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Transcript
Ni son niños
ni son fieras.
Necesitan libertad,
autonomía. Una
ocupación.
Sobreprotegerlos,
tratarlos como enfermos
o hacer como si no
existieran no es la
solución.
No son invisibles. Están
ahí.
Y ni son niños ni son
fieras.
Son personas.
Personas sordas.
Por Cristina García Ruiz
LA JAULA DE LA PENA
Pie de foto:
Dibujo de una persona enjaulada. Foto de archivo.
libros digan; él no tiene ningún
problema en vivir su día a día. Él no
solo estudia Comunicación Audiovisual
en la Universidad Rey Juan Carlos de
Madrid. Él vive la Comunicación
Audiovisual cada día, a cada instante. Él
no solo se dedica a la magia — ese
“virus”, como él la llama, que se instaló
en su cuerpo desde el día de su Primera
Comunión, cuando por primera vez vio
la actuación de un mago —. Él vive la
magia cada vez que actúa para
discapacitados como él o para personas
capaces de oír, personas oyentes.
Pie de foto: Domingo Simón, alias Mago Sunday, en una
entrevista para el programa de radio “Solos ante el peligro”.
Foto de archivo.
El
libro que arropan sus manos es
nuevo. De su portada, destaca en letras
azules una palabra: Sócrates. Lo miro
mientras habla con sus manos que,
inquietas, acarician objetos invisibles y
con sus ojos, eternamente expresivos y
abiertos, buscadores del tesoro del
conocimiento. Él, como aquel filósofo
griego, también es un genio de la
mayéutica. No solo muestra la luz de su
experiencia interior con su voz,
ligeramente afrancesada, sino también
con sus manos, sus ojos, su cuerpo y su
alma por entero.
Su nombre es Domingo Pisón y padece
una deficiencia auditiva profunda,
adquirida y prelocutiva. Domingo es, en
una palabra, sordo. El tipo de sordera
que padece es, según la mayoría de
manuales médicos, no funcional para la
vida diaria. Pero Domingo no parece
resignarse a comportarse como los
“No me gusta decir ‘discapacitado’; yo
no tengo falta de capacidad”, nos
dice.”Tengo
otras
capacidades
diferentes que otra persona que no es
sorda”. No miente. Su actitud positiva,
sus ganas de hacer, de comerse el
mundo se contagian. Nos hace
replantearnos si la figura invisible y
desamparada que todos tenemos del
“discapacitado
típico”
es
verdaderamente real o solo un
espejismo social.
Dejar de ser invisibles: ¿imposible?
Pruebe una cosa: váyase a un lugar
público y mire a su alrededor con
atención. Ahora siga leyendo y conteste:
¿cuántas de las personas que ha visto se
mueven en silla de ruedas? Pongamos
que ha visto a dos; de acuerdo, usted ha
visto a dos minusválidos. Dos. Ahora
vuelva a mirar y conteste de nuevo:
¿cuántas de las personas que ha visto
son sordas? ¿Ninguna? ¿Todas? ¿No
está seguro?
Este sencillo juego nos indica un dato
muy importante de la sordera: no es una
afección física, sino sensorial, de los
sentidos. No podemos verla a simple
vista. Bien es cierto que, si nos fijamos
bien, podemos observar que algunos
sordos llevan audífonos y esto los
“identifica” de alguna forma. Pero un
audífono es mucho más discreto que
una silla de ruedas, sin duda. Y no todos
los sordos quieren o tienen por qué
llevar audífonos. Esto acentúa la
sensación de invisibilidad de la sordera.
Por otro lado, en España, según el diario
El Mundo, somos ya más de cuarenta y
seis millones de personas desde enero
del 2011. Según los datos más recientes
sobre discapacidad del Instituto
Nacional de Estadística (INE), existen
casi dos millones de personas sordas en
España. Aparentemente no son muchas
en comparación con la población total,
lo cual vuelve a subrayar la sensación
de invisibilidad de la sordera. Y esta
sensación se acentúa todavía más si
cabe cuando descubrimos que existen
diferentes tipos de sordera, lo que
estratifica aún más la estadística.
No obstante, vamos a tratar de hacerlo.
Por un lado, existen los sordos
hipoacúsicos.
Tienen
deficiencias
auditivas relativamente leves. Su oído
comienza a dejar de percibir los sonidos
más leves poco a poco. El uso de
prótesis para poder oír no es necesario,
pero sí recomendable. Este tipo de
sordera suele ser habitual en personas
ancianas y en niños cuyos padres son
hipoacúsicos o cuyos padres porten el
gen que produce la hipoacusia (estos
padres no tienen por qué padecerla). Es
el caso de Inés, una niña con hipoacusia
que explica en el programa “En lengua
de signos” de RTVE2: “Es como que
voy oyendo cada vez un poquito mal”.
Ella pudo tratarse a tiempo porque su
madre supo estar alerta. Pero son
habituales las situaciones en que los
hijos heredan la hipoacusia de sus
padres sin que estos lo sepan.
Dime qué oyes y te diré cómo eres
El INE recoge la sordera en cuatro
subtipos de deficiencias auditivas: mala
audición, deficiencias de oído en
general, sordera prelocutiva y sordera
postlocutiva. No obstante, esta división
no es totalmente correcta, porque las
deficiencias auditivas son mucho más
complejas y diversificadas. En realidad,
es complicado establecer una división
válida porque cada persona sorda es un
auténtico mundo de silencio apartado
del resto.
Pie de foto: Fragmento del reportaje “El misterio de Julia”
del programa “En lengua de signos” de RTVE2. Paloma
Sora, la presentadora, interpreta en lengua de signos las
palabras de Laura, hipoacúsica como ella, mientras unos
subtítulos expresan la misma información de forma gráfica.
Foto capturada de la página web Youtube.
Por otro lado, existen los sordos
profundos, como Domingo. Estos tienen
una pérdida auditiva bastante grande,
que les imposibilita oír totalmente
incluso con ayuda de audífonos. Su
lenguaje oral también está seriamente
mermado (aunque puede ejercitarse con
mucho esfuerzo), sobre todo si su
sordera comienza antes de la
adquisición del lenguaje (sordera
prelocutiva). ¿Y por qué es esto?, se
preguntará. ¿Qué tiene que ver la
sordera con la forma de hablar de una
persona? Primeramente, hemos de tener
algo claro: los sordos no son
necesariamente mudos, a no ser que
tengan algún tipo de problema extra en
su aparato fonador. Una persona sorda
puede emitir sonidos, pero no vocalizar
lo suficiente para emitir palabras si no
practica afanosamente. Y esto es debido
a que sabemos hablar porque podemos
escuchar. Parece algo muy obvio, de
acuerdo. Pero imagine que usted es un
niño sordo. Tiene cuatro años y su
madre insiste en que aprenda a hablar.
Ve los labios de esta moverse,
lentamente. Usted los imita, pero es
difícil que el sonido que salga de su
garganta sea el mismo que producen
esos labios, dado que no ha podido oír
ese sonido. Y, sobre todo, es realmente
complicado que usted entienda la
palabra, el concepto abstracto, que le
están enseñando. Lo más probable es
que para usted no exista esa palabra, ese
concepto como tal. Para usted solo
existirá un movimiento de labios y la
cara triste de su madre porque su hijo
aún es incapaz de decir “mamá”.
Por tanto, la sordera prelocutiva es, a
comparación con la postlocutiva
(producida después de la adquisición
del lenguaje) mucho más dura para la
persona, dejando a un lado que esta sea
sorda profunda o hipoacúsica. Esta
persona tendrá más dificultades para
conseguir hablar y para hacerse atender,
así como problemas para comprender
conceptos, especialmente si son
abstractos. Dentro de la sordera
prelocutiva, es importante saber si la
sordera es hereditaria o adquirida, sobre
todo porque una sordera hereditaria
tiene más facilidad para detectarse si se
manifiesta a edades tempranas.
Por último y no menos importante,
podemos clasificar a las personas sordas
según la intensidad del sonido que
puedan oír.
Así, por ejemplo, según la tabla número
uno, una persona con pérdida ligera de
audición no podría oír una conversación
suave, una respiración tranquila y los
sonidos de una biblioteca, mientras que
una persona con pérdida de audición
media con su nivel de audición no
podría, además de todo lo anterior, oír
los ruidos de una aglomeración.
La libertad es el trabajo
Jesús Recuenco pasea por los campos
manchegos de su tierra natal mientras
piensa para sí mismo. A él no parecen
gustarle las aglomeraciones. Es un
hombre introvertido que disfruta del
silencio, de su propio silencio... cuando
lo encuentra, claro.
Jesús padece también sordera; sordera
súbita, más concretamente. Ya desde los
dieciséis años tenía falta de audición
(perdió cerca del 60%) en uno de sus
oídos. Ahora tiene cuarenta y nueve
años y, desde hace diez, arrastra una
pérdida de audición en el otro oído de
un 80% a causa de un trombo, una
infección que, según los médicos, no
parece tener solución. “Lo más
complicado no es no oír sino la cantidad
de ruidos que padece; a veces, le
resultan insoportables”, nos cuenta su
hija, Villar.
Nivel de intensidad
del sonido (en
decibelios)
200 dB
180 dB
130 dB
120 dB
110 dB
90 dB
80 dB
70 dB
60 dB
40dB
20dB
10 dB
Fuentes del sonido según
intensidad
Bomba atómica
Explosión de volcán
Avión despegando
Motor de avión en marcha
Concierto
Tráfico en la ciudad
Tren
Aspiradora
Aglomeración de gente
Conversación suave
Biblioteca
Respiración tranquila
Pérdidas de audición
según nivel de
intensidad del sonido
Ausencia de audición
Pérdida profunda
Pérdida severa
Pérdida media
Pérdida ligera
Audición normal
Pie de foto: Elaboración propia. Tabla número uno. Fuente: “Fundamentos psicopedagógicos de la atención a la diversidad”,
Gómez Montes, J., Arrayo García, P. y Serrano García, C.
Por eso, hay veces que a Jesús le resulta
complicado disfrutar del silencio. Y,
también, de algo con lo que disfrutaba
antes mucho y que añora ahora en
sobremanera: su trabajo. Se dedicaba a
la construcción, pero ahora está en paro,
como tanto españoles. Siente que su
discapacidad solo empeora las cosas
para volver a trabajar. Y el audífono no
le ayuda mucho: “Tuvo que dejar de
usarlo porque le daba mucha infección y
dolor”, añade de nuevo su hija.
Comunicarse con Jesús es complicado.
Para mantener una conversación con él
hay que gritar. Y mucho. Él no lee los
labios ni habla mediante el lenguaje de
signos. Su hija suele hacer de
“intérprete”, pero es frustrante para él.
“Él no es de exteriorizar problemas,
pero sé que está pasando por una
temporada difícil. Su trabajo era un
apoyo, una evasiva; ahora no le queda
ni eso”, termina Villar con un suspiro.
Tanto Villar como Jesús parecen tener
la sensación de que si Jesús volviera de
nuevo a trabajar, cambiarían las cosas.
Quizá no en el mismo trabajo, quizá en
otro distinto, el caso es que el trabajo
haría que Jesús volviera a sentirse libre,
autónomo, útil. De nuevo. Como antes.
Pero no es fácil, especialmente porque a
Jesús no le han enseñado a
desenvolverse
con
sus
nuevas
“capacidades”. Y es que trabajo y
educación van ligados de la mano.
Pie de foto: Jesús Recuenco, junto a su hija Villar. Foto de
álbum familiar.
Enséñame tus armas
Una buena educación adaptada a las
necesidades de una persona sorda le
haría encontrar un trabajo adecuado a
estas. Porque a los sordos potencial y
ganas de trabajar no les faltan, como
vemos. Pero no tiene lógica ubicar a un
sordo en un trabajo como tele-operador,
por ejemplo. Hay que ser consecuente.
O más que ser consecuente, hay que
evitar ser ignorante. Acercar a las
personas sordas e incluirlas en la
sociedad comienza por conocerlas. A
ellas y a las capacidades que tienen. Y
esto es fundamental desde un punto de
vista empresarial.
Diversas y numerosas leyes respaldan el
acercamiento
entre
la
sociedad
empresarial y los discapacitados. Una
de las más importantes es el Título VII
de la Ley de Integración de
Minusválidos, que exige la no
discriminación,
la
igualdad
de
oportunidades y la integración de los
discapacitados en general. Asimismo, el
Estado en España ha establecido una
serie de subvenciones para las empresas
que contraten a discapacitados. Además,
las empresas públicas o privadas que
incluyan una plantilla de más de
cincuenta trabajadores fijos están
obligadas por ley a contratar un número
de trabajadores discapacitados no
inferior al 2% de la plantilla de la
empresa. También es importante el Plan
Nacional de Acción para el Empleo
(1999), pues en él ya se empieza a
hablar de equipos adaptados a personas
con
discapacidad
y
de
los
intermediarios entre empresarios y
trabajadores discapacitados.
Todo eso suena muy bien. Pero la
realidad es otra. Para empezar, no existe
un derecho legislativo específico para la
sordera. Y, como hemos visto, es una de
las discapacidades más invisibles
respecto al resto de discapacidades y,
por tanto, más abandonadas, sobre todo
en el aspecto laboral. Además, es
importante recalcar que la adaptación de
una empresa para un discapacitado varía
mucho en función de la discapacidad.
No es lo mismo adaptar una oficina para
una persona con problemas motrices
que para una persona con problemas
sensoriales. “¿Qué me saldrá más a
cuenta? ¿Edificar una rampita de
entrada y ensanchar las puertas de mi
empresa para un minusválido? ¿O tener
a mi cargo a una persona a la que tendré
que gritar para comunicarme porque no
me oirá, que hará que me frustre porque
insistirá en que le repita todo diez veces,
que me resultará incomprensible?”.
Lamentablemente, esta es la opinión de
algunos empresarios.
Y es que las barreras arquitectónicas
suelen ser más fáciles de superar que las
comunicativas. Esos empresarios están
sumidos en “el desconocimiento y el
miedo ante las deficiencias auditivas”,
como dicen Herminia Torreblanca y
Francisca Albert en su artículo
“Integración socio-laboral de personas
con deficiencia auditiva”. Ambas
forman parte del Departamento de
Empleo de la Asociación de Padres y
Amigos de Niños y Adolescentes
Hipoacúsicos (APANAH), el cual ha
luchado por la integración laboral de las
personas sordas con el proyecto
DINAMI que ellas recogen en su
artículo.
Pie de foto: Tabla número dos. Fuente: “Integración socio-laboral de personas con deficiencia auditiva”. Torreblanca Capdevila, H.
y Albert Cantó, M.
“La inserción en el trabajo de personas
con discapacidad auditiva es difícil,
pero posible”, escriben en él. De entre
la marabunta de datos recogidos en el
pequeño experimento de estas mujeres,
llama especialmente la atención una
cosa, en la que, además, inciden: de los
360 empresarios con los que contactan
los discapacitados de su asociación, solo
conciertan una entrevista 136 para un
posible futuro trabajo. Eso no llega al
40%. Y esto nos indica algo
fundamental: muchos empresarios no
saben cómo comportarse ni cómo
comunicarse ante una persona sorda.
“¿Cómo dice?”
Nosotros ya sabemos algo que muchos
empresarios y muchas personas en
general no saben: no todos los sordos
son mudos. Y eso significa que no todos
usan necesariamente el lenguaje de
signos o señas para comunicarse. Ya es
un punto a nuestro favor.
Muchos sordos todavía conservan algo
de audición para entender nuestras
palabras e incluso hay algunos que se
apoyan en la lectura de labios para
“escucharnos”
visualmente.
No
obstante, hay personas sordas que se
sienten más cómodas usando el lenguaje
de signos para intercambiar ideas o
pensamientos porque es un lenguaje
mucho más ágil y sencillo para ellos. Y,
dado su facilidad, nosotros también
podemos intentar aprender este lenguaje
igual que aprendemos otros idiomas,
como el inglés o el francés, dado que
cualquier lengua es enriquecedora y
acorta distancias.
Pero el lenguaje de signos también tiene
sus desventajas. Por ejemplo, no existe
un lenguaje de signos universal, sino
muchas lenguas de signos diferentes, tal
y como ocurre con las lenguas orales. Sí
es cierto que existe el Sistema de Señas
Internacional (SSI), pero no se
considera como lengua, sino como una
serie de señas muy básicas para
situaciones comunicativas bastante
limitadas. En España, se usan la Lengua
de Signos Española (LSE), que es la
mayoritaria, así como la lengua de
signos catalana, andaluza, canaria,
valencia, gallega y vasca. Todas ellas
están reconocidas como lenguas; la
española, más concretamente, desde el
2008.
Otra desventaja añadida a la lengua de
signos es que no puede ser escrita; está
hecha para ser “interpretada” por la
persona. También resulta complicada su
extrapolación a algunos ámbitos, como
la televisión, porque la imagen del
intérprete se arrincona en una esquina,
empequeñeciéndose, y dificultando la
lectura de esta.
Pie de foto: un niño aprende lengua de signos en
Anantapur (India). Los gestos que le sirven para
expresar lo que quiere en su país (“pato”) no
coincidirán con los gestos de otro niño que use la
lengua de signos en España y, por tanto, no podrán
comunicarse entre ellos. Foto de archivo.
La jaula de la pena: conclusiones
Tantas dificultades en la vida de estas
personas nos pueden llevar fácilmente a
minusvalorar a los sordos. Esto es,
como hemos visto, un grave error.
Sentir lástima y sobreproteger a este
colectivo solo nos llevará a excluirlo
aún más, aunque sea tras barrotes de
algodón.
Las personas sordas pueden y quieren
trabajar. No tienen el empleo asegurado
totalmente por su afección, pero eso no
quiere decir que vayan a renunciar a la
oportunidad de conseguirlo. Trabajar
puede ser la mejor terapia para ellos.
Hacer algo útil nos ayuda a sentirnos
realizados a todos, oyentes y sordos, y
ellos no son una excepción. Bien es
cierto que falta integración y
concienciación en esta sociedad,
especialmente en el ámbito laboral. Pero
no es cuestión de rendirse, sino de
luchar. No por ellos, sino con ellos. Es
muy diferente.
No podemos dejar llevarnos por la
falacia de que los discapacitados son
personas con falta de capacidad. Como
dice Domingo: “nosotros tenemos otra
serie de capacidades diferentes, pero no
somos discapacitados”. Sabias palabras
de un mago filósofo.
Aún recuerdo el final de nuestro
encuentro en el Campus de Vicálvaro de
su universidad. Al ver él a un muchacho
con discapacidad reducida charlando
con unos amigos al pasar frente a
nosotros, me acuerdo que dijo: “eso, eso
es la integración, lo que a mí me da la
felicidad; ahora solo hace falta llevarlo
al ámbito laboral”. Domingo tiene
razón. No basta con liberar a los
discapacitados de la jaula de la pena.
Hay que enseñarles a volar libres, fuera
del nido. Pero nosotros solo podemos
enseñarles, darles las herramientas
necesarias. Son ellos los que tienen que
aprender y conseguirlo por su cuenta
para ser verdaderamente autónomos.
Pie de foto: Campus de la Universidad Rey Juan Carlos. Foto de archivo.
la lectura de labios para “escucharnos”
visualmente. No obstante, hay personas
sordas que se sienten más cómodas
usando el lenguaje de signos para
intercambiar ideas o pensamientos
porque es un lenguaje mucho más ágil y
sencillo para ellos. Y, dado su facilidad,
nosotros también podemos intentar
aprender este lenguaje igual que
aprendemos otros idiomas, como el
inglés o el francés, dado que cualquier
lengua es enriquecedora y acorta
distancias.
Pero el lenguaje de signos también tiene
sus desventajas. Por ejemplo, no existe
un lenguaje de signos universal, sino
muchas lenguas de signos diferentes, tal
y como ocurre con las lenguas orales. Sí
es cierto que existe el Sistema de Señas
Internacional (SSI), pero no se
considera como lengua, sino como una
serie de señas muy básicas para
situaciones comunicativas bastante
limitadas. En España, se usan la Lengua
de Signos Española (LSE), que es la
mayoritaria, así como la lengua de
signos catalana, andaluza, canaria,
valencia, gallega y vasca. Todas ellas
están reconocidas como lenguas; la
española, más concretamente, desde el
2008.
Otra desventaja añadida a la lengua de
signos es que no puede ser escrita; está
hecha para ser “interpretada” por la
persona. También resulta complicada su
extrapolación a algunos ámbitos, como
la televisión, porque la imagen del
intérprete se arrincona en una esquina,
empequeñeciéndose, y dificultando la
lectura de esta.
La jaula de la pena
Tantas dificultades en la vida de estas
personas nos pueden llevar fácilmente a
minusvalorar a los sordos. Esto es,
como hemos visto, un grave error.
Sentir lástima y sobreproteger a este
colectivo solo nos llevará a excluirlo
aún más, aunque sea tras barrotes de
algodón.
Las personas sordas pueden y quieren
trabajar. No tienen el empleo asegurado
totalmente por su afección ni mucho
menos, pero eso no quiere decir que
vayan a renunciar a la oportunidad de
conseguirlo. Trabajar puede ser la mejor
terapia, la mejor cura para ellos. Hacer
algo útil nos ayuda a sentirnos
realizados a todos, oyentes o sordos, y
ellos no son una excepción. Bien es
cierto que falta integración y
concienciación en esta sociedad,
especialmente en el ámbito laboral. Pero
no es cuestión de rendirse, sino de
luchar. No por ellos, sino con ellos. Es
muy diferente.
No podemos dejar llevarnos por la
falacia de que los discapacitados son
personas con falta de capacidad. Como
dice Domingo: “nosotros tenemos otra
serie de capacidades diferentes, pero no
somos discapacitados”. Sabias palabras
de un mago filósofo.
Aún recuerdo el final de nuestro
encuentro en el Campus de Vicálvaro de
su universidad. Al ver a un muchacho
con discapacidad reducida charlando
con unos amigos al pasar frente a
nosotros, me acuerdo que dijo: “eso, eso
es la integración, lo que a mí me da la
felicidad; ahora solo hace falta llevarlo
al ámbito laboral”. Domingo tiene
razón. No basta con liberar a los
discapacitados de la jaula de la pena.
Hay que enseñarles a volar libres, fuera
del nido. Pero nosotros solo podemos
enseñarles. Tienen que aprender y
conseguirlo por ellos mismos.
Una buena educación adaptada a las necesidades de una persona sorda le haría encontrar
un trabajo adecuado a estas. Porque a los sordos potencial y ganas de trabajar no les
faltan, como vemos. Pero no tiene lógica ubicar a un sordo en un trabajo como teleoperador, por ejemplo. Hay que ser consecuente. O más que ser consecuente, hay que
evitar ser ignorante. Acercar a las personas sordas e incluirlas en la sociedad comienza
por conocerlas. A ellas y a las capacidades que tienen. Y esto es fundamental desde un
punto de vista empresarial.
Diversas y numerosas leyes respaldan el acercamiento entre la sociedad empresarial y
los discapacitados. Una de las más importantes es el Título VII de la Ley de Integración
de Minusválidos, que exige la no discriminación, la igualdad de oportunidades y la
integración de los discapacitados en general. Asimismo, el Estado en España ha
establecido una serie de subvenciones para las empresas que contraten a discapacitados.
Además, las empresas públicas o privadas que incluyan una plantilla de más de
cincuenta trabajadores fijos están obligadas por ley a contratar un número de
trabajadores discapacitados no inferior al 2% de la plantilla de la empresa. También es
importante el Plan Nacional de Acción para el Empleo (1999), pues en él ya se empieza
a hablar de equipos adaptados a personas con discapacidad y de los intermediarios entre
empresarios y trabajadores discapacitados.
Todo suena muy bien. Pero la realidad es otra. Para empezar, no existe un derecho
legislativo específico para la sordera. Y, como hemos visto, es una de las discapacidades
más invisibles respecto al resto de discapacidades y, por tanto, más abandonadas, sobre
todo en el aspecto laboral. Además, es importante recalcar que la adaptación de una
empresa para un discapacitado varía mucho en función de la discapacidad. No es lo
mismo adaptar una oficina para una persona con problemas motrices que para una
persona con problemas sensoriales. “¿Qué me saldrá más a cuenta? ¿Edificar una
rampita de entrada y ensanchar las puertas de mi empresa para un minusválido? ¿O
tener a mi cargo a una persona a la que tendré que gritar para comunicarme porque no
me oirá, que hará que me frustre porque insistirá en que le repita todo diez veces, que
me resultará incomprensible?”. Lamentablemente, esta es la opinión de algunos
empresarios. Y es que las barreras arquitectónicas suelen ser más fáciles de superar que
las comunicativas. Esos empresarios están sumidos en “el desconocimiento y el miedo
ante las deficiencias auditivas”, como dicen Herminia Torreblanca y Francisca Albert en
su artículo “Integración socio-laboral de personas con deficiencia auditiva”. Ambas
forman parte del Departamento de Empleo de la Asociación de Padres y Amigos de
Niños y Adolescentes Hipoacúsicos (APANAH), el cual ha luchado por la integración
laboral de las personas sordas con el proyecto DINAMI que ellas recogen en su artículo.
“La inserción laboral de personas con discapacidad auditiva es difícil, pero posible”,
escriben en él.
Fuente: “Integración socio-laboral de personas con deficiencia auditiva”, Albert Cantó,
F. y Torreblanca Capdevila, H.
De entre la marabunta de datos recogidos en el pequeño experimento de estas mujeres,
llama especialmente la atención una cosa, en la que, además, inciden: de los 360
empresarios con los que contactan los discapacitados de su asociación, solo conciertan
una entrevista 136. Eso no llega al 40%. Y esto nos indica algo fundamental: muchos
empresarios no saben cómo comportarse ni cómo comunicarse ante una persona sorda.
¿Qué de qué?
Nosotros ya sabemos algo que muchos empresarios y muchas personas en general no
saben: no todos los sordos son mudos. Y eso significa que no todos usan necesariamente
el lenguaje de signos o señas para comunicarse. Ya es un punto a nuestro favor.
Muchos sordos todavía conservan algo de audición para entender nuestras palabras e
incluso hay algunos que se apoyan en la lectura de labios para “escucharnos”
visualmente. No obstante, hay personas sordas que se sienten más cómodas usando el
lenguaje de signos para intercambiar ideas o pensamientos porque es un lenguaje mucho
más ágil y sencillo para ellos. Y, dado su facilidad, nosotros también podemos intentar
aprender este lenguaje igual que aprendemos otros idiomas, como el inglés o el francés,
dado que cualquier lengua es enriquecedora y acorta distancias.
Pero el lenguaje de signos también tiene sus desventajas. Por ejemplo, no existe un
lenguaje de signos universal, sino muchas lenguas de signos diferentes, tal y como
ocurre con las lenguas orales. Sí es cierto que existe el Sistema de Señas Internacional
(SSI), pero no se considera como lengua, sino como una serie de señas muy básicas para
situaciones comunicativas bastante limitadas. En España, se usan la Lengua de Signos
Española (LSE), que es la mayoritaria, así como la lengua de signos catalana, andaluza,
canaria, valencia, gallega y vasca. Todas ellas están reconocidas como lenguas; la
española, más concretamente, desde el 2008.
Otra desventaja añadida a la lengua de signos es que no puede ser escrita; está hecha
para ser “interpretada” por la persona. También resulta complicada su extrapolación a
algunos ámbitos, como la televisión, porque la imagen del intérprete se arrincona en una
esquina, empequeñeciéndose, y dificultando la lectura de esta.
La jaula de la pena
Tantas dificultades en la vida de estas personas nos pueden llevar fácilmente a
minusvalorar a los sordos. Esto es, como hemos visto, un grave error. Sentir lástima y
sobreproteger a este colectivo solo nos llevará a excluirlo aún más, aunque sea tras
barrotes de algodón.
Las personas sordas pueden y quieren trabajar. No tienen el empleo asegurado
totalmente por su afección ni mucho menos, pero eso no quiere decir que vayan a
renunciar a la oportunidad de conseguirlo. Trabajar puede ser la mejor terapia, la mejor
cura para ellos. Hacer algo útil nos ayuda a sentirnos realizados a todos, oyentes o
sordos, y ellos no son una excepción. Bien es cierto que falta integración y
concienciación en esta sociedad, especialmente en el ámbito laboral. Pero no es cuestión
de rendirse, sino de luchar. No por ellos, sino con ellos. Es muy diferente.
No podemos dejar llevarnos por la falacia de que los discapacitados son personas con
falta de capacidad. Como dice Domingo: “nosotros tenemos otra serie de capacidades
diferentes, pero no somos discapacitados”. Sabias palabras de un mago filósofo.
Aún recuerdo el final de nuestro encuentro en el Campus de Vicálvaro de su
universidad. Al ver a un muchacho con discapacidad reducida charlando con unos
amigos al pasar frente a nosotros, me acuerdo que dijo: “eso, eso es la integración, lo
que a mí me da la felicidad; ahora solo hace falta llevarlo al ámbito laboral”. Domingo
tiene razón. No basta con liberar a los discapacitados de la jaula de la pena. Hay que
enseñarles a volar libres, fuera del nido. Pero nosotros solo podemos enseñarles. Tienen
que aprender y conseguirlo por ellos mismos.
Estos tienen una pérdida auditiva bastante grande, que les imposibilita oír totalmente
incluso con ayuda de audífonos. Su lenguaje oral también está seriamente mermado,
porque para saber hablar primero necesitamos escuchar y el no escuchar bien dificulta
nuestra pronunciación afanosamente. Es por ello que se habla de los sordomudos.
Hemos de tener algo claro: los sordos no son mudos, a no ser que también tengan algún
tipo de problema en su aparato fonador. Ellos pueden emitir sonidos, pero no pueden
hablar porque no oyen las palabras. Su aparato fonador puede encontrarse
perfectamente, pero su dificultad para ser entrenado es más costosa que la de un niño
oyente.
Para comprender la sordera, es necesario primero describir la estructura del oído.
Prometo que no les aburriré mucho. Esto se estudia en cualquier colegio, así que seré
breve.
El oído comprende tres zonas: oído externo, medio e interno. El externo es lo que
popularmente se conoce como la oreja, el inicio de nuestro oído y el tímpano, gracias al
cual podemos percibir sonidos. El medio posee una cadena de huesecillos y unos
cuantos músculos. Con esos huesecillos se transmiten las vibraciones de un sonido y
van pasándose unos a otros ese movimiento como los niños se pasan una pelota.
También existen en esta parte el tensor del tímpano, que es la “válvula de seguridad” del
tímpano: en caso de producirse un sonido muy elevado, se encargaría de proteger el
tímpano para que no se dañara. Y por fin (y ya termino la explicación, lo prometo)
tenemos el oído interno, donde está el caracol y el aparato vestibular, que se encarga de
que no perdamos el equilibrio. Lo más importante del caracol es que posee el órgano de
Corti, unas células gracias a las cuales podemos registrar los sonidos.
Hablando desde una perspectiva educativa, las personas con discapacidad se suelen
clasificar en hipoacúsicos o sordos profundos.
De los sordos profundos ya sabemos algo; hemos conocido a Domingo. Estos tienen
una pérdida auditiva bastante grande, que les imposibilita oír totalmente incluso con
ayuda de audífonos. Su lenguaje oral también está seriamente mermado, porque para
saber hablar primero necesitamos escuchar y el no escuchar bien dificulta nuestra
pronunciación afanosamente. Es por ello que se habla de los sordomudos. Hemos de
tener algo claro: los sordos no son mudos, a no ser que también tengan algún tipo de
problema en su aparato fonador. Ellos pueden emitir sonidos, pero no pueden hablar
porque no oyen las palabras. Su aparato fonador puede encontrarse perfectamente, pero
su dificultad para ser entrenado es más costosa que la de un niño oyente.
Los hipoacúsicos tienen deficiencias auditivas menos graves. El uso de prótesis para
poder oír no es necesario, pero sí recomendable y tienen mayor facilidad para adquirir el
lenguaje oral al poder oír mejor.
Asimismo, la sordera va a depender de la causa por la que haya producido. Podemos
hablar entonces de sorderas hereditarias o adquiridas. Las hereditarias pueden ser
recesivas, en caso de que la persona porte el “gen de la sordera”, o dominantes, cuando
además de portar dicho gen esa persona sufre sordera. En cuanto a las adquiridas, estas
pueden producirse antes, durante o después del parto.
También influye el momento de aparición de la sordera: antes, durante o después de
adquirir el lenguaje oral. La razón ya la hemos explicado con anterioridad. Además,
atendiendo a la intensidad, podemos establecer el umbral de audición de la persona
sorda: ¿hasta qué punto puede percibir los sonidos?
*añadir tabla umbral dolor*
La mala audición y las deficiencias del oído generales no nos resultan muy
desconocidas.
La mala audición es común a medida que envejecemos, dado que nuestros oídos
envejecen con nosotros. Por ejemplo, igual que nuestros ojos desarrollan presbicia
(disminución de enfoque de nuestro ojo), nuestros oídos pueden desarrollan
presbiacusia: dificultad para oír altas frecuencias de un sonido.
Las deficiencias del oído es un concepto mucho más amplio y ambiguo que la mala
audición de nuestro oído. Incluso un simple tapón de cera puede causarnos una
deficiencia auditiva temporal, pero nadie consideraría que estuviéramos
“discapacitados”, aunque fuera temporalmente. También la mala audición podría
considerarse una deficiencia del oído, ya sea del yunque, del martillo, etc.
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