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DOMINACIÓN Y DEMOCRACIA RADICAL EN ERNESTO LACLAU
por RicardoEtchegaray
Desde la publicación de Política e ideología en la teoría marxista (1977), Ernesto
Laclaui[i] se ha ocupado de construir una teoría que pudiera dar cuenta de las
“anomalías” y paradojas irresueltas por las ciencias sociales como son las derivaciones
fascistas y totalitarias de la revolución democrática, el populismo, la construcción de un
sujeto revolucionario o la identidad del proyecto socialista. Sus trabajos han ido
contribuyendo a la constitución de una ontología política1[1] con herramientas teóricas
y conceptuales tomadas del conjunto de las ciencias sociales desde la historia y la teoría
política clásica hasta la lingüística y el psicoanálisis. Estos aportes han incrementado la
riqueza y complejidad de sus textos de manera creciente desde la publicación, junto con
Chantal Mouffe, de Hegemonía y estrategia socialista (1985), definiendo un marco
conceptual novedoso y a veces críptico, del que tendremos que ocuparnos previamente
para desarrollar el tema específico que nos ocupa.
1. Discurso
El concepto de discurso se inserta en una larga tradición: Hegel hablaba de “espíritu”,
Marx prefería el concepto de “modos de producción”, Heidegger hace referencia a la
“época” o al “mundo”, Thomas Kuhn forjó el término “paradigma”, Lévi-Strauss
propone el concepto de “estructura”, Wittgenstein inventa el giro “juegos del lenguaje”,
Cliford Geertz utiliza la noción de “cultura”. Todos estos significados están
emparentados con la conceptualización de Laclau y Mouffe, quienes definen al discurso
como el “conjunto sistemático de relaciones significativas construidas socialmente”.
Dicho de otro modo: el discurso es “la totalidad estructurada resultante de la práctica
articulatoria”. O también: discurso es “un sistema diferencial y estructurado de
posiciones”2[2].
Usualmente el término discurso tiene el significado de “lo que se dice”. Así
entendido, el discurso es sinónimo de “habla”, la cual podría ulteriormente ser fijada por
la escritura. Estos significados identifican el discurso con lo lingüístico, ya sea
entendido como lo dicho o como lo escrito. El primer equívoco que hay que suprimir es
la referencia del concepto de discurso a los hechos lingüísticos (habla, escritura, lógica).
No se trata sólo de lo meramente lingüístico, de lo que se dice, se escribe o piensa, sino
de una totalidad significativa que incluye en sí lo lingüístico y lo extralingüístico, lo que
se dice y lo que se hace3[3].
Toda acción o praxis social es significativa y el conjunto resultante de la praxis
social significativa es el discurso. La misma praxis que produce cosas, articula
1[1] Laclau, E.: La razón populista, Buenos Aires, F. C. E., 2005, p. 91.
2[2] Laclau, E.-Mouffe, Ch.: Hegemonía y estrategia socialista, Madrid, Siglo XXI,
1987, p. 124.
3[3] “Por discurso no entendemos algo esencialmente restringido a las áreas del habla y
la escritura, sino un conjunto de elementos en el cual las relaciones juegan un rol
constitutivo. Esto significa que esos elementos no son preexistentes al complejo
relacional, sino que se constituyen a través de él. Por lo tanto «relación» y «objetividad»
son sinónimos” (Laclau, E.: 2005, p. 92).
relaciones significativas. La praxis “significa”, constituye cada cosa como “esta cosa”.
La realidad, en tanto discurso, es una construcción social, es el resultado de una praxis
social. “Toda identidad u objeto discursivo se constituye en el contexto de una
acción”4[4]. Ninguna cosa tiene un significado “en sí misma” o, lo que es lo mismo, no
hay “esencias”. Las cosas (y los sujetos) adquieren significado en y por la praxis que las
produce, las articula, las apropia o reapropia. El discurso, como praxis significativa,
determina lo que cada cosa es. El ser de lo que es, es discurso5[5]. El discurso es el
horizonte de significatividad construido desde, en y por una praxis social.
El discurso es el marco más amplio dentro del cual es posible la “realidad”, la
“verdad”, el “valor”, la “bondad” o la “belleza”. Por ser tal, no tiene sentido plantear la
cuestión de la realidad o de la verdad del discurso. Cada articulación discursiva
determina las condiciones que hacen reales a las cosas o verdaderas a las proposiciones.
En otros términos: toda práctica social se constituye en el campo de la
discursividad6[6]. Por lo tanto, “la cuestión acerca de las condiciones de posibilidad del
ser del discurso carece de sentido”7[7].
De lo anterior se sigue que la misma totalidad de articulaciones significativas
que fija el significado de los objetos define también la identidad de los sujetos o actores
sociales. Por este motivo, Laclau prefiere no hablar de sujetos sino de “posiciones de
sujeto”8[8]. “Es por la misma razón –explican- que es el discurso el que constituye la
posición del sujeto como agente social, y no, por el contrario, el agente social el que es
el origen del discurso”9[9]. El conjunto de relaciones constituye la identidad de los
agentes sociales. Un “mismo” sujeto puede constituirse en diferentes “posiciones” de
acuerdo a las configuraciones que en cada caso delimiten su identidad. No hay una
esencia del “proletariado” o de la “mujer” o de los “pobres”. Consecuentemente, su
identidad y sus caracteres distintivos se delimitarán en cada contexto discursivo.
¿Se deriva de lo anterior que lo que es existe sólo discursivamente? ¿Sostienen
estos autores una posición “idealista”? No, el concepto de discurso hace referencia a las
realidades significativas mientras que lo existente es lo que está más allá o fuera de todo
significado. Lo existente es siempre una “X” de la cual no puede decirse ni pensarse
nada. Lo existente es algo que está ahí, algo presente aquí y ahora, independiente de
toda relación con un sujeto y de lo que Lacan llama el “orden simbólico”. Lo existente
es un algo que no tiene ninguna relación significativa para ningún sujeto. Lo meramente
existente se identifica con lo “no significativo” y, por lo tanto, con lo no discursivo.
Dado que no estar en ninguna relación significativa es algún tipo de relación -aunque
negativa- podría decirse que la existencia es la relación menos determinada, la más
pobre: algo que no tiene ningún significado, una “X” vacía. Existir es sólo estar ahí sin
ser nada. La existencia es una materia pura, sin forma, un algo totalmente
indeterminado, un significante vacío, sin significado. El discurso supone la existencia
pero no se refiere a ella. En términos epistemológicos: ningún hecho puede verificar una
4[4] Laclau, E.-Mouffe, Ch.: Postmarxismo sin pedido de disculpas, en Laclau, E.:
Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo, Buenos Aires, Nueva Visión,
1993, p.116.
5[5] El concepto de discurso parece tener aquí el mismo significado que el concepto de
lenguaje en Gadamer: “el ser que puede ser comprendido es lenguaje” (Gadamer, H. G.:
Verdad y Método I, Salamanca, Ediciones Sígueme, 1996, p. 567).
6[6] Cfr. Laclau, E.-Mouffe, Ch.: 1987, p. 128.
7[7] Laclau, E.-Mouffe, Ch.: 1993, p. 119.
8[8] Cf. Laclau, E.-Mouffe, Ch.: 1987, pp. 132 ss.
9[9] Laclau, E.-Mouffe, Ch.: 1993, p. 115.
hipótesis. En términos de Laclau y Mouffe: “No hay ningún hecho cuyo sentido pueda
ser leído transparentemente”10[10]. Como el significado no está en las cosas en sí
mismas sino que es una construcción social, toda realidad puede ser reconstruida o
reconstituida y ello imposibilita fijar un significado último.
Si el discurso es el resultado de una praxis social, ¿no podría argumentarse que
la praxis como tal es anterior y diferente del significado? Planteado en términos
lingüísticos, el problema es ¿“en qué medida puede establecerse una separación rígida
entre semántica y pragmática -es decir, entre significado y uso”? En la medida en que el
significado se constituye dentro de los contextos del uso, tal abstracción puede
sostenerse sólo analíticamente, pero no realmente. La realidad de alguna cosa
presupone su existencia, pero de una existencia no se sigue necesariamente una única
realidad ni una realidad determinada. “Lo que se niega –aclaran Laclau y Mouffe- no es
la existencia, externa al pensamiento, de dichos objetos, sino la afirmación de que ellos
puedan constituirse como objetos al margen de toda condición discursiva de
emergencia”11[11]. La realidad está siempre determinada discursivamente, está
articulada dentro de una totalidad significativa, dentro de un “mundo”.
De acuerdo con estos supuestos, el discurso -en tanto estructura significativa- es
una totalidad relacional o un sistema de diferencias en el que la identidad de los
elementos es puramente relacional12[12]. “Si toda identidad es diferencial, es suficiente
que el sistema de diferencias no sea cerrado, que esté expuesto a la acción de estructuras
discursivas externas, para que una identidad sea inestable”13[13]. La identidad de los
sujetos o la realidad de las cosas no se establecen nunca plenamente porque no están en
las cosas en sí mismas ni pueden determinarse desde el sistema de relaciones porque
éste nunca es completo, nunca llega a cerrar, no logra constituirse como “sistema” en
sentido estricto.
“Los hombres –dicen Laclau y Mouffe- construyen socialmente su
mundo, y es a través de esta construcción -siempre precaria e incompletaque ellos dan a las cosas su ser. [...] El materialismo (...) consiste en
mostrar el carácter histórico, contingente y construido del ser de los
objetos y en mostrar que esto depende de la reinserción de ese ser en el
conjunto de condiciones relacionales que constituyen la vida de la
sociedad como un todo”14[14].
Laclau y Mouffe señalan tres “puntos básicos” en una teoría del discurso: (1)
Ningún objeto real puede constituirse al margen de toda condición discursiva de
emergencia. (2) La afirmación del carácter material de toda estructura discursiva (y
negación del carácter “mental” o “ideal” del discurso). El discurso es una totalidad
significativa compuesta de elementos materiales tanto lingüísticos como
extralingüísticos. De aquí se deriva la consecuencia de que el discurso tiene una realidad
objetiva (no subjetiva), que estructura y define diversas posiciones de sujeto. Una
segunda consecuencia que se sigue del carácter material del discurso es el carácter
10[10] Laclau, E.-Mouffe, Ch.: 1993, pp. 116-7. Énfasis nuestro.
11[11] Laclau, E.-Mouffe, Ch.: 1987, p. 123.
12[12] “En nuestra perspectiva no existe un más allá del sistema de diferencias, ningún
fundamento que privilegie a priori algunos elementos del todo por encima de los otros.
Cualquiera que sea la centralidad adquirida por un elemento, debe ser explicada por el
juego de las diferencias como tal” (Laclau, E.: 2005, p. 93. Énfasis nuestro).
13[13] Laclau, E.-Mouffe, Ch.: 1993, p. 124.
14[14] Laclau, E.-Mouffe, Ch.: 1993, pp. 124-27. Énfasis nuestro.
material de las ideologías y la disolución del modelo estructura/superestructura15[15].
(3) La centralidad de la categoría de discurso se justifica porque permite pensar
rigurosamente algunas relaciones sociales que sería imposible comprender a partir del
modelo de objetividad propio de las ciencias naturales. Dentro de las posibilidades
teóricas y metodológicas de este marco está la utilización de recursos retóricos como la
sinonimia, la metonimia, la metáfora, la analogía o la contradicción, los cuales son
inadmisibles en el paradigma naturalista de las ciencias sociales pero son enteramente
aceptables para un marco teórico como el que aquí se propone.
El concepto de discurso debe distinguirse tanto de la totalidad hegeliana o
lukácsiana como de la estructura o del sistema del estructuralismo. Todos ellos se
caracterizan por la necesidad de las relaciones entre los términos que, así, se constituyen
en momentos. Ambos conceptos buscan suprimir el factor de indeterminación y de
contingencia que se deriva de las nociones de libre albedrío y de espíritu o cultura. La
totalidad hegeliana es posible sólo a condición de que toda multiplicidad sea reducida a
unidad. Análogamente, la estructura es posible si se elimina la continuidad o la
conmensurabilidad entre los sistemas. Una estructura o una totalidad cerrada o
plenamente constituida implican la reducción de todo elemento a momento, es decir, a
diferencia inmanente. El concepto de discurso, por el contrario, supone siempre un
exterior irreductible a partir del cual se constituye como totalidad.
El discurso es, entonces, una totalidad no totalizada ni totalizable. El discurso
supone siempre elementos que no pueden ser reducidos a momentos de la totalidad, que
no pueden ser articulados. Si aceptamos que una totalidad discursiva nunca es algo ya
dado, completo o plenamente desarrollado, entonces
“la lógica relacional es una lógica incompleta y penetrada por la
contingencia. (...) En este caso no hay identidad social que aparezca
plenamente protegida de un exterior discursivo que la deforma y le impide
suturarse plenamente. Pierden su carácter necesario tanto las relaciones
como las identidades. Las relaciones, como conjunto estructural
sistemático, no logran absorber a las identidades; pero como las
identidades son puramente relacionales, ésta no es sino otra forma de decir
que no hay identidad que logre constituirse plenamente”16[16].
Toda estructura discursiva es abierta, histórica, contingente, no suturada y está limitada
por un exterior constitutivo17[17].
2. Capitalismo y dislocación18[18]
Laclau y Mouffe retoman algunos conceptos aportados por la tradición
democrática de Tocqueville y Lefort. Para estos autores, como para Marx, la época
moderna capitalista ha producido un cuestionamiento de todas las formas tradicionales
de legitimación de lo político-social, lo que no ha dejado de generar consecuencias en la
15[15] Cfr. Laclau, E.-Mouffe, Ch.: 1987, pp. 124-25.
16[16] Laclau, E.-Mouffe, Ch.: 1987, p. 127.
17[17] Por esta razón, para Laclau, “la dialéctica de Hegel nos da herramientas
ontológicas sólo parcialmente adecuadas para determinar la lógica del vínculo
hegemónico. La dimensión contingente de la política no puede pensarse dentro de un
molde hegeliano” (Laclau, E.: Identidad y hegemonía: el rol de la universalidad en la
constitución de lógicas políticas, en Butler, J. et alia: Contingencia, hegemonía y
universalidad, Buenos Aires, F. C. E., 2003, p. 70).
18[18] Cfr. Dislocación y capitalismo, en Laclau, E.: 1993: pp. 58 ss.
organización política de las comunidades. Lefort llamó “la invención democrática” a la
institución del principio de igualdad de la época moderna y Tocqueville señaló el
impulso incontenible de la igualación de las condiciones sociales como el hecho más
sustantivo de los últimos cinco siglos.
“Además hay que agregar a esto –subraya Gorlier- que en la
actualidad las dinámicas del cambio social no se caracterizan por un
progreso lineal que convertiría en obsoletos los valores y las prácticas del
pasado, sino por la coexistencia de elementos tradicionales, modernos e
incluso post-modernos en una misma formación social. Este es un rasgo
clave de la dislocación: los elementos de distintas tradiciones y
formaciones subsisten, pero fuera de sus lugares y funciones originales,
dichos elementos están «dis-locados» y las nuevas identidades son
híbridas”19[19].
Para Laclau, las dislocaciones son efectos del sistema capitalista, pero no deben
ser confundidas con las contradicciones estructurales. Las dislocaciones son el
resultado de la falla que constituye al sistema. Precisamente porque está fallado, el
sistema no logra constituirse plenamente ni logra definir a sus elementos como partes
funcionales (a la manera del estructural-funcionalismo) ni como individuos
normalizados o sujetos sujetados (a la manera del panoptismo de Foucault). Los
procesos de subjetivización tienen lugar en la dislocación de la estructuraii[ii].
Las dislocaciones generan al mismo tiempo una crisis en las formas establecidas
de relación social y una ruptura de las formas de comunicación e intercambio y crea las
condiciones para la emergencia de nuevos sujetos políticos. Pero
“los nuevos sujetos no emergen sencillamente, sino que su aparición está
llena de ambivalencias y tensiones. Por un lado, luchan contra el orden, o
mejor aún, contra el desorden que hizo posible su existencia. Por el otro,
llevan las marcas de la dominación en su propia identidad20[20].
“Estas ideas permiten una comprensión más penetrante de la
dimensión de transformación personal que tienen muchos movimientos. Si
en el punto de partida lo único que tienen los sujetos es esta identidad
marcada por la introyección de la dominación, parece que es decisivo que
dichos sujetos se liberen de aquello que en ellos los ha convertido en los
«pobres», los «negros», las «víctimas», etc. Y esto supone un proceso de
profunda transformación que suele estar asociado a la construcción
discursiva de un «nosotros» en lucha contra «ellos».”21[21] De estas
transformaciones nos ocuparemos en los dos apartados siguientes.
¿Qué efectos se derivan de las relaciones de dislocación? (1) La aceleración de
las transformaciones sociales y de las intervenciones rearticulatorias conduce a una
mayor conciencia de la historicidad de las relaciones sociales, de su contingencia
constitutiva. (2) Si el sujeto es la distancia entre una estructura indecidible y la decisión,
entonces, cuanto más dislocada sea la estructura tanto más posibilidades de decisiones
no determinadas por ella habrá. (3) El descentramiento de la estructura que se sigue de
la dislocación debe entenderse como una práctica del descentramiento a través de los
19[19] Gorlier, J. C.: El constructivismo y el estudio de la protesta social, en Cuadernos
de Investigación de la Sociedad Filosófica Buenos Aires, Número 4, Junio de 1998, p.
32.
20[20] [Nota nuestra] Cf. Žižek, S.: 2001, p. 198.
21[21] Gorlier, J. C.: Op. Cit., p. 32.
antagonismos, de las luchas entre centros múltiples y contingentes. “El mundo es menos
«dado» y tiene, de modo creciente, que ser construido. Pero esta no es sólo una
construcción del mundo, sino que a través de ella los agentes sociales se transforman a
sí mismos y se forjan nuevas identidades”22[22].
3. Discurso y articulación
Las experiencias de la fragmentación, de la división y de la alienación, como
consecuencias de la expansión del iluminismo y de la revolución industrial durante la
primera mitad del siglo XIX, dieron lugar a la búsqueda romántica de la unidad perdida
y al intento de superar los dualismos mediante una nueva síntesis. La polis griega y las
comunidades de la iglesia primitiva se erigieron como modelos de este proyecto
cultural, cuya expresión teórica más alta se encuentra en la filosofía del idealismo
alemán. Laclau piensa que Hegel logra reconducir los fragmentos escindidos por el
entendimiento a su unidad “al precio de reintroducir la contradicción en el campo de la
razón”23[23]. Pero si en lugar de pensar la unidad resultante como la culminación de un
proceso necesario se la concibe como la consecuencia de transiciones contingentes,
entonces se hace posible comprender el significado del concepto de articulación. Se
trata de abandonar una “lógica esencialista” que pretende determinar todo lo que es
(incluso los sujetos) dentro de una totalidad cerrada, “mediada”.
“El carácter simbólico -es decir, sobredeterminado- de las relaciones
sociales implica, por tanto, que éstas carecen de una literalidad última que
las reduciría a momentos necesarios de una ley inmanente. (...) La
sociedad y los agentes sociales carecerían de esencia, y sus regularidades
consistirían tan sólo en las formas relativas y precarias de fijación que han
acompañado a la instauración de un cierto orden”24[24].
La articulación es una práctica25[25] en la que se ponen en relación elementos
que han perdido los lazos relacionales que los constituían en momentos de una totalidad
estructural u orgánica cerrada. Laclau y Mouffe llaman articulación “a toda práctica que
establece una relación tal entre elementos, que la identidad de éstos resulta modificada
como resultado de esa práctica”26[26]. No se trata, en consecuencia, de una lógica
substancialista o esencialista, en la que las relaciones son accidentes de la substancia,
sino de una lógica relacional, en la que el significado de un término se deriva de la
relación en la que está constituido.
“En la medida en que toda identidad es relacional, pero el sistema de
relación no consigue fijarse en un conjunto estable de diferencias; en la
medida en que todo discurso es subvertido por un campo de discursividad
que lo desborda; en tal caso la transición de los «elementos» a los
«momentos» no pude ser nunca completa. El status de los «elementos» es
el de significantes flotantes, que no logran ser articulados a una cadena
discursiva. Y este carácter flotante penetra finalmente a toda identidad
22[22] Laclau, E.: 1993, p. 57.
23[23] Laclau, E.-Mouffe, Ch.: 1987, p. 107.
24[24] Laclau, E.-Mouffe, Ch.: 1987, pp. 110-11.
25[25] Cf. Laclau, E.-Mouffe, Ch.: 1987, p. 105.
26[26] Laclau, E.-Mouffe, Ch.: 1987, p.119.
discursiva (es decir, social). Pero si aceptamos el carácter incompleto de
toda formación discursiva y, al mismo tiempo, afirmamos el carácter
relacional de toda identidad, en ese caso el carácter ambiguo del
significante, su no fijación a ningún significado, sólo puede existir en la
medida que hay una proliferación de significados. No es la pobreza de
significados, sino, al contrario, la polisemia, la que desarticula una
estructura discursiva. Esto es lo que establece la dimensión
sobredeterminada, simbólica, de toda formación social. La sociedad no
consigue nunca ser idéntica a sí misma, porque todo punto nodal se
constituye en el interior de una intertextualidad que lo desborda. La
práctica de la articulación [es decir, la política] consiste, por tanto, en la
construcción de puntos nodales que fijan parcialmente el sentido; y el
carácter parcial de esa fijación procede de la apertura de lo social,
resultante a su vez del constante desbordamiento de todo discurso por la
infinitud del campo de la discursividad”27[27].
Con el concepto de articulación, Laclau y Mouffe dan un paso significativo sobre la
conceptualización de Rancière que concibe a la política como desacuerdo y
antagonismo pero no desarrolla una lógica de la articulación, es decir, una lógica de la
política. En este aspecto, los trabajos de los primeros podrían considerarse como un
complemento decisivo a la obra del segundo. A su vez, Laclau, Mouffe y Rancière
podrían considerarse como un desarrollo complementario de los desarrollos de Foucault
y Deleuze, cuyos marcos parecen estar más cercanos a las perspectivas anarquistas,
centradas en las problemáticas individuales o “subjetivas”.
El problema de la articulación está directamente relacionado con la discusión de
la relación entre lo universal y lo particular y con la construcción de la hegemonía,
temas que se desarrollarán en el próximo apartado.
4. Hegemonía y significantes vacíos
A partir del análisis de un texto de Marx28[28], Laclau señala cuatro
dimensiones de la relación hegemónica, a saber:
1) La hegemonía se constituye a partir de la desigualdad29[29] de poder de los
sectores de la sociedad. “En tal caso, el reclamo que haga una clase social para gobernar
dependerá de su capacidad de presentar sus propios objetivos particulares como los
únicos compatibles con el real funcionamiento de la comunidad, lo que es,
precisamente, intrínseco de la operación hegemónica”30[30]. El sujeto de una
emancipación sólo puede construirse políticamente al hacer equivaler una pluralidad de
demandas diferentes y aparecer como antagónico del crimen general.
2) A diferencia de Marcuse, que se proponía desarrollar una dialéctica entre lo
universal y lo particular, Laclau entiende que la relación hegemónica supone una
superación de la dicotomía universalidad/particularidad:
27[27] Laclau, E.-Mouffe, Ch.: 1987, p.130. Cursivas de los autores.
28[28] Cf. Marx, K.: Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Introducción,
Barcelona, Editorial Planeta-De Agostini, 1993, pp. 83-4.
29[29] Como Foucault, Laclau piensa que el poder es una relación entre fuerzas
desiguales y que si hubiese un “poder total” ya no sería poder.
30[30] Laclau, E. en Butler, J. et alia: 2003, p. 60. Énfasis nuestro.
“La universalidad sólo existe si se encarna en –y subvierte- una
particularidad, pero ninguna particularidad puede, por otro lado,
tornarse política si no se ha convertido en el locus de efectos
universalizantes”31[31] iii[iii].
Por tanto, la “representación de una imposibilidad” es inherente a la relación
hegemónica. “Para tener hegemonía necesitamos que los objetivos sectoriales de un
grupo actúen como el nombre de una universalidad que los trascienda; ésta es la
sinécdoque constitutiva del vínculo hegemónico”32[32]. El pasaje por lo particular se
debe a que la universalidad no puede33[33] estar representada de un modo directo,
transparente o sin distorsión. “Ya sabemos –agrega Laclau- que estos medios de
representación son particularidades que, sin dejar de ser particularidades, asumen la
función de representación universal. Esto es lo que está en la raíz de las relaciones
hegemónicas”34[34].
3) La relación hegemónica siempre “requiere la producción de significantes
tendencialmente vacíos que, mientras mantienen la inconmensurabilidad entre
universal y particulares, permite que los últimos tomen la representación del
primero”35[35]. La universalidad se simboliza en un significante o nombre al que no
corresponde ningún contenido particular pero que, al mismo tiempo, es una
particularidad, porque es el nombre de una parte.
4) El terreno en el que se extiende la hegemonía “es el de la generalización de
las relaciones de representación como condición de la constitución de un orden
social”36[36]. Laclau ha desarrollado su concepción de lo universal a partir de las
categorías del dirigente y teórico italiano A. Gramsci, para quien “la única universalidad
que la sociedad puede lograr es una universalidad hegemónica –una universalidad
contaminada por la particularidad-.”37[37] S. Žižek describe el enfoque de Laclau
sobre el tema de la siguiente manera:
“Lo universal es vacío, pero precisamente como tal está desde siempre
lleno, es decir, hegemonizado por algún contenido particular, contingente,
que actúa como su sustituto. En síntesis, cada universal es el campo de
batalla de una multitud de contenidos particulares que luchan por la
hegemonía”.
31[31] Laclau, E. en Butler, J. et alia: 2003, p. 61. Cursivas en el original.
32[32] Laclau, E. en Butler, J. et alia: 2003, p. 63. Énfasis nuestro.
33[33] “Como esta total coincidencia de lo universal con lo particular es en última
instancia imposible –dada la deficiencia constitutiva de los medios de representaciónsiempre quedará un residuo de particularidad”. (Laclau, E. en Butler, J. et alia: 2003, p.
62).
34[34] Laclau, E. en Butler, J. et alia: 2003, p. 61.
35[35] Laclau, E. en Butler, J. et alia: 2003, p. 62. Cursivas en el original. Cf. Laclau,
E.: 2005, pp. 125-6.
36[36] Laclau, E. en Butler, J. et alia: 2003, p. 63. Cursivas en el original. Cf. Laclau,
E.: 1996, p. 160.
37[37] Laclau, E. en Butler, J. et alia: 2003, p. 56. Énfasis nuestro.
“Lo universal es un lugar vacío, una falta que sólo puede llenarse con lo particular, pero
que, a través de su misma vacuidad, produce una serie de efectos cruciales en la
estructuración/desestructuración de las relaciones sociales. En este sentido es un objeto
imposible a la vez que necesario” (Op. Cit.: p. 64).
Y más adelante agrega que esta posición
“no permite ningún contenido de lo universal realmente neutro y, como
tal, común a todas sus especies: […] todo contenido positivo de lo
universal es el resultado contingente de la lucha por la hegemonía –en sí
mismo, lo universal está absolutamente vacío-”38[38] iv[iv].
La multitud de malos entendidos en la comprensión del problema de la
hegemonía obligaron a Laclau a volver a puntualizar el tema en sus últimas obras:
“Primero, si tenemos un conjunto puramente diferencial, la totalidad debe
estar presente en cada acto individual de significación; por lo tanto, la
totalidad es la condición de la significación como tal. Pero en segundo
lugar, para aprehender conceptualmente esa totalidad, debemos
aprehender sus límites, es decir, debemos distinguirla de algo diferente de
sí misma. Esto diferente, sin embargo, sólo puede ser otra diferencia, y
como estamos tratando con una totalidad que abarca todas las diferencias,
esta otra diferencia —que provee el exterior que nos permite constituir la
totalidad— sería interna y no externa a esta última, por lo tanto, no sería
apta para el trabajo totalizador. Entonces, en tercer lugar, la única
posibilidad de tener un verdadero exterior sería que el exterior no fuera
simplemente un elemento más, neutral, sino el resultado de una exclusión,
de algo que la totalidad expele de sí misma a fin de constituirse (para dar
un ejemplo político: es mediante la demonización de un sector de la
población que una sociedad alcanza un sentido de su propia cohesión). Sin
embargo, esto crea un nuevo problema: con respecto al elemento excluido,
todas las otras diferencias son equivalentes entre sí —equivalentes en su
rechazo común a la identidad excluida—. Pero la equivalencia es
precisamente lo que subvierte la diferencia, de manera que toda identidad
es construida dentro de esta tensión entre la lógica de la diferencia y la
lógica de la equivalencia.”39[39]
Sobre la base de los desarrollos hechos por la lingüística estructural, Laclau muestra
que una totalidad se constituye como un “sistema de diferencias”40[40] donde cada
elemento se define por sus relaciones de oposición con el resto de los elementos, sin
que se reconozca exterioridad alguna. Los grupos diferentes se reconocen como
formando parte de un orden estable (por ejemplo: terratenientes, comerciantes,
campesinos, artesanos, etc., o: padre, madre, hijos, tíos, etc.). Por supuesto (como ya
observa Saussure sobre la lengua desde un punto de vista diacrónico), ese sistema
estable de diferencias aceptadas es el resultado de luchas previas, pero en un momento
histórico determinado (sistema sincrónico) el orden está estabilizado y puede ser
estudiado como tal. En un sistema así, no existe ningún elemento que permita significar
a la totalidad, puesto que al no tener exterior, una parte sólo puede ser parte o nada. El
todo sólo puede ser significado negativamente como lo que le falta a todas las partes.
38[38] Žižek, S.: 2001, p. 114. Énfasis nuestro.
39[39] Laclau, E.: 2005, p. 94. Énfasis en el original, subrayados nuestros.
40[40] Laclau y Mouffe llaman sistema de diferencias a esta totalidad diferencial. El
“sistema de diferencias” se identifica con el “sistema institucional” (cf. Laclau, E.:
2005, p. 225) y con lo que J. Rancière llama “policía”.
Lo que constituye al todo como tal es esta falta, este elemento que no es elemento, una
parte que no es parte. Sin embargo, Laclau observa que esta misma imposibilidad de
una parte que no sea parte, instaura una lógica nueva: una relación equivalencial frente
a un enemigo común. Esas equivalencias niegan el sistema de diferencias previo y
ensayan una reorganización del tejido social41[41]. La oposición a un enemigo común
es lo que unifica los distintos eslabones de la cadena. Y esta lógica conduce a la
disolución del orden diferencial al hacer equivaler todos los elementos entre sí. En este
momento lo que Rancière llamaba la política se convierte en el principio de
organización de lo social.
“Cuarto –continúa diciendo Laclau-, esto significa que en el locus de la
totalidad hallamos tan sólo esta tensión. Lo que tenemos, en última
instancia, es una totalidad fallida, el sitio de una plenitud
inalcanzable42[42]. La totalidad constituye un objeto que es a la vez
imposible y necesario. Imposible porque la tensión entre equivalencia y
diferencia es, en última instancia, insuperable; necesario porque sin algún
tipo de cierre, por más precario que fuera, no habría ninguna significación
ni identidad. Sin embargo, en quinto lugar, lo que hemos mostrado es sólo
que no existen medios conceptuales para aprehender totalmente a ese
objeto. Pero la representación es más amplia que la comprensión
conceptual. Lo que permanece es la necesidad de este objeto imposible de
acceder de alguna manera al campo de la representación”43[43]. 44[44]
Más allá de los resultados del estructuralismo, Laclau señala que todo discurso es
una “totalidad fallida” porque está constituida por una plenitud inalcanzable. Esta tensión
que da lugar a la totalidad discursiva es el antagonismo. Como ya se dijo en el capítulo
anterior, el surgimiento de la política, instituida por el principio de igualdad, es lo que
sostiene, y al mismo tiempo disuelve, el orden policial. La falla inherente a toda
estructura discursiva produce una dislocación. Aunque la dislocación es inherente a todo
orden social, sus efectos se multiplican y aceleran en el capitalismo contemporáneo,
41[41] “Por lo tanto, tenemos dos formas de construcción de lo social: o bien mediante
la afirmación de la particularidad —en nuestro caso, un particularismo de las
demandas—, cuyos únicos lazos con otras particularidades son de una naturaleza
diferencial (como hemos visto: sin términos positivos, sólo diferencias), o bien
mediante una claudicación parcial de la particularidad, destacando lo que todas las
particularidades tienen, equivalentemente, en común. La segunda manera de
construcción de lo socia1 implica el trazado de una frontera antagónica; la primera, no.
A la primera manera de construcción de lo social la hemos denominado lógica de la
diferencia, y a la segunda, lógica de la equivalencia” (Laclau, E.: 2005, pp. 103-4).
Énfasis en el original.
42[42] Žižek cuestiona en este punto la posición de Laclau por quedar atrapada en los
supuestos dualistas de origen kantiano, que determinan un resultado abstracto e
insuficiente, conduciéndolo por un camino que Hegel llamaba del “infinito malo”. Cf.
Žižek, S.: 2001, pp. 192-3, y Žižek, S.: ¿Lucha de clases o posmodernismo? ¡Sí, por
favor!, en Butler, J. et alia: 2000, pp. 121 ss.
43[43] Laclau llama “campo de la representación” a lo que Žižek denomina “orden
simbólico”.
44[44] Laclau, E.: 2005, pp. 94-5. Énfasis en el original, subrayados nuestros.
causando mayor fragmentación social y crisis más agudas45[45]. La dislocación marca
el fracaso de los discursos que sostienen y mantienen el sistema de diferencias. Es el
punto en el que los discursos de las instituciones establecidas (como la familia, la iglesia,
los partidos, etc.) empiezan a tener cada vez más dificultades para sostenerse dada la
profundización y la multiplicación de “anomalías”.
“No obstante, la representación tiene, como sus únicos medios posibles,
las diferencias particulares. El argumento que he desarrollado es que, en
este punto, existe la posibilidad de que una diferencia, sin dejar de ser
particular, asuma la representación de una totalidad inconmensurable. De
esta manera, su cuerpo está dividido entre la particularidad que ella aún es
y la significación más universal de la que es portadora. Esta operación por
la que una particularidad asume una significación universal
inconmensurable consigo misma es lo que denominamos
hegemonía.”46[46]
Rancière concebía a la política como la institución de una parte de los que no
tienen parte, pero su marco teórico no permitía avanzar más allá de este momento de
ruptura del orden policial corporativo. El concepto de hegemonía provee de
herramientas conceptuales que permiten avanzar en esta misma línea teórica. Si bien
Rancière señala que la política surgía cuando se constituía un nuevo sujeto sin
existencia ni reconocimiento en la comunidad e identifica su lógica propia con la lógica
democrática, sin embargo no avanzó hasta el punto en que sea posible conceptualizar el
surgimiento de los nuevos sujetos que pongan en acción la política revolucionaria. El
momento en el que una parte comienza a encarnar o simbolizar un universal que no
tiene lugar en el sistema de partes y de repartos, es precisamente el momento
hegemónico. No es casual que Laclau y Mouffe se apropien este concepto de la
tradición gramsciana, pues fue el italiano el que dio los pasos necesarios para poder
pensar la política y la ideología sin hacerlas derivar causalmente de la base económica.
“Y dado que esta totalidad o universalidad encarnada es, como hemos
visto, un objeto imposible, la identidad hegemónica pasa a ser algo del
orden del significante vacío, transformando a su propia particularidad en
el cuerpo que encarna una totalidad inalcanzable. Con esto debería quedar
claro que la categoría de totalidad no puede ser erradicada, pero que,
como una totalidad fallida, constituye un horizonte y no un fundamento.
Si la sociedad estuviera unificada por un contenido óntico determinado —
determinación en última instancia por la economía, el espíritu del pueblo,
la coherencia sistémica, etcétera—, la totalidad podría ser directamente
representada en un nivel estrictamente conceptual. Como éste no es el
caso, una totalización hegemónica requiere una investidura radical —es
decir, no determinable a priori— y esto implica involucrarse en juegos de
significación muy diferentes de la aprehensión conceptual pura. Aquí,
como veremos, la dimensión afectiva juega un rol central”.47[47]
45[45] Laclau y Mouffe sugieren que esto puede vincularse con la noción de crisis
orgánica en Gramsci y también, con el concepto de “crisis” en la ciencia de T. Kuhn.
46[46] Laclau, E.: 2005, p. 95. Énfasis en el original, subrayados nuestros.
47[47] Laclau, E.: 2005, p. 95. Énfasis en el original, subrayados nuestros.
Siguiendo a la fenomenología y a la hermenéutica, Laclau concibe a la totalidad
como un horizonte y no como un fundamento. Por otro lado, siguiendo al psicoanálisis,
advierte que ningún objeto puede satisfacer plenamente a la pulsión y, en consecuencia,
el objeto de deseo no puede definirse a priori ni puede conceptualizarse en forma pura.
5. Discurso y antagonismo
“En lo que se refiere a lo social -dice Laclau- la necesidad sólo existe como un
esfuerzo parcial por limitar la contingencia”48[48]. Análogamente, Hobbes sostenía que
el Estado surge como un esfuerzo encaminado a limitar el conflicto: la guerra universal
de todos contra todos. La sociedad como discurso es una totalidad fallada, es un cuerpo
con una herida imposible de suturar, una estructura sin cierre. Más aún: el discurso se
constituye desde la falla. Laclau llama “antagonismos” a estas fracturas o heridas que
impiden la sutura del discurso, a estos “puntos de fuga” donde se genera la inestabilidad
de los objetos y la contingencia de lo social.
El antagonismo se diferencia de la oposición y de la contradicción. Por
“oposición” se entiende la relación entre dos fuerzas reales enfrentadas. Es una relación
entre hechos. Por “contradicción” se entiende una relación lógica entre proposiciones.
En tanto las proposiciones son parte de la realidad, es posible afirmar que la
contradicción es parte de lo real. Ni la oposición ni la contradicción implican
necesariamente una relación antagónica, porque tanto la primera como la segunda son
relaciones entre objetos plenamente constituidos, mientras que la última no lo es.
“La presencia del «Otro» -dice Laclau- me impide ser totalmente yo
mismo. La relación no surge de identidades plenas, sino de la
imposibilidad de constitución de las mismas. (...) Si lo social sólo existe
como esfuerzo parcial por instituir la sociedad -esto es, un sistema
objetivo y cerrado de diferencias- el antagonismo, como testigo de la
imposibilidad de una sutura última, es la «experiencia» del límite de los
social”49[49].
Laclau diferencia el concepto de contradicción del de antagonismo. La no
contradicción es un principio puramente lógico que determina condiciones de
posibilidad para los desarrollos discursivos. El principio de no contradicción fija límites
a la construcción significativa de los discursos. Es una condición inmanente a la
coherencia de los discursos. Es, entonces, una condición del pensamiento, de lo que
Kant llama «juicios analíticos». En tanto tal, tiene el carácter de la necesidad. El
antagonismo es una relación de lucha entre dos identidades sociales. Es, por lo tanto,
una relación fáctica, sintética. La relación antagónica no es necesaria sino contingente.
Es una característica propia de los juicios morales (Hume) o sintéticos a posteriori
(Kant). Tratándose de ámbitos diferentes (lógica/realidad), es posible pensar una
relación antagónica que no sea contradictoria y también una relación contradictoria que
no sea antagónica. Por ejemplo, la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones
de producción o entre capital y trabajo asalariado no implica necesariamente
antagonismo. A la inversa, el antagonismo de la lucha de clases no implica
necesariamente contradicción. Una relación social podría ser contradictoria sólo a
condición de que las identidades de los sujetos involucrados en la contradicción estén
definidas desde una estructura sincrónica cerrada o totalizada, donde los términos de la
48[48] Laclau, E.-Mouffe, Ch.: 1987, p. 131.
49[49] Laclau, E.-Mouffe, Ch.: 1987, pp.145-46.
relación sean substanciales, esenciales o “en sí”. Sólo en un sistema plenamente
constituido y desarrollado puede producirse una contradicción inmanente necesaria.
Pero como se ha mostrado que la sociedad no puede constituirse como una estructura
suturada, entonces, es necesario aceptar que “el resultado de los distintos antagonismos
dependerá de relaciones contingentes de poder entre fuerzas que no pueden ser
sometidas a ningún tipo de lógica unificada”50[50]. La sociedad entendida como
mercado, tal como la conciben los economistas políticos liberales, se elimina el
«exterior constitutivo» (antagonismo) y se reduce las relaciones a la interioridad de la
lógica del intercambio. De esta manera se elimina “la cuestión del poder como
construcción política”51[51]v[v].
Toda relación de antagonismo implica, por lo tanto, la negación de una identidad
y, por esta razón, manifiesta el límite de toda objetividad52[52], lo que impide que el
campo de objetos se determine plenamente. Que el antagonismo es exterior significa
que no se deduce necesariamente de la estructura de la sociedad (independientemente de
que ésta sea sincrónica o diacrónica, que sea histórica o ahistórica), que no está
determinado como un caso particular de contradicción lógica. La negación, el
antagonismo procede del exterior. El exterior negativo bloquea la identidad los objetos
al interior de la estructura social pero es, a la vez, su condición de posibilidad. Laclau
sostiene que este exterior es “pura facticidad”, es -en términos de Hume- una “cuestión
de hecho” que no está sujeta al principio lógico de no contradicción y que “no puede ser
reconducida a ninguna racionalidad subyacente”53[53]. El antagonismo manifiesta la
imposibilidad de definirse plenamente de toda identidad. La exterioridad define a las
relaciones sociales y revela el carácter contingente y accidental de toda objetividad.
6. Las características de las relaciones sociales
Las relaciones sociales tienen cuatro características constitutivas: (1) son
contingentes, (2) son relaciones de poder, (3) responden a la primacía de lo político y
(4) están signadas por una radical historicidad.
6. a. Contingencia
La negatividad o el antagonismo constituyen a todas las relaciones sociales.
Laclau advierte que el concepto de “negatividad” no debe confundirse con la
“negatividad dialéctica”. Esta última es necesaria, inmanente y está determinada desde
el sistema (como totalidad estructural plenamente constituida). La negatividad del
antagonismo, en cambio, manifiesta el límite en la constitución de toda objetividad,
subvierte la objetividad y amenaza la identidad de los sujetos sociales.
“La contingencia no es un mero reverso negativo de la necesidad sino el
elemento de impureza que deforma e impide la constitución plena de esta
última. (...) Lo que encontramos es siempre una situación limitada y
determinada en la que la objetividad se constituye parcialmente y es
también parcialmente amenazada; en la que la frontera entre lo
contingente y lo necesario se desplazan constantemente”54[54]. Según la
50[50] Laclau, E.: 1993, p. 26.
51[51] Laclau, E.: 1993, p. 72.
52[52] Laclau, E.: 1993, p. 34.
53[53] Ibídem.
54[54] Laclau, E.: 1993, p. 44.
interpretación de Laclau, en los sistemas racionalistas modernos (Spinoza,
Hegel, Marx, estructuralismo) la contingencia es eliminada. La
exterioridad del antagonismo reclama, por el contrario, explicitar las
condiciones particulares de existencia de toda identidad. La historicidad
de las categorías del análisis social introduce la inestabilidad constitutiva
de las relaciones entre las condiciones específicas de existencia de un
objeto y los elementos que lo componen y lo definen como tal. “Esto
implica que es en el nivel de una historia factual y contingente donde
debemos buscar las condiciones de existencia de cualquier objetividad que
pueda existir”55[55].
La contingencia de las relaciones de sociales puede ser analizada en tres niveles.
(1) En un primer nivel de análisis, la contingencia implica que las identidades y los
significados construidos socialmente nunca logran fijarse y determinarse. Surgen, de
este modo, elementos en las estructuras, a los que Laclau llama “significantes flotantes”,
que no están articulados con los otros momentos. Desde este punto de vista el conjunto
del “campo social podría ser visto como una guerra de trincheras en la que diferentes
proyectos políticos intentan articular en torno de sí mismos un mayor número de
significantes sociales”56[56]. Cada uno de los agentes sociales supone y afirma que su
proyecto contiene los caracteres esenciales para la integración de la sociedad, para su
unidad y estabilidad y busca hegemonizar el conjunto. Sin embargo, no solamente es
imposible alcanzar un dominio hegemónico completo (ya que esto supondría eliminar la
contingencia constitutiva de lo social) sino que ninguna identidad puede llegar a ser
completamente transparente para sí misma. (2) Un segundo nivel de análisis desliza el
foco de atención del proyecto hegemónico a la estructura. Esta perspectiva advierte que
el significado de las identidades sociales es equívoco o ambiguo porque es definido de
acuerdo a los contextos en los que está inmerso. Sin embargo, en este nivel de análisis
no llega a ponerse en cuestión la transparencia última del contexto. Se afirma que el
sujeto no es transparente por sí mismo pero puede ser claramente determinado por la
estructura, por el contexto. Por ejemplo, Habermas afirma que aunque no es posible
alcanzar de hecho una comunidad de comunicación que no esté viciada por las
relaciones de poder, sí es posible pensar una comunidad ideal de comunicación que
sirva de modelo para evaluar y decidir sobre los proyectos particulares de los sujetos
sociales. Pero el concepto de contingencia de lo social nos inhabilita también para este
tipo de análisis, puesto que la estructura misma está fallada y es inestable. (3) Un tercer
nivel de análisis se abre cuando se comienza a sospechar que las dificultades para
determinar las identidades no se derivan de una imposibilidad empírica, de algunas
particularidades de los hechos, sino de “algo que «trabaja» desde el comienzo en el
interior de la estructura. Es decir, que incluso en tanto que idea regulativa la coherencia
de la estructura debe ser puesta en cuestión”57[57]. El problema no es que la
contingencia de los hechos empíricos imposibilita encontrar una coherencia lógica que
permita explicar los hechos. Si éste fuera el problema, Habermas tendría razón al
postular una coherencia extraempírica (ideal regulativo de la razón) como criterio de
ordenamiento de los hechos empíricos. El problema es que no es posible postular un
único ideal racional que permita ordenar los hechos coherentemente, porque esto
supondría un único criterio de verdad, una totalidad estructural completamente
55[55] Laclau, E.: 1993, p. 39.
56[56] Laclau, E.: 1993, p. 45. Énfasis nuestro.
57[57] Laclau, E.: 1993, p. 46.
autodefinida y autoregulada y, en definitiva, la concepción de la razón como
fundamento. Es decir, nos mantendríamos dentro del paradigma de la ilustración, dentro
de una metafísica idealista.
De la profundización de los análisis desde la contingencia se sigue que “si la
serie es indecidible en términos de su misma estructura formal, el acto hegemónico no
será la realización de una racionalidad estructural que lo precede sino un acto de
construcción radical”58[58].
A partir de estos resultados se abren nuevas posibilidades de investigación de los
procesos de construcción de lo social, a los que Laclau llama hegemonía. (a) En primer
lugar, todo proyecto y toda decisión es posibilitada pero no determinada por la
estructura que le sirve de contexto. (b) El agente de decisión es interno a una estructura
que es en sí misma indecidible, de manera que las decisiones de los agentes transforman
y subvierten la estructura (condiciones, contexto) transformando al mismo tiempo su
propia identidad, ya que ésta depende parcialmente de la estructura. (c) “El sujeto no es
otra cosa que esta distancia entre la estructura indecidible y la decisión”59[59], es decir,
ninguna decisión está determinada estructuralmente. Decidir implica reprimir o suprimir
otras decisiones alternativas posibles y el resultado al que se llega es siempre el
producto de una relación de poder. En término nietzscheanos: el yo o la propia identidad
es siempre la imposición de un “instinto dominante”, lo cual supone la subordinación de
los otros instintos. No es posible determinar racionalmente cuál fuerza debe dominar.
Por el contrario, la racionalidad supone el dominio de una fuerza, de un instinto.
Cuando se acepta el criterio de la racionalidad iluminista ya un instinto se ha impuesto y
ha subordinado a los demás a sus propias reglas y criterios.
De aquí no se deriva que las decisiones sean «irracionales», ya que esta
contraposición racional/irracional supone la aceptación del principio de razón. Una
decisión no puede ser racional ni irracional pero puede ser más o menos razonable. Una
decisión es razonable cuando hay motivos y argumentos para preferirla a otras, aun
cuando ninguno sea un fundamento apodíctico. En consecuencia, cuando dos proyectos
razonables se oponen, la decisión dependerá en última instancia de la lucha, de las
relaciones de fuerza. “La constitución de una identidad social es un acto de poder y la
identidad como tal es poder”60[60].
6. b. Relaciones de poder
La segunda característica de las relaciones sociales es que están atravesadas por
relaciones de poder. Para aclarar el sentido en que aquí se habla de relaciones de poder
Laclau, como antes lo había hecho Foucault, advierte que es necesario abandonar tres
concepciones erróneas respecto del poder. La primera es la que sostiene que los sujetos
o las fuerzas sociales pueden ser definidos en su identidad propia al margen de toda
relación de poder, como si las últimas fuesen solamente una posibilidad empírica
accidental y particular. “Estudiar las condiciones de existencia de una cierta identidad
social –dice- es equivalente, por lo tanto, a estudiar los mecanismos de poder [o las
tecnologías de poder, en términos de Foucault] que la hacen posible”61[61]. La segunda
concepción errónea que hay que eliminar es la que concibe como una esencia o como un
atributo esencial de ciertos sujetos sociales. Pero, como ha mostrado Hume, la esencia o
58[58] Ibídem. Cfr. Labourdette, S.: Política y poder, Buenos Aires, A-Z Editora, 1993.
59[59] Laclau, E.: 1993, p. 47.
60[60] Laclau, E.: 1993, p. 48.
61[61] Laclau, E.: 1993, p. 48.
substancia no es sino un conjunto de caracteres a los que, por el hábito de percibirlos en
unidad, hemos atribuido una existencia objetiva y un sujeto no es otra cosa que un haz
de sensaciones, detrás del cual proyectamos un sustrato al que llamamos «yo». En
términos de Laclau: “una identidad objetiva no es un punto homogéneo sino un
conjunto articulado de elementos”62[62]. Una identidad no se define a partir de la
racionalidad inmanente de la estructura sino por oposición a las fuerzas que niega o que
excluye. La tercera concepción errónea del poder es la que lo contrapone a la libertad.
Es decir, es la tesis que sostiene que la realización plena de la libertad supone la
eliminación de las relaciones de poder.
“La sociedad reconciliada es imposible porque el poder es condición de
posibilidad de lo social. Transformar lo social, incluso en el más radical y
democrático de los proyectos, significa por lo tanto construir un nuevo
poder -no la eliminación radical del poder”63[63].
6. c. La primacía de lo político
El método genealógico, que Foucault tomó de Nietzsche, efectiviza una crítica
radical de los valores y de las esencias al mostrar las condiciones históricas en las que el
valor o la esencia en cuestión surgió. Se trata de “mostrar el momento de su
contingencia radical, es decir, de reinscribirlo en el sistema de opciones históricas reales
que fueron desechadas”. Se trata de “mostrar el terreno de la violencia originaria, de la
relación de poder a través de la cual esa institución tuvo lugar”64[64]. Así, la
“genealogía de la moral” nietzscheana muestra en qué condiciones se generaron los
valores que hoy denominamos como “bueno” y “malo”; así, la genealogía de la prisión
foucaultiana describe cómo la cárcel se convirtió en la forma moderna de castigo. Estas
investigaciones han sido posibles porque
“si la objetividad se funda en la exclusión, las huellas de esta exclusión
estarán siempre presentes de un modo u otro. Lo que ocurre es que la
sedimentación [naturalización, esencialización] puede ser tan completa, el
privilegio de uno de los polos de la relación dicotómica tan logrado, que el
carácter contingente de este privilegio, su dimensión originaria de poder,
no resulta inmediatamente visible. [...] Las formas sedimentadas de la
«objetividad» constituyen el campo de lo que denominamos «lo social».
El momento del antagonismo, en el que se hace plenamente visible el
carácter indecidible de las alternativas y su resolución a través de
relaciones de poder es lo que constituye el campo de «lo político»”65[65].
La distinción entre lo social y lo político es constitutiva del ser de lo social, pero el
límite entre lo social y lo político se desplaza constantemente en cada sociedad
histórica. Como la sociedad se constituye sobre la distinción, no es posible alcanzar una
transparencia última, ya que siempre quedará un plus de opacidad inherente a toda
relación social. “Una estructura dislocada es una estructura abierta, en la que la crisis
62[62] Laclau, E.: 1993, p. 48.
63[63] Laclau, E.: 1993, p. 50.
64[64] Laclau, E.: 1993, p. 51.
65[65] Laclau, E.: 1993, pp. 50-1. Cursivas del autor, corchetes nuestros. Siguiendo los
desarrollos de A. Gramsci, Laclau sostiene que “la sociedad civil está constituida como
un espacio político” (Laclau, E. en Butler, J. et alia: 2003, p. 56).
puede resolverse en las más diversas direcciones. (...) Esto significa que la
rearticulación estructural será una rearticulación eminentemente política”66[66].
6. d. Historicidad
La realidad es un sistema de significación producido por la praxis, es una
construcción social y como tal, está siempre sujeta a condiciones históricas de
emergencia, las que son siempre contingentesvi[vi]. Tanto los objetos como los sujetos
sociales son realidades signadas por una radical historicidad y, en consecuencia, su ser
no puede derivarse necesariamente ni de la estructura (como pretenden los
estructuralistas y deterministas) ni de un sentido objetivo de la historia (como pretenden
los marxistas)vii[vii]. Todo sentido histórico remite a una facticidad originaria.
7. Subordinación, opresión, dominación: la revolución democrática
Foucault ya había mostrado que donde hay poder, hay resistencia; sin embargo,
las formas de resistencia pueden ser variables y sólo en ciertos casos adoptan carácter
político y se constituyen en luchas encaminadas a finalizar con una relación de opresión
o dominación. La política concebida como una praxis que crea, reproduce y transforma
las relaciones sociales, no puede localizarse a un nivel determinado de lo social, puesto
que el problema político es el problema de institución de lo social, de la definición y
articulación de las relaciones sociales en un campo surcado por antagonismos. La
política es “un tipo de acción cuyo objetivo es la transformación de una relación social
que construye a un sujeto en relación de subordinación”67[67]. El problema central de
la política es, entonces, “cuáles son las condiciones discursivas de emergencia de una
acción colectiva encaminada a luchar contra las desigualdades y a poner en cuestión las
relaciones de subordinación”. Dicho de otro modo, el problema central es: “en qué
condiciones una relación de subordinación pasa a ser una relación de opresión y se
torna, por tanto, en la sede de un antagonismo”68[68].
Para comprender el significado de estas preguntas, es necesaria una definición
terminológica:
“Entenderemos por relación de subordinación –dicen Laclau y Mouffeaquélla en la que un agente está sometido a las decisiones de otro -un
empleado respecto a empleador, por ejemplo, en ciertas formas de
organización familiar, la mujer respecto al hombre, etc.- Llamaremos, en
cambio, relaciones de opresión a aquellas relaciones de subordinación que
se han transformado en sede de antagonismos. Finalmente, llamaremos
relaciones de dominación al conjunto de aquellas relaciones de
subordinación que son consideradas como ilegítimas desde la perspectiva
o el juicio de un agente social exterior a las mismas –y que pueden, por
tanto, coincidir o no con las relaciones de opresión actualmente existentes
en una formación social determinada”69[69].
66[66] Laclau, E.: 1993, p. 66.
67[67] Laclau, E.-Mouffe, Ch.: 1987, p. 171.
68[68] Laclau, E.-Mouffe, Ch.: 1987, p. 172. Énfasis nuestro.
69[69] Laclau, E.-Mouffe, Ch.: 1987, p. 172. Énfasis en el original.
¿Cómo a partir de las relaciones de subordinación se constituyen las relaciones
de opresión? La subordinación establece un conjunto de posiciones diferenciadas
(positivas y plenamente constituidas) entre agentes sociales y tiende a eliminar todo
antagonismo, excluyendo toda relación equivalencial entre las demandas. En un sistema
tal, el antagonismo sólo podrá emerger en la medida en que sea subvertido el carácter
diferencial positivo de una posición subordinada, lo cual sólo es posible si el discurso de
la subordinación es interrumpido por la presencia de un exterior discursivo. Las
condiciones que harán posible la lucha contra los diferentes tipos de desigualdad sólo
existirán a partir del momento en que el discurso democrático esté disponible para
articular las diversas formas de subordinación. Para que ello ocurra fue necesario que
primero se hubiese impuesto el principio democrático de libertad e igualdad,
constituyéndose en el punto nodal de lo político. Esta mutación, a la que Tocqueville
llama “revolución democráctica”70[70], se produjo hace 200 años y ha sido decisiva en
la transformación del imaginario político. Esa ruptura, simbolizada por la Declaración
de Derechos del Hombre, proporcionó las condiciones discursivas que permitieron
cuestionar la ilegitimidad de las diferentes formas de desigualdad, haciéndolas
equivalerse como formas de opresión. Así, esta fuerza subversiva profunda del discurso
democrático, constituyó el fermento para las diversas formas de lucha contra la
subordinación. Para Laclau y Mouffe, las reivindicaciones socialistas deben ser vistas
como un momento interior de la revolución democrática y no como una esfera
discontinua e incluso opuesta a ella.
En consecuencia, para Laclau, “una alternativa de izquierda” sólo puede
consistir en la construcción de un sistema de equivalencias distintas, que establezca la
división social sobre una base diferente. Pero esta política debe ubicarse plenamente en
el campo de la Revolución Democrática y expandir las cadenas de equivalencias entre
las distintas luchas contra la opresión. La izquierda no puede renegar de la ideología
liberal democrática sino profundizarla y expandirla en dirección a una democracia
radicalizada y plural. Sobre esta base, Laclau pone en cuestión el concepto clásico de
revolución, ya que está calcado sobre el molde del imaginario jacobino y es el núcleo
último de una fijación esencialista71[71]. No habría nada que objetarle si por tal se
entendiera la sobredeterminación de un conjunto de luchas en un punto de ruptura
política, pero implica el carácter fundacional del hecho revolucionario, la institución de
un punto de concentración del poder a partir del cual la sociedad podía ser reorganizada
racionalmente. Esta perspectiva es incompatible con la pluralidad y la apertura que
requiere una democracia radicalizada.
“La precariedad de toda equivalencia exige que ella sea complementadalimitada por la lógica de la autonomía. Es por eso que la demanda de
igualdad no es suficiente; sino que debe ser balanceada por la demanda de
70[70] Tocqueville señala que “no es posible concebir a los hombres como eternamente
desiguales entre sí en un punto e iguales en otros; en cierto momento, llegarán a ser
iguales en todos los puntos”.
71[71] Žižek advierte en este punto que Laclau tiene una posición “reformista” y que
termina por negar la posibilidad de la revolución entendida como una transformación
global del sistema: acepta el capitalismo como única opción con la consiguiente pérdida
de la alternativa socialista y la “renuncia a todo intento real de superar el régimen
capitalista liberal existente” (Cf. Žižek, S.: ¿Lucha de clases o postmodernismo?.. en
Butler, J. et alia: 2003, pp. 97-8 y 101)
libertad, lo que nos conduce a hablar de democracia radicalizada y
plural”72[72].
En las décadas recientes se ha puesto de manifiesto una conciencia creciente de los
límites de la modernidad, la que se expresó centralmente alrededor de los aportes de los
filósofos “postmodernos”73[73]. Se han puesto en evidencia los límites de la razón
ilustrada (insuperablemente atada a los conceptos de esencia, fundamento, totalidad,
necesidad), el descreimiento de los ideales de transformación revolucionaria de la
realidad social y la crisis de la noción de vanguardia cultural. Laclau se propone
demostrar que estos acontecimientos abren posibilidades inéditas para una crítica radical
de toda forma de dominación, porque el proyecto emancipatorio ya no requiere una
razón-como-fundamento74[74].
Conclusión
Laclau y Mouffe coinciden con Rancière en varios puntos: dejan de lado los
conceptos de la tradición marxista aceptados por la Escuela de Frankfurt, y el concepto
de poder utilizado por Foucault y Deleuze; rescatan el concepto de política, liberándolo
de los límites a los que fue reducido por la tradición del liberalismo como por la
marxista; oponen la política emancipatoria a las relaciones de dominación. En todos
estos aspectos, la obra de Laclau y Mouffe puede ser vista como una continuación y una
complementación de la obra de Rancière. No obstante, los primeros avanzan en la
profundización teórica y conceptual más allá de los resultados alcanzados por el último.
Con el fin de precisar el concepto de la política, Laclau y Mouffe rescatan
elementos de la lingüística, del estructuralismo, del marxismo, de la historia, del
psicoanálisis y de la tradición política democrática. Ello les ha permitido enriquecer el
marco teórico con categorías provenientes de diferentes disciplinas como las de
discurso, dislocación, antagonismo, hegemonía, significantes vacíos, etc. Tales
conceptos crean las condiciones para la descripción y la comprensión de problemas tales
como las crisis estructurales, el objeto de la política, el surgimiento de nuevos sujetos, la
igualación de las condiciones sociales y la dominación. Como Foucault y Rancière,
72[72] Laclau, E.-Mouffe, Ch.: 1987, p. 207.
73[73] En diferentes lugares, Žižek critica la posición política “postmoderna” que
acepta las condiciones impuestas por el sistema económico y desarrolla estrategias de
lucha dentro de él. Al respecto, escribe: “la política postmoderna implica un repliegue
teórico del problema [económico] de la dominación [de clase] dentro del capitalismo”.
Y más adelante agrega: “La política postmoderna definitivamente tiene el gran mérito
de que «repolitiza» una serie de ámbitos anteriormente considerados «apolíticos» o
«privados»; lo cierto es, sin embargo, que no repolitiza de hecho el capitalismo, ya que
la noción y la forma misma de «lo político» dentro del cual opera se funda en la
«despolitización» de la economía. (…) La política postmoderna actual de subjetividades
múltiples no es precisamente lo suficientemente política, en la medida en que presupone
calladamente un sistema «naturalizado» no tematizado de las relaciones económicas”
(Žižek, S. en Butler, J. et alia: 2003: pp. 104, 106 y 117).
74[74] El argumento de Laclau se desarrolla en tres pasos: (1) Demostrar que la
negatividad es constitutiva de la sociedad y que, por lo tanto, es imposible que la
estructura social se constituya como una positividad y como un objeto legítimo de
ciencia. (2) El análisis del fenómeno de la dislocación en el capitalismo evidencia la
historicidad de toda realidad social. (3) Evidenciar el carácter discursivo (socialmente
construido) de la verdad, lo que posibilita una nueva libertad frente al objeto.
Laclau sostiene que los sistemas sociales resultan de una articulación contingente de
cadenas de equivalencias entre las prácticas diversas. Al explicar la lógica de la
articulación y la política como hegemonía, Laclau y Mouffe superan los desarrollos
previos de la filosofía y teoría políticas (incluido Rancière). Para Laclau, la lógica capaz
de responder a los problemas surgidos en la modernidad no es ni dialéctica pero
tampoco nietzscheana. Se trata de una lógica hegemónica, la que requiere que las
particularidades aparezcan como encarnación del universal. Sin embargo, como se verá
en el próximo capítulo, lo universal sólo puede encarnarse en un particular que asume la
representación del universal. La teoría de la hegemonía hace posible el desarrollo de la
comprensión de la lógica que gobierna los procesos políticos.
Profundizando el camino iniciado por Rancière, Laclau y Mouffe desarrollan la
lógica propia de los sistemas de diferencias o “policía” y la lógica propia de las
relaciones de equivalencia o lógica “política”. Estos desarrollos teóricos permiten
además cuestionar los conceptos de fundamento, de totalidad (sistémica o dialéctica), de
esencia, de contradicción y de sujeto substancial. Sin agotarse en la actitud crítica los
aportes teóricos de estos autores contribuyen a caracterizar las relaciones sociales de
otro modo, resumiendo sus resultados en los siguientes rasgos: contingencia,
articulaciones de fuerzas, primacía de la política e historicidad.
Finalmente, las investigaciones de Laclau y Mouffe hacen posible una
conceptualización nueva de la dominación. Como Rancière, la dominación es definida
en oposición a la política (emancipatoria) e identificándola con la estructura diferencial,
con el sistema corporativo-policial, pero a diferencia del pensador argelino se logra
definir y precisar con mayor rigor las características propias de cada una de estas
relaciones. Las relaciones de dominación se definen como un tipo específico de
relaciones de subordinación: aquellas que se han convertido en relaciones de opresión y
en sede de antagonismos. Toda relación de dominación implica, en consecuencia (como
ya había señalado Foucault), una resistencia, un contra poder, una lucha contra. No hay,
por tanto, dominio natural, sino que toda relación de dominación es histórica, es una
construcción social particular. Sin embargo, la dominación supone también la irrupción
de un elemento “universal”: el imaginario democrático y el ejercicio político
emancipatorio.
NOTAS FINALES:
i[i] Ernesto Laclau se graduó en Historia en la Universidad Nacional de Buenos Aires,
colaborando con Gino Germani y José Luis Romero. Militó en la izquierda nacional de
Jorge Abelardo Ramos hasta el año 1969 en que se radicó en Europa, tras una invitación
del historiador Eric Hobsbawn, doctorándose en la Universidad de Oxford. Actualmente
desempeña como profesor de Teoría Política en la Universidad de Essex (GranBretaña)
y en la Universidad Estatal de Nueva York (Estados Unidos).
Entre sus obras se destacan Política e ideología en la teoría marxista (1977);
Hegemonía y estrategia socialista: hacia una radicalización de la democracia (en
coautoría con Chantal Mouffe -1985-); Nuevas reflexiones sobre la revolución de
nuestro tiempo (1990); Hegemonía, contingencia y universalidad (en coautoría con
Judith Butler y Slavoj Žižek -2000-) La razón populista (2005).
ii[ii] “El campo de las identidades sociales no es un campo de identidades plenas sino el
de un fracaso. [...] Toda identidad es dislocada en la medida en que depende de un
exterior que, a la vez que la niega, es su condición de posibilidad. Pero esto mismo
significa que los efectos de la dislocación habrán de ser contradictorios. Si por un lado
ellos amenazan las identidades, por el otro están en la base de la constitución de
identidades nuevas” (Laclau, E.: 1993, p. 55). “Entender la realidad social no consiste
en entender lo que la sociedad es sino aquello que le impide ser” (Laclau, E.: 1993, p.
61. Cursivas del autor).
iii[iii] Laclau advierte que el análisis de Rancière se “acerca mucho” al suyo en dos
aspectos: 1) En su insistencia en que una parte funciona, al mismo tiempo, como un
todo; es decir, el desnivel inherente a toda operación hegemónica. 2) En la
conceptualización de una clase que no es una clase, “que tiene como determinación
particular algo del carácter de una exclusión universal –del principio de exclusión como
tal-” (Laclau, E.: 2005, p. 305).
iv[iv] Escribe Laclau: “Lo universal no tiene contenido propio, sino que es una plenitud
ausente o, más bien, el significante de la plenitud como tal, de la idea misma de
plenitud; lo universal sólo puede emerger a partir de lo particular, ya que es sólo la
negación de un contenido particular lo que transforma a ese contenido en el símbolo de
una universalidad que lo trasciende; (3) puesto, sin embargo, que lo universal es un
significante vacío, qué contenido particular va a significar a aquél es algo que no puede
determinarse ni por un análisis de lo particular ni por un análisis de lo universal en
cuanto tales” (Laclau, E.: Emancipación y diferencia, Buenos Aires, Ariel, 1996, pp.
33-4).
v[v] A continuación, Laclau resume su argumentación sobre este punto en los siguientes
términos: “(1) en el Prefacio [a la Contribución a la crítica de la economía política]
Marx presenta, por un lado, una teoría de la historia basada en la contradicción entre
fuerzas productivas y relaciones de producción -una contradicción sin antagonismo- y,
por el otro, una descripción que presupone la naturaleza antagónica de las relaciones de
producción en las sociedades de clase; (2) que la coherencia lógica de su esquema
depende, por consiguiente, de la posibilidad teórica de integrar teóricamente el
antagonismo a su teoría más general del cambio histórico; (3) que una solución inicial
consistiría en reducir el antagonismo a contradicción, ya que en tal caso aquél estaría
integrado a la dinámica de la interacción conceptual entre fuerzas productivas y
relaciones de producción, pero que esta reducción es imposible; (4) que otro medio de
recuperación conceptual consistiría en mostrar que el antagonismo, si bien no es
contradictorio, es sin embargo inherente a las propias relaciones de producción y está
por lo tanto sometido a las leyes de movimiento que regulan la transformación de estas
últimas. Sin embargo, como hemos visto, el antagonismo no puede ser reintegrado de
este modo: él establece, por el contrario, las condiciones de un «exterior» permanente.
Pero, en tal caso, si la historia aparece confrontada con un exterior permanente, el
resultado de los distintos antagonismos dependerá de relaciones contingentes de poder
entre fuerzas que no pueden ser sometidas a ningún tipo de lógica unificada. De este
modo se disuelve el racionalismo del Prefacio y su intento de reducir el proceso
histórico a una estructura que sería, en la última instancia, inteligible” (Ibídem).
vi[vi] “El punto final que hace posible un intercambio fructífero entre la teoría lacaniana
y el enfoque hegemónico de la política es que, en ambos casos, cualquier forma de no
fijación, el desplazamiento trópico y similares, está organizada alrededor de una falta
original que, a la vez que impone una tarea extra a todos los procesos de representación,
también abre, en la medida en que esa tarea dual no puede sino finalmente fracasar en
su intento de sutura, el camino a una serie indefinida de sustituciones que son el
fundamento mismo de un historicismo radical” (Laclau, E. en Butler, J. et alia: 2003, p.
77. Énfasis nuestro).
Žižek cuestiona en este punto lo que considera un ejemplo de una postura formalista
kantiana y una errónea interpretación del pensamiento de Lacan, oponiendo al “mal
infinito” kantiano la noción hegeliana del “universal concreto”. Sostiene que lo
universal difiere de lo infinito en este sentido, que todo llega a un fin aunque éste resulte
siempre insuficiente y necesite trasladarse a otro nivel.
“De modo que Lacan es el opuesto mismo del formalismo kantiano (si por éste
entendemos la imposición de un marco formal que sirve como a priori de su contenido
contingente): Lacan nos obliga a tematizar la exclusión de algún contenido traumático
que es constitutivo de la forma universal vacía. Hay espacio histórico sólo en la medida
en que este espacio está sostenido por alguna exclusión más radical (o, como habría
dicho Lacan, forclusión). De modo que deberíamos distinguir entre dos niveles: la lucha
hegemónica por la cual el contenido particular hegemonizará la noción universal vacía y
la imposibilidad más fundamental que vuelve vacío al universal, y por ende, un terreno
para la lucha hegemónica” (Cf. Žižek, S. en Butler, J. et alia: 2003, pp. 106-7 y 120-1).
vii[vii] “Lo que es importante es romper la falsa alternativa «trascendentalismo
ahistórico/historicismo radical». Ésa es una alternativa falsa, pues cada uno de sus
términos incluye al otro y, finalmente, enuncian lo mismo. Si yo digo que lo que vale es
el historicismo radical, necesitaremos algún tipo de metadiscurso que atraviese la
historia para especificar las diferencias entre las distintas épocas. Si yo digo que lo que
vale es el trascendentalismo riguroso, tendrá que aceptar la contingencia de una
variación empírica que sólo se puede entender en términos historicistas. Sólo si acepto
plenamente la contingencia e historicidad de mi sistema de categorías, pero renuncio a
todo intento de comprender el significado de su variación histórica conceptualmente,
podré comenzar a salir de ese callejón sin salida. Obviamente, esa solución no suprime
la dualidad trascendentalismo/historicismo, pero al menos introduce una cierta
souplesse y multiplica el número de juegos de lenguaje que se pueden jugar dentro de
ella. Hay un nombre para un saber que opera en estas condiciones: finitud” (Laclau, E.,
en Butler, J. et alia: 2003, p. 203).