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3 El desarrollo de la memoria en la infancia La evolución de la capacidad de memoria hasta los 2 años 4 El desarrollo de la memoria a largo plazo y la amnesia infantil ¿Por qué no se pueden recordar los eventos de la primera infancia? 7 8 Memoria Implícita 9 La memoria de eventos La memoria basada en Scripts 10 11 Consistencia y estabilidad de la memoria ¿Es la memoria un dominio general o un conjunto de dominios y habilidades específicas? ¿Es estable la memoria con el transcurso del tiempo?. La recuperación de la información. 12 13 13 El Olvido 14 Los niños como testigos 15 ¿Por qué los niños más mayores recuerdan mejor?: El empleo de estrategias de recuerdo Algunas estrategias de los más pequeños para el recuerdo 16 17 La Metacognición Conocimiento metacognitivo explícito Conocimiento metacognitivo implícito ¿El desarrollo de la metamemoria produce efectos en la memoria? 20 21 21 22 El papel del conocimiento y de las influencias culturales 22 El valor emocional y el recuerdo 24 Resumen 25 Un niño de 4 meses es capaz de observar durante más tiempo una imagen nueva que una antigua que se le ha presentado varias veces. Un niño de 3 años nos cuenta alguna circunstancia emocionante en la visita a la granja escuela y es capaz de reconocer los animales, y uno de 7 años puede confeccionar una lista de sus compañeros de juego y relatarnos una historia simple de manera estructurada. Tal como señala Bjorklund (2005, p.266), los tres tipos de niños tienen algo en común: los procesos de memoria. No obstante, los tipos de memoria empleados, memoria sensorial, de reconocimiento y de evocación, así como la organización de la misma, van a ser distintos. Desde el ejemplo anterior, ponemos en evidencia que bajo el fenómeno de la memoria se esconden diferentes procesos que, a su vez, mantienen un carácter dinámico a lo largo de la vida. Además, la memoria es un proceso cognitivo básico que está presente en todas las funciones psicológicas: inteligencia, atención, motivación u otras. Esta característica la convierte en una parte importante de todas las operaciones psicológicas, lo que paradójicamente facilita y dificulta su estudio. Para complicar aún más la situación nos encontramos con distintos tipos de memoria: Memoria sensorial, de reconocimiento, de evocación, a largo y a corto plazo entre las fundamentales. Siguiendo a Flavell (2002), para acercarnos al estudio de la memoria debemos conocer primero algunos conceptos y procesos básicos, como son la codificación y el almacenamiento de la información, así como la recuperación de la información a través del reconocimiento o de la evocación. El recuerdo de conceptos o episodios del pasado, como sucede en la memoria de evocación, puede producirse apoyándose en algunos indicios o ayudas (cued recall) o bien de forma libre (free recall). Por ejemplo, si preguntamos a un niño de 5 años sobre qué tal le ha ido en la excursión a la granja, nos contestará posiblemente que bien. Si queremos saber más, deberemos ayudarle a recordar con preguntas más concretas y aportará más información. En cualquier caso, ambos tipos de recuerdo requieren de un mayor esfuerzo y organización de la memoria y del conocimiento previo que el empleo de la memoria de reconocimiento. Por este motivo son menos empleados por el niño pequeño. La información que llega a la memoria, fluye inicialmente a través del registro sensorial específico para cada sentido (vista, oido…), para pasar, a continuación, a la memoria a corto plazo (memoria primaria, de trabajo o de los contenidos de la conciencia) donde permanece unos segundos y posteriormente accede a la de largo plazo. Los procesos conscientes de nuestra vida mental emplean continuamente la memoria a corto plazo. Gracias a ella tomamos contacto con el mundo real, desarrollamos estrategias y resolvemos problemas, pensamos y decidimos. Sin embargo nuestra capacidad en la MCP es muy limitada y debemos desarrollar estrategias para su mejora y optimización, además de hacer un uso constante de la memoria a largo plazo. La relevancia de la MCP se pone en evidencia en los enfermos de Altheimer y en las dificultades que presentan para la vida diaria, debido a sus alteraciones de la MCP. A su vez, el sujeto puede ser consciente de su memoria, caso de la memoria explícita o declarativa, o no consciente y encontrarnos con la memoria no declarativa, procedimental o implícita. Dentro de la memoria declarativa nos encontramos con dos tipos a su vez: memoria semántica y memoria episódica. La m. semántica hace referencia a los conceptos del lenguaje, definiciones y relaciones entre los mismos, por ejemplo el concepto de clase. La m. episódica se refiere a la memoria de eventos o episodios, por ejemplo, los acontencimientos que suceden en el aula un día de carnaval. Estos conceptos serán abordados en este capítulo desde una perspectiva evolutiva tanto de manera directa como transversalmente en el estudio de procesos distintos. Como ejemplo de memoria implícita tenemos algunos automatismos como el de atarse los cordones de los zapatos. La metodología de investigación de la memoria en los primeros meses nos permite evaluar el problema de la memoria de reconocimiento, ámbito en el que se han hallado resultados interesantes. Tanto desde el paradigma de la habituación como del condicionamiento se va a poner de manifiesto la capacidad del bebé para reconocer estímulos que había percibido anteriormente. A su vez, este paradigma se combina con el de la preferencia del bebé por estímulos nuevos. Si afirmamos que la memoria del bebé y del niño pequeño es débil e inestable no estamos aportando nada nuevo. Por este motivo vamos a abordar en este capítulo algunos estudios que clarifican y delimitan estos aspectos y que nos van a permitir tratar un problema clásico en los estudios sobre la memoria: la amnesia infantil y su evolución. Para ello abordaremos también las estrategias empleadas para el recuerdo y la aparición de la más potente de ellas: la metacognición. El desarrollo de la memoria de eventos va a ser también objeto de nuestra atención, teniendo en cuenta que es uno de los principales desafíos a los que se enfrenta el niño en su primera infancia, dado que si bien dispone de una importante memoria de reconocimento, carece de recursos importantes en la memoria de evocación, que va a ser tan significativa en la vida adulta. Sin embargo otros tipos de memoria son capaces de organizar algunos eventos de la infancia. Como demostró Nelson (1993, 1996) los niños de preescolar, son capaces de organizar temporalmente y causalmente en forma esquemática (scripts) algunos eventos, como, por ejemplo, el de ir y comer en un restaurante de comida rápida. A partir de las investigaciones de Nelson, se pone de manifiesto la importancia del contexto y de los individuos más expertos en la organización de la memoria de los niños. Las experiencias más significativas y con más sentido para el niño, sus intenciones y las estrategias de memoria de los adultos y niños más expertos se van incorporando al niño pequeño y le ayudan a recordar los eventos. A continuación, el capítulo desarrolla el problema de la fiabilidad de los testimonios infantiles. Para ello aborda diferentes aspectos que son útiles no sólo a la psicología jurídica sino también a la educativa. Entre ellos están las diferencias en el recuerdo asociadas a la edad, el grado de precisión de los recuerdos, la pérdida de memoria, así como algunos factores que influyen en el recuerdo, como son: el conocimiento, las características de las entrevistas, los tipos de formatos para recuperar la información y la influencia de la sugestibilidad. A continuación abordaremos un problema clásico en psicología de la memoria: el empleo de estrategias para el recuerdo. Dentro de este apartado abordaremos el desarrollo de los diferentes tipos de estrategias, como por ejemplo, la búsqueda de objetos o la repetición. Para finalizar, nos enfrentaremos al problema de la metacognición en la primera infancia, terminando el capítulo con algunos comentarios sobre la relación entre emociones y memoria. Esquema Básico del funcionamiento de la Memoria Respuestas (reconocimiento o recuerdo) Entrada de información del entorno Registro Sensorial Memoria a Corto Plazo MCP Memoria a Largo Plazo MLP Control de Procesos (planifica y ejecuta cada paso del procesamiento de la información) Desde esta orientación teórica y conceptual, el estudio del desarrollo de la memoria en los niños aglutina un conjunto de procesos y planteamientos metodológicos que son estudiados por algunos de los autores más relevantes. De este modo y revisando las obras de Flavell, P.H.Miller y S.A. Miller (2002) Siegler (2005) y Bjorklund (2005) vamos a centrarnos en los aspectos que desarrollamos en los epígrafes siguentes. La evolución de la capacidad de memoria hasta los 2 años Tanto desde el paradigma de la habituación como del condicionamiento se va a poner de manifiesto la capacidad del bebé para reconocer estímulos que ha percibido anteriormente. A su vez, este paradigma se combina con el de la preferencia del bebé por estímulos nuevos o familiares. Sin embargo, esta combinación de metodologías puede ser, al menos aparentemente, paradójica, surgiéndonos las preguntas siguientes. ¿Qué prefiere el bebé, la información familiar y conocida o la información nueva?. ¿A cuál de ellas dirige su atención?. Tal y como exponen Courage y Howe (2001) desde su experiencia investigadora, parece que la respuesta no es única, como leeremos a continuación. La capacidad del bebé de distinguir entre estímulos nuevos y conocidos y la preferencia inicial de éste por los nuevos ha permitido identificar un cierto grado de memoria de reconocimiento visual desde las primeras semanas de la vida, incluso en los recién nacidos. En uno de los estudios más conocidos, Joseph Fagan (1973, 1974) demostró que los bebés entre 5 y 6 meses eran capaces de formar memorias visuales a exposiciones breves, entre 5 y 10 sg., que duraban hasta dos semanas. En estudios más recientes se ha trabajado con memoria auditiva. En un estudio de Melanie Spence (1996) con bebés comprendidos entre 1 y 2 meses, los niños escuchaban ritmos infantiles durante dos semanas. Posteriormente fueron evaluados en el laboratorio y los niños prefirieron los ritmos familiares a los nuevos, al contrario de los que sucedía en los estudios de Fanagan. Desde los tipos de investigación planteados, se pone de manifiesto que los bebés de las primeras semanas son capaces de utilizar un cierto grado de memoria de reconocimiento, sin embargo lo que no parece obvio es si prefieren estímulos nuevos o familiares. Según explica Bjorklund (2005) la preferencia de los bebés por estímulos nuevos o familiares varía en función de la edad y del estado del aprendizaje de la tarea, entre otros factores. Por ejemplo, Courage y Howe (2001) demostraron que los bebés de 3 meses y medio estimulados durante 30 segundos y evaluados, a continuación, con retrasos de 1 minuto, 1 día y 1 mes, prefirieron más el estímulo nuevo tras 1 minuto, no manifestaron preferencia tras 1 día, y sin embargo, prefirieron más el estímulo familiar si transcurría 1 mes desde la presentación del estímulo. El segundo tipo de metodología que se ha empleado para demostrar la capacidad de memoria de reconocimiento en el bebé es la que se fundamenta en el condicionamiento clásico y operante. En un estudio de Rovee-Collier y sus colegas (1999) se condicionó a los bebés de dos meses que estaban tumbados en su cuna en decúbito supino, a mover un móvil situado encima de ellos y a la vista, a través de una patada, dado que el pie estaba atado al móvil. Posteriormente se desataba, pero el bebé, según diversos investigadores, era capaz de recordar que dando patadas se movía el móvil. El periodo de recuerdo era entre 8 y 14 días para bebés de 3 meses, con pequeñas diferencias entre investigadores. El tiempo de recuerdo mejoraba con la edad. Más recientemente, Rovee-Collier y sus colegas han dirigido su objetivo al papel del contexto en las memorias del niño. En diferentes estudios realizados con bebés dentro de un corralito al que se le modificaba la decoración de las paredes laterales, cambiando de color y de dibujo. Por ejemplo, un diseño de líneas amarillas con cuadrados verdes era sustituido por otro de líneas azules y tiras verticales rojas. Un grupo de control fue evaluado 24 horas más tarde con el mismo diseño y otro experimental con el diseño nuevo. Los resultados demuestran que el grupo experimental al que se le había cambiado el escenario mostraba menos retención de las conductas aprendidas inicialmente. A partir de estos estudios, los autores se plantearon si el bebé respondía a cambios globales del contexto o a determinados estímulos. Parece que la respuesta es que los bebés son sensibles a determinados cambios y no a todos. Por ejemplo, en el experimento anterior la memoria se vio alterada cuando se sustituían las líneas amarillas con cuadrados verdes por líneas verdes con cuadrados amarillos y sin embargo no había alteración cuando se modificaba sólo el color. Estas alteraciones en la memoria por modificaciones en el contexto eran especialmente importantes en los niños con pobres habilidades inhibitorias1. En los estudios de Diamond (1985) se demuestra que los lóbulos prefrontales maduran muy progresivamente entre los 7 meses y los dos años, lo que incrementa, a su vez, muy progresivamente la capacidad inhibitoria del niño, a razón de dos segundos de demora por mes en la resolución del problema del objeto permanente. Tal es así que el niño de 7,5 meses busca el objeto escondido en el lugar adecuado sólo hasta 2 segundos después de haberlo escondido y el de 12 meses hasta 10 sg después. Es decir antes de ese tiempo serían capaces de inhibir la respuesta compulsiva o más aparente, pero errónea, la del primer lugar donde se escondió el objeto. 1 En un estudio relevante de Gulya, Rovee-Collier, Galluccio y Wilk (1998) demostraron que los bebés de 3 meses pueden recordar secuencias arbitrarias, lo que es aparentemente importante en el aprendizaje del lenguaje. En este estudio, a los niños se les engancho un pie, a una serie de tres móviles. A los niños se los volvió a ver 24 h. más tarde. A un grupo de ellos se les volvió a enganchar el pie a cada uno de los 3 móviles en el mismo orden y a otro grupo se le modificó el orden de sujeción a los móviles. Es importante saber que los niños habían aprendido anteriormente a mover los 3 móviles dando patadas con el pie. Los mejores resultados los presentaron aquellos a los que se les presentaron los móviles en el mismo orden inicial, lo que demuestra, según los autores, que los bebés de 3 meses son capaces de aprender una secuencia arbitraria, 24 horas después. En la misma línea, otros investigadores, con un paradigma distinto, han demostrado que a los 8 meses, se pueden aprender muy rápidamente sílabas del lenguaje (Aslin, Safran y Newport, 1998). Algunas consideraciones complementarias sobre la MLP La duración de la retención en la memoria se modifica sustancialmente a lo largo del primer año. Como demuestran los experimentos del móvil y del tren de Rovee-Collier y sus colegas, los niños avanzan rápidamente en su capacidad de retención durante los 18 primeros meses. En el experimento del tren los niños entre los 9 y los 18 meses se sientan frente a un display que incluye un tren en miniatura. Ellos aprenden a mover el tren presionando una palanca. El grado de retención es evaluado igual que en el experimento del móvil. Primero el niño mueve y para el tren apretando la palanca y después se aplican diversos retrasos o demoras, presentándole de nuevo la palanca. Se mide, según el tiempo de demora, si reproduce el aprendizaje de apretar la palanca para mover el tren. Los resultados son concluyentes en relación al incremento de la capacidad de retención con la edad, en el primer año. De este modo, en las tareas de móviles, el tiempo de retención de la tarea aprendida es muy reducido y variable en los bebes de menos edad. A los dos meses, está comprendido entre las 48 horas y las 2 semanas. No supera los 10 días de promedio con 3 meses, y las 2 semanas con 6 meses. Progresivamente va avanzando, y en la tarea del tren supera las 6 semanas con 9 meses, las 8 semanas con 12 meses, las 10 con 15 meses y las 13 con 18 meses. Otra tarea que ha sido usada para evaluar la memoria a largo plazo es la imitación diferida. En la mayoría de los experimentos el procedimiento es el siguiente: el experimentador realiza una demostración nueva al niño con un juguete que no es conocido por el niño. Al cabo de un cierto tiempo se le entrega el juguete, tanto al grupo experimental como al de control (éste último lo ve por primera vez). Si el niño reproduce las pautas de juego, entonces se supone que se ha formado la memoria a largo plazo de la acción. En la mayoría de los estudios, entre los que se encuentran los de Bauer y sus colegas (Bauer, 2000, 2001, 2002) se demuestra que la memoria a largo plazo que se emplea en la imitación diferida se incrementa progresivamente con la edad, muy especialmente en el segundo año de la vida, entre los 13 y los 20 meses. No obstante su consistencia y estabilidad es relativa. De este modo si comparamos los niños de 13 meses con los de 20 meses, obtenemos que recuerdan aproximadamente el 80-100 % de la demostración de juego al cabo de 1 mes, el 65-100% al cabo de 3 meses, el 40-85% a los 6 meses, el 40-80% a los 9 meses y el 40-65% a los 12 meses. Estos porcentajes se sitúan en valores intermedios en los niños de 16 meses. De este modo los de 20 meses recuerdan más y durante más tiempo como era de esperar. A pesar de estos resultados es preciso matizar que la imitación diferida es un tipo de memoria explícita dado que se proporciona una ayuda al niño (el juguete) para recordar y que además, los juguetes como instrumentos presentan restricciones de acción lo que facilita el recuerdo. Por lo tanto, no debemos confundirlo nunca con la memoria implícita, como es la de evocación. Otro aspecto relevante es que los datos obtenidos en el recuerdo, sobre la imitación diferida en niños entre los 6 meses y los 2 años son congruentes con el conocimiento actual sobre el desarrollo cerebral (Nelson, 1997). El desarrollo de la memoria a largo plazo correlaciona con el desarrollo y la maduración de determinadas estructuras neuronales. La memoria a largo plazo requiere de la integración de la actividad del cerebro desde diferentes zonas, incluyendo el hipocampo, que se desarrolla primero, y otras estructuras de desarrollo más lento y tardío como el cortex prefrontal y algunas estructuras del lóbulo temporal. El desarrollo temprano del hipocampo probablemente permite la imitación diferida de acciones simples y con demoras reducidas a los 6 meses (Collie y Hayne, 1999). Sin embargo, otras zonas del cerebro, como la corteza prefontral, deben madurar antes de que los niños puedan retener información más complicada durante largos periodos. No es hasta el segundo año de la vida que estos tres sistemas (hipocampo, lóbulo prefrontal y temporal) empiezan a vincularse entre sí, mejorándose a lo largo del tercer año. El desarrollo de la memoria a largo plazo y la amnesia infantil La mayoría de los autores están de acuerdo con el fenómeno de la amnesia infantil en términos generales. Es decir los niveles de recuerdo son muy bajos o prácticamente inexistentes en la niñez avanzada, juventud y edad adulta sobre los eventos sucedidos en los primeros 4 años, situándose el umbral de recuerdo entre los 3,5 y los 4 años (Bjorklund, 2005). En especial, el olvido recae muy especialmente en todos los contenidos referentes a la memoria autobiográfica, elemento clave de nuestra identidad (Nelson, 1996). Sin embargo, en algunos estudios como el de Usher y Neisser, se trató de cuestionar este planteamiento, estudiando el recuerdo, en estudiantes universitarios, sobre algunos hechos muy significativos de la infancia. De este modo, descubrieron que los universitarios del grupo experimental, que habían vivido intensamente una experiencia, eran capaces de recordar, más que los del grupo de control, sucesos acaecidos a los dos años que estaban relacionados con una hospitalización personal o el nacimiento de un hermano, así como acontecimientos sucedidos a los 3 años, relacionados con la muerte de un familiar o una mudanza familiar. No obstante estos resultados son muy cuestionables, en cuanto la memoria está sometida a una reconstrucción permanente por nuestro entorno cultural, muy especialmente el familiar, y lo más probable es que las familias que hayan vivido estos episodios los hayan comentado en diferentes ocasiones. En definitiva, la memoria a largo plazo es probablemente inestable, pero esta inestabilidad contradice aparentemente los resultados que se presentaron anteriormente sobre el mantenimiento de la memoria a largo plazo en la memoria diferida durante el segundo año. Por lo tanto, todos estos resultados deben ser matizados y nos llevan a otras preguntas que abordaremos a continuación. ¿Por qué no se pueden recordar los eventos de la primera infancia? Sin entrar en la Teoría Freudiana de la represión sexual, que la comunidad científica, en general, considerada superada, podemos aproximarnos a este tema iniciando su explicación desde la teoría piagetiana con algunos matices de la orientación sociocultural. Desde una perspectiva cognitiva algunos autores sostienen que la información no se puede almacenar adecuadamente en la MLP hasta los dos años de edad. A su vez, una segunda hipótesis plantea que los niños más pequeños codifican la información de manera distinta a como lo hacen los mas mayores y los adultos. La primera hipótesis se ha demostrado que es falsa, dado que como hemos expuesto anteriormente en el caso de la imitación diferida los niños entre 6 y 16 meses de edad pueden conservar la información hasta un año. La segunda hipótesis es más consistente y tiene sus antecedentes en las observaciones de Piaget y en los estudios sobre el cerebro que citamos anteriormente. Recordando a Piaget, éste planteó varias reestructuraciones en el desarrollo de la mente infantil que implican necesariamente cambios en la organización de la memoria infancia. Desde un planteamiento general, la primera se producía con el tránsito de la inteligencia sensoriomotriz a la simbólica, sobre los dos años, en la que la información sobre las sensaciones y la acción se convertía en simbólica. La segunda, sobre los 6-7 años, con el nacimiento de la inteligencia operatoria suponía la aparición en el niño de esquemas lógicos operatorios2, la lógica concreta y una visión rígida y realista de los problemas. Estas capacidades nuevas permitían una organización nueva de la información según determinados esquemas, que atendían a diferentes propiedades que Piaget estudió, en especial de la lógica matemática y de la física. El niño podía nuevamente reorganizar la información según desarrollaba las nuevas capacidades. Finalmente el desarrollo de la inteligencia abstracta, entre los 12 y los 14 años, suponía el desarrollo de nuevas adquisiciones relacionados con el pensamiento científico, la relativización del conocimiento, el planteamiento de hipótesis, el cálculo de probabilidades y la capacidad de planificación a largo plazo. Este cambio implica, a su vez, una reorganización de la información anterior a partir de esquemas lógicos abstractos. La interpretación a partir de la obra de Piaget se puede profundizar con aportaciones más recientes que ayuden a su comprensión. Desde el punto de vista del sistema de procesamiento de la información, algunos autores plantean (Leichtman y Ceci, 1993; Brainerd y Reina, 2002) que entre los niños más pequeños, menores de 3 años, y los más mayores se produce un cambio cualitativo en la manera de almacenar la información. Los pequeños codifican fundamentalmente la información a tráves de La lógica operatoria propuesta por Piaget implica un modelo relacionado con la noción de conservación, el concepto de irreversibilidad, las nociones de seriación y categorización, incluyendo la inclusión en clases, el concepto de unidad y de número y las operaciones infrálogicas relacionadas con la física (espacio, tiempo, velocidad, mediday otras), el desarrollo del juego y el moral. 2 trazas literales, mientras los más mayores emplean trazas más generales. Las primeras, las literales son más fáciles de olvidar que las segundas. Esta hipótesis es altamente congruente con las investigaciones sobre el cerebro que citamos anteriormente. Las hipótesis del procesamiento se pueden complementar con las hipótesis neuropsicológicas, citadas anteriormente, que plantean que hasta los dos años aproximadamente, no se producen las interconexiones necesarias entre la corteza prefrontral, el hipocampo y otras regiones corticales, mejorando ostensiblemente durante el tercer año. Otros autores recurren a las hipótesis relacionadas con el lenguaje. Antes de los 3 años el lenguaje está muy poco desarrollado y por lo tanto las experiencias no se codifican y representan adecuadamente a través de él, lo que dificulta su recuerdo posterior, como comentan Fivush y Hamond (1990). Las hipótesis procedentes del análisis del lenguaje se complementan con las procedentes de la investigación socioemocional. En este dominio, la construcción del “si mismo” y de la memoria autobiográfica tiene un especial interés. Por este motivo, para estos autores, el recuerdo tiene sentido si se conecta con historias significativas de uno mismo, de especial relevancia y emocionalmente relevantes. De este modo, la información nueva se va a asociar y recordar mejor cuando el niño es capaz de vincularla a un concepto del sí mismo (Howe y Courage, 1993) que permita una descripción e interpretación coherente. El concepto de sí mismo está sometido a un proceso de construcción a lo largo de toda la infancia, tesis que avalaría la hipótesis de una construcción progresiva de la memoria autobiográfica. Dentro de este proceso, cobraría especial importancia el recuerdo de sucesos o episodios de alto impacto emocional, como vimos anteriormente en el estudio con estudiantes universitarios. Estos recuerdos, bien por recuerdo o por reconstrucción familiar son de especial importancia en la MLP y en la memoria autobiográfica, formando parte de la conciencia del sí mismo. Las hipótesis anteriores se pueden completar desde una interpretación sociocultural. Desde esta perspectiva, Nelson (1993) plantea que los niños “aprenden” a recordar con ayuda de los adultos y en interacción con ellos. A través de esta dinámica de interacción y del diálogo intersubjetivo, el adulto estructura los recuerdos del niño, introduciendo indicios y estrategias comunicativas que facilitan el recuerdo. De este modo, la memoria autobiográfica del niño no es una sólo una capacidad individual sino una capacidad colectiva que permite compartir la información desde las intenciones culturales. En este sentido, tal vez el concepto de amnesia infantil no sea muy adecuado, dado que en desde la perspectiva del adulto la amnesia se produce sobre recuerdos importantes, organizados y con sentido vital. Sin embargo, en el niño más pequeño, no se ha llegado a producir todavía dicha organización y sentido del recuerdo. Memoria Implícita La memoria implícita es un tipo de memoria en la que el sujeto no es consciente de su presencia (Howe, 2000, Rovee y Collier, 1999). Es un fenómeno existente en todos los sujetos y no sólo en los niños pequeños preverbales. Los dos tipos de memoria, la explícita y la implícita parece que están gobernados por sistemas cerebrales diferentes tal como revelan las investigaciones con personas con daños cerebrales (Shacter, Norman y Koustaal, 2000). Por ejemplo, el hipocampo está implicado en la transferencia de información nueva y explícita desde el almacén a corto plazo (“localización de la conciencia inmediata”) al almacén a largo plazo. Las personas con lesiones en el hipocampo pueden adquirir una habilidad nueva a través de una práctica repetida pero no serán conscientes de ella. Además parece que la información nueva se procesa fundamentalmente en el hemisferio derecho mientras la antigua en el hemisferio izquierdo. Las investigaciones sobre la memoria implícita no son muy numerosas. Dentro de éstas, no se han encontrado diferencias importantes entre niños y adultos (Billingsley, Smith y McAndrews, 2002). Un procedimiento usado para valorar la memoria implícita en los niños consiste en el uso de imágenes fragmentadas. En el experimento se le presentan al niño imágenes fragmentadas y se le pide que las reconozca. Al principio la imagen es muy difícil de reconocer, pero en la medida que la imagen se completa es más fácil de identificar el objeto. La prueba consta de dos fases. En la primera, al grupo experimental, se le presentan imágenes fragmentadas que no le permiten reconocer la imagen total. En la segunda fase, tanto el grupo de control como el experimental tienen que realizar una tarea que implica la imagen completa. Los sujetos del grupo experimental que percibieron anteriormente las imágenes fragmentadas (no era información completamente nueva) realizaron mejor la tarea, con mayor rapidez y precisión, a pesar de que no podían recordar que hubiesen visto las imágenes antes. Es decir hicieron uso de la memoria implícita. Sin embargo, los resultados fueron fundamentalmente los mismos a todas las edades. En otro experimento, a los niños entre 9 y 10 años les enseñaron imágenes de sus compañeros de la clase de educación infantil, cuando tenían entre 4 y 5 años, y les preguntaron si las fotos pertenecían a los niños de su clase (memoria explícita). Se comprobó que a pesar de que no les reconocían, se producían cambios en la conductibilidad de la piel cuando veían las fotos de sus antiguos compañeros. Este experimento nos permite sugerir que algunos niños “recuerdan más” (m. implícita) de lo que son capaces de conocer (m. explícita). La memoria de eventos La memoria de eventos es explícita dado que somos conscientes de nuestros recuerdos. Pero frente a otros tipos de memoria, como la que necesitamos para recordar una lección, no es intencional y por lo tanto no desarrollamos estrategias para el recuerdo. En relación a los niños, los investigadores se plantean algunas preguntas relevantes. ¿Cómo recuerdan los niños las experiencias de su vida diaria?. ¿Cómo se organizan este tipo de recuerdos?. ¿Cuánto duran?. ¿Cómo los adquieren?. Los niños centran su interés en determinados aspectos de la realidad que no tienen por qué coincidir con los adultos. Por ejemplo, le pregunté a mi hijo de 6 años, qué recordaba de un viaje al Uruguay que hicimos hace un año y que se prolongó durante un mes. Lo primero y casi lo único que recordó fue el nombre de una joven que nos sirvió de guía, que se llamaba Daniela, él se llama Daniel, y sobre la que mostró una especial empatía. En dicha excursión se realizó una pequeña travesía en lancha por un río y se paseó por un bosque de umbúes. Todo ello duró unas 3 horas aproximadamente. En este caso, el recuerdo estuvo relacionado con su nombre y con el valor emocional. En un viaje reciente, que realizamos hace dos semanas, para visitar durante tres días los monumentos clásicos de Roma, le pregunté posteriormente, sin sugerir, por sus recuerdos más interesantes. Entre lo que era capaz de evocar estaba una espada-pistola del museo del Castillo de San Angelo, los ropajes de los caballeros y el Coliseo. No me dijo nada sobre el Vaticano y su museo, la Capilla Sixtina, el Foro Romano y otros monumentos tan significativos para los adultos. ¿Por qué recuerda de una manera tan selectiva?. Probablemente porque desde hace aproximadamente 6 meses tiene un gran interés por todo lo relacionado con las armas y los vestidos militares, especialmente las antiguas. Por ejemplo: espadas, escudos y vestidos militares. En consecuencia, la organización del recuerdo de estos temas es mucho mejor y asimila también mejor la información nueva relacionada con las armas. Es muy importante tener en cuenta que la memoria es constructiva por naturaleza y no tiene un carácter literal. Más bien, recordamos elementos esenciales y los transformamos con la información actual para construir historias nuevas. De este modo, los recuerdos están reconstruidos a partir de los conocimientos previos y de las experiencias nuevas como ya señaló Bartlett en 1932. La memoria basada en Scripts La mayoría de los recuerdos infantiles están asociados a eventos que suceden todos los días o muy frecuentemente. K. Nelson y sus colegas demostraron que los niños tienden a organizar los eventos en términos de scripts que son formas esquemáticas de organización de la realidad a partir de las relaciones causales y temporales (Nelson, 1993, 1996; Fivush, 1997). Un ejemplo típico de las autoras consiste en la visita de los niños a un restaurante de comida rápida, que incluye una secuencia estable de conductas. La organización de secuencias en formas de scripts se mantiene también en la vida adulta, como señalan las autoras (Nelson, 1996). Patricia Bauer y Jean Mandler (1989, 1992) evaluaron también a los niños con edades comprendidas entre los 11, 5 y los 20 meses en tareas de imitación. Los niños eran capaces de recordar secuencias muy cortas como introducir objetos en una taza, o sacudir un objeto. Por ejemplo, en las escuelas infantiles los niños de estas edades respetan y esperan las secuencias habituales asociadas a las actividades de juego heurístico, asamblea, cantar una canción, contar un cuento o las relacionadas con los cambios de pañales o la alimentación. En este sentido, parece que los niños recuerdan mejor, los sucesos relacionados con los acontecimientos habituales, lo que podría venir explicado por su carácter repetitivo y por la particular organización de la memoria en torno a estas secuencias, lo que permitiría recordar eventos nuevos vinculados a un sistema de conocimiento anterior. Este argumento es similar al utilizado anteriormente en el recuerdo de Daniel y se ve corroborado por los datos que aportan diversos autores. Por ejemplo, Hamond y Fivush (1991) entrevistaron a los niños que habían visitado Disney World cuando tenían entre 3 y 4 años. Las entrevistas se realizaron hasta 18 meses más tarde. Al parecer todos los niños recordaban una gran cantidad de información sobre su viaje, aunque los más mayores recordaban un mayor número de detalles y necesitaron de menos ayudas que los más pequeños. Los padres enseñan a los niños a recordar Los padres que hablan más con los niños sobre los viajes que realizan conjuntamente provocan un mayor nivel de recuerdo en los pequeños (Fivush, 1997). En sintonía con la teoría sociocultural (Vygotsky, 1978; Rogoff, 1998), la dinámica de interacción influye en la organización de la memoria, sosteniendo algunos autores de esta orientación (Hudson, 1990) que el recuerdo se puede entender como un tipo de actividad que primero se realiza conjuntamente entre padres e hijos y después individualmente por los niños. Por ejemplo, los niños aprenden que después de las excursiones hay que saber contestar a determinadas preguntas: Dónde, cuándo, con quién estuvimos y qué vimos son las preguntas básicas que hay que saber contestar. A través de la conversación con los padres, ellos van aprendiendo detalles importantes y experiencias. No obstante, en esta dinámica de interacción entre niños y padres, los más pequeños como destacan Fivush y Hamond requieren de más ayudas para el recuerdo, aunque ambos tipos de niños recuerdan una gran cantidad de información siempre que los padres hablen con ellos y les organicen la información. Hilary Ratner estudió este fenómeno con padres y niños de 2 a 3 años y descubrió que los niños que recordaban más y mejor eran aquellos cuyos padres desarrollaban unas comunicaciones más elaboradas sobre el pasado y un mayor número de evaluaciones sobre el pasado. Además, en otros estudios más recientes (Haden, Ornstein, Eckerman y Didow 2001) se demuestra también la importancia de la participación conjunta de los niños y las madres en la actividad a recordar y el grado de implicación del lenguaje en ambos. De este modo, el nivel de recuerdo aumenta si es una actividad en la que intervino el niño, además de la madre y si hubo diálogo y no sólo un monólogo de la madre. De este modo, el recuerdo de historias es una práctica sociocultural en muchas culturas, en el que los padres enseñan a los niños a construir el recuerdo de sus experiencias; en definitiva a organizar su memoria. No obstante, esta práctica no es universal. En un estudio de Mary Mullen y Soo Hyung Yi (1995) con niños de 3 años, se comprobó que las madres de Estados Unidos de América hablaban hasta 3 veces más que las de Corea del Norte. En consecuencia los niños americanos hablan más sobre su pasado que los coreanos (Hang, Lecihtman y Wang, 1998), y los adultos americanos recuerdan más sobre su infancia que los adultos coreanos (Mullen , 1994). En consecuencia la interacción conjunta y el diálogo entre niños pequeños, niños mayores y adultos contribuye a la construcción de la memoria autobiográfica (K. Nelson, 1996). Otro asunto de interés es que parece que los niveles de recuerdo son mayores en las niñas que en los niños. No obstante, se ha descubierto que los estilos de comunicación de los padres son distintos con los niños que con las niñas, interviniendo más en la evaluación del recuerdo de las niñas. Por ejemplo en un estudio de Flannagan, Bakerward y Gram. (1995) las madres hablaban más a los niños sobre las tareas escolares y a las niñas sobre las interacciones sociales. En consecuencia, los niveles de recuerdo y los tipos de recuerdo dependerán más de cómo los padres les organizan la memoria. En conclusión, la variabilidad cultural es muy grande en la organización del recuerdo; y las intenciones asociadas a los diferentes escenarios culturales pueden influir enormemente en la organización de la memoria de los niños y adultos. Consistencia y estabilidad de la memoria ¿Es la memoria un dominio general o un conjunto de dominios y habilidades específicas? Como hemos visto a lo largo del capítulo, bajo el epígrafe de la memoria se esconden diferentes fenómenos, como son la evocación o el reconocimiento, que se puede producir en situaciones diferentes, - familiares, escolares, de laboratorio-, y pueden implicar diferentes estrategias. En definitiva, no nos encontramos ante un solo dominio y habilidad sino ante diferentes dominios y habilidades. No obstante, y a pesar de esta afirmación, debemos de comprobar si dichas habilidades y dominios están vinculados entre sí o son independientes. La manera de valorar esta cuestión consiste en administrar diferentes tareas de memoria a los niños y tomar nota de la correlación entre tareas. Los primeros estudios que trabajaron en el laboratorio, en esta línea, demostraron la existencia de correlaciones altas en el mismo sujeto entre tareas que implicaban distintos tipos de memoria. Además las correlaciones aumentaban con la edad (Cavanaught y Borkowski, 1980; Kail, 1997). Desde estos estudios se concluyó que si bien no había un solo tipo de memoria, si había una habilidad estratégica general en la memoria, al menos para los niños mayores de 8 años. Si embargo, estudios posteriores ampliaron el número de tareas de memoria, incluyendo tanto tareas de laboratorio como tareas de la vida diaria (Kurtz-Costes, Scheneider y Rupp, 1995; Scheneider y Weinert, 1995). En estos estudios se obtuvieron correlaciones bajas entre tareas de memoria, sugiriendo que la memoria podría pensarse mejor como un conjunto de habilidades específicas antes que como un dominio o estrategia general. En un estudio longitudial, relacionado con estas conclusiones, Schneider y Weinert (1995) evaluaron las correlaciones entre diferentes tareas de memoria en el mismo grupo de niños a los 4, 6, 8 y 10 años de edad. Los resultados mostraron unas pobres correlaciones entre tareas de memoria diferentes, pero encontraron unas correlaciones relativamente altas entre tareas similares. Estos datos vendrían a apoyar la teoría de que la memoria no es un dominio general y es de naturaleza constructiva. ¿Es estable la memoria con el transcurso del tiempo?. La recuperación de la información. Para contestar a esta pregunta se precisan de estudios longitudinales, que por su costo son de difícil realización. Una excepción lo constituye el estudio logitudinal de Munich sobre la génesis de las competencias individuales (Sodian y Schneider, 1999; Weinert y Schneider, 1992) que se realizó a lo largo de 10 años e incluyó una valoración de la memoria. El estudio se realizó con niños entre 4 y 10 años. Los resultados más interesantes fueron los siguientes. Las primeras tareas evaluadas fueron las que implicaban la organización, la ordenación y el agrupamiento de recuerdos. Primero se obtuvieron los resultados en forma de correlación entre periodos de 2 y de 6 años. Las correlaciones fueron muy bajas en todos los casos, aunque como era de esperar fueron mayores en periodos de 2 años y entre los niños más mayores, ente los 8 y los 10 años. No obstante, los coeficientes de correlación oscilaron entre 0,02 para tareas de memoria que implicaban ordenación, entre los 4 y los 10 años, y los 0,39 para tareas que implicaban recuerdos entre los 8 y los 10 años. En definitiva la estabilidad del tipo de memoria evaluada era muy baja. Sin embargo en periodos de dos semanas para las mismas tareas de memoria los coeficientes fueron altos, oscilando entre 0,64 y 0,85. Sin embargo, los resultados a dos años mejoraron cuando en otro estudio se estudiaron distintos tipos de memoria de los citados anteriormente. Este fue el caso de la memoria sobre cuentos o historias y la memory span3. En estos dos casos, en un periodo de 2 años se encontraron correlaciones ubicadas entre 0,40 y 0,70, que eran muy superiores a las que se obtuvieron anteriormente en otras tareas. La conclusión de Weinert y Schneider es que las tareas que requieren una mayor estrategia para el recuerdo y la realización de la tarea son menos estables que las que exigen menos estrategias. En resumen la estabilidad de la memoria es bastante buena para todas las edades en periodos cortos, en torno a 2 semanas. A su vez en periodos largos, el tipo de tarea a desarrollar dificulta o facilita la estabilidad de los recuerdos. Por último, la estabilidad empeora con el tiempo transcurrido y mejora con la edad en los primeros 10 años. El tiempo transcurrido y las características de la tarea no son los únicos aspectos que influyen en la recuperación de la información. Las condiciones bajo la cuales, los niños son evaluados o preguntados influyen en el recuerdo. Por ejemplo en un estudio de Saywitz, Goodman, Nichols y Moan, (1991) que abordaba el problema de los abusos sexuales con niñas entre 5 y 7 años, se les preguntó sobre un examen genital que les había realizado un médico previamente y las niñas sólo contestaron cuando la pregunta era muy directa, del tipo de: ¿Te tocó aquí el doctor?. Otro factor importante es si el niño debe recordar un evento o debe reconocer un evento. Las personas de todas las edades reconocen más que recuerdan. Además el nivel de recuerdo va a aumentar en la medida que se elabore y profundice más sobre el recuerdo. Por ejemplo, en un estudio de Butler, Gross y Haine, (1995) los niños entre 5 y 6 años fueron preguntados sobre lo que sucedió cuando visitaron el parque de bomberos. El nivel de recuerdo fue mayor cuando dibujaron la experiencia que cuando respondieron a las preguntas. El Olvido El fenómeno del olvido se produce desde un conocimiento adquirido, dado que como es evidente no podemos olvidar lo que no hemos aprendido. En este fenómeno, como en los otros de la memoria, se cuestiona la evolución del olvido, según el intervalo transcurrido desde el aprendizaje, la edad de los sujetos, el tipo de tarea realizada, el nivel de aprendizaje inicial, la introducción de prácticas o ayudas para el recuerdo y otras dimensiones. Por ejemplo, sabemos que los niños más pequeños codifican la información de una manera más literal frente a los más mayores que En la neurociencia la memory span es el número de items, palabras o números, que una persona puede retener y recordar. 3 lo hacen de forma más global. Esta estrategia podría afectar al olvido cuando un aprendizaje no está solidamente establecido. El tipo de tarea, también es muy importante como veíamos en el apartado anterior. Además, según plantean varios autores, (Cassel, Bjorklund, 1995; Brainerd, 1997) las tareas más vinculadas a la realidad del niño, más familiares, o los aspectos más destacables o sobresalientes, se recuerdan y olvidan de manera distinta según la edad. En definitiva y haciendo una valoración de los experimentos realizados no existen unas conclusiones definitivas en este tema, dado que las dimensiones a tener en cuenta son muchas y cualitativamente distintas, lo que obliga a estudiar cada caso en función del escenario en el que se produce y desde unas orientaciones genérales. Los niños como testigos Uno de los campos de investigación que ha provocado una mayor atención en el estudio de la memoria es el que se centra en la psicología jurídica y más específicamente en el empleo de los niños como testigos de los procesos judiciales. Como comenta Siegler (2005, p.227) más de 40000 niños menores de 5 años testifican cada año en Estados Unidos por casos de abusos sexuales. Por el interés que ha suscitado vamos a detenernos en resumir muy brevemente algunos de los hallazgos principales que puedan tener una relevancia educativa. Las preguntas principales que se llevan haciendo los agentes de los procesos judiciales con respecto a la intervención de los niños como testigos son las siguientes: ¿Qué grado de fiabilidad tienen los testimonios infantiles? ¿Cuánto y de qué calidad es el recuerdo? ¿Qué grado de distorsión se produce con el paso del tiempo? ¿Qué importancia tiene el tipo de fenómeno a recordar en el recuerdo? ¿Qué grado de sugestión pueden tener los niños? ¿De qué dimensiones depende la sugestión? ¿Durante cuanto tiempo se mantienen los recuerdos? Por las exposiciones de los temas anteriores no podemos ser muy optimistas en la contestación a las preguntas anteriores. Más teniendo en cuenta que los procesos judiciales, son largos, están plagados de intereses, y por lo tanto de presiones, y los recuerdos se actualizan con frecuencia por personas relacionadas y ajenas a los fenómenos ocurridos. No obstante, la revisión de numerosas investigaciones (Bjorklund, 2005) permite plantear que los niños más mayores son capaces de recordar una mayor cantidad de información con el paso del tiempo pero que los niños más pequeños, cuando se acuerdan, son más precisos y literales en los aspectos centrales del evento. La precisión de los niños en la memoria de eventos se ve influida por un conjunto de factores. Entre ellos nos encontramos el grado de conocimiento del evento sobre el que tuvieron la experiencia; las características de la entrevista, como por ejemplo el empleo de muñecos anatómicamente correctos; o el empleo de preguntas repetitivas, que pueden incrementar el recuerdo o favorecer las respuestas deseables socialmente. Al parecer, los niños más pequeños son más fácilmente sugestionables y pueden generar más fácilmente recuerdos falsos. Son muchos los factores que influyen en la sugestibilidad, entre los que destacan la confusión entre la fuente de control, quién les pregunta, por ejemplo el juez, y el recuerdo sobre lo preguntado. Recordemos que, como ya plantearon Piaget y Kohlberg, los niños más pequeños no poseen una autonomía moral y su razonamiento va a ser o bien amoral, en menores de 2 años, o preconvencional y heterónomo, entre los 2 y 6 años, lo que supone que dependen totalmente del adulto. Estas conclusiones parece que siguen siendo válidas y convierten al niño en un testigo complaciente que depende de las opiniones del adulto. En la mente del niño menor de 6 años, el juez y el policía son adultos idealizados a los que hay que satisfacer y que lo saben todo sobre lo que le preguntan. En consecuencia cualquier cuestionario, está considerado por el niño más como un examen que como una entrevista. Además es interesante señalar como hacen algunos estudios (Saywitz, Goodman, Nichols y Moan, 1991) que frecuentemente los niños informan muy poco a sus padres sobre su actividad fuera del hogar. Como vimos anteriormente, en un estudio con niñas de 5 y 7 años que fueron examinadas genitalmente por un médico, no admitieron haber tenido un contacto genital hasta que se les preguntó directamente si les habían tocado en los genitales, señalándoselos. Podríamos interpretar que su deseo de satisfacer y provocar la aprobación del adulto le lleva al niño a evitar los temas que no son del agrado de los mayores y a contarles aquello que piensan que el adulto desea escuchar (Bruck y Ceci, 1999). En conclusión sólo un estudio pormenorizado de las diferentes dimensiones en cada caso puede arrojar luz sobre la fiabilidad de un testimonio infantil, siendo muy difícil de establecer reglas generales, muy especialmente en los niños pequeños. ¿Por qué los niños más mayores recuerdan mejor?: El empleo de estrategias de recuerdo Las mejoras en la maduración cerebral, el desarrollo del conocimiento y el empleo de estrategias de recuerdo son las tres respuestas principales a esta pregunta. Vamos a centrarnos en la última. El empleo de estrategias de recuerdo supone un cierto grado de conocimiento de las capacidades mentales. Este descubrimiento suele proceder tanto de los propios niños, que utilizan estrategias de observación, exploración sensorial de los objetos, juegos y repetición, como de la mano de los sujetos más expertos, niños, padres o educadores, que les enseñan a los niños procedimientos para el recuerdo, la focalización de la atención en contenidos específicos o la organización de la realidad a través de categorías, por medio de la organización de los objetos y del lenguaje. Dentro de éstas últimas, cobra especial importancia las aportadas por el lenguaje que de forma estructurada es transferido al niño. La sintaxis del lenguaje supone una ordenación lógica del mismo que permite respetar la funcionalidad y comprensividad lingüística. En consecuencia, se convierte en una estructura para la memoria que por su naturaleza constructiva se apoya en él. Por ejemplo, los educadores enseñan a los niños a clasificar el material didáctico y a guardarlo en cajones, pero a su vez lo categorizan por medio de palabras y lo estructuran lógicamente por medio de enunciados dentro de un discurso. De esta manera se facilita el recuerdo de su ubicación. Otras estrategias enseñadas por los adultos o los niños más mayores que veremos a continuación son las destinadas a buscar objetos, la repetición-ensayo y error, la organización de los recuerdos y la atención selectiva. Algunas estrategias de los más pequeños para el recuerdo La búsqueda de objetos El empleo de estrategias para el recuerdo de objetos escondidos es una habilidad que los niños más pequeños no utilizan por sí mismos, pero que pueden emplear con la ayuda del adulto, entre los 18 y los 24 meses. En un estudio de Deloache Cassidy y Brown (1985) los niños de estas edades tenían que buscar un juguete escondido (Big Bird) en algunos lugares, como por ejemplo, debajo de una almohada de la sala de estar o de la sala de juego del laboratorio. A los niños se les pedía que recordasen dónde estaba escondido el juguete. A continuación se les distraía con juguetes atractivos y cada 4 minutos se interrumpían los juegos para introducir estrategias de recuerdo. Estas consistían en hablar del Big Bird, de dónde estaba, o se señalaba donde estaba escondido. De este modo se trataba de mantener estable el recuerdo en la memoria a corto plazo. Los niños participaban de estas actividades de recuerdo (grupo experimental) siempre que el Big Bird estuviese escondido, no así si estaba a la vista (grupo de control). A la vista del estudio, los investigadores concluyeron que aunque los niños de estas edades no utilizan por sí mismos las estrategias de recuerdo si reconocen su utilidad o importancia, aceptando la ayuda del adulto, cuando es preciso recordar dónde están los objetos. En general los niños pequeños no utilizan espontáneamente estrategias de recuerdo para buscar objetos escondidos. Sin embargo, en algunas tareas sencillas, como son las tareas espaciales, el agrupamiento en categorías se produce cuando intentan recordar. En un estudio de Deloache y Told (1988) los niños de 5 años vieron como el experimentador escondía caramelos y fichas de madera en varios contenedores iguales, pequeños y opacos. Se les decía que debían recordar cuáles de los contenedores contenían los caramelos. ¿Qué hacían los niños de 5 años?. Los niños tomaban cada contenedor tal y como fue manipulado anteriormente por el experimentador y lo colocaban encima de la mesa. Finalmente, los contenedores se presentaban en dos grupos: los de caramelos y los de fichas. Esta actividad del niño parece que es una estrategia espacial para el recuerdo, dado que no se producía en los niños del grupo de control, a los que no se les pedía que recordasen donde estaban los objetos. En un estudio realizado posteriormente por los mismos autores, en el que las dos categorías de contenedores fueron perceptualmente distintas (por ejemplo unas cajas de clips contenían caramelos y unas de rollos fotográficos tenían fichas) los niños entre los 2 y los 4 años también fueron capaces de emplear la categorización espacial que usaban los de 5 años del estudio anterior, lo que permitió concluir a los autores que los niños de dos años eran capaces de usar estrategias espaciales de recuerdo empleando dos categorías perceptualmente distintas. Desde el punto de vista educativo podemos ejemplificar este sistema de categorización centrado en la discriminación visual de rasgos destacables, más si empleamos objetos llamativos, emocionalmente intensos y de interés para el niño, como por ejemplo, los títeres. La repetición como estrategia para recordar La repetición es una estrategia útil para el recuerdo cuando hay que memorizar literalmente un contenido, como por ejemplo, un número telefónico, o una lista de imágenes. Los niños en edad escolar la utilizan con frecuencia para este tipo de contenidos, como sucedía antiguamente con el aprendizaje de las tablas de multiplicar por medio de una canción. No obstante, los niños menores de 6 años la emplean menos que los mayores de esta edad (entre 7 y 10 años), como nos indica Siegler (2005, p. 248) en referencia a estudios diversos (Flavell, Beach y Chinsky, 1966). Sin embargo, estudios posteriores han demostrado que los niños de 5 o 6 años también son capaces de utilizar la repetición para recordar siempre que se les enseñe y se les pida expresamente. La diferencia con los niños más mayores reside en que estos últimos la tienen incorporada como estrategia y la emplean habitualmente, mientras los de 5 tienen que ser controlados para que la empleen. Además los niños de 5 años que utilizan la repetición recuerdan mejor una lista de contenidos que los que no la emplean de su edad, aunque nunca llegan a alcanzar los niveles de los de 10 años (McGilly y Siegler, 1989). Organización de los contenidos para el recuerdo Los maestros saben que los niños de 10 años son capaces de organizar la información. Por ejemplo si tienen que recordar términos, como plátano, silla, perro, pera, mesa y gato, los clasifican en frutas, muebles y animales. De este modo la organización del conocimiento en categorías, apoya a las estrategias de repetición. En otras ocasiones, el conocimiento se organiza espacialmente, objetos cercanos; funcionalmente, objetos relacionados por su uso; temporalmente, eventos contiguos; causalmente; cronológicamente; emocionalmente u otros criterios. Tal y como sucede con la repetición, los niños de 10 años son más capaces de usar estrategias de organización que los de 5 o 6 años. Sin embargo, estos últimos también pueden usarlas y ser más eficaces en el recuerdo, en comparación con los niños de su edad que no las emplean (Coyle y Bjorklund, 1997). En algunos estudios se ponen en evidencia otros fenómenos relacionados con las estrategias de organización. Por ejemplo, en ocasiones hay cambios bruscos o saltos cualitativos en el uso de estrategias de organización, mejorando, a su vez, súbitamente la capacidad de recuerdo de los niños (Schlagmueler y Schneider, 2002). También se plantea que en unos casos, los niños aprenden unas estrategias y las emplean regularmente. Sin embargo, en otras ocasiones los niños no generalizan el aprendizaje y no transfieren lo aprendido a las situaciones que no se parezcan a la original (Willians y Goulet, 1975). En definitiva, no siempre se produce la generalización sobre las estrategias aprendidas como veremos en el capítulo dedicado a la solución de problemas. La Atención Selectiva Los educadores infantiles dedican un tiempo importante de las comunicaciones que dirigen a centrar la atención de los niños sobre el referente de la actividad a realizar (Prieto, 1998). De ese modo, los niños pequeños aprenden rápidamente a focalizar la atención en aquellos objetos o acciones que los adultos les señalamos. Por ejemplo los niños de 4 años a los que se les dice que deben recordar el nombre de algunos juguetes durante un tiempo tienden a mirar y nombrar más a menudo esos objetos (Baker-Ward, Ornstein y Holden, 1984). A continuación pasamos a describir un estudio clásico en el que se pone de manifiesto el desarrollo con la edad de la estrategia de atención selectiva (DeMarie-Dreblow y Miller, 1988; Miller y Seier, 1994) (ver figura pag. 249, Siegler). El experimentador presentaba a los niños 2 filas de cajas con 6 cajas en cada fila. Dentro de cada caja se encontraba un animal de juguete o un objeto familiar. En el frente de las cajas de animales estaba dibujada una jaula y en el del objeto familiar, una casa. A un grupo de niños se les planteaba que tenían que recordar dónde estaban los animales y a otro dónde estaban los objetos familiares. A continuación se les dejaba un tiempo de estudio, durante el cual podrían abrir las cajas que deseasen para ayudarles a recordar donde estaban los animales o los objetos. En los resultados se observó lo siguiente: Desde los 3 a los 8 años, los niños fueron cada vez más selectivos a la hora de centrar la atención en las categorías más relevantes. Los niños menos avanzados (primer nivel de desarrollo), entre los que se encontraban los más pequeños, miraban indiscriminadamente en ambos tipos de cajas durante el periodo de estudio. Sin embargo, los niños algo más avanzados (segundo nivel de desarrollo) miraron mucho más frecuentemente en la categoría relevante aunque también mirasen en la otra. No obstante, los del tercer nivel de desarrollo, miraron casi exclusivamente en las cajas de la categoría seleccionada. Sin embargo y a pesar de las diferencias, los niños de los tres primeros niveles de desarrollo mantuvieron los mismos niveles de recuerdo. Finalmente, un cuarto nivel de desarrollo sólo miró en la categoría seleccionada, centrando únicamente su atención en ella y no perdiendo el tiempo en las otras. Este grupo fue el que obtuvo el mayor nivel de recuerdo. Además de estos resultados en el nivel de recuerdo se ha observado que los niños más avanzados eran más sistemáticos en la exploración por medio del movimiento de sus ojos (Vurpillot, 1968). En otro estudio, a los niños se les mostraron pares de imágenes de casas con tres pisos cada una y dos ventanas por piso pero que presentaban algunas diferencias. En cada ventana había varios dibujos u objetos, algunos familiares, como una maceta y otros no familiares, como un corazón de la baraja. El problema planteado residía en determinar si la casa de la izquierda era idéntica a la de la derecha. El sistema más eficaz incluía una exploración sistemática de arriba abajo y de izquierda a derecha o viceversa, permitiendo todas las comparaciones. Por las estrategias planteadas por los niños, como en el experimento anterior, los niños más mayores focalizaron su atención usando sólo la información relevante y las estrategias más sistemáticas. ¿Por qué los niños más pequeños no emplean siempre la estrategia más exitosa para recordar? Los primeros intentos de dar una respuesta a esta pregunta recurrían a dos hipótesis que planteaban lo siguiente: Los niños más pequeños presentan deficiencias mediacionales y deficiencias de producción (Flavell, 1970). Sin embargo, dichos planteamientos se han manifestado como incorrectos a la luz de la investigación actual. Desde este punto de partida Siegler aboga por evaluar el uso de estrategias de recuerdos en términos de costos y beneficios (Siegler, 2005). En este marco teórico, plantea que el aprendizaje y el empleo de una estrategia nueva de recuerdo, como la repetición, entraña un costo mayor para un niño pequeño que para uno mayor; y no siempre el beneficio es claro. Por ejemplo, el recuerdo de un conjunto de números mientras se realiza otra tarea, como dar golpecitos con el dedo índice encima de la mesa, es difícil para el niño pequeño y produce un decrecimiento en el nivel de realización de la tarea secundaria del niño. Según Siegler, en la medida que se incrementen los beneficios y se reduzcan los costos, el niño ira optando progresivamente por el cambio de estrategias. Siegler cita dos estudios para defender su hipótesis. En el primero de Kunzinget y Wittryol (1984), se incrementaron los beneficios. Los niños recibían dinero si recordaban más y empleaban las estrategias mejores. En el segundo de Ornstein y otros autores (1985) se simplificó la tarea de repetición a recordar y por lo tanto se redujeron los costos. En otros casos los niños emplean las estrategias nuevas pero les exigen tanto esfuerzo que no las pueden utilizar eficazmente. Se produce lo que Siegler denomina deficiencia de utilización. Este es un fenómeno propio de los aprendizajes incipientes, muy especialmente si son complejos. No obstante, con la práctica, el esfuerzo se va a reducir y el costo va a descender, lo que redunda en la eficacia. Por ejemplo, la organización inicial de conceptos en torno a categorías requiere de un gran esfuerzo mental. Sin embargo, una vez que está bien estructurado, la introducción de nuevos conceptos dentro de cada categoría es mucho más rápida y fácil. En la medida que se va produciendo el desarrollo, los niños de mayor edad mejoran tanto en la frecuencia de uso de las estrategias como en la calidad de su utilización, desarrollando versiones más efectivas y personales, adaptándolas a los contextos y mejorando su nivel de recuerdo. Por último señalar que el entrenamiento de los niños en estrategias de memoria no garantiza el uso continuado de las mismas. Posiblemente los niños realicen valoraciones metacognitivas que les lleven a decidir. Pero sobre este aspecto trataremos en el apartado siguiente. La Metacognición La metacognición o capacidad de reflexión sobre el conocimiento propio, se puede dividir en dos tipos, según el tipo de conocimiento. a.- Explícita, consciente o factual b.- Implícita, no consciente y procedimental Un ejemplo incipiente de la primera lo tenemos en que incluso los niños preescolares son conscientes de que es más fácil recordar pocos que muchos ítems. No obstante, una parte importante de la metacognición no es consciente como la que se requiere para la lectura, muy especialmente si el texto es complejo. Conocimiento metacognitivo explícito Los niños que superan los 6 años y la mayoría de los niños mayores y los adultos poseen una gran cantidad de conocimiento sobre su pensamiento y memoria. Este conocimiento incluye información sobre las tareas a desarrollar (Ej: es más fácil recordar contenidos concretos como nombres de frutas que nombres abstractos), las estrategias de recuerdo (Ej: repetición, organización …) y las capacidades de las persona (Ej: los niños mayores recuerdan más que los pequeños). No obstante, si nos vamos a encontrar con diferencias importantes entre los niños menores y mayores de 6 años. Antes de los 6 años, los niños aprenden que es más fácil recordar contenidos familiares que desconocidos (Kreutzer, Leonard y Flavell, 1975) y que las listas cortas son más fáciles de recordar que las largas (Wellman, 1977). Sin embargo los conocimientos sobre metamemoria de los menores de 6 años presentan bastantes limitaciones. Tal y como nos explica Siegler, un conocimiento de metamemoria muy elemental es el que nos permite determinar que la memoria es débil y puede fallar. En este sentido, la mayoría de los niños por encima de 6 añós saben que pueden olvidar; sin embargo el 30% de los de 5 años niegan que se puedan olvidar de algo (Kreutzer, Leonard y Flavell 1975). Además, los niños más pequeños son muy optimistas y se sobrevalúan en su capacidad de recuerdo. Por ejemplo, en un estudio de Flavell y cols. (1970) les preguntaron a los niños de 4 años cuántas imágenes eran capaces de recordar de un total de 10. Los pequeños contestaron que todas, incluso después de haber realizado la tarea y haber recordado sólo 2. Estas contestaciones reflejan más el deseo que la realidad y un nivel muy bajo de conocimiento de sus capacidades de memoria. Además, tal como indica Vasta (1996), los niños pequeños no presentan muchas veces un comportamiento y unas estrategias de memoria propias cuando se les plantea que recuerden algo, como ya señaló Appel, y no acaban de entender algunos fenómenos básicos de la memoria. Por ejemplo que los elementos relacionados son más fáciles de recordar que los no relacionados (Kreutzer Leonard y Flavell, 1975) o que recordar el contenido de una historia es más fácil de recordar que las palabras exactas (Kurtz y Borkowski, 1987). Durante la educación primaria y secundaria los niños y los adolescentes adquieren un amplio rango de conocimiento acerca de cómo el tipo de tarea, las estrategias y las características de los aprendices afectan a la memoria (Scheneider y Bjorklund, 1998; Weinert, 1986).). Según indica Siegler (2005) la mitad de los niños de primer grado y todos los de 5º grado saben que es más fácil recordar la idea central de una historia que recordarla al pie de la letra. De manera análoga, la mitad de los de primer grado y todos los de 5º grado saben que es más fácil reconocer que evocar o recordar. El desarrollo de estas capacidades metacognitivas durante este periodo podría estar estimulado por el incremento de las tareas escolares que exigen recordar y por el feedback recibido por los individuos más expertos. Conocimiento metacognitivo implícito Los niños pequeños, menores de 6 años, poseen un buen nivel de conocimiento implícito que contrasta con su limitado conocimiento explícito. Este fenómeno es especialmente evidente en el control de sus actividades cognitivas. Por ejemplo, los niños de dos años demuestran que son capaces de controlar su uso del lenguaje cuando corrigen espontáneamente sus errores y los de otros niños en pronunciación, gramática y denominación de los objetos. ¿El desarrollo de la metamemoria produce efectos en la memoria? Aunque el sentido común nos lleva a responder positivamente, los resultados de las investigaciones no son muy esclarecedores. De hecho las primeras investigaciones (Cavanaught y Perlmutter, 1982) obtuvieron correlaciones muy bajas y estudios posteriores correlaciones algo más altas (Schneider y Bjorklund, 1998). No obstante, debemos matizar estas conclusiones, porque como indican varios autores no tenemos aun muchas evidencias científicas sobre la relaciones entre metaconocimiento y desarrollo de la memoria. A pesar de que las conclusiones sobre las relaciones entre metamemoria y desarrollo de la memoria no son muy concluyentes muchos investigadores siguen trabajando como si así fuese, dado que es difícil no creer que el conocimiento del niño sobre sus capacidades cognoscitivas no influya en su capacidad de recuerdo. En una de estas aproximaciones (Ghatala y otros, 1985; Pressley, Borkowski y Schneider, 1987) se ha preparado a los niños en diferentes formas de metamemoria y se han observado los efectos en la actuación de su memoria, encontrando mejoras relevantes. Según interpretan algunas autores (Vasta, 1995), el estudio de la relación entre metamemoria y desarrollo de la memoria queda incompleto sino lo relacionamos con otros procesos cognoscitivos. Hay que tener en cuenta que la elección por el sujeto de una u otra estrategia de memoria es una decisión voluntaria que implica múltiples aspectos como son: experiencia y conocimiento de la tarea, objetivos, evaluación de posibilidades, control de la realización, evaluación de resultados y otros. En este sentido, como nos sucede en los fenómenos psicológicos más complejos, el estudio de dimensiones aisladas no es muy productivo, por la gran cantidad de variables que están influyendo en la dimensión estudiada y que son muy difíciles de controlar. El papel del conocimiento y de las influencias culturales Desde nuestra perspectiva, el conocimiento previo del sujeto juega un papel fundamental en el desarrollo de la memoria. De este modo, mantenemos una postura constructivista de la memoria, en la que los niños deben estructurar los conocimientos nuevos a partir de los previos. De este modo, entendemos que la información se ordena lógicamente y se estructura desde los límites y posibilidades de la estructura y fisiología neuronal. A su vez, la orientación constructivista no tendría sentido en contextos reales si las conductas de los niños no las comprendiésemos desde las intenciones y escenarios culturales. Van a ser estos, como la familia o la escuela, los que determinarán las prioridades y objetivos a conseguir, ofreciendo al niño sistemas cognoscitivos complejos en los que se determina qué aprender y cómo aprender, como son por ejemplo, los currículos educativos. Las capacidades previas de los sujetos, por ejemplo, sus habilidades en la solución de problemas, su nivel de inteligencia o simplemente su experiencia profesional o expectativas en un campo concreto pueden influir enormemente en la memorización y el recuerdo, favoreciendo su fiabilidad o perjudicándolo. En esta línea, ya Piaget demostró que si a los niños preoperaorios entre 4 y 5 años les proporcionábamos una serie ordenada de líneas y les pedíamos que las recordasen, al cabo de una semana no eran capaces de recordar manteniendo el orden de la serie, error que no sucedía con niños del estadio operatorio. Piaget interpretó que el tipo de inteligencia determinaba el tipo de recuerdo. Sin llegar a una conclusión tan definitiva, el tipo de inteligencia organiza la información y por lo tanto el recuerdo. Por tipo de inteligencia no entendemos sólo las defendidas por Piaget, sino que desde la perspectiva de la teoría de la actividad (Leontiev, 1981) pensamos que la actividad profesional o en general las actividades principales que desarrolla el individuo le lleva a desarrollar en profundidad determinadas operaciones manuales y mentales, desde las que evalúa la realidad. Un ejemplo típico lo tenemos en las formas particulares de conocer y evaluar la realidad que tienen los distintos profesionales: abogados, economistas, médicos u otros. Los niños más pequeños sólo se encuentran en el inicio de este desarrollo cultural, pero ya están inmersos en prácticas culturales específicas, entre las que destacamos las relacionadas con las rutinas de higiene y alimentación, las de relación familiar, social e interacción con la comunidad, las de consumo, las ideológico-religiosas y las de juego y aprendizaje escolar. Todas ellas, implican estrategias, operaciones y prácticas específicas (Por ejemplo: la repetición infantil de los textos religiosos y la participación activa en el culto), instrumentos de mediación (Por ejemplo: los textos sagrados o los libros de texto), conocimientos, creencias, valores y normas compartidas por el grupo social. En todas ellas, se busca que el niño se convierta en un agente activo de la comunidad, y para ello debe pensar y actuar como sus líderes y agentes de socialización. En definitiva, por medio de dichas prácticas y en el ejercicio de las mismas se construye y controla la mente y el recuerdo del niño. En definitiva, las prácticas culturales son la forma más eficaz de control. Sin embargo, frente a la homogeneidad cultural de épocas pasadas, en la actualidad el niño recibe un gran abanico de influencias con modelos culturales diversos, algunos de ellos contradictorios entre sí. Modelos educativos, de ocio, religiosos, políticos, económico-sociales, ecológicos, comunitarios, científicotécnicos o familiares, confluyen en las actividades escolares y familiares, recibiendo una fuerte influencia de los medios de comunicación, muy especialmente de la televisión e internet. Entre todos los medios de comunicación se produce una pugna por llamar la atención del niño y prevalecer sobre los demás. El niño se ve saturado de información sin criterios previos de selección, lo que conlleva una ventaja especial para las fuentes de información que más se repiten y que emplean los medios más sencillos y atractivos para los niños. De este modo, los contenidos ofrecidos por los medios audiovisuales gozan de una ventaja especial frente al instrumento clásico: el texto. En consecuencia la memoria del niño se organiza más en función del recuerdo de sonidos e imágenes que del lenguaje escrito. El desarrollo de una mente audiovisual goza de una prioridad sobre la mente de fundamento textual. El discurso del niño relata historias reales o imaginarias construidas sobre las imágenes y el discurso oral que las apoya. En definitiva vivimos una época de transición en los instrumentos de construcción de la mente y en la ampliación de las posibilidades de conocimiento. Para finalizar señalar que al igual que el adulto, el niño no puede recordarlo todo y debe seleccionar la información. Por su alcance y relevancia vamos a dejar este interesante tema para otros textos. En ellos deberemos contestar a algunas preguntas fundamentales. ¿Cómo se seleccionan los recuerdos específicos en la mente infantil?. ¿Qué dimensiones intervienen?. ¿Cómo se establecen las prioridades en el acceso a la información?. El valor emocional y el recuerdo La importancia del impacto emocional en el recuerdo fue destacada anteriormente en el estudio con estudiantes universitarios de Usher y Neisser. En este sentido, nos gustaría retomar algún elemento conceptual de la teoría freudiana. Si bien no vamos a entrar a discutir aquí, por discrepancias metodológicas, la teoría de Freud (1973) sobre la represión sexual y su naturaleza traumática, si nos parece importante el empleo de algún concepto que nos permita acercarnos a la relación entre emoción y recuerdo. Uno de estos conceptos es el de objeto hiperintenso. Los objetos hiperintensos son aquellos que están dotados de un contenido por parte del sujeto de alto valor emocional. Todos ellos se caracterizan por modificar profundamente el recuerdo de dicha situación. Ante el objeto hiperintenso se producen diferentes tipos de reacciones, según la evaluación que realicemos, positiva o negativa. Por ejemplo en las reacciones ante objetos que evaluamos como muy penosos, se dan dos modalidades principales. En la primera, el individuo no soporta el estado de tensión emocional o stress que le produce el recuerdo y de manera involuntaria su cerebro inhibe el recuerdo del objeto hipertenso. En la segunda, el individuo de manera voluntaria evita el recuerdo penoso, por ejemplo evitando a la persona que se lo causa. Si por el contrario, nos encontramos ante objetos que nos producen mucha satisfacción o agrado, parece que el recuerdo está garantizado. En conclusión, si bien pensamos que el recuerdo está estructurado lógica y constructivamente, se puede ver favorecido o entorpecido por las condiciones emocionales en los que se desarrolle la adquisición del conocimiento. A pesar de que los recuerdos están sometidos a una organización lógica; en casos extremos, se pueden producir excepciones y el cerebro puede establecer prioridades para el recuerdo de objetos de alto contenido emocional aunque no podamos establecer una relación de los mismos con los contenidos previos. El desarrollo de un contexto sociafectivo positivo en la educación va ser un aspecto muy relevante en el diseño de la práctica educativa. Por ejemplo, la utilidad de los personajes fantásticos en la educación infantil, fácilmente recordables por los niños, pone de manifiesto el papel favorable que juegan las emociones cuando las empleamos positivamente. Las emociones, se convierten, como ya interpretó Wallon (1941), en un factor fundamental del desarrollo y el aprendizaje del niño en todos los niveles educativos y muy especialmente en la educación infantil. El educador como figura querida y deseada por los niños, dota a las intenciones y contenidos educativos de una especial relevancia. Al contrario, una relación emocional fría o frustrante para el niño, desvaloriza y provoca el rechazo de los contenidos escolares. Resumen Tanto desde el paradigma de la habituación como del condicionamiento se va a poner de manifiesto la capacidad del bebé para reconocer estímulos que ha percibido anteriormente. A su vez, este paradigma se combina con el de la preferencia del bebé por estímulos nuevos o familiares. La duración de la retención en la memoria se modifica sustancialmente a lo largo del primer año. Como demuestran los experimentos del móvil y del tren de Rovee-Collier y sus colegas, los niños avanzan rápidamente en su capacidad de retención durante los 18 primeros meses. La mayoría de los autores están de acuerdo con el fenómeno de la amnesia infantil en términos generales. Es decir los niveles de recuerdo son muy bajos o prácticamente inexistentes en la niñez avanzada, juventud y edad adulta sobre los eventos sucedidos en los primeros 4 años, situándose el umbral de recuerdo entre los 3,5 y los 4 años (Bjorklund, 2005). En especial, el olvido recae muy especialmente en todos los contenidos referentes a la memoria autobiográfica, elemento clave de nuestra identidad (Nelson, 1996). ¿Por qué no se pueden recordar los eventos de la primera infancia? Desde una perspectiva cognitiva algunos autores sostienen que la información no se puede almacenar adecuadamente en la MLP hasta los dos años de edad. A su vez, una segunda hipótesis plantea que los niños más pequeños codifican la información de manera distinta a como lo hacen los mas mayores y los adultos. Las hipótesis del procesamiento se pueden complementar con las hipótesis neuropsicológicas, citadas anteriormente, que plantean que hasta los dos años aproximadamente, no se producen las interconexiones necesarias entre la corteza prefrontral, el hipocampo y otras regiones corticales, mejorando ostensiblemente durante el tercer año. Otros autores recurren a las hipótesis relacionadas con el lenguaje. Antes de los 3 años el lenguaje está muy poco desarrollado y por lo tanto las experiencias no se codifican y representan adecuadamente a través de él. Las hipótesis anteriores se pueden completar desde una interpretación sociocultural. De este modo, la memoria autobiográfica del niño no es una sólo una capacidad individual sino una capacidad colectiva que permite compartir la información desde las intenciones culturales. La memoria implícita es un tipo de memoria en la que el sujeto no es consciente de su presencia (Howe, 2000, Rovee y Collier, 1999). Es un fenómeno existente en todos los sujetos y no sólo en los niños pequeños preverbales. Los dos tipos de memoria, la explícita y la implícita parece que están gobernados por sistemas cerebrales diferentes tal como revelan las investigaciones con personas con daños cerebrales (Shacter, Norman y Koustaal, 2000). La memoria de eventos es explícita dado que somos conscientes de nuestros recuerdos. Pero frente a otros tipos de memoria, como la que necesitamos para recordar una lección, no es intencional y por lo tanto no desarrollamos estrategias para el recuerdo. La mayoría de los recuerdos infantiles están asociados a eventos que suceden todos los días o muy frecuentemente. K. Nelson y sus colegas demostraron que los niños tienden a organizar los eventos en términos de scripts que son formas esquemáticas de organización de la realidad a partir de las relaciones causales y temporales (Nelson, 1993, 1996; Fivush, 1997). La dinámica de interacción influye en la organización de la memoria, sosteniendo algunos autores de esta orientación (Hudson, 1990) que el recuerdo se puede entender como un tipo de actividad que primero se realiza conjuntamente entre padres e hijos y después individualmente por los niños. ¿Es la memoria un dominio general o un conjunto de dominios y habilidades específicas? No nos encontramos ante un solo dominio y habilidad sino ante diferentes dominios y habilidades. No obstante, y a pesar de esta afirmación, debemos de comprobar si dichas habilidades y dominios están vinculados entre sí o son independientes. ¿Es estable la memoria con el transcurso del tiempo?. La estabilidad de la memoria es bastante buena para todas las edades en periodos cortos, en torno a 2 semanas. A su vez en periodos largos, el tipo de tarea a desarrollar dificulta o facilita la estabilidad de los recuerdos. Por último, la estabilidad empeora con el tiempo transcurrido y mejora con la edad en los primeros 10 años. Uno de los campos de investigación que ha provocado una mayor atención en el estudio de la memoria es el que se centra en la psicología jurídica y más específicamente en el empleo de los niños como testigos de los procesos judiciales. Sólo un estudio pormenorizado de las diferentes dimensiones en cada caso puede arrojar luz sobre la fiabilidad de un testimonio infantil, siendo muy difícil de establecer reglas generales, muy especialmente en los niños pequeños. ¿Por qué los niños más mayores recuerdan mejor? Las mejoras en la maduración cerebral, el desarrollo del conocimiento y el empleo de estrategias de recuerdo son las tres respuestas principales a esta pregunta. Algunas estrategias de los más pequeños para el recuerdo El empleo de estrategias para el recuerdo de objetos escondidos es una habilidad que los niños más pequeños no utilizan por sí mismos, pero que pueden emplear con la ayuda del adulto, entre los 18 y los 24 meses. La repetición es una estrategia útil para el recuerdo cuando hay que memorizar literalmente un contenido, como por ejemplo, un número telefónico, o una lista de imágenes. Los niños en edad escolar la utilizan con frecuencia para este tipo de contenidos, como sucedía antiguamente con el aprendizaje de las tablas de multiplicar por medio de una canción. No obstante, los niños menores de 6 años la emplean menos que los mayores de esta edad Los maestros saben que los niños de 10 años son capaces de organizar la información. Por ejemplo si tienen que recordar términos, como plátano, silla, perro, pera, mesa y gato, los clasifican en frutas, muebles y animales. Los educadores infantiles dedican un tiempo importante de las comunicaciones que dirigen a centrar la atención de los niños sobre el referente de la actividad a realizar (Prieto, 1998). De ese modo, los niños pequeños aprenden rápidamente a focalizar la atención en aquellos objetos o acciones que los adultos les señalamos. ¿Por qué los niños más pequeños no emplean siempre la estrategia más exitosa para recordar? Los primeros intentos de dar una respuesta a esta pregunta recurrían a dos hipótesis que planteaban lo siguiente: Los niños más pequeños presentan deficiencias mediacionales y deficiencias de producción (Flavell, 1970). Sin embargo, dichos planteamientos se han manifestado como incorrectos a la luz de la investigación actual. Por ej Siegler aboga por evaluar el uso de estrategias de recuerdos en términos de costos y beneficios (Siegler, 2005). La metacognición o capacidad de reflexión sobre el conocimiento propio, se puede dividir en dos tipos, según el tipo de conocimiento. a.- Explícita, consciente o factual b.- Implícita, no consciente y procedimental A pesar de que las conclusiones sobre las relaciones entre metamemoria y desarrollo de la memoria no son muy concluyentes muchos investigadores siguen trabajando como si así fuese, dado que es difícil no creer que el conocimiento del niño sobre sus capacidades cognoscitivas no influya en su capacidad de recuerdo. Desde nuestra perspectiva, el conocimiento previo del sujeto juega un papel fundamental en el desarrollo de la memoria. De este modo, mantenemos una postura constructivista de la memoria, en la que los niños deben estructurar los conocimientos nuevos a partir de los previos. De este modo, entendemos que la información se ordena lógicamente y se estructura desde los límites y posibilidades de la estructura y fisiología neuronal. Si bien pensamos que el recuerdo está estructurado lógica y constructivamente, se puede ver favorecido o entorpecido por las condiciones emocionales en los que se desarrolle la adquisición del conocimiento. El desarrollo de un contexto sociafectivo positivo en la educación va ser un aspecto muy relevante en el diseño de la práctica educativa.