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GÉNERO Y CUIDADO: EL CASO DE LAS ABUELAS
CUIDADORAS
Línea Temática: 5. Educación y Sociedad: Innovaciones en el Siglo XXI
Gallardo Flores, Ana
Universidad Pablo de Olavide.Carretera
[email protected]
de
Utrera,
km.
1,
41013,
Sevilla,
ESPAÑA
Resumen: La ponencia parte desde un análisis de los conceptos de Género y Cuidados exponiendo
la situación actual de las mujeres con respecto a su situación personal, laboral, familiar y social con
respecto a los hombres, por nacer mujeres y la responsabilidad que la sociedad les atribuye con
respecto al cuidado de hijos/as y de personas dependientes.
Las mujeres ante situaciones que pueden ser laborales o de situaciones personales que hagan que
no puedan asumir dicha responsabilidad, han de delegar la responsabilidad de sus hijos/as en la
solidaridad de otras mujeres, que en el caso de esta ponencia, son las abuelas cuidadoras.
Este colectivo de personas dada su edad y su trayectoria de vida necesita apoyos y recursos que en
la actualidad son insuficientes. Estos apoyos y recursos ya no son solo una cuestión de cobertura de
necesidades, sino de cumplimiento de derechos.
Así mismo se refleja en esta ponencia la posición de la sociedad con respecto a la responsabilidad
para con las personas dependientes y sus cuidadoras y como esta posición a la vez se refleja en los
gobiernos, las políticas sociales, en las leyes y en el tipo de intervención social, apoyos, servicios y
recursos que se consideran adecuados.
Palabras Clave: Género, Cuidados Familiares, Desigualdad, Derechos Humanos, Abuelas
Cuidadoras.
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1. Presentación
En esta ponencia se realiza una reflexión sobre la influencia del género y de la concepción del
cuidado en el rol asignado a las mujeres como cuidadoras de hijos e hijas y de personas
dependientes. Esta responsabilidad recae mayormente sobre las mujeres, debido el mandato de
género en una sociedad basada en esquemas patriarcales donde la mujer pertenece al ámbito
privado y por lo tanto ha de realizar las tareas de cuidado. En concreto en la ponencia nos centramos
en las abuelas cuidadoras dada la importancia de su papel en nuestra sociedad actual.
2. Conceptualización de Género
Para diferenciar los términos sexo y género podemos decir que el sexo hace referencia a las
características biológicas de hombres y mujeres, y se transite genéticamente teniendo un carácter
universal.
La sociedad construye sobre la base del sexo, un marco cultural y de relación que pone énfasis en
establecer numerosas diferencias entre hombres y mujeres. El patriarcado otorga poder y prestigio
social a los hombres e infravalora lo femenino. Coloca al hombre como centro del universo y modelo
a imitar. Esta visión masculina y global se define como androcentrismo y genera desigualdad entre
mujeres y hombres.
La discriminación de las mujeres se ha justificado históricamente sobre la base de las diferencias
biológicas entre ambos sexos; éstas no son por sí solas la causa de la discriminación, sino la posición
de poder y dominio en las que el patriarcado ha colocado a las mujeres frente a los hombres.
Podemos decir que cuando hablamos de género hablamos de un concepto que puede definirse como
el conjunto de creencias, rasgos personales, actitudes, sentimientos, valores, conductas y actividades
que diferencian a hombres y mujeres a través de un proceso de construcción social que tiene varias
características. El género nos permite comprender nuestros propios estereotipos, posicionamientos y
actitudes respecto al hecho de ser hombres o mujeres (Barberá, 2009).
Los estereotipos de género nos proporcionan información sobre lo que una persona es, debe ser y se
espera que sea por el hecho de ser hombre y mujer. Influyen en la construcción que realizamos de
nuestra posición en el contexto social.
En este sentido, los esquemas de género influyen en nuestro comportamiento, en cuanto que nos
moldea y conforma en la medida en que tratamos de ajustarnos a las normas sociales (Monreal,
2008). Así podemos decir que el
género divide a las personas en categoría sociales
complementarias y opuestas (Fraisse, 2001).
A través de la interacción con cuidadores/as, de la socialización en la infancia, de los roles en las
familias y la división sexual del trabajo, las personas se dividen en dos grupos que quedan
diferenciados por sus comportamientos, actitudes y emociones desde el principio de sus vidas.
El género abarca pues todos los aspectos de la vida social, y debido a que se construye y se
mantiene a partir de la interacción del día a día, puede ser contestado y en ocasiones socavado
(Butler, 1990).
Las diferencias biológicas son también parte del sistema social genérico, tan extendido, que los
comportamientos y actitudes que se derivan de él se perciben como naturales, incluyendo la mayor
predisposición de las mujeres a la crianza y al vínculo con hijas e hijos. Esta creencia tan extendida
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en las diferencias naturales, legitima muchas desigualdades de género y en última instancia, la
explotación femenina.
El dilema, o lo que Joan Wallach Scott (2003) ha llamado la paradoja feminista inevitable, es el hecho
que la lucha por eliminar los efectos de las diferencias de sexo, a través de otro concepto como el
género, lejos de hacerlas desaparecer, las perpetúa.
El orden genérico de las sociedades occidentales modernas refleja esta ambigüedad, moviéndose
pendularmente entre valores y prácticas que enfatizan las diferencias sexuales y las que enfatizan la
igualdad genérica (Tubert, 2003).
Para Genevière, Fraisse (2001) el concepto género tiene un carácter encubridor y reductor, no puede
sustituir a expresiones utilizadas por la filosofía , como “diferencia sexual” y “diferencia de los sexos”,
que reflejan una distinción ausente en la lengua inglesa pero presente en la francesa y en la
castellana.
Teresa de Laurentis (2000) define el funcionamiento del concepto género como “una herramienta
hermenéutica” aplicado a desnaturalizar las relaciones de poder en cuanto descubre lo “femenino” y
“lo masculino” como espacios o construcciones culturales interesadas.
Consuelo Flecha (2005), argumenta que la noción de género vinculada a la identidad colectiva (el
modelo de mujer) y a la individual, (en qué medida cada mujer lo reproduce), así como la
construcción de la ciencia, ha cumplido un objetivo histórico y político de desvelamiento de las
motivaciones para neutralizar la inferioridad femenina, y para justificar ese androcentrismo de la
cultura y del conocimiento que rechazamos.
2.1. Perspectiva de género
Aunque existen divergencias en su conceptualización, en general la categoría de género es una
definición de carácter histórico y social de los roles, identidades y valores que son atribuidos a
varones y mujeres e internalizados mediante los procesos de socialización (Monreal, 2008).
Aunque no constituye una categoría cerrada, sino en pleno desarrollo, la perspectiva de género
favorece el ejercicio de una lectura crítica de la realidad para analizar y transformar la situación de las
personas. Se trata así de crear nuevas construcciones sociales y culturales, simbólicas, afectivas,
lingüísticas, cognitivas y éticas para que mujeres y hombres visualicen su masculinidad y su
feminidad a través de vínculos no jerarquizados ni discriminatorios (Valcuende y Blanco, 2003).
Esta teoría es revolucionaria porque permite pensar que podemos cambiar cosas que creíamos
naturales. Pero el cómo, es la gran pregunta. Cómo nos percatarnos de que somos mujeres y
hombres por la manera en la que estamos insertos en las relaciones económicas y sociales, por el
tipo de normas que organizan nuestras vidas y por el tipo de relaciones de poder en las que estamos
inmersos por ser mujeres u hombres, implica que la dimensión política es fundamental a la hora de
plantear los cambios y perspectivas. Todo lo que somos es un producto histórico (Valcuende y
Blanco, 2003).
Como todos los procesos culturales la cultura de género tiene una gran cantidad de energías sociales
aplicadas a su construcción y al consenso que la anima. También tiene una gran cantidad de límites,
los cuales están regidos por el miedo y la norma. El primero refrena la transgresión, la segunda
genera en el sujeto, hombre o mujer, la disposición de cumplir con el deber (Tubert, 2003).
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Desde hace varios años, antropólogos, biólogos, psicólogos, etc, se han dedicado a investigar y
esclarecer qué es lo innato y qué lo adquirido en las características masculinas y femeninas de las
personas. Se ha comprobado que el estatus femenino es variable de cultura en cultura, pero siempre
con una constante: la subordinación política de las mujeres, a los hombres(Mead, 1994).
Hasta hace poco tiempo esto se explicaba en términos “inevitables”, contraponiendo otra constante:
la diferencia biológica entre los sexos. Casi todas, sin es que todas, las interpretaciones sobre el
origen de la opresión de la mujer la ubicaban en la expresión máxima de la diferencia biológica: la
maternidad.
La capacidad de ser madres marca sin duda una gran diferencia entre hombres y mujeres, pero
considerar a la biología como el origen y razón de las diferencias entre los sexos –y en especial de la
subordinación femenina– sin tomar en cuenta para nada otros aspectos, es un error. Actualmente las
posturas científicas más rigurosas tratan de valorar el peso de lo biológico en la interrelación de
múltiples aspectos: sociales, ecológicos, biológicos.
3. Conceptualización del Cuidado
Se ha mostrado que el carácter doméstico de los cuidados ha sido la base para la exclusión de las
mujeres de los derechos ciudadanos/as propugnando un concepto de ciudadanía social que
reconozca la importancia de los cuidados y las responsabilidades domésticas para la sociedad
(Saraceno, 2004).
En términos generales, podemos concebir el cuidado como una actividad femenina generalmente no
remunerada, sin reconocimiento ni valoración social. Comprende tanto el cuidado material como el
cuidado inmaterial que implica un vínculo afectivo, emotivo, sentimental. Supone un vínculo entre el
que brinda el cuidado y el que los recibe.
Está basado en lo relacional y no es solamente una obligación jurídica establecida por la ley sino que
también involucra emociones que se expresan en las relaciones familiares, al mismo tiempo que
contribuye a construirlas y mantenerlas. Podemos decir que género y cuidado son dos conceptos
cercanos y relacionados.
Desde la década de los ochenta se han estudiado diferentes situaciones de cuidados familiares en las
cuales las mujeres aparecen mayoritariamente como las cuidadoras principales. También en los
estudios en los que los cuidadores son mayores, generalmente padres y madres de hijos adultos con
discapacidades y abuelos/as cuidadores, aparecen las mujeres, madres y abuelas, como cuidadoras
principales.
Dentro del conjunto de cuidadores familiares son las mujeres de mediana edad, la llamada de la
generación intermedia, quienes se implican más y están más interesadas en mantener la cohesión
familiar y los contactos entre los miembros a través de generaciones. Parece que el género, más que
el tipo de vínculo, determina quien asume las responsabilidades de los cuidados en la familia
(Villalba, 2002).
Según Margaret Mead, en todas las sociedades encontramos que el hombre ha elaborado la división
biológica del trabajo en formas que están muy remotamente relacionadas con las diferencias
biológicas naturales que constituyen su razón de ser (Mead, 1949, 1994: 19). Cada sociedad asigna
unos trabajos a hombres y otros a mujeres.
Las desigualdades tanto del sistema de protección social como del mercado de trabajo podemos
decir provienen en gran parte de las desigualdades dentro de la familia. La política familiar origina
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dichas desigualdades si ésta parte del modelo de división sexual del trabajo, donde se fomenta la
inactividad de las mujeres para que se ocupen del cuidado de hijas e hijos (Domínguez; Gálvez,
2010).
El tema del cuidado se viene abordando hace tiempo desde la teoría y la práctica feminista
definiéndolo como un trabajo que debe ser no sólo visibilizado y reconocido socialmente, sino que
necesita cambios en la ética y la economía social actual.
La incorporación de las mujeres al empleo supone una presión adicional sobre los sistemas de
protección social. Una presión que se concreta, por una parte, en la demanda de provisión de
servicios de atención y cuidado a los niños/as y las personas dependientes que facilite el reajuste en
la dedicación de las tradicionales “cuidadoras” a otras tareas y, por otra, de condiciones de empleo
adecuadas, que faciliten la flexibilidad en la compatibilización de las responsabilidades familiares y
laborales y, al tiempo, garanticen la igualdad de oportunidades dentro del mercado.
Cuando alguno de estos dos ejes falla, el “ajuste” entre las dos responsabilidades recae
principalmente sobre las mujeres, dando lugar a equilibrios inestables entre el bienestar individual y
colectivo (Letablier, 2007).
Finalmente, el déficit de los cuidados se presenta como un enorme desafío para nuestras sociedades
que requiere repensar los términos que se han planteado hasta el momento la responsabilidad moral
y política de los cuidados, incorporándolos como derecho y obligación de ciudadanía.
Desde esta perspectiva, la noción de ciudadanía basada en el mito de un sujeto autónomo
autosuficiente debería ser revisada para incorporar los cuidados hasta ahora asignados a, y
prestados por las mujeres en entornos familiares.
Según Tobío (2010) el cuidado es un concepto nuevo que describe una vieja realidad. En torno al
cuidado, las actividades que requiere se han vuelto invisibles. Todos sabemos que las compartimos,
que no admiten excepción, aunque sí grados distintos de exigencia y cumplimiento. Que hay límites a
partir de los cuales nuestra vida corre peligro.
El concepto de cuidado, que nos expone Tobío (2010) incorpora de forma implícita la conciliación y la
igualdad. Si aparece hoy como una cuestión central es porque el viejo modelo de cuidado no es ya ni
posible ni deseable
El desplazamiento de los cuidados desde el servicio doméstico o la “comunidad” al ámbito privado de
la familia, y de las redes femeninas de cuidados, asalariadas o no, a la madre, fue un proceso
ciertamente lento y dificultoso, máxime entre las clases trabajadoras dadas las altas tasas de
actividad femenina de la época (Carrasco; Borderias; Torns, 2011).
Cada sociedad debería organizar los cuidados para dar respuesta a las dependencias y necesidades
humanas, y a la vez mantener el respeto por las persona que lo necesitan y no explotar a las que
están actuando de cuidadoras (Nussbaum, 2002).
De esta forma nos encontramos, el debate público-privado, es decir, si la responsabilidad del cuidado
debe recaer en el Estado, en la familia o en ambos y, por otra parte, el conflicto de roles para las
mujeres que no sólo son las principales proveedoras de apoyos afectivos en la red familiar, cuya
motivación viene dada por el sentido del deber y la responsabilidad, sino que además es lo que se
espera de ellas.
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Cabe señalar que, en el contexto europeo, los países mediterráneos constituyen ejemplo y paradigma
del modelo de bienestar “familista”, según el cual las políticas públicas dan por supuesto que las
familias deben asumir la provisión de bienestar a sus miembros y este es el caso de España (EspingAndersen; Palier: 2010).
La conocida popularmente como Ley de Dependencia parte del reconocimiento de un principio
importante y positivo: el derecho individual y subjetivo de todas las personas en situación de
dependencia, a recibir atención. Esto ha levantado muchas expectativas, sobre todo entre las
mujeres, dada su actual condición de principales cuidadoras, y también como principales receptoras
de estos cuidados (Díaz, 2007).
Por ello, si bien el reconocimiento del trabajo de cuidados realizado por las mujeres tiene un
importante valor simbólico fundamental para establecer criterios de justicia social, dicho
reconocimiento no transforma por sí solo la realidad de las mujeres y necesita de una serie de
medidas políticas, económicas y sociales que, de forma clara y decidida, permitan cambiar una
situación discriminatoria e injusta, para las mujeres.
4. El Caso de las Abuelas Cuidadoras
En esta ponencia nos centramos en el caso de las abuelas cuidadoras. Estas abuelas se
responsabilizan de sus nietos y nietas debido de la ausencia o imposibilidad de sus padres o madres,
debido a situaciones diversas como adicciones, privación de libertad o condiciones económicas
precarias, etc.
La decisión de asumir los cuidados principales de nietas y/o nietos por parte de las abuelas
cuidadoras se produce tanto por elección de la propia familia, como por una serie de sucesos no
previstos que la provocan. Esto produce una transición vital tanto para los/as nietos/as como para las
abuelas, las cuales suelen asumir roles maternales sustitutivos.
Las familias que salen hacia adelante a través de la ayuda prestada por las abuelas están
constituyendo un nuevo tipo de familias en la actualidad, lo cual origina un cambio en las estructuras
familiares, una transferencia de responsabilidades de una ausencia o incapacidad de padres y
madres a una persona adulta mayor que también podría tener algún tipo de riesgo por incapacidad o
por la propia edad.
Los factores que explican este gran crecimiento de hogares llevados por abuelas y/o abuelos
descritos por Burnette (1977) y señalados ampliamente por las personas responsables de forma
profesional de la intervención social son : cambios estructurales en la familia intergeneracional,
aumento de la esperanza de vida, problemas de salud y toxicomanías o adicciones en padres y
madres, maternidad adolescente, valores y normas culturales y las políticas sociales sobre la
responsabilidad de la familia con miembros dependientes.
Las situaciones que viven las abuelas cuidadoras están influidas por el género, la edad, factores
socioculturales, económicos y étnicos y por las características contextuales de los cuidados en cada
momento y situación.
La población de abuelas cuidadoras, al igual que otras formas de cuidados familiares, sólo puede
entenderse y analizarse dentro de un contexto individual, familiar, social y cultural en la que se
desarrollan dichos cuidados.
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Mucho se habla de los efectos del cuidado en las abuelas cuidadoras, efectos que pueden ser
positivos y negativos. Según Minkler y Roe (1993), las abuelas perciben los efectos positivos y las
recompensas al mismo tiempo que los efectos negativos y los costes.
Minkler y Roe (1993) nos argumentan que las abuelas cuidadoras expresan tener importantes
recompensas emocionales a partir de la dedicación a sus nietas y nietos a pesar de percibir costes
sociales, psicológicos, de salud y económicos asociados a su rol de cuidadoras principales.
En otro sentido podemos decir que asumir la responsabilidad de cuidar a nietas y/o nietos, junto con
las preocupaciones de los acontecimientos que provocan esa situación y conjugar la vida laboral y
familiar supone un gran esfuerzo y una gran entrega que aún hoy no estás suficientemente valorada,
ni por la sociedad ni por los/as profesionales del campo social( Villalba, 2002).
Las abuelas cuidadoras principales de sus nietos y/o nietas afrontan múltiples problemas, tales como
la incapacidad de sus hijos o hijas, el deterioro de su salud, la educación y la crianza de sus nietos
y/o nietas y la posibilidad de que éstas o éstos tengan también algún tipo de problema o incapacidad.
Cuando se busca desde el campo social un lugar fuera de la familia nuclear para que niñas o niños
que sufren abusos, violencia o abandono estén protegidos/os y gocen de una vida con bienestar, se
espera de la familia extensa, y mayoritariamente de los/as abuelos/as , que se hagan cargo de estos
niños y niñas, en la mayoría de veces, sin ayudas económicas , por lo que se ve potenciada la
dificultad económica de estos abuelos/as, en nuestro caso abuelas cuidadoras, sus problemas de
espacio en la vivienda, y realizan las tareas de cuidados y educación de sus nietos y/o nietas en total
desamparo.
Por todo lo expuesto y dada la vulnerabilidad de estas abuelas cuidadoras, por su edad, su condición
física, psíquica , emocional , social, su falta de apoyos y su responsabilidad en cuanto al cuidado de
nietas y nietos, es importante el papel de las redes familiares, vecinales y sociales en su entorno que,
aunque sin la intensidad actual, a todas luces excesiva, tanto en el cuidado de menores por parte de
los abuelos (en especial las abuelas) como de personas mayores por parte de las mujeres de la
familia, previsiblemente será un recurso complementario destacado y muy necesario, pues a través
de él se hace efectivo el derecho y el deseo de cuidar .
Los/as abuelos/as son hoy, el principal recurso con el que cuentan las familias de dos personas
ocupadas en un contexto como el nuestro en el que las políticas de conciliación de las
responsabilidades laborales y las de cuidado son todavía escasas. En otras ocasiones las abuelas
cuidadoras toman la responsabilidad del cuidado de nietas y nietos en ausencia de sus padres y
madres, bien por fallecimiento o bien por la imposibilidad de padres y madres de efectuar el cuidado
de sus hijos/as (adicciones, privación de libertad, maltrato, falta de recursos económicos, etc)
Los abuelas cuidan por deseo, pero también por necesidad. Son, paradójicamente, el recurso
principal con el que pueden contar las familias en proceso de transformación hacia un modelo distinto
en el que ambos cónyuges comparten la responsabilidad de proveer y cuidar. Y en ocasiones la
dedicación a los nietos/as va más allá de lo que desearían o de lo que sus fuerzas, ya limitadas por la
edad, aconsejarían. También se cansan y a veces incluso demasiado (Villalba, 2002).
Se trata de un fenómeno nuevo. Antes, el papel de los/as abuelos/as solía limitarse a aspectos
lúdicos, así como a la transmisión de la memoria familiar, a no ser que por circunstancias diversas, en
ocasiones trágicas, los padres o madres no pudieran encargarse de sus hijas y/o hijos y los abuelos
tuvieran que sustituirlos.
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Hemos de decir que es importante la función de apoyo de las redes sociales ya que representan una
ayuda muy valiosa para los padres y madres, y en este caso para las abuelas cuidadoras de las que
tratamos en esta ponencia, a la hora de afrontar las diversas tareas relacionadas con el cuidado y la
socialización de los hijos e hijas, en este caso nietos y nietas .
Según el estudio realizado por Cristina Villalba, en su libro Abuelas Cuidadoras (2002), la
procedencia y composición de los vínculos disponibles para cada una de las seis dimensiones del
apoyo están muy ligadas al entorno familiar y a las vecinas y amigas.
El apoyo social es un concepto inherente a los cuidados familiares que se intercambian en las
familias tanto en situaciones cotidianas como de crisis. Sin embargo cuando estos cuidados se
desarrollan de forma prolongada en alguno de las personas miembros de la familia, por motivos de
enfermedad o dependencias, se producen situaciones de estrés crónico que afectan a los sistemas
de apoyo de personas cuidadoras (Perlin y Zarit, 1993 y Biegel et al., 1991).
Pilisuk (1982) definió el apoyo social como las relaciones sociales que no sólo ofrecen ayuda
material, instrumental o apoyo emocional, sino también el sentido de ser un objeto de interés continuo
y permanente para los demás.
Esta definición nos ayuda a comprender los aspectos cognitivos (percepción del apoyo) y los
comportamentales (recepción de apoyo) presentes en la relación de cuidados.
Las redes sociales amplias, diversas, recíprocas, suficientemente densas y flexibles proveen un
sistema relacional que permite tanto a cuidadoras/es como a receptoras/es de cuidados percibir
intercambios de apoyo y disponer de ellos, aumentando la autoestima y la capacidad de afrontar
situaciones estresantes.
Villalba Quesada (2002) analiza las características estructurales (tamaño, composición, densidad,
dispersión, etc.) y funcionales de las redes de apoyo de las sujetos así como el conflicto, los
cuidadores secundarios y la satisfacción y necesidad de las abuelas en relación a sus propias redes
de apoyo en su libro.
Se encuentra que los elementos más presentes y estables de los distintos tipos de apoyo en las
redes de las abuelas son los hijos e hijas, las vecinas y otros familiares así como los elementos que
más cambian de un tipo de apoyo a otro son las amigas, los profesionales y los miembros de la
comunidad, que tienen una presencia bastante mayor en el grupo de las abuelas sin pareja.
Claramente aparecen los/as profesionales del campo social con un papel importante en Apoyo
Tangible e Informativo y los miembros de la comunidad en Apoyo Informativo.
Podemos decir que la percepción de ayuda e intercambio que las abuelas cuidadoras tienen de sus
redes de apoyo equilibran sus experiencias estresantes cotidianas haciéndoles sentir útiles y
necesarias, validando sus conductas, orientándolas y aconsejándolas en su autocuidado y
ayudándolas en el desarrollo de sus funciones educativas que son muy importantes dada la
responsabilidad que adquieren en su trabajo de cuidado, en cuanto a la socialización de nietas y
nietos.
La cuestión del cuidado a este respecto es también un reto en lo que se refiere a la definición del
modelo deseable y, al mismo tiempo, viable en nuestro país. En las clasificaciones de sistemas de
bienestar en Europa, España aparece siempre, junto a otros países del Sur, como un caso tradicional
en el que la provisión de cuidados corresponde a la familia (en especial a las mujeres, ya sean
madres o abuelas).
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Las políticas de igualdad de género son un elemento consustancial a un nuevo modelo, pero existe
el problema de la escasez de recursos en torno al cuidado. Es necesario configurar un sector que
atienda a la diversidad de la demanda de cuidado, dando cabida a una mayor pluralidad de agentes
que la que hoy existe.
Además de las comunidades autónomas y las empresas privadas, el Tercer Sector y las
Administraciones locales pueden desempeñar un papel más destacado del que hoy tienen por su
proximidad a las necesidades concretas y su flexibilidad en la prestación de los servicios.
Las mujeres solas no pueden ni quieren seguir por ese camino; la familia, tampoco. Lo mismo cabe
decir del Estado o de la ayuda del sector privado, sea de carácter mercantil o solidario. Es necesario
articular la creciente complementariedad de los distintos tipos de agentes y actores que intervienen
en las tareas de cuidado de las personas.
La preocupación de las abuelas cuidadoras es que sus nietos/as salgan adelante, que se desarrollen
y tengan un futuro digno. Los apoyos residen en la propia familia fundamentalmente. Los propios/as
nietos/as las apoyan mediante un refuerzo positivo.
Sin embargo hay una carencia en cuanto a apoyo emocional por parte de las abuelas cuidadoras.
Necesitan ser atendidas, escuchadas y que se les conceda un valor como personas. El Estado debe
propiciar apoyos en forma de servicios, actividades, prestaciones económicas, recursos, etc., para
llevar a cabo la conciliación y la igualdad en las familias, así como atención psicosocial para paliar
determinadas situaciones de crisis para abuelas cuidadoras y nietos y nietas a su cargo.
Los momentos duros que han pasado con las distintas problemáticas habidas en cada familia, son los
que perduran y en ellos se encierran, no viendo otro horizonte en sus vidas, con lo que su bienestar
personal y su calidad de vida cada vez es menor y su desgaste personal, emocional y social también.
Mucho se habla en los últimos tiempos de “envejecimiento activo” y de “envejecimiento satisfactorio”,
éste último propuesto por Rowe y Kahn en 1987, o el de “vejez con éxito o vejez competente”
defendido por Fernández-Ballesteros (2000) para potenciar la intervención socio-educativa.
El planteamiento del envejecimiento activo se basa en el reconocimiento de los derechos humanos y
en los Principios de las Naciones Unidas, de participación, dignidad, independencia, asistencia y
realización de los propios deseos que tienen todas las personas y en nuestro caso al reconocimiento
de estos derechos para con las abuelas cuidadoras.
Con este panorama se hace necesario un planteamiento de intervención social desde las distintas
disciplinas sociales basado no tanto en las necesidades de las personas mayores como en los
derechos de estas personas a la igualdad de oportunidades y de trato a lo largo de su vida, incluida la
etapa de la vejez.
A partir de estos conceptos se desarrolla la necesidad de plantear una intervención social y un
acompañamiento (tanto desde el trabajo social como desde la educación social) que proporcione
oportunidades a estas abuelas cuidadoras en su salud (física, psíquica, emocional y social), que
propicie su participación en la comunidad, en su entorno más cercano y que procure seguridad con el
fin de mejorar su bienestar, su calidad de vida como personas y como personas cuidadoras.
Debemos encontrar desde el trabajo social y la educación social estrategias de intervención,
acompañamiento y seguimiento y recursos adecuados para la intervención con este colectivo de
personas. Intervención que parta de las propias protagonistas, de sus deseo, de sus aspiraciones de
sus necesidades; que se centre en cada caso, pues cada familia es una historia distinta a las demás y
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cada abuela cuidadora una persona distinta a otras y por lo tanto exige una intervención, un
acompañamiento profesional, un desarrollo de estrategias de trabajo y una búsqueda de servicios y
recursos individual.
La intervención ha de estar basada en un trabajo multidisciplinar, que implique a distintas áreas del
ámbito social, a distintos/as profesionales que partan de una visión holística de la realidad de las
abuelas cuidadoras y que ofrezcan diversas alternativas según cada proceso.
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TOBÍO TORIBIO, Constanza (2010). El cuidado de las personas. Un reto para el siglo XXI.
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TUBERT, Silvia (2003). Del sexo al género. Los equívocos de un concepto. Madrid: Ediciones
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Madrid: Editorial Talasa.
VILLALBA QUESADA, Cristina (2002). Abuelas cuidadoras. Valencia: Ed. Tirant lo Blanch.
Reseña Curricular dela autoría
Ana Mª Gallardo Flores es diplomada en Trabajo Social y Educación Social por la Universidad Pablo
de Olavide (2007/2011) y Máster en Género e Igualdad (2011/2012) en la misma universidad. Ha
realizado el Experto Universitario en Calidad de Vida de Personas Mayores por la UNED (2009)
donde realizó una comunicación sobre su proyecto: Aprendiendo a Aprender que fue tutorizado por
Mª Victoria Pérez de Guzmán, profesora del departamento de Educación Social de la Universidad
Pablo de Olavide. Es premio al mejor expediente académico de su promoción de la Universidad Pablo
de Olavide. Premio al mejor expediente académico del primer curso de su carrera y premio al mejor
expediente de la Facultad de Ciencias Sociales por el Ayuntamiento de Sevilla, en este año. Su
proyecto fin de carrera versó sobre las Abuelas Cuidadoras y fue tutorizado por Cristina Villalba. Ha
sido tres años alumna interna del departamento de Trabajo Social.
Tiene experiencia profesional a través de su trabajo en la Residencia de Personas Mayores Gerón de
Sevilla. En la Asociación de Personas con Parálisis Cerebral de Sevilla. Es formadora Ocupacional y
tiene una amplia experiencia laboral en el campo de la Educación para la Salud. En la actualidad está
prematriculada en Doctorado dentro de la línea de Desarrollo para la Ciudadanía e Igualdad, en la
Universidad Pablo de Olavide.
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