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DIOS NOS AMA CON CORAZÓN HUMANO
Presentar la riqueza y la originalidad del pensamiento teológico-espiritual del P.
Luis Mª. Mendizábal ha sido lo que me ha movido en mi trabajo intelectual los
últimos diecinueve años; me ha llevado a realizar una tesis doctoral de su persona,
sabiendo que es la primera vez que se sistematiza toda su obra en sus líneas
fundamentales y me ha llevado próximamente a publicar un <Catecumenado en el
Corazón de Cristo>, realizado en diferentes lugares de España desde su espiritualidad,
en los últimos veinte años.
1. Líneas fundamentales del pensamiento del P. Luis Mª. Mendizábal.
Dos grandes temas presiden toda su reflexión teológica: la perfección cristiana y el
misterio del <Corazón humano de Cristo>. Si la perfección cristiana es el tema
fundamental de la Teología espiritual, el P. Mendizábal al ser jesuita ha entendido su
magisterio teológico-espiritual como un servicio a la llamada universal a la santidad
según los diferentes estados de vida; llevar a toda persona a la plenitud del amor es lo
que ha movido su actividad apostólica especialmente a través de conferencias, retiros
y Ejercicios Espirituales. En nuestro autor, todos los temas más importantes de su
reflexión teológica siempre terminan en el misterio del Corazón de Cristo y toda la
renovación de la espiritualidad del Corazón de Cristo que él presenta lleva a la
perfección cristiana.
Si esto es lo más importante, el contenido esencial de su pensamiento se encuentra
en utilizar el término <Corazón humano de Cristo> y no <Corazón de Jesús>. Aunque
sabemos que todo corazón es humano y que aparentemente es innecesario formularlo
así, el P. Mendizábal ha querido destacar una vez más la verdad de la humanidad de
Cristo a través de su divino Corazón, ya que la inteligencia humana tiende a plantearse
un Dios distante y abstracto. El Dios vivo y verdadero se manifiesta desde la cercanía,
con una relación personal y con un auténtico afecto humano en Jesucristo: a Dios le
llegan mis acciones a través del amor.
El P. Luis Mª. Mendizábal se distancia de la formulación <Corazón de Jesús> para
no caer en una visión sensiblera y sentimental, excesivamente dulzona. La palabra
<Cristo> significa una persona solemnemente ungida para una misión; el griego
<Cristo> se corresponde al hebreo <Mesías> que es el <Ungido>. El ungido es sobre
todo el rey; en el rey mesiánico va unido el aspecto sacerdotal. Nuestro autor destaca a
Cristo como el <Ungido>, el enviado por Dios que es nuestro mediador y salvador: al
tener naturaleza divina tienen valor infinito sus sentimientos humanos: mostrar a
Cristo-Ungido es resaltar lo divino-humano en la acción salvadora, es acentuar la
dimensión regio-sacerdotal en el sacerdocio ministerial y común con el matiz de la
llamada a la santidad. Todo aquél que viva unido a Cristo tiene que ser parte de la
acción redentora y mediadora de Él.
El P. Mendizábal resalta la dimensión sacerdotal de todo bautizado (laico,
religioso y sacerdote) en su sacerdocio común o en su sacerdocio ministerial (<Ser en
el Ungido>). Unidos a los sentimientos de Cristo a través de la oración y de la
adoración eucarística, se participan de ellos en la acción pastoral con la totalidad de la
vida.
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El P. Mendizábal como seguidor de la espiritualidad de San Ignacio busca llevar a
la santidad al pueblo de Dios en sus diferentes estados de vida desde la experiencia
personal de San Ignacio en sus Ejercicios Espirituales. Su pensamiento se entiende
desde la preocupación evangelizadora de la segunda mitad del siglo XX y desde el
don del Espíritu Santo que ha supuesto para la Iglesia, todo el movimiento renovador
del concilio Vaticano II.
La oración como medio de santificación, es el camino para vivir en la presencia de
Dios, en su intimidad, el medio para alcanzar la unión con Él. La relación personal
entre Dios y el hombre trae una transformación en Cristo en un conocimiento amoroso
y afectivo o una progresiva maduración en la perfección cristiana tan íntima y
profunda, que llega a ser de <corazón a corazón> con el Señor: encuentro entre la sed
de Dios y la sed del hombre.
Su ministerio sacerdotal se ha centrado especialmente en la dirección espiritual a
sacerdotes, religiosas y laicos; por eso la importancia de la dirección espiritual, el
Espíritu Santo como artífice principal de la dirección espiritual, los protagonistas
humanos y el <saber hacer> en su ejercicio. Toda vocación necesita de un adecuado
discernimiento, según el agrado de Dios, para que se dé esa identificación plena con el
Corazón de Cristo según el carisma particular de cada uno. Vivir la espiritualidad de
los diferentes estados de vida en su camino hacia la perfección cristiana ha sido lo que
le ha llevado a recorrer muchos lugares de España.
El P. Luis Mª. Mendizábal ha dedicado algunos artículos teológicos al tema
esencial de la espiritualidad ignaciana de la obediencia ignaciana. En su pensamiento
destaca el amor a la Iglesia y la interiorización de la ley que se da en el corazón
humano unido al Corazón de Cristo. Lo fundamental es la definición del carisma
ignaciano como <Obra Pontificia de ministerio evangélico>: es decir, la obediencia de
juicio que tuvo su fundador San Ignacio a la señal de la voluntad de Dios manifestada
por el Vicario de Cristo, esencial en el carisma de la Compañía de Jesús.
María es presentada como modelo de perfección cristiana en su obra y en su
reflexión teológica. El P. Mendizábal realizar un análisis de la fe y de la santidad de la
Virgen en un itinerario de vida.
En la espiritualidad del Corazón de Cristo va a lo esencial de la devoción y busca
presentar a Jesús desde su corazón humano en una realidad vitalmente integrada y
comunicada y no como un elemento sobreañadido o distinto al propio corazón. Es
importante en su pensamiento mostrar que en la devoción al Corazón de Cristo no se
busca una seguridad en la salvación a través de las promesas o de las diferentes
prácticas devocionales, sino un soporte para la confianza en el amor de Dios, que debe
impregnar todo lo que se vive y lo que se realiza. Lo importante de la persona es tener
un corazón sintonizado con el Corazón sacerdotal de Jesús en sus ansias redentoras.
El P. Mendizábal estudia el corazón humano en sentido psicológico abierto a la fe,
el corazón humano en relación con el misterio del Corazón de Cristo y el Corazón
humano del Señor en sí mismo. El corazón humano encuentra su estructura y su
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madurez en el amor de Dios: más que ser un sobreañadido a su propia vida es el
horizonte esencial que responde a sus ansias más profundas. Cristo redentor ha
penetrado de un modo único e irrepetible el misterio del hombre y ha entrado en su
corazón: la acción de Cristo ha llegado a su interior, por eso habrá que llegar al
hombre por el Corazón de Cristo. El P. Mendizábal afirma que el cristianismo es la
religión del corazón, no es de simples observancias externas: es <vivir de veras con
Cristo vivo>, es dejarse transformar el corazón a semejanza del Corazón de Cristo.
Lo íntimo y lo personal del Padre se revela en la ternura del Corazón de Cristo, el
Espíritu Santo es don del Corazón de Cristo y cada Eucaristía es el amor extremo del
Corazón de Cristo, es el Sacramento del deseo de Cristo de darse, que busca con la
comunión el encuentro del deseo mutuo entre Dios y el hombre; es el ofrecimiento a
entrar en el descanso de su Corazón: arranca del misterio de la Redención y supone
una nueva creación.
La Consagración es el acto por el cual el hombre se entrega al amor de Dios, al
Corazón de Cristo; puede ser constitutiva, si una persona se une a Dios por primera
vez o puede ser invocativa, si es un perfeccionamiento de la gracia bautismal sin
cambiar su vinculación sacra objetiva. Ante el orden humano valioso, que el hombre
debe amar y respetar por la sintonía con el Corazón de Cristo, la ofensa a Dios
necesitará de la justa reparación o satisfacción como exigencia del mismo amor. La
materialidad de la acción no le da su calidad significativa al acto reparador, sino su
intensidad de amor: siente profundamente ese rechazo de su puro amor y responde.
Llevará a evitar el pecado y a la purificación del corazón, a amar más afectivamente
impregnando de amor todo lo que se hace y, en algunos, a vivir una vocación especial
de sacrificio asociado a la Pasión de Cristo.
Las aportaciones más importantes que el P. Mendizábal presenta en su
pensamiento las podemos resumir de la siguiente manera: una clave fundamental para
entender todo el mensaje de la revelación es que Cristo ama con un corazón humano,
la Redención es esencial en toda su obra, la aceptación como actitud ante el
sufrimiento se fragua en la contemplación de Cristo y el corazón infinitamente bueno
es el mayor beneficio de la obra redentora del Señor.
El Corazón infinitamente bueno es la sal de la tierra y la luz del mundo. La
transformación de la sociedad nace de la transformación del corazón, que lleva a un
cambio de las estructuras humanas egoístas: el corazón renovado tiene en sí las
virtudes y las disposiciones del Corazón de Cristo. La pastoral de la Iglesia debe tener
como objetivo primordial modelar y formar un corazón bueno en las personas para
irradiar en el mundo la civilización del amor. El cristianismo no es un catálogo de
preceptos, y menos de prohibiciones, sino un corazón nuevo que el Espíritu Santo
forma en el hombre.
Las aplicaciones pastorales del P. Mendizábal desarrolla en su pensamiento son
concreciones de los grandes principios anteriormente presentados: es más importante
introducir en el misterio del Corazón de Cristo que simplemente reflexionar y
racionalizar el misterio de la vida de Jesucristo, se gana más elevando la visión de las
cosas con la excelencia del amor de Dios que negativizando todo lo que nos rodea, ya
que el nivel humano y el nivel divino son la misma realidad de las cosas, pero con luz
diversa; es antes el encuentro de corazón a corazón, la estima afectiva verdadera y
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sincera, que la simple acción humana; el amor personal de Cristo lleva al hombre a su
máxima plenitud; el amor del Corazón de Cristo en el corazón del hombre fecunda y
permanece con el tiempo y la mirada de Dios en Cristo es una solicitación permanente
a entrar en el Corazón de la Revelación cristiana, <mirar al que me mira>.
2. El Corazón humano de Cristo.
El pensamiento teológico-espiritual del P. Mendizábal no se fija en el corazón
como víscera, sino en la propia interioridad de Cristo1: el Corazón humano de Cristo
muestra la humanidad de Cristo y la verdad de su amor humano2.
En su obra se nota un tono psicológico y vital a la devoción del Sagrado Corazón;
una de sus características es destacar el afecto amoroso en la espiritualidad cristiana.
Invita a integrar y comunicar esta devoción en la propia vida no entendiéndola como
un sobreañadido al Evangelio.
El cristianismo es la religión del corazón; no es un catálogo de preceptos o de
simples observancias externas, es un corazón nuevo que el Espíritu Santo forma en el
hombre. Ir a lo esencial del cristianismo es vivir de veras con Cristo vivo. La fe no es
apartarse de la realidad, sino penetrar en la realidad más profunda, mas allá de lo que
captan los sentidos dando una mirada penetrante y una agudeza visual desde el amor.
El misterio del Corazón de Cristo muestra el mensaje evangélico en sus
dimensiones interiores imitando las virtudes de Cristo y participando de sus actitudes
más profundas, muestra la humanidad de Cristo y la verdad de su amor humano y
facilita a la inteligencia el conocimiento interno de Cristo para amarlo con más
eficacia.
Presentar a Jesucristo desde el corazón es llevar a las personas al centro de la vida
cristiana, es mostrar la cercanía del amor del Señor en su verdad más profunda, es
vivir una clave de interpretación de los elementos esenciales de la fe; esta visión
compromete la vida entera.
El hombre Cristo Jesús lleva adelante la obra de la Redención con el Corazón que
da la vida, sensible a la respuesta del hombre. Hemos sido redimidos por una voluntad
humana de una persona divina, con el amor verdadero de un corazón que tiene
dimensión humana y profundidad divina. Cristo nos redime con el amor con que
sufrió, con la oblación permanente de su sacrificio, que sigue manteniendo el espíritu
“<En el corazón del simbolismo se halla el simbolismo del corazón>” (cita de René Guénon): ¿Cuando
y porqué se ha considerado al corazón de las más nobles cualidades humanas? ¿A qué época se remonta
su primera representación gráfica o plástica? (Cf. N. BOYADJIAN, El corazón. Historia, simbolismo,
iconografía y enfermedades, citado por O. F. OTERO, Educar el corazón, Madrid 2000, 11).
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El corazón es el símbolo más extendido en el mundo cristiano: en objetos de piedad, de amor de
amistad, de fidelidad, de valor. Forma parte del patrimonio cultural de nuestra civilización; en la
civilización china, sumeria, hindú, egipcia, hebrea, griega y romana al corazón <se le describe como el
centro del entendimiento, del valor y del amor>. En la era cristiana al simbolismo del corazón se le dará
una nueva dimensión con la devoción al Corazón de Jesús: el corazón es la unidad orgánica de una
multiplicidad, donde las diferentes partes de un ser no se oponen, sino que confluyen en un mismo efecto
o combinación feliz. El amor de Dios trae una armonía entre lo que el entendimiento entiende o conoce,
la voluntad quiere y el corazón ama y sufre (Cf. N. BOYADJIAN, El corazón. Historia, simbolismo,
iconografía y enfermedades, citado por O. F. OTERO, Educar el corazón, Madrid 2000, 9.12. 48-49).
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interior de su corazón, del cual podemos participar. El misterio de la Redención queda
sintetizado en el Corazón humano de Cristo; revela y simboliza el amor de Dios.
Jesucristo es la personificación de la misericordia de Dios. Descubrir su mirada es
captar la solicitación permanente de Dios Padre a entrar en el Corazón de la
Revelación cristiana; en la ternura del Corazón del Hijo se revela lo íntimo y lo
personal del Corazón del Padre.
El Espíritu Santo es el don del Corazón de Cristo. La Redención se realiza con el
Espíritu captando el misterio del amor y experimentando el abrazo de Dios al alma
que ha creído en Él: infunde en el hombre los mismos sentimientos de Cristo y va
formando su corazón semejante al Corazón del Señor. La plenitud del Espíritu se da
en la humanidad de Cristo, y Cristo nos da su Espíritu amando.
La Eucaristía es el Sacramento del deseo de Cristo de darse, es el amor extremo
del Corazón de Cristo. Es el gran amor de Dios ofrecido a los hombres y tan poco
acogido por ellos. Cristo reina cuando se abren los corazones y se rinden a su amor.
Los subrayados más importantes del P. Mendizábal consisten en mostrar el
Corazón humano de una persona divina como clave de interpretación de toda la
revelación. Cristo es crucificado de nuevo en el corazón de los hombres y <le llega al
alma> el rechazo humano del amor divino; la Redención es la obra por medio del
amor humano de una persona divina; Cristo nos ha traído la liberación directa a través
de la liberación del corazón, la liberación del sufrimiento asumiéndolo en el corazón
con la fuerza amorosa de Cristo resucitado y el corazón renovado ilimitadamente
bueno tiene en sí las virtudes y las disposiciones del Corazón de Cristo.
Consecuencias de esta visión es buscar introducir a las personas en el Corazón de
Cristo, es elevar la visión de la realidad desde el amor misericordioso de Dios, supone
vivir la cordialidad, previa a las palabras y a las obras, es percatarse que el amor vivo
de Cristo perdura en el tiempo y plantea la vida desde la mirada de Dios.
3. De corazón a corazón.
Toda persona en cualquier estado de vida y circunstancia puede ir por el camino
de la madurez o de la perfección cristiana. Es la vocación universal a la santidad que
para todo fiel cristiano defiende el Concilio Vaticano II.
El Espíritu Santo es el artífice principal de esta transformación en Cristo; la
infusión del Espíritu en la persona se realiza poco a poco a la manera humana y no
automáticamente en un acto de voluntad; enriquece a toda la persona desde dentro en
un nuevo estado psicológico de gracia y de virtud, en un nuevo orden vital.
El hombre entero llamado a ser conducido por el Espíritu en un proceso de
transformación cordial, conforma su espíritu en la docilidad a Dios para adquirir el
sentido interior. La santidad fruto de esa relación cordial con Cristo supone un
enriquecimiento del corazón de la persona que trae el dominio de sí y la paz interior.
La integración de la persona por la afectividad sobrenatural que lleva a la madurez
personal cristiana, hará que la inteligencia corresponda al valor de la realidad, la
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respuesta afectiva será proporcional a ese valor y el comportamiento de la voluntad
será coherente a lo anterior.
La madurez de la perfección cristiana, es la integración estructural de todas las
facultades y tendencias del hombre en verdadera disposición autónoma de sí mismo,
desde una afectividad sobrenatural del corazón, que da una mayor penetración y
hondura de vida.
Dios se revela en su relación de amor con el hombre en un amor bondadoso y
misericordioso, en un vínculo de amistad a partir de un conocimiento experimentado
vitalmente en su interioridad personal, es una nueva creación con corazón nuevo, con
una proximidad nueva de Dios con el hombre, con un sabor interno y con una
experiencia íntima al nivel de unión con Dios. Lo conocemos por que Él nos penetra
con su amor y ese penetrarnos lo conocemos.
La perfección de la caridad da conformación de toda la persona en el Corazón de
Cristo a través de la unión de voluntad por la transformación del afecto. Un corazón
tan cargado afectivamente del amor de Dios que lleva a tener un amor libre de
egoísmos.
Un corazón transformado en el Corazón de Cristo lleva a la madurez en la
perfección cristiana en una relación de <corazón a corazón>. El hombre se va
configurando a Cristo a través de las disposiciones internas labradas en el fuego del
Espíritu Santo. La verdadera unión entre las personas se realiza por el centro de la
persona misma. Lo sobrenatural impregna la realidad entera del hombre natural y así,
se da la espiritualización del cuerpo y la dependencia permanente y amorosa de Dios.
El corazón humano tiene que ser moldeado por el Corazón de Cristo. La actitudes
deliberadas permanentes del corazón, a través de un camino de madurez de
integración, da una postura verdadera y cordial respecto a la realidad objetiva que le
rodea. La plenitud se dará si el hombre no se desvía de la dependencia de Dios
aceptando su contingencia y colaborando en una nueva creación, según los principios
de la Redención. Este conocimiento de la realidad objetiva está cargado de riqueza
afectiva en una cercanía cordial. Se crece en Cristo en la medida que los sentidos se
hacen sentido de Él, cuando el amor sea principio de las inclinaciones personales.
Es necesaria una purificación del corazón del hombre de todo egoísmo, una
progresiva absolutización de su amor, un dejarse penetrar por esa presencia de una
manera verdadera. Dios cura el corazón egoísta del hombre poniéndolo en contacto
con su Corazón: <Todo es una operación en el corazón de Cristo>. No basta un acto
de voluntad para integrar la afectividad humana, se necesita un proceso de maduración
y de educación de los afectos desordenados en el amor sobrenatural de Dios.
La Cristiformidad, fruto de esa unión de corazón con Cristo, supone un
incremento de la disposición oblativa, un cultivo del sacrificio cordial del cristiano. La
santidad consistirá en tener un corazón bueno y limpio de todo egoísmo, que mira con
amor y simpatía a todos, que no cosifica, sino que personaliza.
Se necesita de la oración como camino para vivir en la presencia de Dios, como
medio para alcanzar la unión con Cristo; el cuadro general de la vida se va elevando
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con la oración, se va dando una progresiva superación de toda determinación movida
por criterios humanos, superando el criterio propio independiente de Cristo. La
oración lleva al hombre a la pureza de corazón: mantener el corazón permanentemente
abierto y entregado hacia Dios de una forma continuada. La revelación de los tesoros
de su amor, será según la apertura del corazón. La actitud interior de receptividad
implica una blandura interior mantenida ante Dios en la acción misma.
La dirección espiritual busca enseñar a caminar rectamente a la persona por ella
misma, bajo la guía del Espíritu, en un proceso de integración progresiva de las
actitudes de Cristo: colaborar al establecimiento interior de una orientación cordial en
plena docilidad al Espíritu, contribuir a formar el afecto de amor puro y a cultivar las
disposiciones interiores de Cristo en el alma de la persona según su carisma particular.
El discernimiento de espíritus que se da con la ayuda de la dirección espiritual,
está orientado al servicio fiel de Dios y busca ordenarse no cayendo en la esclavitud
de la propia voluntad.
La Palabra de Dios y la Eucaristía son medios de santificación del corazón del
hombre en el Corazón de Cristo. La Eucaristía busca con la comunión el encuentro del
deseo mutuo entre Dios y el hombre: ofrecimiento a entrar en el descanso de su
Corazón participando de sus actitudes interiores; el amor hasta el extremo responde al
deseo ardiente del corazón que quiere unirse a Él. La plenitud de vida cristiana lleva a
perpetuar la actitud de inmolación cruenta de Cristo y lleva al hombre a aprender de la
Eucaristía el amor que se entrega hasta el fin: una fuerza interior le va a ir elevando
superando la muerte con la resurrección, venciendo el pecado con su definitiva
estabilización en la gracia. Dejarse moldear por la Eucaristía, medio y fin de la
actividad pastoral: tener <baños de Eucaristía>. La sed de Dios moverá a establecer
una relación de corazón a corazón cuyo punto de encuentro es la Eucaristía. Es un
proceso progresivo, lento y continuo a través de la Palabra de Dios, Eucaristía y
Sacramentos.
Vivir bajo la mirada amorosa de Dios, bajo su acción continuada, lleva al nivel de
unión con Dios, a vivir en intimidad con Dios. Vivir la realidad con una nueva actitud
interior, abrirse a la luz del Señor con los ojos del corazón es introducirse en la vida
divina. El fruto de la unión cordial entre Cristo y los hombres es la oblación
permanente de sacrificio amoroso. Solamente la vida con corazón corredentor puede
ser válida para redimir con Cristo. Todo elemento dejado por el pecado lo transforma
por la fuerza del amor.
La actitud de aceptación y de acogida ante el sufrimiento en el corazón es regalo
de la gracia. Ofrecer el aspecto mortal de la condición humana con Cristo como
expiación por los propios pecados y por los pecados del mundo. Pedir que Cristo
comunique sus disposiciones interiores redentoras al corazón del hombre por el
Espíritu: que vaya grabando en el corazón una actitud de ofrecimiento, desarrollo y
maduración de la vida espiritual.
Por el corazón humano de Cristo, con su afectividad y en toda su humanidad, la
persona ha sido redimida a través de la asunción de la vida de los hombres en amor en
su corazón. Se ofrece de veras por esa humanidad.
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El corazón renovado tiene en sí las virtudes y las disposiciones del Corazón de
Cristo: la madurez en la plenitud cristiana es vivir la vida cristiana, acogiendo desde
dentro y hasta dentro, manteniendo un corazón abierto hacia todo y hacia todos.
4. La civilización del amor.
El pensamiento del P. Mendizábal se entiende desde la inquietud por una nueva
evangelización en una orientación claramente pastoral ante un mundo
descristianizado. Plantea la renovación de la Iglesia desde la contemplación del
misterio de Cristo, cuidando la vida interior a través de la oración, desde la renovación
de los corazones. Para transformar las estructuras de pecado de la sociedad es
necesaria la purificación interior de todo egoísmo. Fruto de la maduración en Cristo se
dará una entrega cada vez mayor al bien de los demás.
La devoción al Corazón de Cristo exige establecer vitalmente un recto orden
social, una humanidad nueva. La civilización del amor nace del Corazón de Cristo. Su
centro es el amor misericordioso de Dios, único que puede reblandecer y curar los
corazones: ser <redentores con Cristo redentor>.
La transformación de la sociedad viene de la transformación del corazón: la
enfermedad de la sociedad radica en su corazón egoísta, la división del mundo es
reflejo de la división del corazón. El fin de la evangelización será crear en el hombre,
por la acción del Espíritu Santo, un corazón bueno.
La Redención es un rescate de una situación de esclavitud a una relación de amor
en el Corazón de Cristo. De una humanidad regida por el amor y redimida por Cristo,
surge un corazón infinitamente bueno que es la sal de la tierra y la luz del mundo; esta
humanidad llena de divinidad dará a los hombres la vida de Dios.
Desde la presencia de Cristo, según su Corazón, hay que ordenar las realidades del
mundo ofreciendo un afecto verdadero. El corazón humano encuentra su eficacia
evangelizadora en la verdad del amor, que hay en cada acción concreta.
Hay que entrar en el Corazón de Cristo, en sus ansias redentoras, para adquirir las
dimensiones de Dios. El espíritu universal debe ser característico del corazón
cristiano. En la participación de un mismo Corazón se da la unidad del género
humano, fundamento del espíritu universal del corazón cristiano. Que en la Iglesia se
reconozca la presencia del Corazón de Jesús. Toda persona está llamada a participar
del Corazón de Cristo con una conciencia clara de ser miembro de la humanidad.
La Iglesia es el instrumento por el cual Cristo resucitado sigue actuando y
llevando a término la obra de la Redención. La Iglesia entendida a través del Cuerpo
Místico de Cristo, resalta la verdad del amor humano en unión profunda con los
hombres. Cristo sufre en solidaridad con los hombres desde el amor.
Hay que tener una proximidad serena y profunda a la Iglesia en una actividad
afectiva que exprese verdad y autenticidad: mantener la corriente sanante eclesial
regida y gobernada por el Espíritu Santo para convencer. Para ello se necesita la
purificación y la transformación de los corazones en el Corazón de Cristo.
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El mundo espera la entrega del hombre para su salvación en el plan divino. La
Consagración constitutiva supone una entrega al amor de Dios aceptando un orden
existente; la Consagración invocativa supone una perfección de la gracia bautismal en
una progresiva transformación del corazón.
El hombre debe respetar y amar el normal orden humano: toda ofensa a Dios
necesita de su justa reparación o satisfacción personal o solidaria; el Señor busca
amigos que participen de su Corazón redentor y que rediman con Él. La misma
sintonía al Corazón de Jesús supone compadecerse de Él asociándose a su Cruz. Los
diferentes niveles de reparación se darán según la intensidad de amor.
No se puede vivir la vida fraterna en profundidad sin alimentarse de la Eucaristía:
la relación fraterna es fruto de la Redención de Cristo. El ideal cristiano consiste en
descansar en el Corazón de Cristo. Toda renovación eclesial necesita de un
robustecimiento del culto eucarístico.
La Cruz sigue atrayendo en su contemplación íntima. El misterio de la Redención
crea una especie de corriente hacia el Señor, que atrae desde su mirada de amor;
Cristo atrae cuando se convierte en el deleite del corazón gustando su vida resucitada.
Vivir bajo la mirada de Cristo es desarrollar una actividad humana sostenida por la
gracia de Dios de una forma permanente y en una continua simpatía a todo lo creado.
Llegar a lo profundo de Dios para llegar a lo profundo del hombre.
Todo apostolado cristiano necesita ser una manifestación de la ternura de Dios
como en María. La eficacia del apostolado dependerá de la riqueza espiritual
instrumental del apóstol en las manos del Señor.
5. El Corazón inmaculado y materno de María.
María es modelo de perfección cristiana; en ella se preanuncia lo que estamos
llamados a vivir en un proceso de maduración cristiana. Ha caminado en docilidad y
humildad con todo el conocimiento y el amor de Dios. Debemos aprender de ella para
llegar a Cristo, ir al Corazón inmaculado de María para llegar al Corazón de Cristo.
Es la que mejor acompañó con su corazón al Corazón del Señor, la que mejor
vivió esa alianza de corazones, la que más ayuda a entrar en la intimidad del Corazón
de Hijo. Su corazón puro es visibilización de la misericordia de Dios; desde el
principio un cerco de amor la arrastra e inunda, la lleva a responder con su ser entero.
En el Corazón inmaculado de María se da la perfecta Redención de Cristo. Nunca
el Señor la ha tenido separada de su Corazón, siempre la ha mantenido en su
intimidad: los dos corazones unidos siempre. María es la perfecta colaboradora a la
Redención: <Mediadora en el Mediador>. En todo momento permanece con el
corazón abierto captando los planes de Dios y conformándose a ellos; actúa
continuamente desde la cercanía al Corazón de Cristo.
Toda consagración a Cristo busca ser reflejo de la consagración de María, de su
Corazón inmaculado. El Señor acoge la oblación de los dos Corazones prolongando el
ofrecimiento de Cristo al Padre en su pasión y en su gloria.
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Cristo da a María un corazón de Madre para con la humanidad redimida y da a los
hombres un corazón de hijo para con María. Al lado de Jesús ha ido creciendo en su
caridad materna. Su maternidad más plena perdura para siempre en una mediación
universal. Ella es formadora del corazón de los fieles en el amor de Dios y ayuda a los
hombres con su Corazón materno guardando dentro de ellos el amor de su Hijo.
Sostiene la fe de la Iglesia hasta el fin de los tiempos.
Ha vivido en un abandono continuo a la providencia de Dios en el camino de la fe,
que le llevará a tener a Jesucristo como su único tesoro. No ha tenido ningún
momento a Jesús sin ofrecérselo al Padre y a sus hijos.
María es regeneradora de la virginidad en el hombre. Restaura la inocencia y
limpia el corazón de todas las secuelas del pecado, de esa vivencia más fuerte de la
concupiscencia.
La Iglesia ama a Jesús con el Corazón de la Virgen y ama a María con el Corazón
de Jesús. María da gran eficacia a la santidad y al apostolado de la Iglesia y la sostiene
en su itinerario de fe con su cariño y amor.
Podemos aplicar este planteamiento al momento presente:
1. Hay que <Ser en el hacer>: ungidos en el <Ungido>, enriquecidos para
transformar la sociedad con el amor auténtico de Cristo, de corazón a
corazón. Así se puede reflexionar sobre la falta de fecundidad en bastante
acción eclesial: la oración y la adoración son esenciales en la
evangelización.
2. La dirección espiritual no supone una manipulación de la persona sino una
búsqueda de la madurez de hombre sin dependencias afectivas: no
manipulados si acompañados. El único afecto capaz de ordenar al hombre
y sacar de él lo mejor de si mismo es el que brota de su relación con Cristo.
3. No se puede eliminar al hombre para afirmar a Dios; hay que afirmar al
hombre en la afirmación de Dios: el hombre puede y debe poner su
impronta en todo lo que le rodea en su colaboración a la salvación. Los
diferentes estados de vida serán fecundos si están unidos a Cristo en su
corazón: redentores con Cristo Redentor.
4. La voluntad del hombre no debe enfrentarse a la voluntad de Dios; la
voluntad de Dios es la felicidad del hombre. Afirmar el orgullo rechazando
la humildad es ignorar la realidad de cada uno lleno de temores y de
inseguridades. La obediencia a Dios es saber que el Señor sabe más que yo
en la originalidad personal y en el proyecto de vida que se ilumina en la
Providencia de Dios bajo su infinita misericordia.
Santiago Bohigues Fernández