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Schvarzer, Jorge. Problemas actuales de la estructura productiva argentina.
Elementos para un diagnóstico. CISEA, Centro de Investigación de la Situación del
Estado Adiministrativo, Buenos Aires, Argentina. 1997. p. 18.
Disponible en la World Wide Web:
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/argentina/cicea/PB.DOC
www.clacso.org
RED DE BIBLIOTECAS VIRTUALES DE CIENCIAS SOCIALES DE AMERICA LATINA Y EL
CARIBE, DE LA RED DE CENTROS MIEMBROS DE CLACSO
http://www.clacso.org.ar/biblioteca
[email protected]
Problemas actuales de la estructura productiva argentina.
Elementos para un diagnóstico
Jorge Schvarzer1
.
La economía argentina presenta signos claramente contradictorios. La tasa nominal de
crecimiento del producto bruto parece muy elevada, pero se registra un inédito grado de
desocupación. La estabilidad de precios es un logro, pero está acompañada por la mayor
pobreza de las últimas décadas. Y así sucesivamente. Una parte de estas contradicciones se
origina en la propia lógica del nuevo modelo económico; otra, que es la que más nos interesa
en este trabajo, se deriva de problemas de medición y de las formas cómo se presentan los
resultados. En efecto, las estadísticas sobre el producto ofrecen un elemento decisivo para
evaluar la coyuntura que, por eso mismo, se convierte en un problema de orden político. En
la medida en que la tendencia de las series ofrece argumentos para apoyar o criticar la
política económica, surge la tentación de organizar los datos de modo favorable a quienes
exponen los resultados. Para superar esas fallas, este trabajo se propone revisar los datos de
evolución del producto con una perspectiva de mediano plazo (que reduce distorsiones
propias de la coyuntura) y las contrasta con informaciones sectoriales para extraer
conclusiones sobre la situación actual de la economía argentina.
La presente investigación intentó cubrir la etapa que se inicia en 1974, momento final de un
extenso período de crecimiento estable y base de referencia adecuada para la evolución
siguiente. El análisis culmina en 1994, el mejor año del ciclo de auge generado por el
lanzamiento del Plan de Convertibilidad y el más favorable para una comparación a largo
plazo; conviene agregar que los datos adelantados para 1997 ofrecen resultados semejantes a
los de 1994, de modo que las comparaciones válidas para aquel momentos son igualmente
válida para este último, a excepción de algunos sectores específicos. La etapa analizada
cubre veinte años y se inicia y termina en dos momentos de máxima del ciclo económico,
evitando los resultados equívocos o falaces que surgen cuando se comparan circunstancias
1
Este artículo es una versión resumida del trabajo del autor "La estructura productiva argentina a mediados de la década
del noventa. Tendencias visibles y un diagnóstico con interrogantes", publicado en julio de 1997 por el CEEED (Centro
de Estudios Económicos de la Empresa y el Desarrollo), del Instituto de Investigaciones Económicas de la Facultad de
Ciencias Económicas de la UBA. Las fuentes, datos básicos y criterios detallados de ese análisis se dan por descontados
en este resumen que se limta a presentar las principales afirmaciones y resultados del mismo.
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diferentes. De todos modos, dada la construcción de la serie del PBI, se ha tomado a veces la
etapa 1980-1994 por dificultades de comparación con la anterior; esta opción no afecta a los
resultados dado que 1980 fue un año razonablemente bueno en el ciclo económico.
El trabajo comienza con un breve panorama acerca del desempeño global de la economía en
los últimos años, para extender el análisis, luego, a la evolución concreta de los sectores
productores de bienes. A partir de allí, pasa a estudiar con cierto detalle la evolución
concreta del proceso fabril; ello permite apreciar los cambios en las funciones de producción
de las firmas, la evolución de la capacidad instalada, la inversión en maquinaria y equipos, el
costo del capital, el desempeño de la productividad, las exportaciones y las grandes empresas
locales. Finalmente, culmina con un análisis acerca del sector financiero y servicios.
Una perspectiva de largo plazo
Antes de indagar si la economía se encuentra en una senda de crecimiento sustentable (como
sostienen algunos), conviene reseñar algunos indicadores significativos sobre la evolución de
la economía argentina en las últimas cuatro décadas. Esos indicadores destacan, por ejemplo,
que el PBI se duplicó en el período 1954-74, pero sólo registra un alza del 40% en los veinte
años siguientes (1974-94). El análisis de la industria, exponente clásico de la producción de
riqueza material, arroja un contraste aún más pronunciado: el valor agregado por ese sector
se multiplica por tres durante el primer período pero apenas crece el 9% en el segundo, de
modo que se presencia se contrae.
Estos indicadores no hacen más que señalar la notoria desaceleración del crecimiento local.
Esa referencia de largo plazo, sin embargo, permite apreciar el efecto real del alza de los
años de la Convertibilidad. Aún asignándole todo el crecimiento de las última dos décadas a
este período (lo que no es correcto, como se verá) resulta que su efecto positivo apenas
permitió recuperar el efecto del crecimiento de la población. Es decir, que el producto per
capita de estos momentos (1994 ó 1997) es igual, en pesos constantes, al de 1974 de acuerdo
a las series oficiales.
Los resultados positivos de los últimos años deben ser matizados por esa observación. Es
cierto que la estabilidad generó una mejora del producto, per ese avance, como se verá, tuvo
más carácter cíclico de recuperación de valores previos (que se explica por la profunda
recesión de 1989-90) que de crecimiento real. Más aún, los datos de ese crecimiento señalan
la preferencia por la extracción de materias primas (en una tendencia a la "primarización" de
las actividades productivas) y el vuelco a los servicios antes que a la producción moderna.
Por eso, a lo largo del trabajo se cuestiona tanto la capacidad potencial de la estructura
productiva local para sostener un proceso de crecimiento como la medición del aporte de los
servicios que distorsionan los resultados finales. Ambos temas convergen en un balance
exageradamente optimista de la situación real que se emsaya de condicionar a continuación.
Evolución de los sectores productores de bienes
La producción de bienes representa algo menos de la mitad del PBI aunque su rol resulta
crucial para entender la evolución del conjunto. Su aporte apenas creció a un ritmo inferior al
1% anual en las dos décadas que transcurren entre 1974 y 1994; lo mismo puede decirse si la
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comparación se inicia en 1980. La marcha de estos sectores contrasta con la difusión de
cifras sobre los últimos años que se limitan a mirar la coyuntura. Si en lugar de mirar el corto
plazo se observa la evolución de la década el resultado impresiona: dada la larga recesión de
los ochenta, en 1992 recién se recupera el nivel absoluto de valor agregado en pesos
constantes que registró la producción de bienes en 1980, doce años antes. Luego, entre 1992
y 1994, dicha producción crece a una tasa de 6,5% anual, pero ese ritmo se quiebra al año
siguiente, de modo que en 1997 apenas se regresa a los niveles de 1994. Nada indica, por
ahora, que esos impulsos resulten duraderos, aunque para explicar esta hipótesis hay que
entrar en el detalle sectorial.
La producción de bienes está formada por los sectores extractivos de materias primas (agro,
pesca y minería), más la industria, la construcción y la oferta de electricidad, gas y agua. La
industria tiene la mayor parte (casi el 60% de ese conjunto, aunque exhibe una participación
decreciente); los otros cuatro aportan el 40% que resta.
La producción agraria y la pesquera, resultaron las más dinámicas en términos relativos. La
pesca multiplicó por 4,4 su aporte al valor agregado entre 1980 y 1994, pero dicho progreso
tiene mínimo efecto sobre el conjunto debido a su escasa dimensión relativa (ella representa
0,5% del producto de bienes físicos en 1994, luego de su expansión). La rama agraria creció
25% entre 1980 y 1994, siendo su porción más activa la agrícola . El avance de la oferta de la
región pampeana, y básicamente de la soja, explica tres cuartas partes de su aumento
absoluto. Esos avances contrastan con la baja performance que exhibe el resto del sector
agrario. La clásica actividad pecuaria permanece estancada y el stock de ganado ha caído a lo
largo del período en una clara evidencia de su retroceso.
La minería exhibió un crecimiento apreciable (38,5% en ese mismo período), cuyo mayor
impulso provino de la extracción de petróleo y gas, que aumenta significativamente a partir
de 1990. La minería metálica promete un avance apreciable una vez que se pongan en
marcha las grandes inversiones en proceso, que se estiman en 2.700 millones de dólares
hasta el año 2000. Esa expansión tendrá efecto sobre las exportaciones y un impacto que
puede resultar clave al interior del sector, así como en algunas provincias receptoras. Igual
que en el caso de la pesca, ese avance no alcanza para contribuir de modo apreciable al
aumento del producto nacional; el sector minero (incluído el petróleo) participa con el 3,8%
de la producción de bienes y su baja presencia indica que el avance estimado para el resto de
esta década apenas agregaría medio punto anual al crecimiento global.
La producción de electricidad, gas y agua siguió una tendencia de alza continua durante todo
el período hasta ubicarse, en 1994, 75% por encima del valor agregado en 1980. El aporte de
las grandes obras hidroeléctricas construidas en las últimas dos décadas, más el aumento de
la oferta de gas, trasladado a los centros de consumo mediante las tuberías que se instalaron
sin pausa, explica la mayor parte de ese notable avance; las actividades ligadas a la
distribución de agua parecen haber comenzado a tomar impulso en fechas más recientes. El
sector es muy pequeño en el conjunto y su evolución afecta poco a la marcha de los sectores
productivos.
El último sector relevante es la construcción, que muestra hoy las consecuencias de una
prolongada crisis. Su valor agregado se contrajo a la mitad entre 1980 y 1990 y su notable
avance posterior no alcanzó para recuperar esa caída; ni siquiera en el nuevo auge, que se
registra en 1997, su aporte absoluto volverá al nivel de 1980. Este estancamiento es por lo
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menos sorprendente y sus consecuencias se agravan aún más si se lo compara con la
evolución de la población. El comportamiento negativo del sector refleja la situación de otras
variables estratégicas de la economía: el bajo consumo de cemento (que tampoco recuperó
los niveles de hace dos décadas), el reducido nivel de la inversión (del que la construcción es
una parte y que se trata más adelante) y la escasa demanda de empleo (dado que dicha rama
demanda gran cantidad de trabajo por unidad de valor).
En definitiva, la producción de bienes no industriales exhibe ciertos núcleos dinámicos pero
de dimensiones reducidas en el conjunto y basados exclusivamente en la extracción de
materias primas. Se registran avances en pesca, petróleo y gas, oleaginosas y cereales, donde
la Argentina posee ventajas comparativas naturales; al mismo tiempo, se observan datos
negativos, como el prolongado estancamiento de ramas tradicionales (carne y cultivos
regionales), y una caída que todavía no permite recuperar los niveles previos en el rubro
construcciones.
Esos cambios reflejan la mencionada “primarización” de las actividades productivas locales,
estimuladas por las nuevas políticas económicas; ellos explican, además, la elevada presencia
de las materias primas en las exportaciones nacionales, un fenómeno conocido que se trata
más adelante. Conviene agregar que el dinamismo de esos sectores se basa, en substancia, en
la disponibilidad de recursos naturales para su expansión. Aún así, su potencial latente sólo
se hizo efectivo gracias al efecto de diversas políticas de promoción aplicadas mucho tiempo
antes de que se comenzaran a cosechar sus frutos.
La disponibilidad de recursos naturales ofrece una primera explicación al avance registrado
en esos rubros. Las prolongadas políticas públicas aplicadas en el pasado en busca de
fomentar su explotación es otra causa de dicho progreso. Ahora que la oferta de recursos
parece cerca de su saturación, mientras que las políticas mencionadas han sido suprimidas,
cabe dudar, en una perspectiva de largo plazo, sobre la posibilidad de que esos factores
productivos continúen aportando bases para el crecimiento del producto local.
Problemas de oferta y disponibilidad de recursos
El crecimiento basado en los recursos naturales, exige la permanente disponibilidad de los
mismos; para incrementar su explotación se necesitan reservas adicionales de materias
primas o recursos que aseguren ese avance. La información disponible al respecto no es
abundante, pero una somera revista de la situación que plantean los mayores recursos
conocidos para esas actividades locales (petróleo y gas, tierra fértil y equipos para explotarla)
permite evaluar las posibilidades actuales de esas actividades primarias y su capacidad de
ofrecer bases más amplias para continuar su expansión.
El aumento en la actividad petrolera y gasífera se basa en la explotación de las reservas
detectadas por las intensas inversiones de YPF durante su acción como empresa pública.
Hoy, esas reservas son utilizadas a un ritmo creciente y no están siendo reemplazadas por el
descubrimiento de nuevos yacimientos. Si bien algunas empresas llevan a cabo tareas de
exploración, el volumen de las reservas disponibles permanece estancada, o cae. Entre 1985
y 1995, por ejemplo, la extracción de petróleo y gas se incrementó en el orden del 50%,
mientras que las reservas crecieron 13% (petróleo) o bien cayeron 8% (gas). Por ese motivo,
las reservas de petróleo alcanzan sólo para nueve años a los ritmos actuales de extracción,
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una caída notable frente a los 14 estimados para 1985. Esa misma relación ha caído de 35 a
20 años en el caso del gas.
El desgaste de los recursos naturales (agotamiento de reservas o pérdida de fertilidad del
suelo) es un dato que no debe despreciarse. El agotamiento de las reservas de petróleo y gas
genera una contradicción entre la cifra positiva que asignan las cuentas nacionales del valor
agregado a la extracción del combustible y el efecto negativo que se desprende de la
reducción de dichas reservas. En rigor, el país está consumiendo su "capital" natural y ese
deterioro puede bloquear la continuidad operativa del sector en el futuro previsible.
La producción de electricidad ofrece otra faceta especial dentro del rubro de la energía. Su
oferta creció de manera continua desde mediados de la década del setenta, basada en el uso
de los abundantes recursos hídricos locales y la instalación de centrales nucleares. El
desarrollo de ambas fuentes de energía estuvo a cargo del sector público hasta que el proceso
privatizador anuló su protagonismo; en los últimos años se nota la adición de una pequeña
porción generada en el uso de gas como combustible, cuyo aporte puede crecer en el futuro.
Las grandes centrales hidroeléctricas exigen inversiones masivas hasta entregar el fluido a un
precio que depende de los costos de capital incurridos. Esa ventaja basada en los recursos
naturales se frenará en la medida en que el sector público no se propone construir nuevas
represas (que será difícil que encare el sector privado debido a la larga etapa de maduración
de esos proyectos). La oferta eléctrica va a requerir el uso del gas, además del reemplazo de
las centrales de ciclo de vapor, muy antiguas y con bajo grado de explotación debido a sus
escasos rendimientos. Ella puede crecer con exportaciones a Brasil y Chile pero sobre la base
de procesar un recurso natural agotable (a diferencia del hidroeléctrico que marcó la etapa
anterior).
La pesca es otro recurso primario que plantea cuestiones similares dado que su límite está
dado por una masa de capturas que mantenga el stock de recursos vivos. Si la extracción
excede ese monto, la población de peces tiende a disminuir y puede llegar a agotarse. El
peligro es real; un informe de la Secretaría de Recursos naturales afirma que se excedió en
44% el máximo de pesca estimado por los expertos para mantener estable el recurso natural.
Las capturas no operan bajo controles adecuados, agrega, y se corre el riesgo de un quiebre
del equilibrio del “ecosistema” que afecte la disponibilidad del recurso para las generaciones
futuras.
Finalmente, la expansión de la oferta de granos y oleaginosas plantea algunos aspectos más
matizados pero no menos significativos. El aumento de la capacidad productiva potencial del
agro pampeano es un dato relevante que no debe desecharse, pero conviene insistir en que
ese aumento no es una novedad, pues se notó desde los setenta debido a las inversiones
masivas en el área, promovidas oficialmente. El sector público fomentó dicha actividad
otorgando subsidios para la compra de equipos y realizando ensayos para desarrollar nuevas
semillas y difundir el cultivo de soja, factores que explican la mayor parte del incremento
observado. En efecto, la cosecha de cereales de 1997 (la mayor de la década) equivale a la de
1987 en volumen; la de oleaginosas exhibe una expansión continua durante los últimos
veinte años. Por otro lado, la evolución de los rindes por hectárea señala que los mayores
cultivos, excepto el maíz, alcanzaron máximos en la década del ochenta que no se volvieron
a repetir. Es decir que la estabilidad alentó el uso del potencial existente en el agro antes que
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su expansión efectiva. De allí se deduce que la evolución futura va a depender de las
inversiones adicionales que puedan ampliar la capacidad instalada en el sector.
La capacidad potencial del agro pampeano para continuar con esta evolución productiva
parece limitado. El área cultivada tiene límites físicos, de manera que las opciones consisten
en afectar el área dedicada a la ganadería (que plantea problemas para la oferta de carnes) u
ocupar tierras menos aptas (provocando un aumento de costos). Además, la práctica actual de
efectuar cosechas sucesivas sobre la misma tierra tiende a erosionar la fertilidad del suelo,
cuyo deterioro pone un límite a la oferta potencial y agrega una presión por el lado de los
costos (debido a los insumos adicionales que se necesitan para reponer esa capacidad). No es
casual que un aumento de los precios internacionales haya generado una demanda masiva de
fertilizantes, pero el futuro de esa aplicación depende de que se mantengan dichas relaciones
de precios (ahora en retroceso). Para terminar, la “capacidad instalada” en el sector agrícola
requiere maquinaria, cuyo stock está estancado y la incorporación de equipos nuevos se
mantiene por debajo de las exigencias de reposición.
A las consideraciones específicas presentadas para cada uno de esos sectores se debe
incorporar otro aspecto válido para el conjunto. Las actividades primarias que crecen en el
país exhiben mínima presencia de impactos dinámicos hacia otras ramas productivas locales;
más aún, sus impactos en ese sentido tendieron a reducirse en estos últimos años. La mayor
extracción de petróleo, por ejemplo, no contribuyó a impulsar las tareas de refinación; el
excedente de oferta se exporta como materia prima sin procesar. Además, dada la ubicación
de los yacimientos, el producto sale directamente al exterior con mínima demanda de
transporte en el mercado local. Por su lado, la oferta de gas no genera mayores efectos sobre
la cadena de actividades que se le relacionan. La misma escasez de impulsos hacia otras
actividades ocurre en la pesca, que tiende a exportar con escaso o nulo valor agregado. La
industria aceitera agrega poco valor a las oleaginosas y el trigo y el maíz salen como materia
prima antes que como harina o derivados.
Estas actividades primarias difieren de la industria por exhibir eslabonamientos débiles y
pocos estímulos cruzados (verticales u horizontales), con las otras actividades locales. Su
reducida presencia en la actividad global les permite crecer con escaso efecto impulsor sobre
otras ramas productivas (escaso no quiere decir nulo, pero sí inferior al que se nota en otros
sectores promotores de progreso).
Evolución global del proceso fabril
Ya se señaló que la industria creció sólo 9% en los años 1974-94, medida por su valor
agregado a pesos constantes. Ese ritmo de avance está entre los más bajos observados para la
evolución del producto y supone un alza mínima, del 0,5% anual de promedio, para todo ese
período. La evolución fabril es errática y se ve afectada por los vaivenes de política
económica y los cambios ocurridos en el contexto; impactos como la apertura del mercado
local a la competencia externa, las variaciones del tipo de cambio, la escasez de crédito y las
elevadas tasas de interés, la eliminación de la promoción sectorial, etc., marcan su derrotero
en el período.
La crisis de 1989-90 llevó la actividad del sector a un mínimo; su nivel en 1990 era
equivalente al aportado veinte años antes. Luego se recuperó, pero recién en 1993 alcanzó
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los valores de 1974. Desde el punto de vista estadístico, el alza registrado en 1994 (9%)
equivale a todo el aumento real de esas dos décadas. El año 1994 fue excepcional y su
registro contiene sobreestimaciones que conviene ver con más detalle. Por otra parte, en
1995 la industria retrocedió a los valores registrados dos años antes, equivalentes de nuevo, a
los de 1974; la recuperación de 1996 y 1997 apenas la repone en ese máximo previo.
Esa medida de la evolución global de la industria disimula los intensos cambios ocurridos en
su composición interna. En el curso de los últimos veinte años, algunas ramas crecieron y se
consolidaron, otras quedaron estancadas, y el resto incluye algunas que retrocedieron y hasta
desaparecieron; es decir que el promedio no permite efectuar afirmaciones generales antes de
observar ciertas ramas claves.
Entre las ramas dinámicas en ese lapso figura “Alimentos, bebidas y tabaco”, cuya actividad
se ve motorizada por la oferta de materias primas donde el país posee ventajas comparativas
(como aceite, lácteas y otras menores que están surgiendo) y se apoya en la gradual
expansión de la demanda local debido al aumento vegetativo de la población. Esta rama, la
más favorecida por las políticas de “mercado” y única que exhibe un comportamiento tan
positivo en las cuentas fabriles, crece 26,3% entre 1980 y 1994; su empuje le permite
mantener su impulso ascendente durante la etapa recesiva de 1995 y 1996, a diferencia de lo
observado para el conjunto. Es así que su participación trepa a lo largo de todo el período y
prosigue en el presente. Su aporte, medido en pesos constantes, explica, por sí solo, 45% del
aumento del valor agregado por todo el sector industrial entre 1980-1994.
Celulosa y papel, petroquímica, metales básicos (acero y aluminio) y automotores, son cuatro
ramas que también avanzan y aumentan su participación en el producto. Las tres primeras
crecen 27,4% entre 1980-94 como consecuencia, entre otras, de las políticas oficiales de
promoción aplicadas desde fines de la década del sesenta. Dada la posición de estas tres
ramas en el total, su incremento absoluto explica otras tres cuartas partes del alza de la
producción industrial en los 14 años considerados.
La producción automotriz es otra rama que fue objeto de políticas ad hoc y evolucionó de
modo positivo, si bien su aporte queda disimulado por su inclusión en una rama más grande
(Productos metálicos, maquinaria y equipos). Esta última exhibe una caída a lo largo del
período 1980-94 y su valor agregado se reduce en 10% entre puntas pese al efecto en sentido
contrario de la evolución automotriz. Esas cifras implican que se produjo una contracción
intensa de muchas actividades específicas al interior de la rama (que no se pueden extraer de
las cifras globales del producto debido a su forma de agregación) .
Ninguna otra rama exhibe tendencias claramente positivas en el largo plazo, mientras que
algunas se reducen en dimensiones absolutas (como minerales no metálicos, que incluye la
elaboración de cemento). En consecuencia, la primera conclusión sobre la marcha de la
industria local reside en que los mayores impulsos positivos ocurrieron en las ramas que
fueron promocionadas desde fines de la década del sesenta, incluyendo la automotriz (que
recibe beneficios específicos negociados de manera continua entre el gobierno y el sector
privado). La rama de alimentos es la única excepción observada a la regla anterior. Ella
registra un crecimiento “natural” basado en las ventajas comparativas de la oferta primaria
local y es prácticamente la única donde los impulsos de “mercado” tuvieron un efecto
positivo en su dimensión productiva. El resto del sector industrial no exhibe alzas
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significativas; se destaca que los avances de algunos rubros (curtiembres y plásticos) se
compensan con la caída de otros (máquinas y herramientas ó electrónica de consumo).
El efecto de la promoción oficial se verifica tambén en la distribución geográfica fabril. La
comparación del Censo industrial de 1994 con el de 1985 exhibe un desplazamiento de
plantas desde las grandes urbes tradicionales (y en especial Buenos Aires) hacia el interior
del país. Esa marcha, que se originó en las políticas de promoción regional decididas durante
el gobierno militar, y cuyos efectos se extendieron durante toda la década del ochenta,
implicaron una caída absoluta de la demanda de trabajo en la región metropolitana y su
reemplazo por menor cantidad de mano de obra en las nuevas áreas. El estancamiento global
de la industria, acompañado por la mudanza de una parte hacia el interior del país, explica la
contracción de la misma en las mayores áreas urbanas y su impacto negativo sobre el
mercado de trabajo, fenómeno que se destaca en la década del noventa.
Si el resultado anterior parece más modesto que muchas afirmaciones difundidas con más
fuerza que seriedad, todavía sobreestima lo ocurrido. En efecto, los cambios en las funciones
de producción, que no se toman en cuenta en los cálculos del producto, afectan la evolución
real del sector y se deben observar con especial cuidado.
Cambios en las funciones de producción
Uno de los mayores fenómenos generados por la apertura reciente de la economía surgió de
la posibilidad ofrecida a las empresas locales de incorporar partes importadas a su
producción en reemplazo de insumos nacionales (antes comprados en el país o fabricados
enla propia planta). Esta opción se transformó de alternativa en necesidad urgente a medida
que la competencia externa exigía la reducción de costos y la mejora de calidad de los bienes
que ofrecía la industria. Muchas empresas optaron por, o fueron obligadas a explorar
rápidamente, el uso de partes importadas y ese tipo de respuesta tendió a desarticular sus
estructuras productivas a medida que estas quedaban entrelazadas a la oferta externa. En
poco tiempo, la producción industrial quedó reducida en su aporte relativo y opera ahora bajo
considerable dependencia de la oferta externa.
Una parte importante de este proceso no se contabiliza en las estadísticas. Las cuentas
nacionales calculan el aporte de cada rama a partir del supuesto de que las funciones de
producción se mantuvieron constantes; por definición el aporte en valor asignado a cada
unidad que sale de la planta es el mismo que el definido en el momento de origen de la serie.
La no consideración de ese cambio en la actividad fabril genera una brecha gigante entre el
valor agregado y el calculado.
La notable reducción del valor agregado por la industria respecto a sus ventas (en un proceso
que continua aunque ahora a menor velocidad) se verifica en todo el sector, pero ha tenido
efectos considerables en ciertas ramas específicas. Las empresas de la llamada “línea blanca”
(cocinas, heladeras, lavarropas, etc.), por ejemplo, ya incorporan hasta 35% de partes
importadas, mientras que las de electrónica de consumo estiman que 50% de sus partes llega
del exterior. En muchos casos, esos reemplazos alcanzan tal magnitud que la producción
previa de algunos bienes se convirtió en una simple tarea de “armado” con rutinas tan
simples que resulta exagerado seguir considerando "industriales".
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El impacto más intenso de este proceso ocurrió en la industria automotriz, que puede ser
tomada como caso testigo del proceso reciente. Si bien esta rama se cuida mucho de ofrecer
información pormenorizada al respecto, ella pasó de un régimen que le exigía un 90% de
producción local, durante toda la década del ochenta, a otro nuevo que rebajó esa demanda al
60% en los noventa. En consecuencia, una parte de los autos de “fabricación nacional”
contienen una proporción importada tan apreciable que primer dudar sobre ese rótulo: un
Volkswagen Gol, por ejemplo, contiene 40% de piezas brasileñas, entre las que incluye
algunas tan sencillas como los espejos retrovisores y el tanque de combustible.
Para superar la ausencia de datos precisos sobre el reemplazo de partes locales por otras
provenientes del exterior, se construyó una serie que mide el aporte teórico al valor agregado
del sector automotriz mediante el método de transformar las unidades producidas cada año
en unidades-auto equivalentes que tuvieran el 100% de producción nacional. Debido a la
ausencia de datos fidedignos se supuso como hipótesis de trabajo que las empresas se ajustan
a los requisitos oficiales sobre contenido local. Esos criterios implican en concreto que cada
cien vehículos armados en 1980 equivalían a 80 unidades completas; esta relación se
mantiene hasta 1990, y a partir de ese año se aplica una hipótesis adicional de cambio
gradual, hasta llegar a 60 unidades equivalentes en 1994 por cada 100 nominales, tal como
autorizan las normas.
Los resultados obtenidos del ejercicio son expresivos. La producción record de 338.000
automóviles de pasajeros registrada en 1994 fue 64% mayor a la cifra de 1980, medida en
unidades nominales, pero esa diferencia se reduce a sólo 1% cuando se consideran autos de
valor equivalente. La diferencia entre los resultados aparentes y los calculados (que se
aproximan más a los reales) es tan abrumadora que no se puede explicar por errores de la
hipótesis; ella sería apreciable aún si se aplicaran otras estimaciones más conservadoras.
Además, la razonabilidad de la hipótesis se puede certificar si se tiene en cuenta que los
propios autopartistas reclaman mayor control sobre las terminales que, según ellos, no
cumplen las exigencias de integración local. El ejercicio consolida la afirmación de que las
funciones de producción industrial han cambiado a favor de un menor valor agregado local
por unidad final producida y, por lo tanto, que las cuentas nacionales (igual que otros índices
que miden la actividad fabril, como el de FIEL), sobrestiman el aporte de la industria (y,
sobre todo de la rama automotriz) al utilizar la serie nominal.
Es cierto que las normas oficiales exigen que el valor de las importaciones de la rama se
compense con exportaciones de unidades o partes; en ese caso, el menor aporte de las
terminales se compensaría con sus propios despachos de piezas o con el aporte adicional de
los autopartistas. Dicho objetivo todavía no se ha logrado, de modo que la pérdida de valor
agregado se podría evaluar por la diferencia entre las exportaciones e importaciones de la
rama automotriz en su conjunto.
Si se pasa de esos casos sectoriales al conjunto y, para consolidar ideas, se estima que el
valor agregado por la industria cayó diez puntos en relación a la oferta física observada de
bienes terminados, se deduce que las cuentas del producto del sector contendrían una sobre
estimación del 10% para los últimos años. El cálculo es conservador pero esa sola corrección
elemental de las cifras reduciría 10% el valor real del producto fabril en 1994 respecto a las
cifras oficiales; en ese caso, y dada la evolución de la serie, resulta que el valor de 1994
estaría 1% por debajo del equivalente a 1974. No está de más agregar que la misma
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conclusión valdría para 1997, lo que arroja un estancamiento de casi un cuarto de siglo en la
dimensión productiva de la industria local.
Una situación similar ocurrió en Chile. Allí se revisaron los cálculos del valor agregado
fabril, tomando en cuenta lo ocurrido a partir de la “apertura” a los insumos externos en la
década del ochenta, hasta detectar sobreestimaciones que oscilaban entre 3,5 y 17 puntos
porcentuales del producto oficial del sector. Este antecedente sugiere que las hipótesis usadas
para el caso argentino, basadas en datos disponibles, son razonables y posibles.
Esta reducción del valor agregado del sector fabril forma parte del proceso de
“desindustrialización” argentino. Si la especialización productiva, que se supone está
ocurriendo, fuera acompañada por un incremento de la actividad suficiente para superar la
caída derivada de la desarticulación interna, el fenómeno tendría un aspecto positivo en el
valor agregado del sector. Eso no ocurre, como surge de los datos globales, a pesar de que
diversos analistas tienden a presentar dicha hipótesis sin el apoyo de datos suficientes; en
rigor, el proceso real parece mas volcado a una contracción del aporte fabril que a generar
contrapartidas en el nivel real de actividad.
Otro argumento optimista sobre la evolución fabril argentina señala que el estancamiento
sería correcto para el pasado pero no para el presente, ya que estaría ocurriendo un cambio de
tendencia. Esa hipótesis no puede sostenerse, por falta de datos, aunque se puede rechazar
mediante el análisis de otros factores como la evolución de la capacidad instalada (a
semejanza de lo que se hizo con las actividades primarias) para observar si los datos sobre
ella ofrecen un panorama distinto al descripto.
Evolución de la capacidad instalada en la industria
La industria puede crecer por dos vías diferentes: utilizando mejor su capacidad ya instalada
o mediante su ampliación efectiva. La segunda, que es la vía de todo proceso de desarrollo,
es menos conocida en la Argentina que la primera. En efecto, no se dispone de buenas
informaciones acerca de la marcha de la inversión fabril, ya que las estadísticas siguen la
“actividad industrial” y no su “capacidad instalada”. Medir dicha capacidad plantea
complicados problemas cuando se la encara en términos globales; en la Argentina, en
particular, la tarea resulta difícil ya que apenas se dispone de estimaciones sobre el stock de
capital y los mayores sectores que lo componen. Uno de los problemas que complica el
efectuar esos cálculos reside en el escaso conocimiento sobre la vida útil de los equipos (dato
esencial para calcular el stock de los mismos); por eso las series conocidas se diferencian de
acuerdo al período estimado de uso. La más reconocida (efectuada por Goldberg e
Ianchilovici en 1991) presenta una evolución del stock de capital en maquinaria (excluída la
agrícola) que crece toda la década del setenta hasta 1983-84; luego la curva entra en una”
meseta” que sigue hasta el final de la serie en 1991. Un primer resultado de interés de este
cálculo es que ese stock aumenta en condiciones de producto estancado, a inicios de la
década del ochenta, dato que refleja la existencia potencial de capacidad productiva ociosa,
que a su vez explicaría la expansión posterior.
Esas estimaciones llevan a un stock de capital en maquinaria y equipo (incluyendo material
para transporte) que oscila entre los 107 mil y los 151 mil millones de dólares para ese año,
en función de la paridad adoptada para el tipo de cambio. Si se admite un monto de 130 mil
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millones de esa moneda para esa fecha, y se acepta una vida útil de veinte años, resulta que
haría falta un monto anual de 6.500 millones de dólares sólo para neutralizar el desgaste del
equipo instalado2. Las cifras de inversión conocidas llevan a suponer que el stock no habría
variado hasta 1993, y estaría creciendo a un ritmo del orden de 2 a 3 % anual desde entonces,
en coincidencia aproximada con los resultados previos.
Para salvar las restricciones derivadas de la falta de datos y el uso de hipótesis demasiado
generales, se puede realizar un ejercicio tendiente a evaluar la marcha de la capacidad
instalada en la industria para obtener resultados prácticos. Con ese fin, se buscó seguir el
valor aportado por una rama de la industria cada año hasta su máximo; ese mismo valor se
mantiene cada año siguiente (si se registran caídas) hasta que sea superado por otro mayor, y
así sucesivamente. La repetición del criterio para cada rama y su adición en el conjunto
permite llegar a una curva que refleja el potencial máximo teórico ofrecido por la industria,
como indicador aproximado de la capacidad productiva potencial del sector fabril (aunque
con amplio márgen de imprecisión). Teniendo en cuenta esa advertencia, el ejercicio
propuesto revela que la capacidad potencial “teórica” de la industria en 1990 resulta de 3085
pesos (de 1986) frente a los 2384 de aporte calculados en las cuentas nacionales. Esa
capacidad ociosa fue utilizada en buena medida en la etapa siguiente, dado que todo el
incremento posterior llevó al valor agregado del sector fabril a 3224 pesos en 1994, monto
sobrevaluado por la forma de cálculo. Comparando este valor con el anterior, surge que el
aumento de capacidad instalada habría sido inferior al 1,2% anual entre 1990-94; luego, ese
uso volvió a reducirse por la recesión y aponerse en marcha con la recuperación de modo que
los valores de 1997 no serían sustancialmente distintos.
Esta evaluación contrasta con algunos informes que pretenden demostrar el período 1990-94
puso “a la industria argentina a la cabeza del crecimiento industrial de occidente y el tercer
mundo” (según la Secretaría de Industria en 1994). Las cifras disponibles sugieren que
apenas se asistió a poco más que una recuperación de la capacidad ociosa fabril, cuyos
efectos positivos se acentúan por la sobrevaluación de algunas variables tomadas en los
criterios de medida.
Un análisis pormenorizado de lo ocurrido en ciertas ramas donde, por alguna razón, se
dispone de informaciones regulares sobre la evolución real de la capacidad instalada, permite
verificar esos resultados.
La siderurgia, desalentada por la crisis del mercado interno y por problemas puntuales, sólo
utilizó entre 60% y 80% de su capacidad instalada durante la década del ochenta. La
recuperación iniciada a fines de esa etapa se basó en el uso de dicha capacidad ociosa antes
que por una expansión real; más aún, ese avance tiende a colmar toda la capacidad
disponible para 1997 de modo que no queda lugar para un nuevo avance sin inversiones
masivas que no estan a la vista. La expansión y la renovación de la rama se originó en las
etapas previas debido a la promoción final y la eliminación de esta plantea dudas sobre el
recorrido futuro del sector. Aún así, las inversiones previas permitieron mejorar de modo
notable la productividad y eficiencia de las empresas, resultado que no puede adjudicarse sin
más a las condiciones del contexto presente.
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Si la vida útil fuera menor a veinte años, como sugieren algunos observadores, la necesidad de inversión anual en
nuevos equipos para reponer las bajas naturales sería aún mayor que la estimada.
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La celulosa y papel, igual que la siderurgia, fue objeto de la promoción que se aprobó a
comienzos de la década del setenta, cuyo resultado fueron varias plantas nuevas y eficientes,
instaladas para producir pastas, papel de diario y otros papeles especiales. Los aumentos de
producción registrados en los últimos años no responden a una expansión de la capacidad
instalada en la rama sino a fluctuaciones en su uso. A su vez, las perspectivas de expansión
son dudosas, ya que los elevados costos de inversión que requieren esos proyectos, la intensa
fluctuación de los precios de la pasta y el papel en el mercado mundial, y la carencia de
técnicos y personal capacitado, son las causas más mencionadas en la incertidumbre actual
sobre el futuro de la rama.
La petroquímica recibió subsidios oficiales, bajo la forma de promoción oficial, incluídos
largos períodos en que se fijaron precios muy bajos para los insumos que le vendían las
empresas estatales. La inversión en esas plantas “promocionadas” durante la década del
ochenta estuvo en el orden de 1.200 millones de dólares; a fines de la misma se sumaban
proyectos “en carpeta” por 3.500 millones adicionales. En cambio, las nuevas reglas de juego
para la rama (que incluyó el fin de la promoción, la aplicación de precios internacionales
para los insumos, la apertura a la oferta externa y la privatización de las plantas estatales)
llevó a la suspensión de la gran mayoría de esos proyectos (de los que se concretaron en estos
años apenas el 10%). La actividad trepó muy rápido durante la década del ochenta, a medida
que se ponían en marcha las grandes plantas promovidas desde comienzos de la década
anterior, pero ese proceso se desaceleró en los noventa, debido a los cambios de política. Ello
no impidió que mejorara la productividad, gracias a los ajustes de personal y a la integración
final de las plantas existentes, en medio de un escaso aumento de la capacidad instalada.
La producción de cemento, en fin, aumentó utilizando capacidad disponible, de modo que no
necesitó recurrir a inversiones para atender la demanda de los últimos años. A diferencia de
los anteriores se trata del único caso donde se detecta capacidad ociosa tan elevada a lo largo
de un período de más de 15 años. El lógico deterioro de equipos que no funcionaron durante
un período tan prolongado, sumado a la ausencia de nuevas inversiones apreciables, sugieren
que esta rama estaría sometida a una contracción de su capacidad productiva real.
En resumen, todos los datos mencionados relatan una misma historia: inversiones previas,
realizadas con el apoyo de algún régimen de promoción oficial, que aumentaron la capacidad
productiva y/o la eficiencia sectorial, hasta máximos alcanzados durante la década del
ochenta. Luego, se nota una estabilidad relativa de la capacidad instalada que no impidió
cierto incremento de la producción debido a la existencia de un potencial ocioso. Ahora, a
medida que la curva de producción se acerca al máximo admitido por la capacidad real
existente, se plantean dudas sobre la continuidad del crecimiento. Es obvio que una
evolución positiva requiere nuevas inversiones, mientras que los proyectos que se conocen
no ofrecen, en general, ni la magnitud ni los ritmos suficientes para suponer que tendrán un
impacto decidido en la producción de esos sectores en los próximos años (con la posible
excepción de la petroquímica de acuerdo a los primeros esbozos que se difunden).
En definitiva, la evolución de la capacidad instalada en los mayores sectores fabriles sugiere
que la industria no estaría creciendo en el sentido que se le asigna a esta palabra. Las cifras
positivas y elevadas que exhibe la actividad industrial en los últimos años responden al
mayor uso de dicha capacidad cuyos límites ya se avizoran.
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El crecimiento nominal de la industria en la década del noventa es un hecho; su carácter y
dimensión son otro distinto. El aumento real de la actividad fabril resulta menor al indicado
por las cifras oficiales (que la sobreestiman por el método utilizado) y se debe en buena
medida al mayor uso de capacidad ociosa (como en toda recuperación cíclica). Este
diagnóstico difiere del que supone que estaríamos frente a un enérgico proceso de inversión;
se trata, más bien, de una reactivación coyuntural que no implica crecimiento real.
Curiosamente, la caída de 1995 posibilitó el registro de nuevas cifras positivas para la
actividad fabril en 1996 y 1997 que, en esencia, permiten recuperar el nivel registrado en
aquel año; en 1998 se verá si aparecen, o no, otros efectos dinámicos en el sector que hasta
ahora no se aprecian.
Verificando el diagnóstico
Los resultados sobre evolución de la capacidad disponible se condicen con los señalados
para la producción fabril; ellos pueden verificarse mediante un cotejo con otras facetas del
proceso productivo como la inversión productiva, el costo del capital, la evolución del la
productividad, las exportaciones industriales y, finalmente, la evolución de las grandes
empresas locales. Esos temas se veran en la presente sección.
a. La inversión productiva
La inversión bruta interna cayó entre 1980-85, se recuperó durante los dos años siguientes
(por el Plan Austral) pero volvió a desplomarse hasta llegar a un mínimo en 1990. La
recuperación iniciada en 1991 no fue suficiente para recuperar el nivel de 1980 hasta despues
de 1993; recien en 1994 se ubicó en un 10% encima de 1980, pero su valor vuelve a caer
abruptamente en 1995, acorde con el ciclo recesivo. La recuperación posterior no ha
modificado significativamente estas tendencias. Decir que el monto total de la inversión
sigue en los niveles de fines de la década del setenta (luego de una enorme caída que reclama
una compensación por el período perdido) es decir que esta todavía no es suficiente para
asegurar un proceso de desarrollo sostenido.
La composición de esa inversión ratifica la hipótesis. Una primera lectura de las cifras
permite observar que su único componente dinámico fueron los equipos importados. Las
inversiones en construcciones y en equipo durable de producción de origen nacional
exhibieron un derrumbe hacia 1990 que no logró recuperarse con el repunte de 1994; en
cambio, las importaciones de bienes de capital se multiplicaron por ocho entre 1990 y 1994.
La retracción de las construcciones, ya mencionada, más la caída de incorporación de bienes
de capital producidos localmente confirman la situación negativa de esa rama fabril.
Los bienes importados ofrecen una curiosa mezcla de rubros que no resulta fácil considerar
"productivos". El salto espectacular que registra ese sector se ve motorizado por rubros como
“máquinas y equipos para oficinas” (donde estan las computadoras personales), “transporte”
(que incluye automotores) y “comunicaciones” (generado por la demanda de las firmas del
área); esos tres rubros explican, por sí solos, casi la mitad del salto de esa cuenta. Es decir
que buena parte de ese resultado exitoso se debe al criterio oficial de agrupar a las
computadoras y parte de los automóviles dentro de la cuenta bienes de capital; la otra mitad
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del monto de la cuenta “bienes de capital” requiere un análisis más detallado, pero se puede
adelantar que presenta sorpresas como la inclusión de 100 millones de dólares en rubros tan
lejanos de la actividad productiva real como las escaleras mecánicas, las expendedoras
automáticas, las cámaras de televisión y las bombas de combustible para las estaciones de
servicio. Es decir que un análisis pormenorizado de las importaciones de bienes de capital
podría mostrar que el monto que se destina realmente a la producción es muy inferior al
supuesto por las cuentas oficiales y que solo una porción menor se dirige a la industria. En
rigor, todo indica que la mayor parte de ese flujo se destina a las actividades de servicio
privatizadas en condiciones de reserva de mercado, al petróleo, la minería y los servicios
comerciales. En otras palabras, se verifican las dudas ya expuestas sobre la marcha futura de
la industria y, por lo tanto, de la economía nacional, si se tiene en cuenta que la orientación
de dicha inversión no sería óptima desde el punto de vista productivo.
El costo del capital
El pensamiento ortodoxo afirma que el costo de los bienes de capital ha bajado y que ese
menor costo explica tanto el un incremento de la inversión como la menor demanda de
trabajo (debido al encarecimiento relativo de esta). Este diagnóstico surge de una doble
confusión teórica y fáctica. En primer lugar, el que ha bajado es el costo relativo de los
bienes de capital, que no se puede asimilar sin más al costo del capital; el primero se define
por el precio de los equipos, pero el segundo por el costo de oportunidad del dinero, que
puede o no destinarse a la inversión. Es cierto que el precio de los bienes de capital bajó,
pero no puede decirse lo mismo del costo de oportunidad del dinero, que se define por el
rendimiento que ofrece el mercado financiero, y que es reconocidamente elevado. Esta es
una de las causas que lleva a que los montos reales de inversión no sean los deseados y uno
de los problemas que se debe superar para que el ahorro se destine desde los negocios
financieros hacia la inversión productiva.
El segundo error de este análisis consiste en comparar el costo nominal de los bienes de
capital como si los agentes empresarios se hubieran enfrentado a las mismas condiciones de
mercado, la década pasada y la presente. Es bien sabido que una parte decisiva de las
inversiones de la década del ochenta se efectuó de modo independiente de esos costos, ya sea
porque las realizó el sector público, o bien un sector privado que percibía subsidios
significativos. Esos agentes enfrentaban un costo de los bienes de capital bajo o nulo en el
período previo, de tal forma que para ellos, este no bajó sino que subió en la década del
noventa. La baja global de esos precios puede resultar positiva para inversores ideales, pero
no necesariamente para los numerosos agentes concretos de la economía local.
Para que la baja relativa del precio de loa bienes de capital repercuta en el proceso de
inversión hace falta una serie de condiciones adicionales que no parecen haber ocurrido.
La evolución de la productividad
Se ha mostrado que las inversiones locales no tuvieron la dimensión ni el ritmo suficiente
para impulsar un aumento de la productividad. Esta, sin embargo existió, y por eso cabe
preguntarse cómo se produjo el mencionado incremento.
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Durante la década del setenta y ochenta, amplios sectores productivos se equiparon gracias a
medidas promocionales que facilitaron la inversión. Esa capacidad permaneció en estado
latente hasta que, durante la década del noventa, los cambios de la coyuntura impulsaron a
mejorar la eficiencia productiva. Ello ocurrió porque se efectuaron inversiones marginales,
de corto plazo de maduración, para utilizar dicha capacidad ociosa, proceso factible porque
ya estaban instalados los equipos básicos. Además, porque se decidió el cierre de plantas
antiguas y obsoletas que sobrevivían al amparo de la protección; esa práctica redujo muchas
veces el producto sectorial pero a costa de un aumento de una sola vez en la productividad,
porceso que se agotó en este período.
El último factor que influyó en el aumento de productividad residió en el cambio de las
condiciones del mercado de trabajo. La modificación de los precios relativos encareció el
costo laboral (que trepó más de 300% medido en dólares), al tiempo que se reducía casi
irónicamente el salario real (25% en relación a los valores promedio de la década del
ochenta). Esta relación resultó decisiva para la estrategia de las empresas a medida que la
apertura las obligaba a afrontar la competencia externa; ella condujo a una frenética
reducción de los planteles laborales para bajar costos. La ola de despidos, provocada por
estas estrategias en un contetxo de debilitamiento de la resistencia de los trabajadores,
sumada al cierre de plantas obsoletas, explican que el aumento de la productividad fuera
acompañado por el alza del desempleo y el bajo incremento del producto real.
En definitiva, todas las explicaciones convergen: el aumento de la productividad ocurrido
mientras el producto potencial en el sector de bienes se mantenía transitando una meseta
(antes que una suba), fue permitido por la acumulación anterior de equipo y la caída del
poder de negociación laboral en las nuevas condiciones políticas y de mercado vigentes en el
país. Esos resultados combinados provocaron un salto de productividad en forma de shock, o
sea, de una sola vez y que no puede proyectarse hacia el futuro. El agotamiento de los
márgenes físicos disponibles para que ese proceso continúe vuelve a poner sobre el tapete la
necesidad de nuevas inversiones productivas para promover el desarrollo.
Las exportaciones
El rápido incremento de las exportaciones, que es una de las variables más positivas que
exhibe la economía argentina hoy, debería reflejar un crecimiento de actividad, que, a
primera vista, parece contradictorio con el análisis anterior. La revisión del fenómeno
permite verificar la coherencia de los resultados que se presentan.
En primer lugar, resulta que el 63% del aumento de las exportaciones en el período 19891995 se origina en cinco rubros primarios (cereales, aceite, pescados, petróleo y cuero). El
avance de esa oferta coincide con el alza ya observada en dichos sectores productores debido
a la reestructuración de la economía local hacia bienes naturales que ofrecen ventajas
comparativas estáticas. Esos bienes primarios, despachados sin mayor proceso fabril y
dependientes de las fluctuaciones cíclicas de la oferta, lograron mejorar su oferta en
magnitudes físicas mientras que sus efectos en divisas se multiplicaron gracias a la evolución
favorable de los precios internacionales.
Otros dos rubros (automotriz y petroquímico) explican 21% adicional del aumento de las
ventas al exterior. No parece necesario explicar que el primero se debe al creciente rol de los
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intercambios automotrices con el Brasil, mientras que las ventas petroquímicas se originan
en las plantas básicas ya creadas previamente y consolidadas antes de iniciado el proceso de
apertura. Es decir que 84% del aumento de las exportaciones argentinas en este período se
origina en materias primas y ramas industriales sometidas a estímulos oficiales y naturales
antes que en un desarrollo productivo de orden fabril.
Por otro lado, es evidente que el Mercosur esta tomando una importancia decisiva en el
aumento de las exportaciones de manufacturas de origen industrial. La expansión de las
exportaciones automotrices se debe al proceso de integración las firmas en la región, que
implicó una menor integración de las terminales locales, que importan partes antes
producidas en el país. Este aumento de las importaciones, debería compensarse mediante el
despacho de piezas nacionales, pero los montos vendidos de las mismas, hasta ahora,
resultan menores a los comprados. Otra parte apreciable del aumento de las exportaciones de
MOI al Mercosur surge de un nuevo comercio intrafirma cuya importancia se extiende a
medida de que las empresas transnacionales especializan su producción en cada uno de los
países participantes.
La importancia decisiva del Mercosur se verifica en el hecho de que las exportaciones a
Brasil explican el 48% del aumento total de las mismas, el 62% de las exportaciones
conocidas como MOI, y el 90% del flujo comercial de las automotrices.
Estos resultados son significativos frente a la imagen transmitida por quienes creen que está
ocurriendo una salida de las exportaciones argentinas “al mundo”. Ellos suponen que éste
está formado por mercados “ideales” (es decir, en donde no haría falta el apoyo estatal y
ventajas como las economías de escala para penetrar en otros ámbitos nacionales muy
protegidos) y que las ventas se expanden en todas direcciones. Lo cierto es que las ventas
argentinas se concentran en el Mercosur; fuera de él, los aumentos se originan en rubros
tradicionales, a los que se han sumado otras commodities incorporadas a la tarea fabril (como
acero y aluminio).
Se puede concluir, finalmente, que el crecimiento de las exportaciones se basa en ventajas
comparativas naturales y en los efectos de políticas específicas oficiales dirigidas a ramas y a
empresas; además, una proporción abrumadora del aumento de su oferta se explica por la
expansión de aquellas actividades apoyadas sobre la capacidad productiva instalada en
épocas anteriores.
Evolución de las grandes empresas locales
La marcha de las mayores empresas industriales ofrece una última verificación indirecta de
las afirmaciones contenidas en este trabajo. En efecto, los cambios que ocurren en la
estructura fabril reflejan la evolución de dichas firmas que concentran buena parte de la
producción y lideran la marcha del resto.
Las cien empresas con mayores ventas en 1987 contenían 80 industriales mientras que en
1994, estas últimas han caído a 55. Esa reducción implica que las empresas más grandes del
país contienen un número creciente de firmas no industriales, cuya actividad se concentra en
el comercio y en los servicios. Una parte corresponde a las nuevas empresas de distribución
masiva que se instalaron en el mercado local, y otra a las actividades privatizadas que tienen
reservas de mercado y posiciones de privilegio. Esto implica que la apertura no contribuyó,
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al menos hasta ahora, a crear empresas competitivas capaces de operar en el mercado
internacional, sinó que permitió el ascenso de firmas con posiciones oligopólicas en el
mercado local. Por otra parte, se observa que un tercio del conjunto tiene propietarios
nuevos; la mitad de ese cambio se explica por las privatizaciones y la otra mitad por el
ingreso de firmas extranjeras, generalmente mediante la compra directa de empresas locales.
Si, en lugar del total, se toman las cien mayores empresas fabriles, se verifica que 89 son las
mismas que en 1987; las once que se incorporan incluyen a siete aceiteras en clara relación
con los cambios ya mencionados y confirmando el escaso dinamismo de la industria en estos
años. Conviene agregar que estos resultados están mediatizados por el hecho que las
empresas fabriles exhiben un aumento creciente de actividades comerciales (que se refleja en
sus ventas donde no se puede distinguir entre las que se originan en la producción y esos
nuevos negocios); ello ocurre en particular debido a la estrategia de las filiales de empresas
transnacionales, que se han volcado a ofrecer los productos de sus matrices, a partir de su red
de distribución local. Además, numerosas empresas han incorporado piezas importadas en el
armado de sus productos, con lo cual deja de ser la misma la relación entre ventas y nivel
agregado. Es decir que la permanencia de las empresas fabriles en el listado ni siquiera
implica que ellas mantengan una dimensión productiva acorde con las magnitudes de
facturación que estos registran.
Este rastreo de datos empresarios no ofrece contradicciones con los resultados previos. El
bajo dinamismo del sector productivo (y en especial del fabril) se refleja en los cambios en la
composición de las empresas más grandes. El escaso ingreso de nuevas firmas industriales
(donde las más grandes siguen correspondiendo a aquellas consolidadas en la década del
ochenta), contrasta con el avance de las comerciales y las que atienden los servicios
promovidos por la política oficial. Los resultados convergen y consolidan las observaciones
destacadas en los análisis anteriores.
Evolución de los servicios y el sector financiero
La evolución poco alentadora de la producción local de bienes materiales puede llevar a
pensar que el sector servicios ofrecería mejores condiciones como motor del desarrollo local.
Por eso, y dado su ritmo de avance en las últimas dos décadas, que excede tanto al de la
producción material, merece un análisis cuidadoso de su composición y características.
Los servicios ofrecen una composición muy heterogénea y presentan problemas de medida
cuyos criterios son objeto de polémica en todo el planeta. Esos fenómenos exigen revisar
tanto los resultados como la manera en que se llegó a ellos, única forma de saber si las cifras
reflejan un aumento real o una consecuencia (deseada o no) de los criterios de medida. Esos
métodos permiten una evaluación mejor del contenido de dicho avance que, como se verá, no
ofrece mejores perspectivas reales para la economía argentina.
Los sectores de servicios crecieron 31,8% entre 1980 y 1994. Los servicios financieros
fueron los más dinámicos y aumentaron su presencia de modo decisivo hasta explicar, por sí
solos, más de un tercio de ese aumento total y, por lo tanto, una parte decisiva del aumento
del producto global.
La importancia e impacto del sector financiero exige un análisis especial. Su expansión
absoluta, 41,4% entre 1980 y 1994, es superior a la de cualquier otro rubro importante del
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conjunto. Debido a ese ritmo, llega a representar casi la sexta parte del producto bruto global
hacia el final del período (15,8%). Hoy, su presencia relativa duplica el aporte del sector
agropecuario local y triplica el correspondiente a la construcción en una clara distorsión de
las relaciones entre actividades tradicionales en la economía argentina. Su participación
actual en el PBI se destaca respecto al 6,8% que registraba en 1974, y permite visualizar el
cambio ocurrido en el interin.
La dimensión relativa alcanzada por el sector financiero se puede evaluar mediante una
perspectiva internacional. Su presencia en el producto local equivale a la exhibida por países
con sistemas financieros muy grandes, que oepran en el mercado mundial, y supera a la
incidencia de este sector en la mayoría de las economías desarrolladas. Aunque en general,
los valores de cada nación no son de fácil comparación directa, las diferencias observadas
parecen razonables para sugerir que la presencia desproporcionada del sector financiero local
no se debe a su aporte real a la economía argentina.
El sector financiero se divide en tres rubros en el PBI, que son “establecimientos financieros
y seguros”, “bienes inmuebles y actividad inmobiliaria” y “servicios prestados a las
empresas”. El primero crece nada menos que el 51,7% durante el período 1980-94 y su
expansión resulta, en valores absolutos, casi igual al aumento del valor agregado por todo el
sector industrial en esos mismos años. El incremento de su valor agregado durante el período
resulta tan intenso que explica por sí solo una sexta parte del aumento del sector servicios.
Ningún valor material de la evolución del sector parece coincidir con esas cifras que derivan
en buena medida de los métodos de medida de su aporte. Resulta curioso en ese sentido que
el máximo anterior de la serie (en las cuentas nacionales) se haya registrado en 1981, año de
liquidación y cierre de gran número de bancos y financieras. Por otra parte, su ritmo de
crecimiento en 1992-94 osciló entre un mínimo de 15,3% (1993) y un máximo de 22,8%
anual (1994), valores difíciles de imaginar en economías “normales” y ni si quiera en
aquellas de crecimiento “milagroso” como las del sudeste asiático.
Esa evolución no coincide con la tendencia que se observa en diversos indicadores
disponibles. La relación M2/PBI, por ejemplo, que mide el total de dinero y depósitos en el
sistema, resultó inferior, en 1994, a los valores observados en cada año del trienio 1986-1988
y hasta resultó menor a la observada en 1980. Es cierto que esa relación sólo ofrece un
indicio de la evolución de la masa monetario financiera pero es dificil imaginar que el valor
agregado sectorial haya crecido tanto sin estar apoyado materialmente en bases como esa. En
general, puede afirmarse que el stock local de recursos financieros no registra aumentos que
expliquen la evolución de este rubro. Hay actividades, como las bursátiles, que
experimentaron un salto grande en los últimos años, medido tanto en cantidad de
transacciones como en stock total de títulos del mercado, pero la parte de ese rubro en el
grupo analizado es tan baja que no puede tener incidencia de consideración en el total.
El aporte financiero no se evalúa por las variaciones en el stock de depósitos sino por los
intereses y comisiones cobradas por los bancos y financieras. Los intereses que se deben
computar son los cobrados menos los pagados, pero las dificultades para estimar esos montos
reales llevan a un desvío práctico: las cuentas toman los devengados en vez de los
efectivamente desembolsados. Ese criterio tiende a crear diferencias apreciables con la
realidad en situaciones de crisis, ya que los intereses devengados y no pagados por
acreedores insolventes se contabilizan como un aporte positivo al valor agregado del rubro
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financiero (aunque reflejen, en rigor, la crisis de los sectores productivos que no pueden
afrontar sus deudas). Estos fenómenos, junto con otros problemas de medición, plantea
problemas en torno a la representatividad de las cifras. Sobre todo, porque la actual
dimensión absoluta este rubro es de tal magnitud que sus resultados afectan todo el cálculo
del producto en su conjunto.
Este repaso permite observar que es el sector financiero quien se convierte en una de las
mayores causas de la evolución del sector proveedor de servicios, que, a su vez impulsa
hacia arriba las cifras del producto global. El resto exhibe un avance más matizado por
rubros que se tratará de modo general.
El resto de lo sectores de servicios
El resto de los sectores de servicios se compone de tres grandes partes: Transporte y
comunicaciones, Servicios varios, y Comercio, cuyas tendencias y efecto se pueden ver a
grandes rasgos, dado que no interfieren demasiado en el análisis que se presenta.
El Transporte crece 57,2% motorizado por la expansión de las comunicaciones (correos y
teléfonos) que triplican su valor agregado absoluto a lo largo de los años considerados. De
todas formas, este último sector no afecta a las tendencias generales del producto debido a su
reducida dimensión relativa.
Los “Servicios comunales, sociales y personales” crecen 33,7%, de modo que mantienen su
participación a lo largo del tiempo. Dado que su ritmo se asemeja al aumento de la población
en el período, se puede asumir que este conjunto de servicios mantuvo su aporte per cápita,
relación que no indica dinamismo alguno.
Comercio al por mayor y menor, restaurantes y hoteles, crece solo 16,7% en el período y su
escaso ritmo de avance estadístico implica una continua pérdida de su participación.
Como se observa, los diferentes rubros que componen los servicios exhiben tendencias muy
variadas. En general aparecen pocos rubros dinámicos; aunque algunos casos pueden estar
sub o sobre valuados, lo más probable es que una corrección eventual de dichas cifras tendría
efectos negativos sobre la evolución global del producto.
En definitiva, la imagen del rápido crecimiento de la economía argentina proviene sobre todo
del impacto del cálculo de los servicios en las cuentas nacionales y estos de problemas de
medida más que de avances reales.
Cabe advertir, por último, que ciertas corrientes creen que el crecimiento de los servicios
puede impulsar a toda la economía, pero confunden bajo esa denominación a las actividades
más modernas (como las comunicaciones y las informática) que se despliegan en las
economías avanzadas, con el aumento de las actividades tradicionales que miden las cuentas
locales. La clasificación de los rubros de servicios en el país, y los criterios que los miden,
dejan poca esperanza de que ellos incluyan los factores del crecimiento de las economías
modernas.
Por último, debe señalarse que ese avance de los servicios contrasta con las expectativas de
impulsar el crecimiento de la economía argentina sobre la base del mercado externo. Las
actividades locales de servicios no ofrecen ni las magnitudes ni el dinamismo exportador
suficiente como para suponer que ellas puedan sostener el avance esperado de la economía
argentina.
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Conclusiones
La primer conclusión de este trabajo consiste en que no se aprecia todavía un crecimiento
sostenido de la economía argentina, si por crecimiento se entience producir más que en
cualquier período anterior. Una gran cantidad de rubros registran un nivel de actividad
inferior al que se observaba en la década anterior y aquellos que han ganado posiciones se
limitan a un puñado de ramas con ventajas comparativas naturales o que avanzaron gracias a
la promoción previa. Las nuevas condiciones de funcionamiento de la economía argentina
dieron lugar a un rápido proceso de incremento de la productividad relativa, a partir de
posibilidades latentes, más que a un aumento significativo de la oferta global.
Estos resultados permiten derivar la hipótesis de que el nuevo contexto no resulta positivo
para el desarrollo real y que, a menos que ocurran procesos inesperados y no observables en
las estadísticas, el ritmo de avance de estos años se agotará a corto plazo a medida que se
terminan de utilizar las capacidades ociosas disponibles y las reservas de recursos naturales.
Si la inversión real no avanza, tanto en magnitud como en orientación, hacia la consolidación
de nuevas actividades productivas, la economía argentina podrá enfrentar una situación
dificil dentro de un período relativamente breve. El entusiasmo con las cifras exitosas que se
difunden ante el gran público es una de las explicaciones de la falta de medidas adecuadas
para tratar el problema. Pero ese balance es un mal consejero porque alienta la inacción
cuando todavá puede ser posible remediar los inconvenientes.
Otro resultado que surge se refiere al pasado: las políticas previas no fueron tan perversas
como se pretende sugerir ni pueden ser desechadas para entender lo que ocurre en la
actualidad. En rigor, gran parte de la actividad de la economía argentina se debe a las bases
creadas por esas políticas (más allá de sus defecto notorios), mientras que poco puede
adjudicarse al modelo actual de apertura (más allá de sus éxitos notorios en materia de
estabilidad de precios). La revalorización de la marcha de la economía argentina permite
revaluar estrategias y políticas y, por lo tanto, abre las bases para un debate tan urgente como
necesario. El diagnóstico de la situación actual, en ese sentido, es poco positivo y merece un
pronóstico reservado.
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