupación enviando una expedición militar a Serbia. El 23 de julio,
Austria-Hungría envió un ultimátum a Serbia que contenía diez condiciones concretas, la mayoría de
las cuales estaban relacionadas con la eliminación de la propaganda antiaustríaca en Serbia. Serbia,
alentada por Gran Bretaña y Rusia, aceptó las exigencias austro-húngaras, salvo dos de ellas, el 25 de
julio, pero Austria replicó que la respuesta serbia no era satisfactoria. Los rusos intentaron convencer a
Austria para que modificara los términos exigidos, y declararon que si los austriacos atacaban Serbia,
ellos se movilizarían contra Austria. El ministro de Asuntos Exteriores británico, sir Edward Grey,
propuso el 26 de julio que Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia se reunieran en una conferencia
para arbitrar en la disputa austro-serbia, pero Alemania declinó dicha oferta.
Las causas profundas de la guerra fueron el auge de las ideologías nacionalistas e imperialistas y los
conflictos económicos entre las grandes potencias que necesitaban asegurarse el abastecimiento de
materias primas a bajo precio para mantener su desarrollo industrial. Influyó también el proceso de
militarización y la vertiginosa carrera armamentística que caracterizó a la sociedad internacional
durante el último tercio del siglo XIX, a partir de la creación de dos sistemas de alianzas enfrentadas y
la paz armada que propició la política internacional del canciller alemán Bismarck.
2- Contendientes y armamento
En la guerra participaron en total 32 naciones, algunas sólo de manera testimonial como los países
sudamericanos. Veintiocho de ellas, denominadas Aliadas o potencias asociadas, entre las que se
encontraban Gran Bretaña, Francia, Rusia, Italia y Estados Unidos, lucharon contra la coalición de los
llamados Imperios Centrales, integrada por Alemania, Austria-Hungría, el Imperio otomano y Bulgaria.
En la primera guerra mundial se puso por primera vez toda la potencia económica de los países al
servicio del conflicto y se emplearon masivamente las novedades técnicas de la revolución industrial
en el desarrollo armamentístico. Además de la infantería y la caballería, que todavía seguía
empleándose, aparecieron los blindados, la artillería pesada (el cañón Berta), los submarinos
(utilizados especialmente por Alemania), la aviación militar (aviones y dirigibles), las cargas de
profundidad, la guerra química (gas mostaza), los lanzallamas etc. etc. Todo esto, unido a la
generalización de las ametralladoras y las armas de repetición, explica el carácter destructivo del
conflicto y elevado número de muertos ya que por primera vez se practicaron la guerra de posiciones y
los bombardeos de ciudades (hubo batallas como la de Verdún en la que murieron 700.000 hombres).
La exacerbación del patriotismo y la movilización de la sociedad civil fueron otras novedades de la
primera guerra mundial.
3- El desarrollo de la guerra
Pensada en principio como un conflicto breve la guerra se prolongó durante 4 años y 3 meses por el
predominio de las armas defensivas sobre las ofensivas y por la encarnizada defensa de algunos países
como Bélgica que estropearon los planes de los estrategas alemanes. En el desarrollo de la guerra
pueden distinguirse cuatro grandes fases: 1)las grandes ofensivas de 1914-15. 2)la guerra de trincheras
(1915-16). 3)el último esfuerzo alemán y 4)las ofensivas finales de los aliados.
1-Las grandes ofensivas: Ante el ultimátum de Austria contra Servia, Rusia ordenó la movilización de
sus ejércitos contra Austria, por afinidad con sus hermanos eslavos. Alemania, aliada del imperio
austro-húngaro, declaró la guerra a Rusia y a Francia y puso en marcha el plan Schlieffen que consistía
en dejar al ejército austriaco encargado de contener a los rusos en el frente oriental y dirigir la mayor
parte de las tropas contra Francia a través de Bélgica, un país neutral. El ejército francés, al mando del
general Joffre, se dispuso a su vez a aplicar el plan XVII, contraataque centrado en el Marne.
Los alemanes iniciaron su ofensiva occidental con la toma de Lieja el 16 de agosto de 1914. El 20 de
agosto de este año entraron en Bruselas y tomaron Namur aunque el ejército Belga siguió resistiendo
en algunas zonas del país. La defensa francesa fue arrollada, pero en septiembre, cuando la balanza
parecía inclinarse del lado alemán, el ejército de Joffre consiguió rechazar la ofensiva alemana en la
primera batalla del Marne. El general alemán Erich von Falkenhaynm que sucedió a Moltke como jefe
del estado mayor del ejército, hizo frente a una nueva ofensiva anglo-francesa. Tras las batallas de Yser
e Ypres se estabilizó un frente que iba desde el canal de la Mancha hasta Suiza.
En el frente oriental, el ejército ruso se dirigió al este de Prusia. Allí los generales A.V. Samsonov y
P.K. Rennenkampf derrotaron al ejército austríaco. Los generales alemanes Paul von Hindenburg y
Erich Ludendorff lograron sin embargo una gran victoria sobre el ejército ruso en las batallas de
Tannenberg (26 de agosto de 1914) y de los lagos Masurianos (febrero de 1915). Rusia dirigió entonces
una operación masiva contra Silicia, pero los resultados no fueron favorables a ninguno de los dos
bandos y el frente oriental quedó también estabilizado tras la entrada del imperio Otomano (Turquía)
en la guerra el 10 de agosto de 1914.
En esta primera fase, la guerra en el mar se libró entre el Reino Unido y Alemania. Los británicos
tenían una neta superioridad numérica en flota de superficie, mientras que Alemania dedicó su
esfuerzo sobre todo a la guerra submarina, En el ataque a las islas Malvinas, efectuado el 8 de
diciembre de 1914, los alemanes sufrieron una terrible derrota que supuso el principio del fin de sus
operaciones en alta mar. Inició entonces el Segundo Reich alemán una campaña de bloqueo comercial
submarino que conmovió a la opinión mundial, cuando el 7 de mayo de 1915 fue hundido el
trasatlántico británico "Lusitania", con dos mil pasajeros a bordo.
2- Los años de estabilización: A comienzos de 1915, los rusos, amenazados por los turcos en el
Cáucaso, pidieron a los británicos una acción rápida contra Turquía. En el Reino Unido, y poco después
en Francia, se aprobó el plan de ataque de Winston Churchill. En febrero, una expedición naval tomó
las fortalezas situadas en la entrada de los Dardanelos. Sin embargo, los turcos resistieron en el
interior, con lo que también aquí se estabilizó el frente.
Desde fines de 1914, demostrada la inviabilidad del plan Schlieffen, Falkenhayn vio la conveniencia
de desarrollar las operaciones en el frente oriental. Los alemanes se mantuvieron en general a la
defensiva en el frente occidental y concentraron sus esfuerzos contra los rusos, a quienes derrotaron
rompiendo su frente y obligándolos a retirarse en una línea que iba desde el mar Báltico hasta
Chernovtsi, en la frontera rumana.
En 1915, Italia declaró la guerra a Austria. El avance italiano hacia el este pronto fue detenido, lo que
supuso el inicio de una guerra de trincheras en torno al río Isonzo. En septiembre, los imperios
centrales firmaron un tratado con Bulgaria y ocuparon Servia. Los aliados enviaron ayuda a través de
Tesalónica, pero no consiguieron llegar hasta los servios.
Durante el invierno de 1915-1916, Falkenhayn dirigió su acción contra Francia en una ofensiva de
desgaste que se inició el 21 de febrero de 1916 en Verdún, cuya defensa fue confiada al general
francés Philippe Pétain. Pero la ofensiva de los aliados en el Somme distrajo la atención de los
alemanes, que perdieron así su gran oportunidad. En el verano de 1916 tuvo también lugar la
confrontación entre la flota alemana y al británica en la batalla naval de Jutlandia, en el mar del Norte,
que ambos contendientes consideraron como una victoria.
En el frente oriental, en 1916 los rusos iniciaron una importante operación de ataque, dirigida por
A.A. Brúsilov, que tuvo como resultado indirecto la entrada de Rumania en la guerra a favor de los
aliados. El hundimiento de tres barcos mercantes estadounidenses por los submarinos alemanes
provocó la declaración de guerra de los Estados Unidos a Alemania el 6 de abril de 1917.
En el frente oriental, la revolución rusa supuso un respiro para los imperios centrales. El armisticio
firmado en Brest-Litovsk el 15 de diciembre de 1917 benefició a Alemania, que quería la paz en el este
para transferir tropas al frente occidental, así como al partido bolchevique ruso, que la deseaba para
consolidar su régimen.
En el frente occidental, los británicos iniciaron de junio a diciembre de 1917 una ofensiva en
Flandes que se cerró con una operación de gran significado para el futuro: la batalla de Cambrai, en el
Somme, donde se utilizaron por primera vez carros de combate.
3- Las últimas ofensivas alemanas: En el frente occidental, de marzo a septiembre de 1918, el mayor
problema de los aliados era cómo hacer frente a una inminente ofensiva alemana antes de la llegada
de refuerzos de los Estados Unidos. Ludendorff decidió atacar, aprovechando la ventaja derivada de la
transferencia de tropas del frente oriental ante la retirada de los rusos2. Lanzó una serie de ofensivas
que culminaron en la segunda batalla del Marne, pero los aliados recuperaron la iniciativa con la
llegada de fuerzas estadounidenses al mando del general John J. Pershing. Ludendorff se convenció de
la necesidad urgente de la paz negociada. En todos los demás frentes, los aliados iniciaron ofensivas
que contribuyeron a minar la fuerzas alemanas y austro-húngaras. En Italia, las fuerzas austríacas se
amotinaron a fines de octubre de 1918, y el alto mando ordenó la retirada general. El imperio austrohúngaro comenzó a desmoronarse. Sus diversas nacionalidades (eslavos del sur, checos y polacos)
proclamaron la independencia, con lo que los territorios de Austria y Hungría quedaron muy
mermados.
Durante 1917 la guerra submarina alemana fracasó en su intento de provocar la rendición de Gran
Bretaña mediante la destrucción de la flota aliada, de la que los británicos dependían para la obtención
de alimentos y suministros. La campaña submarina alemana parecía eficaz en sus comienzos; hacia
finales de 1916, los alemanes hundían mensualmente alrededor de 300 toneladas de embarcaciones
británicas y aliadas en el océano Atlántico norte; la cifra ascendió a 875.000 toneladas en el mes de
abril, por lo que los alemanes estaban seguros de conseguir la victoria en breve. Sin embargo, Gran
Bretaña consiguió, desde el verano, restar eficacia a la estrategia alemana siguiendo varios métodos:
adoptó un sistema de convoyes en el que las flotas mercantes eran protegidas por destructores y
cazasubmarinos, utilizó hidroaviones para detectar a los submarinos, y empleó cargas de profundidad
para destruirlos. Al llegar el otoño, los alemanes comenzaron a perder numerosos submarinos, a pesar
de que seguían hundiéndose una gran cantidad de barcos aliados. A su vez, las naciones aliadas,
especialmente Estados Unidos, construían rápidamente nuevas embarcaciones. El intento alemán de
poner fin a la guerra a través de la guerra submarina había fracasado.
3- La ofensiva final de los aliados: en el frente occidental consistió en ataques convergentes contra las
posiciones alemanas al oeste de la línea que iba de Ypres a Verdún. El 3 de octubre de 1918, el
canciller alemán, el príncipe Maximiliano de Badén, envió una nota a Wilson en la que pedía el
armisticio y el establecimiento de negociaciones de paz. El 27 de octubre, Alemania consintió en
aceptar las condiciones de Wilson para el armisticio, el cual debía formularse unilateralmente por los
Estados Unidos y los aliados. Las negociaciones se entablarían con un gobierno representativo del
pueblo alemán y los términos deberían hacer a Alemania incapaz de reanudar las hostilidades.
El 9 de noviembre, Guillermo II decidió abdicar al tiempo que se extendía por Alemania una revolución
proletaria que sería finalmente sofocada por grupos contrarrevolucionarios y militares. En Europa
comenzaron los preparativos para la conferencia de paz de Versalles.
2
En marzo de 1917 la primera fase de la Revolución Rusa culminó con el establecimiento de un Gobierno Provisional y la
abdicación del zar Nicolás II. El nuevo régimen prosiguió con la guerra; en julio, las tropas rusas, al frente de las cuales se
encontraba el general Alexéi Alexéievich Brusílov, avanzaron con cierto éxito en el frente de Galitzia, pero posteriormente
perdieron gran parte del territorio conquistado. En septiembre, los alemanes tomaron Riga, defendida por las fuerzas rusas del
general Lavr Gueórguievich Kornílov y ocuparon la mayor parte de Letonia y un gran número de islas rusas del mar Báltico en el
mes de octubre. Uno de los puntos programáticos del partido bolchevique, que tomó el poder el 7 de noviembre, era la retirada de
Rusia del conflicto; el 20 de noviembre el nuevo gobierno ofreció a Alemania la suspensión de las hostilidades. Los representantes
de Rusia, Austria y Alemania firmaron el armisticio el 15 de diciembre, con lo que cesó la lucha en el frente oriental.
4- La Organización de la paz
A pesar de que todas las naciones confiaban en que los acuerdos alcanzados después del conflicto
restablecerían la paz mundial sobre unas bases estables, las condiciones impuestas promovieron un
conflicto aún más destructivo. Los Imperios Centrales aceptaron los catorce puntos elaborados por el
presidente Wilson como fundamento del armisticio, esperando que los aliados los adoptaran como
referencia básica en los tratados de paz. Sin embargo, la mayor parte de las potencias aliadas
acudieron a la Conferencia de Versalles con la determinación de obtener indemnizaciones en concepto
de reparaciones de guerra equivalentes al coste total de la misma y de repartirse los territorios y
posesiones de las naciones derrotadas según acuerdos secretos. Durante las negociaciones de paz, el
presidente Wilson insistió en que la Conferencia de Paz de París aceptara su programa completo
organizado en catorce puntos, pero finalmente desistió de su propósito inicial y se centró en conseguir
el apoyo de los aliados para la formación de la Sociedad de Naciones.
Este organismo, con sede en Ginebra (Suiza), tenía como función resolver las disputas internacionales
por medios pacíficos siendo el precedente de la actual ONU (fundada después de la Segunda Guerra
Mundial), sin embargo, resultó ser una institución totalmente inoperante. En su estructura pronto
aparecieron fisuras: los Estados Unidos no participaron en ella, pues el Senado norteamericano no
aceptó los compromisos adquiridos por el presidente Wilson y el nuevo gobierno, encabezado por el
presidente Harding inició una política de aislamiento. Alemania fue aceptada como estado miembro en
1925, pero -al igual que Japón e Italia- se retiró de ella al iniciar una política expansionista en la década
siguiente. La Sociedad de las Naciones no pudo evitar el estallido de nuevos conflictos internacionales
ni cumplir la misión pacificadora para la que había sido concebida ya que las potencias vencedoras
permitieron que se incumplieran ciertos términos establecidos en los tratados de paz de Versalles,
Saint-Germain-en-Laye, Trianon, Neuilly-sur-Seine y Sèvres, lo que provocó el resurgimiento del
militarismo y de un nacionalismo agresivo en Alemania y desórdenes sociales en gran parte de Europa.
Las consecuencias más importantes de la Guerra fueron: el desmembramiento de los imperios AustroHúngaro y Turco, las pérdidas territoriales de Bulgaria y la humillación de Alemania que perdía la
Prusia oriental (convertida en Polonia), Alsacia y Lorena (que pasaban a Francia) y todo su imperio
colonial que se repartieron los vencedores. Se imponían además a Alemania fuertes indemnizaciones
de guerra (garantizadas con el hierro del Sarre y el carbón del Ruhr) y limitaciones militares (ejército de
sólo 100.000 hombres, desmilitarización del Rhin, desaparición de la flota de submarinos etc.). Esto
creó un sentimiento de humillación y revancha que abrió el paso a Hitler y a la segunda guerra
mundial.