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PRIMERA UNIDAD
¿QUÉ ES LA FILOSOFIA DE LA CIENCIA?
1.-Dificultades de delimitación
Si, empeñados en buscar dar una respuesta a la pregunta: ¿Qué es la filosofía de la
ciencia? (término puesto en boga por los filósofos del Círculo de Viena en la segunda
década del siglo pasado), consultamos la abundante y profusa bibliografía existente, nos
percataremos de que no hay consenso ni criterios unánimes para su definición. Tal vez
haya que interpretar en ese sentido la expresión de N. Berdiaeff, que afirmaba,
irónicamente, que "la filosofía de la ciencia es la filosofía de los que no tienen ninguna
filosofía".
El problema radica, sin duda, en que la filosofía de la ciencia se encuentra tan vinculada
a otras ramas de la filosofía (ontología, lógica, gnoseología, epistemología, e incluso
ética) que no resulta fácil delimitar en qué consiste su autonomía teórica. Desde luego
que, en términos generales, la filosofía de la ciencia es una reflexión crítica sobre la
ciencia y, por ende, su ámbito de estudio se ubica en la complejidad, dimensiones y
diversos contextos del fenómeno científico. En la actualidad, sin embargo, su radio de
alcance se ha expandido y no es extraño, por ello, que también se adjudique a la
filosofía de la ciencia la valoración crítica del impacto que la ciencia ejerce sobre la
sociedad y el medio ambiente.
Es cierto que, influidos por el enfoque del positivismo lógico del Círculo de Viena, los
primeros filósofos de la ciencia concentraron su reflexión sobre el problema de la
justificación del conocimiento científico, es decir, sobre la validez de las hipótesis y
teorías, sobre la relación entre observación y constructo teórico, sobre la estructura
lógica de las leyes científicas, sobre los modelos explicativos y predictivos y, como
metodología presente en todo lo anterior, sobre la importancia del análisis del lenguaje
científico. Como puede verse, no hay en los pioneros des esta disciplina un tema en el
que pueda afirmarse que se centre la filosofía de la ciencia, puesto que ésta abarca, en
conjunto, las dimensiones lógica, metodológica, epistemológica y semántica de la
naturaleza, estructura y expresión científicas.
La actual filosofía de la ciencia no puede renunciar a tan ambicioso panorama temático,
pero su horizonte de reflexión se amplió todavía más cuando, a partir principalmente de
Kuhn, Feyerabend y Lakatos, se puso énfasis en cómo se produce el conocimiento
científico y qué es lo que origina, en la actividad científica, los cambios que han
impreso en la ciencia (en sus teorías, métodos y objetivos) los hechos históricos. Ello
explica el lugar tan relevante que tiene hoy la construcción de modelos que se hagan
cargo de la dinámica de la ciencia y que, en último término, la filosofía de la ciencia
pretenda convertirse en una meta-ciencia que algunos interpretan como la naturalización
de la filosofía de la ciencia.
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Finalmente, no hay que olvidar que el siglo XX es conocido ya como el “siglo de la
técnica” (y la tecnología es, ciertamente, un producto “natural” de la actividad
científica). Desde luego que, desde F.Bacon y el empirismo moderno, se reforzó la
vinculación entre ciencia y tecnología, pero los logros alcanzados por esta última han
sido de tal magnitud (piénsese, por ejemplo, en la biología actual), que dicha
vinculación no solo ha generado un nuevo modo de investigar, sino que ha puesto de
relieve la importancia de “trabajar en equipo” y el recurso a la interdisciplinariedad. En
efecto, la tecnología, debido al impacto de las aplicaciones tecno-científicas, contribuye
a crear un nuevo tipo de sociedad, y ello impele al ser humano a reflexionar
críticamente sobre el alcance axiológico (tanto en la esfera privada como pública) que
promueve la ciencia tecnológica.
He querido exponer ante ustedes, de manera intencionada y seguramente algo
perturbadora, un hecho que es indiscutible: una ciencia en expansión origina también
una filosofía de la ciencia en expansión, esto es, da sí una reflexión sobre la ciencia que,
al abarcar objetivos tan numerosos y diferentes, necesariamente ha de encontrar casi
imposible definir de modo terminante su cometido. En consecuencia, lo que viene a
continuación tiene que ser interpretado como una aproximación conceptual al
significado de la “filosofía de la ciencia”.
2.-Disciplinas conexas
Todo saber humano, y en especial el vinculado con pretensiones de validez universal,
alcanza su razón de ser solo si se llega a delimitar su autonomía frente a otros saberes.
Según todos los manuales, la filosofía de la ciencia adquiere su carta de autonomía en la
segunda década del siglo XX, pero dicho concepto exige necesarias matizaciones.
En primer término -tal como señala M.W.Wartofsky, señalando un marco general de
relación-, la filosofía de la ciencia está vinculada a una disciplina filosófica denominada
metafísica u ontología, que tiene como misión indagar acerca de qué es lo que existe, de
cuál es su naturaleza y estructura. Luego, ciñéndose ya a una relación más concreta,
Wartofsky se refiere a una disciplina que él llama epistemología, pero que coincide con
la teoría del conocimiento en su objetivo de explicar cómo podemos conocer lo que
existe y cómo justificamos la validez de nuestro conocimiento, aunque también incluye
cuestiones epistemológicas como, por ejemplo, la de abordar con qué criterios elegimos,
legitimamos o desechamos nuestras creencias. La filosofía de la ciencia debe, en tercer
lugar, relacionarse estrechamente con la lógica, y principalmente con lo que se entiende
por inferencia válida, definición adecuada y razonamiento correcto en el proceso de
vincular conceptos entre sí.
Tal como se desprende de lo anterior, no puede negarse que algunas de las cuestiones
de la filosofía de la ciencia pertenecen también al ámbito de la teoría del conocimiento
(o gnoseología). Efectivamente, mientras la teoría del conocimiento estudia las
condiciones de posibilidad de todo conocimiento, así como su origen, estructura y
límites, la filosofía de la ciencia se ocupa de los problemas planteados por el
conocimiento científico, de ahí que pueda afirmarse que su campo de estudio es más
restringido que el de la gnoseología. Ello, empero, no significa que toda filosofía de la
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ciencia no presuponga una teoría previa del conocimiento que le sirve de matriz y que,
hasta cierto punto, la condiciona en su método y en sus alcances cognoscitivos.
Más problemática resulta la relación de la filosofía de la ciencia con la epistemología.
En rigor, cuando se habla en términos generales de una epistemología de la ciencia, no
parece haber diferencia alguna entre ellas. Solo si por epistemología (como sucede cada
vez con más frecuencia) se entiende a la teoría del conocimiento, o si se limita su
significación a proporcionar los criterios que hacen que la ciencia sea ciencia (esto es,
los criterios de cientificidad, los cuales son dependientes, a su vez, de una teoría del
conocimiento y de determinados métodos de investigación), aparecerá la filosofía de la
ciencia como relativamente autónoma con respecto a la epistemología.
De hecho, la elucidación del discurso científico es objetivo tanto de la filosofía de la
ciencia como de la epistemología, y ambas, de un modo u otro, tendrán que vincularse a
una teoría del conocimiento más general y a una metodología de la investigación
científica. De todo ello se deducirá que la reflexión filosófica sobre el producto
científico tendrá que emprender una taxonomía de las diversas ciencias y abordar tanto
sus particulares contenidos cognoscitivos como sus diferencias metodológicas en las
formas de obtenerlos.
Hay otras tres disciplinas cuya conexión con la filosofía de la ciencia no es tan
problemática sino, antes bien, de necesaria complementariedad. La primera de ellas es
la teoría de la ciencia (Wissenschaftstheorie), la cual es ya, de por sí, una teoría
filosófica (metaciencia) acerca de cómo se constituye la verdad científica, es decir,
acerca de la relación existente entre su contenido y su conformación. La teoría de la
ciencia estudia las distinciones entre las diversas ciencias, pero pone énfasis sobre todo
en su “identidad sintética” y, por ende, se emparenta en su cometido con una
determinada manera de concebir la epistemología. Puede afirmarse que la ciencia
necesita de una “teoría de la ciencia” y que ésta, al no poder estatuirse sin intervención
filosófica, forma parte de la filosofía de la ciencia.
Igual de clara resulta la conexión entre la filosofía de la ciencia y la historia de la
ciencia, entendiendo por dicha historia la descripción del proceso formativo de la
ciencia, el cual incluye los cambios, intercambios, “revoluciones” y paradigmas de un
producto (la ciencia) que se genera en la historia y que no puede desentenderse de su
dinamismo. Este proceso histórico proporciona a la filosofía de la ciencia un material de
reflexión al que cada vez se le concede mayor relevancia (piénsese, por ejemplo, en T.
S.Kuhn).
Finalmente, la filosofía de la ciencia no podrá entenderse en toda su magnitud
explicativa sin recurrir a la metodología de la investigación científica como su correlato
más cercano y su inevitable compañera de camino. Los “caminos” (métodos) de las
ciencias empíricas se recorren independientemente de la filosofía, pero no surgieron
totalmente de la ciencia sino de las exigencias que la reflexión racional le impone.
3.-Aproximación conceptual al significado de la filosofía de la ciencia
Toda filosofía de (Genitivphilosophie=filosofía del genitivo; el término se encuentra en
A. Anzenbacher) es siempre un “saber segundo” o, en expresión de C.Ulises Moulines,
“una actividad reflexiva de segundo nivel respecto de actividades reflexivas de primer
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nivel, es decir, de ciertos modos conceptualmente articulados con que los seres
humanos se enfrentan a la realidad”. El adjetivo “segundo” no posee aquí ninguna
connotación peyorativa o de inferior valoración, sino la afirmación de que las filosofías
de… suponen un saber previo que, como materia prima, les sirva para ejercer su
cometido de fundamentación, análisis, crítica, hermenéutica, e incluso mejoramiento
de dicho saber.
El objeto de reflexión filosófica puede ser el arte, la religión, el derecho, etc., y,
entonces, tenemos como ejemplos, respectivamente, a la filosofía del arte, de la religión
y del derecho. Sin embargo, de lo que aquí va a tratarse es de la filosofía de la ciencia y,
por ende, será la ciencia el saber primero sobre el que la filosofía (saber segundo)
ejercerá su labor. J. Losee, acorde con esta perspectiva, ha denominado a la filosofía de
la ciencia “una criteriología de segundo orden”. Resultaría ocioso, en este contexto,
negar la “perentoriedad” (C.U.Moulines) de una reflexión filosófica sobre la ciencia,
tomando en cuenta lo que el modo científico de abordar la realidad representa, desde
hace cuatro siglos, en lo tocante a todo el saber y el quehacer humanos.
Por “ciencia” entenderemos -en este corto curso intensivo- a las ciencias empíricas
(llamadas también fácticas o factuales), es decir, a las ciencias que se ocupan de hechos
experimentalmente contrastables: ciencias naturales y ciencias sociales. Desde luego
que entre ambas existen diferencias importantes (especialmente, en lo tocante a cómo
abordan metodológicamente sus ámbitos temáticos), pero les unen similitudes
innegables en lo que respecta a conceptos, categorías y teorías. Además, los puentes
intermediarios entre ellas son tan numerosos como los traslapes e influencias recíprocas
que se derivan de la interdisciplinariedad científica.
Habida cuenta de lo anterior, quedarán excluidos de nuestro estudio los saberes de las
ciencias formales (lógica, matemáticas), los de las ciencias normativas (derecho, moral)
y los relacionados con la teología o con otras entidades no susceptibles de contrastación.
Sin embargo, aun cuando la filosofía de la ciencia no se identifica con la filosofía de la
tecnología, será imposible no constatar en nuestras reflexiones su necesaria vinculación.
Comparada con el origen de la religión o de la moral, la aparición de las ciencias
factuales resulta siendo un fenómeno históricamente tardío. Y más tardía es “la toma de
conciencia de que, con el surgimiento de las ciencias empíricas, se había producido un
hecho cultural esencialmente nuevo”; “solo entonces -añade C.U.Moulines- puede
concebirse una filosofía de la ciencia en sentido estricto”. Esta toma de conciencia se
llevará a cabo por vez primera (salvando algunos aportes efectuados por Galileo y
Newton) en la filosofía de Kant, a fines del siglo XVIII, en términos más que de una
filosofía de la ciencia propiamente dicha, de una filosofía, más bien, de la mecánica. En
el siglo XIX se encontrarán ya autores más directamente relacionados con la filosofía de
la ciencia, considerados como en la actualidad como sus pioneros: Comte, Wheeler,
J.S.Mill, Mach, Poincaré, Duhem, entre otros.
Pero será recién en el siglo XX cuando la filosofía de la ciencia podrá obtener una cierta
autonomía con respecto a la teoría del conocimiento y liberándose de determinadas
posiciones metafísicas tradicionales. Ello fue posible, sin duda, gracias a la lógica
formal, a la teoría de conjuntos y a la metodología del análisis lingüístico, tríada que,
junto a los trabajos de Frege y de Russell, encontrará en el positivismo lógico del
Círculo de Viena (1920-1929) un primer acercamiento sistemático a la filosofía de la
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ciencia como disciplina autónoma. De este primer acercamiento se alimenta, para
rectificarlo o negarlo, buena parte de la actual filosofía de la ciencia.
Independientemente de la posición que se adopte frente al problema de la autonomía, la
filosofía de la ciencia no podrá renunciar a dos ámbitos que conforman necesariamente
su objeto de estudio: a) el conocimiento científico, y b) la praxis científica. Ahora bien,
puesto que el conocimiento científico se expresa mediante teorías y éstas, a su vez, se
componen de conceptos y de proposiciones hipotéticas, la filosofía de la ciencia tendrá
que abordar la reflexión acerca de la génesis, desarrollo y evolución de las teorías
científicas, así como, en segundo lugar, explicitar la transformación factual de la teoría
en praxis.
Este planteamiento genérico de los dos ámbitos de la filosofía de la ciencia no exime a
ésta de abordar ámbitos más específicos. Por ejemplo, en lo referente al conocimiento
científico no podrá dejarse de lado tanto la naturaleza como la obtención de los
conceptos, hipótesis, teorías y modelos científicos y su relación con la realidad. Y en lo
que concierne a la praxis científica habrá que ocuparse de cómo la ciencia describe,
explica y predice, atendiendo también a su contribución en la creación de mecanismos
de control, protección y enriquecimiento de la naturaleza. Ello, como puede verse, entra
ya en el terreno de la filosofía de la tecnología.
La dimensión de la filosofía de la ciencia es tan vasta y ramificada que será imposible
explicitarla totalmente en cuatro fines de semana. Habrá que atenerse, entonces, los
lineamientos esenciales.
4.-Hipótesis filosóficas en las que se sustenta la ciencia
Uno de los problemas básicos, medulares, de la filosofía de la ciencia es si existen
problemas filosóficos en la ciencia. Es cierto -como ha señalado M.W.Wartofski- que
los problemas referentes a la ontología, epistemología y lógica surgen del pensamiento,
pero no son, en sí mismos “problemas científicos” y, por lo tanto, no les corresponde ser
resuletos por la ciencia. Pero si nos adentramos en la constitución última de los
problemas científicos, nos percataremos de que todos ellos son “en último extremo”
filosóficos o descansan en supuestos filosóficos, erigiéndose estos últimos en los
fundamentos del pensamiento científico.
No se trata aquí -siguiendo lo que propone el mismo Wartofski- de problemas que
deben preocupar al científico qua científico. Por ejemplo: cuál es el peso específico del
molibdeno, cuáles son los compuestos de mercurio, o qué es lo que explica el extraño
comportamiento de los superconductores. Pero hay otros problemas que “poseen un
carácter teórico más amplio” y que, debido a ello, remiten a instancias metaciéntificas,
v. g., la estructura última de la materia, el origen de la vida explicado en base solo a
interacciones fisicoquímicas, o si la luz ha de describirse como onda o como partícula,
como combinación de ambas o de otro modo distinto.
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Preguntas de esta clase son las que hacen posible la filosofía de la ciencia, ya que ésta
fundamenta su quehacer en el reconocimiento de las relaciones entre filosofía-ciencia y,
más concretamente, en la existencia de “supuestos” sobre los que la ciencia ha de
fundamentarse para esclarecerse a sí misma en su misión y en su naturaleza. M.Bunge,
en su obra La investigación científica (1982), hace referencia a cuatro hipótesis
filosóficas en las que la ciencia se sustenta:
a) El realismo
Todo realismo gnoseológico (Aristóteles, Tomás de Aquino, Marx) asume la posición
de que existen objetos reales independientemente de que los pensemos o no. En
consecuencia, la ciencia da por supuesta su existencia y, en ese sentido, se opone a todas
las variedades del escepticismo. (Sobre los diez argumentos que propone Bunge en
defensa de que la realidad existe de manera independiente de la mente reflexionará, con
posterior exposición pública, un grupo de trabajo).
b) La pluralidad de niveles de la realidad
La ciencia se sustenta sobre el hecho de que la realidad no es homogénea, “sino que se
divide en varios niveles o sectores, caracterizado cada uno de ellos por un conjunto de
propiedades o leyes propias”: niveles físico, biológico, psicológico y sociocultural, entre
otros. Cada nivel se subdivide en subniveles principales e incluso en subniveles
secundarios, afirmándose que los subniveles superiores no son autónomos, sino que han
surgido, por evolución, a partir de los subniveles inferiores
c) El determinismo
Hay dos clases de determinismo: el ontológico y el epistemológico. El primero se
refiere a las cosas, hechos y acontecimientos existentes; mientras que el segundo
consiste en una reflexión sobre la posibilidad de conocerlos, esto es, de determinarlos
conceptualmente.
La interpretación correcta del determinismo ontológico no es en la actualidad el
mecanicismo férreamente determinista de la física newtoniana, basado en leyes
mecánicas que no admiten excepción ni contradicción. Hoy el determinismo ontológico
se fundamenta en dos hipótesis: la hipótesis legaliforme o nomológica, que equivale a
suponer que todos los acontecimientos se producen según leyes y, por ende, que los
hechos están sujetos a una estructura legal en la que se incluyen las leyes estocásticas y
el azar; y la hipótesis que M. Bunge denomina “principio de la negación de la magia”,
basado fundamentalmente en el enunciado de A. Lavoisier: la realidad no nace de la
nada ni desaparece en ella (“nada se crea ni se destruye, sino que se transforma”).
El determinismo epistemológico, entendido tradicionalmente, se basaba en la teoría
racionalista del conocimiento y sostenía la cognoscibilidad o inteligibilidad de lo real
siempre y cuando se emplease un método correcto. Actualmente, especialmente a partir
de la segunda mitad del siglo XX, con la aparición de la física de campos y la física
estadística, el determinismo epistemológico, influido por el principio de
indeterminación de Heisenberg, propugna una cognoscibilidad limitada. Sin duda, esta
interpretación del indeterminismo se alimenta de la hipótesis legaliforme, y de ello se
deduce que el problema epistemológico genuino no consiste en plantearse si podemos
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conocer o no, sino en reflexionar sobre los límites del conocimiento y sobre el modo en
que podemos ampliarlos, reconociendo, eso sí, que el conocimiento científico no es
indubitable, como aseveraban Descartes y la física clásica, sino provisional, falible y
progresivo.
d) El formalismo
Las ciencias formales no asientan la verdad de sus proposiciones sobre los objetos
reales: ni la lógica ni las matemáticas se ocupan del mundo externo. La verdad de sus
proposiciones, como ya sostenía D. Hume en el siglo XVII, se lleva a cabo mediante un
trabajo puramente mental, es decir, a priori.
Ahora bien, las ciencias fácticas (las referidas a hechos) presuponen una lógica o, lo que
es lo mismo, unos principios lógicos que no pueden transgredir, so riesgo de condenarse
a afirmar que todo podría afirmarse, negarse o inferirse. La ciencia requiere de
principios lógicos incluso para verificar un análisis de sus propios principios, y emplea
para ello la lógica binaria. Esta lógica es independiente de las ciencias fácticas, pero
sirve a éstas principalmente para distinguir entre lo que es inferencialmente correcto o
incorrecto. No quiere decirse con ello que una hipótesis científica se verifique o
contraste mediante procedimientos lógicos, sino que los principios lógicos (el de
identidad, el de no contradicción e incluso el de causalidad) han de emplearse en la
construcción de hipótesis y teorías científicas.
5.-La realidad y su percepción. Conceptos, proposiciones, teorías, modelos.
Ya hemos visto cómo dos supuestos que subyacen en la filosofía de la ciencia,
justificándola, son el realismo, esto es, el de nuestra creencia en que existe una
“realidad”, y el determinismo epistemológico, que se fundamenta en la posibilidad de
conocerla puesto que entre la realidad y nuestras estructuras cognoscitivas existe una
relación, hasta hoy inexplicable, que hace posible la ciencia sobre ella.
La percepción de la realidad constituye nuestro conocimiento del mundo exterior. Para
el realismo los hechos de observación existen independientemente de los sentidos, pero
son los datos sensoriales los que inician el camino hacia el conocimiento científico, si
bien no serán el elemento constitutivo esencial de la teoría científica. La tesis
fenomenista sostiene que el conocimiento de los objetivos materiales es imposible sin
ele análisis de la sensación, y es ésta la “materia prima” de la idea. Sin sensaciones no
hay ideas puesto que el ser, como señalaba Berkeley, se constituye en base a la
percepción sensorial (esse est percipi). En consecuencia, el realismo y el fenomenismo
se diferencian en su valoración de la experiencia sensorial como elemento constituyente
de la ciencia.
Los diversos modos de la percepción de la realidad constituyen una problemática de la
que se ocupa la teoría del conocimiento, pero la reflexión acerca de la naturaleza de la
ciencia es tarea de la filosofía de la ciencia. Desde luego que los problemas científicos
no poseen la misma estructura, de ahí que Wartofski los haya dividido en dos grandes
grupos:
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a) Los problemas metodológicos, que tienen que ver con los procedimientos y
métodos de la investigación científica y que se refieren principalmente a la
práctica de la ciencia, que se mueven en torno a los conceptos de observación,
medida, hipótesis, experimento, etc., pero que implican también la inducción, la
probabilidad, la deducción y la inferencia y, por lo tanto, llegan hasta la
explicación científica y la naturaleza de las leyes.
b) Los problemas sustantivos, que tratan sobre la “visión del mundo” que tiene el
científico y dentro de cuyo esquema él elabora la ciencia: conceptos de espacio y
tiempo, relación entre mente-cuerpo, entre sociedad e historia, entre otros.
En concordancia con ello, puede aseverarse que los conceptos de la ciencia son tan
numerosos como diferenciados en su contenido. Su genealogía retrocede, en muchos
casos, hasta el sentido común, pero de lo que no cabe duda es que son ellos, los
conceptos, las “piedras básicas” con las que se construye la ciencia y el componente
esencial del vehículo expresivo del conocimiento científico: las proposiciones.
En efecto, una proposición es un enunciado que posee el carácter lógico de ser
verdadera o falsa y, en este sentido, se trata de una hipótesis contrastable. Pero los
componentes de la proposición son los conceptos, y ellos constituyen el resultado de
nuestro primer contacto relacional con la realidad. No vamos a discutir ahora si los
conceptos tienen un origen a priori o a posteriori (esto es, si son connaturales a la mente
humana o se derivan, más bien, de la experiencia sensorial), pero sí debemos subrayar
que las proposiciones, que son el vehículo expresivo de la verdad científica, por más
complejas que sean, pueden reducirse al “enunciado atómico” de sujeto, cópula y
predicado.
Se trata de dos conceptos claramente identificables vinculados por un “es” o “no es”
(“son” o “no son”), que también es un concepto, aunque de explicación mucho más
difícil. Pero este trío del enunciado proposicional, aun cuando posee un carácter
hipotético, tiene pretensiones de convertirse en “ley” y, aunque está basado en un
cúmulo de experiencias observacionales, la razón le impele a ser “universal” y
“necesario”. En este sentido -tal como afirmó R. Braithwaite- la función de la ciencia no
es otra que la de “asentar leyes generales que abarquen el comportamiento de los
sucesos u objetos empíricos” enlazándolos entre sí y prediciendo fiablemente, en base a
ello, sucesos no conocidos aún. La “ley” deviene así en el concepto fundamental de la
ciencia y, debido a ello, puesto que la teoría científica está formada por proposiciones
hipotéticas con carácter nomológico, puede afirmarse que si se quiere comprender el
modo como funciona la ciencia ha de esclarecerse primero cuál es la naturaleza de las
leyes científicas y en qué consiste lo que Braitweite denominó su “asentamiento”.
“Asentar leyes” es, en consecuencia, la tarea primordial de la teoría científica, pero ha
de tenerse en cuenta que, al estar constituida la teoría científica por un corpus simple o
complejo de proposiciones hipotéticas, éstas han de ser contrastadas mediante el mismo
componente que las originó: la observación. En efecto, la contrastación no es otra cosa
que una nueva observación y, como tal, se constituye en parte esencial de una teoría
científica pues concede validez de verdad o falsedad a las proposiciones que la
conforman. Ahora bien, la contrastación puede ser positiva (esto es, la nueva
observación coincide con las proposiciones de la teoría), o negativa (si es que se
presenta un “caso rebelde” que no se adecúa a lo predicho en la teoría). La valoración
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de la contrastación negativa tiene, sin embargo, en la filosofía de la ciencia, una
dimensión discordante, y por ello la “refutación” de la ley (“refutar” es lo contrario de
“asentar”) se ha convertido en elemento imprescindible de determinadas comprensiones
filosóficas contemporáneas de la ciencia. Mientras que para K. Popper la contrastación
negativa es el elemento más importante de la teoría científica, para R.Braitwaite lo es la
contrastación positiva ya que es ella la que asegura la permanencia de la ley. De ahí que
su famoso dicho suene así: “No hay tragedia mayor que el asesinato de una hermosa
hipótesis científica por un ejemplo discordante”. De todo ello se hablará más
detenidamente cuando se estudie la metodología de las ciencias fácticas.
Lo importante aquí es comprender la relación existente entre conceptos-proposicionesteoría científica. Una proposición se compone de conceptos y una teoría está formada
por proposiciones. Ahora bien, la teoría científica es, ante todo, una idea (un “modelo
mental”) que posee -tal como sostiene S. Hawking- “un conjunto de reglas que
relacionan las magnitudes del modelo con las observaciones que realizamos”. Los dos
requisitos de S. Hawking asigna a una “buena teoría” son:
---La teoría “debe describir con precisión un amplio conjunto de observaciones sobre la
base de un modelo que contenga solo unos pocos parámetros arbitrarios”.
---La teoría “debe ser capaz de predecir positivamente los resultados de observaciones
futuras”.
El primer requisito concuerda con la característica “económica” (o “ahorrativa”) de la
ciencia, la cual consiste en explicar el mayor número posible de fenómenos con el
menor número de principios teóricos. Pero dicho requisito no es el más importante para
Hawking. Comparando las teorías de Aristóteles y de Newton, afirmará que la de
Aristóteles “fallaba en que no realizaba ninguna predicción concreta”, mientras que la
de Newton, “basada en un modelo más simple, en el que los cuerpos se atraían entre sí
con una fuera proporcional al cuadrado de la distancia entre ellos”, sí fue “capaz de
predecir el movimiento del Sol, la Luna y los planetas con un alto grado de precisión”.
Sin embargo, la teoría de Newton se vio superada por la teoría general de la relatividad
de Einstein al predecir con mayor exactitud el movimiento del perihelio de Mercurio,
hecho que fue confirmado por la observación. En consecuencia, el requisito más
importante de la teoría científica reside en su capacidad de efectuar predicciones sobre
fenómenos no observados.
Las teorías desembocan, sin embargo, en una unidad teórica mayor que las contiene: el
modelo científico. Es cierto que, con frecuencia, los términos “teoría científica” y
“modelo científico” se emplean como sinónimos, pero el modelo se caracteriza por ser
más abarcante que la teoría y por describir aspectos más amplios de la realidad. De
hecho, son las teorías las que forman los modelos científicos, de manera que, aun
cuando el modelo sea una representación de la realidad, ha de construirse en base a
conocimientos científicos previos. El modelo científico es, por consiguiente, un
conjunto de teorías científicas y, por ende, está formado por proposiciones hipotéticas y
postulados de naturaleza contrastable. Ello no significa que el modelo no sea un sistema
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lógico-deductivo y, por lo mismo, que sus proposiciones contengan también elementos
a priori (no extraídos de la experiencia), pero su carácter científico tendrá que ser puesto
a prueba en la contrastación, sea ésta positiva o negativa, esto es, confirmatoria o
refutadora.
Un ejemplo de modelo es el que los científicos emplean actualmente para describir el
universo. Dicho modelo contiene dos teorías “parciales”: la relatividad general y la
mecánica cuántica. La primera sirve para explicar la macro-estructura del universo; la
segunda se ocupa de los fenómenos a escalas muy pequeñas (una “billonésima de
centímetro”). Se sabe que ambas teorías no pueden ser correctas a la vez, de ahí que S.
Hawking se haya empeñado en buscar “una nueva teoría que incorpore a las dos
anteriores” y que él ha denominado “teoría cuántica de la gravedad”. Esta “nueva
teoría” no es otra cosa que un “modelo científico” del universo y, por lo mismo, ha de
estar en capacidad de de “extraer deducciones lógicas de lo que vemos” y de predecir
fenómenos que antes, empleando las dos teorías por separado, no pudieron quedar lo
suficientemente esclarecidos.
CITAS BIBLIOGRÁFICAS
Los títulos de las obras citadas figuran en la BIBLIOGRAFIA ofrecida en el Sílabo
1.-La cita de N. Berdiaeff se encuentra en J.A. Serrano, p. 11.
2.-Todas las citas de M.R.Wartofski se encuentran en las pp. 27-34.
3.-La cita de A. Anzenbacher está en la p. 55.
4.-Las citas de U.Moulines se hallan en las pp. 11-14.
5.-La cita de J. Losee puede verse en la p. 13.
6.-Las citas de M. Bunge (1982) están en las pp. 319-330.
7.-La cita de D. Hume se encuentra en diversas partes de su obra.
8.-Las citas de R. Braithweite están en las pp. 18 y 31.
9.-La cita de K. Popper puede verse en la p. 34.
10.-Las citas de S. Hawking están en las pp. 28-32.
Explicar tres definiciones o conceptos de “ciencia”, esclareciendo las fuentes de
donde han sido tomados (trabajo individual).