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El Corazón de María y la Congregación en el momento actual
EL CORAZÓN DE MARÍA
Y LA CONGREGACIÓN
EN EL MOMENTO ACTUAL
CIRCULAR
DEL
RMO. PADRE GENERAL
ANTONIO LEGHISA
A TODA LA CONGREGACIÓN
CURIA GENERAL
ROMA
1978
Circular a nuestros hermanos de Congregación
acerca de la renovación y adaptación de la
dimensión cordimariana de nuestro carisma, de
nuestra espiritualidad y de nuestro apostolado.
INTRODUCCIÓN
Amados hermanos:
El Capítulo General de 1973, después de haber dado una visión y un juicio valorativo del
momento actual de la Congregación, señaló, en la Carta abierta, una serie de prioridades de cara al
futuro. El Gobierno General, con la colaboración de las Provincias, comunidades y miembros de toda
la Congregación, va realizando este programa en la medida en que se lo permiten las circunstancias y
sus propias posibilidades. Se ha publicado el Directorio, las Cartas sobre la Formación permanente,
sobre los Asociados, sobre las Reuniones de Colegios, y otras varias a nivel provincial. Ahora, una
vez aprobados por la Santa Sede los textos litúrgicos para el oficio y misa de nuestra Titular y Patrona
principal, se nos ofrece la oportunidad de abordar un tema y tocar una realidad que tenemos muy
entrañada y que puede abrimos a todos amplias perspectivas renovadoras: El Corazón de María y la
Congregación en el momento actual.
Partimos de la constatación hecha por el último Capítulo General: «Queremos llamar la
atención particularmente acerca del modo de vivir el contenido cordimariano de nuestro carisma, que
parece haberse desleído en los últimos años y que debe merecer un nuevo esfuerzo de profundización
en nuestra piedad y en nuestra reflexión teológica» (l). Y de la proposición hecha en la Asamblea
General de 1977: “Se propone que se den cuanto antes a nivel general y provincial orientaciones de
vida y acción apostólica en lo referente al aspecto cordimariano de nuestro carisma, que ayuden a
superar la crisis que detectó el Capítulo del 1973 y que comienza a dar sus frutos positivos”(2).
La presente Carta intenta responder, en clave histórico-teológico-práctica, al deseado esfuerzo
de profundización y reflexión, con el fin de orientar a la Congregación en una dimensión tan amplia y
profunda de nuestro carisma misionero en la Iglesia de Dios. Con ello queremos contribuir al
programa renovador trazado por el Capítulo. No es nuestra intención ofrecer un tratado teológico
sobre el Corazón de María, ni presentar un manual de piedad, sino más bien señalar unas
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El Corazón de María y la Congregación en el momento actual
orientaciones y trazar unas líneas concretas de acción en orden a superar la crisis imperante y llevar
así a la Congregación hacia una mayor fidelidad al don especial que ha recibido en la Iglesia.
En primer lugar, intentaremos ofrecer una visión panorámica de la Espíritualidad
cordimariana tal como fue vivida por el Padre Fundador. La segunda parte versará sobre el lugar que
ocupa el Corazón de María en el carisma de la Congregación, en su espíritu y vida religiosoapostólica, y en la evangelización.La tercera parte estará dedicada a la renovación de nuestra piedad
filial y a la adaptación, según las diversas situaciones culturales y apostólicas en las que se encuentra
actualmente la Congregación.
Para escribir esta Carta no solo hemos procurado volver a las fuentes de nuestro carisma y a la
Tradición, sino estar muy presentes al momento actual de la Iglesia y del mundo; hemos tenido en
cuenta también las aspiraciones y aportaciones de nuestros hermanos que viven y trabajan en la
inmensidad del campo del Padre, en latitudes culturales muy diversas.
I. EL CORAZÓN DE MARÍA Y EL PADRE FUNDADOR
1) El Corazón de María, «don eclesial»
San Antonio María Claret no es el revelador de la devoción al Corazón de María al mundo.
Antes que él fuera Ilamado a servir a la Iglesia, el Espíritu Santo ya la había enriquecido con este
«don». El Consolador, que lleva la Iglesia a la verdad plena, fue conduciendo al pueblo de Dios a
conocer, valorar y vivir el lugar que ocupa María en el Misterio de Cristo y, pasando de las
actuaciones a la persona y de la persona a su ser más profundo, llegó a descubrirle ese centro íntimo
que la Biblia llama corazón.
Este camino está jalonado por varios hitos: escritural, patrístico, devocional privado. En el
momento en que Claret entraba en este movimiento eclesial. La devoción adquiría universalidad y
oficialidad por los decretos de Pío VII y Pío IX, y por los millares de inscritos en la Archicofradía (3).
Claret, guiado por el Espíritu, descubrió y sintió el momento de la Iglesia que le tocaba vivir.
De un modo peculiar, el elemento mariano en lo que tiene de esencial y de «providencial» en la
situación concreta del siglo XIX. Supo captar la oportunidad de este «don» del Espíritu a la Iglesia y
lo integró vitalmente a su carisma de Misionero y de Fundador para el presente y para el futuro.
Nuestro Padre Fundador se acostumbró, ya desde pequeño, en la recitación y contemplación
de los misterios del Rosario, a ver a María indisolublemente asociada al Misterio de Cristo (4). Joven
seminarista, experimentó la acción de María en el Misterio del Cuerpo místico, en la continuación de
la lucha entre la Serpiente y la Mujer y su descendencia (5). Más tarde, siendo Misionero y Pastor,
expuso en sus sermones y escritos lo que creía y experimentaba.
María entra de lleno en el plan divino de la salvación: «Concebido el plan de la encarnación
del Verbo para redimir y enaltecer al género humano, entraba también María en dicho plan como
predestinada a dar un cuerpo humano al Redentor» (6).
Entre María y la Santísima Trinidad se establecen relaciones especiales. María participa, de
alguna manera, de la Paternidad del Padre: «Elegida para compartir, digámoslo así, la divina
Paternidad respecto de aquel Hijo que el Padre Eterno engendró de sí mismo antes de los siglos y que
Ella concibió en carne» (7). «Para que su maternidad estuviese en consonancia con la filiación (...) el
Hijo la admitió en la participación posible de todos sus bienes» (8). «El Espíritu Santo compartió con
Ella cuanto El podía dar y Ella recibir» (9).
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El Corazón de María y la Congregación en el momento actual
«María a por ser Madre de Dios es Corredentora del género humano, Medianera de todas las
gracias. Madre de todos los hombres» (10). «Nos ha dado a luz juntamente con Jesús. Aunque seamos
muchos, no somos más que uno con Jesús» (11). «María con su ardentísima caridad nos da a luz todos
los días» (12). «Ella está llena de gracia y Dios quiere que todos participemos de su plenitud» (13).
«María es como el cuello que junta, por así decir, el cuerpo con la Cabeza» (14). «María es el corazón
de la Iglesia. He aquí por qué brotan de él todas las obras de caridad. María está ejerciendo
continuamente el movimiento de absorber y derramar la gracia » (15).
María figura y ejemplar de la Iglesia. «Muy fácil es demostrar como en la persona de María
está representada la Iglesia Católica. Según los santos Padres, María ha sido la figura y modelo de la
Iglesia Católica. La Iglesia católica es juntamente Virgen y Madre inseparable de su Hijo, y los
miembros inseparables de su cabeza, tanto en el Cuerpo Místico como en el natural: he aquí la razón
por la cual debemos confesar que en la persona de María está figurada la Santa Iglesia Católica » (16).
San Antonio María Claret ha relacionado toda la mariología con la caridad sobrenatural de
María, con su Corazón (17). «Madre de Caridad es la más propia denominación de María» (18). «El
Corazón de María es su amor» (19). «Su Corazón es el centro de su amor a Dios y a los hombres»
(20). Así entendida. la devoción al Corazón de María ha animado prácticamente toda la vida de
Claret. La Virgen, en cuanto amor, entendido en toda su plenitud objetiva —amor a Dios y a los
hombre — y subjetiva, como posesión plena de su alma por el Espíritu Santo (21).
2) El Corazón de María y Claret, Misionero Apostólico
Cuanto más se estudia la figura de San Antonio María Claret y más se profundiza en su
identidad vocacional, más claro aparece su ser de Misionero Apostólico (22). Evangelizador universal
al estilo de vida de Jesús y los Doce y en fraternidad como ellos. Desde este su ser misionero
descubrió y asimiló el Misterio de María bajo el signo de su Corazón.
a) El Misionero
Misionar, evangelizar, no era para San Antonio María Claret una actividad exterior
sobreanadida a su personalidad, sino que era la expresión más auténtica de su misma personalidad
vocacional. Ser misionero era para él algo sustancial, porque se consideraba misionero en Cristo. Se
sentía unido a Cristo misionero como a su Cabeza, configurado al Hijo en Misión. Ahora bien, el Hijo
en tanto es misionero, en tanto está entre los hombres en cuanto es Hijo de María. Enviado, hecho de
mujer y, precisa Claret, esta mujer es María: la Mujer del Génesis, la de Caná, el Calvario y el
Apocalipsis. Por esto también él se siente misionero en cuanto que es hijo formado en la fragua del
amor, del Espíritu y de María: «Bien sabéis que soy hijo y ministro vuestro, formado en la fragua de
vuestra misericordia y amor» (23). Antonio reconoce la acción materna de María y la acepta: «Me
entrego del todo por hijo y sacerdote de María. EIla será mi Madre, Maestra y Directora y para EIla
todo lo que haga y sufra en este ministerio, porque el fruto debe ser de la que ha plantado el árbol»
(24).
El Hijo, ungido por el Espíritu para evangelizar, ha venido a traer la caridad de Dios a la
tierra, y, por el mismo Espíritu, hizo de los Apóstoles hombres del Evangelio, hombres de fuego.
Claret, que se sentía configurado con el Hijo y enviado a manera de los Apóstoles, se definia a si
mismo también como hombre de fuego (25). El, que había reflexionado mucho sobre la intervención
de María en la misión del Espíritu Santo en la Encarnación y en Pentecostés y la veía toda Amor,
acudió a Ella como Madre del Divino Amor para obtener el celo indispensable a todo evangelizador:
«Madre del divino amor, no puedo pedir cosa que os sea más grata ni más fácil de conceder que el
divino amor;concedédmelo. Madre mía, amor! Tengo hambre y sed de amor, socorredme, saciadme!
Oh Corazón de María, fragua e instrumento del amor, enciéndeme en el amor de Dios y del prójimo!»
(26).
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b) El servido del Evangelio
Claret, ya desde los albores de su vocación apostólica, entendió la evangelización como un
servicio en el sentido más bíblico y profetico de la palabra, especialmente en los cantos del Siervo de
Isaías y en San Pablo (27). Sobre todo miró a Cristo, el prototipo del Siervo, y lo tomó por modelo en
el ejercicio de la evangelización. Cristo Siervo tiene corazón filial, no de jornalero; acepta plenamente
la voluntad del Padre y los límites de la opción-misión: itinerancia, desinterés, solo la gloria del Padre
(28).
Tomó también por modelo a María Sierva, lo cual pone toda su vida al servicio de la Palabra,
desde la encarnación a la primitiva comunidad que nace de la Palabra. «Así como María Santísima es
Madre del Verbo encarnado, así el sacerdote, dice San Bernardo, es como padre y madre del Verbo
consagrado y predicado. Por lo tanto ha de procurar ser humilde como María, casto como María y
fervoroso como María» (29).
El siervo puede evangelizar porque ha recibido la unción del Espíritu. Nuestro Fundador
experimento la unción profetica para la evangelización y, además de la acción del Espíritu, percibió la
acción de María en el Espíritu: «El Señor me dijo a mí y a todos estos misioneros compañeros míos:
No sereis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre, y de vuestra Madre, quien
hablará en vosotros» (30). El Espíritu Santo es el Espíritu de María no porque lo espire, como el Padre
y el Hijo, sino porque le ha sido dado de una manera singularísima, para ser digna Madre de Dios y de
la Iglesia. En el Espíritu de María Claret dijo su fiat a la Misión, profetizó, descubrió las necesidades
de los hombres y los llevó a la obediencia del Evangelio.
El amor de María le inspira mansedumbre en el celo, humildad en el servicio, una capacidad
infatigable, materna, de comprender, acoger y promover a los demás, hasta a los enemigos (31).
Se siente de alguna manera colaborador de la maternidad Espíritual de María por la oración,
el Evangelio y el amor a todos los hombres (32).
c) El mensaje evangélico
El Espíritu de nuestra Madre, que hablaba por nuestro Padre Fundador, puso en sus labios el
Evangelio que Ella había acogido en su Corazón. Otros devotos comunicaron «mensajes» especiales
de amenaza o esperanza, fórmulas de salvación; San Antonio María Claret predicó el Evangelio.
Pero, predicando el Evangelio, proclamó bienaventurada a la humilde Sierva en quien el Señor hizo
maravillas. Llegó a convertir las Novenas a las advocaciones de la Virgen y los meses Marianos en
verdaderas misiones para la conversión. En estas predicaciones la Virgen tenía ciertamente su lugar,
pero el que el Padre le ha señalado en la economía de la salvación. Lugar eminente — Claret lo
subrayab —, pero siempre dentro del Misterio de Cristo; respondiendo siempre a las necesidades de
los hombres a los que era enviado (33).
3) Las situaciones de la evangelización claretiana
La evangelización de San Antonio María Claret nunca estuvo disociada de la visión profetica
de los signos de los tiempos. En los treinta años de servicio al Evangelio —desde 1841 a 1870—
atravesó por circunstancias históricas bien diversas, pero siempre estuvo despierto para descubrir las
necesidades más urgentes y emplear los médios más oportunos y eficaces.
a) El jansenismo popular. El Corazón de María, refugio de pecadores.
Cuando el Padre Claret, Misionero Apostólico, sale en campaña misionera, encuentra a los
hombres dilacerados por la guerra civil (latente o declarada, según las circunstancias), apartados de
Dios, porque el pesimismo jansenista les había quitado toda esperanza. El jansenismo había llegado al
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pueblo a manera de terrorismo religioso por un cierto modo de predicar las verdades eternas, por
medio también de devocionarios y libros de meditación y, quizá más todavia, a causa de los
confesores rigoristas. Dios, en cambio, había prevenido a Claret con una especial gracia y bendición
de dulzura» (34), que inspiraba serenidad y confianza. Llevado además por el Espíritu de la Madre, ya
en los tiempos precongregacionales decía: «que el terror hace más mal que bien porque los malos se
endurecen y los débiles se vuelven locos. Lo mejor es manifestarles el amor que se les tiene» (35).
Balmes describía así la predicación de Claret, en contraposición de lo que acaecía comúnmente:
«poco terror y suavidad en todo. No quiere exasperar ni volver locos » (36).
A esta actitud de misericordia evangélica se juntó un signo del cielo: la devoción al Corazón
de María como la manifestación de la misericordia de Dios en el amor de su Madre. Llama la
atención, a más de un siglo de distancia, el movimiento de conversiones suscitado en la Iglesia de
Nuestra Señora de las Victorias de París. Y no es de extrañar, porque fue como un iris de esperanza en
el cielo sombrío del jansenismo. María, por la bondad de su Corazón, atrae a los hijos pródigos que no
se atrevían a volver a la casa paterna, porque les habían falseado la imagen del Padre. María, por su
Corazón, aparece come refugio de pecadores. Claret detecta este signo de los tiempos y desde 1847
establece muchas cofradías del Corazón de María para la conversión de los pecadores: culto y celo
íntimamente ligados (37).
b) El secularismo liberal.El Corazón de María, claustro interior
Uno de los objetivos de la revolución liberal era la potenciación de la economía por la mayor
producción y la industria. Una de las tácticas fue liberar las fuentes de producción inexplotadas por
«las manos muertas». La de-samortización de los bienes eclesiásticos fue prácticamente una
secularización. Se arrebató a los religiosos el espacio de mundo que ellos habían reservado para el
culto de Dios, la fraternidad evangélica o la hospitalidad benéfica. Claret vio en este hecho algo más
que una reforma económica; era una nueva visión del mundo. Su respuesta no fue la reconquista de
los bienes sagrados, sino un movimiento de consagración de las personas en medio de un mundo
secularizado. Esto le llevó a proponer una interiorización del Evangelio, la conversión del corazón., la
calidad evangélica de la vida, aunque en lo exterior, por la profesión o el trabajo, fuera tan normal
como la de los otros ciudadanos. Desde este punto de vista y este horizonte, vio en María la primera
consagrada en el mundo. Templo personal del Espíritu Santo en una situación seglar. Desde el
claustro interior de su Corazón difundía el Espíritu a las situaciones humanas en las que estaba
encarnada: el nacimiento de un niño, la celebración de unas bodas, su vida social en Belén, Egipto y
Nazaret. Como María, en Ella, se podía vivir en el mundo sin ser del mundo; salvando, como Ella y
en Ella, una distancia interior reservada al Espíritu y desde la cual se podía ser testimonio y fermento
del Reino (38).
c) El humanismo ateo y la fe total del Corazón de María
San Antonio María Claret, a raíz del atentado de Holguín (1856), recibió nuevas
iluminaciones profeticas sobre la Iglesia, que se fueron intensificando en los años sesenta. Ahora ya
no se ponía en crisis tal o cual aspecto de la fe o un determinado equilibrio entre los Misterios
revelados, sino la misma fe. Lo que hoy se manifiesta hasta social y políticamente como humanismo
ateo eran entonces, al decir de Daniel Rops, «las potencias tenebrosas» (39) solo visibles a los que
tenían un peculiar sentido de Dios: el panteísmo idealista, el racionalismo, el materialismo histórico.
San Antonio María Claret se cuenta entre los que tuvieron este sentido profético. Era la lucha
total del Misterio de la iniquidad contra el Misterio de la caridad. Ya no se trataría de una predicación
que supone la fe y lleva a los sacramentos de penitencia y eucaristía, sino de una primera
evangelización o reevangelización. Ya no haría falta resaltar tal o cual Misterio, o tal o cual
advocación, sino la centralidad y totalidad del Misterio. El signo del Corazón fue como la
condensación de toda la fe, toda la caridad, todo el ser de la Madre de Dios y de los hombres. Adernás
había que llegar al pueblo, porque el pueblo, los pobres, iban a ser las víctimas sin defensa de estas
doctrinas. Claret, por instinto divino, más que por crítica científica, hizo frente al naciente humanismo
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ateo con sus medios populares de masa. Explicó a los sencillos la divinidad de Jesucristo contra el
racionalismo. Acentuó aquellas realidades que el panteísmo idealista negaba más directamente en el
catolicismo: la Eucaristía, presencia corporal del Señor; la Jerarquía, promoviendo al mismo tiempo la
responsabilidad seglar; la consagración religiosa. Contra el materialismo histórico explicó al pueblo el
sentido trascendente de la vida y de la historia (40).
Nuestro Fundador vio la Congregación con esta nueva luz y en los Ejercicios a los nuestros
(1865), relaciona la fundación de la Congregación con el nacimiento del humanismo ateo, como un
nuevo campo donde teníamos que actuar, y señaló al Corazón de María como arca de salvación y
Ciudad de refugio en medio de la otra ciudad que el hombre cerrado en sí construye en contra de
Dios. De esta intuición profética quizá ni siquiera él veía todo el alcance, pero ciertamente nosotros
no hemos tenido suficiente conciencia (41).
II. EL CORAZON DE MARÍA Y LA CONGREGACIÓN
San Antonio María Claret explica la sucesiva aparición de los Institutos religiosos en la
Iglesia como una intervención del amor providente de Dios que le va dando las ayudas que le hacen
falta, a medida de las nuevas situaciones y dificultades. Esta obra es fruto del amor fontal del Padre,
del amor fiel del Hijo a su Esposa y del amor creativo del Espíritu Santo. Es fruto también, en su
grado, de la mediación de los fundadores. Pero Claret ha visto que María está asociada a esta
germinación de vida eclesial de una manera singular. Es como un episodio nuevo en la continua lucha
entre la Serpiente y la Mujer (42).
1) El Corazón de María en los orígenes de la Congregación
a) Fundadora
La Congregación es una inspiración del Espíritu Santo y de la Virgen María. «En prueba de
ello —escribe el Padre Xifré— aducimos los afectos y propósitos que (el Fundador) hizo en su
oración el día que el Dador de todo bien le inspiró esta idea: «Ayudado de vuestra gracia, decía a Dios
y a la Santísima Virgen, y de los compañeros que me destinéis, formaré esta Congregación, de la cual
yo seré el último y el criado de todos; y por lo mismo les besaré los pies, les serviré a la mesa, y me
tendré por muy dichoso de ejercer estos ofícios» (43).
Nuestro Padre Fundador estaba personalmente convencido que la Virgen había intervenido en
el nacimiento de la Congregación a manera de Fundadora. Así consta por sus manuscritos (44) y por
el testimonio del Padre Clotet, el cual asistió a los Ejercicios dirigidos por el Fundador en 1865. En la
plática sobre el celo, dirigiéndose a la imagen del Corazón de María, dijo: «Vuestra es la
Congregación. Vos la fundasteis: no os acordáis, Señora, no os acordáis? Lo dijo con acento y
naturalidad que se echaba de ver recordaba muy al vivo en aquel momento el precepto. las palabras y
la presencia de la Madre de Dios» (45). A raíz del Concilio se ha profundizado más en la teología del
Fundador. Todos estos avances nos pueden ayudar a comprender mejor la riqueza de significado de la
experiencia del Padre Claret acerca de la intervención de María en el ser de la Congregación. María
será proporcionalmente para nosotros lo que fue para el Fundador: fragua, Madre, Maestra, Directora,
espíritu (46).
b) Titular
Desde los principios se ha preciado la Congregación de tener como Titular al Inmaculado
Corazón de María. No consta claramente de donde o como le vino al Fundador la idea de dar este
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título a la Congregación de Misioneros, pero era algo muy premeditado. Nos dice en la Autobiografía
que unos meses antes de la fundación expuso a sus amigos y consejeros a el pensamiento que tenía de
formar una Congregación de sacerdotes que fuesen y se llamasen Hijos del Inmaculado Corazón de
María» (47).
Con este título se nos reconoce jurídicamente en la Iglesia: «Su Santidad, dice el Decretum
Laudis, alaba y recomienda con amplísimas palabras el mencionado Instituto de Presbíteros seculares
de las Misiones bajo el título del Inmaculado Corazón de la Santisima Virgen María» (48).
Para entender el alcance de este título será necesario profundizar en la teologia de la
Maternidad Espiritual de María relacionada con su Corazón; pero esto no basta: tenemos que penetrar
en el sentido carismático y vocacional que le daba el Fundador. Para él, la filiación estaba
esencialmente unida a la misión y al peculiar estilo de vida que el Hijo escogió para sí y para los Doce
al anunciar el Reino. Este estilo lo asumió también su Madre. Claret fue descubriendo en diversos
signos de identificación su ser vocacional: en el del Angel del Apocalipsis los Hijos del Corazón de
María son los Apóstoles que a manera de trueno hacen eco a su voz profética, difundiéndose por el
cielo y conmoviendo toda la tierra (49). Nuestro Fundador define al Hijo del Corazón de María como
un misionero encendido en el fuego de la caridad y al mismo tiempo completamente configurado con
el Hijo evangelizador (50). La primitiva Congregación entendió también así el alcance del título. En la
Oración por la Congregación, que se remonta a los orígenes, pedía la misión del Espíritu Santo sobre
cada uno de los llamados: «para que anunciando digna y fructuosamente el Evangelio nos llamemos y
seamos de verdad Hijos del Inmaculado Corazón de María» (51). Ha habido claretianos, como el
Hermano Giol, que han experimentado místicamente la intimidad de la filiación (52), otros el
entusiasmo propagandístico de la difusión de la devoción (53), otros han profundizado en los
fundamentos teológicos y espirituales del ser Hijos del Corazón de la Madre del Cristo Total (54);
todas estas vivencias se han de integrar, como en el Fundador, en el «don» vocacional en el que se
funden, inseparable y vitalmente, filiación, fraternidad, estilo de vida y misión apostólica.
c) Patrona principal
La Congregación, conforme iba creciendo, iba experimentando la protección de la bondad
materna de María, y en la primera renovación de las Constituciones introdujo como primera
aportación el reconocimiento del Corazón de María como Patrona de la Congregación (55). Esta
protección la experimentaría bien pronto en la revolución de 1868 (56), y después en las dificultades
internas de fin de siglo (57); en adaptación a la misiones; en las guerras universales o civiles; en las
crisis ideológicas y vocacionales (58).
Como consecuencia del Título y del Patrocinio vino el deseo de la celebración de su fiesta. El
Titular y Patrono de una persona moral no gozaba los privilegios del Titular de una Iglesia; era
necesario un indulto pontifício. El Padre Fundador lo obtuvo de Roma el 22 de mayo de 1862, con
rito doble de primera clase y octava común (59). Era, ante todo, una fiesta de familia, y se escogió el
tiempo del año en que todos los misioneros estaban en casa. San Antonio María Claret se traslabada
todos los años a Segovia para participar en la fiesta con la comunidad.
d) La Consagración al servicio especial
Los Misioneros, al principio vivían el entusiasmo espontaneo de las primicias del Espíritu;
después, por la misma abundancia del gozo y por la tristeza de las primeras defecciones, sintieron la
necesidad de «profesar» esa fe común en el mismo don de Dios. La expresión se concretizó en una
entrega especial a Dios y al Corazón de María para el objeto de la Congregación, con la promesa de
vivir la vida apostólica según las Constituciones. Esta consagración fue el primer vínculo que dio
estabilidad al Instituto, junto con el juramento de permanencia (60). Esta consagración y promesa se
hacía por manos del Superior y en presencia de la Trinidad, de Jesucristo y de María Santísima
«Virgen y Madre de Dios y Madre mía» (61). Los que querían refrendaban esta entrega con votos
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El Corazón de María y la Congregación en el momento actual
(62), con carácter no público —en sentido jurídico— y como a escondidas, por precaución contra el
Gobierno.
2) La devoción al Corazón de María, ¿fin específico de la Congregación?
La Consagración al especial servicio de Dios y del Inmaculado Corazón de María llevó a
varios de nuestros hermanos a pensar si el fín específico de la Congregación sería el difundir el culto
y devoción al Corazón de María, como los Servitas los Dolores y los Sacramentinos la adoración al
Santísimo Sacramento. Esto sucedió principalmente alrededor del año 1912. En el Proyecto de
retoques y notas sobre las Santas Constituciones para el Capítulo General del año 1912 figuraba esta
proposición al número 2: « Ejusdem generale objectum erit in omnibus Del gloriam, individuorum
suorum sanctificationem, totiusque animarum salutem quaerere; speciale vero, Cor Mariae
Immaculatum impensius colere, necnon at animas Christo lucrifacere et perficere ministerio verbi.
Quapropter... in eodem ministerio Missionarii fortes erunt... ». En nota se justificaba el retoque con
este razonamiento: Los Institutos modernos, de acuerdo con las «Normas» § 42/y/43, que así lo
prescriben y conforme a los Decretos de la Congregación de Obispos y Regulares dados para
Congregaciones particulares, distinguen siempre el fin general o primario del fin especial o
secundario, lo cual está muy puesto en razón, para fijar bien la naturaleza de cada Instituto. Nuestro
fin especial se deduce de lo que indican las Const. en este n. 2 (ministerium verbi) y de la fórmula de
profesión (trado et consecro speciali Dei servitio, et Purissimi Cordis B. Mariae Virginis)».
Este retoque no fue introducido en las Constituciones ni en 1912 ni en 1922. Las razones en
contra debieron ser las que trae el Card. Larraona en un manuscrito sobre las Cuestiones disputadas
sobre las Santas Regias: Es cierto
1) que nos llamamos y somos Hijos del In. Corazón de María y tal vez se pueda demostrar con
el tiempo que este título dice más de lo que vulgarmente se cree;
2) que la devoción al Corazón de María es carácter del Instituto y tiene resonancia en su
espíritu;
3) que la devoción al Corazón de María es medio eficacísimo de apostolado.
Pero esto no prueba el intento. Se discute si es fín y esas razones no lo demuestran.
No hemos sido fundados para propagar la devoción al In. Corazón de María; sino que para
conseguir nuestro fin que es el apostolado, Dios nos ha dado la filiación del In. Corazón como espíritu
y la devoción a él como medio de apostolado».
En cuanto a la fórmula de la profesión hace notar que la consagración es in objectum: «Luego
el objeto —es decir el fin externo y específico del Instituto— no es el culto o el servicio al In.
Corazón ».
Después añade que la razón fundamental de no admitir el culto como fin está en el espíritu de
nuestro Padre Fundador.
En las Litterae gratulatoriae que la Sda. Congregación de Religiosos dirigió al Padre General
con motivo del Centenario de la fundación de la Congregación, y en las cuales se quiere ayudar a la
Congregación a tomar una conciencia más explícita de su identidad, se nos dice que la consagración al
Corazón de María, que fue el primer vínculo que constituyó y dio estabilidad al Instituto, se ordena al
triple aspecto del único fin. Esta consagración, unida después a nuestra profesión religiosa, le da como
un carácter específico (63).
Esta es también la mente que podríamos decir oficial de la Congregación. En nuestra
legislación adicional del 1925 al 1967 se dice: «Como quiera que la entrega y consagración que en la
profesión hacemos a Dios y al Inmaculado Corazón de María se dirigen al fin total de la
Congregación, es una nota propia y característica de nuestra vida religiosa el procurar ese triple fin
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El Corazón de María y la Congregación en el momento actual
por medio del Inmaculado Corazón de María, por lo tanto los nuestros deben buscar la gloria de Dios,
la propia santificación y la salvación de las almas mostrando y empleando el distintivo de la devoción
a este mismo Inmaculado Corazón» (64).
En los Capítulos de renovación de 1967 y 1973 se buscó la identidad de la Congregación más
en el «carisma» que en los fines, y esta cuestión fue tratada desde otro ángulo, como veremos a
continuación.
3) El Corazón de María en nuestro carisma
El Capítulo de 1967 profundizó la dimensión Mariana de nuestro carisma a través de una
profundización de la doctrina del Concilio sobre la persona de María y su papel en la obra de la
redención y formación de la Iglesia, tratando de evitar cualquier postura extremosa de maximalismo y
minimalismo.
El Concilio ha situado a la Virgen dentro del Misterio de Cristo y de la Iglesia, en el corazón
del Evangelio, vivido por Ella con plenitud de fe, asociada íntimamente a la vida, obra y misión de
Jesús. Inserta en la Iglesia (incluso dentro de la misma constitución sobre la Iglesia), la Virgen queda
situada en su verdadero lugar, el más alto, después de Cristo, y a la vez el más próximo a nosotros
(65). Ahora, asunta al cielo, María sigue siendo el arquetipo, el modelo y la activadora de la vida,
conforme al Evangelio, de cuantos creen; responsable, asociada a su Hijo, de este vivir en la fe y creer
cada día en el Evangelio, para formamos y conformamos a su Hijo en la Iglesia, siendo Iglesia.
Ningún Concilio hasta ahora había formulado y ofrecido, a la vez extensa y condensadamente,
una síntesis mariológica tan rica y prometedora. Lo que sucede es que este gran filón conciliar está
aún casi inexplorado. Sin embargo, estamos asistiendo a una valoración ya iniciada y progresiva.
A la luz del Concilio el Capítulo trazó unas directrices claras y concretas acerca de nuestra
Espíritualidad cordimariana, entendida como dimensión totalizante del carisma claretiano. En
consonancia con la mente del Fundador, el Corazón de María aparece sobre todo como Madre y
Formadora de Apóstoles, más que como un objeto extrínseco de devoción. El Corazón de María fue
definido más como dinamismo de interioridad y caridad apostólica, que como simple símbolo externo.
Esta visión capitular nos permite valorar la persona y la misión de María en un doble sentido
y dimensión:
— En cuanto Hijos de María, la Virgen nos conforma interiormente con su persona y con su
vida, según la respuesta de fe, obediencia y amor dada por Ella en el Evangelio. Esto nos hará vivir en
una línea de filiación.
— En cuanto Misioneros Evangelizadores, la Virgen actúa en nuestra formación apostólica,
en nuestra misión de anunciadores del Evangelio, y actúa también decisivamente en y sobre la fe de
los evangelizados, para que lleguen a la plenitud de la fe y sean, como Ella, bienaventurados por
haber creído.
4) El Corazón de María y la vida apostólica
San Antonio María Claret, Misionero Apostólico, ante todo y siempre tenía como principio
inconcuso: el que se dedica al ministerio apostólico tiene que vivir una vida verdaderamente
apostólica (66). Evangelizar no es impartir una doctrina cerebral, sino comunicar la Palabra de Vida
desde la Palabra vivida. Jesucristo, al evangelizar, ha adoptado el estilo de vida que mejor manifestara
los valores del Reino. No solo anunciaba con palabras de los hombres el Evangelio, sino que era El
mismo, en su persona trasparentada en su vida, Evangelio del Padre. Todo esto porque es el Hijo, de
9
El Corazón de María y la Congregación en el momento actual
por sí imagen y revelación del Padre. El Misionero, para serlo de verdad, tiene que ser hijo en el Hijo
y vivir la filiación con las mismas expresiones con que la ha vivido el Hijo evangelizador.
El Misionero debe convivir con Jesús resucitado e imitar aquella comunión de vida casta,
pobre, obediente y fraterna establecida por El con sus discípulos, cuando anunciaban el Reino de Dios
y que el Espíritu Santo no cesa de suscitar en la Iglesia (67).
El Padre Claret, inspirado por el Espíritu Santo, ha visto que el Padre ha querido que la misión
temporal del Hijo se realizara por María: por Ella la Palabra se ha hecho carne y habita corporalmente
entre los hombres. Ha visto a la Virgen como la primera discípula de la Palabra y la primera en
abrazar el estilo de vida virginal y pobre por el Reino. Por ser nuestra única Madre en Cristo, Ella nos
configura, por el Espíritu, con el Hijo, Evangelio de Dios, Ella es nuestra formadora y directora, como
ejemplar de vida apostólica (68).
María, peregrina de la fe, nos guía al encuentro con el Maestro, nos alcanza el amor para
seguirle; la docilidad para escucharle, guardando como Ella la Palabra en el corazón; la abnegación
para convertirnos al Evangelio; la generosidad para vivirlo hasta la cruz (69).
La vida apostólica en el seguimiento de Jesús implica la comunión con los Doce, la
fraternidad apostólica. La comunidad apostólica no se da sin «María la Madre de Jesús». La común
filiación debe ayudarnos a vivir significativamente la comunión de la Iglesia para que nuestra
evangelización sea autentica y eficaz (70).
5) El Corazón de María y el espíritu apostólico
El Padre Fundador exige a todos los que quieren entrar en la Congregación, como requisito
identificante, el espíritu apostólico. Otros pedirán, según su don, el espíritu de compunción, el espíritu
de pobreza o el espíritu de Nazaret (71).
El espíritu apostólico es una donación y unción del Espíritu de Jesucristo que habilita al
Misionero para la evangelización. Nuestro Padre Fundador experimentó en sí mismo esta unción
como un «don» común entre él y nosotros: «Cado uno de nosotros podrá decir: El Espíritu del Señor
está sobre mí, porque me ha ungido, me ha enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres» (72).
El Espíritu de Jesucristo es, ante todo, el Espíritu del Hijo que clama: Abba. Por esto en el
Fundador la acción del Espíritu se manifestó «en una profunda piedad filial al Padre que le impulsaba
a buscar su mayor gloria mediante el anuncio de su gracia, y en una tierna devoción filial a María,
muy especialmente a su intimidad espiritual, a sus dolores, su amor misericordioso, su Corazón, en
una palabra, por el que María vivió y vive enteramente consagrada al Padre en el Hijo por el Espíritu
Santo, asociada estrechamente a la obra salvadora de Cristo y colocada ante nosotros como
prefiguración de la Iglesia, madre de los creyentes y auxilio universal de los hombres» (73).
El Espíritu es también la comunión de la fratemidad apostólica; lo vemos en la comunidad de
Pentecostés, y el Padre Fundador lo experimentó especialmente en la comunidad de Cuba: «Yo alguna
vez pensaba como podría ser aquello, que reinara tanta paz, tanta alegría, tan buena armonía en tantos
sujetos y por tanto tiempo, y no me podía dar otra razón que decir: Digitus Del est hic» (74). El
Espíritu Santo, la comunión del Padre y del Hijo, es la comunión de todas las comunidades en la
Iglesia, como lo fue de la primera comunidad eclesial. Según San Lucas, el Espíritu de Pentecostés
fue enviado por la oración comunitaria con María (75). Hay toda una tradición en la Congregación
desde el Fundador hasta ahora en este sentido: la comunidad ha invocado siempre la misión del
Espíritu Santo en oración con a María la Madre de Jesús» (76).
La unción del Espíritu es una unción profética del misionero. En nosotros es también una
donación del espíritu profético de la Virgen: «el Espíritu de vuestra Madre es quien hablará en
10
El Corazón de María y la Congregación en el momento actual
vosotros» (77). El Espíritu habló por María mejor que por los profetas, y le hizo decir sí al plan de
salvación, proclamar la maravillas de Dios, llevar a los hombres al Evangelio del Hijo. De manera
proporcional el Espíritu de nuestra Madre nos hace responder afirmativamente a la llamada de Cristo
a seguirle en la vida y en el apostolado; al evangelizar, pone en nuestros labios palabras que por
nosotros no podríamos hallar y predispone a nuestros oyentes a la obediencia del Evangelio.
El Espíritu de Pentecostés es don de Palabra, pero Palabra de fuego. Esta lengua de fuego se
posó también sobre Claret y produjo en él un efecto semejante al de los Apóstoles: «El fuego del
Espíritu Santo —dice— hizo que los Apóstoles recorrieran el universo entero. Inflamados por el
mismo fuego, los misioneros apostólicos han llegado, llegan y llegarán hasta los confines del mundo,
desde el uno al otro polo, para anunciar la palabra divina; de modo que pueden decirse a sí mismos las
palabras del Apóstol san Pablo: Charitas Christi urget nos. La caridad de Cristo nos estimula y
apremia a volar con las alas del santo celo» (78).
Finalmente la intensa comunicación del Espíritu de Cristo condujo al Fundador, y ha de
conducir a todo misionero, «a identificarse con la caridad sacrificada y redentora de Cristo Redentor;
(...) a imitar la vida de Cristo y a sacrificarse enteramente por el bien de la Iglesia y la salvación de los
hombres» (79).
Convencidísimo de la necesidad del espíritu apostólico para ser un buen misionero, el Padre
Fundador lo pedía continuamente, sin desfallecer, y nos enseña a nosotros a pedirlo, poniendo por
intercesora a la «Madre de Jesús», «el Templo del Espíritu Santo», «segurísimo que aquel buen Padre
dará el divino Espíritu al que así lo pide» (80).
6) El Corazón, de María y la evangelización
En momentos de entusiasmo mariano hemos oído decir que los que somos Hijos del Corazón
de María nos hemos de convertir en Apóstoles de su devoción. O como preguntaba radicalmente un
misionero en formación: para ser un buen Hijo del Corazón de María, ¿tendré que predicar las Glorias
de María o el Mensaje de Fátima, en vez del Evangelio?
Ya hemos hablado, a propósito del fin de la Congregación, de una tendencia que hubo hacia el
año 1912 a orientar el Instituto hacia un apostolado específica y exclusivamente cordimariano. Las
Constituciones exponen el sentir de la inspiración primigenia y de la Tradición cuando dicen: «Por ser
Misioneros, somos esforzados colaboradores del Sumo Pontífice y de los Obispos en el Ministerio de
la Palabra o servicio del Evangelio para la propagación del Reino de Dios por todo el mundo» (81).
Por el servicio de la palabra «comunicamos a los hombres el Misterio íntegro de Cristo. Hemos sido
llamados a anunciar la muerte y resurrección del Señor hasta que venga, a fin de que todos los
hombres se salven creyendo en El» (82).
Pero no podemos anunciar el Misterio íntegro del Verbo encarnado y redentor sin hablar de la
Mujer por la cual el Verbo se hizo carne y que cooperó, indisolublemente unida a su Hijo, a la obra de
la salvación, y es por lo mismo Madre de Dios y de los hombres. Deber nuestro es subrayar este
designio del Padre —que quizá otros dejarán en la sombra— y proponerlo convenientemente a los
fieles. Nuestro Padre Fundador, al anunciar el Evangelio, en las misiones, en la catequesis, en los
escritos, ponía de relieve la función de la Santísima Virgen María en el plan de salvación,
presentándola como manifestación de la misericordia del Padre, abogada de pecadores, claustro en
donde vivir en plenitud la vida escondida con Cristo en Dios, Ciudad de refugio y fragua para la
formación de Apóstoles. En la planificación de las misiones incluía siempre un sermón de la Virgen y
lo colocaba generalmente al principio para animar a la confianza y a la conversión (83). No se trata de
posponer el mensaje de Jesús de Nazaret y anunciar mensajes marianos, sino de proponer
convenientemente, y hasta apasionadamente, la función de María en el Misterio íntegro de Cristo a los
hombres de hoy en sus diversas situaciones.
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El Corazón de María y la Congregación en el momento actual
El Papa Pablo VI ha llamado recientemente a la Virgen «estrella de la evangelización» (84).
Esta Estrella guió siempre al Fundador y a los primeros Misioneros en los caminos del apostolado, en
la búsqueda de medios más eficaces. Ella debe guiamos ahora, en estos momentos de renovación,
momentos difíciles, pero llenos de esperanza.
III. EL CORAZÓN DE MARÍA EN EL MOMENTO ACTUAL
1) Crisis y renovación
a) Crisis
Si comparamos el momento actual con las años 40-60, vemos que la devoción al Corazón de
María ha perdido ambiente. Desde la divulgación del mensaje de Fátima (85), el movimiento
devocional fue creciendo como una aurora progresiva hasta llegar al esplendor con la consagración
del mundo al Corazón de María (86), el dogma de la Asunción (87), la extensión a la Iglesia universal
de la celebración litúrgica (88), las peregrinaciones de la imagen de la Virgen de Fátima (89). Luego
ha seguido un ocaso rápido, como en el trópico.
Dentro de la Congregación ha sucedido algo semejante. Desde el momento de la Fundación la
vivencia de la devoción al Corazón de María, como espiritualidad filial y como medio de apostolado,
fue creciendo gradualmente (90). El Capítulo del ano 1912 señaló un estadio particularmente intenso
(91): se adoptó como lema de la Congregación «Filii Eius Beatissimam Praedicaverunt»,
prefiriéndolo al «Charitas Christi urget nos» del Fundador; se creó la comisión de «Fomento del culto
y devoción al Corazón de María» (92), entre cuyos objetivos figuraba el promover la consagración del
mundo al Corazón de María. Vino luego la encomienda pontificia de la edificación del Templo
Votivo en Roma (93).
Con ocasión del primer centenario de la fundación de la Congregación se intensificaron los
estudios y publicaciones, se formó un nuevo Secretariado del Corazón de María (94). La
inauguración y consagración del Templo Votivo y su elevación a Basílica (y a título cardenalicio) fue
como un hito de la altura máxima alcanzada (95). Luego, en torno al Concilio y después de él, entroó
también la crisis general. La Archicofradía fue suplantada por nuevos movimientos de apostolado; los
ejercicios piadosos típicos, por las misas vespertinas; la consagración de las familias, por los equipos
de matrimonios; la curiosidad de las revelaciones particulares, por el redescubrimiento de la
Revelación, promovido por el movimiento bíblico. La secularización de la calle acabó con las
insignias y las procesiones. Con el cambio cultural las expresiones habituales de la devoción, nacidas
en el romanticismo, quedaron desfasadas. El redescubrimiento de la Iglesia llevó a algunos a dejar las
devociones características de los Institutos religiosos como formas de capillismo y sectarismo.
Esta crisis, ¿es de muerte o para que se manifieste nuevamente la gloria de Dios?
Afirmamos rotundamente que se trata solo de una purificación y de un crecimiento, porque
hay elementos esenciales que no pueden morir. No puede morir la persona de María y su función
materna en la Encarnación y en la Comunión de los Santos. No puede morir su amor de Madre de
Jesús y de la Iglesia. No puede morir el sucederse de las generaciones que la proclaman
bienaventurada porque Dios hizo maravillas en la Sierva, que creyó a la Palabra y la guardó en su
Corazón.
Han muerto o tienen que morir las desviaciones, o las actitudes que no corresponden al modo
como el Espíritu va llevando la Iglesia a la Verdad plena o al amor auténtico. Han muerto o tienen que
morir las expresiones que son fruto de formas culturales ajenas o superadas.
12
El Corazón de María y la Congregación en el momento actual
b) Renovación
El Concilio, en lo que ha supuesto de cambio, ha desorientado a muchos; pero, en lo que tiene
de profundización del Misterio de Cristo y de la Iglesia en el mundo actual, ha abierto un camino de
segura esperanza.
La Congregación, fiel a la Iglesia, se ha dejado interpelar por el Concilio, aunque esto
supusiera para ella crisis y purificación. A la luz de la doctrina mariana del Concilio, el Capítulo del
1967 profundizó también en nuestro carisma y hubo un crecimiento en el modo de comprender y vivir
nuestro don, como se echa de ver en los documentos capitulares (96). Quedaban sectores oscuros,
como el de la renovación litúrgica no terminada, la falta de orientaciones pastorales... El Capítulo de
1973 (97) y la Asamblea de Costa Rica (98) vieron más claro, y surgió un nuevo ánimo para la
profundización de nuestra piedad y nuestra reflexión teológica.
Para colaborar, por nuestra parte, a este proceso de crecimiento, ofrecemos a nuestros
hermanos, con toda senciliez, unas líneas orientadoras, dejando a los expertos en teología y pastoral el
camino abierto para ulteriores reflexiones y proposiciones (99).
Corazón de María significa para el Padre Fundador y puede significar para nosotros la
persona de María, pero connotando su amor. Su amor a Dios y a los hombres como Madre. Su amor,
considerado subjetivamente: la plena posesión del Espíritu; la caridad difundida por este mismo
Espíritu; el amor de voluntad y el amor sensible con todas las implicaciones y resonancias corporales.
San Antonio María Claret considera la totalidad del amor de María en cuanto persona
humana y lo explica a manera de la relación de forma y materia, constituyendo un todo esencial. «En
el Corazón de María se han de considerar dos cosas, el corazón material y el corazón formal, que es el
amor y la voluntad» (100). Para él el corazón material es el órgano, sentido o instrumento del amor y
voluntad. Este aspecto está sujeto a crisis. Los modernos localizan el amor sensible en el cerebro. Sin
embargo, debemos retener la integralidad del amor de María, contra toda dicotomía o tendencia
platonizante. Y no identificar tampoco con demasiada prisa Corazón y vida interior. Para Claret tiene
mucha importancia que el Corazón de María sea «en el día un Corazón vivo, animado y sublimado en
lo más alto de la gloria» (101).
Otro aspecto, muy moderno, que considera San Antonio María Claret en el Corazón de
María, es la centralidad. Organiza todos los Misterios y privilegios de María desde la caridad
sobrenatural de María, desde su Corazón. Este es uno de los aspectos más originales del Santo y
además un auténtico mérito, «ya que la piedad mariana de la primera mitad del siglo XIX había caído
casi en el vacío, en el sentimentalismo. Con un sentido muy despierto de oportunidad dio a la
devoción al Corazón Inmaculado de María una base sólidamente teológica, valorizando todos los
elementos de la mariología que le podían dar solidez y fecundidad» (102).
Finalmente, el Padre Fundador ha considerado el aspecto dinámico de la caridad de María,
que va integrando armónica y vitalmente en su persona todos los aspectos de su misión y de su
vocación y además la acompaña en la realización. Corazón que recibe, integra y se abre en oblatividad
a la misión. Por su caridad guarda la Palabra y por su caridad la comunica.
Modernamente, al hablar de Corazón de María, se ha acentuado más lo simbólico. Aunque el
corazón material no se pueda llamar el órgano elicitivo del amor, es, sin embargo, el órgano
manifestativo del mismo, en el sentido que el amor tiene una potente y constante repercusión en el
corazón. Esto basta para considerar al corazón material como símbolo natural del amor. La crítica y la
mentalidad científica han querido acabar con todo lo simbólico, lo cual lleva a la deshumanización
(103). En particular vemos que, en nuestra misma era espacial y cósmica, el símbolo del corazón no
muere. Muchas corrientes vitalistas lo ponen de actualidad. La misma sociedad de consumo se ha
apoderado de él como de un signo válido para llegar a las masas (104).
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El Corazón de María y la Congregación en el momento actual
Tenemos que profundizar más en el tema bíblico del corazón, como lo más íntimo de la
persona, como signo de la alianza y de la conversión. Y relacionar este tema con nuestro ser
misionero. Lucas nos describe a la Virgen que recibe y guarda la Palabra en su Corazón, y, al mismo
tiempo, este Corazón exulta y profetiza en el Espíritu. Las dos actitudes del profeta, del apóstol y del
misionero ante la Palabra. Recibir y dar: dos actitudes de pobreza esencial.
Adermás, la psicología profunda ha puesto de actualidad este tema al decir que el individuo
llega a ser persona, cuando, superando todos los estadios del amor egoísta y captativo, vive en amor
oblativo. Este es el amor que descubrimos en María, Madre de Dios y de la Iglesia, y es el «amor
materno» que debe informar a todo misionero.
2) Adaptación
La piedad mariana, sin hablar de maximalismo y minimalismo, ha tenido sus tiempos fuertes
y sus tiempos de silencio; en unos es exaltación entusiasta y poética, en otros despojo y pudor. La
Congregación ha conocido también, en tiempos diversos y ambientes diferentes, estos dos momentos.
Cabe también en el porvenir: a) seguir la línea de integración de María en el Cuerpo Místico y en la
historia de la salvación, encuadrando su verdadero valor de Madre de Jesús; b) poner de relieve a
María, principalmente según los aspectos dinámicos de su personalidad femenina, presentádola como
la Mujer vestida del Sol, siempre dentro de la Iglesia, de la cual es signo, y sabiendo que la luz le
viene del Sol: Cristo Señor (105).
La Asamblea de Costa Rica constataba que, después de un proceso de exaltación y
glorificación por el culto universal y oficial, pasábamos más bien, ahora, a la línea de interiorización
(106). Podríamos decir que ante este mundo nuevo sentimos la necesidad de renacer, de entrar de
nuevo en la «fragua» para que nazca el misionero, el profeta nuevo, que el mundo necesita.
Por otra parte, la Congregación, aunque no muy numerosa, está extendida por casi todas las
principales culturas que conviven actualmente en el mundo. Dentro de los límites de la recta doctrina
y en la fidelidad esencial a nuestro don, es necesario un sano pluralismo de expresión pastoral de la
piedad mariana, recomendado también por el Concilio: «de acuerdo con las condiciones de los
tiempos y lugares y teniendo en cuenta el temperamento y manera de ser de los fieles» (107).
a) Desmitificación. Secularización
En algunos ambientes donde la Congregación vive y trabaja ha entrado un proceso rápido de
secularización. Este proceso es positivo si lleva a una justa autonomía de lo temporal y a un
progresivo dominio del hombre sobre la creación para servicio de la sociedad. Es negativo, en
cambio, si la presencia divina llega a ser marginada y la valoración de lo temporal queda reducida a
un mero secularismo.
La secularización nos ha acercado más al hombre. Pero el secularismo ha creado en algunos
religiosos un vacío de Dios, dejándoles desubicados e insatisfechos y provocando en ellos síntomas de
rebeldía, de crítica y de una íntima desilusión del propio estado (108).
Esta corriente desmitificadora, en lo que tiene de positivo, ha influido también en la piedad
mariana. Se ha puesto el acento en las funciones más que en los privilegios de María: más en su
condición de sierva con el Siervo que en el regio esplendor de soberana; más en el carácter ejemplar
que en su poder; más en la maternidad que en el dominio.
La desmitificación ha contribuido a remediar el aparente —o real— desequilíbrio en el culto
de María, principalmente en lo que podía presentar analogías con el culto de las diosas y a corregir el
riesgo de resbalar hacia la superstición y la magia.
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El Corazón de María y la Congregación en el momento actual
Sin embargo, ha traído también, en muchos, una perdida de intensidad, generosidad y
convicción en este campo.
Por lo que la secularización ha colaborado a poner de relieve en María la Maternidad y el
servicio, ha favorecido a una recta comprensión del Corazón, o sea, de María bajo el signo de la
Caridad.
b) Liberación
Los movimientos de liberación, como todas las corrientes de acción y compromiso, no se
sienten muy inclinados hacia la Virgen —especialmente como Sierva— y tienden a despreciar la
piedad mariana como una alienación-refugio. Especialmente están en contra de una presentación de
María demasiado pasiva, que contribuiría a mantener a las mujeres en estado de dependencia. Sin
embargo, algunos teólogos de la liberación han encontrado en el Magnificat —el cántico profético del
Corazón exultante de María— un lugar importante de esta teología; han visto una nueva luz para
rectificar carencias, excesos y ambigüedades de esta corriente. Dios no es un guerrillero; ama a todos
los hombres. Dispersa los orgullosos para que dejen de ser inhumanos y lleguen a ser hombres
finalmente. Derriba del trono a los poderosos para que descubran la humildad; envía los ricos con las
manos vacías para ganarlos en bien de sus semejentes. Los oprimidos son llamados a su propria
liberación, no a una revancha contra los poderosos; no son elevados para que se conviertan en
dominadores; ni quiere Dios que los esclavos de ayer se conviertan en los esclavizadores de hoy; los
ha liberado para abolir toda clase de esclavitud (109).
En la Primera Reunión de Superiores de América Latina (Palpa 1971) se dijo: «Vemos que en
todo proceso de Evangelización, María ocupa un lugar especial como Madre de la Iglesia. Ella asistió
al nacimiento de América Latina y sigue acompañándola como Madre y mujer liberada y liberadora.
Por lo mismo, nos empeñaremos en purificar de todo posible desvío su devoción y en no dejar
desaparecer su influencia, ya que María continúa siendo signo de la creatura plenamente salvada»
(110).
c) Movimientos del Espíritu
«Nosotros vivimos en la Iglesia un momento privilegiado del Espíritu», ha dicho Pablo VI.
«Por todas partes se trata de conocerlo mejor, tal como lo revela la Escritura. Uno se siente feliz de
estar bajo su moción. Se hace asamblea en torno a él. Quiere dejarse conducir por él» (111).
Por el lugar que el Espíritu Santo tiene en nuestra acción apostólica, porque en muchas partes
los nuestros intervienen en los movimientos de renovación carismática, queremos decir también una
palabra de orientación en este campo.
Los protestantes nos achacan a los católicos el atribuir a María funciones que son propias del
Espíritu Santo. De hecho en occidente la Mariología ha ocupado a veces el lugar de una
Pneumatología subdesarrollada.
El Concilio ha subrayado la relación entre María y el Espíritu Santo (112). Los teólogos
posconciliares no han desplazado a María para dejar al Espíritu Santo en lugar de honor, sino que se
han esforzado en situar mejor a la Virgen en su relación con el Espíritu (113). La corriente pentecostal
católica, por su parte, ha encontrado espontáneamente, desde su vivencia de fe, la relación MaríaEspíritu Santo en la Anunciación, como un punto de partida de la efusión del Espíritu, y en
Pentecostés, la Plenitud eclesial (114).
Nuestro Padre Fundador, como hemos visto, experimentó también esta unión del Espíritu y
María, y de su acción conjunta y subordinada por parte de María en la unción profética del misionero
y en el anuncio mismo de la Palabra. Para él María es el arca del Espíritu Santo, en su Corazón, pero
15
El Corazón de María y la Congregación en el momento actual
no recluida en el sancta sanctorum, sino en visitación misionera allí donde hay que dar la Palabra en
el Espíritu.
d) Piedad popular
En este momento se vuelve a revalorizar la piedad popular, después de unos años de rechazo
elitista. Esta corriente se desarrolla en los santuarios —nacionales o regionales—, en las
pregrinaciones, los ejercicios piadosos, las «Vírgenes», las apariciones aprobadas —o no— por la
Iglesia. El Padre Fundador, apóstol de las masas populares no evangelizadas, respetó, purificó y
fomentó la piedad popular. Integró el culto y la evangelización, la devoción y los deberes de estado,
los exvotos y el amor fraterno y el servicio a los necesitados. La Virgen, bajo el signo del Corazón,
fue entendida por el pueblo, al margen de las discusiones de los teólogos sobre los objetos formales y
materiales de la devoción. Sin embargo, le faltaba el enraizamiento local y tradicional a un santuario o
a una aparición. Quizá por esto el Padre Fundador no se sirvió de una imagen típica del Corazón de
María, sino que difundió la devoción y fundó la Archicofradía alrededor de las imágenes locales o de
las advocaciones populares, como el Rosario, al menos al principio de su apostolado en Cataluña y
Cuba, o sea cuando estaba en contacto más directo con el pueblo.
En la Congregación nació pronto el deseo de «especificación» y se llegó a adoptar una imagen
oficial del Corazón de María, que, por no haber nacido del pueblo, nunca fue popular (115).
El pueblo, en su pobreza, ha conservado el sentido de la fiesta. Este sentido ha desaparecido
por el afán de producción en cadena, o por el aburrimiento consumístico materialista, o, por otra parte,
por el odio de clases, no menos materialista. El Evangelio evoca a María en un ambiente de fiesta —
la alegría mesiánica de los pobres desde el alégrate de la Anunciación hasta la efusión embriagadora
de Pentecostés, pasando por los cantos de Belén y la exultación del Magnificat. Nuestro Padre
Fundador quiere al misionero alegre con la alegría del Reino, sea cuando experimenta los efectos de la
pobreza como cuando participa de la pasión de Cristo. María, como en Caná, es por su Corazón causa
de nuestra alegría.
Un teólogo de la fiesta ha escrito: «Si Dios ha muerto, María sigue viviendo y está bien viva»
(116). La experiencia pastoral enseña que la devoción popular a la Virgen es un gran medio para
conservar la fe en Cristo y en la Iglesia. Así lo han expresado los obispos de aquellos ambientes donde
la piedad popular es más viva y donde, por otra parte, la fe está más expuesta por las sectas o la
oposición, como en América Latina o en el Este de Europa (117).
María no solo ha salvado la existencia de la fe del pueblo, sino también algunos de sus valores
más principales: la misericórdia de Dios Padre; la acción del Espíritu; la realidad de la humanidad de
Cristo; la unidad de la familia de Dios.
e) Integrismos
En nuestro tiempo, en el que tanto se habla de diálogo, de los derechos del hombre, de la
libertad de conciencia, persisten corrientes integristas (118). En algunos estados domina el integrismo
ideológico aun a costa de la libertad de conciencia de los ciudadanos o de la vida misma. En su dolor
silencioso, no siempre tenido en cuenta, encuentran espontáneamente, en el Corazón dolorido de
María, comprensión, consuelo y fuerza para conservar su libertad de hijos de Dios.
Hay también en otras partes una especie de integrismo confesional que ha querido convertir al
Corazón de María como bandera de cruzada contra el Papa, el Concilio y la renovación del Espíritu.
Es impensable que, en nombre de la Madre, se cree la división en la familia de Dios. Nuestro Padre
Fundador, animado por «el Espíritu de nuestra Madre», no fue ni inquisidor, ni integrista, aun en un
tiempo en que muchos dieron el mismo valor absoluto a la fe y a sus expresiones culturales o políticas
cambiantes. Por estar identificado con la caridad de Cristo, encontraba manera de identificarse en lo
que hay de bueno en todos los bombres, procurando al mismo tiempo la «salvación» de todos.
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El Corazón de María y la Congregación en el momento actual
f) Ecumenismo
La Congregación evangeliza en ambientes donde se sufre la división de los hermanos en
Cristo. En algunas partes hay un ambiente sereno de diálogo ecuménico, en otras hay una agresividad
fanática por parte de las sectas, especialmente en algunos sectores de América Latina, donde se echan
en cara a los católicos, todavía hoy, las antiguas acusaciones de mariolatría o de disminuir la
mediación de Cristo. En estos ambientes, al presentar la figura de María, hay que tener en cuenta estas
prevenciones para que una mejor comprensión del puesto de María en el Misterio de Cristo y de la
Iglesia, por parte de los hermanos separados, haga más fácil el camino del encuentro. Tanto más
cuanto que María, que guarda la Palabra en el Corazón o exulta en el Espíritu, es María del Evangelio.
María, por la compasión de su Corazón, obtuvo en Caná el primer signo de la fe que reunió a
los discípulos en torno al Maestro; «así en nuestro tiempo haga propicio, con su intercesión, el
advenimiento de la hora en que los discípulos del Cristo vuelvan a encontrar hoy la plena comunión
en la fe. Ya que la causa de la unión de los cristíanos pertenece específicamente al oficio de la
maternidad Espíritual de María» (119).
3) Sugerencias prácticas
a) Integración vocacional
«El ser Hijos del Corazón de María pertenece sin duda al carisma de la Congregación» (120).
El Misterio de María, bajo el signo de su amor, está objetivamente integrado en el Misterio del Hijo
evangelizador, cabeza y modelo de misioneros. Tiene que estar integrado también subjetivamente en
la vivencia de nuestro don vocacional. No es un fin extrínseco de culto, ni un elemento paralelo entre
tantos elementos vocacionales. Tiene que fundirse en una unidad vital como en nuestro Fundador y en
los claretianos más representativos de nuestra tradición. Unidad vital entre Palabra y Espíritu
apostólico, fe y caridad, misión y urgencia de caridad, contemplación y acción, vida interior y acción
apostólica, filiación y misión, conversión al Evangelio y evangelización.
Esta unidad vital la expresamos en nuestra consagración al servicio especial, o sea, en la
oblación de toda nuestra persona a «Dios Padre, en el Espíritu Santo, por el Hijo Jesucristo», y al
«Inmaculado Corazón de la Santísima Virgen María», como respuesta plena a nuestra vocación. Si
ponemos el acento en la Congregación como sociedad, esta consagración mira principalmente a la
consecución de los fines de esta sociedad: la santificación en vida evangélica y el apostolado en
evangelización universal para gloria de Dios. Esto es un modo, y válido, de integración vocacional.
Pero, si miramos a la Congregación como organismo vivo, como verdadera familia de Dios, entonces
la consagración es la aceptación de la maternidad espiritual de María, a través de la cual el Espíritu
nos configura a imagen del Hijo Misionero del Padre. En este caso nuestro vivir apostólico y nuestra
evangelización nacen como una exigencia vital de nuestro ser, más que como un fin extrínseco que
nos hemos propuesto.
La consagración expresa adermás la integración de la Congregación y de toda la Familia
Claretiana. En efecto, ya en 1847, el Padre Fundador había pensado en una Hermandad del Corazón
de María, integrada por sacerdotes y laicos, hombres y mujeres, estas con una peculiar diaconía de
culto y apostolado. En 1864, en la plenitud de la realización de los planes de Dios, presenta de nuevo
la Hermandad o Cofradía como ejército de María, unido en el Corazón y diversificado según el
compromiso que deriva de la consagración. Consagración con votos y vida común y evangelización
itinerante universal; consagración con cierta vida común sin votos y servicio estable en las iglesias
locales; consagración en el siglo o en virginidad o en el matrimonio cristiano y dedicación al
apostolado según los dones recibidos.
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El Corazón de María y la Congregación en el momento actual
Actualmente la Congregación ha tomado más conciencia de este don patrimonial y quiere que
los colaboradores, en su acción apostólica, se asocien, por la consagración, a la gran Familia
claretiana.
b) Culto litúrgico y ejercicios píadosos
La Iglesia ha reconocido al culto del Corazón de María un valor eclesial y ha incluido su
celebración en el calendario de la Iglesia universal (121). Sin embargo, se le concede el rango de
memoria libre; lo cual quiere decir que se considera esta celebración como un don particular, aunque
de interés general. De nosotros dependerá el que sean cada vez más numerosas las iglesias que
descubran este don. Y esto a través de nuestra vivencia y de nuestro anuncio profético, más que por
medio de una propaganda extrínseca, que cae fácilmente en el oportunismo o en la supervaloración de
los aspectos «interesados». Podríamos aplicar aquí el principio de que las técnicas son buenas, pero ni
las más perfeccionadas podrán reemplazar nunca la acción discreta del Espíritu (122).
La celebración de la fiesta del Corazón de María tiene, para nosotros y para las iglesias de las
que es titular. la categoría de solemnidad, y la Iglesia nos ha concedido textos propios. La hemos de
celebrar, ante todo, en la intensidad de la vivencia de fe y amor filial, y también en la manifestación
externa, de acuerdo con el pluralismo cultural de que hemos hablado antes (123).
Siendo el «Corazón» como la raíz subyacente en todos los Misterios de María, debemos
descubrirlo en nuestra contemplación y proponerlo convenientemente a los fieles en nuestras
moniciones, homilías y exhortaciones.
Durante el tiempo litúrgico «ordinario», en que el Misterio de María no aparece tan ligado al
de Cristo en los textos propuestos por la liturgia de la Palabra, podemos aprovechar la memoria de
«Sancta Maria in sabbato» para mantener el fervor del amor filial, la devoción en el culto y la
generosidad en la imitación.
La Virgen, además de objeto de culto, es modelo del verdadero culto cristiano (124). Con
Ella, la Virgen de corazón oyente, orante y oferente, podemos vivir el Misterio de Cristo a lo largo del
año litúrgico. En cada tiempo litúrgico podemos descubrir el sentido del Misterio de Cristo celebrado
y el lugar que ocupa en él la Virgen. Pero, adernas, participando en sus sentimientos y actitudes,
podremos asimilarlo y vivirlo más intensamente. Creemos que, para vivir el Misterio del Corazón de
María, esto es mucho más eficaz que la celebración de una fiesta anual.
Nuestras relaciones cultuales con la Virgen no se agotan en el culto litúrgico. Por eso nuestras
Constituciones nos dicen que debemos expresarlas, adermás, en «los ejercicios piadosos recibidos por
tradición, como el Rosario y otras prácticas semejantes» (125). En el Rosario asimilamos el Misterio
de Cristo en la vivencia del Corazón de su Madre y Madre nuestra (126). El Padre Fundador
experimentó además que esta práctica tiene una gran eficacia apostólica. El rezo del «Angelus» podría
ser la ocasión de renovar nuestra consagración, viendo como la Virgen «abraza de todo corazón la
voluntad salvífica» del Padre (127). Seguimos con agrado y estimulamos las iniciativas de diferentes
partes de la Congregación en orden a la renovación de nuestra piedad comunitaria o personal hacia la
Virgen María, según la sensibilidad y cultura de cada lugar.
No podemos descuidar la importancia que tienen las imágenes en el culto. Las disposiciones
actuales no han renovado la prescripción de usar una imagen oficial propia de la Congregación para
propagar el culto del Corazón de María. El Corazón de María no es un icono particular, venerado en
tal o cual santuáario, o una advocación parcial; es lo más central de todas las advocaciones, Misterios
y de la misma persona de María. Sm embargo, deseamos que se conserve la primitiva tradición de la
Congregación de que en cada comunidad esté presente en lugar adecuado una copia del cuadro que
presidió la fundación (o del llamado cuadro de Thuir). Aquellos Misioneros querían que la fundación
de la Congregación en los diversos lugares estuviera presidida, como signo de identidad, por la
imagen que presidió el nacimiento de la primera comunidad.
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El Corazón de María y la Congregación en el momento actual
c) Espíritualidad y testimonio
La espiritualidad de San Antonio María Claret es eminentemente filial. «San Antonio María
Claret será siempre, ante todo y sobre todo hijo. Hijo de Dios e hijo de María» (128). El Instituto, en
comunitariedad de gracia con el Fundador, ha vivido su relación con María como filiación. El
Concilio ha reafirmado la función de María en la economía de la salvación como función materna en
el orden de la gracia. Esta acción maternal de María no terminó en la tierra. Ahora, asunta en cuerpo y
alma a la gloria celestial, “con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavia
peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la pátria bienaventurada”
(129). Debemos colaborar a esta función maternal, aceptándola en primer lugar — este es el primer
sentido de nuestra entrega en la profesión—, viviendo luego en comunión espiritual con Ella,
desarrollando por Ella nuestra vida en Cristo, hasta conformamos con El, el Hijo enviado por el Padre
y ungido por el Espíritu, según las exigencias de nuestro don en la Iglesia (130).
María, prototipo de la Iglesia, es modelo de nuestra vida apostólica; las Constituciones nos
van recordando las diversas virtudes de María, la primera discípula, para que nos confrontemos con
Ella y vayamos adquiriendo así el aire de familia.
d) Apostolado
La Iglesia nos ha confiado como misión peculiar la evangelización universal, y esta misión
tenemos que ejercerla desde nuestro ser-carisma. La Iglesia — nunca nos cansaremos de repetirlo —
ve en ello una manifestación del Espíritu para común utilidad. Por lo mismo nuestro apostolado debe
ser mariano en este sentido: porque arranca de nuestra filiación, por la actitud de amor que debe
animar a todo apóstol en la Iglesia, porque, al anunciar el Misterio íntegro de Cristo, tenemos que
subrayar la función que en él tiene María, Madre suya y nuestra (131).
En cuanto al apostolado asociado, muchos nos preguntan qué hacer con la Archicofradía del
Corazón de María. Podemos distinguir lo esencial de la Archicofradía y un cierto modo de
presentación. Los elementos esenciales son: la fraternidad cristiana nacida de la común filiación del
Padre celestial y de la Madre de Jesús y de la Iglesia; la oración fraterna como expresión de filiación y
como prueba de amor fraterno bacia los más necesitados: los pecadores; un continuo proceso de
conversión, porque la Archicofradía se establecía como un medio de perseverancia en la conversión
iniciada en las Misiones (132); una referencia a María como Madre de caridad compasiva y celante a
la vez. Para el Padre Fundador era como la asociación base de la cual nacían formas más evangélicas
de vida, o apostolados más especializados. Esta realidad se puede vivir en formas modernas como
comunidades cristianas, grupos de oración comprometida etc.; no debería reducirse a una
organización para asegurar el «lucimiento» de los actos de culto al Corazón de María.
e) Pastoral vocacional
La Congregación es verdadera família de Dios y por lo tanto el crecimiento no puede venir
por «reclutamiento», como en el ejército, sino por generación de vida divina. De ahí la importancia de
la presencia materna de María en la pastoral vocacional, tanto en los promotores como en la
presentación adecuada del aspecto mariano de nuestro carisma, para ayudar, a los que han recibido
inicialmente el mismo, a tomar conciencia de él y a descubrir la Congregación como lugar adecuado
de la vivencia.
El vivir la filiación apostólica de una manera más explícita con relación a la Madre de la
divina gracia y Virgen fiel sería una ayuda para perseverar en la vocación porque sería una ayuda para
permanecer en el amor.
f) Medios de renovación
Consideramos importantes y recomendamos los siguientes:
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El Corazón de María y la Congregación en el momento actual
— Profundización teológica
1) A nivel de especialistas, siguiendo la tradición de «Ephemerides Mariologicae» y las Semanas de
Mariología.
2) A nivel de formandos, en cursos de Mariología y Teología del Corazón de María, orientados a la
vida y al apostolado.
3) A nivel de divulgación, en revistas y otras publicaciones, tanto en el orden catequético-pastoral
como de piedad popular.
— Profundización en la vivencia
Días o semanas de espiritualidad, con la finalidad específica de intensificar la vivencia de este
elemento esencial de nuestro carisma e integrarlo en nuestra vocación y en nuestra vida apostólica.
Estos días o semanas se podían organizar autónomamente o integrados en los cursos de renovación
que se están dando.
— Profundización en la pastoral
1) A nivel de especialistas, que estudien, en los diferentes sectores de la Congregación, las
situaciones, y tracen nuevas pistas de acción pastoral.
2) A nivel de agentes de pastoral, predicadores, promotores de la fe en los colegios, párrocos, rectores
de santuarios, para aplicar las orientaciones dadas por los especialistas.
3) A nivel de formación, procurando que los jóvenes misioneros se preparen bien en los modos de
formar al pueblo, en la verdadera piedad mariana y de organizar el apostolado.
f) Secretariado del Corazón de María
En el espíritu de esta Circular queremos que se reorganice el Secretariado del Corazón de
María para cultivar nuestra identidad en este aspecto vocacional con todas las derivaciones para el
culto, la vida y el apostolado, promoviendo los medios que hemos enumerado en el apartado f).
Habrá una Secretariado general y Secretariados zonales o provinciales, según se crea
conveniente, en coordinación con el Secretariado general.
El Gobierno General se reserva el nombramiento del rector de la Basílica de Corazón de
María en Roma, ya que fue una obra de toda la Congregación y debe continuar como manitestación
del amor filial y devoción de la Congregación universal.
CONCLUSIÓN
El próximo Capítulo general tiene una peculiar impor-tância en cuanto que, sin cerrar el
camino a la continua renovación, debe pronunciarse definitivamente sobre las Constituciones
renovadas a la luz del Concilio, y debe abrir cauces a una misión apostólica más eficaz. Por lo que se
refiere al aspecto mariano de nuestra identidad deberá ser tan importante como el Capítulo de 1912 en
aquella situación histórica. Deseamos que este tiempo de preparación sea un tiempo de oración a la
Madre de la Congregación y de profundización y vivencia para que las deliberaciones sean
expresiones de la vida y del Espíritu que da testimonio filial en nuestros corazones.
Y para terminar no encontramos mejores palabras para expresar la alegría y responsabilidad
de nuestro don que aquellas de nuestro Padre Fundador: «Oh Dios mío, bendito seáis por haberos
dignado escoger vuestros humildes siervos para Hijos del Inmaculado Corazón de vuestra Madre.
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El Corazón de María y la Congregación en el momento actual
Oh Madre benditísima, mil alabanzas os sean dadas por la fineza de vuestro Inmaculado Corazón y
habernos tomado por Hijos vuestros. Haced, Madre mía, que correspondamos a tanta bondad, que
cada día seamos más humildes, más fervorosos y más celosos de la salvación de las almas» (133).
Roma, Solemnidad de la Anunciación, 3 de abril de 1978.
P. ANTONIO LEGHISA, C.M.F.
Superior General
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