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Augusto Pérez Lindo: Reconstruir la sociedad – reinventar el Estado
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INTRODUCCIÓN
Ante las graves formas de injusticia social y económica, así
como de corrupción política, que padecen pueblos y
naciones enteras, aumenta la indignada reacción de
muchísimas personas oprimidas y humilladas en sus
derechos fundamentales, y se difunde y agudiza cada vez más
la necesidad de una radical renovación personal y social.
Juan Pablo II, Encíclica Veritatis Splendor
Un momento histórico es como cualquier otro: siempre estamos en la víspera de
nuestro destino. Reconocerlo tal vez nos permita mirar con otros ojos los fracasos que
hemos experimentado los argentinos en las últimas décadas y particularmente en los
últimos años. No podemos negar las frustraciones y los sufrimientos del pasado y del
presente, pero podemos mantener la conciencia de que la historia es siempre un camino
abierto para que exploremos con obstinación por nuevos caminos.
Repensar la Argentina puede resultar arriesgado. Pocas sociedades, como ésta,
parecen tan imprevisibles y por momentos tan ininteligibles. Lo saben quienes han
intentado explicar para extranjeros las mentalidades, partidos, situaciones o costumbres
argentinas. Pero, en verdad ninguna experiencia social escapa a los intentos de
interpretación. Debemos recordar que varias teorías sociológicas, políticas y filosóficas
modernas surgieron como intentos para entender la caótica experiencia de la
Revolución Francesa. Nada escapa a la posibilidad de interpretación mientras tengamos
los conceptos y teorías para intentarlo.
Lo que incrementa el riesgo en el caso de este ensayo es el intento de pensar el
futuro, de imaginar alternativas. En el fondo, para los sobrevivientes y “resilientes” de
la experiencia argentina, no es tan acuciante el deseo de explicar como la búsqueda de
alternativas. Mucho más cuanto del seno de la catástrofe que se vivió en los últimos
años surgieron nuevas demandas y nuevos actores que apuntaban a transformar el
sistema económico, político y social. La imagen de la protesta , que en el 2002 tuvo más
de 16.000 manifestaciones tiene como correlato la demanda de cambios en el modelo
vigente.
En la Argentina actual podemos encontrar dos actitudes extremas frente a la
catástrofe: la primera es la negación y la resistencia al cambio por convicción o por
miedo; la segunda es la creencia de que se puede hacer una revolución de izquierda y
decretar el fin del capitalismo en una asamblea popular. Entre los primeros algunos
invocan el “realismo”, otros el temor a mayores desastres y otros la convicción de que
las cosas deben volver a ser lo que eran en el momento anterior. Los neo-liberales que
defendían la “dolarización” o que proponían dar de baja a 20.000 empleados públicos
para bajar el costo fiscal, creen ser “realistas”. Pero las consecuencias de sus propuestas
no son menos imprevisibles que las de los que proponen un modelo trotskysta o
maoísta.
Augusto Pérez Lindo: Reconstruir la sociedad – reinventar el Estado
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Entre el miedo al cambio, el liberalismo neo-conservador o el voluntarismo
mágico, existen otros matices. Y esta es tal vez la razón por la cual la explosión de la
sociedad en el 2001-2002 no terminó en una guerra civil abierta. La variedad de los
actores y de las propuestas de cambio es sorprendente. Porque muestra que los
individuos no quedaron paralizados ante la catástrofe. Muchos de los que agruparíamos
en este sector comparten la idea de “que se vayan todos” pero quisieran que esto se
traduzca en un nuevo sistema de representación, en nuevas instituciones y en un relevo
generacional. En uno y otro sentido muchos comprenden que es necesario una nueva
cultura política aunque no acierten con los modos de implementarla.
Del mismo modo, muchos comparten la convicción de que hay que introducir
cambios en la economía, la organización social, la Justicia y otros sectores. Las
propuestas abundan y se pueden clasificar con distintos rótulos ideológicos. En la calle,
en la Plaza de Mayo o en las marchas, las fronteras políticas o ideológicas que
separaban a los ciudadanos se han debilitado. Argentina se convirtió en una forja de
nuevos actores y de nuevos proyectos en medio de una diversidad de conflictos.
Es por esta razón que ha crecido tanto el turismo socio-político en los últimos
tiempos. Muchos han venido a observar, analizar, filmar, registrar, escribir sobre los
acontecimientos y experiencias que tienen lugar en la Argentina colapsada, postmenemista, post-default, post- dolarizada. El fracaso de las políticas impuestas por el
FMI en Argentina es un equivalente de la caída del Muro de Berlín. Por esto se
puede decir que ya nada será igual para el FMI y para otros países. Gracias a lo cual se
ha reforzado a nivel internacional la capacidad de resistencia de los países periféricos en
relación con las presiones del FMI y de la Organización Mundial de Comercio (como se
ha visto en la reunión cumbre de la OMC en septiembre 2003).
Pero, ¿qué queda de todo esto?. Por un lado, una historia al desnudo que nos
deja con las tareas pendientes por las cuales han luchado todos los movimientos
populares en América del Sur: la independencia, la democracia, la justicia social. Por
otro lado, la necesidad de reconstruir la sociedad y el Estado. La odisea de Ulises parece
poca cosa al lado de estos objetivos.
Desde este punto de vista resulta evidente que Argentina necesita realizar un
esfuerzo extraordinario para sacar a la mitad de su población de la pobreza, para superar
la descomposición de su sistema público, para crear una economía auto-sustentable.
Podemos llamarlo una “revolución” si se quiere. Solo que la parte destructiva de la
revolución ya ha sido realizada por los que manejaron la economía y el sistema político
durante los últimos años. La revolución ahora consistiría en que el pueblo reconstruya
con sus propias manos y sus propias ideas el país conforme a sus necesidades y
aspiraciones.
Estos ensayos intentan analizar y repensar la realidad argentina desde
perspectivas filosóficas, sociológicas y políticas. Notemos la ausencia del enfoque
económico, tan sobreestimado durante las últimas décadas. El poder estuvo repartido en
los últimos veinte años entre operadores del clientelismo político y los especialistas de
la economía. Unos no fueron capaces de consolidar el Estado Nacional, otros no fueron
capaces de crear una economía de crecimiento y bienestar.
Augusto Pérez Lindo: Reconstruir la sociedad – reinventar el Estado
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Argentina necesita, obviamente, un modelo de acumulación, un modelo
económico. Hace ya décadas que el país no tiene estrategias de desarrollo ni políticas
sectoriales para atender el crecimiento de la industria, las innovaciones tecnológicas, la
diversificación agropecuaria, el fortalecimiento de las economías regionales, el
despliegue de las pequeñas y medianas empresas, la expansión de las industrias
marítimas o culturales. La economía argentina ha vivido de crisis en crisis con
decisiones coyunturales y de ajuste.
Uno de los raros intentos por diseñar un nuevo proyecto de desarrollo surgió de
una cátedra libre de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA: el proyecto Fénix.
Las ideas básicas de este grupo le deben mucho a uno de sus mentores Aldo Ferrer que
durante décadas trató de plantear la posibilidad de un desarrollo auto-sustentable para
Argentina. Es tal vez, el último heredero de las ideas y de los enfoques que suscitó la
escuela de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina – Naciones Unidas).
En esta corriente ya se había formulado desde los años 60 el dilema con que nos
encontramos en los 90: globalización asimétrica o desarrollo internacional con equidad.
Otra institución , el SELA (Sistema Económico Latinoamericano – organismo
intergubernamental con sede en Caracas) también exploró durante las últimas décadas
las opciones de la región tomando en cuenta los escenarios mundiales y las experiencias
de muchos países de otras regiones. Sus estudios, ignorados o subestimados por los
gurúes neo-liberales, demuestran de manera comparativa que existen otros mundos
posibles, es decir, otras formas de organizar la economía en función de los intereses
nacionales y sociales.
Hay que rendir homenaje también a aquellos economistas locales que en contra
de las corrientes dominantes supieron mantener una crítica constante frente a los
perjuicios de las políticas que se impusieron en la década de los 90. Daniel Carbonetto,
Claudio Lozano, Curia, Aldo Ferrer, Rubén Lo Vuolo y muchos otros con posiciones
políticas diversas coincidieron en la defensa de la economía nacional y de los intereses
populares. Todavía no tenemos el equivalente de un “consenso argentino” para hacer
frente al “consenso de Washington” que se aplicó en el mundo durante la última década.
Pero el gobierno de Kirchner a partir de mayo de 2003 permitió catalizar un abanico
muy amplio de coincidencias en torno a la defensa de los intereses permanentes del
pueblo y de la nación argentina.
La mayor parte de los capítulos que componen este ensayo fueron escritos durante el
2002 en diversas circunstancias. El capítulo II , sobre el sentido de nuestra historia,
intenta retomar las grandes líneas de las luchas de los pueblos sudamericanos para
mostrar la continuidad de las mismas. Fue el sociólogo colombiano Orlando Fals Borda
quien nos inspiró con su tesis sobre las “revoluciones inconclusas” del continente: desde
l8l0 en adelante estamos buscando la independencia, la democracia y la justicia social,
en distintas circunstancias y por diversos caminos.
Ahora cabría agregar al repertorio de los objetivos pendientes: 1º. la
organización de un modelo de desarrollo común para América del Sur en el marco de la
mundialización , tal como lo ha hecho la Unión Europea; 2º.la reinvención del Estado
para que ésta sirva a nuestros objetivos estratégicos; 3º. la creación de un modelo social
solidario que nos permita integrar a todos los sudamericanos.
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En el Capítulo III analizamos los conflictos y actores que han ocupado la escena
social entre 2001-2002. Por supuesto, antes de estos años podemos encontrar muchos de
los procesos y actores que ahora reconocemos. Pero lo característico de este momento
crítico es la explosión multisectorial y contradictoria de los conflictos. Fueron vanos y
desorientadores los intentos por polarizar, homogeneizar o hegemonizar las protestas
(que en el 2002 llegaron a 16.965, 47 por día). Acreedores y deudores hipotecarios a
veces se encontraron juntos frente al Congreso Nacional protestando contra las leyes
aprobadas. Ahorristas-caceroleros que reclaman la devolución de sus dólares comparten
la misma Plaza de Mayo con los piqueteros desocupados que piden alimentos o
subsidios.
Los conflictos multicéntricos impiden pensar en una situación prerevolucionaria (como la vieron varios grupos de izquierda), en una guerra civil (que
algunos como el Presidente Duhalde presintieron), en un estado de anarquía (que
muchos decretaron). A pesar de todo el sistema institucional resistió cuando todos
esperaban lo peor: centenas o miles de muertos. En realidad, las más grandes tragedias
se produjeron en otro plano: el índice de homicidios y crímenes aberrantes se duplicó, el
número de delitos pasó de cerca de 600.000 en la década precedente a más de
1.200.000. A esto le podemos llamar una “guerra civil latente”, pero lo que
aparentemente nos impide reconocerlo como una guerra abierta es que los hechos
delictivos casi nunca invocan una justificación ideológica (salvo la de la pobreza).
Dado este contexto resulta difícil encontrar en las contradicciones de las clases y
grupos sociales en juego una explicación determinante del sentido de los conflictos.
Esto a su vez nos revela el grado de fragmentación de la sociedad con actores
internamente divididos en sus intereses y con actores externos con los cuales las
víctimas de diversas situaciones no pueden confrontar (por ejemplo: ahorristas locales
con bancos extranjeros que huyeron del país, o las víctimas de los ajustes del FMI con
los directivos de esta institución).
Podemos entender todo esto como parte de la desintegración social y nacional
que viene produciéndose en las últimas décadas. La extranjerización de la economía, la
feudalización de los poderes públicos y políticos, la exclusión social, el desempleo, han
logrado fragmentar a los actores llevando a una proliferación de conflictos sin unidad
aparente. Por eso, algunos analistas hablan de la “privatización de las luchas sociales”.
En el capítulo IV analizamos en particular el derrumbe del Estado y la
redefinición de la identidad nacional (o sea, del concepto de Nación). Con respecto al
Estado tratamos de identificar los factores que han llevado al colapso del espacio
público. Consideramos inútil definir si la corrupción generalizada es una causa o un
efecto del derrumbe estatal, si lo determinante se encuentra en las falencias de la
gestión pública o en la subordinación de la misma al clientelismo político. En todas
estas situaciones, como sostiene la teoría de los sistemas complejos, hay recurrencia o
reversibilidad entre causas y efectos. La observación empírica nos permite agregar que
ni los funcionarios honestos, ni el funcionamiento de los sectores públicos más
eficientes han podido sustraerse a la circularidad perversa de los factores que llevaron al
derrumbe del sistema público en general.
Respecto a la idea de Nación el Episcopado Argentino (en tres pronunciamientos
del 2000 al 2002) ha señalado el peligro de ver disolverse la conciencia de una empresa
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histórica común en el país. Muchos otros pronunciamientos de este tipo con los más
diversos signos ideológicos se han realizado en los últimos años. Lo que muestra que
efectivamente se ha debilitado o resquebrajado la conciencia nacional. Las encuestas
señalan que el 40% de los jóvenes entre 18-24 años quieren irse del país. De hecho, han
emigrado más de dos millones de argentinos que se encuentran en los cinco continentes
y en los lugares más inesperados.
En la mayoría de los pueblos la cohesión social se ha construido sobre la base de
una identidad étnica, religiosa, lingüística. Esto es obvio para pueblos como el irlandés,
el alemán, el japonés, el judío o el armenio. Pero también lo fue para EE.UU. donde la
fórmula WASP (White, Anglo-Saxon, Protestant) fue la amalgama decisiva durante los
inicios de la nación estadounidense. En el caso argentino fue fundamentalmente una
cierta idea de la Nación que se esbozó en l8l0, en l8l6, en las luchas por la
independencia, en las guerras de unitarios y federales, lo que dio lugar a un proyecto de
país (que en la Declaración de la Independencia de l8l6 aludía a las Provincias Unidas
del Sur y que en recién en l834 con Rosas se define como el Estado Nacional
Argentino).
La crisis actual es también una crisis de identidad. Originariamente nos
propusimos la emancipación de Sudamérica con San Martín y Bolívar, luego nos
confinamos a la idea de la Nación Argentina. Ahora volvemos a retomar la idea de una
integración con América del Sur en otro contexto. Además, estamos descubriendo que
la teoría del “crisol de razas”, con la cual se intentó amalgamar a todos los inmigrantes
buscó borrar las diversidades que ahora se intentan revalorizar. Comenzamos a
reconocernos como multiculturales (y no hablamos de “multi-étnicos” al estilo
norteamericano porque aquí las tendencias a la mestización siempre han sido más
fuertes).
Bastaría recordar que Liniers, el héroe de la batalla contra los ingleses (1806),
era francés, que el fundador de la Armada, el Almirante Guillermo Brown era irlandés,
que Rosas murió en Gran Bretaña, Sarmiento en Paraguay, Borges en Suiza, que Gardel
había nacido en Francia, que entre los presidentes que tuvo el país encontramos orígenes
criollos, españoles, vascos, italianos, árabes ... En cualquier familia argentina podemos
encontrar las ráices étnicas más diversas. Somos multiculturales.
Todavía no asumimos que esta identidad sudamericana y multicultural
constituye una ventaja comparativa. Buenos Aires al mismo tiempo que produce una
cultura cosmopolita con raíces europeas, judías y árabes, es también la metrópoli que
exhibe la mayor variedad de producciones culturales y populares de América del Sur
con creaciones de grupos bolivianos, peruanos, chilenos, uruguayos, paraguayos,
brasileros, mexicanos, ecuatorianos, colombianos, cubanos, dominicanos. El hecho de
que contengamos descendientes o inmigrantes de más de cien países del mundo nos
debería brindar ocasiones para aprovechar los intercambios. Otro tanto podemos decir
del hecho que tengamos más de dos millones de argentinos viviendo en distintos
rincones del mundo.
El problema es que hasta ahora no hemos elaborado ni la conciencia
multicultural ni las estrategias adecuadas para convertir en ventaja competitiva las
posibilidades de intercambio con el resto del mundo. Esto puede parecer increíble pero
no reconocemos que estamos ligados de múltiples maneras al resto del mundo y no
Augusto Pérez Lindo: Reconstruir la sociedad – reinventar el Estado
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tenemos políticas de intercambios culturales y económicas que nos permitirían
aprovechar esa circunstancia.
El Capítulo V planteamos las condiciones para reinventar el Estado. Ante todo
presentamos argumentos para justificar la revalorización del Estado que en sus diversas
formas se ha hecho cargos de múltiples funciones en las sociedades contemporáneas. A
la luz de estas consideraciones adelantamos una tesis: que el Estado sigue siendo el
principal instrumento y el principal agente para un proyecto de reconstrucción del
país.
Los atributos del Estado pueden ser diversos según las concepciones y las
experiencias de cada país. Por lo tanto, no podemos tener miedo de reinventar el Estado.
Se trata de una creación histórica que tenemos que adecuar a los nuevos contextos y a
los nuevos paradigmas. En este sentido hablamos del neo-estatismo. En este concepto
englobamos las siguientes características:
1º. La necesidad de unificar el espacio público terminando con las
feudalizaciones y privilegios porque mientras las tecnologías tienden a estandares
universales y los países europeos compatibilizan sus normas para aplanar las diferencias
para lograr la unificación , en Argentina las fronteras inter-estatales y las autonomías se
han invocado para atomizar el país volviéndolo impotente para resolver sus problemas.
2º. El Estado debe tener una organización inteligente conformada por un
cuadro de profesionales académicamente seleccionados según sus méritos y valorizados
por remuneraciones adecuadas, con capacidad para diseñar y ejecutar estrategias
mediante la utilización de recursos científicos y tecnológicos. Todo esto por sí mismo
sería la contra-imagen del Estado clientelístico, descerebrado y burocratizado que
existe.
3º. El fortalecimiento de la sociedad civil, que hoy reclama en diversos
aspectos una mayor participación en la gestión pública , debe ser un objetivo
fundamental del nuevo Estado tratando de comunitarizar aquellos asuntos donde las
organizaciones sociales (ecologistas, asociaciones en defensa de la familia o la infancia,
cooperativas, etc.) demuestran poseer mejores competencias para realizar con eficacia
las funciones deseadas.
4º. De acuerdo a las declaraciones constitucionales vigentes el Estado debe
asumir coherentemente el principio de solidaridad universal con todos los ciudadanos
y en particular con los niños, los desamparados, los enfermos, los ancianos, las víctimas
de violencias y violaciones de sus derechos. El Estado solidario no puede dejar ningún
chico en la calle ni puede dejar a nadie sin comer. Tal como ocurre en la Unión Europea
esto supone mejorar sustancialmente las fuentes de recursos para el bienestar colectivo.
También supone movilizar de manera efectiva las capacidades de la sociedad civil para
bajar los costos de la intervención estatal.
5º. Incumbe al Estado diseñar políticas del conocimiento para generar un
modelo de desarrollo con uso intensivo de la educación, la ciencia y la tecnología. En
este sentido el Estado debe promover la simbiosis entre los centros de investigación, las
empresas, las universidades, los organismos públicos y las organizaciones sociales para
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generar círculos virtuosos tendientes a resolver problemas y a asegurar el crecimiento
económico y social.
6º. El nuevo Estado debe tener por definición un perfil internacional , lo que
quiere decir que tiene que ubicarse con respecto a todas las regiones del mundo tratando
de maximizar las oportunidades de intercambio con ellas, lo que supone que no sólo en
Cancillería sino en todos los ministerios y organismos públicos se necesitan
funcionarios que manejen idiomas, que conozcan las realidades internacionales, que
puedan realizar evaluaciones de los intercambios.
Todos estos rasgos conformarían entonces la estructura de un Estado inteligente,
solidario, profesionalizado, unificado, transnacionalizado. Queremos destacar que si
queremos mayor eficiencia necesitamos más inteligencia, que si no queremos ser
víctimas de los procesos ciegos de la globalización tenemos que internacionalizarnos
nosotros mismos (ser sujetos y dejar de ser objetos de la mundialización).
En el Capítulo VI presentamos una serie de hipótesis y de propuestas para la
reconstrucción social. Una de las ideas principales es la necesidad de buscar un nuevo
contrato, una nueva forma de articulación, entre la sociedad y el Estado si queremos
resolver los problemas de desarrollo social. Esto significará por un lado reformar el
Estado y por el otro lado valorizar las capacidades de la comunidad para intervenir en
diversos aspectos del desarrollo social.
Sostenemos que ciertos problemas (como el del hambre, de la desprotección
social o de la atención de la infancia) podrían encontrar respuestas a corto plazo si se
movilizan coordinadamente los esfuerzos del Estado y de la sociedad civil. Son los
mecanismos burocráticos y legales, junto con fallas en la gestión, los que impiden
encontrar estrategias satisfactorias por este lado.
Para inspirar una reforma social tenemos los principios de la Constitución
Nacional que han incorporado todos los códigos internacionales sobre derechos
humanos individuales y sociales. Esta sería nuestra utopía institucional: cumplir con
estos principios. Para ello necesitamos revisar no solo la congruencia de los distintos
poderes respecto a los principios de igualdad ante la ley y otros. Necesitamos brindar
mayor protagonismo a las organizaciones de la sociedad civil.
En el Capítulo VII nos preguntamos qué puede aportar la Filosofía a un proceso
de reconstrucción social como el que vivimos. Aquí constatamos, como sucede en otros
aspectos , que mientras las demandas de la sociedad son cada vez más grandes y
complejas, se ha hecho relativamente poco para acercar los productores de
conocimiento (las universidades, las disciplinas) a la sociedad. En particular, queremos
mostrar que no se puede pensar filosóficamente hoy en Argentina sin tener en cuenta las
exigencias de reconstrucción del país.
Tal vez la disociación entre el pensamiento y la acción que funciona como un
paradigma cultural en Argentina es lo que permite la desarticulación entre los
productores del conocimiento y la sociedad. Es allí justamente donde la Filosofía y las
ciencias humanas en general pueden contribuir a redefinir los valores, los códigos
culturales y las ideologías que han permitido reproducir la anomia, la corrupción, la
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vocación por el fracaso, el autoritarismo, el ideologismo, la injusticia social, la
ineficiencia.
Toda sociedad se rige secretamente por un sistema de ideas y creencias que van
desde la visión del mundo a las vocaciones individuales, desde las ideologías políticas a
las identidades culturales, desde los paradigmas científicos a las conjeturas metafísicas.
En este mundo simbólico, que algunos llaman la “esfera del conocimiento” (noosfera)
reina la libertad porque en última instancia el ser humano elige las ideas por las que
quiere vivir y morir.
Pero ocurre también que toda sociedad se rige por sistemas de creencias públicas
que producen o transmiten los “formadores de verdades” como los medios de
comunicación social, las iglesias, los educadores, los partidos políticos, las
universidades, las organizaciones sociales, las empresas. Es en este terreno donde
pensamos que la Filosofía debe sostener las ideas necesarias para un proceso de
reconstrucción que al mismo tiempo sean un camino hacia la liberación. Esto es también
lo que nos piden los especialistas que han destacado la importancia de las relaciones
entre la cultura y el desarrollo social.1
Ver: Bernado Kliksberg; Luciano Tomasini, Capital social y cultura: claves estratégicas para el
desarrollo, Fondo de Cultura Económica, Bs.As., 2000
1