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1
El desplazamiento del imaginario democrático en Ernesto Laclau
Este artículo analiza la noción de desplazamiento del imaginario democrático
según la teoría política posmarxista de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, expuesta
principalmente en Hegemonía y Estrategia Socialista.1
Desde el punto de vista político, la centralidad de la postura posmarxista (i)
permite considerar que el radicalismo político no requiere necesariamente el momento
privilegiado de la revolución, ya que dicho radicalismo político se concibe en el marco
de un desplazamiento y reformulación de los ideales democráticos inaugurados por la
Revolución Francesa; y (ii) establece que, en el contexto de la continuidad histórica de
los fenómenos políticos, existen momentos (o “puntos nodales”) en los que
determinados fenómenos políticos “condensan” una cantidad importante de demandas
políticas y que dichos “puntos nodales” pueden considerarse hitos (o momentos de
discontinuidad) en la historia del desplazamiento de los ideales democráticos.
Con el objetivo de ofrecer la interpretación de Laclau y Mouffe sobre el
radicalismo político en un contexto social no revolucionario, es requisito describir un
doble movimiento previo: (i) la crítica al esencialismo marxista y (ii) la formulación de
nuevos conceptos para comprender lo político como un campo contingente.
(i)
Contra el dogmatismo y el esencialismo
Para Laclau y Mouffe, la noción de desplazamiento del imaginario democrático
tiene su piedra de toque con la Revolución Francesa. Es a partir de este momento
cuando lo político se instituye como una “construcción”, es decir, como una
“articulación” de relaciones sociales en un campo “surcado” por “antagonismos” y no
como un campo relacional estático, comprensible desde una instancia exterior al mismo
que dicta la esencia y el devenir histórico de dichas relaciones.
El análisis de Laclau y Mouffe presupone una visión “abierta” (contingente) de
la modernidad, en el sentido de que lo político se constituye dinámicamente, sin estar
1
Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal, Hegemonía y Estrategia Socialista, Buenos Aires, Fondo de
Cultura Económica, 2004; Laclau, Ernesto, Emancipación y Diferencia, Buenos Aires, Ariel,
1996; Mouffe, Chantal (comp.), Deconstrucción y Pragmatismo, Buenos Aires, Paidós, 1998;
Laclau, Ernesto, Nuevas Reflexiones sobre la Revolución de Nuestro Tiempo, Buenos Aires,
Nueva Visión, 2000; Laclau, Ernesto, Misticismo, retórica y política, Buenos Aires, Fondo de
Cultura Económica, 2002; Laclau, Ernesto, La Razón Populista, Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica, 2005; Mouffe, Chantal, En torno a lo político, Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica, 2007; y Laclau, Ernesto, Debates y Combates, Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica, 2008.
2
guiado por un “telos” o finalidad (un fin que debemos alcanzar o que nos es impuesto)
según Agnes Heller.2
El énfasis de Laclau y Mouffe en la democracia se enmarca en el debate político
contemporáneo en torno a la “crisis del marxismo”. Dicho debate plantea la cuestión
acerca de si dicha crisis obedece a razones de aplicación práctica o bien a problemas
inherentes a su propia matriz teórica.
Según Laclau y Mouffe, en un análisis que se inicia con Rosa Luxemburgo, pasa
por Antonio Gramsci y llega a Louis Althusser, el marxismo se ha visto en la dificultad
de armonizar la teoría clásica (dogmática) con las situaciones contingentes de lo social.
Los tópicos “rígidos” de esta teoría clásica son:
(a)
El “determinismo histórico”, según el cual la historia de la humanidad se
cumplirá inexorablemente en una dirección (lo que sitúa al observador en un lugar
privilegiado en la comprensión de los fenómenos sociales), cuando las contradicciones
sociales -derivadas del modo de producción capitalista- alcancen un grado tal de
intensidad resultante en una inversión revolucionaria que permitirá superar dichas
contradicciones e institucionalizar un nuevo modo de producción.
(b)
La “contradicción”, según la cual lo social se explica por la tensión y el
enfrentamiento entre posiciones (favorables o desfavorables) que los individuos ocupan
en un modo de producción determinado. Bajo el capitalismo, la contradicción
fundamental está dada por dos posiciones “fijas” en un marco general sustentado en la
distribución desigual de lo producido socialmente: los burgueses, que forman un grupo
reducido y se enriquecen constantemente en detrimento de los proletarios, que sufren la
extracción de plusvalía por los primeros y están condenados a un empobrecimiento
continuo.
(c)
La “clase social”, según la cual los grupos en contradicción conforman
clases sociales en tensión y constituyen los principales componentes para explicar el
motor de la historia (historia que se puede concebir como historia de la lucha de clases),
de allí la centralidad del concepto tanto epistemológica (la centralidad de la clase para
comprender lo social) como política (la clase proletaria es el sujeto de la historia en la
nueva sociedad comunista).
2
Heller, Agnes, Una filosofía de la historia en fragmentos, Barcelona, Gedisa, 1999.
3
(d)
El “economicismo”, según el cual si las clases constituyen el motor de la
historia, es claro entonces que las ideologías (religión, política, arte) son
representaciones elaboradas por los individuos sobre la sociedad y el lugar que ocupan
en la misma, pero no siempre son claras a su conciencia: la conciencia está determinada
por la clase social, los intereses de clase están determinados por el modo de producción
y la legitimidad del orden social depende del “ocultamiento” de la realidad social,
respecto del cual -claro está- el observador es el agente privilegiado para efectuar el
“desenmascaramiento” de lo real.
(e)
El “racionalismo”, según el cual (conforme lo descripto en los acápites a)
a d) precedentes) lo social puede explicarse desde una teoría científica capaz de
describir y explicar su funcionamiento de acuerdo con ciertas “leyes” de la historia.
Laclau y Mouffe reflexionan sobre un campo político y social que no puede ser
abordado desde lo que consideran el marxismo ortodoxo, portador de las características
(“tópicos rígidos”) antes indicadas.
Dicho campo, afirman, se caracteriza por la incertidumbre y la contingencia, así
como por la proliferación de nuevos antagonismos sociales, que “exceden” las
interpretaciones centradas en el privilegio clasista (o “dicotómicas”) como eje
fundamental de explicación de lo social: se trata de los “nuevos movimientos sociales”
(i.e.: anti-sexistas, anti-racistas, anti-institucionales
especialmente a partir de la década del ’60.3
y
ecologistas)
surgidos
En tal sentido, estiman necesario incorporar nuevas categorías de análisis que
permitan extender la crítica “clasista” del marxismo a nuevos horizontes que dicha
crítica no es capaz de incorporar.4
3
Según Laclau, ninguna “dicotomía” es absoluta, lo que implica “que no puede haber ningún acto
de fundación revolucionaria total”. Por el contrario, “dicotomías parciales y precarias tienen
que ser constitutivas del tejido social. Este carácter incompleto y precario de las fronteras que
constituyen la división social están en la raíz de la posibilidad, en el mundo contemporáneo, de
una autonomatización general de las luchas sociales -los denominados nuevos movimientos
sociales- que van más allá de toda subordinación a una frontera única que sería la sola fuente
de la división social”. Laclau, Ernesto, Emancipación y Diferencia, p. 37.
4
Desde una posición crítica del “posmarxismo” de Laclau y Mouffe, Grüner advierte (siguiendo a
Eagleton y Jameson) que la noción de “clase social” sigue siendo central para la comprensión de
los fenómenos sociales, aunque señala la necesidad de rechazar el “reduccionismo de clase” en
dicha comprensión (Grüner, Eduardo, El fin de las pequeñas historias, p. 82 y ss). De todas
formas, considero que la noción de “desplazamiento del imaginario democrático” de Laclau y
Mouffe no excluye la existencia de clases sociales derivada de la distribución desigual de lo
producido socialmente, sino que advierte que dicho criterio no es exhaustivo para abordar otros
tipos de desigualdad no determinadas por excluyentes motivos económicos. En este sentido,
4
(ii)
Nuevas categorías para pensar lo político
Laclau y Mouffe consideran que la noción de “contingencia” de la modernidad
es una noción medular para el análisis de las relaciones sociales. A esta contingencia la
denominan “apertura de lo social”.
La apertura de lo social implica que las relaciones sociales son contingentes, lo
que equivale a decir que las mismas son “políticas”. Aquí lo político se comprende
como instancia de constitución (contingente) de las relaciones sociales, a diferencia de
las consideraciones “naturalistas” o “esencialistas” de las mismas (en las cuales no
habría construcción sino un determinismo derivado de una figura o concepto: Dios,
nación o clase social).
El campo sobre el cual se efectúa la “articulación” de las relaciones sociales es
el de los “elementos” que se hallan “dispersos”, en el marco general de la
“fragmentación” de las sociedades modernas.
En este sentido, podríamos decir que la articulación “opera” sobre un campo
“rizomático” (en términos de Deleuze y Guattari), caracterizado por la falta de un centro
referencial, universal y homogeneizante de las relaciones sociales. Por el contrario, lo
rizomático significa dar cuenta de las “heterogeneidades” o singularidades:
“Contrariamente a los sistemas centrados (incluso policentrados), de comunicación
jerárquica y de uniones preestablecidas, el rizoma es un sistema acentrado, no
jerárquico y no significante, sin General, sin memoria organizadora o autómata
central, definido únicamente por una circulación de estados”.5
Laclau y Mouffe denominan discurso a la totalidad estructurada de una “práctica
articulatoria”. Un discurso es un factor que limita la contingencia de lo social. En el
interior de los discursos, existen momentos, constituidos por fragmentos (o posiciones
diferenciadas) que conforman los propios discursos. Por otra parte, los autores
mencionan la existencia de elementos, consistentes en todas las posiciones diferenciadas
que no se han articulado discursivamente. Esto último es lo que, siguiendo a Derrida,
describen como “significantes flotantes”, que ocupan un lugar central para describir la
contingencia de lo social pero nunca pueden ser articulados en discursos.
Laclau afirma que la posición del trabajador está “más allá de su posición objetiva dentro de las
relaciones de producción” (Laclau, Ernesto, Debates y Combates, p. 45).
5
Deleuze, Gilles y Guattari, Félix, Mil Mesetas, Valencia, Pre-Textos, 2002, p. 26.
5
Así, dentro de una práctica discursiva, no existe una “posición fija del sujeto”.6
No es posible, según Laclau y Mouffe, conferir centralidad a un momento discursivo.
Aquí la crítica se dirige, dentro del marxismo, a la centralidad de la clase social como
“momento” central y fundacional en las relaciones sociales.
Un discurso es, en el marco general de la dispersión o fragmentación de
elementos, una limitación parcial a un “exceso de sentido” de lo social. Laclau y Mouffe
se refieren a este “exceso de sentido” (condición de la contingencia de lo social) como
un “campo de la discursividad”, que permite la constitución de “discursos” (o “puntos
nodales”) que siempre resultarán parciales e impedirán la fijación de un punto nodal con
“significado trascendente”.
La relación entre un discurso y el campo de la discursividad puede
comprenderse pues como una relación entre “necesidad” y “contingencia”. El pasaje de
“elementos” (significados flotantes) a “momentos” (regularidad en la dispersión de los
elementos) no puede ser nunca completa: “La práctica de la articulación consiste, por
lo tanto, en la construcción de puntos nodales que fijan parcialmente el sentido; y el
carácter parcial de esa fijación procede de la apertura de lo social, resultante a su vez
del constante desbordamiento de todo discurso por la infinitud del campo de la
discursividad”.7
Para Laclau y Mouffe, las prácticas articulatorias y los discursos nunca pueden
fijar un sentido único a la totalidad social. El límite de toda objetividad deriva del
carácter pluralista y antagónico de la modernidad.
El antagonismo surge de las posiciones diferenciales que conforman los
“fragmentos” de las sociedades modernas. Cuanto más inestables sean las relaciones
6
Según Laclau, la imposibilidad de una posición “fija” del sujeto se explica por la relación
(contingente) entre el sujeto y las estructuras. Dicha relación puede describirse en una serie de
seis pasos: (i) “toda posición del sujeto es el efecto de una determinación estructural”; (ii)
“como una estructura es, no obstante, constitutivamente indecidible, se requieren decisiones que
la estructura no predetermina”; (iii) “como las decisiones que constituyen al sujeto son tomadas
en condiciones de indecibilidad insuperable, ellas no expresa la identidad del sujeto (algo que el
sujeto ya es) sino que requieren de actos de identificación”; (iv) “estos actos escinden la nueva
identidad del sujeto: esta identidad, por un lado es un contenido particular; por el otro, encarna
la completud ausente del sujeto”; (v) “como esta completud ausente es un objeto imposible, no
hay ningún contenido que esté a priori determinado para cumplir esta función de encarnación”;
y (vi) “como la decisión es siempre tomada dentro de un contexto concreto, lo que es decidible
no es enteramente libre: lo que se considera una decisión válida tendrá los límites de una
estructura que, en los hechos, está solo parcialmente desestructurada” (Mouffe, Chantal
(comp.), Deconstrucción y Pragmatismo, p. 119).
7
Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal, op. cit., p. 154.
6
sociales, es decir cuanto menos logrado sea un sistema definido de diferencias, tanto
más proliferarán los puntos de antagonismo; pero, a la vez, tanto más carecerán éstos de
una centralidad.
La hegemonía, finalmente, supone la articulación de prácticas articulatorias
antagónicas; se constituye en un campo surcado por antagonismos y supone, por lo
tanto, fenómenos de equivalencia y efectos de frontera. Sólo la presencia de una vasta
región de elementos flotantes y la posible articulación de campos opuestos constituye el
terreno que permite definir una práctica como hegemónica.
Esta concepción de lo hegemónico implica una concepción precisa del poder:
“El punto importante es que toda forma de poder se construye de manera pragmática e
internamente a lo social, apelando a las lógicas opuestas de la equivalencia y de la
diferencia; el poder no es nunca fundacional. Por tanto, el problema del poder no
puede plantearse en términos de la búsqueda de la clase o del sector dominante que
constituye el centro de una formación hegemónica, ya que por definición, dicho centro
nos eludirá siempre. Pero también es incorrecto plantear la alternativa del pluralismo,
o la difusión total del poder en el seno de lo social, ya que esto tornaría el análisis
ciego a la presencia de puntos nodales y a las concentraciones parciales de poder
existentes en toda formación social concreta”.8
En otras palabras, la hegemonía es un concepto político que da cuenta de la
inestable relación entre lo contingente y lo necesario.9
Conforme lo expuesto, el “posmarxismo” de Laclau y Mouffe permite, mediante
las nociones de contingencia en la construcción de lo social, articulación de prácticas
sociales y hegemonía discursiva, superar el dogma de la centralidad del “momento”
revolucionario, anclado en la noción de “clase” como única posibilidad de
transformación de lo social.
8
Ibid., pp. 186 a 187.
9
Según Laclau, la “hegemonía” como categoría central del análisis político presenta tres
requerimientos: (i)“algo constitutivamente heterogéneo al sistema o estructura social tiene que
estar presente en esta última desde el mismo comienzo, impidiéndole constituirse como totalidad
cerrada o representable”; (ii) “la sutura hegemónica tiene que producir un efecto re-totalizante,
sin el cual ninguna articulación hegemónica sería tampoco posible”; y (iii) “esta re-totalización
no puede tener el carácter de una reintegración dialéctica. Por el contrario, tiene que mantener
viva y visible la heterogeneidad constitutiva y originaria de la cual la relación hegemónica
partiera” (Laclau, Ernesto, Misticismo, retórica y política, pp. 60 y 61). Conforme lo
expuesto, la categoría “hegemonía” se define por la relación necesidad/contingencia. En el
mismo sentido, véase Laclau, Ernesto, Nuevas Reflexiones sobre la Revolución de Nuestro
Tiempo, pp. 44 a 48.
7
Radicalismo político sin revolución
Los conceptos antes descriptos nos conducen a la cuestión fundamental
planteada por Laclau y Mouffe en Hegemonía y Estrategia Socialista: determinar las
condiciones discursivas de emergencia de acciones colectivas encaminadas a la
abolición de las desigualdades y el cuestionamiento de las relaciones de subordinación.
Esta condición discursiva no es otra que la plasmada en los ideales democráticos
de libertad e igualdad sancionados en 1789 con la Revolución Francesa.
Hemos indicado, por un lado, la centralidad otorgada por Laclau y Mouffe a la
teoría del lenguaje y al carácter simbólico de las relaciones sociales (que por ser
inestables siempre son “políticas”); por el otro, que lo social tiene como piedra de toque
relaciones diferenciales que pueden ser englobadas parcialmente en discursos (relación
entre contingencia y necesidad).
Según lo señalado, desde el punto de vista político Laclau y Mouffe proponen
distinguir entre “relaciones de subordinación” y “relaciones de opresión”. Las
“relaciones de subordinación” son, simplemente, aquéllas en virtud de las cuales un
agente se encuentra sometido a otro (no importa aquí determinar dónde, cuándo y
cómo). Las “relaciones de opresión”, en cambio, son aquellas “relaciones de
subordinación” transformadas en sedes de antagonismo. El problema a tratar, según
estos autores, es “cómo a partir de relaciones de subordinación se constituyen
relaciones de opresión”.10
Una “relación de subordinación”, afirman Laclau y Mouffe, establece un
conjunto de posiciones diferenciadas entre los agentes sociales. Es subvirtiendo la
“positividad” de estas posiciones cuando el “antagonismo” podrá emerger y ello será
posible con la presencia de un “exterior” discursivo a partir de lo cual el discurso de la
subordinación pueda ser interrumpido: “Nuestra tesis es que sólo a partir del momento
en que el discurso democrático va a estar disponible para articular las diversas formas
de resistencia a la subordinación existirán las condiciones que harán posible la lucha
contra los diferentes tipos de desigualdad”.11
10
Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal, op. cit., p. 196.
11
Ibid., p. 197.
8
La “revolución democrática” permite, entonces, “plantear las diferentes formas
de desigualdad como ilegítimas y antinaturales, y hacerlas, por tanto, equivalerse en
tanto formas de opresión. Esto es lo que va a constituir la fuerza subversiva profunda
del discurso democrático, que permitirá desplazar la igualdad y la libertad hacia
dominios cada vez más amplios y que servirá, por tanto, de fermento a las diversas
formas de lucha contra la subordinación”.12
Los denominados nuevos movimientos sociales deben analizarse, afirman los
autores, tanto como momentos de “continuidad” como de “discontinuidad” en el interior
del discurso democrático.
La continuidad se funda en el hecho de que es a partir de la transformación de la
ideología liberal democrática en “sentido común” que se crearán las bases para la
progresiva puesta en cuestión del principio jerárquico en las relaciones sociales.13
La discontinuidad, por su parte, obedece a que los nuevos sujetos políticos se
han constituido a través de su relación antagónica con formas de subordinación
recientes, derivadas de la implantación y expansión, desde mediados del S. XX, de
relaciones de producción capitalistas a sectores cada vez más vastos de lo social
(“mercantilización”) y de la intervención creciente del Estado en la regulación de las
relaciones económicas y sociales (“burocratización”), junto a la emergencia de nuevas
formas culturales (“cultura de masas”).
En otras palabras, la cuestión del “progresismo” de los ideales democráticos
obedece a la propia dinámica de las sociedades modernas, lo que significa que existe
una “historicidad” en el despliegue de los ideales democráticos.14
12
Ibid., p. 198. Chantal Mouffe define como “agonista” a la democracia, caracterizada por la
contingencia de “las articulaciones político-económicas hegemónicas que determinan la
configuración específica de una sociedad en un momento determinado. Son construcciones
precarias y pragmáticas, que pueden ser desarticuladas y transformadas como resultado de la
lucha agonista entre los adversarios” (Mouffe, Chantal, En torno a lo político, p. 39).
13
Dicha progresividad se compone de tres grandes fases: (i) la primera fase correspondiente al
derecho a la igualdad en el espacio público de la ciudadanía; (ii) el derecho a la igualdad y la
libertad de las luchas obreras y anticapitalistas en el S. XIX; y (iii) las luchas de los “nuevos
movimientos sociales” de las últimas décadas del S. XX, que profundizan la revolución
democrática (Laclau, Ernesto, Nuevas Reflexiones sobre la Revolución de Nuestro Tiempo,
p. 143).
14
Dicha historicidad, afirma Laclau, obedece a la existencia de “significantes flotantes” que
vuelven inestables las “fronteras” de lo político. Con relación a las nuevas demandas de un
pueblo, ello supone la continua “reconstitución del espacio de representación mediante la
construcción de una nueva frontera”. Y agrega: “toda transformación política implica la
reconfiguración de demandas existentes, así como la incorporación de demandas nuevas (es
decir, de nuevos actores históricos)” (Laclau, Ernesto, La razón populista, p. 193).
9
Un aspecto central de la historicidad radica en que la misma no puede analizarse
al margen de las transformaciones sociales sobre las cuales opera. Podríamos decir
entonces que el reconocimiento de los “ideales democráticos” es el producto de
condiciones históricas y que dichos ideales poseen plena validez sólo para estas
condiciones y dentro de sus límites.
Mientras la ortodoxia marxista considera que el citado reconocimiento se
alcanza con el pleno despliegue de las dos clases sociales antagónicas (los burgueses y
los proletarios), para Laclau y Mouffe la contingencia de lo social nunca podrá tener un
“fin”, lo que implica que los ideales democráticos podrán, en principio, seguir
extendiéndose hacia ámbitos desconocidos. Es el propio desarrollo de la sociedad lo que
generará ineludiblemente nuevos antagonismos sobre relaciones sociales que, desde el
presente, no pueden determinarse a priori.
Esta imposibilidad de determinar un “final” de los ideales democráticos es lo
que permite concebir una democracia radicalizada y plural.
El “pluralismo”, según Laclau y Mouffe, (i) es un dato constitutivo de lo social y
es intrínsecamente negativo frente a las concepciones que pretenden reconducir las
“posiciones de sujeto” a un principio positivo y unitario, fundante de las mismas; (ii) es
“radical” en la medida en que cada uno de los elementos que conforman las
articulaciones hegemónicas encuentra en sí mismo el principio de su propia validez, sin
que ésta deba ser buscada en un fundamento trascendente que establecería la jerarquía o
sentido de dichos elementos y operaría como garante de su legitimidad; y (iii) es
auténticamente “democrático”, en la medida en que supone un desplazamiento
permanente del imaginario democrático, resultante de la articulación continua de
prácticas discursivas antagónicas.
No obstante, el desplazamiento del imaginario democrático no predetermina la
dirección en la que este imaginario va a operar. El terreno de los ideales democráticos es
“polisémico”. Esto significa que la constitución de las cadenas de equivalencia, en el
campo general de la discursividad, tampoco puede determinarse a priori.
Un ejemplo de la “polisemia” de los ideales democráticos es la distinción
ofrecida por Lash entre un posmodernismo “afirmativo” del status quo y un
posmodernismo de “oposición”: si bien comparten la crítica al “modernismo cultural”
por considerarlo “elitista” y renuente a los cambios operados en la cultura de masas,
adoptan sin embargo posturas ideológicas radicalmente opuestas.
10
En tal sentido, un caso de crítica al modernismo es la figura, dentro del arte
contemporáneo, de Andy Warhol. La reivindicación por parte del pop-art de lo
cotidiano y lo banal puede interpretarse, dice Lash, tanto como una aceptación
descarada de la mercancía bajo una “estética de la mercancía” (posmodernismo
afirmativo), como una crítica o burla de la banalidad de la sociedad de consumo
(posmodernismo crítico). En términos de Laclau y Mouffe, la solución del “debate
Warhol” depende de la posición que se le otorgue a Warhol en el “campo de la
discursividad”.
Un aspecto central de la teoría política de Laclau y Mouffe es la crítica de la
noción de revolución.
Afirman que si por revolución se entiende la “sobredeterminación” (Althusser)
de un conjunto de luchas en un punto de ruptura político, del cual se seguiría una
variedad de efectos esparcidos sobre el conjunto del tejido social, el concepto es válido.
No obstante, se ha otorgado erróneamente al concepto un carácter “fundacional”,
haciéndolo funcionar como un punto de concentración del poder a partir del cual la
sociedad podría ser reorganizada “racionalmente”. Esta perspectiva es incompatible con
la pluralidad y la apertura de lo social que requiere una democracia radicalizada. El
concepto de “guerra de posición” de Gramsci permite redimensionar el mismo hecho
revolucionario: “implica precisamente la afirmación del carácter procesal de toda
transformación radical -el hecho revolucionario es, simplemente, un momento interno
de ese proceso. Multiplicar los espacios políticos e impedir que el poder sea
concentrado en un punto son, pues, precondiciones de toda transformación realmente
democrática de la sociedad”.15
Para los autores, el contexto político contemporáneo, signado por la crisis del
dato revolucionario y la multiplicación de las luchas sociales, ofrece motivos de
“optimismo político”, pues permite la radicalización de la democracia y la
fragmentación creciente de los actores sociales.
En tal sentido, Laclau sostiene que “esta fragmentación, lejos de ser el motivo
para alguna nostalgia de la clase universal perdida, debe ser la fuente de una nueva
militancia y de un nuevo optimismo … La indeterminación de las relaciones entre las
diversas reivindicaciones de los actores sociales … amplía … el campo de acción
15
Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal, op. cit., p. 223.
11
histórica, ya que luchas contra-hegemónicas son posibles en muchas áreas que habían
estado tradicionalmente asociadas a las formas sedimentadas del status quo. El futuro
es ciertamente indeterminado y no nos está garantizado; pero por eso mismo no está
tampoco perdido”.16
Hernán Marturet
16
Laclau, Ernesto, Nuevas Reflexiones sobre la Revolución de Nuestro Tiempo, p. 98.