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Wolfgang Amadeus Mozart Mozart: su infancia; prodigio de precocidad Mozart fue un genio musical universal, rebosante de melodías y de ideas musicales. La carrera artística de Mozart tiene su punto de partida en los palacios de los grandes de su tiempo y acaba, después de una corta vida de treinta y cinco años, en la fosa común. En toda la historia no se conoce un caso tan asombroso de instinto musical, natural y espontáneo, comparable al de Mozart. Desde la más temprana niñez, este instinto se manifestó instantáneamente y continuamente. Apenas podía tener conocimientos de los rudimentos más elementales de solfeo, compuso ya a los cuatro años, pequeños ejercicios; alguna vez, sus padres lo sorprendieron escribiendo incluso un concierto de piano. Lo extraordinario de su talento musical llamó loa atención de sus padres. Nacido el 27 de Enero del año 1756 en Salzburgo. Obtuvo una educación musical sumamente metódica. Mozart tuvo la suerte de que su padre, de nombre Leopold, fuera músico extraordinariamente culto y de gran talento pedagógico. Leopold Mozart fue músico en la corte arzobispal de Salzburgo, en donde ocupó más tarde el cargo de segundo director de orquesta. A los seis años Wolfgang Amadeus llegó a interpretar a primera vista en el Clave toda la música que se le presentaba, y de un modo tan notable, que el padre se dedicó a emprender con su hijo una primera tournée de conciertos por Munich y Viena, en compañía de su hermana Nannrel, de un talento musical igualmente sobresaliente. Desde el año 1763 (cuando Wolfgang tenía solo siete años) viajaron durante tres años, a través de Alemania, Bélgica, Francia, Inglaterra, Holanda y Suiza. En el año 1768 volvieron a visitar Viena para emprender, en 1769, 1771, y 1772, tres viajes a Italia. El niño prodigio provocó en todas partes una admiración y un entusiasmo extraordinarios, no solamente por sus capacidades increíbles, sino también por la sencillez y la espontaneidad de su modo personal. A los ocho años compuso sus primeras sinfonías; a los doce, su primera ópera y una misa, cuya interpretación dirigió el propio Mozart. A los catorce, se lo nombró concertino en la orquesta de la corte salzburguesa. Fue acogido como compositor entre los miembros de la “Academia Filarmónica” boloñesa, aunque los estatutos de esta prestigiosa entidad no permiten la admisión de miembros menores de veinte años. Pronto recibió el mismo nombramiento honorífico de la Academia de Verona. A los quince años Mozart aventajaba a otros compositores, al menos diez años mayores que él, en cuanto a impresiones y experiencias humanas y artísticas. Juventud y madurez de Mozart Después de la vuelta a Salzburgo inició una segunda fase de su evolución, que fue un decenio de creciente madurez artística y de emancipación personal. En el año 1777 ( a los 21 años) se le negó una licencia para ausentarse de Salzburgo. Mozart se vio obligado a resignar el servicio, para emprender esta vez en compañía de su madre, una tournée de conciertos, que se había propuesto realizar, por Munich, Augsburgo, Mannheim y París. Este viaje comprendió un acontecimiento de gran importancia para su vida futura, en París, la muerte de su madre, después de una grave enfermedad, falleció en la noche del 3 de Julio. Poco después Mozart volvió a Salzburgo para entrar en el último decenio de su vida, decenio de madurez y de maestría. A los 25 años abandonó definitivamente el pesado servicio de la corte arzobispal y se trasladó a Viena. Allí conoce a Conztanze Weber con quien tiene un noviazgo tan corto como rico en acontecimientos dramáticos; aunque el padre hizo al principio una oposición violenta, fianlmente no pudo negar su consentimiento. Desgraciadamente quedó demostrado que Mozart, había sobreestimado bastante las cualidades de su Constanza. Esto no quiere decir que todos los reproches que posteriormente se le han hecho fueran justificados, puesto que el matrimonio fue más feliz de lo que generalmente se suponía. La pareja tuvo seis hijos. Pero Constanza tenía bastante acusado aquel carácter desequilibrado, y si bien es verdad que Mozart no sabía calcular (gastaba más de lo que podía), hay que reconocer que ella era una malísima ama de casa. Crecieron las calamidades materiales y las preocupaciones por la vida cotidiana, cada día más apremiantes. Al par de la creación de sus obras más geniales, se le agotaron las fuerzas físicas. En 1787 obtuvo finalmente un puesto en la corte Vienesa, pero un cargo irrelevante como “compositor de cámara” imperial, con un sueldo de 800 florines. Durante el tiempo que pasó en la capital autríaca el puesto de “compositor de la corte” fue ocupado por Antonio Salieri, su supuesto enemigo. En el otoño de 1791 ( a los treinta y cinco años), las fuerzas de resistencia de su frágil organismo se hallaban consumidas. A partir de mediados del mes de Noviembre, ya no pudo abandonar la cama. En la última tarde de su vida reunió a algunos amigos e interpretó con ellos fragmentos de su Requiem inacabado. Por la noche sobrevino la crisis, perdió el conocimiento y hacia la una de la madrugada del día 5 de Diciembre del año 1791 falleció, antes de haber cumplido los treinta y seis años. La misa de Requiem, fue la última composición mozartiana. El mito y el misterio que lo han rodeado desde la muerte de Mozart recobró actualidad por la famosa (aunque históricamente incorrecta) película y obra maestra de teatro “Amadeus”, porque en realidad el Requiem fue encargado por el Conde Walsegg-Stuppach, un compositor aficionado que pretendía aparentemente que se creyera que era él quien lo había escrito en memoria de su esposa. Mozart mantuvo el secreto sobre este particular. Según confesión de sus últimos días a su discípulo Süssmayr, el compositor creía que estaba componiendo la obra para sí mismo. En cualquier caso murió antes de poder concluirlo y su viuda Constanze, por razones económicas debía entregarlo completo al conde. De ahí que confiara la obra de Mozart a Süssmayr, al cual se debe la terminación de la partitura inacabada por su creador. Los médicos no han llegado a aclarar la causa de su muerte. Según la opinión de uno de ellos, se trataba de un tumor cerebral; en opinión de otro de fiebre miliar, mientras que un tercer diagnóstico dio una Hidropesía. Por toda herencia, solo dejó sesenta florines, cantidad insuficiente para pagar un sepulcro individual, de modo que el compositor Wolfgang Amadeus Mozart fue enterrado en la fosa común. Constanza estaba en alto grado quebrantada, y solo algunos amigos siguieron el ataúd, un funeral de tercera clase. A causa de una lluvia torrencial, estos amigos no siguieron en la comitiva fúnebre hasta el cementerio y volvieron a sus casas cuando apenas habían llegado a las puertas de la ciudad. Cuando posteriormente Constanza preguntó por la tumba de su esposo, se encontró con un nuevo sepulturero, el cual no se la supo indicar. Ninguna señal, ninguna cruz señaló el lugar donde Mozart yacía. Solo un admirador desconocido, el hijo del guardián del cementerio, había tomado nota, según dijo, del sitio exacto en el cual Mozart fue enterrado, y salvó, diez años más tarde, el supuesto cráneo del maestro, que se conserva en el mozarteum de Salsburgo. Lo que debe la historia musical a Mozart es inconmensurable. Y esto no solo por su inmensa productividad, que se desplegó a través de los treinta y seis años de esta vida, y tampoco por la universalidad de su espíritu, que abarcó todas las formas y géneros musicales, ya religiosos o profanos, ya vocales o instrumentales, sino particularmente por la calidad insuperable de su obra gigantesca. Algunas de las obras más brillantes, psicológicamente penetrantes jamás creadas por él: las óperas, “Las Bodas de Fígaro”, “Don Giovanni”, “Cosi fan tutte”, y la “Flauta Mágica”; así como extraordinarias obras instrumentales, sinfonías, conciertos para piano (la mayoría de ellos para poder desplegar su excepcional virtuosismo ante un teclado), cuartetos y quintetos para cuerdas, y muchas otras obras. Mozart fue un hombre afable, al que le gustaba vestir bien y jugar al billar. Mozart supo crear, desde lo más profundo de su corazón algunas de las obras musicales más brillantes, profundas e imperecederas jamás escritas.